Graciliano Ramos
Beatriz Viterbo Editora. Autobiografía, 246 páginas
Graciliano Ramos (1892-1953), el hijo dilecto de Alagoas y el militante comunista, escribió uno de los libros imprescindibles de Sudamérica: Vidas secas (1938). Su prosa magra como el mandacarú pero de enorme eficacia, y su gran capacidad para explorar la condición humana elevaron el regionalismo brasileño a cotas que sólo un Guimaraes Rosa a la postre lograría superar. En sus páginas, palpita la tremenda dureza del Sertón y del Nordeste. César Aira establece en su Diccionario de autores latinoamericano -esa maravilla olvidada- que los dos libros autobiográficos de Ramos (Infancia es uno de ellos) están a la altura de sus novelas. Este blog ha constatado que la sentencia es irrefutable.
Tenía Ramos una singular manera de componer. Escribía largo y tendido, y luego quitaba, borraba, sustraía todo aquello que no fuese esencial. Economía de medios, llaman al procedimiento. Era una obseso de la concisión y la palabra justa. Esto no significa que el estilo enjuto sea pobre como moleque sertanero. Todo lo contrario. Hay descripciones minuciosas, vocablos vistosos y fragantes y una galería riquísima de personajes. Como dice la página veintiuno, uno debe perseverar en el medio de expresión que le parezca más razonable.
Transcribo un párrafo estremecedor:
“El viejo Frade, influyente en un municipio vecino, decía que nunca había matado a un hombre. Mataba bestias malvadas, muchas bestias malas. En mi municipio también asesinaban a hombres, aunque se prefirieran las bestias malas. Cuando un propietario partidario del gobierno quería molestar a un adversario mandaba a suprimirle algunos habitantes, y la persona amenazada le venía la tierra por menor valor. Si no vendía enseguida, nuevos habitantes iban desapareciendo, hasta que la transacción se efectuaba. Sólo raramente, en casos de ofensas personales, cuestiones de familia, se mataba gente de la clase alta. A esos se les tomaban los bienes, por medios más o menos legales. Pero la canalla era diezmada, las bestias malas del viejo Frade morían en abundancia, nos habituábamos a los cadáveres que manchaban la ciudad”.
El libro va engarzando así anécdotas deliciosas o crueles de los primeros años de Ramos. Lo real es maravilloso porque lo vemos a través de los ojos de una crianza. Hechos vulgares se convierten en cuentos de hadas. Se ambientan en un mundo en transición, el nacimiento del siglo XX, cuando todo el mundo, o casi, no sólo estaba convencido de que la letra con sangre entra, sino que los padres usaban el cuero o las orejas de sus hijos para desahogarse de las desdichas cotidianas. “Lo único que no se ahorraban eran retos y golpes”, relata Ramos, no con resentimiento y con un punto de humor que descalabra cualquier tristeza. Nunca deja de ser una lectura gratísima.
Guillermo Belcore
Este comentario, expurgado de primera persona, se publicó en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.
Calificación: Muy bueno
PS del 30 de junio: Quien desee más información puede pinchar aquí.
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