domingo, 27 de julio de 2014

El teniente Sturm

Ernst Jünger

Tusquets. Novela, 124 páginas. Edición 2014


Flandes, 1916. Los ingleses preparan una gran ofensiva para aliviar la presión sobre Verdún. En las filas alemanas, cada compañía de guerreros semeja a un animal disimulado en la arena que bajo una aparente tranquilidad vibra con los músculos en tensión. Tres jóvenes oficiales se distraen con charla culta, se fusionan en un cuerpo espiritual, ante el inminente estrago. Uno de ellos, zoólogo en la vida civil, les lee lo que ha escrito, esbozos de un cuento o una novela. El teniente Sturm reflexiona sobre lo que la guerra hace a los hombres, en qué monstruo frío los convierte. Es el alter ego de un escritor indispensable del siglo XX, Ernst Jünger (1895-1898), sobreviviente de escenarios donde la muerte era tan habitual como el fogonazo de los disparos.

A cien años de la Primera Guerra Mundial, el sello Tusquets reimprime una obra breve que combina Alta Filosofía con una rara poética de las trincheras. Más allá de las cualidades literarias, cuantiosas pues hay aquí alguna de las páginas más bellas y estremecedoras que ha escrito Jünger, el libro también tiene un valor histórico; indaga una época terrible cuyos hijos no podían darse el lujo de ser compasivos. Llevaban la guerra en los genes. Inquietud, pasión y febril exaltación eran las señas de identidad de ese tiempo no tan remoto.

La novela lanza también un grito ronco, educado, en favor de la persona: “El Estado con, cada vez más desconsideración, limita las funciones del individuo a las de una célula especializada. Hace tiempo que uno no goza de estima por lo que realmente vale sino sólo por lo que vale en relación al Estado”. Uno podría agregar hoy con una mueca triste “o por lo que vale en relación al mercado”.

Es admirable como Jünger fue capaz de destilar del barro, de la sangre vertida, y de la lluvia de acero y fuego, algunas gotas de néctar. El esculpido de los personajes es perfecto. Y la mirada es profunda, atisba bajo la cresta de la espuma de los acontecimientos, incluso de los más terribles.
Guillermo Belcore
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Bueno

PD: Los amigos de este blog saben que aquí hay un lector voraz de Junger. Se han comentado varias novelas del alemán. Por ejemplo, pinche aquí: http://labibliotecadeasterion.blogspot.com.ar/2013/07/diarios-de-guerra-1914-1918.html

miércoles, 23 de julio de 2014

Azar

El diccionario de Asterión XV


Azar (según Jünger):

Sust. Com. Movimiento vacilante, a través del tiempo y del espacio, que en cualquier momento puede hundirte en la nada. Un segundo antes, un metro más allá, eso es lo decisivo. El azar provoca una desagradable sensación en el hombre. Esa sensación de ser portador de valores, de ser único, y sin embargo no ser más que una hormiga que, al borde del camino, aplasta la distraída bota de un gigante.

Palabras más, palabras menos, este párrafo luminoso lo escribió Ernst Jünger, uno de los autores imprescindibles del siglo XX. Quintaesencia del pensamiento conservador elegante y lúcido, el artista lo incluyó en la nouvelle El teniente Sturm (el domingo aparece la reseña en este blog después de ser publicada en La Prensa) que nos lleva a los parapetos de Flandes de casi cien años atrás, cuando la Europa enloquecida se desangraba en la I Guerra Mundial. Esa sensación de caminar sobre la fina capa de hielo que cubre un río turbulento era lógica en las trincheras del Ejército alemán, “donde la muerte era tan corriente como el fogonazo de los disparos“. Pero el hombre contemporáneo -hablo en nombre propio- no ha podido desembarazarse del miedo al azar, que puede tener rostros tan abominables como los de un colapso económico, una enfermedad degenerativa o un depredador urbano, de esos que matan por dinero. El hombre no es libre -sentenció Borges- el destino acecha entre las sombras.
G.B.

sábado, 19 de julio de 2014

El Narciso de los cien mil disfraces

Perderé en Austerlitz y ganaré en Waterloo
 Curzio Malaparte

Por Guillermo Belcore

Hay una linaje maldito de escritores cuyo talento artístico es opacado por sus vicios, sus defectos o sus elecciones ideológicas. Los moralistas, esa panda de hipócritas o de fanáticos, pugnan para que su obra en bloque sea relegada al olvido. Felizmente, no siempre tienen éxito. Todas las generaciones tienen derecho a disfrutar de los buenos libros, sin detenerse a considerar la integridad de sus autores. Al fin y cabo, ¿que sabemos hoy del Homero o del Dante de carne y hueso? La cri-ética, sentenció Borges, es la ciencia de los canallas.

En esa barca de condenados cuyo pasajero más conocido es Celine navega también un toscano del siglo XX. Su nombre era Kurt Suckert, pero es mejor conocido como Curzio Malaparte. En Europa se lo evoca como esbirro de Benito Mussolini. También se lo recuerda como  “un mitómano, exhibicionista, persona ávida de dinero y de placeres, camaleón, dispuesto a servir a todos los poderes y a servirse de ellos, especie de Cagliostro de las letras modernas”. Es una imagen hecha de tópicos, asegura Maurizio Serra, literato y diplomático italiano que ha escrito (en francés) una monumental biografía de Malaparte (Tusquets, 553 páginas). ¿Su propósito? Demostrar “la coherencia íntima y la modernidad” de un “precursor del compromiso libre del intelectual”. El fascinante ensayo deja incluso un par de mensajes para los muchachos de Carta Abierta: antes de militante se es intelectual; todo pasa menos la misión de testimoniar. 

Quizás los amigos de este blog recuerden que Malaparte hizo gran periodismo y dio a la imprenta dos novelas documentales (imprescindibles) sobre la Segunda Guerra Mundial: Kaputt y La piel. Conforman dos frescos impresionantes (no se ahorran repugnancias) del conquistador alemán en la Europa ocupada y del victorioso Ejército estadounidense en Nápoles. Hay en ellas un estilo en juego: “Partir de lo real, para transfigurarlo, desvirgarlo, violarlo pero sin negar lo real nunca”, Serra dixit. El tamiz es un ego monstruoso. Porque el toscano -establece su biógrafo- se sirvió de la historia, pero no la respetó, como el bárbaro usa a la prostituta que encuentra en el camino y la abandona cuando ha gozado. De Malaparte también han llegado al español: El compañero de viaje, Técnicas de golpe de Estado: como los dictadores alcanzan el poder, Sodoma y Gomorra, Muss, el gran imbécil y Diario de un extranjero en París.

EL PERSONAJE


Curzio Malaparte nació en 1898 como Kurt Erich Suckert en Prato, arrabal de Florencia. Familia burguesa, padre alemán y luterano, madre lombarda acomodada. Luchó en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. De allí saltó a la literatura con un seudónimo que evocaba a Napoleón. Se sumó al fascismo, pero nunca fue un intelectual orgánico, su feroz independencia y sus ambiciones desaforadas lo metían cada dos por tres en dificultades. Insultó a un jerarca del régimen y terminó dieciocho meses preso, por lo general en condiciones benignas. Además de escritor de valía, fue director de La Stampa (el diario de los Agnelli) y de revistas literarias de gran calidad y espíritu cosmopolita. Fue corresponsal de guerra al servicio y en contra de Mussolini. Se parecía algo a Drieu La Rochelle y a André Malraux, pero su obra-vida fue originalísima. Polígrafo destacado, fue protegido por Galeazzo Ciano (el yerno del Duce), Palmiro Togliatti (el mandamás del Partido Comunista) y los políticos en general. Sedujo a la madre de Giovanni Agnelli y a Mao Tse Tung. Tenia gran predicamento entre las mujeres (una actriz norteamericana se mató por él) pero su gran amor fueron los perros. Mejor dicho, ‘su segundo gran amor’, el primero era él mismo. “Incluso juzgado con los criterios del mundo del espectáculo, asombra tanto narcisismo. De él se ha dicho que ‘en todas las bodas quería ser la novia; en todos los entierros el difunto‘”, escribió Serra. Fue un divo, lo que hoy llamaríamos un “mediático”. Malaparte murió en 1957, se necesitó un cáncer de pulmón provocado por los gases alemanes de Bligny en 1918 para segar tanta vitalidad. Fue fiel al personaje hasta el último minuto. Fascistoide pero también marxistoide, anarquistoide, paladín del qualunquismo, lo que hiciera falta para figurar… ¡Qué tipo!

Para juzgar a un hombre hay que examinar atentamente sus retratos, escribió Malaparte. Su biógrafo lo describe así: Boca fina, como una hoja de papel, y tan recta y dura como el canto de una regla. Ojos, hundidos en sus órbitas, que miraban a todas partes, aunque sin posarse en nada y por momentos parecían de vidrio, lo que hizo creer erróneamente a algunos interlocutores que tomaba opio. Un metro ochenta y cuatro de estatura. Porte distinguido y viril, cabellos negros engominados. Desdeñó los placeres fáciles del alcohol, el tabaco y las drogas. Se cuidaba en las comidas. La austeridad (excepto en la elección de la morada) formaba parte de la liturgia del culto al Yo. Soltero empedernido, Curzio solía maquillarse y se aplicaba carne cruda en las mejillas para mantenerlas lozanas. Mantuvo toda su vida un apetito voraz por la escritura. ¡Qué tipo!

Este pícaro consumado hizo todo a su manera, incluso cosas muy feas, como visitar al sátrapa de Hitler en Varsovia, mientras los judíos eran exterminados. Pero más allá de las razones -todas muy buenas- para execrarlo, su trayectoria de camaleón perfecto no puede sino inspirar curiosidad. Por eso la biografía resulta muy interesante. Los detalles cómicos -la sarta de mentiras de Curzio para caer siempre parado, por ejemplo- alivian la espantosa crueldad de la época. El historiador Serra, por cierto, no se ha limitado ha seguirle la estela al farabute; también retrata con amenidad y rigor el contexto, por ejemplo la escena cultural en la Italia fascista o durante la posguerra. Los parangones (entre Malaparte y Moravia, verbigracia) siempre nos parecen esclarecedores. Vale destacar que el autor no se ha dejado seducir por el canto embrutecedor de las sirenas de lo políticamente correcto; se esfuerza en matizar. 

El libro incluye apéndices valiosos. Otro agrado del libro es la calidad de los escritos del propio Malaparte, heraldo de la decadencia europea. Obsérvese la originalidad de la mirada, definitivamente no era un tipo común y corriente:


“Nada hay en el mundo más despreciable que el hombre, ese animal pervertido, ese animal degradado por la razón. Hay en los ojos del hombre, un animal inocente que nos mira con su prolongada mirada pura, llena de piedad y de desprecio. ‘El asesino siempre es el hombre‘, me decía un soldado alemán en Rusia, en agosto de 1941, ‘su víctima es siempre un animal‘. El hombre asesinado se convierte en un animal perseguido, asustado. Por eso el hombre asesinado inspira piedad. Porque no es un hombre, es un animal”.

Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Muy bueno

sábado, 12 de julio de 2014

El don

Mai Jai

Destino. Novela, 477 páginas. Edición 2014.

El ascenso de China al más exclusivo de los clubes -el de las potencias globales- viene acompañado con una firme determinación. Demostrarle al mundo que es capaz de producir con calidad todos los bienes culturales que ha generado Occidente, desde los Juegos Olímpicos hasta el bestseller, esa subespecie literaria que se parece al arte como un relojito de Hong Kong a las maquinarias suizas. Así, el omnipresente Estado chino, asociado con editoriales de este lado del muro de bambú, trae al castellano una novela que ha vendido la friolera de quince millones de ejemplares en su idioma original. Mai Jai (Fuyang, 1964) acaba de visitar la Argentina, país al que le une su pasado: dice que el único libro que leyó en el Tíbet durante tres años de servicio militar fue una antología de los cuentos de Jorge Luis Borges. Dice que ganó un concurso de memoria recitando veintiséis poesías de Borges sin pifiar un solo verso.

Se narran aquí las peripecias de Rong Jinzhen, un auténtico genio matemático. La China de Mao Tse Tung lo recluta para trabajar en la misteriosa Unidad 701 del servicio secreto. Su misión es descifrar los códigos militares del enemigo. Vale decir, este es un libro sobre la criptografía, pero hasta la página doscientos y monedas no nos percatamos del corazón de la historia; el autor se demora narrando el árbol genealógico del protagonista. La primera parte del libro tiene, por cierto, un dejo garcíamarqueano. Reconoce Mai que uno de sus libros favoritos (y de miles de sus compatriotas) es Cien años de soledad.

Se ha señalado que El don está salpimentada con una enorme variedad de elementos autobiográficos, por eso es también una novela sobre la belleza de las matemáticas, ese palacio de precisos cristales, según la hermosa definición borgeana. Está muy bien la suave denuncia de la razón de Estado que aplasta a su antojo los destinos individuales (suave, dijimos, recuérdese que la obra ha evitado una de las censuras más odiosas del planeta). La prosa de Mai es muy legible; su arquitectura, inteligente. Pero los personajes, aunque atractivos, carecen de profundidad psicológica; parecen figuritas. Para redondear, este libro podría ser ubicado en la categoría de los “casi buenos”. 
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: regular


martes, 8 de julio de 2014

Un traidor como los nuestros

John Le Carré

Plaza & Janes. Novela de espionaje, 395 páginas. Edición 2010.


Dice el autor en la página ciento veintiuno: “La buena labor de los servicios de inteligencia es hoy lo único que le asegura a Gran Bretaña un lugar en la mesa de las potencias“. Puede ser. Yo pienso, no obstante, que el decrépito y desgajado Imperio sigue refulgiendo por artistas de la talla John Le Carré. En el subgénero de novelas de espionajes, no conozco escritor más competente.

Desde la primera página, seduce la trama de la vigésima segunda obra de Le Carré (se sabe que en la literatura de genero la historia es un elemento crucial). Peregrine Makepiece, más conocido como Perry, versátil deportista amateur de mérito y hasta fecha reciente profesor de literatura inglesa en Oxford, disfruta su vacaciones en la caribeña Antigua, junto a su atractiva esposa Gail Perkins, una letrada animosa. La joven parejita inglesa conoce allí a Dima, Rolex con diamantes incrustados en su muñeca, hombre fuerte en la isla. El amor al tenis los une. Conviven en la playa, aceptan el convite a una fiesta. Hasta que finalmente el oligarca ruso les pide auxilio. Quiere asilarse en Inglaterra. A cambio, el zar del lavado de dinero entregará al gobierno de Su Majestad Isabel II jugosos secretos. El tramite no es tan sencillo, como parece. Dima y sus hermanos mafiosos de Rusia tienen tratos sucios con pilares de la sociedad británica, con la City. Perry y Gail terminan convirtiéndose en espías, prestándose a las maquinaciones de una célula desnuda del espionaje británico, liderada por una suerte de Savonarola secreto obsesionado con la reforma de la Agencia (el MI6).

Si hay algo que el señor Le Carré sabe hacer con maestría (además de contar una buena historia) es tallar personajes rotundos, en especial a esos sinvergüenzas codiciosos, que son la hez del capitalismo global, tipo Paul Singer, el dueño del fondo buitre especializado en alimentarse de la deuda carroñera de países en dificultades como Congo, Perú y ahora la Argentina. JLC no describe a Singer pero atrapa nuestro interés con un puñado de bandidos elegantes que comen del plato de los Siete Hermanos del hampa rusa. El truco es correr los cortinados que separan a nosotros -los pobres diablos- de los verdaderamente ricos. Nos conduce de la mano a un palco preferencial de Roland Garros, por caso, para ver la final entre Federer y Soderling. JLC tiene, por cierto, buen ojo para los detalles.

Recapitulemos. El lector encuentra aquí una trama interesante con fechorías internacionales, espías y delincuentes de carne y hueso que nunca rompen la membrana delgada de la verosimilitud, una explicación razonable de cómo funciona en realidad el mundo de las altas finanzas (y los grandes medios no dicen). El lector puede abandonarse al goce de la lectura.
Guillermo Belcore

Calificación: Bueno 


PD:
Ganga. Lo compré en una mesa de saldos de la librería Libertador de la calle Corrientes. Corran a buscarlo. Es mejor que una serie de televisión.

sábado, 5 de julio de 2014

Diarios 1954-1991

Abelardo Castillo

Alfaguara. 627 páginas. Edición 2014

Que nadie espere encontrar en Diarios del gran Abelardo Castillo los diarios de un hombre de letras olvidado en el fondo de un cajón que un adlátere encontró para gozo de la posteridad. Más bien se trata de un producto pausterizado -minuciosamente corregido por el autor- cuya función principal es coadyuvar a la fabricación de la propia estatua. Es decir, el texto carece de pimienta. No hay revelaciones, escándalo, polémicas picantes, condenas definitivas, errores de criterio, desmesuras, nada de lo que Castillo pueda arrepentirse de haber garabateado. Abundan, en cambio, las explicaciones (por qué nunca militó en el comunismo, por qué colaboró con La Opinión intervenida por los militares; por qué escasean las reprobaciones de la dictadura). El tono de insinceridad, en fin, resulta abrumador. Aburre.

Esto no significa que de Diarios no pueda extraerse alguna idea interesante, una cita, un comentario sagaz, pero las flores son raras como en el desierto de Atacama. Se agradece la reproducción de una carta indignada que Castillo le había enviado a David Viñas, ese matón confuso, en 1961 (al parecer no le gustó que lo tratase de derechista y de gay). También resultan agradables de leer el relato de aquella noche ochentista con Borges; los esfuerzos para entender a Nietzsche a lo largo de toda la vida; los dardos a Ernesto Sábato, el fatuo. Poquito más.

Pero ningún libro es tan malo que no contenga algo excelente. Así llegamos a la página cuatrocientos setenta y dos. Y el lector siente escalofríos, suda incluso. Encuentra uno de los mejores cuentos que se han escrito en la Argentina. No se trata, sin embargo, de ficción. La policía visitó la morada de Castillo en 1979. Un vecino lo había denunciado. Dos muchachos con ametralladoras y un oficial untuoso, fraudulento como un dólar con la efigie de Videla. Es decir, la Gestapo versión criolla. Resulta espeluznante pensar en esa Argentina de ayer nomás… volvamos mejor a las letras para cerrar el comentario. Hay esbozado aquí un personaje memorable. Ojalá, Don Abelardo convierta en novela a aquel demonio de la Policía Federal cuya especialidad era cazar intelectuales de izquierda.
Guillermo Belcore
Una versión abreviada se publicó en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa de este fin de semana.

Calificación: Regular

PD: En su momento, disfrute mucho al Abelardo Castillo crítico literario (pinche aquí) y al hábil cuentista (pinche aquí). Pero me cuesta bastante encontrar razones para recomendar la lectura de este ladrillo. Una podría ser, ahora que lo pienso, "exclusivamente para los fans del escritor".