miércoles, 28 de octubre de 2015

La máquina espacial

Christopher Priest

Novela de ciencia ficción, 421 líneas. Editorial RBA. Edición 2013. 

El siglo XIX (el siglo de Inglaterra) felizmente no pasa de moda. Los émulos de Dickens son legión; los de la prosa espumosa de Oscar Wilde (sin su talento, por supuesto) algo menos. También Kipling y Chesterton tienen discípulos, incluso el procedimiento que hizo famoso a Wilkie Collins es cultivado (pinche aquí). ¿Escribir como en el siglo XIX? Por qué no. La literatura no es conocimiento acumulado como la ciencia, sino el reino de la libertad absoluta. Lo único que cuenta es el talento, el genio individual, lo demás sólo es polvo en el viento (Dust in the wind). La magnífica colección Literatura Fantástica del sello RBA ha exhumado una rareza decimonónica escrita en 1976: un homenaje al enorme y esencial H. G. Wells. El original y la copia nunca deberían dejar de reimprimirse.

El literato Christopher Priest (Cheadle, 1943) ha querido homenajear a su mentor en el tantas veces despreciado (por los ignorantes y los snobs) género de la ficción científica. ¿Hace falta repetirlo? Puede que la frase se haya convertido ya en un lugar común pero para el editor de La biblioteca de Asterión es un artículo de fe: no existen los géneros menores, sino los buenos o los malos escritores. A quien ose desmentirme, podría arrojarle en el rostro cualquiera de los volúmenes de Philip Dick, por ejemplo. 

Bien, Priest construye una historia fascinante que cabalga sobre dos de los mejores libros de Wells: La máquina del tiempo y La guerra de los mundos. Viajamos a 1893. El viajante de comercio Edward Turnbull, un chico común y corriente, conoce a la señorita Amelia Fitzgibbon, asistente del reputado inventor sir William Reynolds (el viajero que a la postre conocería a los eloi y a los morlocks). En la mansión del científico, juegan con la imprudencia típica de los jóvenes enamorados con un prodigio mecánico, capaz de viajar en el espacio y en el tiempo. Caen diez años más tarde en Marte, poco antes de la invasión a la Tierra. La imaginación de Priest -éste es uno de sus dos grandes méritos- rellena los huecos de sentido que habían dejado los clásicos de Wells. Pero no es el único homenaje al maestro… Lo siento, no podemos decir más sin destruir el efecto sorpresa.

El otro gran alarde narrativo es el estilo. La prosa tiene la sabrosa aridez de la Edad de Oro del Realismo; los personajes piensan y actúan según su época, ningún anacronismo frustra el esfuerzo. Volvemos a un tiempo donde el decoro y la contención (por no decir la mojigatería) regían las relaciones entre los sexos y donde la expresión “estar presentable” tenía su importancia. Las modas del siglo XXI en cambio suelen preferir lo feo, lo roto y lo sucio, me temo, incluso en el terreno de la literatura. Por eso, novelas como ésta resultan tan refrescantes.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy buena


domingo, 25 de octubre de 2015

Soy Pilgrim

POR GUILLERMO BELCORE

Se dice que después del 11-S, los servicios de inteligencia de Estados Unidos reclutaron a escritores de ciencia ficción (y de ficción a secas) para que los ayuden a anticipar el próximo zarpazo extremista. Es que nadie había sido capaz de proyectar, antes de 2001, el uso de aviones de pasajeros como misiles contra edificios emblemáticos de la civilización americana. Bueno sí, alguien muy influyente lo supuso. Siete años antes, Tom Clancy imaginó en la novela  Deuda de Honor que un nacionalista japonés estrellaba un Boeing contra el Capitolio y descabezaba a Estados Unidos, pero nadie, al parecer, le prestó atención. Esas cosas sólo pasan en los libros, debe haber pensado la administración Clinton.

Debería ser uno de los hombres de consulta de la CIA el angloaustraliano Terry Hayes (Sussex 1951). En su primera y monumental novela, el periodista y guionista cinematográfico alerta al mundo de una nueve especie radical que se pulula en las miasmas del resentimiento islámico: un lobo solitario, que no cuenta con antecedentes delictivos ni conexiones y por lo tanto está fuera del radar de los cazadores de fanáticos, sintetiza una cepa genéticamente mejorada del virus más mortífero que ha conocido la humanidad. Y lo hace con información y materiales disponibles en Internet. Y se aprovecha de la transnacionalización del turbocapitalismo para desatar una hecatombe en Estados Unidos. Impresionante, ¿verdad?

Ha llegado a la Argentina un béstseller que el Primer Mundo devora con fruición. Soy Pilgrim (Salamandra, 862 páginas) es un alarde de ambición narrativa. Plantea la mayor cacería humana de la historia, nos lleva a Arabia Saudita, Afganistán, Siria, Turquía, Alemania, los agujeros infernales donde tortura la CIA, entre otros escenarios calientes. Es una pena que Hayes -reputado por escribir, entre otros, el guión de Mad Max II- no muestre, si no la misma, al menos una vigorosa ambición artística. Los vicios de la literatura de supermercado nos escupen en la cara.

En primer lugar, hay que destacar cierto déficit de invención de Hayes. Cuando el escritor apela a la sucesión de casualidades es porque su imaginación le ha fallado. En segundo término, están los enormes saltos que se ve obligado a dar nuestra incredulidad. Si usted acepta que un veterano árabe de la guerra en Afganistán, que estudió medicina en Beirut, es capaz de destilar en un garage miserable un arma biológica (con modificación genética inclusive) capaz de poner de rodillas a Estados Unidos usando información que circula libremente por la Web, entonces puede comprar esta novela. No es la única p¡ldora inverosímil que se nos pide que traguemos.

Soy Pilgrim plantea un duelo a muerte entre dos superhombres: el mejor agente de inteligencia que ha existido versus el Sarraceno, el terrorista más peligroso en la historia. Esa reducción cinematográfica (a Hollywood le encantan las antinomias y las historias que se condensan en una frase) es otra debilidad de la novela. La torpeza de los Estados involucrados no suenan muy creíbles.

BUENAS Y MALAS

El estilo merece tanto elogios como reprimendas. Hay cierto tono de novela negra que aparece de tanto en tanto y resulta muy atractivo. La voz del narrador es la de un tipo duro de pelar, Scott Murdoch, el superespía americano. Y es la perspectiva de un patriota derechista sin una pizca de corrección pol¡tica. Ese efecto es interesante, se oyen muchas verdades como la verdadera naturaleza dictatorial del régimen saudita. Pero Hayes es otra cosa, se entromete en la trama y cede a la tentación de explicarlo todo (puede que sea una exigencia del género) hasta el punto del grotesco. Si menciona a las Waffen-SS, por ejemplo, debe acotar en la misma frase: "uniformados de negro, eran el brazo armado del partido nazi''. Realmente abruman los tributos populistas a los lectores menos informados.

Hay tramos que chirrian como una máquina que ha perdido lubricante, por causa de la fragmentación de la trama en capitulitos sin ton ni son, la tendencia al melodrama, los diálogos sosos, la digresiones que enfr¡an la acción. En su mejor momento, Soy Pilgrim atrapa al punto que uno sin darse cuenta engulle más de cien páginas de un tirón; en el peor, dan ganas de arrojar el libro al canasto. El suspenso es lo que cuenta: más allá de los ripios formales, uno siempre quiere saber cómo diablos se las arreglará Murdoch para evitar el Holocausto blando de Estados Unidos.

Y esta el gran tema, por supuesto. Terry Hayes ha querido advertir a Occidente que deberá lidiar con nueva camada de fanáticos musulmanes, cultos e inteligentes, expertos en tecnolog¡a, profundamente reliogiosos, sin historial. "Comparados con ellos -advierte- los terroristas del 11-S parecen trogloditas, exactamente los matones y criminales comunes que eran''.

Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Regular

lunes, 19 de octubre de 2015

El lienzo

Benjamín Stein
Adriana Hidalgo. Novela, 473 páginas

Una arquitectura extraordinaria. La prosa diáfana. La belleza del judaísmo, en especial de su versión mística. La evocación, no sin denuncia, de ese absurdo país extinto al que llamaban República Democrática Alemana. La novela premiada de Benjamin Stein (Berlin oriental, 1970) conviene ser leída. Aunque también incluye levedad filosófica, digresiones no siempre interesantes y tendencia al melodrama y a la puerilidad (a lo Paul Auster en sus días malos).

Hay que destacar, en primer lugar, el artificio.
La obra, que data en 2010, ofrece dos entradas y varios recorridos de lectura. Puede comenzar usted en el sendero de Jan Wechsler o bien dar vuelta el libro y arrancar en el de Amnon Zichroni. Los senderos se unen en la mitad del tomo (doscientos y pico de paginas cada uno); comparten un glosario. Puede leerse una parte de corrido y después la otra; o un capítulo de Wechsler y luego saltar a Zichroni; o dos y uno; o dos y dos; en fin, las combinaciones son múltiples. Es interesante reflexionar sobre cómo afecta a nuestra capacidad cognoscitiva el camino elegido. Jueguitos narrativos inspirados en los franceses, aunque el truco del perspectivismo en que se basa todo el andamiaje lo había hecho célebre Wilkie Collins en el siglo XIX.

En efecto, desde el punto de vista de dos personajes la trama examina un mismo acontecimiento: la publicación de unas memorias apócrifas del Holocausto. Un luthier suizo apellidado Minsky se convierte en estrella mundial tras haber dado a la imprenta el relato de su supuesto calvario durante niño en el ghetto de Riga y en los campos de exterminio. Lo opinión pública lo amó, hasta que se descubrió que todo era un invento. Entonces, los mismos que lo elogiaban lo crucificaron. Jan Wechsler se llama el escritor (amnésico) que desbarató la mascarada; Amon Zichroni, el terapeuta con superpoderes (!?) que había animado a Minsky a recuperar los supuestos recuerdos infantiles (le costó muy caro al doc el consejo). Wechsler y Zichroni se encuentran por casualidad en el Estado de Israel.

Dos ideas primordiales, como si de pilares de roca se tratase, sostienen tan ingenioso entramado. La primera es que somos lo que recordamos. Nada más que eso. La segunda, tiene ecos de Nietzsche: verdad es lo que nos conviene (la mentira puede tener un propósito noble, o el asunto de la verdad se mide en otras balanzas: sentido vs. vacío existencial, por ejemplo). Con todo derecho se podría afirmar que lo mejor del libro son los contenidos autobiográficos que Stein va incluyendo con habilidad de prestidigitador. Vale decir, los que atañen a sus padecimientos juveniles durante el marxismo cuartelero o la gloriosa reivindicación, ya de adulto, de las diversas formas de ser judío.

Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Bueno

miércoles, 14 de octubre de 2015

¡Hamlet, venganza!

Michael Innes
Punto de lectura. Novela policial, 440 páginas. Edición 2007

“Y en sus oídos musiten mi espantoso nombre,Venganza, que hará estremecer al estúpido ofensor”
W. Shakespeare

Un asesinato planeado con premeditación para ser perpetrado no sin estruendo durante la interpretación (amateur) de Hamlet en el palacio del duque de Horton, es el nudo de esta amena novela policial escrita hace medio siglo. Nunca flaquea la atención del lector: la expresión es elegante y el grupo de sospechosos, alarmantemente amplio. La muerte hizo acto de presencia en Scamnum Court

Investiga el crimen de lord Auldearn (teatro dentro del teatro) un detective de Scotland Yard serio, tímido y aficionado al ballet. Los personajes entran y salen como si de un escenario se tratase. La trama es enrevesada. Cualquiera puede ser el inverosímil homicida. El suspenso resulta agradable. Los diálogos son vivaces. El efecto general, encantador.

Michael Innes es el nombre de guerra que eligió el eminente profesor John Innes Mackintosh Stewart (Edimburgo1906-1994) para incursionar en el género policial. Licenciado en Filología Inglesa por la Universidad de Oxford, erudito en Shakespeare y crítico de renombre, con esa firma escribió entre 1936 y 1986 cuarenta novelas de serie negra protagonizadas por inspector John Appleby. Borges y Bioy Casares -vaya tarjeta de presentación- lo admiraron con toda razón: Innes es uno de esos narradores del adjetivo justo.

Muy estimulante son las reflexiones aristocráticas del catedrático en vena sociológica, pero desde el único elitismo que inspira respeto: la aristocracia de la inteligencia (aderezada con esa peculiar ironía británica). Véase este párrafo emblemático:


“Todos los ociosos de los pueblos vecinos, al leer las estimulantes noticias en sus periódicos, se habían apresurado a sacar el coche, para ver lo que pudieran. Y pronto llegaría gente también de Londres; gente de esa que escapa para curiosear por un día. Extraño fenómeno, pensaba Appleby, el de una sociedad abrumada por el exceso de individuos que, liberados de su rutina especializada de un día o de una vida, no se dedica a pensar, a leer, ni a practicar una distracción provechosa, sino a curiosear”. 

Nadie piense que la misantropía se dispensa sólo al pueblo llano. El profesor Innes también desprecia a la más alta nobleza de Inglaterra, que ignora la “verdad moral primaria del siglo XVIII: que la grandeza de la vida consiste en la riqueza sometida a decoro“.

Y también a los de su clase:


“Es raro, pero no hay nadie tan capaz de urdir un sólido y coherente sistema de mentiras como uno de esos investigadores profesionales de la verdad. Cuando hace falta propaganda, el profesor universitario es maestro en ella”.

Hay un agrado profundo, además, tanto en los pormenores del drama isabelino como en la presencia del vate más famoso de las letras inglesas en la trama policial. La sublime riqueza verbal de Shakespeare nunca dejará de sorprendernos. Una pizca de esa habilidad sin par se ha transmitido a John Innes Mackintosh Stewart. Una novela policial con magníficos retratos y descripciones -salpimentada con referencias eruditas y librescas- es una especie infrecuente. En forma y fondo, el libro se disfruta.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno


PD: La belleza está ahí aguardando al incauto, en un librería de usados, donde se puede adquirir, por ejemplo, una novela policial (algo desvencijada) a un precio menor al de un café con leche y medialunas. ¿Por qué lo compré? Por recomendación del crítico Quintín.  Pinche aquí: https://lalectoraprovisoria.wordpress.com/2014/04/29/intrascendencias-136/

martes, 13 de octubre de 2015

Kurt Wallander (1948-2015)

Lo vamos a extrañar. Es verdad que no era el mejor de su especie y que cuando apuntó demasiado alto, como en El Chino (pinche aquí) no le fue nada bien. ¡Aj!, esas peroratas moralistas que nos infligía impunemente... la mala conciencia europea, como bien sabemos, es veneno para la buena literatura. Pero Henning Mankell (Estocolmo, 1948-2015) fue pionero en su tierra y maestro de la novela policial. Abrió surcos y creó un personaje memorable, a quien Kenneth Branagh consintió ponerle el rostro en una de las dos buenas adaptaciones que hizo la televisión. Hablamos naturalmente del inspector Kurt Wallander, quijotesco y atormentado. El creador del detective perdió días atrás la última batalla contra el cáncer.
En una carta conmovedora, Mankell había revelado al Goteborgs-Posten en enero de 2014 que tenía un tumor en la nuca y otro en un pulmón, grave. Semanas después comenzó en ese diario una serie de columnas sobre su lucha contra la enfermedad, un descenso a los infiernos que quedó registrado en Kvicksand (Arenas movedizas), último libro editado en castellano en el que intercala recuerdos con pensamientos sobre la muerte, el miedo, la esperanza, las creencias y la vida.
Destacan las mil necrológicas que se publican por estas horas dos cosas: a) Mankell fue el más exitoso producto de exportación literaria de Suecia desde August Strindberg; b) y como escritor se consideraba “un intelectual responsable de mantener un compromiso humanitario y denunciar las injusticias''. 
Nada de literatura pasatista. Su alter ego, Wallander batalló en la diminuta ciudad Ystad contra el fanatismo religioso, los nostálgicos de la guerra fría, los abusadores de mujeres y de niños, los traficantes de personas, los explotadores del Tercer Mundo. En la vida real, Mankell fue especialmente solidario con Africa, desde que en 1972 visitara por primera vez el continente. Especialmente, amó a Mozambique, al tiempo que decidió dividir su tiempo entre Gotemburgo (Suecia) y Maputo. En la capital mozambiqueña dirigió el Teatro Avenida, además de asistir a los enfermos de sida.
VALE LA PENA
Desde esta modesta trinchera, se recomienda la lectura de la saga Wallander, con sus diez novelas. Seducen por su trama, por la delicada alternancia entre el caso criminal y las desdichas del policía, la visión razonada sobre todo lo que le rodea. En este modelo literario los procesos mentales y las decisiones éticas son más importantes que los tiros y las persecuciones en automóviles. Para nosotros, los habitantes de un país desaforado, tiene el encanto adicional del exotismo. Las historias transcurren en un país donde se cena a las seis, las lluvias y nevadas son intensas y recias, y el Estado funciona con admirable eficacia en todos los niveles.
No se trata, claro está, de Alta Literatura, pero Mankell fue un narrador con oficio, legítimo heredero de George Simenon. La intriga está, por lo general, bien lograda. Los personajes no se fabricaron con cartón pintado, ostentan profundidad psicológica. Hay, como se dijo en este blog, una ambición por retratar la época, la aldea, el mundo. Las páginas suelen ser densas, en el mejor sentido del término. “Trato de enfocar un espejo hacia un crimen para mostrar lo que está ocurriendo en la sociedad'', sostenía hace unos años en un reportaje. John le Carré‚ es una de sus influencias decisivas. Es posible que en El hombre inquieto  (pinche aquí), que supuso la jubilación de Wallander a los 60 años, tras casi 40 millones de libros vendidos en todo el mundo, con traducciones a casi cuarenta idiomas, haya alcanzado su plenitud narrativa.
Hay que destacar que, además de policiales y novelas de ideas, Mankell escribió cuentos, obras teatrales y libros infantiles. Estaba casado con Eva Bergman, hermana del cineasta sueco Ingmar Bergman.
A quien este escribe, le gusto mucho también Profundidades, ambientada en 1914, poco después del estallido de la Primera Guerra Mundial. El Almirantazgo de Suecia encarga a su mejor hidrógrafo una tarea urgente y secreta: trazar rutas de navegación alternativas en el Báltico. Pero el capitán Lars Tobiasson-Svartman, un hombre meticuloso, despectivo e irascible, que duerme abrazado a su plomada de bronce, se obsesiona con una mujer que malvive en la más desesperada soledad. Mankell explota en esta novela rara uno de los tópicos más interesantes: un hombre casado e infeliz que se hunde voluntariamente en el abismo.
G.B.

martes, 6 de octubre de 2015

Lo que no te mata te hace más fuerte

David Lagercrantz

Destino. Novela, pagina 651 , edición 2015

Así como se contrató al ilustre John Banville para revivir a Philip Marlowe, deberían haber pensado en un narrador de la talla de John Irving para continuar la saga Millennium después del ataque cardíaco que fulminó a Stieg Larsson. Pero, al parecer, prevaleció el nacionalismo sueco (estúpido como todos los nacionalismos literarios) y se eligió a un tal David Lagercrantz, biógrafo de Zlatan Ibrahimovic. Su prosa es de tercera categoría.

Fiel a la serie, Lo que no te mata narra una gran conspiración que apunta en dos direcciones. El periodista estrella Mikael Blomkvist tropieza con el asesinato de un cient¡fico de renombre internacional; y el as de la República Hacker, Lisbeth Salander, se enfrenta con la orwelliana NSA. La idea es ambicioso, pero la ejecución mediocre. Es que el libro incluye casi todos los vicios de la literatura de supermercado. Por ejemplo, el didactismo, que deviene de la boba premisa de que al lector siempre hay que ensñarle algo. Lagercrantz ha heredado de Larsson, además, la desagradable propensión a la redundancia, no sea cosa que al más retardado de los lectores se le escape algún pormenor. Los niveles de corrección pol¡tica del texto apestan, por si fuera poco lo dicho. Ya deber¡an saber los fabricantes de bestsellers que el manique¡smo ya era decrépito en tiempos de Jesucristo.

Lo mejor del libro son ciertos asuntos tangenciales muy bien tratados, como la crisis en general de la industria gráfica -­ay de nosotros!-, y en particular la lucha del héroe para hacer periodismo de investigación independiente contra las apetencias de un poderoso grupo mediático, extranjero para colmo. No obstante, dif¡cilmente el IV tomo de Millennium pueda satisfacer a la persona que busque, no digamos densidades temáticas o estil¡sticas, al menos un diálogo sagaz o una descripción competente. Literatura para adolescentes es otro rótulo que no le sienta mal a un h¡brido innecesario y aburrido.

Guillermo Belcore

Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Malo

PD:  El segundo tomo de Millennium me había resultado mucho más entretenido que éste: http://labibliotecadeasterion.blogspot.com.ar/search?q=Millennium
Sin duda, la saga ha involucionado. 

domingo, 4 de octubre de 2015

Hemanos de sangre

Miserias de la república de Weimar

Por Guillermo Belcore

"Dar o regalar no es virtud de ricos. Solamente el pobre da con la naturalidad de quien conoce el hambre y la miseria".
E. Haffner


Un mes atrás, la jefa de Estado de la Argentina tachó de burro a un catedrático de la Ucema por cuestionar su interpretación de las causas de la llegada de Adolf Hitler al poder. Cristina Fernández había postulado como razón primordial, no la hiperinflación, sino el hecho de que Alemania fue humillada por el Tratado de Versalles. El profesor Alejandro Corbacho discrepó por medio de un artículo y se ganó un rapapolvo presidencial. Es interesante la cuestión de fondo. ¿Fue la política o la economía la gran responsable del triunfo del nazismo? Una novela extraordinaria escrita con material de primera mano en 1932 -y recuperada por suerte ahora- parece sostener la hipótesis socioeconómica. En la República del Weimar, un ejército de seis millones de famélicos pavimentó el ascenso de la variante más diabólica del fascismo, sugiere una lectura atenta de Hermanos de sangre (Seix Barral, 243 páginas). Como dijo George Steiner, un hombre desesperado y hambriento que se cuelga del cogote un letrero que dice "Hago cualquier trabajo", es un hombre que hará incluso un trabajo infame para las SS.

Resulta muy interesante la travesía editorial de Hermanos de sangre. La novela fue publicada, como se dijo, hace ochenta y tres años en Berlín. Se vendió bien, pero cuando el nacionalsocialismo tomó las riendas no sólo se la prohibió, sino que las bestias pardas la confinaron a la hoguera. De Ernst Haffner, su autor, poco se sabe. Fue periodista y trabajador social. El régimen lo citó para discutir su obra. La Segunda Guerra Mundial se lo tragó y al parecer no dejó descendencia. La reimpresión en 2013 del libro en Alemania no ha generado reclamos por derecho de autor. Acaba de llegar a la Argentina.

Estamos ante una de esa fascinantes novelas documentales, donde la imaginación rellena esos pequeños huecos que dejan los hechos reales. Es la historia de una pandilla de chicos de la calle. Muchachos de menos de veinte años en perpetua guerra contra el Estado; porque el Estado alemán nunca fue un chiste como en la Argentina de nuestro tiempo. Hasta para dormir en un asilo de vagabundos se necesitaban papeles con la firma del comisario. Los pandilleros no resultan desagradables, los mueve un afán de libertad y los redime, en parte, la camadería. Son casi divertidos. En el caso de los Hermandad de Sangre el bautizo consiste en, el espacio de una hora, consumar cuatro veces el coito hasta el orgasmo en presencia de toda el grupete y puede que de invitados. Son fanfarrones con una incurable avidez por el alcohol. Se prostituyen algunos para conseguir los marcos indispensables para sobrevivir a las nevadas y para llenar el estómago. Los más audaces y con menos escrúpulos derivan hacia una banda en delincuentes profesionales: carteristas, ladrones de casas y autos, no respetan siquiera a las mujeres de la clase trabajadora. Con toda la ruindad de su oficio, la rufianería no perdona a nadie. ¡Ojo con condenarlos! Advierte Haffner:

"¿Un destino elegido voluntariamente? No siempre. ¡No siempre! Los años de juventud sometidos a la educación de un centro tutelar, punto menos que años de aprendizaje del futuro transgresor de la ley, no son, maldita sea, ningún destino elegido a voluntad. Y por añadidura, ¡con antecedentes penales! El muro infranqueable, duro como el vidrio, de los prejuicios y la sed de castigo burgueses condena a muchos al fracaso. A un sinnúmero de personas que de buena gana habrían emprendido una vida ordenada".

LOS BAJOS FONDOS

El libro siempre es interesante porque se trata, en última instancia, de la exploración minuciosa de los bajos fondos de la exasperada República del Weimar. Recorremos tabernas atroces, tugurios, centros desalmados de atención al menesteroso, calles hostiles, boites donde el erotismo pervertido de los varones se enciende con la carne de jóvenes pobres, cárceles y reformatorios. Ante nuestros ojos desfilan prostitutas en el colmo de su degradación, gente arrabalera, mendigos y mendigas de todas las edades, gigolos incluso más desagradables que el señor Bazterrica, funcionarios que irradian maldad, el hampa berlinesa. También se nos permite visitar esas grandes cervecerías de pueblo con estruendosos instrumentos de tiempo que intentan imponerse sobre el infernal griterío y alboroto. En una de estos locales muniqueses, durante la década del veinte, comenzó su carrera cierto cabo austríaco que hizo fama. De agitador a Führer en poco más de diez años, aupado por los lobos y la basura que frecuentaban las cervecerías.

Con prosa tan elegante como certera, Haffner produjo un invaluable cuadro triste de su época. Es fácil compararlo con George Grosz. Arte degenerado lo rotularon las bestias nazis. Afortunadamente, la novela pudo sobrevivir. Es de lo mejor que ha producido el miserabilismo alemán.
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Muy bueno