Por José Saramago
Editorial Alfaguara. Novela de 274 páginas, publicada en 2005. Precio aproximado: 40 pesos.
Da pena decirlo, pero José Saramago (Azinhaga, 1922) es prisionero de una fórmula gastada. El ardid es así: arroja un hecho inaudito sobre una comunidad desprevenida. Puede ser una ceguera fulminante o el voto unánime en blanco o un territorio que navega a la deriva. El poder establecido reacciona con crueldad, las mayorías muestran lo peor de sí y unos pocos corazones lúcidos encarnan la sensatez y la compasión. En este caso, el desencadenante revolucionario es la huelga de la muerte. Un primero de enero la gente deja de morir en un país de diez millones de habitantes.
El gran Premio Nobel escribió una fábula en dos partes, otro borbotón de ideas. En su mejor momento, paladeamos alta filosofía. El hombre frente a la Parca y ante la posibilidad de ser inmortal. Junto a ello, los abismos de una ideología recalcitrante, que abomina del prelado y del ministro. La realpolitik obliga al Estado a negociar con la mafia para los trabajos sucios. La Iglesia Católica es una corporación cínica cuya especialidad ha sido neutralizar, por la fe, el espíritu curioso. “Cada uno de nosotros es por el momento la vida”, sentencia un pesimista existencial que, sin embargo, tolera en sus páginas el desahogo del amor, en clave de melodrama.
En cuanto al estilo, siempre será un placer dificultoso leer a Saramago aunque, claro, también tiene sus detractores entre los amantes del modo lacónico, de la economía del lenguaje. Riqueza expresiva, sarcasmo e ironía filosa, ese peculiar artificio de empotrar el diálogo en los párrafos larguísimos, en fin, barroquismo al servicio de una causa.
Saramago ha definido a Las intermitencias de la muerte como su mejor novela de los últimos años. ¿Una bravata para disimular? En Portugal abrió una polémica; ¿puede leerse como una incitación al suicidio y la eutanasia?
Guillermo Belcore
CALIFICACION: Regular
Editorial Alfaguara. Novela de 274 páginas, publicada en 2005. Precio aproximado: 40 pesos.
Da pena decirlo, pero José Saramago (Azinhaga, 1922) es prisionero de una fórmula gastada. El ardid es así: arroja un hecho inaudito sobre una comunidad desprevenida. Puede ser una ceguera fulminante o el voto unánime en blanco o un territorio que navega a la deriva. El poder establecido reacciona con crueldad, las mayorías muestran lo peor de sí y unos pocos corazones lúcidos encarnan la sensatez y la compasión. En este caso, el desencadenante revolucionario es la huelga de la muerte. Un primero de enero la gente deja de morir en un país de diez millones de habitantes.
El gran Premio Nobel escribió una fábula en dos partes, otro borbotón de ideas. En su mejor momento, paladeamos alta filosofía. El hombre frente a la Parca y ante la posibilidad de ser inmortal. Junto a ello, los abismos de una ideología recalcitrante, que abomina del prelado y del ministro. La realpolitik obliga al Estado a negociar con la mafia para los trabajos sucios. La Iglesia Católica es una corporación cínica cuya especialidad ha sido neutralizar, por la fe, el espíritu curioso. “Cada uno de nosotros es por el momento la vida”, sentencia un pesimista existencial que, sin embargo, tolera en sus páginas el desahogo del amor, en clave de melodrama.
En cuanto al estilo, siempre será un placer dificultoso leer a Saramago aunque, claro, también tiene sus detractores entre los amantes del modo lacónico, de la economía del lenguaje. Riqueza expresiva, sarcasmo e ironía filosa, ese peculiar artificio de empotrar el diálogo en los párrafos larguísimos, en fin, barroquismo al servicio de una causa.
Saramago ha definido a Las intermitencias de la muerte como su mejor novela de los últimos años. ¿Una bravata para disimular? En Portugal abrió una polémica; ¿puede leerse como una incitación al suicidio y la eutanasia?
Guillermo Belcore
CALIFICACION: Regular
PD: Hasta donde sé, el peor libro de Saramago de los últimos años. De todos modos, es Saramago. Observa está definición: “funcionario es alguien que no conoce nada de la vida real”.
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