domingo, 27 de enero de 2019

El populismo en la Argentina y el mundo

"Hoy, 1 de mayo, quiero anunciarles que el diario La Prensa expropiado por disposición del Congreso Nacional, será entregado a los trabajadores en la forma que ellos indiquen. Este diario, que explotó durante tantos años a sus trabajadores y a los pobres, que fue instrumento refinado al servicio de toda explotación nacional e internacional, que representó la más cruda traición a la patria, deberá purgar sus culpas sirviendo al pueblo trabajador".

Juan Domingo Perón, 1 de mayo de 1950.

Cómo pasa el tiempo, por Dios. Hace casi treinta años, Francis Ford Fukuyama anunciaba el triunfo definitivo de la democracia liberal. Sepultado el odioso comunismo bajo los escombros del Muro de Berlín y desacreditado desde hace décadas el fascismo europeo y sus incompetentes versiones tercermundistas, el modelo que incluye respeto por la propiedad privada, división de poderes y garantías a las libertades individuales estaba destinado a conquistar todo el planeta. Puede que aquí o acullá sobreviviera por un tiempo algún enclave del atraso y el fanatismo como el fundamentalismo islámico pero su atractivo universal era nulo, ese era el punto. La Historia de las ideas (no la de los hechos) había concluido.

Tres décadas después, el paisaje ha cambiado. La triunfante democracia liberal ha incubado en su propio seno un enemigo formidable, al calor del miedo y el resentimiento que han provocado en todo el mundo la globalización (Estados Unidos y Europa), la frustración económica (América latina) y la pérdida de la seguridad personal (en ambos). Hablamos naturalmente del populismo.

Puede compararse a esa corriente política con un virus o con el parásito Alien. "En lugar de un ataque frontal, como el comunismo, opera desde las entrañas de sistema democrático de manera gradual neutralizando sus anticuerpos naturales y, si no es frenado a tiempo, evoluciona gradualmente hacia el autoritarismo", describe el profesor Emilio Ocampo, en un libro que aquí venimos a recomendar a viva voz.

Mire el planisferio nos dice Ocampo. El populismo ya no es un fenómeno típicamente latinoamericano. Se ha globalizado tanto en sus versiones de derecha, izquierda o camaleónica (el peronismo). Es un tsunami. Gobierna en Estados Unidos, Italia, Grecia, la mitad de Europa oriental, Filipinas, Turquía, los dos países más grandes de América latina (y podría retornar en el tercero), además de haber arruinado hasta la hambruna y la peste a Venezuela, el país con las mayores reservas de petróleo del mundo. Además causó el Brexit y casi la secesión de Cataluña. Podemos irrumpió en España. Se trata pues del tema del momento. Y tiene una importancia crucial para la Argentina, pues "ningún otro país abrazó con tanto fervor el populismo en el siglo XX y en lo que va del siglo XXI". Resulta imposible exculparlo de la decadencia nacional.

EL LIBRO


Acaban de cumplirse cuarenta años de la fundación del Centro de Estudios Macroeconómicos de la Argentina (CEMA), usina de las ideas liberales más concienzudas. Para celebrarlo, la Universidad del CEMA publicó un libro que atesora excelentes miniensayos de ciencia política sobre, justamente, el fenómeno del populismo. Fue compilado y editado por Emilio Ocampo y Roque Fernández, el ex ministro de Economía de Carlos Menem (un populista que intuyó la necesidad de abrazar a algunas ideas correctas).

El primer texto de El populismo en la Argentina y el mundo (413 páginas) lo escribió el economista Jorge Avila. Apela a un obra clásica de Samuel Huntington (El orden político en las sociedades en cambio) para renombrar al elusivo sujeto de estudio. Pretorianismo de masas, prefiere designarlo. En el caso de nuestro país ha sido una consecuencia deletérea de la ausencia de un sistema de partidos eficiente, capaz de estructurar la participación de los nuevos grupos sociales en política. Así, mientras la UCR fue alumbrada por el aluvión inmigratorio externo, el peronismo es hijo de la Gran Depresión y de la enorme migración del Interior al Gran Buenos Aires (cerca de un millón de personas entre 1936 y 1945). La Argentina quemó etapas. No hubo tiempo para que desarrollar un "orden político moderno de bajo riesgo país".

Vale decir, el subdesarrollo de un sistema de partidos nos condenó a la intervención militar, el atraso económico y el populismo. "El pretorianismo de masas tiene a manejarse con alto déficit fiscal pues, en virtud de la alta participación ciudadana, debe satisfacer grandes demandas de gasto de su base política y tiene una expectativa política que se reduce a tan sólo años. un alto déficit fiscal genera un tembladeral jurídico del cual la propiedad privada es una víctima de muchas maneras". 

Muy esclarecedor, por cierto, el texto que firman Roque Fernández y Paula Monteserín: Fundamentos atávicos del populismo argentino. Exploran un arco de tiempo que va desde la llegada de los europeos a América hasta la Generación del Ochenta. Hay taras que arrastramos desde el vamos, como la viveza criolla. Hay instituciones nefastas que provienen de la Colonia caso La liga, remates judiciales arreglados a lo largo y ancho del país. Qué decir de ese antiquísimo ingenio porteño de utilizar condiciones de necesidad y urgencia para violar la ley: "Al monarca (hoy el Estado o el cuerpo jurídico) se reverencia pero no se cumple". 

Los autores establecen que tanto la ambición desaforada por establecer un liderazgo hegemónico como el relato épico mediante la construcción de enemigos externos o internos (quintaesencia del populismo) eran también moneda corriente en el siglo XIX. ¿Otros dos atavismos? La creencia de que sólo centralizando y controlando la caja se asegura la gobernabilidad va desde Rivadavia y Rosas hasta Cristina. Además, aun hoy en día una proporción notable de los argentinos comparten la primitiva esperanza en un personalismo carismático con poderes místicos para resolver los problemas.

SOMOS COMO SOMOS


En un texto notable de más de cien páginas, Ocampo advierte encarecidamente sobre la tendencia natural del populismo -esa parte que reclama ser el todo- a socavar las instituciones de la democracia liberal, e intenta responder una duda angustiante que había formulado Juan José Sebreli: ¿Somos un país culturalmente condenado al populismo? ¿Y que implica si así lo fuera?

Tras una fascinante travesía por eminencias de la ciencia política, sociología, antropología, psicología y filosofía (se aplica el modelo teórico del Nobel Douglass North), el compilador concluye que la Argentina es un país especialmente propicio para "la solución facilista, simplista y arbitraria que pretende imponer una mayoría con su voto, cuando es concientizada, estimulada y movilizada por el discurso antagónico de un líder populista que apela al chauvinismo y a ciertas creencias y ansiedades predominantes cuando la sociedad enfrenta problemas estructurales que generan una divergencia creciente entre las expectativas de esa mayoría y la realidad. Es decir, cuando surge una brecha de frustración". 

La hipótesis de Ocampo es que somos campo orégano para el populismo por cuatro rasgos psicológicos-culturales típicamente argentinos:

a) El narcisismo colectivo: la idea de que somos un país excepcional destinado a la grandeza.

b) La indolencia pretenciosa: la idea de que somos un país rico y no es necesario trabajar para vivir bien y/o que vivir bien es un derecho inalienable.

c) La anomia: el desprecio por las normas de convivencia y las leyes.

d) El caudillismo: la idea de que sólo un líder fuerte puede resolver los problemas del país.

¿No tenemos arreglo entonces? Bueno, entre 1853 y 1930 una minoría ilustrada impuso a los argentinos una cultura (como la define Freud) y la Nación se convirtió en una de las más ricas del mundo. Mientras los generosos frutos que de esa cultura resultaban fueron asequibles para la mayoría no hubo dificultades, explica el investigador. Sin embargo cuando sucesivas crisis -1914-1930- pusieron en duda la continuidad de ese círculo virtuoso, las pulsiones primitivas renacieron con fuerza. Lo mismo ha ocurrido entre 2001-2003, uno está tentado de colegir.

El problema serio se suscita cuando sobre esa base cultural filopopulista aparece una opción política atractiva que la refuerza ya en el poder mediante un poderoso aparato de propaganda, como el peronismo de los cincuenta y de esta década. Crear las condiciones que sustentan la demanda electoral de populismo es una diabólica condición que ostentan para su beneficio ciertos líderes de masas. "Perón peronizó la Argentina de la misma manera en que Hitler nazificó a Alemania", nos advierte el libro. 

Y el liderazgo populista ha surgido en nuestro país no sólo cuando hubo una dislocación económica o social como la de los años treinta o la del colapso de la convertibilidad: Ocampo verificó estadísticamente la hipótesis de que en la Argentina los ciclos de populismo se explican por la variación de los precios internacionales de los productos agropecuarios. Da escalofríos pensar que nos hubiéramos ahorrado lo peor del kirchnerato si no hubiera habido un espectacular suba del precio de las materias primas por la demanda china.

Otro punto de interés para entender lo que nos rodea es el rescate de un texto fundamental de Torcuato Di Tella que concluye que el populismo nace siempre del descontento, en particular de una frustración colectiva, del "abismo entre las aspiraciones y las satisfacciones en la esfera ocupacional en particular en las personas educadas". De hecho, los incongruentes, económicos o de estatus parecen ser el sostén principal de Cristina en la clase media y más arriba aún de la pirámide social. 

Finalmente, Ocampo discute con Ernesto Laclau, el filósofo militante que moldeó las mentes de Correa y los Kirchner: "La historia demuestra que el populismo es un cáncer que, si no es neutralizado por los anticuerpos institucionales y culturales de la sociedad, destruye la democracia y revela su verdadero semblante autoritario (a veces totalitario). Es decir termina matando la democracia y, en su mutación final, deja, por definición, de ser populismo -ya que conceptualmente éste no puede existir sin elecciones regulares y libres- y se convierte en una autocracia. No se trata de una hipótesis sino de una realidad comprobable, cada vez hay menos diferencias entre la Cuba de los Castro y la Venezuela de Maduro, y, entre ésta y la Nicaragua de Ortega".

Anticuerpos institucionales y culturales dice el erudito. Funcionaron bien en la Argentina en 2009, 2013 y sobre todo 2015. Veremos que pasa en 2019, la brutal pérdida de bienestar que trajo aparejado el ajuste y la mala praxis de Cambiemos revivió a los zombies
Publicado en el Suplemento de Economía de La Prensa

Calificación: Muy bueno


domingo, 20 de enero de 2019

Historias tardías



"Uno no ha crecido del todo hasta que ha corregido o se ha disculpado por los errores del pasado"...
Stephen Dixon

Hay que celebrar que el sello Eterna Cadencia haya decidido divulgar en este empobrecido arrabal de Occidente al menos conocido (o reconocido) de los literatos estadounidenses de primera línea, a pesar de que en sesenta años escribió más de seiscientos cuentos cortos y veinte novelas. Stephen Dixon (Nueva York, 1936) ha publicado prácticamente un libro por año en las últimas cuatro décadas. Un autor destacado para los happy few, aunque él dice que sus obras son para ser escritas no para ser leídas.

Con Calles y otros relatos y Ventanas y otros relatos, descubrimos que estamos ante un cuentista extraordinario, de esos que gustan de experimentar con el estilo y que, como tiene talento de sobra, el producto suele ser magnífico. Con Interestatal surgió la sospecha de que, acaso, como novelista nunca alcanzó la talla colosal que ha demostrado en el texto breve. Naturalmente, es un juicio provisional.

Llegó ahora una obra de Dixon que vale la pena recomendar. Historias tardías (Eterna Cadencia, 382 páginas) es un libro extraño, un híbrido cubierto de tristeza como si de una pátina de ceniza se tratase. Atesora treinta y un relatos que fueron publicados en distintas revistas estadounidenses pero puede ser leído como una novela, pues hay una unidad de sentido, un hilo conductor de color azabache: el dolor, la confusión de un hombre, ya mayor, que ha perdido a su adorable esposa enferma, después de décadas de feliz convivencia. Es un libro, naturalmente, autobiográfico pero en buena parte se narra en rigurosa tercera persona.

Las biografías recuerdan que Dixon se había retirado en 2007 de la Universidad Johns Hopkins, donde enseñó a los jóvenes a escribir durante veintisiete años. Poco después, perdió a su esposa, Anne Frydman, una erudita en literatura rusa que fue atormentada durante dos décadas por una esclerosis múltiple. En 2013, Dixon narró el impacto de su fallecimiento en la que -según dicen- es una de sus novelas más complejas (Su esposa lo deja).

En Historias tardías Dixon explora las penurias de la viudez, lo que significa para un amante esposo sobrevivir a la pérdida de una compañera como Anne. Añade a las tribulaciones recuerdos imborrables como el debut sexual de la pareja o los viajes a Cape May para avistar aves, con las dificultades que provoca una sociedad poco hospitalaria con las sillas de ruedas. Pero cambia los nombres. El escritor y profesor retirado se llama Philip Seidel y su mujer Abigail o Abby.

LOCO


Hay textos memorables. En "Loco", el viudo Seidel sueña que había perdido a su esposa en el barrio chino de Nueva York o en el lado este, por la calle 40. Cuando se despierta, desesperado, viaja a buscarla. Recorre calles, toca timbres, pregunta en bares y a transeúntes: "¿No ha visto a una mujer en silla de ruedas, hace un segundo estaba al lado mío?". Vocifera en las avenidas: "Abby soy Phil, vuelve al mismo lugar". La gente lo mira como si fuese un demente. Se le acerca un policía a ayudarlo. El profesor huye en taxi. Qué hermoso cuento.

No sólo es un ensayo -por así decirlo- sobre el amor y la pesadumbre cuando el ser querido desaparece. También denuncia la senectud (Dixon cumplirá 83 años en 2019), con toques de humor que alivian el drama de la perdida de facultades físicas ("Sentirse bien") o mentales ("Recuerda"). Qué terrible es salir una y otra vez a la calle con la bragueta abierta, dejar alimentos en el fuego hasta que ardan, apenas si poder caminar hasta la tienda de la esquina.

En "Hablar" hay un llamado de atención: regalarle minutos de charla a los ancianos solitarios es un acto piadoso. Despliega también en el cuento un procedimiento audaz: se intercalan dos puntos de vista; una frase en primera persona del singular, la siguiente en tercera. Qué tipo ocurrente este Dixon.

Viejo zorro de los talleres de escritura creativa, el profesor saca petróleo de asuntos domésticos e, incluso, del juego de posibilidades ("Lo que es" y "Lo que no es") o de meras enumeraciones. En "Una cosa lleva a otra" evoca los diez momentos más felices de su vida. "Lo que van a encontrar" es una lista de lo que sus hijas hallaran en casa después de su muerte. En "Terapia" anticipa los temas conflictivos que hablará con su terapeuta, en caso de que finalmente vaya a la consulta. El truco funciona casi siempre bien. Hay un cuento, incluso, que se sostiene sobre un único principio ("Dos partes"): uno no ha crecido del todo hasta que ha corregido o se ha disculpado por los errores del pasado. 

EROTICA DE LA FORMA


Hay que destacar que la traducción de Ariel Dilon es excelente. La erótica de la forma se ha preservado, lo que resulta crucial porque, como dijimos, para el grafómano Dixon la originalidad es una virtud deseable. Verbigracia: "Esposa en reversa" relata la muerte de su esposa del final hasta el principio de su matrimonio, un procedimiento similar al usado, con mayor riqueza verbal, por Alejo Carpentier en esa joya de la literatura latinoamericana titulada "Viaje a la semilla". Estas tecniquerías son otro valor añadido al volumen, pero exigen una lectura cuidadosa; una segunda lectura es recomendable, incluso. Hay momentos en que no resulta fácil distinguir entre realidad y la imaginación dolida del viudo.

Otra curiosidad: dice el profesor Seidel en la página ciento noventa que tiene una opinión bastante pobre de la ficción de casi todos los escritores vivos que ha leído, excepto por un par de latinoamericanos y alguno de Europa. En un reportaje, Dixon confesó que adora a Bolaño, los textos breves de García Márquez y a Thomas Bernhard. En "El sueño y la fotografía" juega a emular a Sebald, no con mucha fortuna.

Si hay algo que puede reprocharse a estos cuentos muy bien trabajados -urdidos con retazos de memoria y desdichas del presente- es que conforman un universo cerrado, el de las clases cultas de la Costa Este. Mucha música clásica, algo de Alta Literatura, corrección política y una exquisita cortesía. Gente civilizada, bah, habitantes de un suburbio afortunado de Baltimore. Pero las ventanas están tapiadas, no entran la política, la Historia, la filosofía o la religión, el resto de los estamentos sociales, etc. Es decir, fuera del núcleo dramático no hay prácticamente nada. Al fin y al cabo, la pérdida de un ser querido, por devastadora que resulte, es algo muy corriente.

Guillermo Belcore

Calificación: Bueno

domingo, 13 de enero de 2019

Matar la tierra

Tiene razón Alejandro Olaguer, intelectual mendocino que ha escrito uno de los mejores diarios de nuestro tiempo. Matar la tierra es otra de las novelas sublimes de la Argentina profunda. Es algo así como una tragedia griega -con personajes enloquecidos o atontados por la Diosa Madre- injertada en la periferia de Mendoza a fines del siglo XIX. Departamento de La Paz (Corocorto, entonces), a la vera del brazo viejo del río Tunuyán, unos años después de la Conquista del Desierto, para más señas. Hay un vaivén fatal entre un labriego español que se va hundiendo en la demencia y una familia aborigen embrutecida por una miseria sin paliativos. Y hay una historia de amor que supera los odios y los desencuentros culturales.

Nadie que ame la literatura debería dejar pasar la obra maestra de Alberto Rodríguez hijo (1924-2005), polígrafo y militante de izquierdas, trashumante por culpa de las dictaduras, que la Mendoza progresista adora por razones obvias y la burocracia actual promociona por conveniencia turística.

Matar la tierra fue entregada a la imprenta por primera vez en 1952. La edición que Olaguer me obsequió data de 2005, tiene 108 páginas y un diccionario útil de regionalismos. Pocas páginas, pues, pero muy intensas; la densidad de la prosa de ARH es muy superior al promedio. Densidad de ideas y de imágenes alucinantes. Conviene demorarse en la frase y en el párrafo, como si uno estuviese catando un Malbec.

En el primer capítulo, por ejemplo, una escena poderosísima atrapa nuestra imaginación: La joven y fresca Caridad corre entre las viñas con un lagarto prendido a su pulgar, hasta que cae agonizante. ¡Están Horacio Quiroga y Erskine Cadwell en esas acequias del demonio!

Por lo que he leído, ARH explota un mito cuyano. El maguato es una pequeña iguana cabezuda, cuya mordida, aunque muy dolorosa por los dientes de obsidiana con los que tritura insectos, no es venenosa para un adulto, como la de su primo norteamericano, el monstruo de Gila.


ESTOMAGOS FUERTES


Quien tenga el estómago delicado, que no se acerque a este libro. Está repleto de inmundicias, con dos funciones: por un lado, exponer la pavorosa indigencia en que vivían los indios que sobrevivieron a las campañas del General Roca (hay también incesto y bestialismo en la trama). Por otro lado, la ristra de porquerías forman parte de un estilo literario: el realismo sórdido, en un grado extremo. Aquí y acullá, el novelista lo aligera con la belleza de la expresión (poética criolla) y la del vocablo rescatado del fondo de los tiempos, y con un único desahogo sentimental: el enamoramiento de Juan de Dios -primogénito de Don Justo, el agricultor loco- y de Cuncuna -hija de Nahueiquintún, el anciano mapuche, convertido en piltrafa.

El núcleo argumental, no obstante, es el que designa el título: El español que vino a hacerse la América con su familia y no pudo responsabiliza a la Pacha Mama por su desdicha. Es un maniático impaciente que quiere matar la tierra, hacerla sufrir negándole el riego, herirla con su azadón. A un salivazo de distancia, vive (malvive, mejor dicho) la familia mapuche que, sumida en las más degradante abulia, espera la remesa del Gobierno, es decir el tributo que durante años pagó Buenos Aires a las tolderías para evitar los terribles malones. Algo similar a lo que ocurre ahora con las tribus piqueteras, siempre amenazando con pulverizar la paz social.

Uno puede concluir que ARH admiraba la indómita y ecuestre cultura mapuche que vivía del pillaje y consideraba la agricultura como una suerte de blasfemia. También es dable sospechar que compartía ese desprecio aristocrático del intelectual argentino (eco del hidalgo español venido a menos) hacia el trabajo manual, el esfuerzo que posterga las gratificaciones, el odio pues al colono gringo que crea y atesora riqueza, tan manifiesto hoy en día entre los ideólogos nac&pop. Rodríguez era trotskista, dicen quienes lo conocieron, es decir absolutamente anticapitalista. Como fuese, Matar la tierra es entre otra lindezas, una nouvelle rica en ideas.

Por último, algo hay que decir de la relación de este libro con el más grande de los escritores mendocinos (y uno de los colosos de la literatura latinoamericana): Antonio Di Benedetto. Recomiendo leer aquí lo que Olaguer escribió al respecto: https://aolaguer.wordpress.com/2015/10/08/mlt/

Sólo podemos agregar en el terreno resbaloso de las literaturas comparadas que si Matar la tierra es un poderoso solo de cuerdas, conmovedor, angustioso, memorable; la narrativa de Di Benedetto era una orquesta completa.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno


jueves, 10 de enero de 2019

¿Treinta libros en casa?

EL MOSCARDÓN IMAGINARIO XLIX



Marie Kondo, ese fenómeno televisivo que parece tan insustancial como la literatura de Banana Yoshimoto, ha sugerido conservar no más de treinta libros en casa, un consejo deleznable, pero que quizás nos obliga al placer de hacer una lista.
Dicho de otra forma, si tuviera que huir al extranjero porque en el futuro llega a la Casa Rosada una forma de populismo especialmente violento, me pregunto qué treinta libros me llevaría en la valija (me temo que muchos que he elegido son mamotretos):

1 - Contraluz - Thomas Pynchon. 
2 - Mason y Dixon - Thomas Pynchon. 
3 - Vicio propio - Thomas Pynchon. 
4 - La montaña mágica - Thomas Mann. 
5- Diccionario de autores latinoamericanos - Cesar Aira. 
6 - Las varonesas - Catania (la edición con el prólogo que escribí). 
7 - Pretérito perfecto. Hugo Foguet. 
8 - El traductor. Salvador Benesdra. 
9 - Cuentos completos - Fogwill. 
10 - Cuentos completos - Nabokov. 
11 - Cuentos completos - Thomas Mann. 
12 - Cuentos completos - Juan Carlos Onnetti.  
13 - Cuentos completos - Saki. 
14 - Cuentos completos - Primo Levi. 
15 - Cuentos completos - Alice Munro (dos tomos). 
16 - Cuentos completos - Ruben Fonseca (tres tomos). 
17 - Cuentos completos - Jorge Luis Borges (tres tomos, hago trampa, ja,ja,ja).
18 - Sertao - Joao Guimaraes Rosa. 
19  - La guerra del fin del mundo - Mario Vargas Llosa. 
20 - Crónica del pájaro que da cuerda al mundo. Haruki Murakami.  
21  - Guardianes del tiempo. - Paul Anderson. 
22 - El largo adiós. Raymond Chandler. 
23 -  22/11/63. Stephen King. 
24 - El ruido y la furia. William Faulkner. 
25 - Historia de la guerra. John Keegan. 
26 - Los mitos judíos. Robert Graves. 
27 - Vida de muertos. Ignacio Anzoategui. 
28 - Los mitos griegos. Robert Graves (dos tomos). 
29 - La poesía del pensamiento. George Steiner. 
30  - El intocable. John Banville.

Maldita Kondo, quedan fuera centenares de libros sin los cuales no me gustaría vivir.
Guillermo Belcore