martes, 26 de diciembre de 2017

La zona muerta

Si Donald Trump, como tantos temen, arrastra al mundo a una guerra atómica contra Corea del Norte, Rusia, China o quien sea, este libro entregado a la imprenta en 1979 será considerado profético. El protagonista -un buen chico llamado John Smith- adquirió el don de la clarividencia, gracias a dos tremendos accidentes, con sendos golpazos en la cabeza. Le basta tocar un objeto o la piel de una persona para ver lo que le depara el porvenir. Al estrechar la mano del candidato a la Cámara de Representante Greg Stillson -un buscavidas sinvergüenza, falso como un dólar con la imagen de D`Elía- descubre que llegará a la presidencia de Estados Unidos y causará una hecatombe nuclear, por causa de…. Sudáfrica.

Las similitudes entre el personaje de ficción Stillson y el presidente Trump son escalofriantes: ambos surfean sobre el hartazgo popular con el establishment, ambos carecen de escrúpulos y apelan a las malas artes para destruir a sus adversarios, ambos son populistas de manual. Hay una diferencia fundamental, no obstante: al abyecto Stillson, la prensa lo adora y, como establece Stephen King (Maine, 1947), “los trapos sucios de un político lo son tanto como la prensa quiere que sean”.

La zona muerta es, para quien esto escribe, uno de los mejores libros del rey King. La construcción de personajes y escenas, la delicada introducción de un elemento fantástico en la trama (la precognición), el oído para la cultura popular, el suspenso ( el pobre Johnny esperando con un rifle a Stillson en la galería del Palacio Municipal de Jackson, New Hampshire), la claridad de la prosa, salpimentada con metáforas ingeniosas aunque de bajo vuelo, se amalgaman para convertir a la lectura en un acto muy, muy placentero. Las opiniones políticas y metafísicas del señor King (¡Johnny da un apretón de mano al candidato Jimmy Carter!) también son sensatas. El manejo de la voz interior, algo rústico.

El libro encarna lo que Borges llamaba “una fantasía razonada” (son rarísimas en español, notaba el maestro). El señor King se esfuerza para persuadirnos, con argumentos técnicos, de que, en especiales circunstancias, un ser humano puede ver el futuro. John Smith pasó cuatro años en coma y luego se le despertó un sector del encéfalo ubicado dentro del lóbulo parietal, que tiene alguna afinidad con el sentido del tacto. Las corazonadas de Johnny se desatan, justamente, después de un contacto físico. "La zona muerta" son los recuerdos borrados por el trauma cerebral, en el caso del protagonista, los nombres de calles, carreteras y otras localizaciones.

Muchos críticos remilgados -aunque indispensables- como el sublime Harold Bloom se han negado a reconocer el talento literario de Stephen King. Son sensibilidades imperfectas, como la de cualquiera de nosotros: todos, al fin y al cabo, nos negamos a reconocer que puede haber algo allí, en aquello que por alguna misteriosa razón no nos agrada. Este blog, por el contrario, sostiene la tesis de que el rey del terror es uno de los mejores escritores contemporáneos -aunque muy desparejo- que ha hecho más meritos que una Herta Müller o un Le Clezio para el Premio Nobel. La zona muerta es una magnífica puerta de entrada a su vasta creación.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno


sábado, 23 de diciembre de 2017

Variaciones postales

Por Kazimierz Brandys

Adriana Hidalgo. 261 páginas. Novela

Polonia es la cultura católica clavada como una especie de larga espada entre la tradición bizantina de Rusia y el paganismo prusiano, escribía admirado G. K. Chesterton en los años treinta. "El elemento religioso es el elemento real. Y si alguien conoce a Irlanda, Italia o Baviera comprenderá con mayor o menor exactitud lo que eso significa", añadió en uno de los magníficos artículos que escribió en favor de una nación triplemente seccionada por invasores (Véase esa magnífica colección de ensayos titulada El fin del armisticio). La polaquidad tiene puntos de contacto con la Argentina resulta inevitable concluir. En efecto, cierto aire de familia se percibe en una gema rara que el sello Adriana Hidalgo -especializada en delicatessen- trajo a la Patria.

Variaciones postales es un recorrido fascinante por doscientos años de historia de Polonia, aunque a vuelo de vencejo. Fue entregada a la imprenta en 1972. Su autor, Kazimierz Brandys, llega por segunda vez a nuestro idioma, confirmando una sospecha: la literatura de Centroeuropa -tiene un valor similar al del oro- es una cornucopia que aún está lejos de haberse agotado para los hablantes de la segunda lengua mundial, el español.

Polígrafo burgués y judío que nació en Lodz en 1906 y logró sobrevivir de milagro a los dos diabólicos totalitarismos del siglo XX (Hitler y Stalin fueron la cumbre del antisemitismo), militante comunista renegado porque el marxismo cuartelero renegó de él, Brandys hizo la evolución más noble para un intelectual tras la Cortina de Hierro: de héroe del realismo socialista a disidente, y de disidente a exiliado. Murió en París en 2000.

Con ingenio estilístico, construyó la segunda obra que llega al español. Cada capítulo es una carta que un padre envía a su hijo más la respuesta filial correspondiente. Comienzan las misivas en 1770 y concluyen dos siglos después. Escuchamos, generación tras generación, a los Zabierski. ¡Qué familia de locos!

Se ha dicho que los pueblos de Europa oriental han sufrido en su piel más Historia de lo que una nación común y corriente puede soportar. Jakub Z. cayó en manos de los turcos y terminó yaciendo con una mona. Michas Z. fue reclutado por la francmasonería. Seweryn Z. acompañó a Napoleón en su ofensiva hasta Moscú y en la catastrófica retirada -hostigado por neviscas, lobos y cosacos- se devoró una pierna para sobrevivir. Jan Nepomucen se arruinó por haberse enemistado con sus compatriotas de la diáspora. El zarismo desterró a Hubert Z. a Siberia. Julián Z. fue manipulado por la Ojrana y años más tarde escandalizó a la Varsovia independiente con un corrompido sanatorio de hidroterapia. ¡Qué clan singular el de los Zabierski!

Además de la ingeniosa arquitectura, la facilidad para acuñar sentencias y la indagación sobre los rasgos de una gran nación, el libro también interesa por su reflexión en torno a la narrativa histórica, impostura que forma parte de lo que los argentinos hemos llamado el relato después de doce años de sistemáticas mentiras oficiales.

"El pasado se hereda en forma de memoria social para un uso general. El momento en el que se convierte en Historia suele ser frívolo", establece Brandys. Canallas o chiflados del pasado -como los Zabierski- llegan al presente en ropajes de héroes. El mito es hijo bastardo de la necesidad política, pero se trata, al fin y al cabo, de una enfermedad universal. En nuestro atribulado arrabal de Occidente, por citar un caso, los asesinos de los años setenta son hoy justificados -y hasta reverenciados- como patriotas o jóvenes idealistas.

Guillermo Belcore

Calificación: Bueno

domingo, 3 de diciembre de 2017

Bolaño, ese gran cuentista

La lectura de esta obra -entregada por primera vez a la imprenta hace veinte años- permite concluir que el polígrafo Roberto Bolaño (1953-2003) fue también un magnífico narrador de cuentos. Podría decirse que no hay textos flojos en su primer libro de relatos. Se disfruta de cabo a rabo.

Llamadas telefónicas (Alfaguara, 228 páginas) parece compuesto bajo influencia de la literatura bonaerense, "probablemente la mejor en legua española del siglo XX"", como se declara en la página diecisiete. Bajo la espléndida sombra de Borges se escribieron buena parte de los catorce cuentos. Se percibe esto no sólo en el desapego de la prosa, sino también en el respetuoso plagio de Historia universal de la infamia, apuesta narrativa que proviene en primera instancia de Marcel Schwob y que consiste en persuadir al lector de que la existencia de cualquier mísero farandulero resulta tan interesante como la de William Shakespeare.

Hay que decir, no obstante las influencias, que la escritura hace alarde de la sencillez y el encanto dúctil que caracteriza la obra madura de Bolaño. Esa música envolvente, un ronroneo podría decirse, tiene la cualidad del oro. Queda aquí demostrado que el escritor chileno era un gran contador de historias, incluso con un dejo de John Cheever: esa sensación flotando sobre los textos de que un desastre está por ocurrir de un momento a otro, pero nunca acontece nada extraordinario. "Vida de Anne Moore" ilustra tan feliz procedimiento.

UN HOMENAJE


El primer cuento se titula Sensini. Se ha establecido que uno de los personajes principales es nada menos que el enorme Antonio Di Benedetto, camuflado tras el nombre de Luis Antonio Sensini, literato argentino malviviendo en Madrid, el mejor ""en esa generación intermedia de escritores nacidos en los años veinte después de Cortázar, Bioy y Mujica Laínez"", "autor de una de esas novelas que hacen lectores", llenando la olla y pagando el alquiler con el dinero de los concursos literarios, pues al igual que el narrador sus relatos -con distintos títulos- salen a pelear en las provincias. Los cazarrecompensas (Di Benedetto y Bolaño) forjan una amistad epistolar. Es una historia triste, melancólica con brillantes indagaciones artísticas. "El mundo de la literatura es terrible, además de ridículo", se advierte.

El tono borgeano de Henri Simon Leprince, un escritor fracasado en la Francia de la ocupación nazi, es demasiado evidente. Enrique Martín también retrata a un plumífero de bajo estofa, que quería ser poeta y termina escribiendo para una revista de sucesos paranormales. "Para disfrutar del arte no hace falta hacer el ridículo, no hace falta escribir ni arrastrarse", es un consejo de Bolaño que los aspirantes argentinos al Parnaso no deberían pasar por alto. Una aventura literaria redondea una sátira precisa de los celos que cunden entre literatos colegas ("colega, esa palabra atroz").

Afirma Bolaño que la muerte y el amor son las dos únicas cosas verdaderas de la vida. Quizás por eso atesora el volumen un puñado de conmovedoras aventuras del corazón. Llamadas telefónicas describe con la precisión de un láser la psicología de un enamorado. La nieve es la historia de un exiliado chileno en la Unión Soviética que tiene la mala suerte de enamorarse de la querida de un capo de la mafia. Clara y Compañeros de celda son dos ejemplos cabales de la preferencia del vate chileno por los vínculos contrariados, imposibles, que siempre concluyen en una vía muerta.

Otro eje temático es la superstición verbal, la creencia de la magia de las palabras. En 1941, un soldado sevillano salvó su vida en el Frente Ruso porque sus verdugos confunden "coño" con la ululante "kunst" ("arte" en alemán).  

Detectives está urdido sólo con diálogos. Conversan dos policías en la ruta y a la superficie afloran las iniquidades de 1973 y el dulce habla chilena. ¿Cachai? Joanna Silvestri, monólogo interior de una actriz porno postrada en una Clínica de Nimes, no tiene un sólo punto y aparte. Se trata de otra hermosa exhibición técnica de uno de los pocos autores latinoamericanos esenciales de nuestro tiempo.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Economía de La Prensa

Calificación: Muy bueno

lunes, 27 de noviembre de 2017

Motivo de ruptura

Por Harlan Coben


RBA. 444 páginas. Novela policial. Edición 2017


Como un cóctel, un platillo tradicional o la fórmula de un explosivo, la buena novela policial consiste en el delicado equilibrio entre ingredientes. Debe tener una pizca de crítica social, sin caer en el panfleto. Villanos que atrapen la imaginación. Un investigador competente, es decir un ingenioso hombre de las calles o del laboratorio que sepa todo lo que hay que saber sobre la naturaleza humana y la policía. Una o dos vampiresas nunca vienen mal. Uno o dos asesinatos resultan imprescindibles. Suspenso, bien dosificado. La trama colorida pero debe estar escrita con cierto espíritu de desapego, pues -como estableció Raymond Chandler- "de lo contrario nadie, salvo un psicópata, querría escribirla o leerla". Y en la variante estadounidenses, es ley bañar todo el relato detectivesco con ese tono inconfundible que deviene del sentido del ritmo, de los diálogos agudos (cada réplica debe ser certera como el balazo de un francotirador), de la ironía filosa, el pesimismo y del símil o la metáfora exagerada. Por ejemplo, si aparecen hampones, "uno de ellos es tan grande como un país del Tercer Mundo".

La mayoría de estas cualidades están presentes en la primera novela negra de la saga Myron Bolitar. El multipremiado y respetado por la crítica hacedor de bestsellers Harlan Coben (Nueva Jersey, 1962) la entregó a la imprenta hace veinte años. El sello RBA reimprimió Motivo de ruptura y ojala distribuya en la Argentina el resto de la serie. Es una vuelta de tuerca interesante.

Myron Bolitar -ex agente secreto del FBI, ex jugador del básquetbol, abogado de Harvard- se gana la vida como representante de figuras deportivas. Atisbamos un mundillo fascinante, corrompido y sin ética como el peronismo bonaerense o el santacruceño, infiltrado por las mafias, con tiburones implacables cuando se trata de rascar un dólar a costillas del crack.

Las tribulaciones familiares, sexuales, laborales de sus clientes obligan a Bolitar a actuar como detective y componedor de entuertos. Nuestro héroe tiene principios, es un bienhechor. Su socio se llama Windsor Horne Loockwood III, quintaesencia del patriciado de Nueva Inglaterra. Se encarga de las cuestiones financieras y de liquidar a los indeseables. Es un psicópata con rostro adorable.

En Motivo de ruptura, Bolitar representa a una estrella en ascenso del fútbol americano, un chico de Kansas, tímido y modesto. El epítome del buen deportista. Su novia, Kathy Culver, desapareció hace unos años; se supone que fue asesinada. Ahora parece que volvió de la muerte. Publicaron su foto en una revista pornográfica; aparecen sobres con su letra. Para peor, Kathy es hermana de la despampanante escritora Jessica Culver, ex novia de Bolitar. La trama es adictiva, pero verosímil.

El pecado de la novela es la sobreactuación. Bolitar, que a los treinta y un años, sigue viviendo con sus padres, sobreactúa en cuestiones sentimentales. La cursilería asoma su feo rostro. Es de suponer que el escritor jerseíta ha ido corrigiendo el defecto con el correr del tiempo. Ya va por el tomo diez de la saga. Quien esto escribe se ofrece para comprobar la evolución. Da ganas de seguir leyendo a Harlan Coben.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Bueno


lunes, 20 de noviembre de 2017

Una pizca de maldad

Por Guillermo Belcore

Las pocas novelas de China que llegan a la Argentina permiten colegir que en las antípodas cunde el malhumor existencial entre aquellos intelectuales que se han dedicado al cultivo de las bellas letras. Es extraño, lo mismo ocurría en Estados Unidos a fines del siglo XIX cuando la nación comenzaba a transformarse en una gran potencia económica, en un nuevo actor global.

Esa enemistad al orden establecido (una plutocracia), es en ambos casos más social que político, en el caso de los chinos, quizás, porque la odiosa censura del Partido Comunista aprieta como la peor camisa de fuerza. Cualquier generación iconoclasta ve aridez, esnobismo y simple insensibilidad por doquier. Por lo general, la insatisfacción de los modernos se manifiesta, en última instancia, contra lo moderno en sí. Además, suelen mostrarse irritados no porque el país -la época- sea socialmente injusto (que lo es), sino porque es espiritualmente vacío.

Una versión particularmente radical del malestar chino con la modernización acelerada y sin alma acaba de llegar a la Argentina. Con el apoyo del aparato estatal chino, el sello Adriana Hidalgo Editora, especializado en exquisiteces, publicó una novela extraordinaria, más psicológica que policial, que parece hija de convulsiones como la I Guerra Mundial o de pesimismos disolventes como los que ha establecido Cioran. Un tal Ah Yi (Ruichang, 1976) la entregó a la imprenta en 2012.

Una pizca de maldad (182 páginas) narra, básicamente, un asesinato por aburrimiento. "Porque no encontraba manera de llenar un vacío y solamente por eso, una persona decidió jugar al gato y al ratón, y mató a otra persona". Tremendo, ¿no? Pasa todos los días, sobre todo en el sector de la sociedad afortunado, pues el que lucha por el sustento cuando mata lo hace por razones más lógicas como los celos, la envidia o la codicia.

La novela está compuesta en primera persona. Oímos la voz del criminal desde la cárcel, desde el corredor de la muerte. Evoca paso a paso su historial delictivo un jovencito proveniente de una familia, si no acomodada, con algunos privilegios, pues pertenece a la nomenklatura roja. En Oriente u Occidente, al parecer, ocurre lo mismo: estás dentro o fuera del sistema.

UN INADAPTADO


El protagonista vivía con sus tíos. Así se describe:

"...la abulia, el tedio, la pereza y la crueldad con que los años habían formado parte de mi personalidad se habían grabado en mi rostro e intimidaban a todo aquel que me observaba...".

Es más que una adolescencia mal llevada. El inadaptado cree que nada tiene sentido y que no existe asunto que lo conecte con el mundo. Piensa como Zarathustra:

 "...entendí la razón por la que tantas personas se dedican a la caridad. Como si fuera una especie de Dios, el afecto y la autoridad parecían emanar de cada uno de mis gestos...".

Con un ardid, el chico cita a una compañera de colegio (acababan de graduarse) a la casa de sus tíos. La cose a puñaladas y arroja el cadáver, boca abajo, dentro de un lavarropas. Huye de la ciudad. Tiene dinero, le había robado a la tías unas monedas tan antiguas como valiosas. Con casi veinte mil yuanes en la faltriquera, divaga de un lado a otro, la policía le pisa los talones, se había convertido en un caso famoso. En todos lados tropieza con la maldad, la estupidez y el materialismo agobiante. Mientras corre siente que la vida se convierte en algo compacto, simple y lleno de tensión, por eso cuando las autoridades y el periodismo pierden interés en él, nuestro antihéroe primero quiere suicidarse y luego se entrega. En prisión gana respeto con una brutal agresión. En los tribunales, malogra un intento de su madre de que le permuten la pena de muerte. China está obsesionada con el asesino sin móvil: se exasperan por entender por qué la mató.

Una espantosa sensación de tedio no es una excusa válida. Ha llegado el momento de dedicarle un párrafo al autor. Ah Yi es el seudónimo de Ai Guozhu. Antes de dedicarse al periodismo y a la literatura, fue agente de la policía. Ejerció cinco años en un pequeño pueblo de provincia ¡Ah, la experiencia como fuente de conocimiento! ¡La buena y vieja experiencia de John Locke y David Hume! Ese saber elemental y profundo que en la Argentina llamamos calle le permite a Gouzhu tallar unas notables escenas de incompetencia policial, roñosería carcelaria y deshonestidad judicial.

La siempre atractiva figura del cínico no es la única virtud que lleva en volandas al libro. La prosa es sutil, elude con elegancia las trampas del costumbrismo. La chinesidad aflora con delicadeza en alguna metáfora, en expresiones aisladas. Los comentarios suenan siempre inteligentes. El telón de fondo esta teñido por el feísmo; los personajes son casi todos personas deleznables, incluso los niños. Paladas y más paladas de realismo sórdido. La China en franco desarrollo parece una distopía de Philip Dick con muchedumbres opresivas allí donde une pise y un Estado policial que te obliga a exhibir el documento si quieres usar Internet en un cibercafé.

Como pieza artística, Una pizca de maldad es sobresaliente, en forma y fondo. Se entiende por qué Beijing ha querido promocionarla incluso al otro lado del planeta. El genio literario es un don rarísimo, aflora donde uno menos se lo espera; en última instancia no depende de talleres literarios o estudios universitarios. También un ex agente de policía de provincias puede escribir una de las mejores novelas del año.
Publicado en el Suplemento de Cultura de La Prensa.



Calificación: Muy bueno

lunes, 13 de noviembre de 2017

Personajes desesperados

El amoroso tesón del escritor Jonathan Franzen permitió la reimpresión en 1999 de esta novela perdida, que había sido entregada a la imprenta por primera vez en 1970. En el prólogo, a modo de ditirambo, Franzen sentencia que Paula Fox (Nueva York, 1923-2017) supera a sus contemporáneos John Updike, Philip Roth y Saúl Bellow. Cuestión de gustos, en todo caso.

Lo que este blog puede asegurar, sin sombra de duda, es que la obra maestra de Fox subyuga por su potencia dramática (por momentos es teatro puro), por su negativa a ofrecer las respuestas fáciles de la ideología o la literatura de supermercado, y por la calidad de su prosa, propicia para abandonarse al goce de la lectura.

La trama de Personajes desesperados (El Aleph, 175 páginas, Barcelona, edición 2005) es concisa, va al grano desde la primera página. El idílico universo de un matrimonio culto, próspero, moderado y sin hijos empieza a desintegrarse cuando se superponen -cual conjunción cósmica- dos desgracias. Sophie es mordida en la mano por un gato roñoso del que se había encariñado, mientras que su marido Otto se distancia, después de largos años, de su amigo y socio en el estudio jurídico. Se suceden desastres, casi con el mismo vértigo que recrea Martin Scorsese en el memorable film Después de hora. La acción abarca apenas un fin de semana en invierno.

Conjetura Franzen, en vena freudiana, que el horror contenido de Sophie es el motor del libro. Discrepo. Me parece que el drama de la atractiva cuarentona no sería fruto de una neurosis individual, sino que empalma con la angustia de una comunidad burguesa, más espiritual que económica, cuando ve todo a su alrededor resquebrajarse, sumirse en la degradación. La vida contemporánea está infectada de rabia y los desechos nos amenazan. En cualquier momento, te pueden ocurrir cosas malas que arruinarán tu existencia. 

Paula Fox murió el 2 de marzo pasado, a los 93 años. Ha escrito casi treinta libros para niños, seis novelas para adultos y un libro de memorias que evoca una vida atribulada (la abandonaron sus padres al nacer). En su obituario, alguien la comparó con Chejov. The Nation la describió como "una de nuestras novelistas contemporáneas más inteligentes (y menos apreciadas)". Marlon Brando era su amigo, y Courtney Love es su nieta. El lector curioso y hedonista no debería pasar por alto Personajes desesperados.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno  

martes, 7 de noviembre de 2017

La obra maestra de Paul Auster

Las casi mil páginas de ‘4321’ fueron compuestas en clave tolstoiana, pero con singular arquitectura. Descomunal fresco de la cultura, la política, los deportes y las costumbres de los años cincuenta y sesenta, la decimoséptima novela del narrador estadounidense sorprendió a la crítica. Un mismo protagonista en cuatro universos paralelos.

Por Guillermo Belcore







Asoma la clave en la página treinta y nueve. Se reproduce una lista de clásicos que la estirada Mildred recomienda a su hermana Rose. Madame Bovary, David Copperfield, Luz de agosto, Middlemarch y muchos más. "De todos los autores que descubrió durante su confinamiento, fue Tolstoi el que más le agradó, el colosal Tolstoi que entendía la vida toda, pensaba Rose". 

He aquí, justamente, el modelo artístico que inspira el libro más reciente y ambicioso de Paul Auster que acaba de llegar a la Argentina, unos meses después de ser publicado en Nueva York. Una lograda novela oceánica, tolstoiana, que intenta encerrar y entender la vida toda, y que -como corresponde- vincula la existencia individual con el devenir de una gran nación. A los setenta años, el literato estadounidense encontró en su alma la fuerza, la inspiración y el talento para redondear, por fin, su obra maestra, aunque de no fácil lectura. Si la posteridad lo juzga por 4321 (Seix Barral, 957 páginas) llegará a la conclusión de que Auster fue uno de los grandes literatos de su tiempo. Como Tolstoi.

La publicación de 4321 puede encuadrarse en una tendencia estupenda que ha ganado terreno en la literatura estadounidense de este siglo, tanto por razones de estilo como comerciales (un bestseller tiene que ser "una maratoniana orgía lectora"): los literatos consagrados y las nuevas estrellas vuelven la vista hacia el siglo XIX; Dickens y el forjador de Guerra y paz están de nuevo en boga. Irving, Franzen, Proulx, Ford e incluso Thomas Pynchon, el más brillante de la clase, encarnan esa apuesta. Auster se suma a la corriente con un lujoso trasatlántico. Faltan dos meses para que concluya 2017: este blog arriesga la hipótesis de que se trata de la Novela del Año.

EL BUEN ARCHIE

 

El mamotreto pues se consagra a narrar la niñez y juventud de Archibald Isaac Ferguson, nacido en Newark en 1947, tercera generación de judíos norteamericanos. La primera impresión es que se trata de una novela de inmigración a lo Isaac Bashevis Singer o Henry Roth, pero esperen un momento... hay algo extraño en la trama. Borges aparece en escena. ¡Es el jardín de los senderos que se bifurcan! Conocemos cuatro Ferguson en realidad, cada uno vive en un universo diferente, a partir de confactuales, que no conviene revelar para no estropear la agradable sorpresa. Los capítulos se reparten en cuatro grupos: 1.1, 1.2, 1.3, 1.4; 2.1, 2.2, 2.3, 2.4; 3.1., 3.2, etc. Digamos sólo, a modo de ejemplo, que si en una de las líneas del tiempo, Archie es propenso a los accidentes y no le sobra el dinero; en la otra su padre, Stanley Ferguson, se convierte en el rey de los electrodomésticos de las periferia de New Jersey.

El juego de los mundos paralelos demanda una lectura concienzuda, pues los personajes van interpretando papeles con ligeras o profundas diferencias en distintos escenarios. El novelón, si bien se atiene al orden cronológico desde la concepción hasta los veintipocos años de Archie, encierra en realidad cuatro novelas cortas. ¿Existe aquí la posibilidad de dos formas de lectura como las que propone Julio Cortázar en Rayuela? Resulta seductora la idea. Por un lado, la convencional. Por el otro, agotar cada una de las líneas del tiempo (1.1, 2.1, 3.1, 4.1, 5.1, etc) antes de pasar a la otra.

Por cierto, la singular arquitectura narrativa obliga a meditar sobre un interrogante filosófico: ¿somos el mero producto de nuestras circunstancias, una mera hoja a merced de las tormentas, o hay un yo irreductible, un núcleo individual recalcitrante inmune a las presiones del entorno, la famosa mónada de Leibniz, como sugiere el propio Auster? Planteado de una forma más moderna, ¿contexto o genes están en el timón de la personalidad? Fascinante, ¿verdad? "Somos fuerzas", la gran máxima nietzscheana podría ser la clave de lo humano.

UN CATALOGO

 

Si todas las novelas son, a su manera, autobiográficas, a 4321 se le ven las costuras. Además de colosal fresco de la cultura, el deporte, la política y las costumbres de los años cincuenta y sesenta en Nueva York y sus aledaños neojerseítas, el libro conforma una suerte de catálogo obeso de las obsesiones y preferencias que ha venido infligiendo Paul Auster a sus lectores en los últimos treinta y cinco años, desde Laurel y Hardy hasta el béisbol, "el juego más tonto jamás inventado", según la precisa definición de Anne-Marie Dumartin, noviecita fugaz de Archie Primero. Los que atañen al béisbol y al básquet son, quizás, los momentos aburridos que toda novela oceánica contiene.

Del estilo hay que destacar dos cosas. En primer lugar, la eficaz combinación entre ligereza y densidad. En segundo término, la destreza de Auster para la frase larga, aquéllas con varias subordinadas, retorcidas serpientes que van desplegándose primorosamente hasta ocupar un párrafo entero ("Se siente su belleza como se siente la fiebre o un puñetazo en la barbilla"). Muchas, en efecto, rozan la perfección.

"En los anales de los logros humanos nada supera al placer de escribir una buena frase, en especial si empieza siendo mala y va mejorando gradualmente a medida que la escribe cuatro veces", declara un alter ego de Auster.

El novelón relumbra además por su profundidad psicológica en el gran escenario de la lucha por la vida. El acabado de los personajes es magistral, con decenas de caracteres muy interesantes, como el de Amy Schneiderman, el gran amor de los diferentes Archies, nieta de un antiguo jefe de Rose Ferguson, la mamá de nuestro héroe. Aquí y allá, aparecen indagaciones teológicas, existenciales, literarias, y también pinceladas de erotismo de alto octanaje (el despertar sexual es uno de los grandes temas, entre otras formas de aprendizaje), erotismo gay sobre todo. ¿Dijimos que se trata de una novela hedonista?

Así las cosas, el texto es memorable por su dimensión pantagruélica (decenas de miles de palabras), por su andamiaje original y formidable con un mismo ser humano en cuatro universos paralelos y por su filosofía de andar por casa. La intención de Paul Auster, queda en evidencia, fue forjar un clásico, una obra que va a quedar, en clave realista pero innovadora.

"Combinar lo extraño con lo familiar... observar el mundo tan detenidamente como el más entregado realista y sin embargo crear la forma de ver la realidad a través de un prisma diferente, ligeramente deformante, porque leer libros sólo centrados en lo familiar inevitablemente muestra cosas que ya conoces y leer libros únicamente centrados en lo extraño muestra cosas que no quieres conocer", se explica el literato en la página quinientos nueve.

Establece, además, una verdad diamantina: "Leer novelas es uno de los placeres fundamentales que la vida ofrece". Lo sentimos por los pobres diablos que tienen que escribirlas.
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa


Calificación: Excelente


miércoles, 25 de octubre de 2017

Mindhunter, ¿la nueva 'Mad Men'?

NETFLIXLANDIA I

La gente de la televisión suele ser muy convencional.  Les atraen, como la luz a las polillas, las fórmulas probadas. En Estados Unidos, por ejemplo, se han devanado los sesos tratando de generar otro Mad men, es decir una genialidad que encante tanto al público como a las críticos, y que integre de manera sublime los personajes rotundos, el espíritu de una época y una porción de la colmena humana (el mundo de…) que resulte cautivante. Bueno, parece que al fin lo han logrado. La primera temporada de Mindhunter, penúltima proeza de Netfllix, combina con maestría los tres ingredientes.

La trama nos lleva a Quantico, 1977. Comenzó a gatear el Departamento de Análisis de Conducta del FBI, las viejas motivaciones criminales ya no sirven para explicar a alguien como el Hijo de Sam, a quien un perro había ordenado liquidar a muchos. Un par de agentes especiales (Bill Tench y Holden Ford) junto a una catedrática de Boston asumen la misión de delinear los perfiles psicológicos de los peores homicidas del país. Su propósito ultimo es prevenir matanzas. Se trata de una investigación sin precedentes, que da a luz al concepto de ‘asesino serial’. Se calcula, por cierto, que de manera constante hay aproximadamente treinta y cinco de estos demonios en libertad tramando infiernos para sus semejantes en Estados Unidos. Cae un asesino vocacional y nace otro.

Una salvedad: la serie se basa en hechos reales. Los tres pioneros, exploradores en un mundo poco conocido, fueron los agentes John E. Douglas y Robert K. Ressler y la psicóloga Ann Wolbert Burgess. Escribieron libros muy elogiados.

QUE PAREJA

Si la memoria no me falla, desde Sara Linden y Stephen Holder (The killing), que no veíamos en Netflix una pareja de detectives con tanta química como Tench (Holt McCallany) y Ford (Jonathan Groff). Este último vendría a ser el Don Drapper de la serie, sin el glamour, of course. Un cruzado en busca de la verdad; quiere entrar en la mente de un ser humano que decapita a la madre y luego tiene sexo con esa cabeza aun sangrante. Es un joven sin escrúpulos, capaz de arruinar un maestro de escuela por una sospecha. Suele meterse en problemas; sus métodos heterodoxos para que los homicidas suelten la lengua horrorizan a sus compañeros y superiores. Las tensiones se suscitan entre el avance científico y la ética: laboratorio vs. vida corriente.

El duro Tench, con sus problemas familiares a cuestas, opera como una suerte de Sancho Panza, es quien le proporciona al entusiasta Ford el principio de realidad. La doctora Wendy Carr (Anna Torv) es fría como las tetas de una bruja. Bella y eficaz. Pero, acaso, los personajes más fascinantes son los secundarios: es decir los sociópatas que nuestros chicos viajan a entrevistar en prisiones dantescas: Edmund Kemper (foto de arriba), Jerry Brudos, Richard Speck, aparecen en esta temporada de diez capítulos. Ellos también provienen del mundo real. Sus representaciones son memorables, escalofriantes incluso. El casting es excelente.

Después de decir que las conversaciones entre Holden Ford y su novia casi socióloga son otro punto alto, hay que destacar que el factotum de la creatura es nada menos que David Fincher (productor ejecutivo y director de cuatro episodios), lo que demuestra que el universo de las series -el segundo más atractivo después del literario- puede convocar hoy a los cerebros más talentosos. Se han encontrado semejanzas entre Mindhunter y Zodiac, una de las joyas de Fincher. La misma sobriedad narrativa. La misma apuesta por lo intelectual (no hay escenas de acción). Un dato menor: Charlize Theron es otra de las productoras.

Si la calidad de la primera temporada se mantiene firme, no es aventurado afirmar que seguiremos disfrutando de Mindhunter por lo menos hasta que termine la segunda presidencia de Macri. Ah, un motivo de deleite adicional es la música setentosa.
Guillermo Belcore

domingo, 15 de octubre de 2017

Sol robado

Felices aquellos que desconocen el preciso momento en que dejaron ser niños. O púberes. O adolescentes. Eso quiere decir que el destino no les ha clavado las garras. Ser afortunado -o bendecido- es haber gozado de una vida morosa con transiciones largas, como los atardeceres en el campo; que los cambios existenciales se hayan producido casi sin percatarnos.

Lindy Simpson, la encarnación de la inocencia, no tuvo tanta suerte. Un pervertido la derribó de la bicicleta con una soga cruzada en la acera (era de noche), le aplastó la cabeza contra el césped y la violó. Tenía quince años. Fue hace dos décadas en un apacible suburbio de la capital de Louisiana, un estado del profundo sur que goza de mala prensa.

La minuciosa evocación de ese crimen y sus tremendas consecuencias desarrolla el primer libro del profesor Milton O"Neal Walsh, muy elogiado por la crítica estadounidense y por personalidades como Anne Rice, y traducido ya a doce idiomas. La calidad de su prosa -suave, elegante, con vetas de ternura- lo aúpa a la categoría de promesa literaria. Queda confirmado que Dixieland se caracteriza no sólo por la injusticia social: los buenos escritores brotan por doquier.

Te cuento algo


Sol robado (Tusquets, 328 páginas) se compuso en primera persona, como si se tratase de esas viejas historias que se narran al calor de una lumbre o, sin prisas, a un amigo en el bar. Walsh es un orfebre de la palabra (cada párrafo parece haber sido lustrado hasta que refulge) y conoce bien las técnicas de la complicidad y el tono oral. Por algo, dirige el taller de escritura creativa de la Universidad de Nueva Orleans. Por algo, tardo siete años en concluir la novela.

Oímos la voz de un vecino de Lindy, un pibe romántico, que iba a un colegio católico y vivía en un vecindario blanco, quintaesencia del Sueño Americano. Desde los once años estuvo perdidamente enamorado de la chica Simpson, a la sazón fue uno de los cuatro sospechosos del ultraje sexual que quedó impune pues nunca se imputaron cargos. Sol robado es tanto una novela de iniciación como una novela de amor, pero de ese amor afiebrado que sólo las personas inmaduras pueden experimentar.

La reconstrucción de la psicología y los sentimientos de los adolescentes -siempre un terreno minado- es sorprendentemente buena (no se olvide que Walsh es un debutante) pero no en clave poética como El guardián en el centeno sino crudamente realista. La galería de personajes es llamativa, con individuos que evolucionan y sufren.

Naturalmente, la novela no se agota en el mero escrutinio del crimen. Son excelentes las digresiones, relacionadas de alguna u otra manera con los dramáticos y complejos asuntos adolescentes y con el mundo de los traumas. Incluyen tanto a la familia del narrador (el padre abandónico e insustancial, la madre devastada por la desdicha, una hermana muerta en un accidente) como a una sociedad meridional, muy hospitalaria, que presta especial importancia a la comida por una atendible razón: "Cuando todo es sudor y el sofocante calor cae a plomo, sólo al paladar se le puede engañar". 

Oigan esta sentencia sureña: "El mundo tiene una importancia relativa. No hay nada por lo que merezca la pena estropear una buena comida". Estamos, como se dijo, en Baton Rouge. Se nos remarca que allí hay veranos brutales, ni siquiera la caída de la noche brinda tregua alguna. No soplan brisas que barran las oscuras marismas ni caen lluvias que refresquen el aire. Lo mosquitos te devoran. Te comen vivo.

Con cuentagotas y extrema delicadeza, la Historia ingresa en el texto. Volvemos, por ejemplo, al 28 de enero de 1986, día en que, para espanto de una enorme nación, el transbordador Challenger estalló en pleno vuelo, cobrándose la vida de siete valientes astronautas. Fue la tarde en que el narrador sin nombre se enamoró de Lindy Simpson. Walsh le dedica, asimismo, un capítulo al huracán Katrina y al caníbal en serie Jeffrey Dahmer.

Otro truco que el autor maneja bien, es el llamado cliffhanger. Los anzuelos toman forma de frases arrojadas aquí y allá, como quien no quiere la cosa. Se crea así un agradable suspenso que nos jala hacia adelante. Queremos saber qué diablos ocurrió en aquel bochornoso verano de 1989 en la urbanización Woodland Hills, cuando un chico y una chica encantadores perdieron para siempre su inocencia. Y uno de los dos -como le ocurre a prácticamente todas las víctimas de una violación- resignó por largos años una buena parte de la capacidad para disfrutar de la vida. Maldita sea. Ninguna mujer debería ser condenada a semejante tormento.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Bueno


lunes, 25 de septiembre de 2017

Neverwhere

POR GUILLERMO BELCORE

La Odisea, Don Quijote, Alicia en el país de las maravillas. Las profecías desparejas de Julio Verne y Star Trek. Baudolino de Eco; Luka y el fuego de la vida de Rusdhie; Contraluz de Pynchon. Es decir, el placer enorme de la aventura. En el álbum Travesías Memorables de la Literatura Fantástica debe incluirse, sin atisbo de duda, el segundo libro en soledad del inglés Neil Gaiman (Portchester 1960), que afortunadamente se acaba de reimprimir en español. ¡Qué suenen las trompetas! Después de veinte años, Neverwhere está de regreso en la Argentina, con una edición corregida de Roca editorial y un oportuno bonus track.

Cientos de reseñistas lo han establecido pero cada vez que se comenta uno de sus libros es menester repetirlo: la imaginación de Gaiman es prodigiosa. En esta ocasión ha explotado una de las quimeras más difundidas. Somos legión los que nos gusta creer que coexistimos con un mundo suprasensible, una realidad alterna, una universo paralelo que, de tanto en tanto, se inmiscuye entre nuestros asuntos cotidianos y, por lo general, no para bien. El libro nos lleva entonces al Londres de Abajo, allí donde las ratas conversan con humanos, rige un sistema de baronías y feudos, y moran los seres marginales, extravagantes y peligrosos (como en el Londres de arriba, bah).

El protagonista se llama Richard Mayhew, un oficinista común y silvestre, héroe a su pesar (es ésta también una novela de aprendizaje) pero sin superpoderes. Una noche de cristal que se hizo añicos, el joven malogra una cita con su novia por ayudar a una vagabunda herida. Al menos, eso era lo que parecía Lady Puerta, tendida boca abajo en la acera y envuelta en harapos, sucia y ensangrentada. El buen samaritano la lleva a su casa, la alimenta y cura. La oculta de una pareja de siniestros hampones que ofrecen recompensa por su pellejo. Richard se involucra así en una grave disputa del inframundo. El padre de Puerta y sus hermanos fueron asesinados y la chica desea venganza.

Los acontecimientos -como ocurre en la vida real- son unos cobardes: no suceden de uno en uno, tienden a encadenarse y a venírseles encima todos a la vez a Richard y Puerta mientras fatigan mercados ambulantes y estaciones de subterráneo de pesadilla en busca de respuestas, protegidos por la Cazadora, acaso la mejor guardaespaldas de ambos Londres, y por el Marqués de Carabás, un traficante de favores con un abrigo fabuloso. En la novela pasan muchas cosas, se derrama sangre, mueren personas buenas, aparecen tribus y especímenes tan fascinantes como letales. El tedio, vale decir, nunca asoma su feo rostro por la páginas de Gaiman.

LOS VILLANOS


Hay una unidad de medida para calibrar la calidad de la narrativa fantástica (y puede que también se aplique para el realismo): la capacidad del escritor para esculpir a un villano que atrape nuestra imaginación. Gaiman lo logra con creces. Es probable que los señores Croup y Vandemar sean los sicarios más horrorosos de la literatura moderna. Uno zorruno, el otro con algo de lobo acumularon fama por su pericia en el arte del tormento. Se les da bien dañar a la gente. El señor Croup es locuaz, le agrada cultivar la perífrasis. El señor Vandemar siempre está hambriento; se zampa ratas, palomas, cachorros, el animalito que encuentre.

Hay que destacar que la aclamada Neverwhere empezó siendo un guión para la BBC. Luego, evolucionó a novela, llena de virtudes y de acción, accesible para lectores de quince a, digamos, noventa y nueve años que mantengan intacto el gusto por el género fantástico. La prosa no es mala, incluso. Hay algunos giros elegantes e irónicos como los que sólo podemos encontrar en la buena literatura inglesa. Gaiman ha demostrado aquí lo mismo que en sus relatos breves que este blog ha recomendado (pinche aquí), en la novela gráfica Sandman y en el mundo del cómic: es un demiurgo con el talento suficiente para crear un planeta entero, con mitología y firme coherencia interna.

Cuesta creer que a Neverwhere no se la haya exprimido como saga, lo cual habla muy bien del artista que reconoce limitaciones y protege a sus criaturas de la voraz industria del entretenimiento. No obstante esa discreción, al final de la novela añade un cuento que permite esclarecer el misterio de la temible tribu de pastores: "De cómo el Marques recuperó su abrigo".

Y promete en el prólogo que "pronto llegará el momento de regresar para un viaje más largo" al Londres subterráneo y mágico, "donde van a parar los que caen por las grietas" (la historia es también inteligente e inquietante por sus implicaciones). Da a entender el literato que está pensando completar la historia de las Siete Hermanas, una de las cuales estuvo a punto de matar a Richard con un beso frío como las tetas de una bruja. Aquí esperamos ese libro con ansias.

Calificación: Muy bueno

martes, 19 de septiembre de 2017

El aliento del cielo

Carson McCullers­

Editorial Seix Barral. Colección de cuentos y tres novelas cortas en 540 páginas. Edición 2007


Un hilo secreto vincula a nuestra América latina con el sur profundo de Estados Unidos. La buena literatura se ha encargado de revelar los vínculos íntimos entre esas dos masas de tierra signadas por la injusticia, la belleza y la desmesura. Puede afirmarse sin temor a exagerar, que todo Gabriel García Márquez se encuentra prefigurado en un cuento de William Faulkner. El mismo aire de familia se percibe en La balada del café triste, forjado por Carson McCullers (Georgia 1917-1967) en 1943, acaso el mejor escrito de esta narradora imprescindible. El primo Lymon es seguramente un duende de pantano. Bien pudo nacer en México o Colombia, Amelia Evans, una marimacho temible pero vulnerable.
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Un sello español ha rescatado del injusto olvido a una voz sureña que, según la autorizada definición de Harold Bloom, recreó como pocos “un universo desesperado por amar y ser amado”. Graham Greene también se vio seducido por la sensibilidad poética de esa dama que pasó la mitad de su vida atormentada en una silla de ruedas. Su época la discutió, no faltó quien la tachara de autora menor. Es posible que no esté a la altura de un Hemingway (ella creía que sí), pero aún hoy sigue generando una fascinante e intensa experiencia estética y pasional.
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El volumen incluye todos los cuentos y tres novelas cortas de McCullers. El realismo mágico -en su mejor versión, por cierto- es sólo un fragmento del total. Rodrigo Fresán, un crítico formidable, escribió el prólogo y la cronología minuciosa de la autora. También incluyó una introducción a cada relato, con las claves del proceso creativo. Ojalá todas las reimpresiones fueran tan minuciosas.­

Entre tantas gemas, señalamos una: 'Un árbol, un roca, una nube'. En esas páginas memorables un anciano revela el secreto de la vida al muchachito que vende diarios: "Ama a todas las cosas de este mundo en lugar de desear a una sola mujer".

Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno

domingo, 10 de septiembre de 2017

Un vaquero corrupto en Ciudad Gótica

“Ultimamente, cualquier policía lleva una diana en la espalda. Corren tiempos difíciles…”
D.W.

POR GUILLERMO BELCORE

En una sociedad gobernada por mafias, donde todo el mundo tiene un precio, ¿puede prosperar una conciencia integra? ¿Por qué sólo pueden enriquecerse los hampones, los traficantes de drogas, los políticos, los tiburones y mojarritas de Wall Street? ¿Por qué un servidor de la ley, que arriesga el pellejo cada turno, no tiene lo suficiente para enviar a sus hijos a una buena universidad? Una profunda reflexión ética da esplendor al último libro de Don Winslow (Nueva York, 1953) en torno a una cuestión urgente: qué significa ser corrupto en el turbocapitalismo del siglo XXI.

Uno esta tentado a concluir -a principios de septiembre- que Corrupción policial (RBA, 574 páginas) será la novela policial del año. Veremos. Sea como sea, se puede afirmar que estamos ante una de las novelas, a secas, más cautivantes que ha engendrado en 2017 la literatura estadounidense, la más dinámica del globo. Sumamente ambiciosa, con escenas en los bajos fondos que cortan el aliento, personajes memorables de carne y hueso, una trama desaforada pero bien construida (el núcleo incandescente se plantea al principio y reaparece en la mitad del libro) y una colosal cantidad de información. Se trata de uno de esos libros dickensianos que, basados en una minuciosa investigación, aspiran a revelarle al lector como-funcionan-realmente-las-cosas. El gran tema figura en el título de la edición en español: la deshonestidad de la policía de Nueva York, un ejército tribal de casi 40 mil hombres que después de Sérpico, Giuliani, el 11-S y un sonoro escándalo cada veinte años, vuelve una y otra vez a las andadas. La mirada de Winslow es benévola. Todos somos pecadores.


EN LA SELVA


El protagonista se llama Danny Malone. Lidera de facto una unidad especial contra el crimen en Manhattan Norte, cuya función básica es, por así decirlo, paisajista: ""Nuestro trabajo es impedir que la jungla vuelva a crecer. La antigua selva urbana que era el norte de Manhattan ha sido podada por completo para hacer hueco a un Jardín del Edén cultivado y comercial. Pero todavía quedan restos de la jungla: las viviendas sociales. Nuestra labor consiste en impedir que la jungla devore el Paraíso"", explica este irlandés envilecido, con el alma cansada. El sargento Malone ha visto de todo. Es un cruzado contra el maltrato infantil pero hace tratos con la mafia italiana, roba a los malvados, presta servicios sucios al poderoso, se ha convertido en un aficionado al psicofármaco.

El otro gran personaje es la propia ciudad de Nueva York. Una Babilonia pecaminosa, fascinante y que ha perdido la razón, pero con una dulce y fétida riqueza: "En una misma calle oyes cinco idiomas diferentes, hueles seis culturas, escuchas siete tipos de música, ves centenares de tipos de personas y conoces mil historias. Nueva York es el mundo". Se la ama "como un marido a una mujer infiel, como un padre a un hijo descarriado".

En esa Ciudad Gótica, desquiciada por la tensión racial y una epidemia de heroína (el único problema, al parecer, es que cada día hay más adictos de raza blanca), los guardianes -fiscales y policías- no pueden jugar limpio. Esta es la moraleja primordial de la novela. La segunda, ya la mencionamos: todos somos corruptos, cada uno a su manera. La tercera conclusión, tiene que ver con que las armas y la droga son el quid de la criminalidad de Estados Unidos. ¿No autoriza este hecho a probar otros remedios?


MACHO ALFA


La trama comienza con Danny Malone, el macho alfa de una elite de guerreros, en la cárcel y la ignominia. Retrocedemos la cinta y lo vemos en acción, en tratos con un soplón que se ha ganado el mote de Culo apestoso, matones todo músculo y maldad, abogados y colegas depravados, prostitutas de tres mil dólares la noche, un periodista mentiroso de The New York Times (¿Dijimos que el texto está muy bien documentado?). Organiza el sargento el asalto al bunker de un capo de las drogas de República Dominicana, pero termina mal. Nuestro héroe se despeña. Los cimientos de su deleznable reino son arrasados.

Termina enfrentado con todo el mundo: delincuentes, fiscales, agentes del FBI y de la Oficina de Asuntos Internos, sus propio compañeros, la esposa. La ética del cowboy seduce a Winslow, a tenor de sus mejores libros. El lobo solitario -con un personalísimo código moral- es la respuesta a la podredumbre generalizada. Al fin y al cabo, existen muchos tipos de justicia en una época en la que hasta los códigos de honor de la Mafia siciliana se han ido por el desagüe de la postmodernidad. Hay que destacar que Corrupción policial es una novela antisistema.

La prosa, que es clarísima, pinta un cuadro realista, pero en clave del realismo sórdido. La verdad hiede, es nauseabunda. El narrador (en tercera persona) se superpone perfectamente con la voz del protagonista, es decir habla un tipo tan duro como cínico. Winslow ha logrado el tono exacto de la novela negra, ese género más bien conservador en el que los lugares comunes siempre lucen bien. No faltan las réplicas filosas como el sable de un samurai. El escritor abusa, no obstante, de un procedimiento desagradable: el goteo de frases. La traducción peninsular inflige al lector hispanoamericano todos los vocablos espantosos del calé madrileño. Definitivamente, es preferible "cafishio" (o incluso "chulo") que "macarra".

Es muy probable que después de El poder del perro, grandiosa descripción de los carteles de la droga mexicanos (pinche acá), esta sea la mejor obra de Winslow. Por cierto, la ha dedicado a los agentes de la ley y el orden asesinados en acto de servicio durante los cinco años de trabajo esforzado que le llevó concluirla. Esta muy bien. La cultura dominante en Occidente -hegemonizada por un izquierdismo infantil que admira al criminal- nunca le dedica ni siquiera una oración a los que se juegan la vida para que la jungla no nos devore.

domingo, 3 de septiembre de 2017

El acto sexual mejor contado

EL MOSCARDÓN IMAGINARIO XLVIII



Si como Jorge Luis Borges afirma, los procedimientos oblicuos son los más eficaces (y estoy muy tentado a creerle) y el secreto de ser aburrido es decirlo todo (como sostenía Voltaire y la pornografía ha venido a corroborar), nadie ha narrado mejor una relación sexual que el inglés Anthony Powell (1905-2000) en Hombres del ocaso (pinche aquí).

Copio y pegó el magnífico párrafo de la página 105 de la muy recomendable reimpresión del sello Fiordo:

“Lenta, pero de forma muy deliberada, el siniestro edificio de la seducción, chirriante e incongruente, surgió como un vasto mecanismo de Heath Robinson controlado a dúo y tristemente torpe bajo el horizonte del convencionalismo. Obedeciendo a una suerte de agresiva destreza, sus emociones mutuamente adaptadas se sincronizaron hasta que el inevitable anticlimax estuvo al alcance de la mano. Más tarde cenaron en un restaurante muy cerca del departamento”.

Very british, por lo demás. Un hallazgo es la comparación de los engranajes del sexo, no siempre bien lubricados, con el arte del caricaturista, ilustrador de libros y escenógrafo Heath Robinson (1872-1944), famoso por sus dibujos de maquinarias, ridículas por lo complejo, como el del cuerpo de bomberos de Londres que se reproduce aquí. El novelista Powell y el dibujante Robinson, dos poetas a su manera.
G.B.

lunes, 28 de agosto de 2017

Milena

¿Por qué no puede uno conformarse con el hecho de que lo correcto es vivir con esta tensión tan especial, de suicidio demorado? 
F. Kafka

La buena novela documental -como la que aquí venimos a recomendar- es una ofrenda fabulosa para el lector que se apasiona por la Historia. En Milena (Tusquets, 225 páginas) se examinan dos maldiciones del siglo XX (el bolchevismo y el nacionalsocialismo), la Viena y la Praga de entreguerras, los círculos intelectuales de una Centroeuropa que fue devastada, el martirio del pueblo judío, el calvario de Checoslovaquia, el infierno de Ravensbrück. La autora también arroja una sonda a los abismos de la personalidad de Franz Kafka, ese genio de las letras, bueno y clarividente.

Milena Jesenská es la protagonista del libro. Frank Kafka la amó y le escribió unas magníficas cartas que han llegado hasta nosotros. Pero la animosa periodista de Praga “merece atención no sólo como amante de Kafka, sino porque ella misma era una personalidad fascinante, alguien que en su juventud no hizo caso de los convencionalismos burgueses, y que a lo largo de su dura vida, en vez de optar por el individualismo extremo, se decantó por la responsabilidad social y política. (…) Cuando Hitler ocupó Checoslovaquia, Milena empezó a salvar, arriesgando a su propia vida, a los más amenazados”, escribió en el prólogo Margarete Buber-Neumann (1901-1989), otra mujer extraordinaria que padeció los campos de concentración de las dos dictaduras más infames de la historia, la que esclaviza en nombre del socialismo y la otra, que lo hace para el bienestar y la prosperidad de la Raza Superior. 

En octubre de 1940, Margarete conoció a Milena a ochenta kilómetros al norte de Berlín, en un agujero de pesadilla denominado Ravensbrück. Forjaron una amistad íntima ante los ojos implacables de los carceleros SS, que perseguían con una saña especial las relaciones amorosas. En 1944, la valerosa checa, una auténtica luchadora contra la tiranía, murió extenuada. Sobrevivió la activista alemana para remembrar la trayectoria vital de su compañera de infortunio en un libro -concluido en 1977- que acaba de ser reimpreso en español.

Buber Neumann, esposa de un famoso agente del Komitern, se convirtió con los años en una pluma formidable contra las maldades tanto de la Alemania nazi como de la Rusia soviética. Una arrepentida al estilo Arthur Koestler. Queda patente en Milena esa correcta percepción del pasado. El libro no ahorra detalles de los sufrimientos que ambos totalitarismos infligieron a la humanidad, ya sea desde el Estado como desde la militancia o el cautiverio, incluso. El infame papel de las reclusas comunistas -la elite de los campos alemanes- es una aberración no bien conocida.

La prosa de MBN no carece de un punto de romanticismo. Se confirma que aún en la llamada literatura factográfica, las personalidades adquieren vida propia, superan la mera evocación histórica. La Milena-personaje es encantadora, como seguramente lo fue la chica de carne y hueso, un cometa que llegó a convertirse “en el polo magnético de toda una generación literaria de checos y alemanes“ (aunque nunca tuvo suerte con el amor) y cuyo fulgor inquebrantable incluso alivió los más sórdidos barracones de prisioneras. Hay un procedimiento muy bien trabajado por Buber-Neumann: el montaje. Las páginas yuxtaponen testimonios, cartas, artículos periodísticos a la narración propiamente dicha. Cierta tendencia al estereotipo sólo puede achacarse a la escritura.

Junto a las conmovedoras páginas que testimonian la lucha por la vida y la dignidad en Ravensbruck, el capítulo ‘Franz Kafka y Milena’ puede que sea la cúspide del libro. El amor empezó en 1920 en Merano, pero fracasó irremediablemente en poco tiempo (nunca fue pleno en lo físico, sólo relumbró en lo epistolar) y no por culpa de ella. El atormentado literato era “demasiado bueno para este mundo”. Su autodiagnóstico fue lapidario: "el miedo es la infelicidad“. Todas las cosas le parecías ajenas. Pánicos incubados en la infancia; una salud frágil como la porcelana de la dinastía Ming. Qué belleza es el obituario que Jesenská escribió a la muerte de Kafka.

Si una enseñanza deja la novela es que -por desgracia- algunos vicios de las personas instruidas nunca serán desterrados: hace exactamente ochenta años la mayoría de los intelectuales de Praga, marcadamente antifascistas, cerraban los ojos ante la barbarie soviética. ¿No ocurre ahora lo mismo con la brutalidad chavista o caribeña? Milena Jesenská, que gozaba del don del pronóstico político, ha dejado pues un mandamiento a la posteridad: Reconoce las amenazas a la libertad, vengan del lado que vengan. Ten el suficiente valor de la juzgar con la misma firmeza tanto la dictadura de Stroessner como la de Fidel Castro.
Guillermo Belcore

domingo, 20 de agosto de 2017

La máscara del mando

POR GUILLERMO BELCORE

Por alguna oscura razón, muchas personas incapaces de empuñar un arma y que vemos la guerra como una práctica infame, consideramos, en cambio, a la historia militar, como una lectura fascinante. Máxime cuando el narrador es una reconocida autoridad en la materia que demuestra que una sólida erudición no necesariamente está reñida con la elegancia en la expresión y el pormenor sabroso. El inglés John Keegan (1934-2012) reúne -sobradamente- esas tres condiciones.

La solapa del ensayo nos recuerda que el autor es un Tucídides contemporáneo: escribió una veintena de libros, entre ellos dos historias fundamentales de las guerras mundiales del siglo XX. Fue profesor en la famosa academia militar de Sandhurst. También impartió clases en Harvard, Oxford y Cambridge, entre otros centros de excelencia. Este blog ha prestado testimonio sobre la valía de dos de sus obras: Secesión e Historia de la Guerra (pinche aquí y aquí).

El sello Turner ha reimpreso, por fortuna, otro ensayo magistral de Keegan: La máscara del mando (438 páginas), un estudio cautivante, del primero al último párrafo, sobre la transformación de la conducción militar a lo largo de dos milenios de historia occidental. Un intento formidable, a través del tiempo y del espacio, de penetrar en las peculiaridades del liderazgo.

El historiador abordó así el problema de la técnica y la filosofía del mando en cuatro sociedades distintas:
  • El ethos heroico y hegeliano (narcisista, en última instancia) del mundo de Alejandro.
  • La creación de una clase militar encarnado por la sociedad que tenía al duque de Wellington (el antihéroe) como modelo.
  • El mando no heroico de Ulises Simpson Grant, demócrata y populista de los pies a la cabeza, el primer general “moderno“.
  • El falso heroísmo: Hitler como extravagante jefe supremo obsesionado por restaurar la grandeza de Alemania.

Uno de los interrogantes fundamentales que el libro encara es dónde debe colocarse el jefe militar en el momento del combate. ¿En la primera línea? ¿Siempre? ¿Debe ser Hércules, el que resuelve en los trabajos? ¿Qué ha significado ser un héroe a lo largo de la historia? En las conclusiones, se añade un punteo que agradecerá todo aquella persona a la que la vida la haya situado al frente de un grupo de personas: describe los cinco imperativos del arte de mandar, que son afinidad, prescripción, sanción, ejemplo y acción.

Hay que destacar una cualidad de Keegan, tiene una mente extraordinariamente incisiva en el juicio estratégico y en su comprensión de la naturaleza de la guerra, que mucho ha tenido de “religiosa“ incluso en los tiempos modernos para desgracia de los pueblos. El ensayista demuestra habilidad, además, para resumir acontecimientos e integrarlos -sin forzar el relato- en la narración general. No obstante, puede que su virtud más preciosa sea la capacidad de hacer docencia. El ensayo resulta esclarecedor; instruye al lego. Acaso no exista algo intelectualmente más placentero que aprehender lo complejo. Debo confesar que hasta ahora nunca había entendido del todo cómo Alejandro consiguió todo lo que consiguió . También desconocía que la mayor parte de las obsesiones políticas y militares del cabo Hitler provenían de sus experiencias como mensajero en las mortíferas trincheras de Flandes entre 1914 y 1918. Las páginas sobre la I y la II Guerra Mundial, en verdad, son magníficas.

Algo hay que decir sobre la ideología del autor. Es un aristotélico. Lo bien que hace Keegan al desdeñar el materialismo histórico y otras ficciones basadas en las leyes de hierro de la causalidad: considera un disparate pensar que las cualidades del  individuo no tienen ninguna incidencia en el curso del mundo. La superioridad del liderazgo -insiste- es el factor clave de la guerra. Y la cultura ha sido “un elemento determinante en la configuración de un estilo de mando”. Asimismo, el historiador inglés puede ser considerado un macluhiano, por cuanto atribuye al cambio tecnológico un papel decisivo en la marcha de los acontecimientos. Verbigracia: llega a decir que “el Renacimiento y la Reforma resultan inconcebibles sin la pólvora”.

El libro nos pasea de la mano por Gaugamela, Waterloo, Vicksburg, Stalingrado y otros campos de batalla que además de atrapar poderosamente nuestra imaginación, hielan la sangre. Pero no se agota allí, también es una suerte de resumen fascinante de la evolución de la humanidad. De ahí su grandeza. Un viaje espeluznante, ¿pero qué otra cosa es la historia militar?

Calificación: Excelente

PD: La traducción de José Antonio Montano incurre dos veces en el anacronismo. Nos dice que Alejandro cazaba “pumas” allí donde los encontraba y que eligió “un maizal tupido” para desembarcar en un punto de los Balcanes. Como el lector de este blog sabe, el puma y el maíz son originarios de América.

domingo, 6 de agosto de 2017

Rey de Picas

La mitad siniestra, versión II


La escritora más prolífica del mundo ha publicado una novela rara, con tintes de policial negro pero también de terror gótico, cuya espina dorsal es la desintegración de un carácter, salpimentada con un par de elementos fantásticos. Joyce Carol Oates (Lockport, 1938) juega en Rey de Picas (Alfaguara, 229 páginas) a emular a Stephen King. Como el maestro de Bangor, la amable señora neoyorquina ha querido manipular algunos de los temores más recónditos del buen burgués: el miedo a la locura propia o la ajena, el miedo a queden culo al aire nuestras debilidades o vicios ocultos, el miedo a ser arruinado en los tribunales por una de esas personas que aman litigar.

Oímos la voz atormentada de un escritor de segunda categoría y mediana edad llamado Andrew Rush, autor de bést-sellers de misterio, casi buenos, que nunca gozaron de una reseña en New York Times Books pero que lo han convertido en multimillonario. Vive con esposa e hija en una mansión, sobre las afueras de una apacible localidad de la Nueva Jersey rural. Como Oates, a Rush le encanta escribir: “…estoy a disgusto si no consigo trabajar al menos diez horas diarias”. 

El literato, ya consolidado, es un ciudadano ejemplar y meticuloso, la quintaesencia del padre y esposo modélico, sin embargo esconde un secreto incómodo (no es el peor): como consecuencia de la desazón artística por el éxito de sus mediocres novelas de intriga, publica a escondidas otras más vulgares, francamente asquerosas, políticamente incorrectas, bajo el seudónimo de Rey de Picas. Las escribe de madrugada “durante periodos de rabiosa actividad descontrolada”. Su familia no conoce tal esquizofrenia. Nadie lo sabe, en realidad. 

Así transcurre su doble vida hasta que recibe una extraña citación judicial. Una dama patricia, algo estrafalaria, lo acusa de plagio. A partir de entonces, nuestro hombre se hunde en un torbellino, primero de angustia luego de degradación física y moral. Hace cosas terribles. El taimado Rey de Picas (“La mitad oscura“) pasa a empuñar el timón de la personalidad. Suena conocido, ¿no?


FECUNDA


Nos dice la solapa de tapa, que, a lo largo de cuatro décadas, la señora Oates ha compuesto más de cincuenta novelas, más de cuatrocientos relatos breves, más de una docena de libros de no ficción, ocho de poesía y otras tantas obras de teatro. Una verdadera escritora de cuello azul. Su vastísima producción realista, no obstante, no ha sido debidamente reconocida por la crítica especializada. Es posible colegir que esta frustración con los comentaristas esnobs, intelectuales de izquierda, se deslice en algunas de las quejas de Andy Rush: “Después de haber aprendido a ’deconstruir’  la literatura, en lugar de disfrutar con ella, o en lugar de reaccionar ante ella de manera emocional… (consideran que) las novelas de suspense, de acuerdo con los criterios de la teoría literaria, son totalmente anticuadas en argumento, estructura, lenguaje y ’perspectivas…” 

Creadora y creatura participan también en el desdén por el acabado del párrafo: “No es necesario sacar brillo a cada condenada frase; basta con que digas lo quieres decir”, sentencia Rush-Oates. Por el dominio de la metáfora, precisamente, no será recordado este libro. Comparar el olor del fracaso con el húmero aroma de las setas venenosas, por ejemplo, no atrapa la imaginación.

De todos modos, hay que decir que la novela siempre resulta cautivante. Es una lectura fácil, de capítulos cortos, amena. Con su audaz desviación estilística respecto a sus trabajos previos y sus inteligentes alusiones metaliterarias, el último texto de Oates que llega al español se devora con fruición.
Guillermo Belcore


Calificación: Bueno

PD: Este blog recomienda la lectura de estos otros tres libros de la señora J.C. Oates: