viernes, 30 de agosto de 2013

Necrópolis

Boris Pahor

Anagrama, autobiográfico, 259 páginas. Edición 2010.


Las dudas son inevitables. ¿Qué importancia tiene hablar sobre los recursos retóricos de un texto que nos enrostra el mal absoluto como si de un escupitajo se tratase? ¿Puede elogiarse la calidad de una prosa cuando el tema es la destrucción sistemática de miles de semejantes? ¿No es frívolo pensar en figuras de ficción cuando la perversión nazi se arroja sobre la mesa? Y sin embargo… El genio de un gran escritor siempre se las compone para alzarse por encima de la realidad por más siniestra que ésta sea; sobrevuela y eleva su trabajo hacia los cielos trasparentes dejando atrás la superficie de un pantano putrefacto poblado por criaturas infernales. Quiero decir: aun en la evocación del campo de concentración de Natzweiler-Struthof puede encontrarse una intención estética. En forma y fondo, entonces, he aquí una obra extraordinaria. 

La autobiografía novelada puede compararse con la mejor creación de Primo Levi. También Boris Pahor ha encontrado el tono justo para narrar su calvario en manos de los esbirros de Adolf Hitler. Volvió del Averno -”donde la maldad del hombre triunfaba sobre dolor humano”- y quiso contarlo sin estridencias, pero hilvanando una serie de escenas en el Läger que causan escalofríos. Oigamos su voz tranquila:

“Ningún panal podrá jamás ilustrar el estado de ánimo de un hombre que tiene la sensación de que el tazón de hierro de su vecino contiene medio dedo de líquido amarillo más que el suyo. Está claro que podría reproducirse la expresión de los ojos con esa mirada especial que crea el hambre; pero jamás podría captarse el desconsuelo de la cavidad bucal, ni siquiera los movimientos automáticos del esófago. Como podría, entonces, una fotografía mostrar los matices últimos de la lucha interior invisible, en la cual los principios de la buena conducta en la que habíamos sido educados ya hacía mucho que habían sido derrocados por la ilimitada tiranía del epitelio estomacal”.

Sí, la terrible “ilimitada tiranía del epitelio estomacal”. A un montón de células famélicas rebajaron los nazis a los hombres, a personas que se sentían racionales y normales como usted y como yo. No hace tanto. Fue después de la aparición del cristianismo, el derecho romano y la Ilustración. Transcurrieron sólo setenta años. Pero incluso en ese escenario inconcebible, hubo espacio para los actos heroicos. Pahor lo atestigua.

El esloveno

Necrópolis fue concluido en 1966, pero llegó al idioma español treinta y cuatro años más tarde. “Es un retrato completo y al mismo tiempo conciso -nunca patético- de la vida (de la no vida, de la muerte) en el campo de concentración”, resume Claudio Magris en el prólogo. Su autor proviene de la valerosa Eslovenia, nación alpina y eslava que en 1991 rompió las cadenas de Yugoslavia. “Nos parecemos a los judíos y a los gitanos, porque, al igual que estas dos estirpes, también la nuestra a lo largo de su historia se ha resistido a la asimilación”, escribió Pahor. Con sus jóvenes cien años (!!!), el artista vive aún en Trieste, ciudad donde nació en 1913 y donde debió ver cosas que un niño nunca debería ver. Transcribo de la página 42:

“A quien en edad escolar haya conocido el pánico de una comunidad aniquilada a la que se obliga a mirar impotente cómo las llamas consumen su teatro en el centro de Trieste, a éste le han mutilado la visión del futuro para siempre. El cielo sangriento sobre el puerto, los fascistas enfurecidos, derramando nafta por el edificio orgulloso y luego bailando al lado de la hoguera impetuosa, todo ello se graba en el interior de un niño y lo traumatiza”.

El procedimiento narrativo es de notable eficacia en su sencillez. El narrador vuelve a visitar el campo de la muerte en Alsacia, convertido ahora en una atracción para turistas. Se indigna ante los respetables paseantes dominicales, por la mezquindad de su imaginación. Lo que ve y lo que oye Pahor va gatillando su memoria. Viajamos a 1944. La sucesión de escenas -aliviadas con reflexiones filosóficas de primera categoría- nos cortan el aliento. El crepitar del horno alimentado con carne humana, por ejemplo. “No estaría mal que alguien investigara el perfil psicológico del que inventó las tenazas que servían para arrastrar un cadáver hasta el montón de otros cadáveres, y desde allí a un ascensor de hierro ubicado debajo del horno”, apunta Pahor. La sucesión de recuerdos es impresionante. No se escatiman detalles: el sonido de la botas de los oficiales de las SS (la hez de la humanidad) bajando por las escaleras por la derecha y por la izquierda, por ejemplo. Con esas texturas gemebundas sin par se ha construido la obra. Los extensos párrafos son algo así como cuadros ampliados de Pieter Brueghel.

Pahor, el partisano, cumplió el papel de enfermero en una fábrica de la muerte. Sobrevivió -explica- porque “en la relación de los oficiales de las SS con los enfermeros siempre había un poco de respeto, como si no pudiesen creer que nos dediquemos a pacientes que creaba el mundo del crematorio”. Sobrevivió por su función añadida de sepulturero, que le permitía aprovechar pequeñas ventajas como una prenda de vestir o un mendrugo de pan que dejaban los muertos. Sobrevivió por “la fe inamovible, sorda y ciega en la posibilidad de sobrevivir”. Se concentró en ayudar a los otros y también tuvo mucha suerte: llegó al matadero al final de la guerra y la enfermedad apenas lo rozó con sus alas de cuervo. Permaneció “indiferente y romo” mientras lo arreaban de un campo a otro, al compás de la retirada alemana. El miedo le había paralizado el sistema nervioso, toda la red de nervios más finos, pero el miedo también lo protegió de un mal mayor: la desesperación

Con su cuidada atención para que las palabras se correspondan exactamente con las imágenes, este texto es como una suerte de monumento triste a los millones de víctimas del fascismo europeo. Es un libro imprescindible (y muy bien escrito, aunque suene insustancial decirlo). Si la literatura cuenta con algún valor social, Necrópolis lo tiene. Proteger a la especie “del olvido humano“, de “la inconstancia de la conciencia fluida”. Establecer que el placer de la destrucción es una de las fuerzas más poderosas del universo.

Guillermo Belcore 


Calificación: Excelente


martes, 27 de agosto de 2013

Adios a Bech

John Updike

Tusquets. Novela, 300 páginas. Edición 2013.

Después de leer el último volumen de la trilogía de Bech se tiende a pensar que el enorme John Updike (1932-2009) inventó al adorable escritor judío que la protagoniza para vengarse de sus enemigos. “Hay alguien al que quieres ajustarle las cuentas o algún rival al que quieres superar. La ficción se convierte entonces lo que los psiquiatras denominan una elaboración. ¿O lo llaman acto de exteriorización, establece Bech ante un adversario (Goethe decía algo parecido: los escritores están condenados a odiarse).

Y a quién apunta esta vez el diestro explorador del alma estadounidense: a los refutadores de su maestría. Ya setentón, el fervoroso literato y relativamente fracasado Henry Bech, se dedica a asesinar críticos, como si de alimañas se tratase y con el propósito (¿noble?) de que la fealdad de este mundo sea erradicada. En plena faena creativa, lo otorgan el Premio Nobel Literatura no por sus méritos artísticos y entonces espeta a esa pandilla de esnobs de la Academia Sueca el discurso que al propio Updike, seguramente, le hubiese encantado pronunciar en Estocolmo. Por cierto, su prolífica obra, casi imposible de agotar, merecía ese galardón.

La erótica de Adiós a Bech se encuentra tanto en sus metáforas contundentes como en las observaciones penetrantes sobre aquel engorro que solemos denominar realidad (el libro fue escrito en 1998). El alter ego de Updike -con algo de Roth, Bellow y Malamud- descuartiza al socialismo real (la Checoslovaquia previa a la Revolución de Terciopelo), el desalmado y corrupto mundillo artístico de Nueva York, la vana producción de entretenimientos de Los Ángeles, la irrupción de Internet. La mirada es la de Fogwill o la de Nabokov, el semidios, el entomólogo, el cínico sin remedio que observa la comedia humana y menea la cabeza desesperanzado. El libro debe leerse entonces como una sátira. Demoledora y divertida en casi toda su extensión.

Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Bueno

PD: Aquí la reseña del primer volumen de la trilogía: http://labibliotecadeasterion.blogspot.com.ar/2012/09/un-libro-de-bech.html




domingo, 25 de agosto de 2013

The Fall, la serie

Belfast es una ciudad de tamaño mediano, decadente por el éxodo de la industria pesada, húmeda como un pantano, latinoamericana en su desaforada polarización, por aquello de que mi Dios es mejor que el tuyo. Es la capital del IRA dinamitero y de los extremistas protestantes que defienden a balazos la voluntad de seguir siendo súbditos de su Serena Majestad Isabel II. Pero no todo es política. El asesinato de la nuera de un influyente convoca a Irlanda del Norte a la detective superintendente Stella Gibson, gélida como las tetas de una bruja, eficiente como un bisturí. Descubre que no se trata de un crimen aislado: repta por las calles de Belfast un asesino y violador en serie que va creando su propia pornografía. Estrangula con sus propias manos a sus víctimas, todas jóvenes, bonitas, morenas y exitosas en lo suyo. Días después, se masturba mirando las fotos del cadáver prolijamente arreglado.

He aquí el argumento de otra maravillosa serie de la BBC, que no puedo dejar de recomendar con toda convicción
. El anzuelo y la carnada obviamente es el retorno de Gilliam Anderson, en su papel de oficial a cargo de la investigación. Ahora rubia fatal, con suave acento londinense, licenciada en antropología, brillante policía, aunque incapaz de comprender el impacto devastador que causa entre los hombres. Aquellos exaltados que durante años clamaban por ver en los Expedientes X a la agente Scully sumida en el frenesí sexual, ahora se verán recompensados. El adversario de Stella se llama Paul Spector (Jamie Dornan) un consejero matrimonial desquiciado. Todos somos Jekyll y todos somos Hide (por eso Stevenson es inmortal). Paul es un padre de familia amoroso, protector de mujeres ultrajadas durante el día; homicida múltiple durante las noches.

Fiel a la premisa de que siempre es preferible calidad a cantidad, la BBC sólo elaboró cinco capítulos de The Fall, pero el final abierto hace presumir que habrá una segunda temporada. La espléndida detective  (foto) no puede no quedar. Es un personaje que atrapa nuestra imaginación. La intención artística se percibe también en el trabajo del director Jakob Verbruggen (recuerdo en particular ciertos planos cenitales), las sólidas interpretaciones, la tensión dramática, y, especialmente, el moroso ritmo narrativo, acaso más propio de los libros que de la televisión, pero en cualquier caso una virtud que separa a los productos británicos del alocado mainstream estadounidense, tan apegado a la acción violenta. Y como si todo esto fuera poco, está el contexto. Belfast es una sociedad en carne viva, sanando día a día las heridas infligidas por el imperialismo británico.

Guillermo Belcore

Calificación: Muy buena.

miércoles, 21 de agosto de 2013

Sensibilidad

El diccionario de Asterión IX


SENSIBILIDAD:


Sust. Común: Mecanismo interno que reacciona a lo que está frente a él: una buena (o mala) frase, una escena vívida y emocionante (o borrosa y plana) Es una cualidad absolutamente esencial. Sin ella, el lector (profesional o no) es similar a un burro con una flauta. Una sólida cultura literaria no implica una gran sensibilidad. Obsérvese el caso de Nabokov, incapaz de disfrutar (o al menos reconocer) a Thomas Mann o a Faulkner. Un caso de sensibilidad imperfecta.

Hasta aquí, la reflexión de Thomas McCormack en su esclarecedor ensayo La novela, el novelista y su editor (Pinche aquí). Añado que probablemente no exista una sola clase de sensibilidad. Hay un punto de capricho tanto en la admiración como en el rechazo honesto; es el capricho derivado del gusto, que se forja tanto con las predisposiciones de nuestra psiquis como de la experiencias y el aprendizaje. No todo es para todos, convengamos. Borges sostenía que Goethe es la forma más famosa del tedio, otras personas inteligentes juran que es la cima de la literatura (lo mismo se aplica a Joyce). Nada tiene que ver la sensibilidad, naturalmente, con la aprobación generalizada y acrítica del diarismo ante, por ejemplo, las mercancías defectuosas de la literatura argentina. Aquí opera el amiguismo, la cobardía y el cálculo económico.

lunes, 19 de agosto de 2013

Derrida

Benoit Peeters

Fondo de Cultura Económica. Biografía, 681 páginas. Edición 2013


¿Quedará Jacques Derrida? ¿Fue un pensador serio y original o un metáfisico inútil y oscuro? No parece razonable hoy evocarlo como un maestro del pensamiento aunque nadie puede ignorar que el hermético Derrida ha producido conceptos muy potentes. Un ocurrente definió a la deconstrucción como "el producto más rentable que se haya lanzado jamás al mercado de los discursos universitarios''. Sobre todo en Estados Unidos, donde llegó a contaminar la crítica literaria, la política educativa y hasta el derecho.

Más allá del oportunismo y del entusiasmo pueril de los estadounidenses por las modas culturales, detrás de todo este movimiento educativo hay un hombre con un talento extraordinario. Le hace justicia, por fin, una minuciosa y apasionante biografía, aunque basada, como es tradición, en un exceso de simpatía.

Benoit Peeters realizó un trabajo soberbio. Abarca desde la Argelia colonial hasta el Par¡s del siglo XXI. Recopiló bellísimas cartas y testimonios de amigos y parientes. Exhumó polémicas asesinas con colosos de la talla de Foucault o Levy-Strauss. Derrida, el enorme pedagogo, el filósofo iconoclasta, el "talmudista enloquecido", el seductor empedernido, el fino estratega que va conquistando plazas como si estuviese jugando al TEG. También, el intelectual comprometido encarcelado por los comunistas checos (Mitterrand lo salvó) y el padre que abandonó a su hijo. El paseo junto al Gran Personaje resulta absolutamente placentero.

Derrida volvió enigmático mucho de lo que creemos entender (la biografía esclarece algunos puntos). Seguramente va a quedar. Primero porque se trató de un escritor de primera categoría; segundo porque al final del camino siempre tropezamos con Hegel: el sofisticado creador de neologismos será vislumbrado como un síntoma de su época, de la obsesión de los años sesenta por repudiar todo lo heredado.

Guillermo Belcore
Publicado el fin de semana pasado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Muy bueno


PD: En la excelente reseña publicada en The Guardian (pinche aquí), Terry Eagleton llama la atención sobre una irritante modalidad de la escritura derridiana: el abuso de la pregunta retórica. 

martes, 13 de agosto de 2013

Desperdicios

Eugene Marten

Fiordo. Novela, 91 páginas. Edición 2008


Zygmunt Bauman sostiene que uno de los rasgos decisivos de la modernidad líquida (esa confusión que fluye ante nuestros ojos) es la producción de desechos a niveles demenciales y con un ritmo de vértigo, incluso de vidas desechables. No sólo existen millones de desempleados -un ejército de mano de obra disponible- como en la era de la modernidad sólida, sino que hay millones de inempleables, una legión de parias (la llamada underclass) sin posibilidad alguna de insertarse en el mercado de trabajo. En este orden social -donde la inseguridad se encuentra a la orden del día- la basura prácticamente nunca se libra de sentido humano. Millones viven de ella, de lo que desechan los afortunados.

Sloper es uno de los perdedores. Está dentro del sistema aun, pero colgado con la punta de los dedos. Trabaja en una empresa de limpieza de grandes edificios, esa que recluta inmigrantes no calificados o a aquella escoria dispuesta a realizar los trabajos más arduos y repulsivos por un salario mínimo (o incluso menos, la explotación es la norma). El hombre es retrasado mental: “su vida es un silencio embarazoso”. Come lo que desperdician los demás. No sólo eso. Un día tropieza con un cadáver en el contenedor. ¡Es la chica del piso 24, siempre tan amable! Sloper la convierte en su amante. Sí, esta novela, de intensidad concentrada, nos ofrece no sólo un personaje inolvidable sino también escenas de necrofilia.

El norteamericano Eugene Martin (1959) ha deseado que su tercera novela muestre el revés de la trama. Lo que se esconde detrás de la brillante fachada de los rascacielos de vidrio y acero cromado. Soledad, desesperación, embrutecimiento, nostalgias. Se nos advierte sobre el final de la era sindical; quizás estemos ante un terrible cambio histórico. “El reflejo desmenuzado de la ciudad lucha por recomponerse, pero la corriente no se lo permite”, se lee en la página treinta y uno. Parece ser una metáfora.

La traducción de Martín Schifino revela que el autor no es un gran estilista, incluso algunos diálogos suenan desarticulados. Pero la novela nunca deja de conmover. Sloper, el retardado, atrapa nuestra imaginación, como el Benji de William Faulkner. Anote: Eugene Martin. La habilidad para inventar personajes que no se borren de la memoria delata al escritor de primera categoría. Pocos, muy pocos, tienen el don.

Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno

sábado, 10 de agosto de 2013

Nombre de perro

Élmer Mendoza

Tusquets. Novela policial, 209 páginas. Edición 2013.


Estableció Thomas Mann que la novela debe recoger muchos hilos humanos en la urdimbre de una sola idea. Fiel a la sentencia, Elmer Mendoza (Culiacán, 1949) narra en su último thriller -engañosamente corto y muy bien escrito- varias historias paralelas que convergen, como corresponde, en un final a todo trapo. La idea subyacente atañe al México que hoy se desangra ante la mirada horrorizada de los que amamos a esa nación imprescindible: “cuando hay tanta violencia como ahora no hay gente normal, siempre aflora lo peor de cada uno”. Podría decirse lo mismo de Siria o Afganistán, pero no nos engañemos: también de los barrios más calientes del conurbano bonaerense.

El detective Édgar El Zurdo Mendieta es reclutado por Samantha Valdez, jefa del Cartel del Pacífico, para investigar el misterioso asesinato de su amada novia. Mientras, un pinche mafioso de cuarta categoría va liquidando dentistas porque se la da la regalada gana. En tanto, el presidente Calderón hace la guerra al narcotráfico como atroz política, y un eficiente comando del Ejército ejecuta una venganza por amor, masticada con rencor durante décadas. ¿Falta algo? Ah sí, El Zurdo descubre que tiene un hijo de dieciocho años y policías de la ciudad de Mazatlan torturan a un vanidoso sólo para hacerse respetar. Fuerte, ¿no?

Sorprende la intensa escritura de Elmer Mendoza. Hay una saludable intención artística en el procedimiento de empotrar los diálogos en el párrafo, a lo Saramago. Hay un finísimo oído para captar el habla popular. No obstante, lo mejor de la novela es la intriga que nos mantiene aferrados de las solapas hasta el final y el retrato fiel de la aldea. Tiempos crueles -como todos, bah,- nos han tocado. Qué hacer con el narcocáncer y con la hipercorrupción. El hombre es demasiado (cita de Borges que abre este thriller tan atractivo).

Guillermo Belcore
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Bueno

PD: Fíjese usted, Samantha Valdez existe en la vida real: 

http://www.bbc.co.uk/mundo/ultimas_noticias/2013/07/130725_ultnot_eeuu_mexico_condena_sandra_avila_reina_jrg.shtml

domingo, 4 de agosto de 2013

Marxismo y crítica literaria

Terry Eagleton

Paidós. 163 páginas, Edición 2013. Ensayo sobre literatura y arte.

Olvídese por un segundo de los millones de muertos y otras aberraciones que la idea ha provocado en la Historia. Vayamos a la teoría. El marxismo adolece de una falla primordial: la pretensión científica. Verbigracia, la premisa “la transformación de la forma refleja un cambio ideológico” tiene para el dogmatismo colorado el mismo valor de verdad que el teorema de Tales. Esto, a pesar de que sus conclusiones aceradas no provienen de una base tan estable como las matemáticas sino de un elemento mucho más precario, provisional y engañoso: el lenguaje. Así todo, marxistas como el riguroso Terry Eagleton (Gran Bretaña, 1943) sostienen que se puede y se debe emprender un “método científico de crítica literaria”: explicar la obra en términos de la estructura ideológica de la que forma parte, que a su vez se transforma por el tratamiento artístico que la obra hace sobre ella.

Sofisticado y atrayente, ¿verdad? Útil, también, para que las antiguallas y esos chicos que pugnan por un lugar bajo el sol se destaquen en la manada. Es como la cresta que ostentaban ciertos dinosaurios. Pero hay un problema. Cuando relumbra, el análisis marxista nunca lo hace por la idea en sí sino por el genio individual del comentarista, un concepto aborrecido por rojos y deconstructivistas. El resto es de una desesperante monotonía.

Volvamos al libro. Se ha creído oportuno exhumar un ensayo publicado en 1976 que el prólogo enmarca en la tradición de “la crítica de la crítica”. En verdad, el señor Eagleton, polígrafo de las más exclusivas universidades británicas, se esfuerza para explicar lo que no debería ser considerado como “crítica literaria marxista”. Glosador de escaso vuelo teórico, revisa, a vuelo de pájaro, hipótesis de Marx, Engels, Trotsky (el más lúcido de todos), Plejánov, Lenin, Althusser, Lukács (injustamente maltratado), Brech y Benjamin, entre otros. La travesía no carece de interés, pero nada puede decirnos sobre el hoy. Tampoco logra responder el único interrogante que importa en este asunto: qué hace que ese texto seductor sea percibido como obra de arte. Es la estética, gente.  

Guillermo Belcore
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Regular


PD: Me parece absolutamente ridículo que el prologuista, Fermín Rodríguez, plantee la necesidad histórica de que “el marxismo vuelva a ser verdad”, en un libro financiado por el Grupo Planeta. Como todos sabemos, si hay algo que una multinacional no persigue es la Revolución Mundial. ¿No hubiera sido más lógico buscar una PYME o una editorial alternativa para divulgar sus ideas y reimprimir una obra que abomina del capitalismo global? La misma perplejidad me había provocado el sociólogo Cristián Castillo, del Frente de Izquierda, cuando eligió al grupo extranjero para publicar su colección de ensayos "La izquierda frente a la argentina kirchnerista". Imagínese a un movimiento en defensa de la cocina artesanal que atendiera en un local que le cede McDonald’s.

PD II: Sugiero al interesado en el tema leer los siete artículos sobre “Marxismo y literatura” que George Steiner incluyó en Lenguaje y silencio (Gedisa). Datan de la década del sesenta pero resultan más esclarecedores y placenteros que el competente y superficial Eagleton

viernes, 2 de agosto de 2013

Una cita de Derrida

“Vivimos una época extraña: de una gran inquietud y de igual esterilidad. Clamores de todos lados, ante el desmoronamiento actual, gritos y crujidos locos, pero también un silencio profundo de muerte, para quien sabe oírlo. Allí dentro, a pesar de la desesperanza, intento conservar una especie de calma que no sea -o no demasiado- de ceguera y de sordera, intento brindar un trabajo artesanal a la propia época, para no perder completamente la cabeza”.

Este párrafo luminoso, honra una carta que Jacques Derrida, el gran filósofo, envió al escritor Gabriel Bounoure. Fue escrito el 12 de enero de 1967, pero lo podría haber firmado esta mañana. Es fácil identificarse con el texto.

jueves, 1 de agosto de 2013

Filosofar como un perro

Michel Onfray

Capital Intelectual. Ensayo de filosofía, 365 páginas.


Filosofar como un perro. Ajá, ¿pero cómo es eso? Mordiendo los tobillos de los distraídos, incluso de los amigos, pero para salvarlos. Orinando en los muros de las iglesias, defecando en los palacios, montando en público a la mujer deseada, ladrando a los ídolos que la mayoría adula. El modelo es Diógenes, el griego que vivía en una ánfora. ¿Llevar una vida filosófica? “Se trata de inventar modalidades existenciales cínicas en un mundo en el que la forma ha cambiado pero que en el fondo sigue siendo siempre el mismo“. La ira, la exasperación, la irritación dirige la pluma. “Desnudar nuestras quimeras“, debe ser la faena primordial del pensador.

Ejercicios de inquietud, denomina Michel Onfray (Argentan, 1959) a los artículos periodísticos incluidos aquí. Un año de crónicas semanales en Siné Hebdo. La finalidad era inquietar. Es placentera la lectura por varias razones. Primero, el estilo (volcánico). Ya sabemos que los franceses perdonan cualquier cosa menos escribir mal. Segundo, la lucidez. Onfray, filósofo de moda que cree en la función del tribuno de la plebe, es absolutamente convincente, excepto en sus diatribas antirreligiosas. Nadie que compare a Jesucristo con Papa Noel merece ser tomado en serio.



Onfray irrumpe en el campo mediático como el potro entre la hacienda. La denuncia indignada del zigzag de los intelectuales franceses es formidable. ¡Qué falta nos hace alguien así en la Argentina! Propone el filósofo normando una izquierda libertaria aunque antiliberal, que no esté obsesionada con la toma de poder (postmarxista). Reivindica a Camus y a Proudhon. Abomina de Platón. Tacha a Sartre de cretino, a Freud de embustero y al domingo de día siniestro. Considera al trabajo como una maldición. A pesar de su declamado ateísmo, adopta el método de…. el Ungido y sus apóstoles: la palabra, la expansión del discurso, la convicción exaltada de las epístolas, la militancia evangélica, la Buena Nueva. Sólo los contradictorios resultan interesantes.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Muy bueno





PD: Los insensibles y egoístas dirigentes sindicales del Subterráneo de Buenos Aires deberían leer el artículo titulado ‘Del bueno uso del sabotaje’. Siguiendo a un tal Emile Pouget, Onfray llama ‘sabotaje negativo’ a toda aquella medida de protesta que termina siendo perjudicial para los usuarios y los consumidores y no para la patronal (dejar a los otros trabajadores a pie). Sabotaje positivo, en cambio, es el que apunta a la caja de la patronal, como no cobrar boletos.