miércoles, 30 de abril de 2014

Estoy mucho mejor

David Foenkinos

Seix Barral. Novela, 343 páginas.

Toda novela que se precie se basa en una idea o en un principio. La viga que sostiene a Estoy mucho mejor es la extrema sencillez. La trama es simple; los personajes, rotundos; la escritura, clarísima, no le ofrece complicaciones ni siquiera al opa del pueblo. David Foenkinos (París, 1974) danza sobre la superficie de la condición humana. Es un celebrado hacedor de best-seller. Despiden sus obras el tufillo inconfundible del marketing.



No se trata, entonces, de Alta Literatura sino de esos híbridos que se empeñan en ser didácticos, al amalgamar ficción con autoayuda. Puede incluso que sea uno de los mejores del año, en la subcategoría que seduce a la gente con pocas exigencias. El libro explora la felicidad en la vida cotidiana, a contrapelo de los tiempos que corren. A un típico miembro de la clase media urbana de edad madura le aparece un nudo de tensión en la espalda. Piensa, obviamente, en que se va a morir; incluso desea una enfermedad incurable para desquiciar esa rutina que lo agobia, pues incluye traiciones deleznables en la oficina, desamor en la familia. Como todo el mundo, bah. El protagonista descubre que no hay terapia capaz de ayudarlo. Su problema es existencial. Debe salir del armario del dolor.

 Foenkinos dice que su autor de cabecera es Milan Kundera. Aquí muestra una nula capacidad poética y una pobre filosofía. Los retratos hacen rechinar los dientes. Uno tropieza con retórica de semejante calibre: “La carta del restaurante es la metáfora absoluta de nuestras frustraciones”. Se empeña endecirlo todo y se abruma al lector inteligente con observaciones tipo Jorge Bucay: “Reducimos tanto nuestra ambición de ser felices que la felicidad puede venir de ver tropezar a los demás”.

Curiosa suerte del libro. Fue pensado para todos, pero no puede ser recomendado para la legión de lectores que demandan densidades temáticas y estilísticas. Sencillez, cuántos crímenes se cometen en tu nombre.

Guillermo Belcore 
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.  

Calificación: Regular


 PD: No te quedes con mi sola opinión. En 'Página 12' se elogió este libro: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-5304-2002-01-01.html

lunes, 21 de abril de 2014

Payasadas

Kurt Vonnegut

La bestia equilátera, Novela, 220 páginas.


Kurt Vonnegut no tenía en alta estima a esta novela. En el ránking de sus obras publicado en 1981, le otorgó un vergonzante 'D' (Matadero cinco recibió un ‘A +’). Disentimos con el maestro. Payasadas incluye las partículas de excelencia razonada que han convertido a Vonnegut en unas voces más originales y sensatas de la literatura estadounidense. Contiene, por ejemplo, una de esas propuestas utópicas con que pretendía regenerar a Estados Unidos. Si básicamente todas las sociedades son tribales y la soledad es una carga para tantas personas, por qué no crear familias artificiales ampliadas. El Estado debería atribuir a cada ciudadano un nombre adicional y un número. Por ejemplo, mi documento nacional de identidad podría decir Guillermo Azul LXIII Belcore. Todos los argentinos que tuvieran el nombre intermedio Azul pasarían a ser mis parientes, con la responsabilidad que ello implica. ¡Je, je!

La novela pues comercia con la ciencia ficción, la sátira social, la poesía grotesca y la filosofía. Fue publicada por primera vez en 1976 y trae, como bonus track, una apretada autobiografía de Vonnegut, el descendiente de inmigrantes alemanes librepensadores. La ficción narra el Apocalípsis de Estados Unidos. Leemos las memorias del último presidente, un neandertaloide con seis dedos en cada mano y un par de tetillas adicionales en el torso, médico pediatra de profesión. La civilización occidental yace en ruinas, ha dilapidado los recursos naturales; millones de personas fueron exterminadas por la gripe albana y la Muerte Verde. Los chinos prosperan: convirtieron a las personas en miniaturas para ahorrar alimentos y descubrieron la forma de viajar por el Sistema Solar sin necesidad de naves espaciales (como los iconianos, ver TNG, II temporada, Contagion). La gravedad -tal como ocurrió en la época de los antiguos egipcios- se comporta de manera irregular; cuando está en leve se pueden levantar piedras como si tratara de juguetes.

Como se ve hay una prodigiosa imaginación en el timón de este libro. La prosa es correcta, avara, opera por restricción. Tiene un sabor único pero lo mejor de todo es la profundidad del escrutinio de la condición humana. Kurt Vonnegut  (1992-2007) era un especie de sabio.

Guillermo Belcore
Publicado el domingo en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Muy bueno


sábado, 19 de abril de 2014

Gabriel García Marquez (1927-2014)

Desde que César Aira rebajó su obra en el monumental Diccionario de Autores Latinoamericanos so pretexto de que el Gabo ejercía “latinoamericanismo programático”, se puso de moda en Buenos Aires desdeñar la copiosa producción de Gabriel García Márquez. En ciertos círculos esnobs se lo considera no sólo un folclorista sino también algo así como un narrador para adolescentes. Tremenda injusticia. El colombiano fue un grande verdad y no sólo porque escribió la novela más importante del boom latinoamericano.
En efecto, Cien años de soledad fue traducida a 50 idiomas y vendió más de 50 millones de ejemplares. Naturalmente, el éxito sin parangones y el amor de las multitudes puede explicar también el resentimiento de una parte de la intelectualidad porteña. Se sabe que los elitistas nunca perdonan la popularidad, por eso ni Stephen King ni Haruki Murakami (otros dos grandes novelistas) han sido aceptados plenamente.

Para quien esto escribe y para millones de personas, Cien años de soledad es una de las obras imprescindibles de América latina. Tiene el sabor delicioso de la narrativa oral, de las historias desaforadas que se escuchan al calor de una lumbre o en esos antros de mala comida y buena bebida. Se ha establecido que Macondo proviene de Aracataca, esa aldea perdida en el Caribe colombiano, donde GGM nació «el domingo 6 de marzo de 1927 a las nueve de la mañana», como él mismo detallara en sus memorias incompletas. Fue criado por sus abuelos maternos, un veterano de las guerras civiles, y una mujer supersticiosa, que dejarían una huella enorme en su literatura.

“García Márquez mandó de paseo a cuatro siglos de pudor narrativo“
, celebraba Mario Vargas Llosa a comienzos de los setenta. Las comparaciones con Cervantes, en su calidad de enormes transgresores, es inevitable. Oigamos al entusiasmo del peruano, fervor que no ha pasado de moda, la novela envejeció bien: 


“La imaginación aquí ha roto todas sus amarras y galopa desbocada, febril, vertiginosa, autorizándose todos los excesos, llevándose de encuentro todas las convenciones del realismo naturalista, de la novela psicológica o romántica, hasta delinear en el espacio y en el tiempo, con el fuego de la palabra, la vida de Macondo, desde su nacimiento hasta su muerte, sin omitir ninguno de sus órdenes o niveles de la realidad en que se inscribe: el individual, el legendario y el histórico, el social y el psicológico, el cotidiano y el mítico”. 

Por esta cumbre del realismo mágico que fue Cien años de soledad, GGM será recordado hasta el fin de los tiempos. Y se llevó a la tumba el misterio de su pelea con Vargas Llosa. Fue en 1976, cuando el peruano le dio una trompada que resonó en toda América latina al grito de «¡Cómo te atreves a abrazarme después de lo que le hiciste a Patricia en Barcelona!». Un lío de polleras que involucraba a la esposa del autor de Conversaciones en la catedral. Nunca se reconciliaron completamente, pero con toda justicia, ambos fueron galardonados tiempo después con el Nobel de Literatura: García Márquez, en 1982; Vargas Llosa, en 2010.


Las otras


Crónica de una muerte anunciada (1981) es la segunda novela imperdible del Gabo (por cierto, el apodo se le puso Eduardo Zalamea Borda, subdirector del diario El Espectador, donde a los 20 años publica su primer cuento, ‘La tercera resignación‘). Hasta Aira le reconoce “una muy lograda mecánica”. Es que sólo un maestro relojero puede ir acomodando las piezas con tanta destreza narrativa hasta demostrar una hipótesis constante de la producción garcíamarqueana: el destino es irrevocable. La muerte de Santiago Nasar, por una desfloración que acaso no había perpetrado, estaba escrita en las estrellas.

Otra excusa para despreciar al Gabo es su amistad sin fisuras con Fidel Castro.   Tras el triunfo de la revolución cubana en 1959, GGM se trasladó a La Habana, donde nace una militancia de izquierda y una cercanía con el tirano que perduraron hasta su último aliento. Por muchos años se le prohibió el ingreso a Estados Unidos, finalmente se hizo amigo de los Clinton, gracias a la mediación de Carlos Fuentes. Nadie le ha escrito un ditirambo mejor a Fidel que el autor de ‘Cien años de soledad’ (http://www.cubadebate.cu/opinion/2009/08/13/gabriel-garcia-marquez-el-fidel-castro-que-yo-conozco/#.U1FU4lV5Noo). En su defensa podríamos decir que a Platon también le gustaban los autócratas y ningún tiquismiquis hoy recomendaría dejar de leerlo. ’La cri-ética’, decía Borges, es la ciencia de los canallas. Las obras literarias valen por sí mismas. GGM escribió también una novela de dictadores, su favorita: El otoño del patriarca (1975). El amor en tiempos de cólera (1985), ya sin magia, también merece ser leída pero sólo por aquellas personas que gusten de las parodias sentimentales.

GGM murió creyendo que el periodismo es un género literario por derecho propio. Vale recordar que sus primeras armas las hizo en la redacción de un diario. Allí aprendió el oficio de una contar una buena historia. La imaginación, claro está, rellena los huecos. Nunca lo abandonó esa pasión, incluso la convirtió dos libros: Noticias de un naufrago (1955) y Relato de un secuestro (1996) dan cuenta de su genio para la narrativa veloz.

Hace dos años, Mondadori publicó en la Argentina Todos los cuentos de GGM. El autor de esta nota decía en 2012: “Hay que admitirlo, la composición es muy despareja. Uno puede comenzar la lectura en la página ciento veinticinco (digamos en ‘Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo‘) y no se habrá perdido nada del otro mundo. Parece que El Gabo anduvo ocho años con tanteos de sonámbulo hasta encontrar esa voz tibia y fabulosa que inventó al coronel Aureliano Buendía. Ha esculpido desde entonces al menos diez de los relatos más encantadores que provienen del trópico. Cómo ‘El ahogado más hermoso del mundo‘, poema en prosa que rehace el arte de la parábola“.

Si Roland Barthes tiene razón y una obra literaria remite forzosamente a otra obra literaria y esto es a la sazón lo único importante, debe señalarse que, al igual que Juan Carlos Onetti, GGM eligió escribir bajo la sombra de William Faulkner, no tanto por el estilo, sino en lo que a la metafísica y al proyecto de obra global se refiere. Por si hace falta, aclaremos -como señalaba el crítico Rodríguez Monegal- que el discípulo es también un creador no un mero repetidor. Macondo es, naturalmente, el condado de Yoknapatwapha. Y puede que todo el realismo mágico, hoy tan denostado, se halle contenido y prefigurado en el relato ’Al Jackson’ de Faulkner. Nada más parecido al desmesurado profundo Sur de Estados Unidos que la desmesurada América latina.

Postula este artículo que García Márquez va a quedar, de la misma manera que quedaron Salgari y Julio Verne. El colombiano fue una amalgama originalísima de barroco y surrealismo americano de espaldas a la fría razón narrativa. Con un aire de perplejidad, convirtió en literatura las fuerzas elementales de la naturaleza: el calor y las lluvias desmedidas, la guerra, la pasión que proviene del sexo o del odio. Tuvo un oído finísimo para el ingenio popular y las supersticiones ancestrales. Añadió Macondo a la cartografía universal: hoy lo sentimos más real que cualquiera de las ciudades grises que señalan los mapas. El Caribe colombiano llora al Gabo porque inmortalizó sus tonos, regustos y aromas, sus injusticias, mulatotas y blacabunderías.

Guillermo Belcore
Publicado hoy en el diario La Prensa

jueves, 17 de abril de 2014

La capacidad de delirar

V Ley de la Literatura: La capacidad de delirar es una potencia estética.

Harold Bloom, ese genio incomprendido, estableció que la calidad de la novela deriva de la combinación de cinco fuerzas: originalidad, sabiduría, exuberancia en la dicción, poder cognitivo y dominio de la metáfora. George Steiner, en una simplificación brillante, redujo las potencias a sólo dos: poética y filosofía; si tienes ambos talentos, o al menos uno, todas las otras virtudes -incluso la originalidad- vendrán por añadidura. La buena crítica literaria, pues, aquélla que persigue la dimensión estética irreductible ,y no quiere ser confundida con sociología o denuncia ideológica, se apoyará en estas premisas para desentrañar la forma en que un texto suscita un impacto. Este es mi credo, amigos.

Credo que me gustaría ampliar. Leyendo a Alberto Laiseca -el escritor argentino número uno según la autorizada opinión de Omar Genovese- conclui que hay otra energía creadora que delata al artista de fuste: la capacidad de delirar. Tienen ese genio Philip Dick y Stanislaw Lem, César Aira y Sergio Bizzio, por citar cuatro casos conocidos y desmenuzados en este blog. Laiseca, el campeón del realismo delirante, lo despliega con maestría en El jardín de las máquinas parlantes (próximamente la reseña), donde recrea un copioso mundo regido por la magia, en su variante esotérica.

Capacidad de delirar implica, naturalmente, una imaginación prodigiosa. El escritor, como si de un dios gnóstico se tratase, recrea una universo estrafalario, con sus propias leyes (la clave es que sea coherente en el disparate), que atrapa nuestra imaginación. Lo hizo Aira en La Liebre, por ejemplo, con su alocada civilización de indios pampas. Concebir un mundo incluso más absurdo que el nuestro no es moco de pavo. No se trata sólo de exagerar. Los delirantes, magníficos creadores de civilizaciones alternativas, moran en los círculos superiores del Parnaso literario.

Guillermo Belcore

domingo, 13 de abril de 2014

La mujer de Guatemala

V.S. Pritchett

La bestia equilátera. Cuentos, 283 páginas. Edición: febrero de 2014.

La literatura del Reino Unido del siglo pasado es una verdadera cornucopia. Meten mano las editoriales argentinas y entresacan siempre alguna pieza rara, fragante y seductora. Como en este caso. El sello La bestia equilátera rescató una recopilación de cuentos de sir Víctor Sawdon Pritchett (1900-1997), sofisticado hombre de letras cuyas narraciones breves desbordan de esa virtud tan indescriptible como esencial que Chesterton denominaba glamour y Stevenson, encanto.

El irónico estilo y los vívidos retratos de la clase media, son los rasgos más destacados de V.S. Pritchett, según la Encyclopaedia Británnica. La erótica de este volumen incluye también una divertida aproximación a la ’guerra de los sexos’, la sátira social (en especial del inglés flemático que no puede expresar sentimientos o entregarse a la pasión), la acumulación de caracteres estrafalarios, el sentido teatral, el humor fino, y una prosa clara y elegante (los retorcidos son los personajes). No faltan las metáforas agradables, como el notar que otros dos ojos grandes y marrones nos miran desde el torso de una mujer desnuda para nuestra satisfacción y extravío.

Se encontrará el lector con historias divertidas como la que involucra al prestigioso editor Julian Drood. Una fan llegada desde Guatemala, cuadrada como una caja, lo persigue por media Europa. Aparece en cada una de sus conferencias y hasta tiene el tupé de hacerse pasar por su amiguita o por su esposa. El legendario periodista la rechaza, le habla paternalmente, consigue alejarla. Entonces descubre dos cosas terribles: en realidad deseaba a la chica fea y nunca en su vida había gozado de una aventura sexual. ¿Histerismo masculino? No es el único bobo pedante del libro, hombres que ignoran cómo lidiar con el sexo opuesto, si es que alguien lo sabe.

Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Muy bueno

domingo, 6 de abril de 2014

Canadá

Richard Ford

Anagrama, 515 páginas. Novela. Edición 2014
Provocan las obras de Richard Ford una agradable sensación, la sensación de que se está en presencia de un auténtico novelista. A diferencia de esos plumíferos haraganes que nos roban el valioso tiempo, el escritor de Mississippi sólo trabaja con cuestiones trascendentes. En esta ocasión, aborda un misterio: por qué adultos medianamente inteligentes son capaces de convertir su existencia (y la de sus hijos, incluso) en un desastre. Por alguna razón, hay mucha gente que ansía hacer algo impresionante, sin medir las consecuencias. Ford también esboza una teoría sobre el destino y el carácter que refuta el espíritu de nuestra época cándida, en la que los conductistas van ganando la batalla cultural. Aunque nos duela pensarlo, existen los criminales natos.

Se narra en primera persona. Es la evocación melancólica de alguien que ha sufrido. Esa voz conmovedora ha sido comparada con la de Huckleberry Finn, nada menos. Dell Parsons tenía quince años cuando sus padres decidieron robar un banco. Pocos días después, la patética pareja de atracadores fue arrestada (la escena es tremenda) y al niño y a su hermana gemela se les cae el mundo encima. Dell se ve forzado a cruzar la frontera para no caer en las garras del Estado de Montana. En Canadá lo acoge un hombre siniestro. Debe presenciar asesinatos.

La lectura resulta francamente adictiva. Vuelan las páginas y uno pierde la noción del tiempo. Pertenece Ford a la formidable raza de escritores que sabe cómo cautivar al auditorio con una historia atractiva, dosificando la fuerza dramática, la información y el suspenso. Dejémonos de tonterías, ¿a quién no le gusta oír una buena historia? La prosa, con sus tersos y armoniosos párrafos, tiene un cadencia fascinante, una especie de música interna, diríamos. He aquí la única virtud primordial de la literatura, se ha sentenciado. Ford es un excelente hacedor de retratos y un artista de la palabra exacta. La traducción no obstruye, en ningún momento, la erótica de una obra magistral que corrobora que la novela oceánica, según el patrón decimonónico europeo, sigue viva y causando un intenso placer.

Guillermo Belcore
Publicada hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Excelente