lunes, 26 de abril de 2021

Ultimo viaje


 Por Antonio Requeni

Vinciguerra. 83 páginas. Poesía.

La neumonía de Wuhan, maldición de dimensiones bíblicas, no sólo ha traído a la Humanidad muerte, confusión y miseria. También permitió que brotaran algunas flores en las antípodas de China. El enclaustramiento en Buenos Aires hizo que Antonio Requeni, a los noventa años, volviera a tomar la pluma, "después de un largo período de sequía creativa", según la propia confesión de uno de los poetas más finos de la Argentina. En efecto, entre agosto y octubre de 2020 redactó dieciseis poemas delicados que aquí venimos a recomendar.

El volumen que reúne las dieciséis gemas se titula Ultimo viaje. "Tratar de ser felices a pesar/ de los días nublados, las pandemias/ los políticos y sindicalistas/...", nos sugiere el vate en Felicidad. "...flotar con los violines de Vivaldi/ o en los mágicos versos de un poema./ Tratar de ser felices pese a todo/ para siempre o sólo un rato." Es justamente lo que transmite su última colección de versos (¿última?, ya volveremos sobre el asunto), un instante de felicidad.

"...Siempre nos salva la literatura", canta Requeni en Pandemia 2020: "Hoy es lunes, mañana será martes,/ vendrán luego los miércoles y jueves, /después los viernes, sábados, domingos;/ días iguales a los otros días, / pero con miedo y olor a muerte...", describe la cruel cuarentena. "...¿Quién podrá venir a liberarnos/ de ese lento y tedioso cautiverio?...", se pregunta un literato que además fue periodista y compuso algunas de los mejores textos que han publicado La Prensa y La Nación. Requeni propone los ejemplos de Cervantes en Argel y de Bocaccio urdiendo cuentos lejos de la peste. Nos salvan escribir y leer libros.

A unas pocas cuadras del lugar donde quiere que esparzan sus cenizas (Parque Rivadavia), Requeni asegura -café de por medio- que no tiene ánimos para seguir escribiendo. El cuerpo está fatigado. Ha recibido un premio en España pero no piensa ir a buscarlo cuando termine la pesadilla. Le duele el alma por los que partieron a la Casa del Señor. "...Conmigo ahora el eco de sus nombres. /Fueron poetas, fueron mis amigos" (Amigos). Otras líneas (Cuando un hermano se va) lloran la "cera de tus párpados dormidos" del querido Julio.

Pero quién sabe. La cabeza privilegiada de Requeni está intacta. Caminamos por la Avenida Rivadavia y tras doblar en la calle República de Indonesia surge a mitad de cuadra un imponente edificio que es copia de un palacio florentino. El poeta cuenta su historia y la de los empedrados de madera que ennoblecían estos lindes de Caballito. Sugiere al autor de esta nota un libro: Buenos Aires, museo al aire libre de León Tenembaum, otra gloria de La Prensa. Si el neopobrismo vuelve a encerrarnos un año más, quizás la indignación del poeta estalle en otros versos afortunados.

Escribimos al principio que Requeni había vuelto a tomar la pluma. En Computadora deja en claro que prefiere las antiguas herramientas de redacción, como la Lexicon 80: "Adios pianito de escribir, amigo/ de tantas horas, dócil a mis dedos,/ obediente, capaz de escribir frases / burocráticas, simples o pedestres / ("Le hago saber que el 5 del corriente...")/ o unos versos perfectos e inmortales ("Con el número dos nace la pena"/".

La inspiración lo asalta a cualquier hora. Así lo revela en Insomnio, quizás el mejor de todos los poemas, decisión difícil pues hay muchos excelentes: "La cabeza en la almohada, como un pájaro muerto/ en el oscuro centro de la noche. De pronto/ todavía imprecisa, una palabra irrumpe/ se desprende del sueño, hace señas, insiste, /se desliza en los labios del duermiente poeta/".

Dos escritores reciben un justo homenaje en este librito sublime: Juan Filloy y Julio Verne. Del cordobés (cien años de vida y pico), Requeni recoge consejos existenciales: "Comer la mitad, masticar el doble,/ caminar el triple y reírse más/". Y los desestima no sin dolor: "¿Y de qué reírme cuando el mundo llora?/ ¿Y de qué reirme si todo va mal?". Del inventor del Nautilus, explica: "Me descubrió el placer de la lectura...". Concluye acongojado el poema: "Hoy siento que me invade la nostalgia/ el recuerdo feliz de aquellos días/ de viajero curioso por museos,/ ruinas, mercados, plazas, catedrales./ Ahora, inmóvil en mi cuarto espero/ la aventura del último viaje". 

Ultimo viaje fue entregado a la imprenta setenta años después de que Requeni publicara su primer libro. Lo cierra un romance tristón (Después) que conversa con la nada. "Como antes de haber nacido".

Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno

domingo, 18 de abril de 2021

Escribano, 60 años de periodismo y poder en La Nación

 


Entre mil estropicios, la irrupción de Internet en la vida social y económica ha demolido una institución venerable: la figura señera del Secretario General de Redacción. Esos colosos -cultos por vocación y tiranos por necesidad- ocupaban un lugar central en la Galaxia Gutemberg. Nadie importante rehusaba besarles la mano. Eran un peñasco en medio de pobladas redacciones, que encarnaban, mejor que nadie, el estilo y el espíritu de un gran diario. Entre ellos, uno de los mejores -sino el mejor- es el señor José Claudio Escribano (83 años). Un libro ha venido a rendir homenaje y discutir las acciones más controvertidas del factotum de La Nación durante buena parte de nuestro tiempo.

Los autores de Escribano. 60 años de periodismo y poder en La Nación (Planeta, 471 páginas) son dos ex colaboradores del majestuoso periodista. Hugo Caligaris y Encarnación Ezcurra han hecho los deberes con el viejo maestro. Mantuvieron con él 45 largas entrevistas; consultaron a familiares, colegas y competidores; y exploraron sus archivos personales, unas 40 carpetas.

El tono general del texto bascula entre la hagiografía pudorosa y la pregunta incómoda. Caligaris & Escurra no renunciaron a la pincelada de sensiblería, ese procedimiento tan desagradable en cualquier escrito. Y le infligen al lector dos o tres errores en relación a fechas (páginas 98 y 369), demostrando que los correctores son otra categoría laboral en franco retroceso. Pero son detalles. La obra tiene interés periodístico y valor histórico.

RECUERDOS DE PODEROSOS

Nacido en la clase media pero hombre del establishment al  fin (con casa en Punta del Este y propiedad rural como marca la tradición), Escribano va desgranando recuerdos de otros poderosos. De Frondizi le  impresionaba su frialdad; de Illia, su astucia zorruna. A Juan Domingo Perón le mandó a preguntar por qué había confiscado La Prensa y no La Nación: "Intervine La Prensa porque siempre fue un diario de la plutocracia internacional"
le respondió el "tirano prófugo" a través de Juan Daniel Paladino.

El entrevistado afirma ser un boina blanca, aunque preferiría una Unión Cívica Radical mucho más a la derecha de donde siempre ha estado ubicada (el novelista favorito de Escribano se llama Ernest Jünger, lo que demuestra dos cosas: es un buen lector y tiene talante conservador). Alfonsín le pidió que exculpe a Carlos Menem del escándalo de ventas de armas a Croacia; De la Rúa dependía de los  ansiolíticos, el whisky y los sedantes, revela. Mauricio Macri no le simpatiza; mientras que Marcos Peña es retratado como un petulante que, bajo el influjo duranbarbista, desprecia el periodismo tradicional.

El capítulo 3 está dedicado a la famosa entrevista privada que Escribano mantuvo en 2003 con Néstor Kirchner y Alberto Fernández. Fruto envenenado de la misma fue un artículo de opinión que generó, acaso, la mayor cantidad de repudios en la historia del diario fundado por Bartolomé Mitre. Es especial, porque pronosticaba que el nuevo gobierno peronista no iba durar más que un año. "No hay nada peor que escribir visceralmente", reconoce un caballero que dejó de comprarse mocasines en Guido porque los usaba el ex presidente santacruceño. 

A pesar de esto, Escribano ha mantenido una excelente relación con Julio De Vido y Aníbal Fernández (nos enteramos que el político de Quilmes es en la intimidad mucho más educado y amable). 

Al actual presidente de la Nación lo desprecia al punto de tacharlo de "pastelero'' o "muchachito de los mandados'' de los Kirchner. La venganza florentina de  Alberto Fernández ocurrió el año pasado y le pegó al periodista donde más le duele. Estupendo final del libro.

LINEA POR LINEA

Evoca Escribano con nostalgia la competencia línea por línea con La Prensa durante la edad de oro de los diarios de papel. Y reconoce que Máximo Gainza tenía razón al criticar con vehemencia la alianza promiscua entre Clarín, La Nación y el gobierno militar en Papel Prensa, ejemplo cabal de capitalismo oligopólico para debilitar la competencia y de venta del alma al diablo de un pilar republicano (la prensa libre) que debería mantenerse lo más lejos posible del Estado para cumplir con su razón de ser. Hoy la empresa fabricante de papel pierde mucho dinero y se ha convertido en una carga que La Nación no puede soportar, se lamenta el Gran Mariscal.

Tampoco le hace gracia el hecho insólito de que su diario se imprima hoy en los talleres de Clarín. En efecto, La Nación es el primer gran diario de la región que se ha desprendido de su planta gráfica y no se trataba de un simple rotativa sino de una instalación modelo. Levantar ese Behemot acerado a fines de los noventa dejó a la empresa con una deuda de 150 millones de dólares, que explotó en el default del 28 de diciembre de 2001. El propio Escribano debió pedir auxilio en Nueva York aWilliam Rhodes, banquero con ínfulas de filántropo, para que el Citibank no ejecutara la deuda.

Internet puso todo patas para arriba y aquella magnífica inversión en maquinarias de última generación concluyó en el fracaso de liquidar la planta gráfica y en la debilidad de que tu principal competidor de hoy en día conozcoa tu tapa y tus contenidos muchas horas antes de llegar a los kioscos. Insólito, ¿no?

Escribano abandonó la Secretaría General de redacción a los 69 años. Fue ascendido a Subdirector. Dice que desde 2006 no pisa la redacción de La Nación pero es obvio que nunca perdio su influencia. No le agradan algunas innovaciones que vinieron con la toma de control por parte de otra rama de la familia Mitre, los Saguier. El libro desmenuza, con espíritu crítico, la subordinación absoluta al marketing, la moda de los consultores y de los coaching (hay algunas prácticas francamente siniestras), el ingreso en tropel de los Opus Dei, la pérdida de prestigio del Suplemento Cultural, el rediseño "mamarrachesco'' de la revista dominical y la irrupción de redactores llanos cuyas creencias se encuentran en las antípodas de los valores y las ideas que el diario siempre ha defendido. Hasta el punto de que la redacción se retobó hace poco por un editorial impecable sobre la tergiversación izquierdista de la lucha contra la guerrilla en los setenta. "Si eso me hubiera pasado a mí, cuando era secretario general, habría renunciado'', asevera un viejo lobo de mar que ve espantado la falta de espíritu de cuerpo en su querida nave.

Ezcurra & Caligaris hablan al pasar de "ocaso'' y "decadencia irreversible'' de los medios de papel. Escribano apunta que el 70 por ciento de los periódicos en la Argentina se hacen con menos de veinte personas; son minipymes que sobreviven contra todos los vientos en contra. Con lucidez, entiende que una sociedad que renuncie a los diarios, lo que perderá será ``un mundo organizado por profesionales''.

El autor de este artículo cree que los diarios sobrevivirán quizás mediante algún artilugio tecnológico como los micropagos (se paga un valor ínfimo por nota leída). La lectura en papel de esa "primera versión de la Historia'' será -como siempre ha ocurrido con los libros- para los happy few. Más allá del soporte técnico, necesitarán los medios del siglo XXI de titanes como Escribano (una marca en sí mismos) que combinen erudición, enorme contracción al trabajo e identificación a pie juntillas con la línea editorial.

En todo caso, no es el diario tradicional el que entró en crisis sino la Modernidad entera. Todas sus instituticiones paradigmáticas se están licuado ante nuestros ojos azorados, como explica Zygmund Bauman en sus libros. La posmodernidad mediática es efímera, irresponsable, amateur, vocinglera y comunica, visceralmente, desde una trinchera. Definitivamente, no es mejor.

Guillermo Belcore

Calificación: Bueno

jueves, 1 de abril de 2021

El factor humano


 “Esta es la más inglesa de las convicciones: Toda emoción abiertamente expresada tiene que ser falsa“.
Graham Greene



Resulta difícil de comprender por qué una persona de la inteligencia y sensibilidad de Graham Greene (1904-1991) fue tan indulgente con el comunismo. ¿Era uno de esos esnobs que, contra todas las evidencias, cree que las democracias liberales son iguales a los despotismos marxistoides? ¿Fue un doble agente? ¿Fue un espía fiel a la Corona que hasta último momento quiso despertar la confianza de sus enemigos ideológicos? ¿Sus creencias católicas lo indujeron a respetar y anhelar esa otra Iglesia sin Dios pero con su propio catecismo, sacerdotes y obispos? Lo que está fuera de toda duda es que Greene fue un novelista de primera categoría.

Las preguntas y la aseveración que cierra el primer párrafo se suscitan tras la lectura, gozosa, de El factor humano (Emecé, 302 páginas, edición 1982). Es el fruto de un talento maduro (Graham cumplía 74 años cuando la terminó). Estoy tentado de afirmar que es la mejor de sus novelas, pero no puedo hacerlo porque no he agotado aún -¡ay!- toda la producción greeneana y además temo que la memoria, esa infiel, me juegue una mala pasada. No obstante ello, creo que es una novela perfecta.

 La erótica de la obra deviene de su profundidad psicológico, los juegos de ideas, el manejo de la escena, la elegancia de la prosa y el encanto de la historia. El tallado de los personajes es magistral. Dos villanos atrapan nuestra imaginación: Cornellius Müller, untuoso agente del BOSS (Bureau for State Security de Sudáfrica) y el doctor Emmanuel Percival, sicario amateur del MI6 (la agencia de espionaje externo de Gran Bretaña).

El libro nos lleva a una insignificante oficina del MI6, el Departamento para Africa Occidental y del Sur. La figura central es el analista Maurice Castle, la quintaesencia del burócrata encadenado a su escritorio. Ya está en edad de jubilarse. Vive con su joven esposa bantú y el hijo de ella en un típico suburbio de Londres. Se enamoró de Sarah en Sudáfrica, violando las leyes raciales de entonces. Como la mayoría de los grandes personajes de Greene, es un hombre maduro, atormentado, con la lealtad dividida. Su pueblo, su Patria, son Sarah y el pequeño Sam, un tópico de la literatura británica moderna.

Las autoridades descubren una filtración en la oficina de Castle; alguien está pasando secretos a los rusos. El coronel Daintry, un hombre íntegro, debe encontrar al traidor (¡ah, el extraño apetito por la legalidad del inglés, Borges decía!). ¿Pero qué hacer con el infiel?
Entre trago y trago con otro carcamán del MI6, el doctor Percival, latoso aficionado a la pesca, propone liquidarlo con maní mohoso (aflatoxina). He aquí, pues, otra espléndida trama de espionaje.

El factor humano es también una novela de propósito. Greene, ese moralista, quería denunciar la infamia del apartheid y mostrarle al mundo la podredumbre de los servicios secretos de su país. En el proceso, absuelve a la Unión Soviética de sus peores crímenes (Stalin, Budapest, Praga), pecados “accidentales” que en todo caso “están en el pasado“. Pero no oculta la miseria de la vida moscovita y los turbios manejos del espionaje soviético.

Quién lee con un lápiz en la mano, quedará saciado. En el último capítulo, hallarán dos sentencias memorables que copio para delectación de los amigos:
 

* "La felicidad es siempre una cuestión de personas, no de lugares"...
 

* "Siempre quedará el whisky, el remedio contra la desesperación"...


 

Este blog, discrepa con el maestro británico. Prefiere el vino tinto al whisky para aliviar la desesperación.
Guillermo Belcore

Calificación: Excelente