sábado, 30 de octubre de 2010

Missing

Alberto Fuguet
Alfaguara. Novela, 386 páginas. Edición 2010.

Nunca es bueno conocer a alguien
fuera de tu mundo
a la larga la gente fina te toma como
turismo aventura
A. Fuguet


La perpetua modificación de la forma es uno de los dones sublimes de la novela. Véase, a modo de ejemplo, este documental novelesco. Quiere ser un alarde de originalidad y para eso ensaya un procedimiento que bien puede ser tachado de posmoderno: la yuxtaposición de elementos de diferente naturaleza. Encierra, entre otras cosas, un artículo periodístico, apuntes y notas en el curso de una investigación, material autobiográfico, el contrapunto con una psicóloga, una entrevista con un pariente, un largo relato en verso libre y primera persona, acaso lo mejor logrado del conjunto. El sello editorial nos jura que el libro le había fascinado a Fogwill.

Alberto Fuguet, ex niño terrible de la literatura chilena, ha decidido emular La invención de la soledad de Paul Auster o Mis zonas oscuras de James Ellroy. Es decir, escribió lo que él llama una crónica de familia. Su tío Carlos -un hippie, un ex convicto, ¿un perdedor?- cometió en 1986 una suerte de suicidio social, en Baltimore (Estados Unidos). Dejó de telefonear a sus padres y hermanos y las cartas comenzaron a ser devueltas. Simplemente, se lo tragó la tierra, pero lo tremendo es que también desde el otro lado nadie movió un dedo para rehacer la relación. En 2003, el escritor rastreó al bueno de Carlos y lo encontró. Acá narra esa pesquisa obsesiva y la singular historia de la oveja negra de una familia infeliz, como lo son casi todas.

Fuguet escribe muy bien, muy suelto, muy livianito. Hay pasajes, no obstante, cuya afectación los torna insoportables. Da la impresión de que sobreactúa y, además, abusa del recurso de intercalar frases en inglés. Lo más notable -como se dijo- son las casi ciento ochenta páginas en verso, en las que el Tío Carlos cuenta su vida. He aquí unos versos afortunados:

“Una familia te ata,
te vigila,
opina
te obliga incluso a pedir permiso,
si te matas, sufrirán,
si vas preso, sufrirán,
si no tienes hijos, sufrirán,
las familias no saben otra cosa que sufrir…”
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Bueno

PD: En este blog hay un comentario de Cortos, libro de cuentos de Fuguet.

martes, 26 de octubre de 2010

El autobús perdido


John Steinbeck
Punto de lectura. Novela, 345 páginas. Edición 2010.

La sublime clasificación de rubias que incluyó Raymond Chandler en En el largo adios describe al estereotipo encarnado en esta novela por Camille Oaks: la rubia de piernas despampanantes y cuerpo bonito que emana una suerte de electricidad que sugiere sexo, y que sabe perfectamente como convertir a cualquier clase de hombre en un pelele. Es imposible pasar a su lado sin estremecerse.

La diosa Camille es uno de los fascinantes caracteres que John Steinbeck reunió en 1947 a bordo de un destartalado ómnibus rural que encalla en un carretera secundaria de California por culpa de una feroz tormenta. El libro es una admirable novela de personajes; hilvana una sucesión de escenas teatrales que van de lo pintoresco a lo cómico. Hay personajes inolvidables, como el solemne señor Elliot Prichard, quintaesencia del burgués americano, cuya única pasión erótica parece ser la acumulación de dinero. Sin embargo, el hombre de negocios termina sucumbiendo a lo que su insoportable esposa denomina “un ataque de bestialidad lujuriosa”. Es uno de los puntos altos del libro.

John Steinbeck
(1902-1968) fue uno de los escritores más leídos de Estados Unidos. Ganó el Premio Nobel en 1962. Se lo reconoció como un artista progresista, preocupado por denunciar la explotación de la clase trabajadora, aunque al final de su vida terminó apoyando la Guerra de Vietnam, a causa de su afecto personal por el presidente Johnson. La izquierda lo llamó traidor. Ha dejado una obra imperecedera y esta espléndida novela -que por primera vez llega al español según el sello editorial- prueba que Steinbeck fue también un hábil estilista, con un excelente manejo de la frase corta y del detalle revelador. Se llega a la conclusión de que el libro fue tallado por uno de los mejores retratistas del pueblo norteamericano.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Bueno

PD: La edición es una porquería, se desarma toda.


PD II: Jayne Mansfield, otra rubia fatal, hizo de Camille en la adaptación cinematográfica de esta novela de 1957 (The wayward bus).

PD III: Así describió Steinbeck esta novela que algunos tiquismiquis la consideran como una obra menor de su producción (yo no estoy de acuerdo):

“La eficacia de este libro depende del estado de ánimo, de los detalles y de unos pocos elementos de la escritura. Prácticamente no tiene historia .... esto es lo que quería decir y creo que está ahí para cualquiera que realmente desee encontrarlo... Se lo llamará ‘estudio simple del carácter’, pero es sólo la más parte más pequeña de lo que es“.

PD IV: Propongo este tema de los Red Hot Chili Peppers como banda de sonido: http://www.youtube.com/watch?v=Sb5aq5HcS1A

sábado, 23 de octubre de 2010

Génesis

Bernard Beckett
Salamandra. Novela de ciencia ficción, 158 páginas. Edición 2010.

La vida se ha inventado varias veces sobre la Tierra. El mundo del silicio, el mundo del carbono, el mundo de la mente... Solemos creer que los humanos hemos creado las ideas, pero nada podría estar más lejos de la verdad. La Idea es un parásito, entra en el cerebro desde el exterior, cambia los muebles de sitio para adaptarlo a sus gustos. Encuentra otras Ideas que ya viven all¡ y pelea con ellas o establece alianzas. Y entonces siempre que se presenta una oportunidad, la Idea envía a sus tropas de asalto en busca de nuevos cerebros que infectar... en la jungla, sólo sobreviven las Ideas más fuertes.

Hasta aquí, la singular hipótesis que nutre este libro fantástico proveniente de la remota y civilizada Nueva Zelanda, obra que la industrial editorial ha decidido convertir en otro best seller global. La novelita se lee a lo sumo en dos días, su prosa es sencillísima, tiene cierta intriga, y hay algunos conceptos filosóficos en juego, ¡pero ­atención, amigos!: no es más que una seductora novela de ciencia ficción, bien por debajo de los clásicos del género.

Génesis contiene, por lo demás, esas taras que los solemnes le achacan -no sin una pizca de razón- a la Sci-Fi: personajes planos, infantilismo, escasas densidades temáticas, pobreza expresiva. Da la impresión, además, de ser un cuento alargado. Pero entretiene hasta la última letra. Se narra un futuro ciberpunk. A fines del siglo XXI, la Academia gobierna el planeta. Ha sucedido a una odiosa República platónica que sobrevivió a la III Guerra Mundial y a las peores plagas que el hombre ha conocido. Una historiadora que aspira a ingresar a la Academia enfrenta un terrible examen de cinco horas. Se revisan los tremendos hechos recientes. Y tal como postulan los simpáticos revisionistas argentinos, si la Historia la escriben los que ganan, es porque existe otra Historia.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

PD: Al fin, algo de ciencia ficción contemporánea. Creo que es un libro ideal para regalar a un adolescente avispado. Me parece que algo le debe a la saga Terminator.

sábado, 16 de octubre de 2010

Corazón de skitalietz

Antonio José Ponte
Beatriz Viterbo - 138 páginas. Cuentos. Edición 2010. Precio aproximado: 50 pesos

Una profunda tristeza transmite el autor de esta peculiar colección de cuentos. Tristeza por vivir bajo un régimen caduco que reduce a las personas a números para controlarlas mejor. Tristeza por los días y días marcados por una ración de prisionero. Tristeza de quien se harta de ser razonable en un sistema envilecido.

Un sello boutique trajo a la Argentina a un buen exponente de la nueva camada cubana. Antonio José Ponte (Matanzas, 1964) se ha ganado el pan como ingeniero hidráulico, guionista de cine y profesor de literatura. Vive en Madrid desde 2006; los seis cuentos del volumen se ciñen al pequeño espacio de crítica que el castrismo al parecer tolera al literato profesional: registran las tremendas carencias materiales (como los apagones y la escasez de alimentos) y denuncian el paternalismo del Estado desde la perspectiva del asocial. Suponemos que Ponte ha cultivado con destreza la elipsis, por la misma razón de que Góngora retorcía el lenguaje; para confundir a la censura. Estamos ante una prosa muy rica y sugerente, hemingwayniana por momentos, incluso con un desfachatado fulgor poético. Como aquí: "En el blanco de Rusia de la piel de ella encontró un triángulo oscuro y en el triángulo oscuro una entrada. Durante un buen rato, ella lo llamo como si estuviera lejos. ¿De dónde vendrá uno cuando se viene?, preguntó al techo un rato más tarde".

El cuento que da nombre al libro retrata a un historiador caído en desgracia. Viniendo narra una vuelta desganada a Cuba después de estudiar cinco años en Rusia, donde había más libertad. En el frío del malecón delata la miseria generalizada. Una tirada del libro de los cambios llega a una sabia conclusión: "Quien descubre que todo es una gran habitación donde los cambios consisten solamente en giros, sufre una gran tristeza".
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Bueno

PD: He pescado una entrevista muy inteligente que la profesora Teresa Basile le hizo a Ponte. Pinchá acá para leerla.

martes, 12 de octubre de 2010

Otra historia del formalismo ruso

Pau Sanmartín Ortí
Lengua de trapo. 407 páginas. Edición 2008

“Para dar sensación de vida, para sentir los objetos, para percibir que la piedra es piedra, existe eso que se llama arte. La finalidad del arte es dar una sensación del objeto como visión y no como reconocimiento; los procedimientos del arte son el de la singularización de los objetos, y el que consiste en oscurecer la forma, en aumentar la dificultad y la duración de la percepción. El acto de percepción es en arte un fin en sí mismo y debe ser prolongado. El arte es un medio de experimentar el devenir del objeto: lo que ya está realizado no interesa para el arte”.
Viktor Sklovski

La revolución bolchevique no sólo asesinó, con bala, frío o hambre, a millones de personas, también destruyó una fascinante escuela de pensamiento que se había propuesto desentrañar las leyes secretas de la literatura. En el campo de la cultura, ocurrió en la Unión Soviética lo mismo que en el de la política. El sistema totalitario se transformó en un embudo que se fue tragando todas las formas de creación intelectual, permitiendo el goteo de una sola fórmula, funcional a la hegemonía absoluta del zar Stalin: el realismo socialista, el cual reguló la imaginación hasta en sus mínimos detalles (se establecía, por ejemplo, que la trama debe progresar en orden lógico evitando las digresiones). Para evitar el Gulag y para mantener la integridad moral, algunos teóricos disidentes debieron inventar la ‘metaironía’, es decir un “acto de habla que disimula el hecho de que se ha realizado un acto de habla irónico”. Este ensayo inspirador da cuenta del auge y liquidación del formalismo ruso.

Pau Sanmartín Ortí es doctor en Teoría de la Literatura. Nació en Valencia y trabaja en universidades de Europa y Estados Unidos. Con este libro, obtuvo el VI Premio de Ensayo Caja de Madrid. Combina el rigor del estudioso con la pasión del hombre que ha abrazado una causa. Víktor Sklovski es su héroe, por lo que sería conveniente que en una segunda edición completara la biografía. El público no especializado se ve obligado a recurrir a la Wikipedia para saber en qué condiciones logró sobrevivir ese gran teórico formalista que fue obligado a abjurar de sus principios. Como Galileo.

El ensayo, no obstante, es de gratísima e instructiva lectura. No puede ser ignorado por aquél que se interese en la crítica de arte. Es un valioso rescate de una vanguardia que durante quince años (1915-1930) aspiró a localizar un principio general aplicable a toda obra literaria, alejando tanto de la filología tradicional como del triunfante marxismo. Su lucidez no ha perdido un gramo de frescura. La troika que según este libro constituyó el corazón del formalismo ruso -Sklovski, Boris Eichenbaum e Iuri Tiniánov- concluyó que la finalidad única de la literatura es promover un efecto estético, que la forma crea el contenido y no al contrario, que no existen escritores individuales sino tan sólo literatura, y que ésta no es otra cosa que una forma privilegiada de conocimiento. Bueno, con toda humildad, es lo que este blog desde hace cuatro años viene tratando de decir.

Así pues, Sanmartín Ortí examina la evolución histórica y las contribuciones teóricas de un puñado de intelectuales clarividentes. El camino de los rusos se centró en el procedimiento, “aunque la descripción del procedimiento es en realidad la descripción de la función estética que cumplen los elementos constructivos de la obra”. Es decir, para el formalismo todos los componentes que entran en juego en una narración son considerados como piezas cuya presencia está motivada por razones exclusivamente funcionales. Conan Doyle, por ejemplo, usa al querido doctor Watson unas veces como narrador, otras como freno de la acción (introduciendo soluciones falsas) y otras como contrapunto dialéctico de Holmes. Desde el punto de vista literario, para un formalista es irrelevante si Conan Doyle quiso criticar el decadente Estado burgués. En época de Stalin, semejante herejía les resultó caro.

En la página doscientos cuarenta y siete, tropecé con una idea extraordinaria. “La unidad de la obra literaria es probablemente un mito”, escribió Sklovski. “Da la impresión de que la obra se crea sola, como si, tras las primeras decisiones creativas, la interacción entre los diversos componentes comenzasen a desarrollar una lógica autónoma que determina las siguientes elecciones”. Es, añado yo, como si la gran obra literaria cobrará vida y se pusiera en el sillón de mando. Fascinante. Esto es lo que ha suscitado entre los formalistas rusos la lectura de un Tolstoi, un Sterne o un Cervantes que son los libros que, en definitiva, no podemos dejar de leer.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno

domingo, 10 de octubre de 2010

La sabiduría del padre Brown

Gilbert Keith Chesterton
Claridad. Cuentos policiales, 205 páginas.

“Lo que más tememos -dijo el sacerdote en voz baja- es un laberinto sin centro. Esa es la razón por la cual el ateísmo no es más que una pesadilla”.
G.K. Chesterton

Las parábolas más claras y hermosas que la humanidad ha concebido no se hallan sólo en el Nuevo Testamento. Honran la literatura inglesa unas cincuenta de estas composiciones moralizantes, aunque servidas en formato de cuento policial. Son los casos del padre Brown, la sublime creación de G. K. Chesterton (1874-1936), uno de esos artistas que -como diría Borges, su gran admirador- las generaciones no se resignarán jamás a olvidar.

Se ha llamado a Chesterton el “príncipe de la paradoja”. Escribió ochenta libros, cientos de poemas y relatos breves, y más de cuatro mil ensayos. Fue un polemista formidable con una personalidad exuberante; sus ideas eran tan rotundas como su figura (medía 1,93 metro y pesaba cerca de ciento treinta kilogramos, solía llevar encima un estoque y/o una pistola cargada). Es notable que aun hoy un pensador que consideraba casi todo lo moderno como una calamidad y que encontró en la Iglesia Católica (¡la Iglesia preconciliar!) el culmen del sentido común pueda resultar tan interesante. Quizás porque sus escritos fueron tan ingeniosos y humorísticos que sus lectores no pueden tomarlo en serio. Como sea, se trata de un escritor de primera categoría.

El sello Claridad reimprimió doce cuentos excelentes de la saga del padre Brown, encarnación de todo lo que es sencillo e inofensivo que va por el mundo lidiando con su enorme paraguas y resolviendo entuertos merced a su profunda comprensión del alma. Todos los textos son teatrales. Ninguno carece de finura, profundidad filosófica y elegancia expresiva. El mensaje es siempre el mismo: detrás de cada crimen, locura e inequidad se encuentra el orgullo, el pecado favorito de Satán. Chesterton amó al hombre corriente; y fueron objeto de su desprecio el plutócrata, el ambicioso, el gran héroe nacional, el mundano, el cínico y el idólatra. Fue el más raro y encantador de los reaccionarios. Una bellísima tonalidad.
Guillermo Belcore
Calificación: Muy bueno

viernes, 8 de octubre de 2010

El hijo predilecto de Flaubert

El crítico invitado IV

El merecidísimo Premio Nobel para Mario Vargas Llosa -el primero para un escritor latinoamericano que no es de izquierdas- ha motivado estas líneas esclarecedoras.

Por Jorge Gabriel Martínez

El Nobel distingue en Mario Vargas Llosa a un escritor poseído por una rara forma de vocación, un artista disciplinado y tenaz que desde muy joven despertó el asombro de sus colegas por la entrega apasionada y absoluta con la que se volcó a la tarea de escribir.

Ya lo había señalado su primer editor internacional, Carlos Barral, en un texto de 1967: "Yo creo que (Vargas Llosa)... es un escritor determinado por una forma de vocación poco común en nuestro tiempo". Carlos Fuentes, más irónico, lo llamaba "el cadete" y para el escritor chileno Jorge Edwards, que lo conoció en 1962 en París, era un "forzado de la literatura", "el hijo predilecto de Flaubert", el novelista francés que desde mediados del siglo XIX simboliza al creador metódico que nada le debe a la inspiración de las musas.

Gustave Flaubert
ha sido desde siempre el escritor favorito de Vargas Llosa, su modelo y maestro. A él le dedicó un ensayo devoto (La orgía perpetua, 1975) y a él retornaba en los momentos de desazón creativa. En 1962, con el dinero ganado con sus primeros libros, compró una edición en 13 tomos de la Correspondencia del autor francés, que desde entonces juzga "el mejor amigo para una vocación literaria que se inicia, el ejemplo más provechoso con que puede contar un escritor joven en el destino que ha elegido''. Afirma que leer en las cartas de Flaubert el tortuoso alumbramiento de clásicos como Madame Bovary (1857), "ese proceso en el que la constancia y la convicción juegan un papel tan importantes'', puede ser "un magnífico aliciente para un escritor, un antídoto poderoso contra el desaliento".

Vargas Llosa admira al genio, pero se ubica del lado de los artesanos de las letras, que tejen su obra con paciencia y trabajo
. El talento inesperado, en bruto, lo desconcierta. "¿Cómo fue posible?'', se pregunta en La verdad de las mentiras (2002) sobre el autor de El gatopardo (1957), el príncipe siciliano Giuseppe Tomasi di Lampedusa, quien "no había escrito sino cartas hasta que, a los cincuenta y ocho años, cogió de pronto la pluma para garabatear en pocos meses una obra maestra. ¿Cómo fue posible?''. No fue casual, entonces, que pese a ser ya un autor consagrado, Vargas Llosa dedicara parte de su único libro de memorias, El pez en el agua (1993), a los años de formaci¢n como novelista, la época en que conoció y desechó la bohemia periodística de Lima, probó la cocaína y la militancia comunista y se deslumbró con Malraux, Sartre, Borges y su otro gran maestro, William Faulkner, "el primer escritor que estudié‚ con papel y lápiz a la mano, tomando notas para no extraviarme en sus laberintos genealógicos y mudas de tiempo y de puntos de vista''.

Autor de novelas prodigiosas, figura universal de las letras, ahora Premio Nobel, Vargas Llosa vuelve cada tanto a vestir el traje del aprendiz que fue para iluminar a sus muchos discípulos, como en el simpático Cartas a un novelista (1997). Allí estampó esta definición de su compromiso excluyente con la literatura: "El escritor siente íntimamente que escribir es lo mejor que le ha pasado y puede pasarle, pues escribir significa para él la mejor manera posible de vivir''.
Publicado en la Sección El Mundo del diario La Prensa

miércoles, 6 de octubre de 2010

La viajera y sus sombras

Victoria Ocampo
Selección y prólogo de Sylvia Molloy. Fondo de Cultura Económica. 289 páginas. Edición 2010

“Sospecho que todos mis recuerdos de viaje son por el estilo: irremediablemente personales, escandalosamente privados, reprensiblemente subjetivos. Los dedicaré, pues, a los humildes cazadores de unicornios, de hinojo y de romero, hermanos en aficiones. Que los profesionales de notas eruditas y de estadísticas reveladoras me absuelvan y me ignoren”.
Victoria Ocampo

El general Alfred Jodl nació en un castillo de Wurzburg en 1890 y fue ahorcado por los aliados en octubre de 1946. Llegó a jefe de Estado Mayor de la Alemania nazi, pero durante su interrogatorio se comportó como un pelele. Gesticulaba a lo Stan Laurel, notó una testigo excepcional. Victoria Ocampo (1890-1979) visitó los tribunales de Nüremberg, del brazo de caballeros británicos con uniforme. El espléndido relato de ese día -relato transparente como una lámina de cristal- se incluye en este libro espumoso.

El volumen es más autobiografía que libro de viajes. Fue urdido con retazos. Sylvia Molloy reunió cartas, crónicas, testimonios, misceláneas, impresiones y hasta una entrevista a sí misma de una creadora fundamental. El conjunto es, simplemente, hermoso de leer. Hasta en la afectación, Victoria Ocampo resulta encantadora. Maneja la frase corta como un estilete. Profesó el amor por el arte y la sensualidad bajo todas sus formas; el lector entre líneas podrá confirmar que no sólo les transfirió a los escritores “la parte de credulidad” que todos tenemos sino que también tuvo un intenso interés erótico por ellos, caso el miserable Drieu la Rochelle.

Las experiencias en Francia y Estados Unidos conforman el corazón del libro. Los retratos de Mussolini, Coco Chanel y Maurice Ravel son magníficos. La prosa suele ser lírica, siempre aligerada con una pizca de frescura o candidez. Hay anécdotas risueñas: una mañana de 1943 recios militares arrestaron a Victoria en Nueva York por tomar notas en un museo de armas. Transcribo un parrafazo:

“Vacié mi cartera sobre la mesa (rouge de Guerlain, polvos, un pañuelo, llaves, cartas de Buenos Aires); luego me senté en espera de que los señores oficiales hubieran podido comprobar (con ayuda del teléfono supongo) la autenticidad de mis declaraciones. Apenas tardaron unos minutos, creyendo de su deber el excusarse una vez terminada la investigación: “Usted, sin duda, comprende que nos vemos obligados a tomar ciertas precauciones”. Naturalmente, lo comprendía de sobra. Les di toda la razón. Conversamos cordialmente unos instantes. “Dicen que es muy hermoso su país”. “Casi tanto como el de ustedes” (El hielo estaba roto). “¿Es neutral su país? ¿Cómo lo explica usted?”. -”¿Y ustedes cómo explican el haberlo sido”.

Hoy que en la vida pública predominan el gesto impúdico, el discurso vocinglero y el mal gusto, la literatura sensata y delicada puede obrar como un bálsamo. Roger Callois le dijo a Victoria por carta: “tú sabes hacer ver”. No sólo eso. Como bien se destaca en el prólogo, esa mujer extraordinaria también sabía estimular el pensar.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura de La Prensa

Calificación: Bueno

domingo, 3 de octubre de 2010

Curso de literatura rusa

Vladimir Nabokov

Del Nuevo Extremo. Ensayo sobre arte y literatura. 485 páginas. Precio aproximado: 150 pesos.


“La literatura, la literatura de verdad, no hay que deglutirla de un trago como un potingue que pueda ser bueno para el corazón o bueno para el cerebro; el cerebro ese estómago del alma. La literatura hay que aferrarla y hacerla pedazos, deshacerla, machacarla; entonces se olerá su grato olor en el hueco de la mano, se masticará y volteará sobre la lengua con deleite; entonces, y sólo entonces, se apreciará su raro sabor en la justa medida, y las partes rotas y trituradas volverán a reunirse en el espíritu y revelarán la belleza de esa unidad a la que el lector ha aportado un poco de su sangre”.
Vladimir Nabokov


Antes de que la diosa Fortuna lo besara en los labios (Lolita mediante), Vladimir Nabokov se ganaba el pan en su exilio estadounidense como profesor universitario, no sin disgusto. Aquellas lecciones memorables en Wellesley y Cornell -gracias al Cielo- no han sido tragadas por el olvido. Dieron lugar a tres libros que un sello español juzga oportuno reimprimir. El amante del buen arte literario y el aficionado a la crítica sublime, aquélla que se funda en el gusto y la emoción, sabrá disfrutar un auténtico tesoro.

El presente volumen se ciñe a la edad de oro de la narrativa rusa; es decir, desde Gogol hasta Gorki, deteniéndose particularmente en Tolstoi y Chejov. La fórmula nabokiana es perfecta: da una biografía sencilla seguida de una explicación somera de las restantes obras del autor y de ahí pasa a un examen detenido de la obra importante que desea estudiar, como Padres e hijos de Turguéniev. Es frecuente el recurso de la cita y la pesquisa de los procedimientos. Se trata de crear una comprensión basada en el deleite atento y perspicaz y no en esas teorías provenientes de la sociología o de la política, las que a juicio de Nabokov son totalmente áridas. Los textos no carecen, por cierto, de ese punto de capricho inteligente, sin el cual la crítica está muerta, pero que no debe ser confundido con el efectismo vano de ciertos intelectuales que a pesar de leer mal -o de no leer en absoluto- se emperran en escribir en los diarios (¡e incluso publicar libros!). Así tritura Nabokov a Dostoievski: “Parece haber sido escogido por el hado de las letras rusas para ser el mayor dramaturgo de Rusia, pero erró el camino y escribió novelas”.

El volumen se enriquece con tres magníficas reflexiones: El arte de traducir, Filisteos y filisteísmo, y Escritores, censores y lectores rusos. En este último texto, se cavila sobre un hecho singular: mientras el zarismo -un despotismo podrido y anacrónico- fue capaz de engendrar media docena de grandes maestros de la prosa, el bolchevismo, teóricamente un sistema más moderno, sólo generó hasta los años sesenta toneladas de basura, con la excepción de algunos poetas o cronistas. El aniquilador del talento es, ¡cómo no!, el Estado. “En Rusia antes del régimen soviético existían, sí, restricciones y censura pero no se daban órdenes a los artistas. Aquellos escritores, compositores y pintores del siglo XIX sabían perfectamente que vivían en un país de opresión y esclavitud, pero tenían la inmensa ventaja sobre sus nietos de la Rusia moderna de no verse obligados a decir que no había opresión, que no había esclavitud”, dispara Nabokov. Desde Lenin y Trotsky a Hitler y Franco, de Fidel Castro al general Videla (¿Perón no?) nada más estéril, conservador y burgués que las dictaduras y los servidores de las masas.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Excelente

PD: Hace unos meses había pedido en mi columna en Eterna Cadencia la reimpresión de este libro. Pero uno debe tener cuidado con lo que pide: el precio del libro es asesino, no digo que no lo valga, pero la inflación hace estragos en mi bolsillo.