lunes, 28 de agosto de 2017

Milena

¿Por qué no puede uno conformarse con el hecho de que lo correcto es vivir con esta tensión tan especial, de suicidio demorado? 
F. Kafka

La buena novela documental -como la que aquí venimos a recomendar- es una ofrenda fabulosa para el lector que se apasiona por la Historia. En Milena (Tusquets, 225 páginas) se examinan dos maldiciones del siglo XX (el bolchevismo y el nacionalsocialismo), la Viena y la Praga de entreguerras, los círculos intelectuales de una Centroeuropa que fue devastada, el martirio del pueblo judío, el calvario de Checoslovaquia, el infierno de Ravensbrück. La autora también arroja una sonda a los abismos de la personalidad de Franz Kafka, ese genio de las letras, bueno y clarividente.

Milena Jesenská es la protagonista del libro. Frank Kafka la amó y le escribió unas magníficas cartas que han llegado hasta nosotros. Pero la animosa periodista de Praga “merece atención no sólo como amante de Kafka, sino porque ella misma era una personalidad fascinante, alguien que en su juventud no hizo caso de los convencionalismos burgueses, y que a lo largo de su dura vida, en vez de optar por el individualismo extremo, se decantó por la responsabilidad social y política. (…) Cuando Hitler ocupó Checoslovaquia, Milena empezó a salvar, arriesgando a su propia vida, a los más amenazados”, escribió en el prólogo Margarete Buber-Neumann (1901-1989), otra mujer extraordinaria que padeció los campos de concentración de las dos dictaduras más infames de la historia, la que esclaviza en nombre del socialismo y la otra, que lo hace para el bienestar y la prosperidad de la Raza Superior. 

En octubre de 1940, Margarete conoció a Milena a ochenta kilómetros al norte de Berlín, en un agujero de pesadilla denominado Ravensbrück. Forjaron una amistad íntima ante los ojos implacables de los carceleros SS, que perseguían con una saña especial las relaciones amorosas. En 1944, la valerosa checa, una auténtica luchadora contra la tiranía, murió extenuada. Sobrevivió la activista alemana para remembrar la trayectoria vital de su compañera de infortunio en un libro -concluido en 1977- que acaba de ser reimpreso en español.

Buber Neumann, esposa de un famoso agente del Komitern, se convirtió con los años en una pluma formidable contra las maldades tanto de la Alemania nazi como de la Rusia soviética. Una arrepentida al estilo Arthur Koestler. Queda patente en Milena esa correcta percepción del pasado. El libro no ahorra detalles de los sufrimientos que ambos totalitarismos infligieron a la humanidad, ya sea desde el Estado como desde la militancia o el cautiverio, incluso. El infame papel de las reclusas comunistas -la elite de los campos alemanes- es una aberración no bien conocida.

La prosa de MBN no carece de un punto de romanticismo. Se confirma que aún en la llamada literatura factográfica, las personalidades adquieren vida propia, superan la mera evocación histórica. La Milena-personaje es encantadora, como seguramente lo fue la chica de carne y hueso, un cometa que llegó a convertirse “en el polo magnético de toda una generación literaria de checos y alemanes“ (aunque nunca tuvo suerte con el amor) y cuyo fulgor inquebrantable incluso alivió los más sórdidos barracones de prisioneras. Hay un procedimiento muy bien trabajado por Buber-Neumann: el montaje. Las páginas yuxtaponen testimonios, cartas, artículos periodísticos a la narración propiamente dicha. Cierta tendencia al estereotipo sólo puede achacarse a la escritura.

Junto a las conmovedoras páginas que testimonian la lucha por la vida y la dignidad en Ravensbruck, el capítulo ‘Franz Kafka y Milena’ puede que sea la cúspide del libro. El amor empezó en 1920 en Merano, pero fracasó irremediablemente en poco tiempo (nunca fue pleno en lo físico, sólo relumbró en lo epistolar) y no por culpa de ella. El atormentado literato era “demasiado bueno para este mundo”. Su autodiagnóstico fue lapidario: "el miedo es la infelicidad“. Todas las cosas le parecías ajenas. Pánicos incubados en la infancia; una salud frágil como la porcelana de la dinastía Ming. Qué belleza es el obituario que Jesenská escribió a la muerte de Kafka.

Si una enseñanza deja la novela es que -por desgracia- algunos vicios de las personas instruidas nunca serán desterrados: hace exactamente ochenta años la mayoría de los intelectuales de Praga, marcadamente antifascistas, cerraban los ojos ante la barbarie soviética. ¿No ocurre ahora lo mismo con la brutalidad chavista o caribeña? Milena Jesenská, que gozaba del don del pronóstico político, ha dejado pues un mandamiento a la posteridad: Reconoce las amenazas a la libertad, vengan del lado que vengan. Ten el suficiente valor de la juzgar con la misma firmeza tanto la dictadura de Stroessner como la de Fidel Castro.
Guillermo Belcore

domingo, 20 de agosto de 2017

La máscara del mando

POR GUILLERMO BELCORE

Por alguna oscura razón, muchas personas incapaces de empuñar un arma y que vemos la guerra como una práctica infame, consideramos, en cambio, a la historia militar, como una lectura fascinante. Máxime cuando el narrador es una reconocida autoridad en la materia que demuestra que una sólida erudición no necesariamente está reñida con la elegancia en la expresión y el pormenor sabroso. El inglés John Keegan (1934-2012) reúne -sobradamente- esas tres condiciones.

La solapa del ensayo nos recuerda que el autor es un Tucídides contemporáneo: escribió una veintena de libros, entre ellos dos historias fundamentales de las guerras mundiales del siglo XX. Fue profesor en la famosa academia militar de Sandhurst. También impartió clases en Harvard, Oxford y Cambridge, entre otros centros de excelencia. Este blog ha prestado testimonio sobre la valía de dos de sus obras: Secesión e Historia de la Guerra (pinche aquí y aquí).

El sello Turner ha reimpreso, por fortuna, otro ensayo magistral de Keegan: La máscara del mando (438 páginas), un estudio cautivante, del primero al último párrafo, sobre la transformación de la conducción militar a lo largo de dos milenios de historia occidental. Un intento formidable, a través del tiempo y del espacio, de penetrar en las peculiaridades del liderazgo.

El historiador abordó así el problema de la técnica y la filosofía del mando en cuatro sociedades distintas:
  • El ethos heroico y hegeliano (narcisista, en última instancia) del mundo de Alejandro.
  • La creación de una clase militar encarnado por la sociedad que tenía al duque de Wellington (el antihéroe) como modelo.
  • El mando no heroico de Ulises Simpson Grant, demócrata y populista de los pies a la cabeza, el primer general “moderno“.
  • El falso heroísmo: Hitler como extravagante jefe supremo obsesionado por restaurar la grandeza de Alemania.

Uno de los interrogantes fundamentales que el libro encara es dónde debe colocarse el jefe militar en el momento del combate. ¿En la primera línea? ¿Siempre? ¿Debe ser Hércules, el que resuelve en los trabajos? ¿Qué ha significado ser un héroe a lo largo de la historia? En las conclusiones, se añade un punteo que agradecerá todo aquella persona a la que la vida la haya situado al frente de un grupo de personas: describe los cinco imperativos del arte de mandar, que son afinidad, prescripción, sanción, ejemplo y acción.

Hay que destacar una cualidad de Keegan, tiene una mente extraordinariamente incisiva en el juicio estratégico y en su comprensión de la naturaleza de la guerra, que mucho ha tenido de “religiosa“ incluso en los tiempos modernos para desgracia de los pueblos. El ensayista demuestra habilidad, además, para resumir acontecimientos e integrarlos -sin forzar el relato- en la narración general. No obstante, puede que su virtud más preciosa sea la capacidad de hacer docencia. El ensayo resulta esclarecedor; instruye al lego. Acaso no exista algo intelectualmente más placentero que aprehender lo complejo. Debo confesar que hasta ahora nunca había entendido del todo cómo Alejandro consiguió todo lo que consiguió . También desconocía que la mayor parte de las obsesiones políticas y militares del cabo Hitler provenían de sus experiencias como mensajero en las mortíferas trincheras de Flandes entre 1914 y 1918. Las páginas sobre la I y la II Guerra Mundial, en verdad, son magníficas.

Algo hay que decir sobre la ideología del autor. Es un aristotélico. Lo bien que hace Keegan al desdeñar el materialismo histórico y otras ficciones basadas en las leyes de hierro de la causalidad: considera un disparate pensar que las cualidades del  individuo no tienen ninguna incidencia en el curso del mundo. La superioridad del liderazgo -insiste- es el factor clave de la guerra. Y la cultura ha sido “un elemento determinante en la configuración de un estilo de mando”. Asimismo, el historiador inglés puede ser considerado un macluhiano, por cuanto atribuye al cambio tecnológico un papel decisivo en la marcha de los acontecimientos. Verbigracia: llega a decir que “el Renacimiento y la Reforma resultan inconcebibles sin la pólvora”.

El libro nos pasea de la mano por Gaugamela, Waterloo, Vicksburg, Stalingrado y otros campos de batalla que además de atrapar poderosamente nuestra imaginación, hielan la sangre. Pero no se agota allí, también es una suerte de resumen fascinante de la evolución de la humanidad. De ahí su grandeza. Un viaje espeluznante, ¿pero qué otra cosa es la historia militar?

Calificación: Excelente

PD: La traducción de José Antonio Montano incurre dos veces en el anacronismo. Nos dice que Alejandro cazaba “pumas” allí donde los encontraba y que eligió “un maizal tupido” para desembarcar en un punto de los Balcanes. Como el lector de este blog sabe, el puma y el maíz son originarios de América.

domingo, 6 de agosto de 2017

Rey de Picas

La mitad siniestra, versión II


La escritora más prolífica del mundo ha publicado una novela rara, con tintes de policial negro pero también de terror gótico, cuya espina dorsal es la desintegración de un carácter, salpimentada con un par de elementos fantásticos. Joyce Carol Oates (Lockport, 1938) juega en Rey de Picas (Alfaguara, 229 páginas) a emular a Stephen King. Como el maestro de Bangor, la amable señora neoyorquina ha querido manipular algunos de los temores más recónditos del buen burgués: el miedo a la locura propia o la ajena, el miedo a queden culo al aire nuestras debilidades o vicios ocultos, el miedo a ser arruinado en los tribunales por una de esas personas que aman litigar.

Oímos la voz atormentada de un escritor de segunda categoría y mediana edad llamado Andrew Rush, autor de bést-sellers de misterio, casi buenos, que nunca gozaron de una reseña en New York Times Books pero que lo han convertido en multimillonario. Vive con esposa e hija en una mansión, sobre las afueras de una apacible localidad de la Nueva Jersey rural. Como Oates, a Rush le encanta escribir: “…estoy a disgusto si no consigo trabajar al menos diez horas diarias”. 

El literato, ya consolidado, es un ciudadano ejemplar y meticuloso, la quintaesencia del padre y esposo modélico, sin embargo esconde un secreto incómodo (no es el peor): como consecuencia de la desazón artística por el éxito de sus mediocres novelas de intriga, publica a escondidas otras más vulgares, francamente asquerosas, políticamente incorrectas, bajo el seudónimo de Rey de Picas. Las escribe de madrugada “durante periodos de rabiosa actividad descontrolada”. Su familia no conoce tal esquizofrenia. Nadie lo sabe, en realidad. 

Así transcurre su doble vida hasta que recibe una extraña citación judicial. Una dama patricia, algo estrafalaria, lo acusa de plagio. A partir de entonces, nuestro hombre se hunde en un torbellino, primero de angustia luego de degradación física y moral. Hace cosas terribles. El taimado Rey de Picas (“La mitad oscura“) pasa a empuñar el timón de la personalidad. Suena conocido, ¿no?


FECUNDA


Nos dice la solapa de tapa, que, a lo largo de cuatro décadas, la señora Oates ha compuesto más de cincuenta novelas, más de cuatrocientos relatos breves, más de una docena de libros de no ficción, ocho de poesía y otras tantas obras de teatro. Una verdadera escritora de cuello azul. Su vastísima producción realista, no obstante, no ha sido debidamente reconocida por la crítica especializada. Es posible colegir que esta frustración con los comentaristas esnobs, intelectuales de izquierda, se deslice en algunas de las quejas de Andy Rush: “Después de haber aprendido a ’deconstruir’  la literatura, en lugar de disfrutar con ella, o en lugar de reaccionar ante ella de manera emocional… (consideran que) las novelas de suspense, de acuerdo con los criterios de la teoría literaria, son totalmente anticuadas en argumento, estructura, lenguaje y ’perspectivas…” 

Creadora y creatura participan también en el desdén por el acabado del párrafo: “No es necesario sacar brillo a cada condenada frase; basta con que digas lo quieres decir”, sentencia Rush-Oates. Por el dominio de la metáfora, precisamente, no será recordado este libro. Comparar el olor del fracaso con el húmero aroma de las setas venenosas, por ejemplo, no atrapa la imaginación.

De todos modos, hay que decir que la novela siempre resulta cautivante. Es una lectura fácil, de capítulos cortos, amena. Con su audaz desviación estilística respecto a sus trabajos previos y sus inteligentes alusiones metaliterarias, el último texto de Oates que llega al español se devora con fruición.
Guillermo Belcore


Calificación: Bueno

PD: Este blog recomienda la lectura de estos otros tres libros de la señora J.C. Oates:


martes, 1 de agosto de 2017

Dunkerque 1940

La película de Christopher Nolan revive uno de los episodios clave de la II Guerra Mundial. Corría mayo de 1940. En un maltrecho puerto de Francia, a los alemanes se les escapó una oportunidad de oro para alcanzar una victoria fulminante en el frente occidental. Churchill no hubiese sobrevivido a la perdida de la Fuerza Expedicionaria Británica.


POR GUILLERMO BELCORE

Dunkirk, la clamorosa película de Christopher Nolan que se estrenó la semana pasada en Buenos Aires, ha atraído la atención sobre un episodio crucial de la Segunda Guerra Mundial: la Operación Dínamo, es decir la evacuación de unos 350 mil soldados anglofranceses desde el último puerto del Canal de la Mancha en caer en manos de los alemanes durante la espectacular ofensiva de 1940. La fuga por un pelo hacia Inglaterra ocurrió a fines de mayo de ese año. Tuvo un valor estratégico sin par, sostienen los eruditos. Si hubiese concluido en catástrofe el resultado de la contienda global podría haber sido distinto.

Antes de esclarecer las circunstancias, es menestar formular una advertencia. El milagro de Dunkerque conforma lo que el historiador Pierre Nora llama un lieux de mémoire, vale decir uno de esos acontecimientos que apelan tan poderosamente a la memoria colectiva que excluyen o minimizan a los demás. Se transformó en un mito, por lo que el nacionalismo lo ha explotado en términos de propaganda y orgullo nacional. Dunkerque tiene para los ingleses el mismo valor que Stalingrado para los rusos. Es el pilar del relato churchilliano que considera a la supervivencia del Reino Unido como el factor clave en la derrota de las bestias hitlerianas.

CAE FRANCIA


A los hechos. En septiembre de 1939, Alemania y la Unión Soviética habían invadido Polonia. Londres y París le declararon la guerra a Berlín. Un par de semanas le bastaron a nazis y bolcheviques para aplastar la resistencia polaca, pero pasaron meses hasta que el Tercer Reich se sintiera con la suficiente confianza como para golpear en Occidente.

El período conocido como pseudoguerra concluyó el 9 de abril de 1940 cuando las fuerzas alemanas irrumpieron en Dinamarca y Noruega. También Holanda fue invadida. El 10 de mayo fue violada la soberanía de Bélgica por segunda vez en un siglo. Los aliados esperaban que se repitiese la historia de la Primera Guerra Mundial, que el grueso de la invasión bajase a través de los Países Bajos, por eso establecieron 35 divisiones aliadas en Flandes, incluyendo a la Fuerza Expedicionaria Británica (BEF) y la reserva móvil de Francia, pero el Alto Mando Alemán había preparado una sorpresa: el Plan Sichelschnitt (hoja de hoz) del brillante mariscal Erich Von Manstein. Funcionó a la perfección.

Alemania dispuso para la Batalla de Francia tres formidables arietes. El Grupo de Ejércitos del Centro golpeó donde nadie lo esperaba. Atravesó los mal defendidos bosques de las Ardenas (en teoría infranqueables) con 44 divisiones, entre ellas diez poderosas divisiones acorazadas. Los panzers de Heinz Guderian descendieron del macizo, cruzaron el Mosa, capturaron Sedán y el 16 de mayo cubrieron como un relámpago unos 95 kilómetros hasta llegar al Canal de la Mancha, a la altura de Abbeville. La Wermacht rodeó así el flanco izquierdo de la Linea Maginot, capturando por la puerta de atrás sus inútiles fortalezas. 

Fue la consagración de la blitzkrieg (guerra relámpago); retornaban al campo de batalla dos elementos decisivos que la guerra del 14 había desterrado: velocidad y movimiento. La acción coordinada de tanques y aviación fue demasiado para un Ejército francés que parecía haber perdido las ganas de luchar. El mundo quedó asombrado. Ni siquiera Adolf Hitler esperaba tan fulgurante éxito. Sir Winston Churchill, que había recuperado el poder justo cuando comenzaba el asalto alemán en el Oeste, golpeó la mesa indignado: "¡No se puede conquistar Francia con ciento veinte tanques!"

SE CIERRA LA TRAMPA



Así las cosas, los casi 400 mil hombres del frente belga quedaron cercados. Al norte se esforzaban por detener a 22 divisiones alemanas, ahora su retaguardia se veía amenazada. Su destino parecía sellado. El Ministerio de Guerra británico ordenó abrirse paso hasta el mar y evacuar a la mayor cantidad de almas. Comenzaba la dramática Operación Dinamo. Sus expectativas eran modestas, a lo sumo repatriar unos 25 mil soldados. Fue providencial que Hitler se decantase por una de las más polémicas decisiones de toda la guerra. El 24 de mayo a las 11.42 de la mañana ordenó a la punta de lanza de Guderián detenerse a 25 kilómetros de Dunkerque. Fue un parate de sólo 48 horas pero el respiro permitió organizar la evacuación en masa que comenzó el domingo 26 e involucró a 40 destructores de cuatro países y 900 buque privados, entre ellos yates de recreo, barcos de pesca y gabarras del Támesis (se ha exagerado mucho la ayuda de los domingueros). El 4 de junio, unos 350 mil efectivos (un tercio de los cuales eran franceses) habían sido rescatados, dejando en las playas lo esencial de su equipamiento. Churchill supervisó la fuga, hora por hora. "Como quería evitar recriminaciones entre franceses e ingleses insistió en que la evacuación se hiciera tomados del brazo"", evoca el biógrafo Francois Kersaudy.

El costo fue alto. Joanna Bourke escribió en Una historia de las víctimas este párrafo estremecedor: 

"Los hombres de Dunkerque clamaban al cielo y gemían. En cuanto el tiempo clareaba, los cazabombarderos alemanes atacaban a los soldados indefensos. Muchos se volvieron locos de puro pánico. Otros se amotinaron, llegando a hacer volcar varias embarcaciones y a provocar que muchos de sus compatriotas heridos muriesen ahogados. El pánico resquebrajo la disciplina".

Casi ochenta años después la pregunta sigue siendo por qué el Führer, ese lunático implacable, salvó a la bien adiestrada BEF. La primera respuesta es obvia: en toda guerra se cometen errores. Norman Davis (Europa en guerra) arriesga que fue "una decisión mayormente política, inspirada en la extraña creencia de que el Reino Unido pediría la paz". Este blog prefiere el razonamiento de Ian Kershow, principal biógrafo del dictador alemán.

La propuesta de frenar la marcha de las unidades motorizadas provino del general Gerd von Rundstedt, comandante del grupo A del Ejército de Tierra que había liderado el notable corte de hoz a lo largo del flanco sur. Hitler aceptó la propuesta, añadiendo que había que conservar los blindados para el avance hacia París. La experiencia de la I Guerra también influyó: se temía que los numerosos canales que cruzan Flandes paralizaran la caballería de hierro. Además no podía descartarse un contraataque...

No hubo, pues, acto de generosidad. La decisión se tomó por razones militares. Al fin y al cabo, Hitler no deseaba que Inglaterra concurriera a la mesa de negociaciones con su ejército intacto. Quería propinarle un golpe decisivo, para obligarla a aceptar condiciones de paz leoninas. Herman Göring lo había convencido de que dejara a la Luftwaffe terminar con el trabajo, pero no sería la última vez que el mariscal mantecoso no cumpliese con su palabra. A Hitler nunca se le ocurrió que los ingleses pudiesen escapar del cerco. Al cabo de dos días, comprendió su error y revocó la orden. Pero era tarde. "El retraso fue vital y permitió a los ingleses organizar la extraordinaria retirada, una obra maestra de improvisación que estuvo acompañada de mucha buena suerte", establece Kershow.

GALVANIZADOS

En términos militares, Dunkerque fue una derrota táctica en toda la regla para los aliados. Los alemanes hundieron ocho destructores. No obstante, a la postre se convirtió en un capital político para el Reino Unido, dado que proporcionó un formidable estímulo moral durante uno de los puntos anímicos más bajos de su historia. El espíritu de Dukerque -como paradigma de la superación en condiciones adversas- fue invocado reiteradamente hasta 1945.

Churchill, ese tribuno sin par, aprovechó la oportunidad. El 4 de junio, al anunciar en el Parlamento el éxito de la evacuación, pronunció algunas frases inmortales:

"...Lucharemos en Francia, lucharemos en los mares y océanos, lucharemos por los aires con una confianza y medios que crecerán sin cesar. Defenderemos nuestra isla a cualquier precio. Lucharemos en las pistas de aterrizaje, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas. ¡No nos rendiremos nunca! Y si nuestra isla o una gran parte de ella, tuviese que verse conquistada o hambreada (lo que no creo ni por un instante) entonces nuestro Imperio de ultramar, armado y protegido por la flota, seguirá la lucha hasta que el Nuevo Mundo, con todos sus recursos y su poder, se adelante para socorrer y liberar al Antiguo".

Dunkerque apuntaló a Churchill. El historiador Kershow conjetura que si se hubiese perdido la BEF habría sido prácticamente imposible que el primer ministro sobreviviese a la creciente presión de las fuerzas que en Londres estaban dispuestas a llegar a un entendimiento con Hitler.

No fue el único en concluir que en ese maltrecho puerto francés a Alemania se le escapó de las manos una oportunidad de oro para alcanzar una victoria fulminante en el frente occidental. En cuestión de días, la Wermacht había aplastado a su viejo enemigo trastornando el orden mundial (Francia descendió definitivamente del pedestal de las grandes potencias), pero el error táctico de Hitler y sus generales tendría consecuencias estratégicas. "¿En tanto Gran Bretaña permaneciera en guerra no era inevitable que Estados Unidos se uniera a ella en su lucha para liberarse del puño de acero alemán que atenazaba a Europa?", concluyó Alan Shepperd en Francia 1940. Para la causa de la libertad y el progreso en el mundo fue una gran cosa que la BEF escapara intacta de la ratonera.
Publicado el domingo pasado en el diario La Prensa.