domingo, 31 de julio de 2016

Sombras sobre el Hudson

Isaac Bashevis Singer

Ediciones B. Edición 2011. Novela, 733 páginas.



¿Qué les ha pasado a los judíos? Durante tres mil años se han resistido a la idolatría y de pronto se han convertido en productores de Hollywood, en propietarios de periódicos, en líderes comunistas”.
I.B.S.

El placer que provoca la ingesta de novelas intensas y extensas como ésta demuestra que el modelo tolstoiano no ha perdido un gramo de frescura cuando en el timón hay un narrador inteligente y ambicioso. ¡Larga vida a la novela oceánica! “¿Por qué inventar cuando la vida te proporciona a diario situaciones que no se le ocurrirían a ningún mentiroso?”, sentencia Isaac Bashevis Singer (1904-1991). Considérese el arbitrio no como un grillete artístico sino más bien como punto de partida. Hasta donde se sabe, la imaginación siempre completa los huecos.

No obstante, esta magnífica obra es lo que la tradición designa como novela realista. Es una de los pocas del Premio Nobel 1978 cuya acción transcurre en Estados Unidos, concretamente entre los años 1947 y 1949. Sus protagonistas son judíos europeos que escaparon de, borrados sean sus nombres, Adolf Hitler o Josef Stalin. Fue publicada por entregas en 1957 y 1958 en el diario neoyorquino en idioma yiddish Der Forverts. Aquella persona interesada en la historia, la religión, las costumbres, la mentalidad y las perplejidades del pueblo judío no puede soslayarla. Incluso Singer llega a esbozar algunos párrafos de lo que podría ser una estética judía:

“ Fuera lucía el sol; las palmeras se deslizaban al paso del tren, en un paisaje estival semejante al de Tierra Santa. El tren se detuvo y los pasajeros bajaron en tropel a tomar un jugo de naranja. Grein no se alejó de la ventana. A pesar de lo avanzado del invierno, en Florida parecía que era la fiesta de Shavuot, olía a Biblia. Preparadas para arrodillarse y postrarse ante Dios y su poder, las palmeras se inclinaban en varios ángulos, como si se tratara de ermitaños envueltos en harapos y barbas ralas. Cuando soplaba la brisa comenzaban a mecer sus ramas, sacudiéndolas en todas direcciones en reconocimiento de la omnipresencia de Dios, como si estuvieran celebrando una fiesta de los Tabernáculos”.

Estilo más caracteres


La unidad del folletín se funda en el estilo y los personajes, cuyas vicisitudes siempre resultan interesantes y se enriquecen con reflexiones sobre la condición judía, sobre la esencia de las cosas y sobre las finalidades de la vida. Los protagonistas viven en perpetuo examen de conciencia. Singer convierte las viviendas en escenarios; demuestra un gran dominio de la escena. También deslumbra con con las tres ’E’: espiritualidad, elegante prosa y erudición. La novela tiene, incluso, una dimensión política. El autor es lo suficientemente inteligente y honesto como para plantear lo obvio: nazismo y estalinismo han sido parejamente diabólicos. Muy conmovedores resuenan los interrogantes que suscita la Shoa:

“Majdanek o Treblinka. ¿Cómo llamar misericordioso a un Dios que permitió todo eso? Porque llevando el análisis hasta las últimas consecuencias, se trata de Su obra. La única respuesta que se nos da es el libre albedrío. ¿Y si no es más que una suposición? Y aún hay más, ¿por qué sufren los animales? Shestov afirma que Dios es malo. Según Spinoza, incluso es peor que eso: es indiferente”.

Animan la trama personalidades que cambian de ánimo como una veleta y tienen “el descaro de quien se deja arrastrar ciegamente por la pasión“. Conforman un trozo de Europa en el corazón de Nueva York. La novela comienza con una cena en la casa de Boris Makaver. Esa misma noche, su hija Anna abandona al marido por un viejo amor de Varsovia y Berlín: Hertz Grein, mal casado y con una amante medio loca, Esther, el vivo ejemplo de la contradicción. Se escapan a Miami (¡veinticuatro horas en doscientas páginas!). La fuga trae consecuencias. Según Maimónides, el infierno de los condenados (Gehinnom) significa “vergüenza”. Todo es por aburrimiento, se nos informa. Hasta se hacen guerras por tedio.

Se encuentra el lector con personajes fascinantes que merecerían, por sí mismos, una novela entera. La tremenda señora Gordimer, ordinariez con forma humana. La señora Clark, una espiritista bastante fraudulenta (¿Cómo todos?). Jacob Anfang, un pintor espiritualmente perdido. Yasha Kotik, el bufón. El libro es, por cierto, un colosal fresco de los años que siguieron al último disparo de la Segunda Guerra Mundial, cuando aun no había irrumpido el macarthismo y el comunismo chic (tan intolerante como su consecuencia) gobernaba los ámbitos culturales de Nueva York. Se era rojo o compañero de ruta o no se trabajaba.

Don Delillo conjetura que existe una especie sublime de novela: aquellas que sirven para entender como somos en realidad. Esta obra -sinfonía con variaciones- merece tal designación. Singer, que incurre con éxito en la Alta Filosofía, llega a la conclusión, por ejemplo, de que Leibniz es quien ha descifrado al ser humano. Las mónadas no tienen ventanas, dice. Nadie puede mirar al interior más profundo de cualquiera de sus semejantes, incluso de los más allegados. El verdadero conocimiento sólo existe en Dios, a quien Leibniz llamó la mónada de todas las mónadas.
Guillermo Belcore

Calificación: Excelente 

lunes, 18 de julio de 2016

Ejercicios de supervivencia

"El que se ve inmerso en el dolor de la tortura siente su cuerpo como nunca antes. Su carne se realiza totalmente en su autonegación''.
Jean Améry
Entre tantas categorías en que puede clasificarse a la comunidad de los mortales, hay una especialmente perturbadora: los sobrevivientes de la tortura o de un campo de exterminio. Son miles los desdichados que han descendido al infierno y volvieron para contarlo. A un infierno donde el cuerpo -como en los casos de enfermedades graves- establece una despótica soberanía sobre esa energía vital a la que llamamos alma. El dolor es, como se sabe, una potencia diabólica que convierte el ser humano en un guiñapo. Quienes han padecido un sufrimiento bestial se desligan para siempre del común de los hombres.

Jorge Semprún pertenece a esa categoría aparte, que merece el mayor de los respetos. En 2011 lo sorprendió la muerte cuando evocaba su calvario con la Gestapo. La tortura, en efecto, es el tema espantoso de Ejercicios de supervivencia (Tusquets, 133 páginas), la obra póstuma del autor de algunas novelas fundamentales del siglo XX en el campo memorialístico. Se trata de una obra incompleta, fragmentaria, que va y viene en el tiempo, se va desinflando, y promete más de lo que finalmente ofrece. Acaso lo mejor del volumen sea el prólogo de Mario Vargas Llosa y los nudos dramáticos durante la Segunda Guerra Mundial.

Con menos de veinte años de edad, un apellido familiar más bien famoso y ninguna ficha policial o política, Semprún tomó la decisión de unirse a la resistencia armada en la Francia que ocuparon los nazis. Integró la red Jean Marie-Action hasta que fue atrapado en una antigua granja de Joigny por una delación. Corría setiembre de 1943.

Asegura Semprún no haberse quebrado jamás en la mesa de tortura, ni en la tina de agua helada, vegetales podridos y excrementos, ni al ser colgado del techo con las manos en la espalda. Ni una palabra le arrancaron los esbirros de Hitler, aunque admite que no se esmeraron con él; andaban abrumados de trabajo por esos días y lo olvidaron pronto como un fardo inútil. Lo despacharon al campo de concentración de Buchenwald, donde pasó casi dos años y se reencontró con el jefe de la Jean Marie-Action.

Deja en claro el escritor, no obstante, que sería infame trazar una línea moral absoluta entre quebrados y no quebrados por los suplicios. La resistencia al sufrimiento extremo no es una medalla que la gente de bien deba ir exhibiendo sin más. Se explaya, en cambio, sobre sus estrategias de supervivencia o sobre ciertas lacerantes habilidades que desarrollan aquellas personas que tuvieron tratos con un verdugo. Por ejemplo, su majestad el miserable cuerpo puede reconocer los distintos tipos de porras que existen, a tenor de cada dolor sufrido:

"El dolor seco, fulgurante, pero poco persistente, más volátil, de la porra de madera no era comparable al dolor sordo, más soportable al impactar, pero bastante más hondo y duradero, de la porra de goma, sobre todo si no se trataba de un simple vergajo y contenía plomo''.

EL TONO JUSTO

Siempre, hay que decir algo sobre la prosa. Hechos tremendos se relatan con el tono justo, sin grandilocuencias ni énfasis. Los saltos temporales aligeran el horror. La deriva hacia la reflexión filosófica resulta bienvenida. Una última acotación sobre el autor:

"Jorge Semprún fue uno de esos héroes discretos gracias a los cuales el mundo en que vivimos no está peor de lo que está y queda siempre margen para la esperanza'', establece Vargas Llosa sobre el militante comunista que combatió al nazismo y arriesgó el cuerpo en las décadas del cincuenta y sesenta para socavar a la dictadura de Franco. Vale recordar que Semprún admitió tarde en su vida (¿demasiado tarde?) que el bolchevismo era tan sanguinario y absurdo como sus primos fascistas, aunque hay que reconocerle que mucho antes el intelectual comprometido se había percatado de que el espíritu crítico es el polo opuesto del espíritu de partido ("la grisura del socialismo real'').

El lector no puede dejar de meditar sobre la lacerante paradoja que sobrevuela sobre la tenaz resistencia de Semprún en 1943-75: buena parte de su fortaleza espiritual la obtenía de un ideal de fraternidad y progreso que, en la práctica, produjo tantos o más torturadores que el nazismo. En la página ochenta y cuatro, el escritor espa¤ol añora, no sin petulancia, "las viejas batallas del comunismo, olvidadas y perdidas''. ¿Realmente fueron Stalin, Mao, Pol Pot y los Kim norcoreanos menos abominables que Hitler?

Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura de La Prensa.

Calificación: Regular


martes, 12 de julio de 2016

Pequeñas y enormes magias del amor

"Dios nos salve de la gente que cree ser más inteligente de lo que es".

M. Cunningham

Es el amor. Con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles, escribió Borges. Sí, pero también con su poética sublime que las antenas de un puñado de escritores talentosos logran captar y transmitir -con palabras bellas y sin sensiblerías- para gozo del lector hedonista. El amor fraternal entre un par de fracasados. La adoración de la chica que Dios te ha entregado para que la cuides, pero que el Diablo te le está robando con, maldito sea su nombre, un cáncer. El loco y santo Eros gay en un maltrecho soldado del amor. El capricho de una mujer madura con un Adonis veinte años más joven, un sentimiento algo maternal y masoquista (tarde o temprano él encontrara una damita de su edad, así es la vida). La pasión por mamá, cuya desaparición repentina y prematura (siempre lo es) te sume en el desamparo. En fin... Borges, cuándo no, tenía razón. El amor son los muros de tu cárcel, como en un sueño atroz. "Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo".

En La reina de las nieves (Lumen, 269 páginas), la novela más reciente de Michael Cunningham (Cincinnati, 1952), personajes desesperadamente humanos (se describen en el primer párrafo) recorren los delicados pliegues del amor. Se trata de una familia ampliada, gente buena, amable, con ideas progresistas. Los hermanos Barret y Tyler Meek. Beth, la novia agonizante de Tyler, músico ignoto de cuarenta y tres años. A Barret se lo define como "un católico perverso y desorientado, incluso cuando estaba en primaria", demasiado absorbido por sus amoríos con personas de su mismo sexo, "demasiado decidido a ser un Byron de nuestro tiempo". Barret es una suerte de genio, obtuvo una beca para Yale, pero carece de la capacidad de elegir y perseverar. Es un osezno que busca el conocimiento por el conocimiento (como Macedonio Fernández). A los treinta y ocho años, se gana la vida como aplicado vendedor en una modesta tienda vintage. Estudia en soledad y en secreto.

Completan el clan, Liz y Andrew. Ella cincuenta y dos años, inteligente; él, veintiocho, sexy, un poco obtuso pero casi nunca causa dificultades. Todos se han convertido en esos neoyorquinos que apenas tienen para ir tirando. Viven en Bushwick, un rincón de Brooklyn venido a menos, como los personajes de la novela. "Si uno vive en ciertos barrios y de cierta manera, más vale que aprende a celebrar la felicidad de las pequeñas cosas", se establece.

La trama ocupa cuatro años. Arranca en 2004, cuando la pequeña comunidad se ilusiona con la posibilidad de que John Kerry frustre la reelección del peor presidente de la historia de Estados Unidos. La segunda parte narra la Nochevieja de 2006. Al parecer se ha producido un milagro, tan inesperado como fugaz. Finalmente, aterrizamos en noviembre de 2008. No, no era un milagro. Hundidos en la desesperanza, todos afirman que Estados Unidos aún no está preparado para un presidente afroamericano.

NARRADOR COMPETENTE


Corrobora Cunningham en su séptima novela que, si bien no tiene la frente ceñida con una corona de laurel, como los grandes de la literatura estadounidense, es un narrador competente. La reina de las nieves toma de Hans Christian Andersen su título y cierta iridiscencia de cuentos de hadas. No se trata de una de esas creaciones esculpidas en bronce llamadas a perdurar hasta el fin de los tiempos, pero la trama es entretenida (los perdedores siempre resultan interesantes), conmovedora por momentos y aborda cuestiones trascendentes, como la creación artística, el consumo de drogas, la atracción sexual, la reacción ante la muerte y -como se dijo- el amor como sentido de vida. Queda, empero, cierto regusto a poco. Quizás con un poco más de ambición artística hubiésemos tropezado con una obra maestra, de esas que mantienen viva la llamarada de la Alta Literatura. Dicho de otra forma, Barret Meeks, el gordito gay al que una luz celestial le devolvió la mirada en Central Park, merecía doscientas páginas más.

La prosa de Cunningham es muy agradable. No desafían al lector las densidades estilísticas, sino que sentimos el arrullo de una escritura suave, con un elegante dominio de la metáfora y el sarcasmo, y una gran capacidad para el diálogo vivaz y el retrato. Lo mejor de todo es la infrahistoria de excéntricos e ilusos. Hay también una reivindicación, convincente, del mundo de los objetivos sencillos; la condena a las ambiciones mundanas, o sea el necio afán por dejar de ser invisible. Establece el autor de Las horas: "¿Es más o menos trágico deslizarse tan discreta y brevemente dentro y fuera del mundo? ¿Haber añadido y alterado tan poco?". Conclusión: renuncia a ser importante y serás feliz.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.


Calificación: Bueno



PD: Hace ocho años elogiaba otra novela de Cunningham: http://labibliotecadeasterion.blogspot.com.ar/2008/01/das-cruciales.html
Cómo pasa el tiempo, ¿no?

domingo, 3 de julio de 2016

Mujer bajando la escalera

Por Bernhard Schlink Anagrama. 247 páginas, Novela, edición 2016


Ante una propuesta tan enclenque como la que acaba de llegar desde Alemania, el lector de fuste no puede sino añorar la pesada y compleja maquinaria de la novela total a lo Thomas Mann o Gunther Grass, rebosante de historia, filosofía y profundidad psicológica. La obra más reciente del juez Bernhard Schlink (Bielefeld, 1944) es todo lo contrario. Literatura inane, etérea, insustancial. La escasa ambición la condena.

Confiesa el autor que un cuadro de Gerhard Richter titulado Ema. Desnudo en la escalera, inspiró la trama. Tres hombres (un abogado, un pintor y un magnate) se obsesionan con una mujer joven. Hay un cuadro que la retrata como vino al mundo y una treta de la muchacha para robarlo. Hay una traición por triplicado. Estamos en Frankfurt. En la segunda parte, volamos a Australia. Reaparecen la pintura y su musa cuatro décadas más tarde. La psicosis masculina permaneció intacta. Al fin y al cabo, son alemanes, gente con ideas fijas.

El tema de fondo es, por enésima vez, la denuncia de que la vida auténtica no es la de la oficina, el supermercado, la esposa y los hijos, el abono a la ópera. La liberación está en algún paraíso natural del hemisferio sur, con una chica extraordinaria. Es el mito clásico del ciudadano europeo, próspero y hastiado de la civilización; a esta altura, un cliché posmoderno que suele estragar las narrativas.

Cuando la falta de originalidad se expresa sin vuelo ni belleza, por medio de personajes planos, en un texto trozado en cien capitulitos sin ton ni son, la consecuencia no puede ser otra que el tedio, gris y frío como el otoño de 2016. El sello editorial, no obstante, demuestra en la contratapa que la prensa alemana cubrió de elogios a la pequeña novela. Puede que el amiguismo, el perjurio, la cobardía y el esnobismo no sean vicios exclusivos de la crítica argentina.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Malo