jueves, 28 de enero de 2010

Salinger R.I.P.

En New Hampshire, un genio vivió encerrado en su cabaña durante más de 40 años. Odiaba las fotografías y los homenajes y defendió -escopeta en mano- su feroz privacidad. Publicó poco y hace mucho, mucho tiempo, pero al menos dos de sus obras son un hito en la literatura universal. Las otras dos podrían incluirse, sin exagerar, entre las gemas destacadas del siglo XX. Jerome David Salinger (1919-2010) fue el eremita más famoso del mundo de la cultura. A Dios gracias, las editoriales siguieron divulgándolo para satisfacer a los lectores de poquitos libros y para que las nuevas generaciones descubran qué significa realmente la palabra clásico.

Su obra maestra -una novela con aires del mejor Mark Twain- atiende con dos nombres: El cazador oculto o El guardián entre el centeno. Desde 1951 se han vendido más de sesenta millones de copias en cuarenta idiomas. Se ha dicho que prácticamente todo aquel que es alguien en la cultura contestaria le debe algo a este relato de tres d¡as en la vida de un adolescente. Es una de esas tramas que de inmediato entroncan con nuestras propias desilusiones y desdichas, y no sólo porque Salinger haya pulido hasta que relumbra la técnica de la complicidad. ¿Quién no ha sido alguna vez inconformista? ¿Quién no se ha hartado de todo? ¿A quién la conducta de los semejantes no lo ha confundido, asustado o asqueado?

El protagonista se llama Holden Caulfield tiene 16 años, algunas canas, es mitómano y odia el esnobismo, las conductas gregarias, la estupidez que todos llevamos dentro pero que sólo algunos dejan salir a raudales. Sus peripecias en la gran ciudad son reivindicación de la inocencia, los placeres sencillos, la veracidad del ser aunque deba nadar contra la corriente. Mark Chapman llevaba este libro en el bolsillo cuando asesinó a John Lennon.

Tengo en casa la última edición de Edhasa. El sello también reimprimió sus tres volúmenes de relatos cortos. Me temo que sólo leí dos. En Levantad, carpinteros, la viga del tejado se exponen las certezas existenciales y artísticas de Salinger. Hay una reivindicación de Kafka, de Kierkegaard, del misticismo oriental y de la autenticidad literaria. En Nueve cuentos se incluye una escritura que, quizás, haya logrado esa condición tan elusiva en el arte que conocemos como lo sublime. Un día perfecto para el pez banana narra el impresionante suicidio del veterano de guerra Seymour Glass. Uno concluye la lectura con escalofr¡os. No le va a la zaga Teddy, donde aparece un niño que, acaso, ha descifrado el universo: sugiere deshacerse de la lógica y de las emociones y revela que nacemos y morimos en la eternidad miles de veces. El período azul de Daumier-Smith es una de las sátiras más eficaces de la frivolidad cultural que se han escrito.

Entre tantas manías, Salinger prohibió a las editoriales incluir una biograf¡a suya en la solapa de los libros y el término clásico entre las frases promocionales. ­¡Vaya tipo! Ahora que nos ha dejado, ignoremos esa cláusula estrafalaria. Borges hoy hubiera escrito que el largo tiempo ha decidido leer El cazador oculto como si en sus páginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término.
Guillermo Belcore
Este comentario se publica en la sección El Mundo del diario La Prensa.

PD: Imagínense por un momento que Salinger escribió largo y tendido durante estas cuatro décadas de silencio tenaz. Que ahora salen a la luz cuatro novelas y treinta y ocho cuentos, más un raro poema épico. ¿No sería maravilloso?

g Querido internauta, si tu eres uno de esos cuarenta millones de terraqueos que compraron "El guardián entre el centeno" te invito a que me acerques tu apreciación. Aquí le rendiremos al anacoreta de Cornish un sentido homenaje.

martes, 26 de enero de 2010

McEwan firmó con Amazon

Tendencias I

Los periodistas solemos abusar del adjetivo "histórico". Es un ardid para interesar al público en asuntos que rara vez resultan interesantes. Recuerdo una magnífica especulación de Borges sobre esta palabra. Demostraba que los hechos que realmente alteran el curso de los acontecimientos son invisibles para sus contemporáneos. Sostenía que la tarde olvidada en que un aeda heleno cantó por primera vez la cólera de Aquiles fue, a la sazón, más trascendente para el género humano que, digamos, la caída de Constantinopla. Los científicos lo saben: sólo captamos lo esencial observando todo el proceso. Hegel lo dijo con espléndidas palabras: la lechuza de Minerva bate las alas al atardecer.

En esto pensaba tras leer en un venerable diario inglés una noticia que, acaso, al cabo de los años se le atribuya la cualidad de hito. Algún estudioso del mañana la calificará como el comienzo del fin del negocio editorial tal como lo conocemos desde el siglo XIX. El inglés Ian McEwan firmó un contrato de exclusividad con Amazon. La tienda puntocom editará sus libros en papel y los vendera en el Kindle a cambio de duplicar los royalties del escritor por unidad vendida.

Seguramente, otras glorias de la literatura seguirán el sendero que abrió McEwan. ¿Negociarán con Apple, Dell o Microsoft para acceder a sus tablets? Será interesante ver la reacción de las editoriales tradicionales. El desafío no es menor. ¿Elegirán morir con las botas puestas como los colosos de la industria discográfica? Yo estoy del lado de los lectores. Quiero libros baratos, una oferta abundante y que se le pague lo mejor posible al artista para que se concentre en aquél don que la Providencia le ha regalado: crear.
Guillermo Belcore

lunes, 25 de enero de 2010

George Steiner en Las Violetas

Diario de un lector apasionado XI

Domingo 24 de enero, 5.00 P.M., barrio de Almagro.

Escribió Borges en El libro de arena: “Fue uno de esos días de Buenos Aires en el que el hombre se siente no sólo maltratado y ultrajado por el verano sino hasta envilecido”. La sentencia calza perfecta a esta tarde luminosa de enero. La intención era merendar en la terracita de Baraka pero el calor nos intimidó. Las Violetas, extrañamente, hoy está vacía. Nos quedamos en el vecindario. Café con leche con pancitos saborizados para mí. María de los Angeles, más conservadora, opta por las medialunas. Se nos van los ojos con los María Callas (una selección de las exquisiteces del lugar) que encargan los turistas brasileños. Privilegios del súper real (1,8 por dólar); todo les cuesta la mitad.

Nos acompaña mi maestro, guía ejemplar en el arte del comentario de la literatura comparada. Estoy leyendo George Steiner en The New Yorker, una recopilación de artículos que ha rescatado el Fondo de Cultura Económica. ¡Qué maravilla! Después de saborear el prólogo y el sublime primer texto sobre el traidor Anthony Blunt, anuncio que este libro inaugurará el ranking Recomendados 2010.

La claridad pedagógica de Steiner es formidable. La finura de sus antenas me ha persuadido de que la tarea primordial del crítico es lograr un lenguaje adecuado para transmitir el júbilo que ha experimentado como lector. Nos enseñó también -recuerda el prefacio- que existe una seriedad profunda en las artes, que las jerarquías literarias importan, que el crítico debe ser un recordador de los monumentos del intelecto que no envejecen (la expresión es de Yeats) y que debe mostrarse abierto y generoso incluso con obras que no son de primer orden, resistiéndose con fiereza solamente a libros sin altas ambiciones o claramente concebidos para congraciarse con un público. “El arte -estableció- es un asunto demasiado importante para dejarlo sólo en manos de los artistas”. ¡Qué falta haría un Steiner en la Argentina!

Desde hace décadas una cuestión me intriga. ¿Por qué no surgen ya un Mozart, un Shakespeare o un Miguel Angel? ¿La edad de la comunicación de masas es menos propicia para el genio individual? Qué tema, ¿no? Leo en la página cuarenta y ocho que carecemos de un mecenazgo ilustrado, conservador pero secretamente progresista y con sentido histórico. Como Versalles o la Florencia de los Medicis. El Estado democrático está en otra, como dicen los chicos. Steiner, ese luchador en minoría, se rebela contra la propiedad privada de las grandes obras de arte. Oigan este espléndido discurso:

“La literal desaparición de un Turner o de un Van Gogh en la cámara acorazada de algún banco en Oriente Próximo o América Latina para ser guardado como inversión o garantía, la sardónica decisión de un magnate naval griego de colgar un incomparable Greco en su yate, donde se halla expuesto a un peligro constante, son fenómenos que rozan el vandalismo. ¿Tiene que existir la posesión privada de grandes obras de arte, con todo lo que dicha posesión entraña de riesgo material, de codicia, de exclusión de las corrientes generales de pensamiento y sentimiento? (…) ¿Debe la mera riqueza o la fiebre especuladora del inversor determinar la ubicación, la accesibilidad de unos productos del legado del hombre universales y siempre irremplazables? (…) Ningún investigador, ningún hombre o mujer que desee sanar su alma ante un Rafael o un Matisse tiene que esperar, gorra en mano, a la puerta de la mansión”.

El Medioevo, el Renacimiento y los siglos XVII y XVIII produjeron pintura, música, escultura o motivo arquitectónico para la exhibición pública y el adoctrinamiento, en primer lugar. El mecenazgo eclesial, político o monárquico organizaba la presentación de ese arte a la sociedad entera. La Revolución Mexicana, más acá, prohijó a un Orozco, a un Rivera, a un Siqueiros, básicamente por las mismas razones. ¿Y ahora? Ojalá me equivoque, pero tengo la impresión de que la Argentina despilfarrará la ocasión del Bicentenario para legar alguna sinfonía o escultura trascendente. Los Kirchner y los Macri gustán de financiar los caprichitos estériles de una secta de mediocres. Seguiré leyendo a Steiner.
Guillermo Belcore

domingo, 24 de enero de 2010

Cartas de un joven escritor

Juan Carlos Onetti
Beatriz Viterbo Editores. 163 páginas. Precio aproximado: 45 pesos.

South Bend es una pequeña urbe de Indiana famosa por albergar -hasta su ruina en 1963- la sede de la automotriz Studebaker. Inmigrantes polacos y alemanes han definido su identidad. Una plácida ciudad del Medio Oeste como cualquiera, si no fuese por la católica Universidad de Notre Dame. Allí, confirmando el poder del dinero y la excelencia de la educación estadounidense, se guardan sesenta y siete cartas que el colosal Juan Carlos Onetti dirigió al distinguido crítico Julio Payró entre 1937 y 1955. El profesor uruguayo Hugo Verani editó ese feliz epistolario. Lo enriqueció con un estudio preliminar y notas oportunas. El libro es una verdadera maravilla.

Habla un escritor en ciernes, joven y jovial, anhelante de afecto y orientación. Sus reflexiones permiten comprender la rara poética del mejor novelista del Río de la Plata. Se develan dos claves: una pasión rabiosa por escribir y el poder de las influencias (sí, Harold Bloom tiene razón, la Gran Literatura no es otra cosa que el juego de las influencias eminentes). Verani prueba que Gauguin y Cezanne ayudaron a Onetti a crear una variante no convencional de realismo. En 1937, escribió: “casi todo lo que he aprendido de la divina habilidad de combinar frases y palabras ha sido en críticas de pinturas”. También recibió la impronta de Proust y Joyce y, finalmente, la decisiva de Faulkner. “Claro que hay 4657849 tipos que escriben mejor que yo, pero en la clase de cosa que quiero hacer mis rivales están en U.S.A”, explicó en 1941 a su amigo. Una brevísima digresión: ¿Cuáles son las influencias de los narradores en español menores de cuarenta años? ¿A quiénes leen, qué arte ven o escuchan?

El libro encierra brillantes exhibiciones de estilo, ideas excelentes y hasta un microcuento que se reproduce a continuación: “El rey David se acostó con una niña para volver a ser joven y fracasó porque el procedimiento para reconquistar lo único envidiable de la adolescencia -la limpieza del alma, la virginidad de las sensaciones, el desinterés- consiste en no acostarse con una niña”.
Guillermo Belcore
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Muy bueno

PD: Onetti dijo: "Soy un tipo que escribe y punto". Ortega y Gasset notaba hace mucho mucho tiempo que los argentinos no quieren escribir, quieren ser escritores. Sé de lo que habla: me pasa todo los años con las nuevas camadas de recibidos en periodismo o letras que irrumpen en las redacciones: no quieren hacer periodismo, quieren ser periodistas.

viernes, 22 de enero de 2010

Heinrich Himmler

Peter Longerich
RBA. Ensayo de historia, 937 páginas. Edición 2009

¿Cómo puede un hombre banal convertirse en genocida?
Esta impresionante biografía ofrece respuestas. Peter Longerich, un historiador alemán afincado en Londres, hizo un trabajo formidable. Nunca antes, dicen, se habían explorado tantos documentos (cartas, discursos, diarios y memorias, directivas gubernamentales) para retratar a un jerarca del Tercer Reich. El libro fue esculpido de una manera tan minuciosa que por momentos causa mareos, pero es ameno y rico en enseñanzas. Confirma, por ejemplo, que las democracias tienen el deber de censurar ciertas ideas demenciales, como el racismo o el odio al pueblo judío. La intolerancia es el trato que exigen los intolerantes.

Heinrich Himmler no fue un funcionario intercambiable o un burócrata más. En su carácter de timonel del aparato represivo dio una infernal eficacia al exterminio de aquellos hombres, mujeres y niños que los nazis catalogaban como sabandijas. Asesorado por psicólogos, Longerich desentraña en su octavo ensayo el núcleo de la personalidad del Reichsführer SS. Combina la historia estructural con la biográfica. Revela que el número dos del régimen modeló instituciones con sus manías, creencias estúpidas, duplicidad moral. Hay un dato que encantará a los freudianos: Himmler fue virgen hasta los veintisiete años. Un homofóbico con tendencias vouyeristas.

Si Lacan tiene razón y la capacidad de adaptación es una manifestación de la inteligencia, Himmler era listísimo. Fue un idólatra, estaba convencido de que la misión histórica del nazismo era sepultar a la religión cristiana. Hijo de un estricto profesor bávaro, educado en el catolicismo -al cual persiguió con saña- y obsesionado por mostrarse como un general aguerrido y paternal, planeó y ejecutó desde su atalaya visionaria el satánico reordenamiento de Europa. El precio de treinta millones de muertos es baladí, aleccionaba a sus esbirros. Murió como un cobarde: trago una píldora con cianuro en mayo de 1945.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno

PD: El País de Madrid publicó una excelente entrevista al autor.

lunes, 18 de enero de 2010

Guerras justas

Alex J. Bellamy
Fondo de Cultura Económica. Ensayo de filosofía, 412 páginas

¿Cómo pueden estar libres de pecado contra la Divina
Providencia si están manchados con sangre humana derramada para defender cosas que deberían ser despreciadas?
San Agustín
Los demoníacos atentados del 11-S y la criminal invasión de Estados Unidos a Irak han obligado a repensar las leyes de la guerra. En realidad, lo que han revivido es la urgencia por recordarle a los poderosos que para asegurar la supervivencia de la especie no debe darse carta blanca a los militares, ni siquiera al realismo, mucho menos a la razón de Estado. De ahí, el origen y la necesidad de este ensayo. Su mensaje es el mismo que el de Immanuel Kant: hasta que la guerra desaparezca por completo, el imperativo deberá ser limitarla en la mayor medida posible. Hay ciertas leyes que son vinculantes para todos.

La obra procede de un think tank marginal. Alex J. Bellamy es profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Queesland, Australia. Se presenta como un discípulo intelectual del formidable padre Francisco de Vitoria, catedrático de la Universidad de Salamanca que en el siglo XVI reprobó el expolio de los aborígenes americanos ante las narices mismas del rey. Bellamy da por satisfecho si este libro es considerado como una nota al pie de página de Guerras justas e injustas (1977) de Michael Walzer, “la obra definitiva de la ética de la guerra”. Su estilo es árido pero ordenado. Cada capítulo cierra con una conclusión.

El libro consta de dos momentos. En la primera mitad, se glosa la tradición de la guerra justa en Occidente, desde Atenas hasta la actualidad. Es la más interesante. En la segunda, se abordan los dilemas éticos y legales que plantean los conflictos contemporáneos, como la lucha contra el terrorismo, la intervención humanitaria (Yugoslavia, Somalia o Sudán) o la irrupción aliada en Afganistán. El autor desempeña el papel de un miembro del jurado que sopesa todos los alegatos. Su sentencia es el siguiente: “los actos bélicos son legítimos sólo si están justificados en términos de los referentes y las perspectivas comunes que provee la tradición de la guerra justa, y si estas justificaciones están validadas por otros actores”. Es decir, abomina de los Bush y de los halcones neocom, y de la demencial doctrina de la guerra preventiva que han pergeñado.
Guillermo Belcore
Publicado ayer en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Bueno

PD: No se trata, obviamente, de un hito del pensamiento; pero es un libro esclarecedor y necesario.

sábado, 16 de enero de 2010

La teoría de las influencias

El moscardón imaginario XXIV

Leo desde que tengo memoria. Hago crítica literaria en La Prensa desde hace diez años. He ponderado por escrito más de quinientos libros. Parece un récord, ¿verdad? Mi trabajo se basa en una premisa simplísima: aislar las cualidades que vuelven recomendable a una obra o, en su defecto, denunciar la falta de ellas. Tengo una convicción: creo en la autonomía del hecho estético. El comentario freudiano, marxista o sociológico me resulta sabroso, pero me parece totalmente inútil para determinar la excelencia de una prosa o de un poema, o bien para orientar al lector de diarios o de blog que se pregunta qué leer. No he inventado nada. Aplico lo que he aprendido de cuatro o cinco comentaristas geniales. Harold Bloom (foto) es uno de ellos. Me enseñó que uno debe interrogar respetuosamente al texto: ¿Contienes algunos de estos cinco valores: originalidad, sabiduría, exhuberancia en la dicción, dominio de la metáfora y profundidad psicológica? Siempre empleo este procedimiento.

De Bloom también he asimilado la teoría de las influencias. Básicamente, sostiene que cualquier gran obra literaria lee de manera creativa -pero errónea- un texto o texto precursores. Poesías, relatos, novelas, obras de teatro nacen como respuesta a anteriores poesías, relatos, novelas u obras de teatro y esa respuesta no es sólo un amable proceso de transmisión sino también una tremenda lucha entre el genio anterior y el nuevo aspirante al Parnaso. La angustia de las influencias cercena a los talentos más débiles pero estimula el genio canónico. El inventor sublime sabe cómo pedir prestado. Juan Carlos Onetti, agrego yo, es un caso paradigmático.

En estos días, estuve leyendo una recopilación de cartas que Onetti envió al crítico Julio Payró entre 1937 y 1955. El libro lo editó el sello Beatriz Viterbo y después de que sea publicada en La Prensa añadiré la reseña al blog. El narrador uruguayo confiesa a su mentor que desea inventar una suerte de realismo no convencional, similar al que en el lienzo han producido los pintores franceses postimpresionistas de finales del XIX. Revela su amor por Proust y Joyce y el ascendiente -decisivo y definitivo- de Faulkner. “Claro que hay 4.657.849 tipos que escriben mejor que yo, pero en la clase de cosa que quiero hacer mis rivales están en U.S.A.”, explicó en 1941, al comienzo de su magnífica carrera literaria.

Es obvio que no todos los que lean a Tolstoi o Nabokov y tengan la rabiosa pasión por escribir de Onetti engendrarán una obra de arte. Pero puede postularse lo contrario: sin una influencia eminente es muy difícil, o acaso imposible, que surja algo digno de ser conservado. Ergo, Bloom tiene razón.

Me pregunto cuáles son las influencias de los escritores argentinos de hoy, una literatura sin genios como una vez se sentenció. Entre los de mi edad, diré que el amor de Marcelo Birmajer por Somerset Maugham o Isaac Bashevis Singer ha engendrado cautivantes relatos de hombres casados y de picaresca judía. Y Henry James es una presencia notoria en los textos de Guillermo Martínez.

¿Y entre la joven guardia, es decir los menores de cuarenta? Se lo pregunté la semana pasada en Eterna Cadencia a Omar Genovese, un intelectual que conoce del tema mucho más que cualquiera. Este caballero, a quien respeto por su libertad e inteligencia, me señaló a Oliverio Coelho como ejemplo de creador con un bagaje respetable sobre sus espaldas. Yo he encontrado tintes de Borges en Pedro Mairal y de Cortazar en Samanta Schweblin. Hay algo de Arlt en el mejor Incardona y de Gogol en una novela de Martín Murphy. Acaso Saer haya inspirado algún cuento. Un prólogo se ha ufanado de que ésta es la generación más libre de las letras argentinas. Acaso, sea la más ignorante.

Carezco de la valentía de Genovese, así que no repudiaré en público a los jóvenes escritores o escritoras que me fastidiaron con sus torpes emulaciones, pero tengo para mí que César Aira es una influencia nefasta para quienes recién se lanzaron a caminar (y para los grandulones también). Ha persuadido a algunos despistados de que la literatura es noventa por ciento inspiración y diez por ciento transpiración (invirtió la fórmula de Wilde), de que el disparate debe regir siempre el conjunto, de que el remate de una novela debe acelerarse hasta el vértigo, de que un solo procedimiento estético basta, de que es mejor publicar rápido y breve. El león de la novelita infinitesimal (siempre la misma) tiene cien cachorros haciendo de las suyas.

Onetti se inspiró en Cezanne y en Gauguin; en Santuario y en el Ulises. Queridos escritores, recuperen esa ambición canónica es la amigable exhortación de esta trinchera.
Guillermo Belcore

viernes, 15 de enero de 2010

Cuentos completos

Juan Carlos Onetti
Alfaguara. 536 páginas, Edición 2009. Precio aproximado: 85 pesos

Juan Carlos Onetti (Montevideo 1909-1994) no era una persona normal. Fue, como todo gran artista, una divinidad gnóstica, un demiurgo escéptico y juguetón que creó con sus propias manos un cosmos terrible. En ese universo, en la ciudad mítica de Santa María, la gravedad es mayor que la terrestre, el tiempo carece de importancia, las historias se revelan a medias y los personajes entienden que el fracaso no es un estigma personal sino el destino irrevocable y sustancial de cada individuo. La metafísica, además, es más intensa. El oxímoron rige el conjunto. Como entre los gnósticos, la luz oscurece; la desdicha, alegra.

Bienvenidos a Onettiland. El sello Alfaguara ha publicado los cuentos completos del mejor novelista del Río de la Plata; nuestro Faulkner. El libro pertenece a la estirpe de los imprescindibles. Abarca sesenta años de trabajo; contiene la travesía ascendente de un estilo magnífico, que exige un tipo de atención
reconcentrada, un ensimismamiento fiel. Hay textos cuya excelencia no se asimilará del todo sin una o dos relecturas. Hay escritos inéditos, como el sorprendente Eva Perón y el conmovedor El último viernes que bosqueja a un buchón del comisario. Enriquece el volumen un prólogo de Antonio Muñoz Molina.

Entra tantas gemas, resulta difícil destacar alguna sobre el resto. El nivel es parejo, siempre merodea el Parnaso. El lector encontrará cuentos de cincuenta páginas y otros, prodigiosos, de unos poquitos párrafos, como aquél que esboza una anatomía del beso o el que recrea la iniciación en un prostíbulo. Algunos relatos son de naturaleza policial; otros son astillas de las novelas que hicieron grande a Onetti. Pueblan las páginas Díaz Grey, Petrus, Medina, Jorge Malabia, etc. El infierno tan temido o Jacob y el
otro o Tan triste como ella son ya, seguramente, eso que llamamos clásicos, es decir una escritura sagrada capaz de infinitas interpretaciones, que guarda (cómo decía Borges) un ángulo cambiante de sombra para cada hombre y para cada mujer.

Guillermo Belcore
Esta reseña se publicará en el suplemento de Cultura del diario La Prensa el próximo domingo.

Calificación: Excelente

PD: No pierdas el tiempo con fruslerías. Sólo hay que leer libros como éste. En el Río de la Plata y en el castellano todo, después de Borges, ahí nomás incluso, viene Onetti.

domingo, 10 de enero de 2010

Invisible

Paul Auster
Anagrama. Novela, 282 páginas. Edición 2009, precio aproximado: $ 55.

Borges definía a su amigo José Pepe Bianco como uno de esos pocos escritores que “no olvidan que hay un lector, un hombre silencioso cuya atención conviene retener, cuyas previsiones hay que frustrar, delicadamente, cuyas reacciones hay que gobernar y que presentir, cuya amistad es necesaria, cuya complicidad es preciosa“.
El hermoso dictamen calza perfecto en Paul Auster (Nueva Jersey, 1947). El estadounidense es un literato diestro y elegante que conoce los trucos del oficio. Sabe como picar la curiosidad del lector, como crear identificación con el hombre o la mujer que ha pasado por el psicoanálisis, como enseñarle algo a ese o esa profesional que aún conserva aspiraciones intelectuales. Todo viene servido con una capa de corrección política y moralidad inteligente que no puede sino reforzar los vínculos. Hasta los eméticos son azucarados: en el libro que me dispongo a comentar hay una detallada relación incestuosa, que en ningún momento resulta cruda o repugnante. Paul Auster, supongo, es el escritor favorito de los lectores de The New York Times.

Ahora bien, establecido el hecho de que el americano sabe cómo narrar una historia, es menester decir unas palabras sobre lo que narra. Invisible -como casi todas las obras de este siglo de Auster- trasmite una idea de superficialidad. La story, al fin y al cabo, no es más que una tempestad en un tubo de ensayo. Un estudiante de letras, guapo como estrella de cine, tropieza en una fiesta con un profesor francés que imprevistamente se convierte en su benefactor pero un hecho sangriento en la calle arruina esa relación. El joven viaja a Francia e intenta vengarse. Su vida da un giro de ciento ochenta grados. Con este puñadito de arena, Auster intenta construir una mansión. Ni el mejor artesano podría hacerlo.

La novela número trece de Auster contiene, naturalmente, todos los elementos de su universo personal: erotismo, neurosis del intelectual, el poder del azar, referencias clásicas, personalidades difíciles de entender, una evaluación crítica del pasado, jueguitos metaliterarios, enigmas. También dice presente la fascinación zonza del americano por París. El texto incurre en sensiblerías: “Conteniendo una carcajada, Gwyn te lanza el paquete de tabaco y grita con falsa rabia: ¡Eres imposible!”. La sensiblería, claro está, no anula otras cualidades de la prosa: encanto, erudición, transparencia, sentido del humor. Combina una admirable lucidez para ponderar la naturaleza humana con una fea propensión a pontificar: “ser buena persona es ser honrado, amable y generoso, no burlarse jamás de nadie, nunca sentirse superior a nadie y tampoco buscar pelea por nada”. O esta otra guía para infieles: “el amor no es una cuestión moral, como tampoco lo es el deseo, y mientras no se perjudique al uno al otro ni a nadie más, no incumplirás tu palabra”. El libro esta infestado con sabidurías de pacotilla.

Los huecos en la trama intentan subsanarse con un truco literario que confirma las dotes de prestidigitador de Auster. Como la historia es narrada por escrito por un Adam Walker moribundo, o por personas que lo conocieron, el lector nunca puede estar seguro de qué ha ocurrido en realidad en 1967, si las anécdotas son verdaderas o bien el producto de una imaginación desatada. Esa delicada ambigüedad, empero, no rescata una obra menor que en conjunto es difícil que sea recordada como algo más que “un best seller de calidad, muy bien escrito”.

Que me disculpe su legión de admiradores, yo sigo pensando que Paul Auster es otro artista que ha perdido la facultad de sorprender. Añoro sus primeros libros.
Guillermo Belcore

Calificación: Regular

PD: Auster sostiene que trabajar en una biblioteca sirve única y exclusivamente para una cosa: entregarse a fantasías sexuales. Si hay algún lector o lectora de este blog que trabaje o haya trabajado como bibliotecario, me encantaría que me confirme o refute el punto.

PD II: Podés leer el primer capítulo aquí:

sábado, 9 de enero de 2010

Los funerales de Castro

Vicente Botín
Ariel. Ensayo periodístico de 444 páginas. Edición 2009.

Este ensayo periodístico prueba que la Revolución Cubana se desvió hace mucho tiempo de los valores que siempre predicó. Los logros de ayer se han ido
difumando con en el tiempo. Hay hambre; hay carestía; hay villas de emergencia (las llega y pon). La caza de brujas sigue vigente. Es un mito que el sistema sanitario sea admirable. No es cierto que no existan escandalosos privilegios. Rige en la isla un sistemático inmovilismo social y económico -una especie de ultraconservadurismo- que renuncia al más minúsculo cambio por el temor cerval de los viejos revolucionarios a una nueva revolución que los barra al basurero de la historia. Fidel Castro, al fin y al cabo, ha sido el principal obstáculo para el desarrollo. En nombre de un embargo que ya no es tal (Estados Unidos es el quinto socio comercial de Cuba), se justifica cualquier bestialidad.

Vicente Botín fue corresponsal en Cuba de la Televisión Española entre 2005 y 2008. Regresó indignado. Pasó en limpio sus experiencias en un libro minucioso, serio y veraz. Pinta un fresco impresionante de la vida cotidiana en la isla. Nos presenta a los buzos (nuestros cartoneros), al colero y al bulenque, a las jineteras y a los permuteros, al pobre merolico (trabajador por cuenta propia). Describe la inexplicable devastación de La Habana y las pícaras artimañas para suplir una alimentación escasa e inadecuada, después de 50 años de Revolución. La caza del chavito (peso convertible) o del fulá (dólar) es un auténtico deporte nacional. Cuba es hoy el país más corrupto de América: si en la Argentina un político corrupto suele robar de tanto en tanto cinco millones de dólares, en la isla de la fantasía cinco millones de personas deben robar un dólar todos los días para sobrevivir.

El volumen es riquísimo en datos, anécdotas e incluso chistes. Desmenuza también los documentos generados por el propio castrismo. Si bien el Estado-patrón suele ocultar o falsificar la realidad, la incompetencia y las rivalidades filtran la verdad. Botín es un mediocre historiador pero un excelente periodista. Ha capturado el habla, el sentir y las esperanzas de un pueblo sufrido, harto de un marxismo ineficaz más propio de Groucho que de Karl. Cuba aguarda un Gorbachev.
Guillermo Belcore
Esta reseña se publica el domingo 10 en el suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Bueno

PD: Chiste que circula en La Habana: ¿Por qué los policías patrullan de a tres? Uno porque sabe escribir; otro porque sabe leer; y el tercero para vigilar a esos dos peligrosos intelectuales.
Dato: los veterinarios cobran cinco dólares para extraerle las cuerdas vocales a los cerdos que se crían en las casas para paliar el hambre y así no ser descubiertos por los infames CDR.

jueves, 7 de enero de 2010

El crítico invitado II

San Mart¡n. Soldado argentino, héroe americano
Por John Lynch
Crítica. Ensayo de historia 382 páginas

Entre otras muchas, tres razones recomiendan la lectura de esta biografía de San Martín. La primera, que fue escrita por un historiador profesional experto en historia hispanoamericana del siglo XIX. La segunda, que ese historiador es británico, lo que pone a salvo a los lectores de
cursilerías patrióticas o del uso político del más importante héroe nacional, algo que por desgracia ha ocurrido con demasiada frecuencia por estas pampas. Por último, pero no menos importante, en su minucioso trabajo el autor pone énfasis en describir la personalidad de San Martín, algo que resulta especialmente esclarecedor para entender su enigmática trayectoria.

En tiempos en que se echa mano de las grandes estructuras económicas, sociales y políticas para explicar hechos específicos del pasado, Lynch hace hincapié en la mentalidad, la moral y la experiencia recogida por su biografiado en Europa y América para dar cuenta del por qué de su conducta. La explicación a través de factores subjetivos y no de categorías abstractas -por ejemplo, la lucha de clases- tiene riesgos conocidos. Pero el retrato moral e intelectual que Lynch hace de San Martín es elocuente. En especial su rechazo del autoritarismo, tanto por parte de la retrógrada monarquía española como de los caudillos latinoamericanos, como su apego a la ley y las instituciones lo convirtió en un actor incómodo y peligroso para todos los factores de poder criollos envueltos en inacabables luchas de facción después de la caída del imperio colonial.

El hecho de ser un soldado de fortuna sin base política propia transformó a San Martín, además, en blanco de innumerables intrigas forzándolo al exilio. El choque con Bolívar en Guayaquil, excusa de numerosas efusiones para el nacionalismo más burdo, recibe también una explicación convincente.
Sergio Crivelli

Calificación: Muy bueno

PD: Sergio Crivelli es editorialista del diario La Prensa y un lector excelente desde su infancia. Es también un gran polemista y un exquisito contertulio literario. Este blog se enriquece con sus comentarios.

martes, 5 de enero de 2010

El pasajero

Rodolfo Rabanal
Seix Barral. Novela, 186 páginas. Edición 2009

Publicado en 1984, este libro narra la corta convivencia de un grupo de escritores de distintas nacionalidades en una Universidad de Michigan, subvencionado por una misteriosa institución, nunca se explica bien para qué. Es posible que incluya material autobiográfico, pero la story parece mera coartada para que Rodolfo Rabanal pueda exponer su desdén por Estados Unidos. El telón de fondo es la guerra fría. Hay una descripción de los becarios que calza perfecta a tantos intelectuales argentinos: “Gente vana y descontenta, a la espera siempre de un mendrugo, por lo demás esquivo, ávida de sexo novelesco y de aplausos que colmen su vanidad y legitimen su farsa“.

En honor a la verdad, ocurren pocas cosas interesantes. El libro carece de tensión dramática, con la excepción del final que es muy bueno. Los personajes son planos o bien fueron desaprovechados como el caso del intrigante señor Edwin Thurber, la encarnación del poder burocrático. Tal vez, la novela haya intentado ser filosófica, pero dos elementos le jugaron en contra. En primer lugar, el narrador, Pablo Morán, no es una figura estimulante, ni siquiera un agudo observador de los usos y costumbres. Segundo, la visión del suburbio norteamericano no va más allá del tópico pseudoaristocrático, es decir, la certeza de que hay algo maligno en el igualitarismo. Dicho en borgeano tardío, las opiniones se desustancian en repudios pueriles.

La fortuna del libro, pues, radica en el lenguaje. Rabanal, un autor prolífico y respetado, escribe francamente muy bien. El vocabulario es copioso. Hay descripciones sensuales y párrafos que cuentan con un cromado refulgente. La pregunta es la siguiente: ¿basta un estilo estupendo para volver a un texto recomendable? Cada lector deberá elaborar su propia respuesta.
Guillermo Belcore
Publicado en el suplemento de Cultura del diario La Prensa el domingo 3 de enero de 2009.

Calificación: Regular

domingo, 3 de enero de 2010

La señorita Porcel

Esther Cross
Siglo Veintuno Editores. Novela, 141 páginas. Edición 2009.

El asunto es serio. Los libros consagrados son cada vez más breves. ¿Flojera o es una estrategia para complacer al jurado? La señorita Porcel recibió el Sexto Premio Internacional de
Narrativa 2008 que había convocado en México el sello Siglo XXI. Se organiza en treinta siete capítulos y un epílogo; tres o cuatro páginas promedio. Lo exiguo es bueno, parece ser la premisa que embriaga a los escritores argentinos. Allá ellos. Los lectores apasionados, aquéllos que valoramos muchísimo nuestro tiempo de lectura, tenemos derecho a repudiar la carencia de ambición narrativa.

Por otro lado, la correctísima y amena prosa de la señora Esther Cross (Buenos Aires, 1961) es digna de ser leída. Templa las frases con esmero. La transparencia es su reino. Ha labrado sentencias admirables, pero abusa del recurso fácil de la enumeración. La decisión de venerar las ideas políticamente correctas quizás reste interés al discurso. Los tópicos suelen ser tediosos.

La novela desarrolla el monólogo de la “famosa rica pobre argentina, siempre resentida“. Habla con lucidez; obra como una sicótica recalcitrante. Tiene el alma cargada con municiones. La mujer relata su venganza contra la solterona Ema Ponciana Porcel de Peralta, una amiga-enemiga de la familia. La historia transita por dos senderos: el que conduce a la tremenda agresión en un cajero electrónico de Recoleta; y lo que ocurre después de la hospitalización de la anciana. Cross retrata las miserias de una oligarquía en decadencia. El telón de fondo es la feroz crisis de 2001. En el mundo no hay justicia, pero pueden saldarse algunas deudas, se establece.

Resulta fácil arribar al final. El tono, entre desdeñoso y burlón, seduce. Pero tal vez el libro deje con hambre al lector voraz. Faltan digresiones, historias secundarias, minuciosas descripciones, desarrollo de personajes. Por ejemplo: ¿Por qué la narradora se define como comunista? Le faltan, en suma, unas doscientas páginas.
Guillermo Belcore
Publicado hoy en el suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Regular

PD: Uno de estos días me desayunaré con la noticia de que los escritores argentinos han inventado la micronovela. La fraternidad de críticos y comentaristas perezosos seguramente festejará el prodigio. Yo, por mi parte, prefiero morir con las botas puestas. Aquí amamos la novela oceánica, aquella composición torrencial que, como sostiene Antonio Muñoz Molina, abruma en su extensión, en su complejidad y en su virtuosismo técnico. Obviamente, exige una atención apasionada.

viernes, 1 de enero de 2010

Antártida

Claire Keegan
Editorial Eterna Cadencia. Cuentos, en 201 páginas. Edición 2009.

Esta reseña no ha sido encomendada por ningún diario, por consiguiente me daré el gusto de escribirla en rigurosa primera persona. Tengo para mí, que el blog es uno de los pocos géneros (¿literario?) donde el narcisismo no resulta desagradable. Empero, las escrituras del yo no son todas iguales. Básicamente hay dos: la vanidad creativa e inteligente, que induce a pensar; y la mera ostentación hueca del pavo real. Quisiera confesar que siento aún una inmensa
oleada de felicidad cuando tropiezo con un magnífico escritor o escritora que desconocía. Como Claire Keegan (1968, County Wicklow). En 2008, me había maravillado con un volumen de cuentos que confirma la vitalidad de la narrativa irlandesa. Ahora, cayó en mis manos la primera obra publicada por esta dama rubicunda y perspicaz. En 1999, Antártida fue elegido libro del año por Los Angeles Times. Confirmo que fue un acto de justicia: contiene no menos de diez relatos estupendos que -como ha escrito Keegan- agitan algo antiguo e imperioso en el corazón del lector.

El volumen se ambienta en dos continentes: la Irlanda estoica o resentida; y el interior profundo de Estados Unidos, donde también vivió Keegan. ¡Qué notable! Una europea demuestra talento para narrar con amenidad y soltura historias de Louisiana o Colorado, e incluso para emular el latido de Carver. “Donde el agua es más profunda” o “Quemaduras” logra producir esa peculiar atmósfera de tragedia inminente que caracterizan a los cuentos del autor de “Tres rosas amarillas“.

Como todo artista que se precie, Keegan tiene sus caballitos de batalla: el frío, la soledad, la perspectiva de una niña, los méritos del trabajo duro, el adulterio, el alcohol, los hombres que maltratan a sus mujeres, las mujeres que rompen las reglas, la desdicha. Los sentimientos son su materia prima favorita. La prosa es elegante y melancólica; profunda y palpable. Me ha encantado cierta poética de la caricia labial: “la besó como si en la boca de ella hubiese algo que quería”; “me besaban como si tuvieran sed y yo fuera el agua”. Otro punto alto del libro es la definición y el acabado de los personajes. La crítica ha elogiado también la ausencia de ironía.

Ya he escrito sobre el admirable primer párrafo de la composición que da nombre al volumen. Relata la aventura sexual de una respetable señora que concluye esposada a la cama y sin perspectivas de salvación. Igualmente conmovedor es “Suba si se anima”, donde una cita a ciegas nos instruye sobre la necesidad de arriesgarnos en pos de una ilusión. Qué terrible es ser una tonta a los cuarenta, es la frase primordial de “Amor en el pasto alto”. Luego hay una escritora que declara al padre del niño por venir que no piensa abortar. “Siempre hay que tener mucho cuidado” es el monólogo de un pescador que ha sido engañado por Butch, el cantante que asesinó a su chica infiel. En “Hombres y mujeres” y “Tormentas” las señoras de la casa son víctimas de maridos necios; el drama, en ambos casos, pasa por el tamiz de los ojos de una niña. “Hermanas” es mi favorito. ¡Qué encantadora venganza!
Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno