viernes, 23 de febrero de 2018

Perros Salvajes

Por Ian Rankin

RBA. Novela policial, 438 páginas


Algún día, la crítica literaria deberá incluir entre sus sistemas de medición el Indice de Bostezabilidad (IB). Es decir, mesurar el tedio que provoca una obra en el lector. En Perros salvajes , la más reciente obra del británico Ian Rankin (1960) que llega al español, el IB es cercano a cero. La novela policial, sin ser nada del otro mundo, cumple sobradamente con su misión primordial: entretiene de cabo a rabo, nos arranca de las garras del maldito ocio.

Viajamos a la gélida Escocia. Según la autorizada opinión de James Ellroy, Rankin es "el padre y el rey del tartan noir". El detective John Rebus acaba de jubilarse, pero la policía de Edimburgo, una ciudad que sabe cuidar sus secretos, no puede prosperar sin él. Lo reclutan para esclarecer el asesinato de Lord David Milton, ex abogado de Su Majestad. Cuando el experimentado sabueso hinca el diente en un caso ya no lo suelta. Rebus no tardará en descubrir que se trata de un asesino en serie, cuyas balas homicidas rozan a su gran enemigo: Big Ger Cafferty, un gangster venido a menos.

Hay una segunda línea argumental también fecunda: la disputa territorial entre mafiosos locales y foráneos -de los bajos fondos de Glasgow para más señas- que está a punto de desatar una guerra abierta. Esa tensión (más el deseo de saber quién es el ajusticiador de Edimburgo) nos mantiene los dedos magnetizados hasta la última página. Rebus, por otro lado, nos enseña que a menudo resulta imprescindible pactar con el diablo para evitar derramamientos de sangre, que siempre es el mal mayor.

No hay aquí descripciones que corten el aliento o sondas arrojadas a la profundidad de la psiquis o la sociedad. La prosa carece de densidades estilísticas, es puramente funcional, dicho esto sin menoscabo. Tampoco encontrará el lector réplicas agudas como una daga. Los personajes son de carne y hueso sí, pero no hay alguno memorable. Rankin se las ingenia para evitar el maniqueísmo (hay policías corruptos y hampones con escrúpulos) aunque incurre en sensiblerías. El color local es suave, como la civilizada Escocia, que, por cierto, puede recorrerse de punta a punta en medio día y donde el delito hoy no constituye un problema para la mayoría de sus habitantes. Allí también parece que el periodismo esta agonizando por culpa de Internet.

El thriller me suscita un pequeño problema personal. Quienes veíamos en Film & Arts la esplendida Rebus no podemos sacarnos de la cabeza la imagen, los tics y la voz -sobre todo la voz sublime- del actor Kenneth Stott. Así de avasalladora es la televisión. Puede decirse, no obstante, que Perros salvajes es tan recomendable como la serie.

Guillermo Belcore

Calificación: Bueno

martes, 13 de febrero de 2018

Discovery, lo que salió mal.

"La primera temporada fue realmente sobre la guerra y cómo la guerra puso a prueba nuestros ideales como Flota Estelar. Fue mucho sobre el arco de la historia de Michael y su lugar en la Discovery. Fundamentalmente, se trataba realmente de reunir a esa tripulación como una familia. Si miras al equipo al principio, están muy separados y todavía no estaban conectados. No están seguros el uno del otro y su lugar en la nave. En el transcurso de la temporada, realmente se convierten en una familia” Alex Kurtzman, productor ejecutivo y cocreador


Hoy terminó la primera temporada de Discovery. Vamos a extrañarla. La rutina de los lunes comenzaba para miles de trekkies -como el que esto escribe- en ver el capítulo estreno antes o después de desayunar. Es una muy buena noticia que Netflix y CBS hayan decidido prolongar la mejor serie espacial de todos los tiempos después de más de una década de doloroso olvido (Enterprise se despidió en 2005). 

Crearon magníficas naves, uniformes atractivos, un capitán memorable, la especie de los kelpianos, un método biológico de transporte interestelar y una guerra contra el Imperio Klingon. No es poco. Pero al mismo tiempo eligieron guionistas de escaso talento: las tramas, los diálogos, la mayoría de la escenas de los quince capítulos son, en conjunto, flojos, a pesar de que se han invertido -según dicen- unos siete millones de dólares por episodio. El equipo dirigido por Akiva Goldsman, Aaron Harberts y Gretchen J. Berg ofende con giros argumentales realmente absurdos. La serie, por así decirlo, se pega un tiro en el pie. Va de más a menos, con un desenlace francamente pueril.

Muchos fanáticos arguyen que en realidad todas las primeras temporadas de la saga han sido flojas. Para mí no es verdad, con la excepción quizás de TNG. En la primera temporada de DS9 (la joya de la corona) hay capítulos sublimes como Dúo (los discursos filosóficos de Gul Darheel, el carnicero de Gallipet, son antológicos) y en la de Voyager se plantean cuestiones científicas de alto vuelo como la posibilidad de curvar el espacio o de que el efecto preceda a la causa. Esa excelencia dramática y esa incursión en los misterios del universo prácticamente están ausentes en Discovery, con la salvedad del radiante episodio 7 (La magia que vuelve loco al hombre cuerdo), donde el malvado Harry Mud sume a la tripulación en un bucle temporal que concluye en la destrucción de la nave.

No puede tomarse seriamente como indagación científica uno de los pilares de la primera temporada: el planteo descabellado de que el ingeniero jefe (que se autoinoculó ADN de un tardígrado colosal y sólo se volvió más divertido) puede hacer saltar de un punto al otro de la Galaxia a la Discovery gracias a la propulsión de esporas, prodigio del que nunca más se escuchara hablar en el futuro. 

En honor a la verdad, la teoría de que el cosmos está unido con una red de autopistas micóticas le ha facilitado muchísimo el trabajo a los guionistas perezosos. La nave podía aparecer donde a ellos le resultaba conveniente, incluso en un universo alternativo, uno de los recursos más trillados de la narración fantástica que en todas las entregas de Star Trek fue un asunto marginal, nunca el corazón de la temporada. El toque inverosímil ha sido demasiado frecuente en Discovery. Abundan las contradicciones. Las piezas encajan de una manera artificiosa, la narración no fluye

Al fin de cuentas, toda la trama se subordinó a la extraña parábola que dibuja la protagonista Michael Burham. De amotinada negadora de los principios de la Federación (los ataques preventivos están prohibidos) a amotinada para defender esos mismos principios (nunca el genocidio es la solución). Happy end con moraleja y redención.

Acerquemos la lupa:

1) Klingons irreconocibles: 
La serie fue ambientada en 2266, diez años antes de la serie original, del capitán Kirk y de Spock, primera decisión polémica (¿Por qué nadie se anima a la posguerra contra el Dominion, con tantas deliciosas posibilidades?). Esto limitó las líneas de acción, aunque los creadores de Discovery demostraron de inmediato que estaban dispuestos a respetar la tradición sólo cuando les convenía. La primera traición que nos han infligido es pulverizar la cultura klingon, tal como la conocíamos en los últimos treinta años, es decir una versión de lo hubiera sido la Tierra si los mongoles se convertían en la potencia dominante en el último milenio. A cambio nos trajeron una suerte de Nosferatus. Da nostalgia recordar a Worf, al general Martok, a los tres guerreros shakesperianos Kang, Koloth y Kor, a B’elanna Torres incluso, en contraposición con estos seres planos, sin matices, horripilantes. Aclaro que la diferencias son tanto estéticas como conceptuales.

Hay un juego de ideas, sin embargo, interesante en la guerra entre la Federación y el Imperio Klingon que se conecta con la situación internacional de 2017. La primera encarna los valores cosmopolitas, democracia liberal, globalización, legalidad, occidentalismo. En la otra trinchera, hay un demagogo obsesionado con la pureza étnica. T’Kuvma representa el particularismo, el American First, el aislamiento agresivo de los Maduro, Castro, Assad, el populismo de ‘vivir con lo nuestro’ de los Kirchner, la religión política como factor de unificación nacional de los ayatolas. Vale decir: la grieta terrestre fue trasportada al Cuadrante Alfa. 

Lamentablemente, la guerra va desdibujándose conforme se avanza en el conflicto en el Universo Espejo y los guionistas la resuelven, a las apuradas -de la manera más chapucera que uno pueda imaginarse- en los minutos postreros del episodio número quince. 

El final, camaradas trekkies, fue un golpe bajo. Siempre en Star Trek estuvo presente la tensión weberiana entre moral de los principios y moral de la responsabilidad, pero no recuerdo que nunca se hayan decantado por la primera con tamaña insensatez como en esta ocasión, cuando la destrucción de la Tierra era inminente.

2) El sacrificio de Lorca:
La primera mitad de Discovery redondea a un personaje inolvidable: el capitán Gabriel Lorca, belicoso, sin escrúpulos, eficaz. Hay dos precedentes en la Federación: los agentes de la Sección 31 y Edward Jellico, el azote de los cardasianos. Creo que todos nos sentimos un poco o muy decepcionados cuando nos enteramos que Lorca provenía del Universo Terrano y, ni hablar, cuando lo liquidan. Adiós al soplo de originalidad. Qué tontería. ¡Matar al mejor personaje de la serie, el único que atrapa nuestra imaginación! En nombre de qué: ¿la perspectiva de género?, ¿la corrección política? La heroína de la tira, se nos había advertido, sería la especialista Burnham (es ésta la serie del liderazgo femenino por excelencia). Soy de los que piensan, empero, que no dio la talla, sobre todo porque arrojaron por la escotilla uno de sus rasgos más interesantes: su formación vulcana.

3) Sin civilizaciones ni humor
Es notable como Discovery ha desdeñado dos elementos primordiales de la franquicia. El primero es la interacción constante con otras especies. Hemos conocido, con el correr de los años, civilizaciones fascinantes, con una impecable lógica interna. Aquí tenemos sólo klingons fallidos, un vulcano y medio, orions, andorianos y tellaritas de refilón. Y sí, la única creatura novedosa y por ello muy atractiva es el ungulado Sarú. Se trata, para mí, de otro lamentable déficit de invención. Es como si los productores eligieran siempre el camino más fácil, el menos exigente para la construcción de la historia. ¿Por eso Bryan Fuller dio un portazo, se distanció de los creativos de la CBS?

La segunda renuncia conspicua es al humor inteligente. ¿Dónde están los Data, los Quark, los Neelix de Discovery? ¿Recuerdan a Trip embarazado? Las únicas réplicas agudas que escuchamos son las del impostor Lorca. La ironía y el sarcasmo brillan por su ausencia. Es probable que no se trate de negligencia de los escritores, sino de un plan deliberado. Este ciclo de Star Trek, acaso, se haya diseñado para los televidentes menos exigentes, los que demandan poderosas imágenes visuales (que las tiene) mucha acción (peleas con artes marciales, sobre todo), sentimentalismo (los pucheritos de Ash Tyler son otro punto bajo) y escasa filosofía y poética. Algo así como el peor Star Wars

Ojalá Discovery levante en la segunda temporada. Tiene con qué. Un poco de erudición haría maravillas. Y traigan a los romulanos de una maldita vez, total el canon ya esta roto.

Guillermo Belcore

Calificación: Regular 

domingo, 4 de febrero de 2018

Fargo, la serie

Los lugares comunes son eso: fragmentos fosilizados del lenguaje, cuya vínculo con la realidad es a menudo inexistente. Decir "las segundas partes nunca fueron buenas" es un lugar común. Queda demostrado -y por partida doble- en una de las mejores series que hoy pueden encontrarse en el universo Netflix. Fargo no sólo es, por lo menos, tan buena como la película homónima en la que se inspira (para quien esto escribe es incluso superior, pues carece de momentos aburridos), sino que la segunda temporada es una joya tan deslumbrante como la primera. De ellas dos, hablaremos a continuación.

El hacedor de la serie de la cadena FX se llama Noah Hawley (Nueva York, 1967), un verdadero genio, cuyos antecedentes en la televisión (Bones) y en la literatura, hasta donde uno sabe, no permitían suponerlo. Los hermanos Coen, factótums del largometraje, aparecen en los créditos como productores asociados, pero han declarado que no se sienten entusiasmados con el show. ¿Celos? Lo cierto es que no hay nada en los veinte episodios desagradable para el ojo (con la excepción de algunas truculencias) o para el intelecto. Ni siquiera para el oído. En efecto, pocas veces la elección de la banda sonora ha sido tan exquisita, sobre todo en la segunda temporada.

Pero lo realmente memorable son las actuaciones. Debemos convenir que aún hoy la panoplia digital, capaz de crear imágenes asombrosas, no ha podido superar el impacto en la imaginación de un personaje magníficamente interpretado. Cómo olvidar a Don Drapper. O a Tony Soprano. O, en nuestro caso, a Lorne Malvo. Seguramente, la interpretación de este sicario tranquilo, que domina la primera temporada de Fargo, está en el podio de la carrera de Billy Bob Thorton (Hot Springs, 1955).

Malvo es un depredador con flequillito tan fascinante como el Anton Chigurh de Javier Bardem (Sin lugar para los débiles). Es un lobo, nos anoticiamos al final; pero también es un camaleón (se disfraza de pastor luterano y de dentista para engañar) y una serpiente hipnótica, cuyo farfullar, que hiela la sangre, nos acompaña en la cabeza mucho después de que apagamos el televisor. Comparte una característica con el sublime elenco de perdedores de la serie: la tendencia a filosofar.

Se encuentra Malvo al servicio de la mafia, pero sobre todo de su pasión de entomólogo social, gusta de manipular a las personas como si se tratase de sabandijas, de trastocar las normas para ver qué ocurre. De manera casual traba contacto en Bemidji (estado de Minnesota, quince mil habitantes) con el bueno de Lester Nygaard, magníficamente interpretado por ese todoterreno llamado Martin Freeman (Aldershot, 1971). Y le hace un favor. Asesina en el burdel del pueblo a un grandote sin cerebro que lo acosaba en la infancia. Se desata entonces una vorágine de violencia, malentendidos y depravación (de Lester, sobre todo, ¡de lo que son capaces los hombrecitos grises!).

Un par de policías novatos, de buen corazón, restablecerán el equilibrio en la comunidad, no sin un pródigo derramamiento de sangre. Es que las matanzas, como las acciones estúpidas de los personajes y las desoladas llanuras nevadas, son tres elementos comunes de una saga que redondea una fábula moral. Un mensaje se nos ofrece: cuando los ciudadanos comunes y corrientes se relacionan con hampones no puede ocurrir otra cosa que desgracias. Mejor nos limitamos a hacer bien el trabajo que nos ha tocado en suerte y a cuidar a la familia, que es un privilegio no una carga.

VUELTA AL PASADO


La segunda temporada transcurre en 1979. El núcleo incandescente es la masacre de Sioux Falls (Dakota del sur), producto de una guerra territorial entre un clan local de delincuentes (los Gerhardt) y la mafia de Kansas, en expansión hacia el norte. La peluquera del pueblo de Luverne (Minnesota, cinco mil habitantes) tiene la mala suerte de atropellar al menor de los hermanos Gerhardt cuando éste escapaba de la escena del crimen. Su marido, el carnicero del pueblo, tiene la pésima idea de hacer desaparecer el cadáver.

El papel de héroe lo cumple el policía estatal Lou Solverson (Patrick Wilson, Norfolk 1944), un hombre al que no todos nos gustaría parecernos y que en la primera temporada veíamos, ya mayor, como propietario de una cafetería en Bemidji y padre de la agente buenaza Molly Solverson (Allison Tolman, Houston 1981). Kirsten Dunst (Point Pleasant, 1982) como Peggy Blumquist y Jesse Plemons (Dallas, 1988) como Ed Blumquist dan vida al matrimonio de descerebrados que se meten en aprietos graves con criminales. Tras ellos, van otros dos asesinos inolvidables, el indio Ohanzee Dent (Mark Acheson, Edmonton 1957) y el afroamericano Mike Mulligan (Bokeem Woodbine, Nueva York 1973). Uno silencioso como una tumba; el otro, locuaz.

EL MISMO CLIMA


Hay que destacar que la serie logra reproducir a la perfección el clima de la película de culto de los noventa. El mismo frío que cala los huesos, la misma amarga reflexión sobre la condición humana, y la misma excelencia artística. Idéntico humor negro, apelación al absurdo y a la parodia; personajes que a primera vista parecen caricaturescos, hasta que tomamos conciencia de que la mayoría de las personas de este mundo son idiotas sin remedio (vean las redes sociales) y que día tras día todos cometemos sandeces, generalmente por miedo o resentimiento. 

Hay guiños para entendidos en el film y sutiles conexiones entre la primera y la segunda temporada. Hay deliciosos recursos visuales como la narración de una masacre en Fargo sólo con sonidos, o las pantallas partidas. También se incurre en el capricho, como la advertencia al comienzo de que cada capítulo de que estamos ante hechos reales (!?) o la aparición de los ovnis, que da lugar a una frase de antología de Peggy Blumquist en medio de una balacera: "Es sólo un plato volador, Ed, huyamos".

Emitida por primera vez en 2014, Fargo es una de las mejores ficciones policiales de nuestro tiempo. Aquí nos quedamos esperando que Netflix suba la tercera temporada.
Guillermo Belcore

Calificación: Excelente


PD: El sublime tema: https://www.youtube.com/watch?v=aM2l8TPzKmY