domingo, 22 de noviembre de 2015

Unas pocas palabras, un pequeño refugio

Kenneth Bernard
Fiordo, Cuentos, 112 páginas, Edición 2015

El sello Fiordo podría compararse con esos joyeros borrosos de Amberes o de una galería fea de la calle Libertad que sólo ofrecen gemas exóticas, desconocidas u olvidadas, a una clientela de entendidos, coleccionistas de rarezas. En esta ocasión, han desempolvado a un ignoto autor estadounidense que, como otros autores de la colección, cuenta con el don de la gloriosa excentricidad.

Anótese el concepto. Gloriosa excentricidad. Propone este blog agregarlo a los cinco factores que, según Harold Bloom, definen la potencia estética de una obra: dominio de la metáfora, exuberancia en la dicción, originalidad, poder cognitivo y sabiduría. Los cuentos de Kenneth Bernard (Nueva York, 1930) tienen tres o cuatro de estas virtudes y algunas más como un humor muy fino que en su mejor momento se emparenta -de lejos- con Woody Allen. Son tan profundos que con una lectura no basta. Dicen mucho más que lo que expresan; es la técnica de iceberg en acción (cuatro quintos del sentido se encuentra bajo la superficie).

Los diecinueve relatos que atesora el volumen (por primera vez llegan al español) permiten inferir que Bernard es, por encima de todo, un poeta, un poeta metafísico para ser precisos. Oímos el soliloquio de un maníaco, generalmente un hombre casado, cuyas elucubraciones tienen magia. Los textos viran en el aire hacia direcciones sorprendentes; los personajes son víctimas de extrañísimas ecuaciones. Bernard compone metáforas sobre el arte de vivir.

El lector disfrutará las derivas sobre la idea fundacional de ‘biblioteca‘, la guerra entre los notapieístas y los notafinalistas, la chica que leía a Sartre, nuestro destino irrevocable de animales atropellados, la evocación de un amigo suicida, la atrofia de los sentidos verdaderos. ¿Es posible que un simple matamoscas sea un instrumento del destino?, se pregunta el literato de Brooklyn. Las respuestas que ofrece son deliciosas.

Guillermo Belcore
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura de La Prensa.

Calificación: Bueno

jueves, 19 de noviembre de 2015

Ocho razones para ver Line of Duty

1) Es de la BBC.
El aficionado a los series -como quien esto escribe- sabe de lo que hablo. En el mundo televisivo, tan atado al cambiante humor de las masas, la BBC ha demostrado en estos últimos años unas insuperable capacidad para mantener altísimos los parámetros de calidad. Gran reparto, tramas interesantes que no le exigen saltos de siete leguas a nuestra credulidad, pinceladas bien dosificadas de crítica social redondean unos productos magníficos, cuyo sabor típicamente británico es otro valor añadido. Line of Duty sigue la pauta de excelencia. 

2) El tema
La poco conocida serie, creada por un tal Jed Mercurio (vaya nombre), narra dos casos (interrelacionados) que investigan los tres ases de la Oficina AC-12 (Asuntos Internos). En la primera temporada (2012), el proceso a un detective ascendente del Departamento de Policía de Birmingham, que al parecer hace trampa, concluye en un lío enorme con mafiosos. La segunda (2014) orbita en torno a la matanza de cuatro policías con el fin de liquidar a un testigo encubierto.

3) Los grises
Al contrario de lo ocurre con casi todas las series estadounidenses tan afectas a dividir los personajes en blancos y negros, en Line of Duty predominan los grises, moral y mentalmente hablando, pues los imbéciles cumplen un papel destacado en la narración. De arriba a abajo, la podredumbre salpica a todo el mundo. Los agentes de Asuntos Internos suelen pisotear en su vida personal y en su desempeño profesional la decencia, el amor por la verdad y el coraje que hacen posible y justifican la existencia de la Oficina que los ha reclutado. Es gente de carne y hueso que hace su trabajo, y punto. Además, la cruzada por depurar las filas policiales suele confundirse con las cacerías de brujas, incluso por celos. Los intereses sectoriales (el cruce de favores y zancadillas entre los jefes, por ejemplo) y la complejidad de las relaciones humanas agregan confusión. Y está bien que así sea. El maniqueísmo estraga la ficción.

4) El contexto
El tráfico de drogas, el lavado de dinero, la sordidez de los suburbios, el rol deletéreo de los medios de comunicación y el costo prohibitivo de la salud privada son elementos que dan color a un cuadro ya de por sí atractivo por el caso policial. No hay novela (o serie) negra que se precie de tal sin una vigorosa denuncia social, se ha escrito. 

5) El suspenso
Las dos temporadas son ricas en virajes imprevistos y emocionantes que causan adicción al televidente. Cómo no ver el siguiente capítulo de inmediato (la serie la subió Netflix, el glorioso invento) cuando en la última escena arrojan a una agente de policía por la ventana de un quinto piso. La tensión obnubila la mente, aparecen escenas que quitan el aliento, y uno siempre desea saber que hay debajo de cada capa de la cebolla. Así hasta el final. En total, se filmaron once capítulos, ideal para darse un atracón un fin de semana.  




6) Los personajes
El superintendente Ted Hastin (Adrian Dunbar), el sargento Steve Arnott (Martin Crompston) y la agente Kate Fleming (Vicky McClure) son creíbles y tienen profundidad psicológica, porque conocemos sus vicios y percibimos sus errores. El hielo es demasiado delgado bajo cada uno de ellos (y de nosotros también). ¿Acostarse con el marido de una amiga del trabajo? Pasa todos los días. La lucha desgarradora entre las posibilidad de ascenso laboral y hacer lo correcto en cada ocasión, también. En rigor, salvo algún caso aislado de melodrama, todos los caracteres resultan atractivos. La actuación de la infeliz detective Lindsey Denton (Keeley Hawes), campeona de la segunda temporada, es memorable.

7) La civilización
Para un televidente de la Argentina -país donde las normas escritas o consuetudinarias son a lo sumo una sugerencia- ver cómo los agentes de la ley resuelven los crímenes de manera civilizada y racional no deja de tener su agrado. La misma sensación había sentido leyendo policiales escandinavos. Los interrogatorios en Asuntos Internos a policías sospechados son otro punto alto de la serie.

8) Las injusticias
No todos los malos son castigados. Los buenos sufren y los grises suelen recibir una tunda desproporcionada a su falta. Line of Duty es un thriller implacable que retrata la vida. Estás avisado.
Guillermo Belcore

domingo, 15 de noviembre de 2015

Dos años, ocho meses y veintiocho noches

POR GUILLERMO BELCORE

Si ha existido un teólogo influyente en el Islam ese pensador es el persa Abu Hamid Muhammad Al-Ghazali (1058-1111). Suele compararse su importancia con la de San Agustín para la cristiandad. Algazel (su nombre latinizado) escribió la obra más leída en el mundo musulmán después del Corán (El resurgimiento de las ciencias religiosas). A otro de sus libros (La incoherencia de los filósofos) se lo considera un factor clave en la decadencia del pensamiento crítico y la ciencia empírica entre los árabes. En su novela más reciente, Salman Rushdie (Bombay 1947) presenta al sabio de Tus (el actual Irán) como un puritano que tenía el placer como enemigo y que creía que el clérigo y el filósofo tienen la obligación de infundir el miedo, porque el miedo es lo único que lleva a los pecadores hacia Dios.

En la maravillosa Dos años, ocho meses y veintiocho noches (Seix Barral, 397 páginas), Rushdie coloca frente a frente a Algazel y a Averroes, el comentador de Aristóteles, el refutador, justamente, de La incoherencia de los filósofos.  Razón, lógica y ciencia eran los tres pilares de Averroes, las ideas que habían provocado que quemaran sus libros los fanáticos bereberes en la España ocupada del siglo XII. El duelo -no sin un punto de maniqueísmo- se prolonga en la novela hasta después de la muerte de los eruditos, pues “las controversias de los grandes pensadores no tienen fin, y la idea misma de la disputa es una herramienta para mejorar la mente“, aunque discuten con “el idioma de los conceptos irreconciliables, el idioma del entusiasmo“. Naturalmente, el literato, condenado a muerte por el ayatolá Jomeini, se pronuncia a favor de Averroes, cuyo nombre en árabe es Abu l-Walid Muhammad ibn Ahmad ibn Muhammad ibn Rushd (el padre del escritor angloindio, Anis Khaliqi Dehlavi, se cambió el nombre por Anís Rusdhie en honor a su filósofo favorito).

La confrontación dialéctica entre Algazel y Averroes viene servida en un formato fantástico; se sabe que Rushdie -como Aira o Pynchon- se siente cómodo tejiendo ficción en una suerte de protorrealidad. El libro, que acaba de llegar a la Argentina, es un caldero burbujeante donde se cuece un sabroso potaje que incluye -además de Alta Filosofía y una despareja poética- realismo mágico, fábulas orientales y las historietas de Marvel. Como el lector habrá adivinado, Dos años, ocho meses y veintiocho noches equivalen a mil y una noches, la cifra de la magia (además, los números redondos son feos y traen mala suerte).

PRODIGIOSO YINN

Aunque se ha escrito mucho de ellos, se sabe muy poco de la verdadera naturaleza de los yinn, criaturas hechas de fuego sin humo (o de humo sin fuego) que viven en Peristán, la otra realidad, el mundo de los sueños de donde emergen periódicamente para afligir o bendecir a la Humanidad. Una de las yinnias más poderosas es Aasman Peri, la Princesa Centella, Hada del Cielo del Monte Qaf, matriarca mítica que tomó forma humana (la llamaron Dunia) para aparearse con el gran filósofo Averroes. Dejaron miles de descendientes (la raza de los dunianos) reconocibles por sus orejas sin lóbulos y por soportar la maldición de estar desfasados, siempre atrasados o adelantados respecto de la época en las que le toque vivir. La casa de Averroes o la Duniazada. Hasta nuestros días, la de Dunia era la última visita de un yinn al plano inferior. 

Escribió Rusdhie:

"Durante mucho tiempo dejaron de venir del todo y las ranuras del mundo quedaron cubiertas por las hierbas sin imaginación de las convenciones y las matas espinosas de lo tediosamente material, hasta que por fin se cerraron por completo y a nuestros antepasados nos les quedó más remedio que salir adelante sin los beneficios ni las maldiciones de la magia".

Tan atractiva mitología anima pues una trama, cuyo autor -con una gran belleza técnica- ha construido como crónica de la Era de la Extrañeza, escrita mil años después de los hechos por una sociedad que ha decidido prescindir de la religión y los sueños, y le va mejor que a nosotros. A principios del siglo XXI, al parecer, las sellos del mundo (agujeros de gusano) se volvieron a abrir y entraron como tromba desde el Peristán demonios malévolos (los Ifrits) que despreciaron, desafiaron e intentaron derrotar a las leyes de la razón para esclavizar a los humanos. Zumurrud el Grande y sus tres secuaces (el hechicero Zabardast, Ra'im Bebesangre y el Rubí Resplandeciente), junto a una legión de yinns de tercera y cuarta categoría, pusieron todo patas para arriba y exterminaron a millones de personas. Los talibanes fueron sus aliados, dicho sea al pasar. La Princesa Dunia y su prole (el jardinero Gerónimo, el contable Jimmy Kapoor y la mujer fatal Teresa Saca) le salieron al paso en nombre del bien y la venganza. Las tremendas batallas de la Guerra de los Mundos de Rushdie tienen ecos de la panoplia de efectos especiales con que Hollywood suele aburrirnos, pero no es éste el caso en gran parte de la novela. ¡Ah!, por cierto la Era de la Extrañeza duró dos años, ocho meses y veintiocho días.

PARA EL GABO

Días atrás, Rusdhie relató en la Universidad de Austin una anécdota esclarecedora. En 1975, un ejemplar en inglés de "Cien años de soledad" cayó en sus manos (acababa de publicar su primer libro ‘Grimus‘) y fue entonces cuando se enamoró perdidamente de un gran escritor que nunca llegó a conocer cara a cara.

Confesó el narrador angloindio:

"Cuando publiqué mi primera novela, un amigo que la leyó me llamó y me dijo que, obviamente, yo estaba muy influenciado por Gabriel García Márquez. Era 1975, yo tenía 27 años y nunca había oído ese nombre. ¿Quién es ese García Márquez?, respondí. Es el autor de un libro que vas a empezar a leer ahora. Solo ve y consíguelo… Fui a la librería, abrí el libro, y por primera vez vi y escuché estas palabras: 'Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo'. Lo que me pasó ese día fue lo mismo que le ha pasado a miles de personas, me enamoré de él, hasta el día de hoy". 

"Conocí los coroneles y generales de García Márquez, o al menos sus contrapartes indias y paquistaníes; sus obispos son mis mulás, sus mercados mis bazares. Su mundo era el mío, traducido al español... En India y América latina hay conflicto entre lo urbano y lo rural, entre ricos y pobres. Los dos tienen historias coloniales y en los dos la religión -y lamentablemente sus devotos-, tienen mucho peso".

Que quede absolutamente claro entonces que el realismo mágico en su variante garcíamarqueana (tan denostada por los snobs) es uno de los ejes rectores de la novela número doce de Rushdie. Las personas levitan, un bebe milagroso puede identificar la corrupción de los funcionarios (¡Que falta nos hace en la Argentina!) y un dama enloquecida mata con descargas de electricidad… Pero Rushdie también se nutre también de parábolas y fabulas mágicas de Oriente para narrar decenas de historias subalternas, aunque no todas resultan seductoras. Hay que destacar que, a diferencia de los best seller mamotretos, el recurso de la redundancia nunca fatiga.

Otros pasajes dignos de mención, además de los que revisan los temas de actualidad, son aquellos que reflexionan sobre el lenguaje. Al fin y al cabo, todos los humanos somos -conjetura Rushdie- relatos contenidos dentro de narraciones mayores y más grandiosas: las historias de nuestras familias, nuestras patrias y nuestras creencias. Como las Mil y una noches, somos cuentos dentro de otros cuentos

El problema -continúa en la página 161- es que "todos vivimos atrapados en las historias. Cada uno de nosotros es prisionero de su propia narración solipsista; no hay persona que no sea víctima de su propia versión de la Historia. Hay partes del mundo donde las narraciones colisionan y por eso se va a la guerra donde hay dos o más historias incompatibles luchando por conquistar el espacio en la misma página". Es lo que está pasando ahora en la Argentina. En la página 163, se describe al nefasto Parásito de los Relatos que exterminó a un pueblo entero.
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Muy bueno