domingo, 26 de julio de 2015

Una satira en tiempos de Mussolini

“¿Desde cuándo en Italia la política es una cuestión de conciencia? ¿Quién le ha inculcado una idea tan sediciosa?”
Curzio Malaparte


POR GUILLERMO BELCORE

Afirma Maurizio Serra, el biógrafo de Curzio Malaparte (1898-1957), que Don Camaleón fue escrito para llamar la atención de un solo lector, un lector que en 1928 era, a la sazón, todos los lectores de Italia. Ese par de ojos eran los de Benito Mussolini. Pero Curzio, enfant terrible de la era fascista, calculó mal. Los dictadores no suelen ser sutiles ni derrochar sentido del humor. El libro fue finalmente prohibido y el escritor toscano -acaso el mayor fanfarrón del siglo XX- no logró nunca cumplir su sueño más querido: mantener una relación privilegiada con el Duce como la que más tarde mantuvieron De Gaulle y Maulraux.

Fuerte el aplauso. El sello Tusquets ha rescatado del olvido una sátira excelente, valiosa tanto por su calidad literaria como por aquello que los economistas denominan “externalidades”, es decir sus implicancias históricas. Una obra paradójica, además. Después de 1945, Curzio Malaparte (Kurt Erich Suckert era su verdadero nombre, eligió un seudónimo rimbombante que sonara a Napoleón Bonaparte) la exhumó para demostrarle a los italianos y al mundo que había sido tanto un espíritu libre (cierto) como una suerte de mártir de la dictadura (mentira).

“Este Don Camaleón dará sin duda un gran disgusto a mucha gente, a saber, a la gente que cree en la leyenda falsa y pérfida de que toda la literatura que se escribió en Italia durante los veinte años en que gobernó Mussolini era cortesana y servil”, escribió en el prólogo de la edición de 1946. Tiene razón, pero el granuja no persuadió a nadie. En la posguerra, Don Camaleón se convirtió en una suerte de segundo seudónimo de Malaparte.

BESTIA RACIOCINANTE

El libro -escribió Serra- fue un audaz panfleto que le dio fama a su autor en vida y después de muerto. “Impresiona la originalidad y audacia de Malaparte para desenmascarar al Duce sin andarse con rodeos”, sentencia. Añádase otra virtud, tiene páginas desopilantes. Narra las peripecias de un reptil a quien tres personas -por indicación de Mussolini- convierten en un animal político. Uno de los tres preceptores es, naturalmente, es Curzio cuya obra casi por completo está compuesta en primera persona, como corresponde a un ególatra que siempre bregó para mantener su libertad de expresión.

Para bajarle los humos a propios y extraños, el Duce le encarga a Malaparte educar a un camaléon, “animales sensibilísimos pero de moral arbitraria”, que aprenden por mimetismo de la misma manera que cambian de color. Basta con dejarlo dormir una noche sobre un libro. Es útil también dejarle escuchar conversaciones eruditas.

Así, la bestia raciocinante sale honrosamente a la arena política. Va evolucionando. Primero se convierte en un político de la vieja escuela, “de aquellos tan rectos y tan rígidos que parecía que se hubieran tragado el palo de una escoba“. Luego muta en alma de la Revolución de Octubre (la fascista). La historia está de su parte. Italia, como la Argentina, tiene una larga y sólida tradición camaleónica que consiste en adaptarse a los cambios del viento político. Casi muere intoxicado (de fanatismo religioso) después de un encuentro con jesuitas. El anticlericalismo de Malaparte es furibundo. Odiaba a los curas, aunque al final de sus días (murió de cáncer de pulmón) la Iglesia Católico y el Partido Comunista se disputaban su alma y su herencia mundana.

Mussolini logra convertir pues al reptil en una figura destacada del radicalismo revolucionario, ese movimiento munido de “turbas de fascinerosos furibundos con garrotes cuya solo vista habría puesto tieso a un jorobado“ que corrieron a las dos clases que desde 1870 mandaban y se disputaban en Roma el privilegio de hacer historia: reaccionarios y liberales. El ascenso de Don Camaleón obedece a otra la necesidad práctica, común “a todos los grandes promotores de revoluciones: ofrecer a sus seguidores una suerte de subjefe que mantenga a raya a los seguidores y encaje los golpes de los adversarios“. Al animalito se le suben los humos. Sus discursos son sublimes. Cree haberse convertido en un instrumento de la Divina Providencia. Una día se levanta con el cuello torcido, señal inequívoca que se trata de un hipócrita. El final es trágico.


GULLIVER, EL INSPIRADOR



Al parecer, Curzio Malaparte se inspiró en los Viajes de Gulliver para esta obra satírica. Otra influencia reconocible es Voltaire y La Rochefoucauld. En rigor, el literato hace un esfuerzo notable para demostrarle al lector que maneja al dedillo el saber enjundioso y picante de los mas famosos autores franceses de los últimos dos siglos. Quiere que lo perciban como una eminencia (tanto a él como la a Mussolini, en rigor). Tiene un exquisito manejo de la ironía. Logró construir un verdadero panfleto con todos los ingredientes: bilis, veneno, buenas intenciones, cortesías, cumplidos.

Por otra parte, Curzio, el cínico, se coloca por encima de todos sus congéneres: sentencia que los hombres son animales siniestros que, más que de morir, tienen miedo de vivir. Y que la historia se ha inventado para consolarnos por la ausencia de héroes hoy en día. La mirada (como la de nuestro Fogwill) es la del entomólogo.

Los propósitos de Don Camaleón son tan evidentes que resultan encantadores. Quiso advertir a Mussolini sobre “los cortesanos, la gente menos honrada y mas peligrosa de toda Italia“. Le obsequió argumentos en su empeño para abolir el Estatuto de 1848, "un lecho de Procusto donde la Revolución de Octubre no podía dormir tranquila" (son evidentes los parangones con el peronismo repudiador de la Constitución de 1853). Reivindicó uno de los lemas fascistas: "Hecha ya Italia, ya era hora de rehacer a los italianos". Pero Mussolini no vio nunca la utilidad del libro, ni siquiera percibió a Curzio como una amenaza. Don Camaleón fue un gesto de impertinencia no de insurrección para la visión del Duce. Otro dato curioso: Malaparte lo publicó por primera vez por entregas en una revista dedicada a las mujeres. Estaba tanteando el terreno.

“La política es un arte excelente para quien desee desengañarse de los hombres“, escribió Malaparte hace casi noventa años. ¿Hoy en día, quién puede desmentirlo?
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa
 

Calificación: Muy bueno

martes, 21 de julio de 2015

Los deseantes

Juan José Burzi

Zona Borde. Cuentos 91 páginas. Edición 2015

La imaginación es lo único que hace que esto que es la vida valga la pena de ser vivida.
J.J. Burzi


Este volumen de cuentos evidencia que Juan José Burzi (1976) ha encontrado su madurez narrativa. Y es una voz muy interesante. De esas que conmueven, causan estupor, terrible como la de los dioses. ¿Quien puede permanecer indiferente ante un matón que le revienta la panza a una embarazada con un martillazo? ¿O ante una putita despiadada?

En lo que al estilo se refiere, Burzi combina con una destreza admirable el arte más elevado con los elementos de los bajos fondos. La sentencia elegante con palabrotas. Egon Schiele con una bandita de rock. Nabokov con un profesor degenerado. Se trata, conjeturo, tanto de una habilidad individual (Juanjo es un cuentista de fuste) como de una seña de identidad del narrador del conurbano,  un intelectual curioso que mantiene un pie en el fango y el otro en la biblioteca más sofisticada. Dicho esto con respeto e, incluso, con sentido de identificación y pertenencia.  Yo también me siento un bonaerense. Moron siempre será mi fatherland. Lanus es la de Burzi, por cierto.

Sin duda, los dos primeros cuentos del tomo (Los monstruos y Los deseantes) son memorables. Burzi juegan con fuego y no se quema. Otra virtud que merece destacarse: en esta era de plumajes blancos, se arriesga, tiene ambición. Muy pocos han tratado los temas tremendos del incesto y la pedofilia sadomasoquista (y de su erótica subyacente) con tamaña inteligencia.

Crónica negra, el tercer relato, ofrece una explicación alternativa al Loco de la ruta y la cadena de homicidios en Mar del Plata de prostitutas. Todos sospechamos que hay en este asunto un trasfondo mucho más sordido del que explica la versión oficial.  Pero sólo una imaginación poderosa como la de Burzi puede recrear un submundo tan abominable. El cuento se lee con un nudo en la garganta y el estómago revuelto.

Loop cierra el volumen. Si bien esta historia de gemelos no está a la altura de las otras tres, no carece de originalidad y satisface el eje temático: los abismos a los que nos arrastran nuestros deseos de placer más íntimos, acaso la fuerza más poderosa del universo. Entre los deseos que el pudor y decencia me permiten exponer (soy de una época previa a Facebook) tengo una sed insaciable de buena literatura.  Literatura como la que hizo J.J. Burzi.
Guillermo Belcore


Calificación: Muy bueno


PD: En este blog se elogia otra obra de Burzi. Pinchá acá: http://labibliotecadeasterion.blogspot.com.ar/2012/09/suenos-del-hombre-elefante.html

domingo, 19 de julio de 2015

El bigote

Emmanuel Carrère

Anagrama. Novela, 179 páginas. Edición 2015

¿Sin la seducción del lenguaje (el estilo o la poética) o de las ideas (la filosofía, historia o psicología) qué le resta a la novela para resultar atractiva? La anécdota. Pero la anécdota debe ser muuuy interesante para que se justifique llegar al final cuando la prosa es sólo funcional y anodina. Por desgracia, no es éste el caso. La primera obra que publicó Emmanuel Carrère (París 1957) hace casi tres décadas pudo haber sido un buen cuento, pero el autor se empeñó en convertirla en nouvelle. Pecado de diletante.

El relato exprime hasta la última gota uno de los procedimientos más gastados por la literatura francesa contemporánea (y profusamente copiado en Buenos Aires): el escrutinio neurótico. Una noche de cristal que se hizo añicos, un joven arquitecto -exitoso miembro de la elite- decide afeitarse el bigote que supuestamente lo caracteriza. Pero la esposa amada no se percata del cambio sísmico. Tampoco una pareja amiga. ¿Confabulación o monólogo de un demente? Cuando por fin Agnés es indagada, en medio de una riña tormentosa, la esposa jura que allí nunca hubo pilosidades. ¿Cómo puede ser? ¿Quieren volverlo loco? ¿Matarlo? El narrador se zambulle en un espiral de degradación que culmina en horror y que no viene a cuento aquí develar.

Este juego narrativo, francamente inane, fue muy elogiado por la prensa francesa en su momento, a tenor de lo que puede leerse de la contratapa. De gustibum non est disputandum. Pero hay que recordar que es un mal hábito de los sellos editoriales reimprimir obras menores de autores que han logrado seducirnos con un buen libro. En este blog se ha aplaudido Limonov. Es un buen punto de partida para conocer a Carrère. Empezar con El bigote, en cambio, puede inducir a los lectores a nociones equivocadas.

Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura de La Prensa

Calificación: Regular


PD: Sólo un juego de palabras.

domingo, 12 de julio de 2015

La guerra civil estadounidense

Uno de los pilares de la ideología hollywoodeana es el igualitarismo democrático. Cualquier hijo de vecino, llegado el momento, puede convertirse en superhéroe (o en supervillano, lo mismo da). Un obrero, una maestra, un taxista son capaces de hazañas que deslumbrarán a sus vecinos. Concluidos esos trabajos extraordinarios -faenas que opacan, incluso, las doce de Hércules para el rey Euristeo- volverán los civiles a su tediosa cotidianeidad. Happy end.

Siempre pensé que, además de producto de una cultura populista, ese igualitarismo era un ardid de la industria del entretenimiento para potenciar el interés del público. Lo creía hasta que este minucioso libro de historia llegó a mis manos. Y descubrí que, hace ciento cincuenta años, un pacífico profesor de música de Ohío llamado Benjamín Grierson se convirtió de la noche de la mañana en un coronel de caballería terrible que devastó las campiñas de varios estados sureños. Personas común y corrientes han perpetrado matanzas y destrucciones sin precedentes en el siglo XIX. El entonces diminuto Ejército profesional en los Estados Unidos convirtió a la Guerra de Secesión, uno de los más feroces enfrentamientos de la humanidad, en una contienda de aficionados, empezando por el presidente Abraham Lincoln, absoluto diletante en cuestiones militares aunque un hijo inquebrantable de la clase trabajadora con una notable intuición estratégica del valor de la oratoria en tiempos difíciles.

Un competente historiador militar de la Gran Bretaña (ya elogiado en este blog) ha publicado también una obra monumental sobre el “más extenso conflicto ideológico de la historia“. Imprescindible para quien le interese el tema, aunque fue escrito no sin demagogia. Una delicadeza de John Keegan (1934-2012) para no herir las susceptibilidades sureñas. La prosa es clara y accesible; la lectura, nunca deja de ser amena. Es raro que lleguen al español ensayos sobre este asunto.

Algunos datos que llamaron mi atención:

* En 1861, Dixieland, con su credo nacionalista, se había convertido en una entidad bien diferenciada en Estados Unidos. Fue una guerra entre pueblos.

* De cinco millones de blancos del Sur sólo 48 mil eran hacendados (con mas de 20 esclavos), pero constituían su clase gobernante: dominaban la economía y la política. La mayoría de los sureños estaba apegado a la peculiar institución de la esclavitud. Hasta la rata más pobre aspiraba a tener esclavos, era un símbolo de éxito social. Todo el excedente financiero del Sur se destinaba a comprar más esclavos y tierras. En el Norte, a la industria.

* Carolina del Sur fue el corazón de una secesión regional, que fue tanto un interés económico como un estado mental. Por eso el sur rebosaba de entusiasmo bélico y luchó con fanatismo hasta el final.

* En cuatro años se libraron doscientos treinta y siete batallas con nombres y muchas otras acciones menores y escaramuzas. Hubo más de un millón de bajas. Fue una terrible demostración de lo que un hombre decidido con su rifle es capaz de hacer contra un enemigo.

* La batalla típica fue aquella signada por la ambigüedad de su desenlace, no obstante el gran número de bajas en ambos bandos. Un anticipo de la I Guerra Mundial.

* La mayoría de los soldados eran campesinos veintiañeros.

* Fue básicamente una sangrienta guerra de desgaste en la que las bajas estuvieron equitativamente distribuidas y cuyo desenlace favoreció al ejército que mejor soportó la agonía.

* Unidad por unidad, y tal vez hombre por hombre, el ejército confederado superaba en calidad al de la Unión, de modo que el Norte triunfó al final gracias a su mayor número de soldados y sus recursos superiores.

* Desde las victorias de julio de 1863 en Gettysburg y Vicksburg la derrota del Sur era inevitable.

* Un siglo le costó, en términos de prosperidad económica, al Sur reponerse de la guerra.

* El conflicto puso fin, definitivamente, a la construcción de barcos de guerra de madera.  Comenzaba la era de los acorazados.

* Marx, que tenía un ojo excelente para la geografía estratégica, escribió profusamente sobre la guerra civil. Llamaba Secesia a la Confederación.

* El general William T. Sherman anticipó en su feroz campaña de dos meses en Georgia y las Carolinas la técnica de guerra psicológica empleada por Hitler en Rusia y por las potencias occidentales en el Tercer Mundo. La idea diabólica establece que el enemigo puede ser derrotado haciendo sufrir a su pueblo en cuerpo y alma.

* Walt Whitman fue el gran poeta de la Guerra de Secesión. Redobles de tambor es uno de los más espléndidos poemas de guerra jamás escritos.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno

lunes, 6 de julio de 2015

Perfidia

POR GUILLERMO BELCORE

En diciembre de 1941, Los Ángeles era un torbellino de histeria racial y pecado. Aventuras las veinticuatro horas del día. Un statu quo corrompido. Celebridades viciosas. Redadas como progromos. Comparte el gobierno de la ciudad el Departamento de Policía, un nido de víboras, gorilas analfabetos en la base y barones feudales en la cima, obsesionados por aprovechar cualquier resquicio para hacer dinero sucio. La policicracia venal tiene su propia ética paramilitar, sus códigos sociales informales y una poderosa tendencia a la ilegalidad. Se forjan oscuros lazos personales y profesionales. Sí, amigo lector. Tiene razón lo que está pensando: los parangones con la Argentina de 2015 son evidentes.

Nos lleva pues a los días de Pearl Harbor, la más ambiciosa y mejor lograda novela que ha escrito acaso el más inquietante escritor de novela negra de Estados Unidos. Se trata de la primera parte de una precuela. Perfidia (Random House, 780 páginas) fue pensada como antecesora de El cuarteto de los Ángeles -La dalia negra, El gran desierto, L.A. Confidencial y Jazz blanco- que abarca desde 1956 hasta 1948 También aparecen protagonistas de La trilogía americana -América, Seis de los grandes y Sangre vagabunda- que va desde 1958 y 1972. Reencontrarnos con esos personajes, justamente, es otro de los agrados del libro. ¡Y qué personajes talla James Ellroy (1948, Los Angeles)! La contradicción y la complejidad son sus rasgos destacados. Interactúan con las estrellas de la vida real. Verbigracia: el sargento Dudley Smith es amante de Bette Davis y hace de celestino del hijo playboy de Joe El Gallina Kennedy, es decir el alférez JFK que antes de sumarse a filas se cepilla a actrices de clase B, como Ellen Drew. Por cierto, el detective Smith, un irlandes grandulón y excepcionalmente inteligente se come la novela. Tiene un toque shakespeareano.

Como es tradición en la narrativa de Ellroy, cuya madre fue salvajemente mutilada cuando él tenía diez años, obra como disparador uno o varios asesinatos con abundante efusión de sangre. Aquí, la familia Watanabe es destripada con rituales antiguos, un día antes de que los Zeros arrasarán a la flota estadounidense en Hawaii. Los brutales policías de la División Homicidios (‘brutal’ es, en rigor, la palabra más usada en la novela) reciben la orden de resolver el caso antes de fin de año. La verdad no interesa a los poderes constituidos: se hace necesario encontrar a una escoria de origen japonés para endilgarle los espantosos crímenes, con el fin de distraer a la prensa de la expoliación y confinamiento en masa de los nisei so pretexto de eliminar el quintacolumnismo. Un capítulo malvado de la historia estadounidense. La esclavitud reinstaurada.

Se dispersa la trama en varios sentidos, siguiendo los tentáculos de Sin City. El jefe Jack Horrall saca una tajada del siete por ciento de una red de prostitución cara. El fiscal Bill McPherson es un dipsómano aficionado a las prostitutas negras de corta edad. El sheriff del condado, Eugene Biscailuz (personaje de la vida real) cobra trescientos dólares la noche al capo de la mafia judía, Bugsy Siegel, para concederle un alojamiento de marajá. Su ayudante regentea un antro de esclavas lesbianas y tiene un hijo idiota y asesino, otro protegido del temible sargento Dudley. El capitán William Parker quiere depurar la ciudad de comunistas para redimir sus propias vilezas. Recluta como informante a la promiscua Kay Lake, una arribista de gran talento que traiciona sus principios izquierdistas por el mero placer de la aventura. Kay es la chica del agente Lee Blanchard (aunque sin sexo), quien había organizado el robo a un banco… Y así, de canallada en canallada, con trapacerías de toda índole, y paladas y paladas de sordidez, pero también de arte detectivesco, llegamos al final. La lectura siempre es atrapante. Perfidia (el título alude también al bolero del mexicano Alberto Domínguez) es oceánica, una obra ansiosa por incluirlo todo.


Rafagas de Uzi



Del estilo sólo pueden decirse cosas buenas. Ellroy escribe como si esgrimiera una Uzi. Frases cortas, casi sin subordinadas. Ráfagas de ametralladora. Hay escenas memorables, tremendas. Hay diálogos que cortan como una navaja. La voz sedosa del sargento Dudley es fascinante. La erótica de la obra se manifiesta, además, en el acabado y la psicología de los personajes, la reconstrucción histórica, la crítica social al fascismo y a la izquierda caviar, el sentido épico. Una novela excelente que ha conquistado a la crítica estadounidense y que eleva a su autor al Panteón de los Grandes Novelistas. Decir, incluso, que es "una gran novela policial" es rebajarla; Perfidia pertenece a la Alta Literatura pues conforma un fresco impresionante (como el de los muralistas mexicanos) de la policicracia angelina y ofrece un relato alternativo de la historia estadounidense (la eugenesia era una idea fuerza poderosa que cruzaba las fronteras). Respecto a la corrupción sistémica, es curioso como un retrato minucioso de los años cuarenta del Oeste de Estados Unidos ayuda a comprender a lo peor de la Argentina de los albores del siglo XXI.

Aquí tenemos, por encima de todo, una novela de personajes. Merece un párrafo el personaje de Hideo Ashida, el mejor criminalista de laboratorio de la Costa Oeste y por consiguiente el único japoamericano al servicio del Departamento de Policía de Los Angeles. Hideo va hundiéndose en un abismo de degradación moral para salvar el propio pellejo y el de su familia. Sucumbe, en otras palabras, a las intrigas de los hombres lobo. Su drama es el de la conciencia que intenta mantenerse íntegra en un ambiente nauseabundo pero fracasa. En el universo Ellroy no existe la bondad desinteresada. Todo es quid pro quo y todo queda saldado. Se parece muchísimo al mundo en que vivimos los lectores. Uno concluye que el infierno, al fin de cuentas, está aquí, en la Tierra, pues los motores de millones de conductas serán eternamente la codicia y la degeneración. 

No obstante, vamos a cerrar con una buena nueva. Perfidia es el primer volumen de un nuevo cuarteto creativo, anunció su autor. A los 66 años, afortunadamente, James Ellroy se mantiene en forma para que nosotros, sus fans, podamos darnos el gusto de abandonarnos al gozo de la lectura.
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Excelente


PD: He aquí la banda sonora de la novela: https://www.youtube.com/watch?v=suwZviL8ivc 

miércoles, 1 de julio de 2015

Una hermosa noticia: reimprimieron 'Las varonesas'

Estoy feliz. El sello ‘Las cuarenta’ acaba de enriquecer nuestro mapa cultural. Reimprimió una de las mejores novelas argentinas, una joya olvidada que tuvo la mala suerte de tropezar con la censura de la última dictadura militar pero que, a Dios gracias, le encantó en España a Roberto Bolaño a principios de los años ochenta.

Algo tuvo que ver este blog con la reaparición de Las varonesas (pinche aquí), un acto de estricta justicia artística. Hay un gran narrador en la ciudad de Santa Fe que se llama Carlos Catania. Su don merece un amplio reconocimiento y su obra maestra, por cierto, merece miles de lectores. En la Argentina también se han escrito (no muchas) magníficas novelas oceánicas.

Me gustaría compartir con los lectores del blog una parte del prólogo que escribí para la nueva edición de Las varonesas. El propósito es, naturalmente, despertar curiosidad y recomendar una de las lecturas que más he gozado en los últimos años:

El encanto de las quimeras

Por Guillermo Belcore

Cada principio de año me fijo ambiciosas metas como lector. En enero de 2013, una de esas promesas imposibles de cumplir fue “agotar la obra de Roberto Bolaño“. De inmediato, puse manos a la obra; compré ‘Entre paréntesis’, una recopilación de discursos, artículos periodísticos y miniensayos, recuperados por el gran crítico español Ignacio Echeverría. En la página cincuenta y cuatro, tropecé con un párrafo llamativo:

“... el narrador argentino Cataño, creo que ése es su nombre aunque no estoy seguro, autor de una novela notable y olvidada: ‘Las Varonesas‘, editada en Seix Barral a finales de los setenta, se marcho a Costa Rica, en donde estuvo viviendo hasta el triunfo de la revolución sandinista, tras lo cual se fue a Managua… ¿Dónde está Cataño ahora? No tengo ni idea. Sólo leí de él una novela. Espero que siga escribiendo”.

Bolaño, un crítico fiable, redactó el comentario a fines de los noventa en Barcelona, aunque le pifió con el nombre del autor (más adelante comprobé que algunos datos biográficos también eran apócrifos). Me picó la curiosidad. Acudí a Mercado Libre y conseguí un ejemplar usado de ‘Las Varonesas’ en el barrio de Belgrano, a la sazón el último disponible en la Argentina. Vaya suerte. Recuerdo perfectamente esa mañana luminosa. Recuerdo la emoción del descubrimiento, leyendo a Carlos Catania en estado de fascinación, en un café horrible de la zona. Debí postergar a Bolaño.

La pregunta era inevitable. ¿Quién es éste compatriota que ha urdido una de las mejores novelas de todos los tiempos, qué desmiente la sospecha de que los argentinos -con honrosas excepciones- son incapaces de labrar una novela oceánica; es decir, aquella que aspira a encerrar una porción sustancial del universo? Google y un amable colega del diario ‘El Litoral’ me ayudaron a encontrar al autor. La obra de Carlos Catania es el secreto mejor guardado de la ciudad de Santa Fe. No ha tenido la suerte de Juan José Saer. La dictadura militar prohibió la obra maestra de Catania en 1978 y hasta ahora no hubo reimpresiones.

Quise remediar la injusticia, desde una módica trinchera. Publiqué un largo artículo en el diario ‘La Prensa’, entremezclando la reseña con una entrevista al autor. Albino Diéguez Videla, el editor del Suplemento de Cultura, lo tituló: "Las Varonesas, la joya perdida de la literatura argentina“. ‘El Litoral’ tomó nota y conversó de nuevo con Catania. Añadí en mi blog una serie de intervenciones contra el olvido. Por fortuna. Matías Raia, un intelectual con una fina sensibilidad, visita a menudo ’La biblioteca de Asterión’. Así llegamos a la presente edición, una hermosa noticia para nuestro acervo cultural y para los lectores de fuste“…