sábado, 30 de marzo de 2013

Soy lo que quieras llamarme

Gabriel Dalla Torre

El Ateneo. 297 páginas. Novela. Edición 2012


Más que moda, una epidemia. La obra que ganó el Premio Letra Sur 2012 viene fragmentada en ochenta y cuatro capitulitos, como si una bomba de una tonelada hubiera sido arrojada en el medio de la trama. Ese afán por lo telegráfico (acaso porque la ejecución así es más fácil) impide oír el latido, la música de la novela, cuando la tiene. La prosa tampoco resulta hospitalaria: da la impresión de que al autor le cuesta horrores encontrar las palabras justas para expresarse. La historia es lo mejor, interesante sin dudas: las andanzas, incluso criminales, de un grupo de travestis de Mendoza. "¿Acaso hay una forma mejor para huir de la desgracia que transformarse en otro?", plantea la protagonista. Pero en ningún momento parece ser éste el motor real de la conducta de Rubí y sus compinches.

Gabriel Dalla Torre (Plaza Huincul 1977) convoca a las sombras insignes de Manuel Puig y Corin Tellado. Es un buen punto de partida. Descorre los visillos para permitir al lector burgués y pusilánime atisbar en el palacio lumpen del vicio y el reviente. Se consumen drogas de todo tipo; se traman estafas; padres de familia, puntales de la sociedad provinciana, hierven de deseo por un transexual. As¡ es la vida. El otro hilo conductor es la búsqueda, alocada, de belleza mediante la perfección corporal. Se añaden páginas de un médico francés de estirpe lombrosiana. Se abusa del fisonomismo plebeyo, tipo "ojos muy separados y a medio párpado sugieren tendencia a la autodestrucción". Ese sonsonete cansa.

La sensación que queda al final es de obra primeriza, de escritura descuidada, de ambiciosa indagación sociológica que, ¡ay!, no ha encontrado las herramientas apropiadas para cumplir su promesa. ¿Para que mencionar a una abuela vidente, a una pareja de mormones yanquis, a un mendigo manco si en poco y nada participan? Personajes desaprovechados, una chambonada difícil de perdonar. Cuando el estilo no seduce, la novela debería desbordar de sucesos si es que pretende conquistar a su majestad, el lector.

Guillermo Belcore

Calificación: Regular


PD: ¿Hace falta decirlo? Este blog no pretende el monopolio de la verdad, sino transmitir experiencias de lecturas, que no siempre son gozosas. Todo lo que se dice aquí no tiene más valor (ni menos) que el de una opinión sincera y fundada. Todo es cuestión de gustos. Por eso, antes de sacar conclusiones definitivas, sugiero encarecidamente también leer las críticas elogiosas que recibió la novela en dos prestigiosos suplementos culturales. Pinche aquí:
1) Revista Ñ
2) La Nación

martes, 26 de marzo de 2013

El magnifico capítulo veintitrés

Léase esta ocurrencia:

Todo lo que empieza como comedia acaba como tragedia.
Todo lo que empieza como comedia acaba como tragicomedia.
Todo lo que empieza como comedia acaba indefectiblemente como comedia.
Todo lo que empieza como comedia acaba como ejercicio criptográfico.
Todo lo que empieza como comedia acaba como película de terror.
Lo que empieza como comedia acaba como marcha triunfal, ¿no?
Todo lo que empieza como comedia indefectiblemente acaba como misterio.
Todo lo que empieza como comedia acaba como responso en el vacío.
Todo lo que empieza como comedia acaba como monólogo cómico, pero ya no nos reímos.

Es fruto de un poeta que se hizo novelista -cuenta la leyenda- para poder alimentar a sus hijos. Es la creación de uno de los mejores novelistas que ha engendrado América latina. Es, en realidad, la última frase de cada una de las entradas del formidable capítulo veintitrés de la segunda parte de Los detectives salvajes, obra que piensa en terminos literarios todo el tiempo y que acabo de releer en estado de gracia. ¡Qué gran escritor fue Roberto Bolaño! Por cierto, me han encargado un artículo a diez años de su muerte. Me froto las manos de contento.

Dos tercios de esta novela extraordinaria fueron tallados con el más sabroso perspectivismo. Bolaño construye la biografía de dos poetas vanguardistas engarzando testimonios de decenas de personas que los conocieron a lo largo de dos décadas. Es un procedimiento coral; hablan hombres y mujeres de las más variadas procedencias, algo similar a lo que hizo Wilkie Collins en La piedra lunar. Es un procedimiento tan original como ambicioso, a contramano de las faenas livianitas de nuestro mediocre presente. Bien, en el capítulo veintitrés, el autor desea transmitirnos su visión del estado de la literatura iberoamericana, de la literatura en general, de los patéticos esfuerzos de los plumíferos para trascender. El sabor es delicioso, porque a Bolaño también le resulta ridículo “la gran lucha por el nombre y la gran lucha por el lector de todos estos escritores atrincherados en sus respectivas casetas de amianto“. Oímos así, en la Feria del Libro de Madrid, las voces de críticos y escritores. En la Web pueden leerse los esfuerzos por identificar al personaje de la vida real que inspira cada entrada: Por ejemplo, Iñaki Echevarne, se ha establecido, es el gran Ignacio Echeverría.

Con la ferocidad de un Borges o un Fogwill, Bolaño, que además de todo es un brillante crítico, establece entre otras verdades:

1) Hoy los escritores de Hispanoamérica proceden de familias de clase trabajadora, incluso del lumpen proletariado y “su ejercicio más usual de la escritura es una forma de escalar posiciones en la pirámide social, una forma de asentarse cuidándose mucho de no transgredir nada“. Por eso -añade este blog- cunden la esterilizante corrección política, el progresismo inane, las fórmulas probadas falsamente rupturistas. Los escribidores de hoy “no reniegan de nada, o sólo reniegan de lo que se puede renegar y se cuidan mucho de no crearse enemigos o de escoger éstos entre los más inermes. Las puertas implacablemente se les abran de par en par. Y la literatura va como va“.

2) Un escritor no debe parecer un escritor. Debe parecer un banquero, un hijo de papá que envejece sin demasiados temblores, un profesor de matemáticas, un funcionario de prisiones. Dendriformes. Un escritor debe parecer un articulista de periódico. Debe parecer un enano. Y DEBE sobrevivir (sic). Quieren ser leones, y sólo son gatos capados casados con gatas degolladas.

3) Disciplina y encanto dúctil son las claves para ganar un lugar bajo el sol. Disciplina: escribir cada mañana no menos de seis horas, corregir por las tardes y leer como un poseso por las noches (sobre todo, esas novelitas intrascendentes a la moda de apenas doscientas páginas, agrego yo). Encanto: visitar a los escritores en su residencia o abordarlos en la presentación de sus libros y decirles a cada uno justo aquello que quiere oír. Aquello que quiere oír desesperadamente. Hay que cultivar el huerto de la amistad con los escritores de éxito, de renombre. ¡Hay que citarlos sin descanso!

4) Hay que mostrarse fuerte. El mundo de la literatura es una jungla.

5) Es preceptivo abominar y despacharse a gusto contra las novelistas extranjeros, sobre todo si son norteamericanos, ingleses y franceses.


El diagnóstico no ha perdido un gramo de vigencia. Tiene razón Roberto, así va como va la literatura hispanoamericana. Los que se interesan por la literatura “no se imaginan los infiernos que se esconden debajo de las podridas o impolutas páginas”.

Guillermo Belcore

domingo, 24 de marzo de 2013

La dictadura nazi

Ian Kershaw

Siglo XXI. Ensayo de historia, 438 páginas. Edición 2013.

Sir Ian Kershaw es, qué duda cabe, una de las máximas autoridades académicas sobre el nacionalsocialismo. Ha escrito una monumental biografía en dos tomos de Adolf Hitler. Ha desmenuzado el mito del Führer. Y ha forjado este minucioso ensayo que evalúa y arbitra todas las teorías sobre aquella perversión que incendió Europa.

La primera versión de La dictadura nazi data de 1985. Kershaw la ha actualizado cuatro veces para examinar las corrientes en boga. Así pues, en la última parte interviene en el llamado ‘debate Goldhagen‘, en relación al polémico libro del estudioso de Harvard: refuta así la tesis de que todos los alemanes de a pie -y sólo ellos- fueron entusiastas masacradores de judíos al servicio de una dirigencia asesina. El volumen que aquí comentamos es la segunda edición argentina; la primera había sido publicada en 2004.

La Historia como ciencia ha convenido un par de cosas. Primero, el nazismo no se trató sólo de los salvajes desvaríos de un loco marginal y pendenciero. Segundo, es imposible la erudición libre de valores, sea cual fuere la ideología del investigador sólo cabe el rechazo ante las SS y Auschwitz. Aquí no hay relativismo (esa peste contemporánea) que valga. Todo lo demás es polémica. ¿En su esencia, el hitlerismo fue un totalitarismo puro y duro, una forma radical de fascismo o un fenómeno originalísimo de maldad? ¿Se trata de una brutal reacción conservadora o de una revolución auténtica? ¿La política dominaba a los capitanes de la industria o viceversa? ¿La expansión nazi fue un programa o se hilvanó a tontas y locas? ¿Hitler fue el amo del Tercer Reich o un tirano débil? ¿Ordenó personalmente el Holocausto? Kershaw escruta con lupa las interpretaciones y ofrece respuestas concretas. Con elegancia y elocuencia, intenta ser equidistante entre dos polos analíticos: intención vs. estructura.

“Lo que ha ocurrido es una advertencia. Olvidar al nazismo es una culpa. Debe ser recordado continuamente. Es posible que vuelva a ocurrir”, escribió Karl Jaspers.  Esta obra magistral permite comprender a la deleznable bestia parda. Siempre es mejor el conocimiento que la ignorancia; la verdad que el prejuicio o la ideología.

Guillermo Belcore
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Muy bueno

 

PD: Este artículo, aclaro, es una actualización de una reseña que escribí hace nueve años. Cómo pasa el tiempo, ¿no? Diría, si no fuera un lugar común, que se nos va como arena entre los dedos.

domingo, 17 de marzo de 2013

Construir al enemigo

Umberto Eco

Lumen. Recopilación de artículos y conferencias. 319 páginas


De todas las definiciones de humano (hombre o mujer, pero sobre todo hombre) una de las más rotundas es la de Umberto Eco

“ser que necesita indefectiblemente de un enemigo“. 

Al parecer no podemos pasarnos sin un enconado adversario. La figura del enemigo -sea el judío, la bruja, el inmigrante, el vecino, la explotación capitalista- no puede ser abolida por los procesos de civilización. Esa necesidad ancestral explica, obviamente, por qué hay guerras, un despilfarro organizado, una válvula de escape que encauza de la mejor manera todas las fuerzas turbulentas dándoles un estatus. La paz produce delincuencia juvenil e inestabilidad. ¿La ética es impotente ante esa demanda imperiosa de lo humano reptil? No. La instancia ética sobreviene no cuando fingimos que no existen enemigos, sino cuando se intenta entenderlos, ponernos en lugar del otro. Destruye los clichés que rodean a tu enemigo, sin negar ni borrar su alteridad, podría ser el primer mandamiento de una ciudadanía benevolente, comprensiva y con ley moral.

Tan espléndida reflexión -embellecida con casos traídos desde la literatura y el arte- la ha esbozado el profesor Eco en una conferencia que dictó en la Universidad de Bolonia en 2008. Es, además, la primera entrada en un libro que atesora quince textos de ocasión de uno de los filósofos fundamentales de nuestra época. Un libro necesario, pues.

El volumen incluye también una formidable reflexión sobre lo absoluto y lo relativo, la cual refuta, de manera convincente, tanto al papa emérito Ratzinger como a esos relativistas extremos que sostienen que no existen hechos sino interpretaciones. Nietzsche, nada menos, es llamado al estrado. Más adelante, con afán exasperado de notario, cataloga reliquias cristianas y demuestra que Tomas de Aquino difiere fundamentalmente del pensamiento católico contemporáneo sobre el amargo tema del aborto (¿existe un alma en el momento de la concepción?).

Se trate de la desmesura en la poética de Victor Hugo (lo sublime por exceso) o de nuestra fascinación por las islas, siempre resulta provechoso y placentero leer a Umberto Eco. Gourmet de la palabra con erudición clásica, sabrosa claridad de pensamiento y gusto por lo maravilloso, es uno de los escasos polígrafos cuya obra conviene agotar.

Guillermo Belcore
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Muy bueno

PD: Propone el querido profesor Eco ser ciudadanos benevolentes, comprensivos y con ley moral. Yo añado "cosmopolitas", que es uña señal irrefutable de inteligencia y buen corazón

lunes, 11 de marzo de 2013

Me deseó felices sueños

Massimo Gramellini

Destino. Autobiográfico. 205 páginas


Susana Tammaro, Milena Agus, Stefano Benni, y ahora el periodista Massimo Gramellini (Turín, 1960). La literatura italiana parece contener una corriente inane que podríamos definir como narrativa pueril. ¿Será una moda? ¿Será que a la industria editorial sólo le interesa traer al español los bestsellers aniñados? ¿Será una casualidad? Habría que investigarlo. Lo cierto es que a quien esto escribe le resulta muy desalentador que la patria de Svevo, Tabucci, Eco y Sciascia degrade su reputación con obritas simplonas que son a la Alta Literatura lo que el catecismo para chicos es a un tratado de teología.

Al buen entendedor, la primera frase de un libro denota muchas cosas. Gramellini abre el fuego así: “Como todos los años, el día de Fin de Año fui a recoger a mi madrina para acompañarla a visitar a mamá”. Las doscientas páginas siguientes se encargan de confirmar los peores pronósticos. Se trata de una ficción entretejida con experiencias personales que nunca levanta vuelo (excepto el capítulo de Sarajevo, merece ser un cuento), ni logra conmover, costumbrista, sin densidades de ninguna índole, tallada con una prosa ñoña que hasta un negado podría comprender.

Entonces, reseñista, ¿por qué ha vendido más de seiscientos mil ejemplares? ¡Ah, el gusto popular! Hay que reconocer que el producto encontró un marketing eficaz: “una hermosa novela, dedicada a todos los que han perdido algo esencial en sus vidas: un trabajo, un amor, un tesoro”. ¿Qué hombre o mujer está libre de desgracias, quién no necesita algún consuelo? Gramellini airea su angustia existencial por haber perdido a su mamá a los nueve años. Con ese vacío va haciéndose hombre. Hay un modesto suspenso; no todo es como parece. La trama, sin embargo, se rebaja por la profusión de enunciados de autoayuda. Este parece haber sido el propósito del autor. Predicar entre las gentes sencillas.

Guillermo Belcore
Publicado el último fin de semana en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Malo


PD: Este es uno de esos típicos libros de molde que sólo me permito llegar al final por responsabilidad a mi trabajo. La reseña, como escribio Ignacio Echeverría, no puede ser sino un ajuste de cuentas.

sábado, 9 de marzo de 2013

Arte

El Diccionario de Asterión IV


Arte:


“Acción humana que consiste en entremezclar constantemente las rúbricas y celdas de los conceptos, estableciendo nuevas transposiciones, metáforas y metonimias. El arte evidencia en todo momento el afán del hombre lúcido de rehacer el mundo, de hacerlo tan abigarrado e irregular, tan inconexo, tan sugestivo y eternamente nuevo como es el mundo de los sueños“.

La definición pertenece, cómo no, a Nietzsche en Sobre verdad y mentira en sentido extramoral (1873) y es citada en Construir al enemigo, una inspiradora recopilación de textos ocasionales de Umberto Eco (Lumen, 2013). El más difícil de encasillar de los filósofos descree de la posibilidad de refugiarnos en los sueños como fuga de la realidad. Admite Nietszche que “el dominio del arte sobre la vida sería un engaño, aunque supremamente jocoso”. Añado yo que el arte -la literatura, para el caso- no proporciona consuelo o posibilidad de fuga solamente ante tres desdichas de este mundo: el hambre, el frío o la enfermedad (propia o del ser verdaderamente amado). En el momento de la verdad, esas vicisitudes aplastan la imaginación y nos reducen a puros cuerpos dolientes. Sufrir ante cualquier otra situación es una pendejada, me parece.

lunes, 4 de marzo de 2013

Las Varonesas

Carlos Catania

Seix Barral. Novela, 504 páginas. Edición 1978.


Por Guillermo Belcore

¿Cómo funcionan en la Argentina los mecanismos de consagración literaria? ¿Por qué tantas obras excelentes se hundieron en el olvido? ¿Por qué la crítica periodística y académica festeja fruslerías brevísimas, piezas de época intrascendentes, como si de un Borges se tratase? ¿Son hoy el amiguismo, el esnobismo y las teorías descabelladas provenientes de Francia los únicos parámetros de legitimación? Las preguntas brotan naturalmente desde la lectura maravillada de Las Varonesas (Seix Barral, quinientas catorce páginas), publicada por única vez hace treinta cinco años en Barcelona. Su autor es el santafesino Carlos Catania (1931). Es muy posible que la novelística argentina nunca haya abordado con tanta lucidez y con semejante panoplia de recursos narrativos los tremendos temas del incesto y la guerra sucia latinoamericana como lo hizo Catania. Refutó el dictum de que la Argentina no ha engendrado, con un puñadito de excepciones, magníficas novelas oceánicas. He aquí una de ellas. Sin embargo, la Gran Novela de los Setenta nunca fue reimpresa.

“Cuando fue publicada en 1978, la novela no recibió ni una sola crítica desfavorable en Europa, creo que incluso mereció elogios excesivos“, recuerda su autor en un conversación telefónica. “Pero en la Argentina no pudo entrar, los censores militares no la consideraron decente”, añade Catania. El polígrafo Roberto Bolaño escribió en 1998: “... el narrador argentino Cataño, creo que ése es su nombre aunque no estoy seguro, autor de una novela notable y olvidada: ‘Las Varonesas‘, editada en Seix Barral a finales de los setenta, se marchó a Costa Rica, en donde estuvo viviendo hasta el triunfo de la revolución sandinista, tras lo cual se fue a Managua… ¿Dónde está Cataño ahora? No tengo ni idea. Sólo leí de él una novela. Espero que siga escribiendo” (Entre paréntesis, Editorial Alfaguara, página cincuenta y cuatro). El genial escritor chileno ha dejado pues testimonio de la excelencia del libro, aunque le pifió con el nombre del escritor a quien señala, además, como ejemplo de la afición de los argentinos por los “exilios bizarros“.

El argumento

La primera novela de Catania se engarza en el hilo atormentado Celine-Faulker-Onetti-Benet. Gira en torno a una familia santafesina, signada por la demencia y la desmesura. Cuatro hermanos: Alfredo el escritor homicida; Adela, la estudiante de filosofía; Lucía, la chupacirios enamorada; la pequeña y trágica Patricia, que tiene el don de hablar con los animales (¿o no?, ¿es la única concesión del autor al decrépito realismo mágico?). La relación perversa entre Alfredo y Adela es uno de los dos núcleos incandescentes del libro. El otro es el amor-odio en Guatemala entre El Castor y El Flaco Mendieta, líderes de la guerrilla y de la feroz contrarrevolución uniformada respectivamente. La tragedia griega es, sin duda, otra de las palpables influencias de Catania. El nexo entre ambas líneas narrativas es Julián Brocca, un argentino que intentó hacer la Revolución en Centroamérica.

¿Qué hace a esta novela excepcional? La fuerza dramática, en primer lugar. La trama hilvana con destreza situaciones que provocan espeluznos: un chico que se clava un tenedor en el vientre antes de que la policía lo detenga en una sala de billares; Alfredo que mata a ladrillazos al amigo que confiesa haberse acostado con Adela; operaciones guerrilleras y torturas escalofriantes en un cuartel del Ejército; hermanos que se entregan a la pasión en una tapera; una niña que muere ahogada. ¿Qué más? La inteligente mixtura entre literatura y filosofía (Musil es otra de las influencias, destaca Catania). Hay aquí discursos notables (los argumentos a favor del foquismo, por ejemplo), una convincente Teoría del Error (“somos para otra cosa“), epifanías semánticas (libro es “un objeto que se dan las personas para tener la sensación de lo que pudo haber sido”), y un sentido general de nausea, de horror ante el hecho de estar vivo y pensante en un mundo desquiciado. ¿Algo más? Bastante puede decirse de los recursos expresivos que Catania puso en juego: la novela se narra desde distintas perspectivas e incluso con diferentes modismos de América latina, desde el criollismo argentino hasta el caribeño chévere. Están los diarios de Lucía, las cartas de Ciomara Triollet, los delirios surrealistas de una suicida, la delicada alternancia entre primera y tercera persona, los recuerdos que perforan la sucesión de los hechos, incluso dentro de una misma frase. Infrecuente, ¿verdad?


La imagen original

“Tarde cinco años en finiquitar el libro. La empecé en México y la fui escribiendo en distintos países”, explica Catania, quien además de novelista es dramaturgo, guionista y actor (participó en varios filmes alemanes). “Yo creo que toda obra de arte surge de una imagen. Aquí cerca de Santa Fe tenemos el arroyo Leyes. Me gustaba recorrerlo a remo cuando era joven y en una islita deshabitada encontré una vez unas estatuas de mujeres semidestruidas, con una leyenda: ‘Las V.’ Las Varonesas. Así nació la novela”, explica el artista.

Una idea formidable (celiniana) encauza toda la obra. Ocupa diez mil kilómetros, desde la selva tropical en Centroamérica a los márgenes del Paraná, en nuestra provincia de Santa Fe. Busca la grandeza en la subversión de lo establecido, demuele el gran edificio ontológico -nos dice el libro-, un acto extremo tiene más valor que toda la seguidilla de actos tibios y prudentes realizados desde que se nace hasta que se muere. Desea lo depravado para no sentirte del todo insignificante.

 
Publicado el domingo pasado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Excelente


PD: Esta novela pide a gritos la reimpresión ( o nada sé de literatura). Mientras tanto, cómprenla usada. La recomiendo con toda convicción.

sábado, 2 de marzo de 2013

No tengo enemigos, no conozco el odio

Liu Xiaobo

Emecé. Ensayo de política y cultura, 295 páginas. Edición 2012.


Detrás del milagro económico de China, de los cientos de millones de almas arrancadas de la pobreza, del ascenso a potencia mundial y esperanza de los pueblos en desarrollo, hay un odioso Estado policíaco, una dictadura de partido único capaz de condenar a once años de prisión a un intelectual célebre por decir lo que piensa. Pero de esto no se habla. En países como la Argentina, enfermos de hipócrita sentimiento antiestadounidense, las perversidades de los oligarcas comunistas suelen pasarse por alto. A lo sumo, el progresismo se alza de hombros y dice: “¿Y qué?, tienen que alimentar a mil quinientos millones de bocas“.

Liu Xiaobo recibió el Premio Nobel de la Paz en 2010. Fue el segundo caso en la historia en que el Parlamento noruego premia a un disidente encarcelado (el primero había sido Carl von Ossietzky, atormentado por los nazis). Siguiendo el precedente checo, Liu había redactado en 2008 junto a otros la Carta 08, un documento sensato que propone reformas moderadas. La reacción fue brutal. Apenas un año después, el profesor fue condenado a la pena de reclusión hasta el 21 de junio de 2020. Se lo acusó de “usar Internet con el objetivo de derrocar al gobierno de la Dictadura Democrática del Pueblo y el Sistema Socialista”.

La sentencia condenatoria cierra este volumen. Antes, el lector hallará precisas descripciones de la China modernizada. La masacre de Tienanmen, la opresión del Tíbet, “el paisaje espiritual de la era postotalitaria”, el problema campesino, la lucha por la tierra, la esclavitud infantil, son algunos de los temas tratados. Como bien señala la introducción, Liu tiene un estilo único. Su prosa filosa, romántica por momentos, recuerda a los panfletistas franceses. Pero lo más importante de todo es que se trata de una conciencia en estado de libertad, repartiendo palos a diestra y siniestra, sin contemplaciones, incluso exagerando. Un hombre solitario que dice no al Estado todopoderoso y al patrioterismo, a costa de su bienestar, que pone en riesgo la propia vida. Un santo, ¿verdad?  

Guillermo Belcore