domingo, 28 de febrero de 2016

Trece historias de mujeres exasperadas


La escritora más prolífica de la historia literaria de Estados Unidos, y acaso del mundo, se llama Joyce Carol Oates (1938, Lockport). Ha publicado casi cincuenta novelas, cuatrocientos relatos, una docena de ensayos, dramaturgia, poemas. Parece imposible que los argentinos que no leemos ficción en inglés podamos afirmar a ciencia cierta que conocemos su obra; que podamos redondear una opinión lindera a la verdad. Estamos a merced de una traducción con cuentagotas, y, como siempre ocurre, de versiones buenas y malas. El sello Alfaguara trae ahora una seductora colección de cuentos que han enaltecido a revistas estadounidenses y, en un par de casos, ha generado controversia. El libro es recomendable, pero no para toda clase de lectores. Una Alice Munro de segunda categoría cuyo propósito es ser la némesis de la egolatría masculina.


La química (ardiente) de los sentimientos es la ecuación fundamental del libro. "¡Es tan arriesgado querer a otra persona!", establece en la página ciento ocho una mujer devastada por la quimioterapia y las infidelidades del marido. "Como arrancarse la piel. Exponerse sin defensa al aire y a todo tipo de infecciones", se lamenta. Los personajes suelen ser damas que lidian con la amargura de la soledad, exitosas en su trabajo, empero. "Es de locos ser vulnerables como lo son las mujeres. Nada se merece tanto sufrimiento", cavila la señora Mickey. No obstante, se admite con pesar que una existencia dedicada exclusivamente a la profesión "no tiene en realidad ningún sentido, sin la vida interior, íntima"

En la primera y segunda parte del volumen, pues, un interesante tema de meditación es la propensión de algunas mujeres a permitir ser humilladas por hombres más poderosos. Es el caso de una poetisa que, mientras su padre agoniza a mil quinientos kilómetros de distancia, acude a una vieja ciudad en la orilla del Misisipi para enamorarse del adultero presidente de una universidad local y cazador desde siempre. O la ex alumna que accede a practicarse un aborto en una clínica rural de Winconsin (el procedimiento es tremendo; el aborto siempre es un trauma) porque su amante, el prestigioso profesor, no la quiere lo suficiente como para tener un hijo con ella. Oates denuncia sin estridencias la hipocresía de cierto tipo de intelectual progresista, rápido para respaldar las buenas causas, pero al mismo tiempo un verdadero canalla con sus mujeres.

Si de falsedades se trata, la aristocracia de Nueva Inglaterra reciben una tunda en ‘Cosas que quedan atrás, de camino hacia el olvido‘, una sucesión de equívocos que sellan la muerte de una chica filipina adoptada por una distinguida familia WASP.

‘Sexo con una camella, por otro lado‘, demuestra la legendaria capacidad de la gran dama neoyorquina para hacer literatura con cualquier anécdota trivial. Un adolescente acompaña a su abuela a realizarse una cirugía ambulatoria. Se escuchan dos o tres chistes muy buenos. Y hay una ausencia sugerida (he aquí la clave del cuento) y ominosa flotando en el aire. Las penurias de la salud quebrantada es otro de los temas favoritos de Oates. Sabemos de que se trata. Jugamos felices y despreocupados en la playa, pero en la maleza se ocultan las enfermedades y las lesiones graves para saltarnos a la garganta. Lo llamamos "destino".


Fantasmas

En el tercer tramo del libro, la autora de Carthage coquetea con la literatura fantástica. El espíritu de un chico despedazado en un accidente protagoniza 'Santuario, al borde de la carretera de Forked River'. Aquí el costumbrismo se enfoca hacia la ausencia de futuro de los hijos de la clase trabajadora de la costa de Jersey, otro enclave de la decadencia americana. Al parecer, después de la muerte nuestra alma sigue madurando. 'Los payasos' y 'Traición' -como los buenos relatos de Henry James- admiten una doble interpretación. Los protagonistas están chiflados o hay un elemento sobrenatural en la trama.

Llegamos al cuento que le da nombre al volumen y que cuando fue publicado en 'Harpers' generó una amarga polémica mediática. ‘Mágico, sombrío, impenetrable’ es una prodigiosa invención que revive a una de las glorias de la poesía estadounidense para hacerlo picadillo en nombre del amor filial. Una joven periodista, de apariencia inocente, virginal, logra lo imposible: desquiciar al anciano Robert Frost. La turbulencia de la insidiosa entrevista realizada en 1951 -de la nada se desata un huracán- crea una tensión casi insoportable. La decrépita e inútil antinomia entre arte y vida infame del artista ("emisario de lugares oscuros") entra en escena. "Poesía es lo que se pierde en la traducción", sentencia Frost. Buen punto.

Parricidio’, el último cuento, consume la friolera de ochenta y siete páginas. Evoca, también, la obra y la existencia de un león de la literatura (Saúl Bellow) devorador de mujeres, pero con un nombre ficticio. La narradora es su hija tan atribulada como ejemplar.

El interés que despiertan cada una de las trece historias hacen que la ordinariez de la prosa de Oates sea un dato intrascendente. La intensidad de las emociones eclipsa los cliches, redundancias, tendencia al estereotipo y al melodrama. Felizmente, casi todos los relatos son extensos, suelen narrar una vida entera, van y vienen en el tiempo. Y, como se dijo, están compuesto en clave de costumbrismo que va al hueso del alma estadounidense y de la condición femenina: amor, trabajo, arte, salud, vida familiar.
Guillermo Belcore
Calificación: Bueno

martes, 16 de febrero de 2016

Ravelstein

Emecé. Novela, 252 páginas. Edición 2001.

El talento es una flor caprichosa. Se marchita antes de tiempo, como lo prueban las penurias de Dashiell Hammet o Juan Rulfo; o se mantiene lozano a pesar de que el cuerpo -esa máquina cruel- se va degradando. Saúl Bellow (1915-2005) escribió Ravelstein a los 84 años y algunos críticos la consideran su mejor novela. No me da la talla para confirmarlo. Agotar la obra del Premio Nobel de Literatura 1976 es una de mis asignaturas pendientes. Lo que sí se puede establecer es que es un libro fascinante de la primera a la última página, una peculiar biografía, muy bien escrita, copiosa en ideas, que redondea un canto a la amistad masculina. Muy recomendable, pues.     

Recrea Bellow su intimidad espiritual con el filósofo político Allan Bloom (1930-1992), uno de los pensadores más influyentes de los ochenta. Los nombres de las personalidades reales han sido modificados. Bloom se llama Abe Ravelstein. Antes de morir le encarga al alter ego del literato que escriba un ensayo biográfico sobre su fecunda vida, pero sin distraerse con aquellas furibundas denuncias que incendiaron el sistema universitario de Estados Unidos. Debe ser escrito en el estilo de las reminiscencias después de la cena, cuando uno ha tomado unas copas de vino, está relajado y hace toda clase de comentarios. Debe mostrar los atributos del alma. Lo logró. El libro, de hecho, sólo se detiene en las ideas de Bloom sobre el judaísmo y sobre el amor, rescatadas de la Antigua Grecia (la mítica y generalmente infructuosa búsqueda de la mitad perdida).

Uno de las finalidades del libro entonces es revelarle al mundo el verdadero Bloom/Ravelstein, uno de los emblemas de la derecha estadounidense que murió joven por el maldito sida. Discípulo del famoso hegeliano Alexander Kojeve y del rey-filósofo derechista Leo Strauss, este erudito de poderosa calva no se propuso ser, empero, un ideólogo conservador (nunca idolatró el libre mercado), sino un excéntrico heraldo de la Ilustración que repudió, lo evidente: el empobrecimiento intelectual de las universidades. Lo vemos todos los días en la ciudad de Buenos Aires. Estudiantes sin sabiduría ni valores salen al ruedo como el potro entre la hacienda. El relativismo cultural -como pensamiento único- cierra las mentes, denunció en  The Closing of the American Mind (1987), el libro que lo hizo famoso e inmensamente rico (se vendieron sólo en Estados Unidos un millón de ejemplares) y enfureció a los académicos. El antídoto a la decadencia es volver a los textos clásicos. Todos los burros se unieron en su contra.

El Bloom/Ravelstein de Bellow era un maestro por encima de todo, un académico de filosofía política y educador genial, a la cabeza de una escuela de pensamiento. Esto representa a varios centenares de personas en Estados Unidos y Europa, funcionarios y periodistas muy influyentes. Creó una suerte de comunidad cerrada (ya volveremos sobre el tema). "Era posible que las opiniones de R. llegaran a incorporarse a decisiones políticas pero lo importante es que el seguía a cargo de la continua educación política de sus ex alumnos", se destaca. En un plano más pedestre, vemos a un hombre muy complejo. Un alto petimetre, un aristócrata víctima de su necesidad de objetos hermosos, un epicúreo gay cuyas apetencias sexuales lo condujeron a una muerte abyecta.

Hay un aspecto notable de la biografía. Si bien llega al alma del retratado, no siempre Bloom/Ravelstein es el protagonista. Surgen reflexiones sensatas y profundas. En la página 26, por ejemplo, se debate sobre la prosperidad de las democracias occidentales: "Con su alivio de la lucha por la supervivencia, hace ingenua a la gente. Dio rienda suelta a su pensamiento mágico". Aparecen personajes cautivantes (siempre con otro nombre) como Mircea Eliade o la segunda esposa del autor, Vera Bellow. Una insidiosa intoxicación en el Caribe ocupa las últimas treinta páginas.

GUERRA EN EL GOLFO


Este blog comparte básicamente -aunque tergiversado- el dictum derrideano: "No existe nada fuera del texto". Pero aquí debe hacerse una salvedad. Leer a Ravelstein en 2016 ofrece la posibilidad de reflexionar sobre los daños que han generado a la humanidad algunos de los soldados de la falange bloomiana. El que más alto ascendió (Bellow lo había anticipado) es nada menos que Paul Wolfowitz, número dos del Pentágono durante la presidencia de George W. Bush y luego presidente del Banco Mundial, un hombre clave en la II Guerra del Golfo. En la novela se lo llama Philip Gorman. No fue, por cierto, el único influyente del primer gobierno de Estados Unidos del siglo XXI que fue instruido por Ravelstein/Bloom cuando era un estudiante brillante y prometedor.

¿La metafísica platónica condujo a la destrucción de Irak y al actual desorden sangriento de Medio Oriente? Suena absurdo postularlo, pero uno se siente tentado a concluir que si las ideas tienen la misma fuerza que, digamos, los intereses económicos o los movimientos sociales un largo hilo de acontecimientos siniestros uniría a un catedrático que sostenía la existencia de elementos esotéricos en los textos clásicos de la Universidad de Chicago con el Estado Islámico. Maquiavelistas despiadados y sin principios -conocidos como los neocom- intentaron modelar medio mundo, hasta que fueron barridos de la Historia por la peor crisis económica en ocho décadas, colpaso que ellos mismos incubaron. El tema de los 'ravelsteinianos' nos conduce a meditar sobre el peligro que entrañan los 'iluminados'. Las obsesiones ('ideales' o 'convicciones' según los hipócritas progresistas), la escasez de dudas, el espíritu de secta hacen sentir a estos semejantes por encima de la verdad y de la decencia más elemental.

Guillermo Belcore 

Calificación: Muy bueno

lunes, 15 de febrero de 2016

Una sensación extraña

Por Guillermo Belcore



"No dura en la boca la mentira que se ha de contar, ni en las venas la sangre que han de derramar, ni en casa la chica que se ha de escapar".
 Dicho de Beysehir

La grandeza de la novela decimonónica, una de las cimas del arte universal, estriba entre otras razones en su capacidad para enlazar el destino de un individuo con el devenir de una gran nación. En el fatigado siglo XXI sólo los narradores de fuste son capaces de semejante proeza. Orhan Pamuk (Estambul 1952) es uno de los buenos.

En su novela más reciente (Una sensación extraña, Random House, 636 páginas), el Premio Nobel 2006 une la épica de un vendedor ambulante con la transformación de Turquía en general y de la poderosa, indómita y aterradora Estambul en particular. Como el lector sabe, el país islámico -un puente formidable entre Oriente y Occidente- se ha puesto de moda en Argentina gracias a las edulcoradas telenovelas. Podemos afirmar, sin sombra de duda, que las dichas y desdichas de Rayiha y Mevlut resultan más interesantes y nutricias que las de Sherezade y Onur.

La trama, conmovedora por momentos, ocupa casi sesenta años. El protagonista se llama Mevlut Karatas. Un hombre común, una hoja a merced de los vientos tumultuosos del cambio, la política y el poder. Llegó a Estambul a comienzos de los sesenta desde una aldea misérrima de la Anatolia para ganarse la vida como vendedor ambulante, de yogur primero, y luego de boza, una bebida dulce de baja graduación fabricada a partir de la fermentación del mijo, un vestigio precioso de los otomanos. Con su cara de niño y su voz preciosa, como la de los buenos muecines, nunca dejó de construir fantasías extrañas en su mente. Mevlut es un alma buena, un cordero que trata de ser invisible. Atormentado, como mercader que ve hundirse sus barcos en el Mar Negro, busca alivio caminando en la noche por los barrios. Es una persona mesurada, franca, honesta. Pamuk nos coloca frente a frente no solo a la maravillosa química de las calles (también puede ser terrible), sino a uno de los misterios del cosmos: una conciencia íntegra en medio de una sociedad corrompida. Sí, allá también. 

Como toda creación oceánica, la epopeya del inmigrante se expande en 
varias direcciones. Es una historia de amor: Mevlut cortejó con una avalancha de cartas románticas a Samiha, una belleza de su pueblo que había visto una sola vez, pero lo engañaron y terminó casándose con Rayiha, la hermana mayor que no era linda, a quien llegó a amar más que a nada en este mundo.

Es también una novela política y de ideas. Pamuk escarba en las tensiones que han desquiciado a la sociedad turca: sunitas vs. kurdos alevies; nacionalistas vs. marxistas o islamistas; tradicionalistas vs. modernizantes. Denuncia las dictaduras militares, la brutal persecución de las minorías, la destrucción del patrimonio cultural, la dolorosa pérdida de ciertas tradiciones (otras resultan agobiantes), la fiebre de hacer dinero.
Pamuk no ha podido resistir la tentación de los propósitos moralizantes, pero el ripio nunca llega a arruinar la elegía, muy bien documentada, de Estambul (todas las grandes urbes merecen una; Buenos Aires sigue esperando). Reproduce una cita melancólica de Baudelaire: "La forma de una ciudad cambia más rápido, ¡ay!, que el corazón de un mortal". Y sentencia: "También las cosas antiguas que heredamos de nuestros ancestros pueden ser sagradas".

En casi medio siglo, la megalópolis sobre el Bósforo pasó de tres a trece millones de habitantes. La caótica expansión de los suburbios, las monstruosas muchedumbres que llegaron desde regiones miserables para ganarse el pan no son el único factor común con Buenos Aires. El clima de degradación moral sabe familiar. "En este país hasta el ciudadano más estúpido aprende a sobornar", escribió Pamuk. Turquía también fue desgarrada por generales y almirantes que aplicaron tormentos a disidentes izquierdistas e invadieron una isla (Chipre) para engatusar al pueblo. La militancia aquí y allá es hipócrita o cínica. Rasque usted bajo la epidermis de un panturco, un fanático religioso o un vociferante progresista y encontrará, seguramente, ambición desaforada, codicia o resentimiento.

Eficaz pero no memorable

La prosa de Pamuk genera controversias. El Club de los Enloquecidos por la Originalidad Formal le ha reprochado falta de experimentación, convencionalismo. En verdad, hay en su novena obra de ficción cierto dejo pueril, y el procedimiento coral, aunque esclarece, fracasa en lo estético porque todas las voces suenan iguales, pero la sabrosa claridad de la escritura permite al lector abandonarse al goce de historias sumamente entretenidas. Las páginas, que no son pocas, vuelan. Como se dijo más arriba, hay situaciones que se leen con un nudo en la garganta mientras que otras resultan desopilantes. Sintetizando, la forma es eficaz pero de ninguna manera memorable.

Los turcos que aparecen en el magistral fresco de Pamuk son como los argentinos, gente pasional y familiera, propensa a las divisiones destructivas. Maltratado por sus gobernantes, explotado por los caciques, obligado a prostituirse para progresar, el pueblo turco de hoy es querible, no tiene nada que ver en apariencia con los implacables guerreros -perpetradores de matanzas- de antaño.Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
Calificación: Muy bueno

viernes, 5 de febrero de 2016

Los trapitos de Estambul

Todas las grandes urbes merecen una novela. Una elegía, en particular; es decir, una composición, con abundante poesía, en la que se lamenta y se reconstruye la degradación que ha sufrido la ciudad de marras, o algún aspecto aberrante de su pasado. Estambul ya la tiene; Buenos Aires la sigue esperando. En efecto, la colosal transformación de la antigua capital del Imperio Otomano (pasó de tres a trece millones de habitantes en cincuenta años) se narra de manera soberbia en Una extraña sensación, la novela más reciente de Orhan Pamuk

La obra acaba de llegar a la Argentina. Como es norma, planeo subir la reseña -cargada de elogios- después de que salga publicada en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa. Por el momento, me gustaría detenerme en la página cuatrocientos cincuenta y seis. Pamuk, que hizo un trabajo fenomenal de investigación en las calles (aprendan plumíferos argentinos) describe “la mafia de los cuicacoches” en Estambul. Transcribo un párrafo:

“En los últimos quince años, esas bandas de cinco o seis amigos procedentes del mismo pueblo, una mezcla de matones mafiosos y vulgares delincuentes con conexiones con la policía, habían proliferado por toda la ciudad, como las malas hierbas. A fuerza de puñetazos, navajas y pistolas, las bandas se arrogaban una especie de derecho de propiedad sobre una calle, una esquina, un descampado o cualquier lugar del centro de Estambul donde no estuviera prohibido estacionar, y entonces exigían un pago a todo el que quisiera estacionar allí y si se negaban les rompían las ventanillas, les pinchaban las ruedas o les rayaban las puertas de su nuevo y caro vehículo importado de Europa”.

Es notable como ciertas lacras que creemos endógenas -producto de la diabólica trenza tejida en democracia por políticos, barrabravas y policías corruptos- son comportamientos globales que brotan como hongos donde el Estado es débil o se ha depravado, como en la Argentina o Turquía. Más adelante, Pamuk refiere que los trapitos más avispados tienen “un mayordomo” que le consigue estacionamiento a los ricachones, incluso en playones pertenecientes a empresas privadas, que tratan de evitarse dificultades con los cuidacoches, pues saben de sus vínculos con la comisaría de la zona. Por una pequeña propina el hampón de pacotilla te limpia los cristales del auto, te lo lava y hasta te lo abrillanta.
G.B.