sábado, 24 de octubre de 2009

Broken

House, primer capítulo de la sexta temporada

Antes de que el tema caiga en manos de esos intelectuales snobs que sienten pánico de admitir en público que disfrutan de un entretenimiento plebeyo, quisiera aportar unas líneas sobre un suceso que fue compartido por millones de personas. Me refiero al capítulo doble con que se abrió la sexta temporada de Doctor House. Mi intención es abrir una discusión con los amigos que frecuentan este blog. ¿Qué les ha parecido el giro dramático de la serie?

Creo que Gregory House se ha transformado en uno de esos personajes de la ficción -como Sherlock Holmes o Aquiles, el de los pies ligeros- que a duras penas comprendemos que no existen en la realidad (¿pero que diablos es la realidad?). Me temo que el actor y músico británico James Hugh Calum Laurie ha muerto. Lo sobrevive su creatura. Conozco gente que ahora usa Nike para ir a trabajar cómodo, “como House”. El misántropo se ha convertido en parte de nuestra existencia. En mi condición de viejo sibarita literario, me deleito -como en los detectives Philip Marlowe o Lennie Briscoe- con la deliciosa artificiosidad de su habla. Siempre una ironía, una aguda observación sociológica o una estocada mortal al prójimo. Nadie habla así, pero debería hacerlo.

El capítulo doble del jueves transcurre por entero en el hospicio donde Greg había sido internado para curarse de las alucinaciones y la depresión que lo arrojaron al borde de la locura. Al principio, cómo no, se convierte en un elemento conflictivo. Está furioso por el encierro. Amotina o maltrata a los otros enfermos. Se traba en un combate cuerpo a cuerpo con el doctor Nolan, el director del neuropsiquiátrico, magníficamente interpretado por André Braugher, el negro calvo como un guijarro que encarnaba al detective Frank Pembleton en Homicide: life on the street, una buena serie policial de los noventa, ambientada en Baltimore, en donde surgió otro maravilloso carácter del universo de las series: el sargento John Munch. Bien, House roba un coche y sale de paseo con un interno que se cree un superhéroe. Quiere demostrar que los médicos están equivocados. Pero la travesura concluye en tragedia. Nuestro héroe admite al fin que necesita ayuda, se amiga con Nolan, hace terapia, se enamora de la cuñada de una paciente pero es defraudado, golpe emocional que finalmente lo cura.

Lo notable es que se ha decidido quebrar el esqueleto primordial del guión. Esta vez no hubo un dilema médico que House o su equipo deba resolver. El único de los antiguos que aparece -y sólo por unos pocos segundos- es el bueno del doctor Wilson. La trama se concentra en la desesperación medrosa del protagonista por ser un ser humano. ¿Seguirá la serie por este interesante derrotero, solo perturbado por los destellos de melodrama? Hago votos por la reaparición del doctor Nolan, un personaje muy interesante. He leído por allí que la hermosa Cameron se despide en esta temporada. ¿Acaso se nos obligará a presenciar la desintegración de su matrimonio con Chase? ¿House será el culpable? En fin, ardo de deseos para que llegue el próximo jueves.
Guillermo Belcore

Calificación: bueno
PD: El marketing es un virus terrible. He jurado comprarme la remera de House que se ve en este post, apenas llegue a la Argentina. Mi mujer promete no salir a la calle conmigo.

viernes, 23 de octubre de 2009

Un puñado de polvo

Evelyn Waugh
RBA. Novela, 271 páginas. Edición 2009. Precio aproximado: 80 pesos.

Considerado por muchos como el mejor escritor satírico de su tiempo, Evelyn Waugh (1903-1966) ha demostrado que detrás de la solemnidad de Inglaterra, del orden ceremonioso y las fórmulas pomposas, no hay absolutamente nada. Las clases dominantes, el clero, los prejuicios y el resentimiento del pueblo (la estupidez de todos) fueron las víctimas favoritas de su humor perverso y de su penetrante percepción de las relaciones humanas. Este libro, publicado en 1934, revela a Waugh en su plenitud novelesca. Se trata, por encima de todo, de una lectura placentera, a pesar de que la traducción se esfuerza por estropearla. Alguien puede imaginarse a una aristócrata de Londres respondiendo al teléfono “¡qué hay!”.

El tema principal es la degradación de un matrimonio que, a simple vista, funcionaba razonablemente bien. Anthony Last sólo aspira a representar el papel de perfecto señor feudal de Hotton, pero su adorable esposa -Lady Brenda Rex, hija de lord Saint Cloud- se encaprichó con un arribista de veinticinco años a quien nadie había podido encontrar algo para hacer. El adulterio tiene tintes cómicos y un giro dramático cuando un caballo desbocado mata al hijo de la pareja. El divorcio es lacerante. Un mundo gótico se desploma sobre la cabeza de Tony. Se convierte en explorador de tribus amazónicas para huir de la estridencia del caos.

La crítica piensa que Waugh labró esta hermosa novela para ajustar cuentas con un matrimonio fallido. Se nota que usa materiales derivados de experiencias de primera mano. Los diálogos son vivos y se tiene la impresión, siempre, de que los personajes son de carne y hueso. Las frases fluyen sin esfuerzo. Redondean una critica devastadora a esa obsesión inglesa por convertir la vida en una puesta en escena, donde nadie puede innovar y cada hombre y mujer debe conocer al dedillo el repertorio clásico. Medrosas pompas de jabón.
Guillermo Belcore
Esta reseña se publica en los suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata el domingo 25 de octubre

Calificación: Bueno

miércoles, 21 de octubre de 2009

Delicias turcas

Jan Wolkers
Libros del Zorzal. Novela, 221 páginas. Edición 2009. Precio aproximado: 40 pesos.

Admirado por muchos pero aborrecido por otros, el escritor y escultor Jan Wolkers (1925-2007) fue uno de los iconoclastas que agitó la Holanda de posguerra. Un sello argentino publica ahora su novela más famosa, que Paul Verhoeven llevó al cine en 1973. Delicias turcas es un producto típico de los sesenta, cuando se creía que la dicha proviene exclusivamente del frenesí sexual y del desenfreno en general. Hoy, aún bajo la resaca de aquella fiesta, comprendimos que violar todos los tabúes es tan estúpido como respetarlos a rajatabla.

El libro narra una bella historia de amor. Un joven escultor se enamora de una voluptuosa muchacha de provincias; se enamora de sus nalgas pesadas, sus cabellos de fuego y su frescura. El matrimonio fracasa, empero, por las intrigas de la pérfida madre de la chica. El narrador evoca a su amada tristeza sin omitir detalle de las proezas sexuales. Puede que Wolkers haya querido vengarse de su severa familia calvinista. Cuando los editores le suplicaron en 1967 que reemplazara las palabrotas por latinismos, el escritor respondió así: “Incluso la Biblia tiene referencias sexuales”. La traducción actual es al bien gusto de los argentinos: el lector hallará los exabruptos frecuentes de nuestra mesas de café. Pero hay también geolectos adorables como piquito.

La prosa encadena, no sin destreza, giros dramáticos, golpes de efecto y crítica social. Salta de una imagen sensorial a otra con un vértigo muy estimulante. El desenlace resulta conmovedor. El único problema del libro es cada capítulo viene embadurnado con la descripción de alguna inmundicia, tipo el vómito de un perrazo durante una boda. Provocar sistemáticamente el asco nunca será un recurso estético encomiable. El recurso fatiga, cansa, coloca al lector a la defensiva: uno sabe que tarde o temprano llegará la patada en el estómago. El secreto de ser aburrido, escribió Voltaire, es decirlo todo.
Guillermo Belcore
Una versión más breve de esta reseña se publicará en el suplemento de Cultura de La Prensa el próximo domingo.

Calificación: Regular


PD: No es éste un libro que recomendaría a mis amigos con los ojos cerrados, aunque su precio es muy accesible. Me parece que confunde erotismo con exhibicionismo guarango, si bien el drama del final redime en parte los defectos. A esta altura, creo que la artimaña de epate le burgeois es tan anacrónica y ridícula como usar tiradores. No obstante, sugiero leer esta crítica entusiasta que se publicó en Página 12 para tener otro punto de vista:

lunes, 19 de octubre de 2009

Barbarie en la autopista

El moscardón imaginario XIX

El texto que leerás a continuación nada tiene que ver con la literatura, aunque se trata de un relato basado en hechos reales con ciertas pretensiones de estilo y un propósito de denuncia. Lo publicó el diario La Prensa en la sección Deportes el domingo pasado. El tema es el fútbol.

"No hubo un muerto por mala puntería. O porque no era el momento de nadie de morir. La Subsecretaría de Seguridad en Espectáculos Deportivos y la Policía Federal permitieron el viernes pasado a las 19.30 sobre la Autopista 25 de Mayo, de la mano que va hacia el centro, que se cruzaran las hinchadas de Vélez Sársfield y de Rosario Central. Una cabal muestra de ineptitud que casi concluye en tragedia, cuando aún está fresco en la memoria el asesinato de Emanuel Alvarez.

Los canallas llegaban tarde al estadio de San Lorenzo; los fortineros íbamos hacia Lanús just in time. Inexplicablemente, las dos caravanas convergieron en la autopista a la altura de Villa Luro, en medio del pesado tránsito de la tarde. Yo viajaba en un micro pacífico con mi hijo de dieciséis años. Había mujeres y niños. Escuchamos tiros y olimos pólvora. Mis vecinos vieron como una mano se asomaba en un colectivo de Central (de larga distancia, más alto) y disparaba hacia abajo casi a quemarropa. Dicen que la bala pegó en el vidrio trasero de un patrullero a nuestro lado. Nos arrojamos al piso; yo encima de Ramiro. La gente gritaba, todo fue un pandemonium y una gran indignación con los policías que no fueron capaces de prevenir un encuentro indeseable. Por cierto, los clubes pagan una buena cantidad por el servicio de seguridad. Y los funcionarios públicos cobran un sueldo.

Después -tarde y mal- la caravana fue detenida en Autopista 25 de Mayo y Richieri. La tarde-noche se había hecho añicos, teníamos la certeza de que la sacamos barata. Llegamos a Lanús con el partido empezado. A la salida, descubrimos con horror que de los veinte micros que nos llevaron, sólo habían quedado la mitad. Viajamos como ganado, con chicos vociferantes colgados del estribo. Otro colectivo se rompió y la materia demostró que no es impenetrable. Arribamos a Liniers al filo de la una de la mañana, totalmente entumecidos e irritados. Con mi hijo, nos prometimos que nunca más iremos a ver a Vélez de visitante. La estupidez de las autoridades y la demencia de los forajidos nos disuadieron.
Guillermo Belcore

PD: Un conocido escuchó ayer que hubo una confusión. Un señor con autoridad creyó que Rosario Central jugaba en la cancha de Vélez. Me cuesta muchísimo creer la versión. ¿Se puede ser tan idiota? Esto es la Argentina, alguien me dirá. ¿Qué funciona bien en este país? No sé que pensar.

domingo, 18 de octubre de 2009

El Día D

Antony Beever
Crítica. 762 páginas, Ensayo de Historia. Edición 2009.

Lugones sugería dejar a los suizos la fabricación de relojes; a los ingleses, la confección de trajes; y a los estadounidenses, el cine. La lectura de este monumental ensayo permite colegir que también debería ser exclusividad británica la historia militar. Antony Beevor es uno de los dos Tucídides de nuestro tiempo (el otro es John Keegan). Ha narrado con pericia la batalla de Stalingrado, la caída de Berlín, la guerra civil española. Combina amenidad con erudición, en dosis exactas. Publica ahora el relato, seguramente definitivo, de la invasión a Normandía.
Beevor se caracteriza por su dedicación a la microhistoria. Emplea técnicas del periodismo. Es un genio para captar el pormenor significativo. Las cartas del soldado raso son una de sus mil fuentes; las páginas están repletas de testimonios. Nos enteramos aquí qué comieron los ciento setenta y cinco mil soldados aliados la noche del desembarco; oímos los chistes que circulaban en la Wermach; nos mofamos del egocentrismo de los generales aliados y de Hemingway, el fatuo; conocemos las mil formas de matar a un ser humano que tiene la guerra. La reconstrucción de las ofensivas es minuciosa, lo que puede resultar algo aburrido para el lector corriente. Pero el libro, en general, se devora con fruición.

El erudito revela una carnicería ignorada durante la batalla que definió la Segunda Guerra. Decenas de miles de civiles murieron en bombardeos angloestadounideses, de escaso valor militar. Ciudades enteras fueron arrasadas. Normandía se convirtió en el cordero pascual que Francia aceptó sacrificar para apurar su liberación. Sorprende, además, la ferocidad de los combates. La tasa de mortalidad superó con largueza la del frente oriental. Fue tal la superioridad aliada (sobre todo en el aire) y la incompetencia del espionaje alemán que el resultado estaba cantado, a pesar de que las armas alemanas eran mejores y que el fanático nazi luchó más disciplinado que el recluta de las democracias. Se concluye que el martirio de los normandos no fue en vano: si el Día D fracasaba, la historia de Europa occidental hubiera sido diferente, hubiera sido funesta.
Guillermo Belcore
Publicado hoy en los suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata

Calificación: Excelente

miércoles, 14 de octubre de 2009

Ciencia fringe

El moscardón imaginario XVIII

Una nueva serie de tevé me ha conquistado. Su nombre es Fringe y es la última creatura de J.J. Abrams, el factotum de Lost. Viene a completar ese incómodo vacío que nos había dejado a los ingenuos amantes del género fantástico la extinción de los Expedientes X y el fracaso de Millenium. La descubrí por casualidad en mis vacaciones en Puerto Madryn (no tengo cable en casa) y ahora disfruto de su llegada a Master Videoclub (Rivadavia 4654), ese templo del buen cine y la cordialidad. Cada CD trae tres o cuatros capítulos. Un buen programa para el sábado a la noche. A mi mujer también le encanta; se ha enamorado de los ojos, la voz y los pectorales del agente Charlie Francis. Pasó un mal momento en el episodio número diecisiete cuando una quimera transgénica atacó a Charlie. El bicho tenía garras de águila, cuerpo de tigre, cola de escorpión, colmillos de serpiente y piel de rinoceronte. Lo abatieron con balas explosivas calibre cincuenta.

Fringe arrastra la ciencia hasta el límite de lo grotesco. Plantea un caso inconcebible (por ej: personas sufren una muerte espantosa al cerrársele en minutos todos los orificios del cuerpo) y después nos ofrece una explicación racional (una toxina estimula el elemento de nuestro cuerpo que causa la cicatrización). Al igual que en X Files, los protagonistas son bienintencionados investigadores del FBI con mente abierta, aunque también hay de los otros. Existe otra similitud: los episodios siguen un esquema binario. La mitad refiere a espeluznantes casos independientes (por ej: un pulso enviado por Internet licua literalmente los cerebros) o narran una gran conspiración que involucra al Estado, el mayor contratista del Pentágono y a alienígenas.

En el capítulo catorce, nos enteramos por un manuscrito maldito de que existen universos paralelos. Los seres de otra dimensión conocen la forma de visitarnos. Los intercambios generaron un patrón de tragedias devastadoras e inexplicables, como el gran tsunami de 2004. Alguien parece estar usando la Tierra como laboratorio. Sólo uno de los dos universos podrá sobrevivir. Hay humanos que se han alistado en secretísimas organizaciones para combatir a los alienígenas, pero nunca uno puede estar seguro (he aquí uno de los aciertos de la serie) de qué lado está quién. Massive Dynamic un poderosísimo conglomerado militar-industrial es la clave del asunto. Se nos dice al pasar que su director, William Bell, es el Anticristo. Siempre que ocurre alguna catástrofe aparece un hombrecito sin un pelo en el cuerpo y vestido con severo traje, garabateando notas en un alfabeto desconocido. Se lo conoce como El Observador. Fascinante, ¿verdad?

La heroína se llama Olivia Dunham, agente especial del FBI con vínculos con otras organizaciones blindadas como la Dirección Nacional de Seguridad. Es una rubia dura de pelar, ex marine y ex sujeto de prueba con una droga (Cortexiphan) que limita las limitaciones de la mente. Se enamoró de John Scott, un recio compañero que, al parecer, traicionó a la Patria y murió en el primer capítulo, pero ella absorbió sus recuerdos y es capaz de seguir encontrándolo en un plano mental alternativo. Olivia lidera un equipo científico cuya estrella es el doctor loco Walter Bishop, cuyo coeficiente intelectual es comparable al de Einstein. Lo rescatan de un manicomio donde Washington lo mantuvo encerrado diecisiete años por un accidente mortal en su laboratorio y porque sabía demasiado. Es decir, sabe más de lo que recuerda. Ha hecho cosas monstruosas en el pasado, al servicio de generales y burócratas. Cada gramo de memoria que recupera, la serie da un brinco inesperado. Walter con sus manías, sus inmensos conocimientos, su inmoralidad científica y su sonrisa de idiota es el carácter inolvidable de Fringe. Lo asiste su hijo Peter, un rebelde con causa y sólidos vínculos con los bajos fondos. También tiene un CI superior a 190 y es un hombre de acción.

Fringe transcurre casi enteramente en Boston y Nueva York (está es una de sus debilidades). Adolece de los clásicos defectos del cine de acción de Hollywood: un malvado con una súper ametralladora puede reventar un pelotón entero, pero a la heroína las balas nunca le pegan. Hay episodios magníficamente filmados, con el vértigo de la trilogía Bourne. Como Ford esponsorea la serie, los chivos son descarados. El truco narrativo básicamente es el mismo que en Expedientes X: lo que conocemos como realidad no es, en realidad, la realidad. A mí, con eso y con un poquito más me basta para entretenerme.
Guillermo Belcore

Calificación: Buena

PD: Leo en la Wikipedia: “La investigación científica en un campo de estudio específico que se aparta significativamente de las principales teorías y ortodoxia y está clasificado en el "límite" (en inglés "fringe") de una disciplina académica digna de crédito. (…) Los conceptos fringe se consideran altamente especulativos o débilmente confirmados por la ciencia vigente. (…) Aunque existen ejemplos de apoyo de los principales científicos a ideas limítrofes dentro de su propia disciplina de especialización, muchas ideas fringe avanzan gracias a personas sin una formación científica académica tradicional, o por científicos que están fuera de la corriente principal de sus propias disciplinas”.

PD II: Aún no he llegado a ese capítulo, pero me enteré que Leonard Nimoy (¡El Señor Spock!) protagoniza el papel de William Bell. 

domingo, 11 de octubre de 2009

El otro lado

Jorge Consiglio
Edhasa. Cuentos, 171 páginas. Edición 2009. Precio aproximado: 40 pesos.


Tropezamos con ellos en el diario de la mañana o la televisión vespertina. Un gordo holgazán lastima a una mujer para robarle. Un barman acribilla a balazos a ex convictos. Un muchachón acuchilla al maleante amigo en una esquina de Villa Lugano. Dos ex boxeadores resuelven un pleito con efusión de sangre. O quizás el drama no llega a volverse público: una solterona decide deshacerse, sin decir agua va, de su madre postrada. Los cuentos del señor Jorge Consiglio (Buenos Aires, 1962) recrean esos sueltos de la sección Policiales.

He aquí pues una lúcida colección de perdedores. Fauna de tugurios o de hoteles de paso; carne de la mustia soledad; gente a la que le pesa el tedio del día. La clave del volumen es la entropía; es decir, la degradación que concluye mal. Los relatos -amasados a lo largo de diez años, según el autor- se organizan en dos hemisferios: La posibilidad de la derrota; La verdad de los otros. La segunda mitad es más ambiciosa (pero no más eficaz), cada uno de sus cuatro textos son el esqueleto de una novela o de una obra de teatro. El sagaz procedimiento de vincular un cuento con otro potencia el conjunto. La mayoría fueron escritos en rigurosa primera persona.


Consiglio, por fortuna, ha desdeñado el mal consejo de los snobs o de los mediocres: entiende que la literatura es el arte de escribir bien, a menos que uno tenga la potencia de un Roberto Arlt. No se trata de un gran estilista, pero urde su prosa con decoro e inteligencia. Es un narrador preciso, que seduce por sus virtudes clásicas. Lo mejor del volumen, empero, es el esculpido de los personajes, tienen la hondura y la ambigüedad necesaria como para resultar interesantes. Los diálogos nunca desentonan. El libro sitúa en primer plano, además, la espantosa banalidad del homicidio. Hundir el filo de un cuchillo en el pecho de un semejante es un juego de niños.
Guillermo Belcore
Publicado hoy en los suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata.

Calificación: Bueno

viernes, 9 de octubre de 2009

Descenso al caos

Ahmed Rashid
Península. Ensayo de política internacional, 655 páginas

Entre el Mar Aral y el Océano Indico -entre la India e Irán- se extiende lo que el autor de este libro denomina La Región. Desde allí proviene casi la totalidad de la heroína que extermina a miles de desesperados. Allá, sigue oculto el enemigo número uno de Estados Unidos. Contiene un Estado crispado que ha desarrollado armas atómicas y cuyo complejo de inferioridad avivó hasta lo impensado el terrorismo internacional. Hospeda sectas del Islam que han ultrajado a Nueva York, Londres, Madrid, Bali y Bombay (la lista sigue) y que, con la entusiasta colaboración de una secta del Partido Republicano, convirtieron al mundo en un lugar cada vez más terrible.

Ahmed Rachid es un estudioso pakistaní que combina una penetrante capacidad de análisis con la más rigurosa investigación en el lugar de los hechos. Ha intercambiado ideas con decenas de personalidades clave de nuestra era, tanto en los salones influyentes de Washington como los refugios más tenebrosos del valle del Pansjhir. Nos revela en esta obra interesantísima, entre miles de datos, que Tony Blair es un fatuo y que Pervez Musharrad puso a Asia al borde de una guerra nuclear. Hay un capítulo estremecedor que narra el asesinato de Benazir Bhutto. Rachid ha fraguado un ensayo fundamental para esclarecer el fracaso de Estados Unidos en Afganistán, país desdichado que invadió en 2001 pero desdeñó reconstruir por culpa de la imperdonable aventura de Bush en Irak. Hoy, uno podría mantener cierto optimismo. Estados Unidos hace siempre lo correcto después de haber probado todo lo demás, sentenció Churchill hace setenta años.

La Región encierra a Afganistán, Pakistán y cinco ex repúblicas soviéticas. La degradación social y el fracaso estatal son el común denominador. La democracia tal como la conocemos es un lujo aún remoto para ese caldero de pueblos resentidos con justísima razón. No sólo la seguridad de Occidente depende de salvaguardar Asia Central; sus espasmos tienen el potencial para desestabilizar India, Rusia y China, vía Cachimira, el Cáucaso y el Turkestán. Este es el mensaje de este libro, imprescindible para el interesado en los dilemas de la geopolítica.
Guillermo Belcore
Una versión algo más corta se publicará el domingo próximo en los suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata.

Calificación: Bueno

miércoles, 7 de octubre de 2009

Cuentos reunidos

Felisberto Hernández
Eterna Cadencia. Edición 2009

Este año será recordado por las reimpresiones. A Murakami, Guimaraes Rosa, Arlt y Lovecraft se suma ahora un cuentista extraordinario. El sello editorial demostró buen criterio al conservar el vocabulario, la sintaxis y la puntuación original de diez espléndidos relatos de Felisberto Hernández (Montevideo 1902-1964), uno de esos heterodoxos que confieren a la escritura una dimensión extraña y en el cual hasta los descuidos resultan encantadores. El volumen, lleno de ternura, trae un prólogo excelente de Elvio Gandolfo. Uno debería reproducirlo completo e irse a desayunar silbando bajito con la satisfacción del deber cumplido. Pero algo hay que decir. Siempre hay que decir algo, ese es nuestro drama. Se describirán entonces algunos textos representativos. Seres “locamente interesantes” pueblan las páginas.

Por los tiempos de Clemente Colling (1942)
El primer relato es extraordinario. Establece Gandolfo que “el modo en que Felisberto se mete con la memoria no se parece al de nadie“. A lo largo de casi ochenta páginas (¡aprendan, vagos!), el uruguayo revuelve los arcanos de un profesor de música ciego que cada vez que se bañaba era un acontecimiento público. En efecto, grandes virtudes y poca higiene definían al patético señor Colling. La evocación es melancólica, pero la sutil irrupción del humor alivia el conjunto. El punto de vista es nostálgico; el recurso de la prosopopeya (palabra fea si las hay) una de las gracias del texto. Leo en la página sesenta y siete está estupenda personificación: “el conventillo apretaba su boca negra, sucia y deshecha en el zaguán y el zaguán respondía al foco que se balanceaba en la mitad de la calle mascullando sombras contra la luz”.

El caballo perdido (1943)
Aquí también la apuesta narrativa es -en términos felisberteanos- una escrupúlosa búsqueda de los últimos filamentos del tejido del recuerdo. El pretexto es el amor frustrado del evocador con Celina, su profesora de piano cuando era un chico de diez años. Hay una morosa acumulación de metáforas y símiles sobre el íntimo acto de rememorar, una prosa impresionista y una audaz especulación filosófica: “los objetos tienen más vida que nosotros”. La azorada mirada infantil ante el femicuerpo (ese prodigio del universo) es una de las cimas de la escritura, a la que -quizás- le sobran algunas páginas.
El acomodador (1947)
Una noche, al despertar, un acomodador roñoso descubre en la oscuridad que una luz sale de sus ojos, una luz de infierno que brilla “como el triunfo de una enfermedad desconocida”. En el prólogo, Gandolfo resalta las semejanzas entre Felisberto y Kafka. Aquí se evidencian. El cuento marcha por el sendero del realismo sórdido y de pronto, con un chasquido de dedos, nos hunde en los abismos simbólicos del surrealismo. Un sabroso disparate que se comenta unas páginas más adelante. En Explicación falsa de mis cuentos (1955), el uruguayo dice: “mis cuentos no tienen estructuras lógicas”; traen “algo que se transforma en poesía si la miran ciertos ojos”; cada cuento “vive peleando con la conciencia para evitar los extranjeros que ella les recomienda”.

El cocodrilo
Este cuento (también Nadie encendía las lámparas) pertenece a la estirpe de los perfectos. El tono naif resulta encantador; la simpleza es sólo aparente. Testimonia las penurias del pianista Felisberto para ganarse la vida en pueblos de provincia. Imagina a un vendedor de medias -músico de profesión- que ha desarrollado el arte de llorar a voluntad. La intención de este hombre triste y pobre es tantear al mundo con cosas desacostumbradas. Hay una vaguedad eficacísima en todos los cuentos del volumen. Como escribió Guillermo Piro en su última novela, “sin imprecisión no hay poesía”.

Me despido del libro preguntándome qué tiene el diminuto Uruguay. No ha surgido en toda América latina un novelista como Onetti, un ideólogo como Galeano, un excéntrico como Mario Levrero, críticos como Rodríguez Monegal o Ángel Rama, un cuentista como Felisberto, confirmamos ahora. ¿Meditar sobre la uruguayidad es platonismo trasnochado? ¿Hay algún procedimiento que una a Onetti, Levrero y Hernández? Voy a arriesgar una hipótesis: el hilo dorado es la reflexión sensata, triste y modesta sobre lo incognoscible, sobre el ser inacabado, sobre el misterio que hay en cada persona puesta en el mundo. Nada menos.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno

PD: Julio Cortazar también fue conquistado por Felisberto. Corroboralo en http://www.felisberto.org.uy/prolog_cortazar.html

domingo, 4 de octubre de 2009

Ubik

Philip K. Dick
La factoría de ideas. Novela de ciencia ficción, 253 páginas. Edición 2009.

Con Philip Dick (1928-1982), la filosofía bajó a las calles, escribió admirado Stanislav Lem. Esta novela, publicada, en 1969, lo evidencia. Con el formato del relato fantástico, redondea una visión metafísica, teológica incluso. Fue forjada por una espiritualidad que sondeó los abismos de las creencias gnósticas. El profesor Pablo Capanna, acaso el hombre que mas sabe sobre ciencia ficción en la Argentina, ha detallado en su biografía de Dick (Idios Kosmos, Cantaro, 2006) la extraña composición del libro: “Toda la primera parte de Ubik es convencional, y se parece a muchas novelas anteriores: probablemente cuando Dick comenzó a escribirla no tenía ningún plan. Pero de pronto nos precipitamos en un gran sueño despierto, con una carga simbólica tremenda, impresionante”.

La obra imagina que en el futuro los humanos desarrollan facultades psíquicas: hay telépatas, paraquinéticos, precongs y sanadores. Se pueden cambiar los cursos temporales. El capitalismo coloniza lugares insospechados. Dos enormes multinacionales se traban en una lucha mortal. La organización Ruciman procura bloquear los afanes de Psicofacultades Hollis. Con la ayuda de dos traidores, la primera cae en una celada en la Luna. Hay una explosión y Ruciman queda devastada. Joe Chip, un pobre técnico de mediciones que ni siquiera es capaz de juntar las monedas para que la puerta lo deje salir de su casa, descubre que está clínicamente muerto. Junto a sus compañeros entra en esa semivida, con la que se suele prolongar en los Moratorios la existencia mental de los humanos.

En ese limbo, irrumpen los mitos gnósticos. Joe ve actuar a dos potencias. Un ente nos ataca para destruirnos y otro intenta salvarnos. Cae en la Des Moines (capital de Iowa) de 1939, creación de un demiurgo inmaduro y particularmente cruel. Las personas y las cosas sufren un proceso de entropía, se degradan hacia formas primitivas. Pero el Ubik nos salva del tiempo. En la última página, ese supuesto producto comercial revela su verdadera naturaleza.
Guillermo Belcore
Publicado hoy en los suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata.

Calificación: Muy bueno

PD: La generosidad de Eterna Cadencia me permitió explayarme sobre este libro en http://blog.eternacadencia.com.ar/?cat=1435

PD II: Hay un comentario mejor sobre este libro en uno de mis blogs favoritos:

viernes, 2 de octubre de 2009

Cuentos completos

Fogwill
Alfaguara. Cuentos, 458 páginas. Edición 2009. Precio aproximado: 70 pesos.

Si Wittgenstein tiene razón y la inteligencia de un ser humano puede medirse por la cantidad de palabras que maneja, este libro magnífico fue tallado por una sabiduría prodigiosa. Rodolfo Fogwill ha seleccionado los que considera sus mejores relatos breves. El hilo dorado que atraviesa un repertorio variadísimo es la ambición lingüística, el rigor etimológico, la captura de un habla. Ha confinado al papel la jerga de la marinería, los clichés de una generación, las alucinaciones del intoxicado con drogas o con lujuria, las sinestesias del sueño, la singularidad del hampa o del snob. Un caudal impresionante.


He aquí pues -como anticipa el prólogo de Elvio Gandolfo- algunos de los mejores cuentos que engendró la Argentina. En algunos, la política se sitúa en primer plano: la literatura testimonia la muerte de Perón o los desvaríos de la guerrilla. En otros, la política se dosifica de una manera harto ingeniosa. Hay textos espectrales: un avezado piloto aparece y desaparece en alta mar; vuelven y no vuelven de la guerra todos los soldados de un poblado. El sexo es uno de las ingredientes favoritos de Fogwill: nos deleita con sus cacerías de carne fresca por Londres (una viuda y una punk aristocrática) o con la depravación de una familia (¿de una clase social?) patricia. Hay un homenaje excelente al industrialismo de posguerra. Hay un espléndido remix de Virginia Woolf.

Fogwill no desconoce el arte de injuriar. Como Borges (bien mirado, no es la única similitud) miran a sus semejantes desde el Olimpo con un sano escepticismo. Es un maestro, además, en técnicas de complicidad. Satura sus escrituras con guiños para entendidos. Y aplica el mismo truco que César Aira y los surrealistas: describe subrepticiamente sus procedimientos, instruye a sus lectores, explica cómo debe ser leído. Un artista de primer orden, en síntesis. Un artista que nos persuade de que sus ocurrencias son la mejor combinación.
Guillermo Belcore
Esta reseña se publicara en los suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata el domingo 4 de octubre,
Calificación: Excelente

PS: Durante años, he vivido en una esteril necedad. Traicioné lo que he predicado con toda convicción: la autonomía del hecho estético. Me automutilé por culpa de una impresión superficial. Me privé de Fogwill, disgustado por ese personaje que construye para las entrevistas, una mezcla por momentos desagradable de genio maldito y bufón, que hasta se ha atrevido a poner en tela de juicio los números del Holocausto.
Quiero admitir públicamente que estaba completamente equivocado. Se trata -como acabo de escribir- de un artista de primer orden, que me ha seducido por su manejo cultísimo de la lengua. Le he encontrado, incluso, parangones con Borges: ambos son brillantes entomólogos (miran a los humanos como insectos, nunca como iguales) y etimólogos. Saben de la fuerza seductora de una palabra, de una expresión. Este mea culpa no persigue otro propósito que evitar que algún amigo-amiga caiga en el mismo error. A Fogwill hay que buscarlo en sus escrituras y abandonarse al goce de la lectura.