lunes, 28 de diciembre de 2009

Las diez canciones de la década

Primera Parte

George Steiner, mi maestro en el género de la crítica, estableció que la cuestión de la música es central para la de los significados del hombre. Nuestros gustos musicales nos explican. Somos lo que elegimos. Y la afirmación de Claude Levi Strauss de que la invención de la melodía es el supremo misterio del ser humano me parece una verdad irrefutable. En mi condición de enamorado de las listas, he seleccionado lo que considero las diez mejores canciones de la primera década del siglo en el rubro rock & pop internacional. Me resulta difícil, empero, detallar por qué. Tan difícil como explicarme a mí mismo. Cuando habla la música, el lenguaje cojea, sentenció Steiner.

1) Side. Travis. 2001
Algo de pop tristón británico siempre habrá en mis ranking. Nado contra la corriente: prefiero a Travis por encima de Coldplay o Radiohead. Dulzura es la cualidad que define a los muchachos de Glasgow. Dice la Wikipedia que su estilo musical se basa en el concepto de que la canción es más importante que la banda. Es una idea atractiva, aunque no estoy seguro de entenderla del todo. Otro tema de similar calidad en el álbum The invisible band (2001) es Sing. Su video es muy divertido.

2) Snow. Red Hot Chili Peppers. 2006
Ninguna banda de los noventa, pienso, cruzó el umbral del siglo XXI con el nivel de excelencia que han demostrado los californianos en su noveno trabajo. Stadium Arcadium es un hito. Dani California, otro tema impresionante, que describe a una mujer de armas llevar. En un gesto de ternura demagógica, Snow incluyó en el videoclip oficial a los fans de una banda que ha vendido unos sesenta millones de placas. ¿Por qué en literatura no existe la misma correlación entre calidad y cantidad?

3) Like a stone. Audioslave. 2002
Audioslave demostró que el hard rock (¿o el grunge?) tiene aún algo que decir. Pero la banda, ¡ay!, ya no existe. Nos dejó este temazo con vagas reminiscencias religiosas. La voz de Chris Cornell estremece. Mi mujer me ha prometido fidelidad, excepto con Chris Cornell.

4) My bode is a cage. Arcade Fire. 2007
Ya lo he escrito en este blog. Gracias a El Indio Solari, Arcade Fire (foto) es uno de mis hallazgos más valiosos de los últimos años. Se trata de una banda canadiense que ha logrado la proeza de renovar el rock sinfónico con el uso de instrumentos no convencionales y extrañas sonoridades. Obsérvese con que delicadeza y eficacia ingresa en este tema el clavicordio. Sentencio que Neon Bible es otra de las enormes placas de la década.

5) Extreme Ways. Moby. 2002
Quisiera mezclar aquí las artes. El bisnieto de Herman Melville, un prodigio de la música electrónica, dio una apropiado fondo sonoro a la trilogía Bourne, acaso el mejor film de espías de la década. Matt Damon puso de rodillas a la siniestra CIA.

6) On and On. Wilco. 2007
Creo que la banda de Chicago alcanzó con su sexto álbum la madurez creativa. Sky Blue Sky es ideal para relajarse, leer o meditar. Y el tema que lo cierra (On and On) tiene una belleza increíble. Alude a la odisea del padre de Jeff Twedy para superar la muerte de su esposa.

7) Odio. Luxuria. 2006
Rock en portugués es una combinación interesante. Y Meg Stock (Marjori Vieira Guarnieri Stock, de Jacareí, Sao Paulo) una chica que me inquieta. ¿Querrá venir a cantar en mi cumpleaños?

8) Mockingbird. Eminem. 2004
No soy sociólogo. No diré que el rap es la expresión cabal de una subcultura de nuestro tiempo y por eso merece respeto. Sólo apuntaré que me encanta este fraseo consternado de Marshall Bruce Mathers III dedicado a su hija. Los coros son sutiles.

9) Big Girl (You are beatiful). Mika. 2007
El pop tiene una rama chispeante y felizmente pecaminosa que, a falta de una mejor definición, llamaremos el “pop gay”. ¿Quién es el heredero de Village People, Erasure y los Pet Shop Boys? Postulo al libanés Michael Holbrook Penniman (Mika). Este tema me fascina, pues repudia el raquitismo como modelo de belleza femenino. Por fortuna, yo nunca veneré esa infame superstición. Donde hay carne hay alegría, escribió Doris Lessing.

10) Boulevard of Broken Dreams - Green Day -2004
La única canción de esta arbitraria lista que también le gusta a mi hijo. No es poco, amigos y amigas.

Internauta, tú que has llegado hasta aquí, dime qué temas agregarías. Gracias.
Guillermo Belcore

domingo, 27 de diciembre de 2009

Los muertos no mienten

Luis Gusmán
Edhasa. Autobiografía. 157 páginas.

La autobiografía tiene alitas de ñandú. Como no se nutre sólo de la imaginación, dispone de medios limitados para suscitar interés. Seduce, por lo general, si la Historia se filtra en el texto, o si el narrador es una figura notable o, al menos, es un semejante que ha padecido circunstancias extraordinarias. Es decir, debe cumplir con la triple exigencia de lo estético, lo histórico y lo social. Hoy en día, la irrupción del yo inane en la literatura hace suponer que hablar de la infancia o de la profesión que uno ha elegido bastan para forjar una autobiografía interesante. Craso error.

Conciente de sus limitaciones, Luis Gusmán (Buenos Aires, 1944)
decidió enriquecer la segunda parte del relato de su vida con un examen del espiritismo, afición de su señora madre, quien aseguraba haber visto el abrazo de San Martín con O’Higgins. El narrador y psicoanalista glosa textos eminentes sobre aquella superstición y lo vincula -de una manera algo forzada- con el género policial y con los textos de espionaje. Uno nunca puede estar seguro de quién es el espectro que le está susurrando al médium.

Gusmán, uno de los escritores más respetados del medio, demuestra enorme erudición libresca, pero el comentario del comentario o la mera descripción del tema de una novela o cuento hacen que, a menudo, este libro corto parezca demasiado largo. Más sabrosa es la visita a la tumba de Kardec o la experimentación de lo que se llama “un sentimiento siniestro”. Los interesados en la vasta obra de Gusmán agradecerán el detalle de “cómo algunos de mis libros fueron escritos”. Pero el volumen alcanza su cima, tal vez, en la confesión filial. Hay evocaciones francamente conmovedoras, a pesar de cierta tendencia narrativa a explicarlo todo: “Después de muchos años, vaya saber cuántos, la tomo de la mano. Está en una cama y entubada. Los fluidos provienen de los cables que le atraviesan todo el cuerpo. La alternativa es colocarle un respirador. Le tomo largamente la mano. Esto es, unos minutos, lo que para mí representa una eternidad”. Uno deja el libro estremecido.
Guillermo Belcore
Una versión más corta de esta reseña se publica en los Suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata.

Calificación: Regular

PD: Insisto, no es el tipo de autobiografía que me seduce. La Historia brilla por su ausencia. Creo, no obstante, que el libro será apreciado por los admiradores de Gusmán, que son legión.

PD II: Aquí puedes leer un reportaje al autor:

jueves, 24 de diciembre de 2009

El hombre inquieto

Henning Mankell
Tusquets. 453 páginas. Novela policial. Edición 2008

El malhumorado inspector Kurt Wallander ha cumplido sesenta años. Se mudó al campo, adoptó un perro y Linda lo convirtió en abuelo. Padece diabetes, amnesia temporal y estrés. Una sensación de senectud se ha adueñado de él. Una seguidilla de malas nuevas ensanchan su
amargura y soledad, pero continuará trabajando en la comisaría de la pequeña Ystad por un tiempo más. Para colmo, tropieza con otra tarea de Hércules. Desapareció su consuegro, un
capitán de fragata retirado, que se había obsesionado con los submarinos rusos y con Olof Palme, el primer ministro de Suecia asesinado en 1986. Espectros viles de la guerra fría deberán ser conjurados. Nada es lo que parece.

Después de la mediocre novela El chino, Henning Mankell (Estocolmo 1948) arroja al ruedo nuevamente al iracundo y tozudo investigador, acaso por última vez. El hombre inquieto condensa lo mejor del personalísimo universo Wallander que, por cierto, ha cautivado a varios idiomas europeos. La obra seduce por su trama, por la delicada alternancia entre el caso criminal y las desdichas del decrépito policía, por su visión razonada del mundo. Para los habitantes de la caótica Argentina, el libro tiene el encanto adicional del exotismo. La historia transcurre en un país políticamente correcto donde se cena a las seis, las lluvias y nevadas son intensas y recias, y el Estado funciona con admirable eficacia.

La intriga está bien lograda. Cada vez que suena el teléfono, algo sorprendente ha ocurrido. Hay escenas de gran fuerza dramática y notables retratos psicológicos. El tiempo va y viene. Es posible que Mankell haya alcanzado aquí su plenitud narrativa. No pierde ocasión, naturalmente, de espetarnos su cita del Eclesiastés favorita: “hay un tiempo para vivir y un tiempo para morir”.
Guillermo Belcore
Publicado en los Suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata

Calificación: Muy bueno

PD: Sin dudas, el mejor libro de Mankell que he leído. En este blog se encuentran otras dos reseñas del sueco:

PD II: Recomiendo con toda convicción complementar la lectura de esta novela policial con el goce de la película (también sueca) Criaturas de la noche. Vampiros. Es un film excelente que ha recibido cincuenta y seis premios internacionales. He percibido algunos elementos comunes: la falta de prisas para narrar, el expresionismo en primer plano, el papel en la trama del crudo clima nórdico. Dos joyas, en síntesis.

martes, 22 de diciembre de 2009

La premisa II

Hago mía esta maravillosa sentencia:

"La función esencial de la crítica literaria es suscitar la comprensión y el goce de la literatura"

TS Eliot

Una irlandesa en Santiago

Diario de un lector exaltado XI

Viernes 3.00 PM , Mac Iver y Agustinas

Es posible que el lugar más infame de Sudamérica para profesar el exquisito culto de beber café se encuentre en la capital de Chile. En realidad, se trata de una cadena con varios puntos. Conté tres entre el Palacio de la Moneda y el hermoso cerro Santa Lucía, refugio ideal para abandonarse a los goces de la lectura o del pololeo. Se los conoce como café con piernas. Los parroquianos beben de pie el brebaje (me dijeron que es muy malo) en derredor a una barra que atienden señoritas con diminutas minifaldas. ¡Qué herejía! ¿Quién puede entregarse allí a un libro, a una tertulia o simplemente al placer de pensar?

Persigo en Santiago una confitería o bar que haya soportado airoso el frenesí del milagro chileno. Un enclave similar a nuestro Tortoni o Las Violetas. No existen, me advierte Leopoldo, un viejito con quien me siento a conversar en uno de los cómodos bancos de Paseo Estado. "Aquí, no respetamos las tradiciones culturales; los chilenos no son tan nacionalistas como los argentinos", añade. Curioso. Yo jamás hubiera llegado a semejante conclusión. El gentil señor me sugiere, empero, el Café Colonia, si es que no quiero moverme en Metro hasta Providencia.

Aquí estoy pues. Mac Iver 133, una agradable pastelería, especializada en finuras alemanas. Hay sólo una animada pareja en el fondo. El silencio propicia la lectura. Por una vez, evitamos el café. Estamos cansados con mi mujer que Chile nos reciba en todos lados con café instantáneo con agua caliente. Optó por un jugo de naranja y platano con un sandwich de carne. La elección del pan me trae dificultades. Habermas estableció que una nación es una complicidad comunicativa. Cada pueblo hispanohablante tiene su propios vocablos para designar las variantes de la pieza de pan. ¿Qué serán los "kuchenes"?

Me acompaña en Santiago un librazo de cuentos de Claire Keegan, a quien considero tanto un valiosísimo hallazgo personal como la evidencia viva de que la literatura irlandesa no ha perdido un gramo de potencia. Esta dama (foto) agita algo imperioso en mi sensibilidad de lector. Eterna Cadencia publicó ahora Antartida, elegido en 1999 libro del año por Los Angeles Times. Combina con elegancia y rica imaginación historias de la Irlanda profunda y del sur y oeste de Estados Unidos. En el relato que le da nombre al volumen, tropiezo con uno de los mejores comienzos de la narrativa moderna:

"Cada vez que la mujer felizmente casada salía, se preguntaba cómo sería dormir con otro hombre. Ese fin de semana estaba decidida a descubrirlo. Era diciembre; sintió que se corría un telón sobre otro año. Quería hacer eso antes de ponerse demasiado vieja. Estaba segura de que se iba a desilusionar".

¡Cómo no seguir leyendo con tan espléndida carnada! Les aseguro que el cuento está a la altura de su primer párrafo. Ten cuidado con lo que deseas porque podría convertirse en realidad, es la moraleja. No quiero decir más. Ahora deseamos con María de los Angeles un enorme café expreso con leche y una bien nutrida librería de viejo. Veamos que nos depara el distraído zascandileo. Dos flaneurs en el querido Santiago.
Guillermo Belcore

PD: Que alguien me explique por qué son tan caros los libros en Chile.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Mármara

Inés Fernández Moreno
Alfaguara. 188 páginas. Edición 2009. Cuentos

Hay algo intensamente argentino que quiere expresarse en forma de cuento, sentenció Abelardo Castillo. Debe ser verdad. Se termina el año y una vez más ningún argentino ha publicado -hasta donde uno sabe- la novela memorable. Pero siguen apareciendo cuentos espléndidos. Honran este volumen varios relatos de la estirpe de los muy buenos.

La escritura de Inés Fernández Moreno (Buenos Aires, 1947) ostenta dos cualidades, al menos. Demuestra talento para retratar la irritación o la extrañeza de la persona que se ve atrapada física o espiritualmente. Confesiones en un ascensor narra la intimidad que brota entra una mujer cualquiera y un hombre bien trajeado durante un encierro forzoso. En la página ochenta y dos, una argentina sin papeles queda presa en su propio balcón marbellí. Daniel Sidelnik sufre en Miami un percance que casi le cuesta la vida: su celda es la cámara refrigerada de una camioneta. Desfilan mujeres maduras, cautivas de la soledad, la decrepitud o el infortunio.

La segunda virtud del libro es su capacidad para destilar sentimientos. Filtro de amor evoca a una mujer deslumbrada por un vendedor excepcional, un Sherezade masculino imposible de resistir. Las penas tibias de los argentinos exiliados en España o en Estados Unidos se derraman por las páginas como si de un almíbar se tratase. Dos amigos comparten a Rita, la del útero bicorne, en Gato virtual. El miedo y la gerontofobia llevan a Cecilia a obrar mal en Pensamiento lateral. La colección tiene tintes autobiográficos y mejora con el correr de las páginas. La lectura es siempre agradable, excepto -quizás- cuando Fernández Moreno intenta demostrar todo lo que ha aprendido sobre Picasso. El estilo merece ser alabado. La prosa es coloquial, delicada, fluye como el agua. Un libro intensamente argentino.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Bueno

miércoles, 16 de diciembre de 2009

El revés y la trama

Maximiliano Crespi
17 grises Editora. Ensayo de literatura, 103 páginas. Edición 2009.


En la sureña Bahía Blanca, se ha forjado este libro minucioso y rico en notas al pie de página que procura reivindicar una tradición crítica que proviene del marxismo. Maximiliano Crespi (Oriente, 1976) ajustó cuentas con su mentor, con el áspero intelectual que le ha enseñado a leer la literatura en la política y viceversa. Sentó en el banquillo al ensayista David Viñas, a sus métodos iniciales y a su personaje pendenciero de intelectual heroico-guerrero, pero también a sus detractores. Describe la lógica de un tipo de análisis basado en la lucha de clases y el compromiso militante. El trabajo es muy instructivo, incluso para quienes no compartimos la lectura basada en el régimen de la sospecha, desdeñoso de la estética, la única herramienta que conozco para corroborar si un libro es o no una obra de arte.


El profesor Crespi es un investigador del Conicet a quien le debemos, en parte, una de los mejores reimpresiones del año: El laberinto del universo, de don Jaime Rest. Se ha especializado, pues, en la crítica literaria. A Viñas le reconoce honradez, modernidad, consecuencia, pero le
reprocha “cierta ilegítima
(injustificable) requisitoria moral de la literatura”. Toda estética implica una moral, es la premisa absolutista del autor de Hombres de a caballo.


Según la perspectiva de Viñas, literatura y política son el revés y la trama de un mismo y único tejido social. Se realizan enteramente como praxis, que es “una acción en la historia y sobre la historia, en ella se crea y se transforma ese mundo amigable y hostil, atroz y ridículo que la historia nos revela a diario y que suele invocarse bajo el ambiguo y huidizo rótulo de realidad“.


No puedo, obviamente, estar de acuerdo. Para mí, literatura y política son esferas de lo real totalmente distintas, que si bien suelen vincularse de alguna u otra manera, nunca se amalgaman. De todos modos, la mirada materialista -esa ficción crítica, como establece Crespi- ha engendrado magníficos análisis de las estrategias creativas. Atesoro en un lugar privilegiado de la biblioteca los tres tomos de Arnold Hauser y los ensayos breves de John Berger. Junto a ellos, ubicaré El revés y la trama.
Guillermo Belcore


Calificación: Bueno


PD: Debo reconocer avergonzado que no conozco Bahía Blanca. Pero esa ciudad me llama. Sospecho que tiene una intensa vida cultural. Me encantaría fatigar sus bares de bohemia, charlar con alguno de sus intelectuales, conocer la editorial 17grises. Esta buena gente me envió otros tres libros: Ausencia de té (Karen Garrote); Hombres hechos (Mariano Granizo); Límites de la bio/política (Maximiliano Lagarrigue).

martes, 15 de diciembre de 2009

Cómo se hace un best seller

Moscardón imaginario XXIII

Durante una investigación que emprendí días pasados, he tropezado con un texto muy interesante del ubicuo Dan Brown. Según parece, alguna vez escribió los "Siete consejos poderosos" para aspirantes a escritores de best sellers. Quisiera compartirlos con los amigos de este blog. Aún no he decidido si esa pingüe forma de entretenimiento es o no literatura, pero como todo producto en serie tiene, al parecer, sus reglas estrictas de fabricación. El autor de El Código da Vinci, inspirado en el reconocido agente literario Albert Zuckerman, las resume así:

1 - Escenario, escenario, escenario: haz que tus lectores se expongan a nuevos mundos.

2 - Construcción dinámica de escenas: manten las cosas en movimiento.

3 - Un sólo asunto dramático: construye tu base con un solo ladrillo.

4 - Crea tensión con la fórmula R-C-C-: El reloj: Une tu acción a la sombra de un reloj que no se detiene. El conflicto: Constriñe a tus personajes mientras les aplicas calor; y El compromiso: Mantén las promesas que hagas a tus lectores.

5 - Datos específicos: Aprende antes de enseñar. Investiga, investiga, investiga.

6 - Entreteje la información: Distribuye las descripciones en pequeños fragmentos.

7 - Revisión: Lo más divertido de todo. Después de escribir el primer borrador, ponte a jugar con el.

Como se ve, las reglas basculan entre lo obvio y lo astuto. Pero no dejan de ser interesantes para quien intente ponderar el latido de un best seller. Quiero decir, me parecen un buen punto de partida para una evaluación crítica.
Guillermo Belcore

sábado, 12 de diciembre de 2009

Alfred y Emily

Doris Lessing
Lumen. Novela y autobiografía, 324 páginas. Edición 2009.

Doris Lessing nació en 1919. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 2007 y fue un acto de pura justicia. Ha escrito algunas de las mejores novelas de nuestra era. Los años -que siempre son crueles con el cuerpo humano- no han mellado, al parecer, sus cualidades artísticas. Lo demuestra este libro original y fresco -mitad novela, mitad autobiografía- que se publicó el año pasado. La critica anglosajona coincidió en que se trata de una sus obras más valiosas.

La extraordinaria narradora conjuró una nube negra, asfixiante, que estropeó a su familia y arruinó a su Patria. Imagina en la primera parte del libro cómo hubiera sido la vida de Emily McVeigh y de Alfred Tayler si no hubiese estallado la Primera Guerra Mundial (1914-1918). ¡Qué ingenioso! Novelar la existencia de los padres. El resultado es un relato corto, costumbrista, con una prosa transparente y justa, que sopesa el mundo tal cual es y va como un flechazo a lo esencial: a las profundidades del corazón. De manera oblicua y eficaz se esboza una historia alternativa de Inglaterra: una nación feliz que descubre que el secreto de la prosperidad es mantenerse alejado de las guerras. La caída de los imperios se discute en Londres luciendo distintos peinados.

La segunda parte evoca a los Alfred y Emily reales, una pareja asombrosa. El padre de Doris, hombre vigoroso y saludable, perdió una pierna en la Gran Guerra. Intentó vivir como si no fuera un inválido, pero la enfermedad pudo con él. Al final de una existencia que acabaría demasiado pronto, decía suplicante: “A un perro se le libera del sufrimiento, ¿por qué a mi no?”. La madre, de una eficiencia formidable, vivió amargada y solitaria. Nunca se recuperó de la muerte de su gran amor, un cardiólogo eminente. El texto nos pasea por Persia y Rodhesia, donde la escritora pasó su infancia. Todo el libro -tallado con cariño, esmero y sensatez- es de fácil y grata lectura.
Guillermo Belcore
Este comentario se publica en los suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata.

Calificación: Bueno.

PD: Este libro irradia una suave nostalgia. Doris se hizo adulta en Rodhesia; yo en Morón, en los ochenta. He malgastado tiempo atesorando fruslerías musicales de entonces, como esta de un tal Paul Mazzolini: http://www.youtube.com/watch?v=grGjD1rTNyg que, de manera torpe, evoca los tiempos de Lessing. Montesquieu tenía razón: no debemos privarnos de los entretenimientos mediocres.

lunes, 7 de diciembre de 2009

El símbolo perdido

“Lo que es impenetrable para nosotros realmente existe. Detrás de los secretos de la naturaleza permanece oculto algo sutil, intangible e inexplicable. Venerar esta fuerza que está más allá de todo lo que podemos comprender es mi religión”.
Albert Einstein

En los minutos que usted demora en leer este comentario, decenas de ejemplares de la última obra de Dan Brown (New Hampshire, 1964) se habrán vendido en el mundo. Las mediciones confirman, en efecto, que El símbolo perdido es ya un best seller. Es la primera novela que escribió Brown desde 2003 cuando El Código Da Vinci irrumpió como una tromba en las librerías y se transformó en un fenómeno social y en un indicador de qué clase de contenidos esperaban las masas. Miles de mediocres buscaron la fortuna imitando a ese libro mediocre pero seductor. El nuevo thriller no trae sorpresas, es más de lo mismo: explota el filón esotérico, la escritura es defectuosa e ingenua, proporciona una versión alternativa de la Historia y redondea un relato detectivesca que cautiva hasta la última página.

Se había especulado que el ilustrado Dan Brown, hijo de un profesor de matemáticas y de una compositora de música sacra, planeaba mejorar el producto para taparle la boca a la crítica erudita. No fue así. Tómalo o déjalo, parece desafiar. ¿Al fin y al cabo, para qué va a cambiar si ha vendido casi cien millones de copias en cuarenta y cuatro idiomas? El símbolo perdido es otro ambicioso caldero donde se cuecen ciencias ocultas, portales místicos, acertijos, sabiduría ancestral y cosas por el estilo.

El protagonista, una vez más, es Robert Langdon. Un respetado experto en símbolos de Harvard, cuarentón y de constitución atlética, a quien Hollywood le ha dado el rostro de Tom Hanks, aunque uno no puede dejar de imaginarlo como Harrison Ford. Usa traje de tweed y un reloj de Mickey Mouse como recordatorio de que hay que relajarse y no tomarse la vida tan en serio.

El buen profesor se enfrenta ahora a la CIA y a un villano llamado Mal’akh. Es calvo como un huevo y su cuerpo está totalmente tatuado, con la excepción de unos centímetros cuadrados del cráneo. Secuestra a un magnate, líder de la masonería estadounidense, para obligarle a confesar un secreto oculto por siglos. En Washington, enterrado bajo una inmensa roca, yace el mayor tesoro de la Historia, capaz de imbuir al ser humano de poderes divinos. Langdon es sometido a chantaje por Mal’akh para que descifre la inscripción de una pirámide (el symbolón) guardada en el recóndito subsotano del Capitolio, en una cámara de reflexión masónica. Para complicar las cosas, entra en escena la más siniestra organización gubernamental de Estados Unidos, so pretexto de que está en peligro la seguridad nacional. Langdon se convierte en un fugitivo, secundado por la hermana del gran maestro masón. Katherine Solomon es una eminencia de la ciencia noética, el eslabón perdido entre las teorías modernas y el misticismo antiguo.

Virtudes y defectos
Las preguntas siguen siendo las mismas. ¿Tienen las obras de Dan Brown virtudes literarias que justifiquen mínimamente su éxito comercial? ¿Es esto literatura o se trata simplemente de un divertimento bien hecho? ¿Es un producto en serie o el fruto del genio individual?

En lo que a la técnica narrativa se refiere, El símbolo perdido es una sucesión vertiginosa de escenas cinematográficas que elude toda complejidad y hace esfuerzos titánicos para ser comprendido por el más babieca del público. Destrezas artísticas no posee el estilo. Los similes son bobos; los diálogos, sosos; las descripciones no tienen una pizca de gracia. La páginas están embadurnadas con redundancias, opiniones superficiales sobre todo, clichés (“Norteamerica tiene un pasado oculto”) y un didactismo exacerbado. El libro se desespera por enseñarle algo a los lectores. Además, no tarda en incurrir en melodramas y cultiva un ñoño patriotismo new age. Y sin embargo… atrapa. Los personajes son planos pero poderosos. La historia -una febril cacería del tesoro- transcurre durante una noche. Brown se las ingenia para dosificar el suspenso; siempre coloca una carnada al final de cada capítulo infinitesimal para que sigamos leyendo con fruición las seiscientas páginas y pico. Suscitar el interés del lector -sin duda- es una demostración de talento. Aburrir es un gravísimo pecado literario.

Por otro lado, el brownismo tiene la gracia del reencantamiento del mundo. ¿A quien no le gustan las ficciones que revelan una subrealidad o una gran conspiración oculta? Algunos lectores se decantan por las conjuras del Priorato de Sion, otros por ciertas teorías marxistas, pero el mecanismo imaginativo es el mismo: lo real no es la realidad. Mientras se asimile como ficción, está todo bien. Pero las fantasías de Dan Brown tienen la virtud o el defecto de resultar convincentes para los más crédulos. El Código Da Vinci se ha leído como verdad histórica. El símbolo pérdido, que se refiere al supuesto mayor secreto de Estados Unidos, corre ese riesgo. Miles de personas creen que en Washington se esconden secretos tenebrosos. Otros juran que el ser humano es poseedor de capacidades sobrenaturales de las que no es consciente. Brown añade otro enigma: la pseudociencia noética, que busca cuantificar campos de energía hasta ahora desconocidos, como el alma o la plegaria. Postula que el pensamiento, debidamente canalizado, afecta y modifica la masa física. Es otra moda, como lo prueba el éxito de la excelente serie de televisión Fringe y esa fruslería escrita titulada El secreto.

El símbolo perdido es, por encima de todo, un libro entretenido que, seguramente, no dejará con hambre a los amantes de la novela esotérica. Se concentra en la francmasonería. Pero no injuria a nadie como ocurrió en El Código con los católicos. Postula, a lo sumo, que los masones practican un juego arriesgado: guardan un secreto muy peligroso. Al llegar a la última página, el lector exigente no tiene esa desagradable sensación de haber perdido el tiempo como ocurre, incluso, con mamotretos de los últimos premios Nobel. Es cierto, Dan Brown no se trata de gran literatura. Eppur si muove.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura de La Prensa y La Capital del Mar del Plata.

Calificación: Regular

sábado, 5 de diciembre de 2009

La deuda

Rafael Gumucio
Mondadori. 352 páginas. Novela. Edición 2009

Entre los escritores, existe una especie dorada que tiene el talento para desollar sin piedad pero con elegancia a las clases dominantes o a los arribistas. Rasgan el velo y nos muestran las lacras o el vacío que sostienen un entramado social. Evelyn Waugh y John Cheever lo hicieron con los pomposos salones ingleses y los suburbios estadounidenses, respectivamente. Sara Gallardo y Jorge Torres Zavaleta, con nuestra rancia aristocracia vacuna. La deuda demuestra que Rafael Gumucio (Santiago 1970) es de la misma estirpe. La hipocresía, la tontera, el exhibicionismo y el sistema de castas que deslucen al próspero Chile quedan al desnudo. También las miserias políticas.

El libro aclara al comenzar que se inspira en dos historias reales que ocuparon la portada de los diarios chilenos por algunos meses. Un cineasta en ascenso es arruinado por su contador. El traicionero Riquelme estafó a unos quince gallos más. Se desmoronan la productora cinematográfica y el orgullo viril de Fernando Girón. El hombre se sume en la angustia y en hondas elucubraciones que abarcan a la condición humana. Tambalea su matrimonio con Fernanda, un chica bien. Pero sale adelante, a pesar de haber provocado una muerte. En la segunda parte, el maldito Riquelme vuelve a Santiago después de tres años en el exilio. Desata, naturalmente, un pequeño sismo.

La novela siempre resulta interesante. Contiene personajes de carne y hueso, párrafos muy bien esculpidos y recursos provenientes de otras artes como la voz en off. Hay parlamentos cursis y filosofía buena o mala sobre el resentimiento, la envidia y la conciencia. ¿Qué es un estafador?, plantea la obra. El vilipendio de los izquierdistas mojados -católicos o comunistas- y de los derechosos recalcitrantes es otro punto alto del texto. Lo peor, quizás, es la fragmentación en capítulos mínimos, una concesión a la moda y un verdadero fastidio para la lectura. En la página doscientos tres, aparece un error impropio de un universitario. Una verdadera burrada. Dice Gumucio que los argentinos llamamos “el cono urbano” (!!!) al Gran Buenos Aires.
Guillermo Belcore
Esta reseña se publica en los suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata el domingo 6 de diciembre.

Calificación: Bueno

PD: Todos cometemos errores. Yo, que soy un distraído, a cada paso. La estimada Gabrielaa me ha advertido de algunos papelones. Sin embargo, cuando leo algo como "cono urbano" casi me caigo de espaldas. Los libros son textos sagrados, esa es mi superstición. Las editoriales deberían contratar correctores, caray. No obstante, insisto en que la novela realmente me gustó.

PS del sábado 12-12: En el blog de Eterna Cadencia, P.Z. hizo un muy buen reportaje a Gumucio, quien -al parecer- gusta pasearse por Buenos Aires vestido como caballero feudal de Georgia o Alabama.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Los diez libros que no he leído

Moscardón imaginario XXII

Diciembre. ¿Qué rápido paso el año, no? Los suplementos culturales ya publican los consabidos balances. Indican los mejores libros del año. Voy a ir contra la corriente una vez más y -en mi carácter de amante fiel de las listas- enumeraré los libros que me hubiera gustado leer en 2009. Quizás inspire a algún escritor o editorial de la Patria. Quién sabe.

1) Una novela realista de César Aira.

2) Una novela oceánica de un escritor argentino.

3) Una antología de cuentos de ciencia ficción publicados en la última década. ¿Por qué a nuestros sellos editoriales no les interesa la ciencia ficción? ¿Es un prejuicio?

4) El auge y la decadencia del conurbano bonaerense (mi fatherland) novelados, digamos ochenta años en Lanús o San Martín. Me imagino la historia de cuatro generaciones. Abuelo inmigrante llega en los años treinta de Italia, el padre vive y próspera con el primer, segundo y tercer peronismo, el nieto sufre con la feroz dictadura, el bisnieto padece la degradación económica y moral del suburbio. Podría haber una fábrica familiar involucrada. Podría tomarse a Joyce Carol Oates como modelo narrativo. ¿Podría escribirla Pablo Ramos o Félix Bruzzone? No acepto menos de setecientas páginas.

5) Las últimas dos novelas de Thomas Pynchon. ¿Qué esperan para traducirlas y enviarlas a La Biblioteca de Asterión?

6) Una buena novela histórica sobre los primeros años de esa calamidad histórica conocida como Argentina. Podría ser la epopeya sanguinaria de Ulrico Schmidt en el Río de la Plata. Un escritor argentino (¿Terranova o Enriquez?) toma las crónicas del conquistador germano y las rellena con su imaginación. Exijo un trabajo minucioso y paciente, con muy buena documentación sobre las costumbres de la época y sin rastro alguno de maniqueísmo. El mundo como es. No menos de seiscientas páginas.

7) Un ensayo sobre la híper delincuencia en la Argentina. Con toneladas de cifras e historias de vida. Que no desdeñe la influencia del medio ambiente, pero tampoco nos empache con clichés progresistas. Desde Sarmiento a Feinmann -pasado por Martínez Estrada y Murena- el pensamiento nacional ha despreciado la investigación científica, el trabajo de campo. ¿Qué clase de sociología de pacotilla es esa que no aporta ni un dato?

8) Cuentos de vampiros, demonios, muertos vivientes, lobizones, mundos paralelos en las barriadas de Buenos Aires. Podría compilarlo Grillo Trubba. No vale imitar a Aira. Deberá respetarse el verosímil literario. Stephen King es el punto de partida.

9) Una edición comentada y no tan onerosa de la Naturalis Historia de Plinio el Viejo. Los precios de Gredos son imposibles para mi flaco bolsillo.

10) Las cincuenta batallas decisivas de la historia narradas por los mejores historiadores de la actualidad (Beevor, Keegan, Norman Davis). Dos o tres tomos, con muchos mapas.
Guillermo Belcore

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Adán en Edén

Carlos Fuentes
Alfaguara. Novela, de 178 páginas

Entre los novelistas del boom latinoamericano, Carlos Fuentes (México, 1928) es el único que presenta un rasgo singular. Ha escrito tanto libros magníficos como libros francamente lamentables. Oscila entre uno y diez con harta frecuencia. No se trata de faltarle el respeto a un artista de primer nivel, sino de manifestar la extrañeza de un lector apasionado. Su última novela no escapa a ese vaivén, tiene momentos admirables y tediosas páginas de intrascendencia o cursilería. El péndulo está clavado en el medio, es decir se trata de una obra mediocre que, quizás, sólo logre complacer a los admiradores de Fuentes.

La novela pretende contrastar dos formas de ejercer el poder que serían equivalentes a las viejas y nuevas elites de México. Adán Gorozpe, el cínico, es un abogado empresario casado con la atarantada Reina de la Primavera, hija del Rey del Bizcocho (¿Bimbo?). Es decir, ascendió a la cima gracias a lo que los aztecas llaman un braguetazo. Es discreto, clásico y tiene una amante de sexo indefinido. Admira a su cuñado, un muchacho rebelde y serio que desea ser escritor. Una orquídea entre tantitos nopales. Amenaza la tranquilidad de Gorozpe un funcionario sin escrúpulos al que le han encomendado liderar la lucha contra la hiperinseguridad. Adán Góngora es un Rasputín miserable y vicioso que parece escapado de las novelas de Vargas Llosa que registran la historia peruana. Se encapricha, cómo no, de la esposa de su tocayo. Ironía vs. malicia.

Lo mejor del todo es la sabiduría con que se desmenuza la maldita escalada delincuencial, esa hidra de mil cabeza que hoy nos atormenta a los latinoamericanos. Sólo en este caso, las opiniones trascienden el cliché progresista. Como siempre, Fuentes demuestra pericia para tallar un malvado y para fascinar con el habla mexicana. Pero hay demasiados diálogos de telenovela, superficialidad de bolero y truquitos de moda. No se priva incluso de homenajear de pasada a sus amigotes y de ajustar cuentas con sus enemigos (¿Octavio Paz?) y con el catolicismo. La novela se fragmenta en capítulos infinitesimales. Deja, pues, un regusto a poco en la boca.
Guillermo Belcore
Publicado en los suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata, el domingo 29 de noviembre

Calificación: Regular

martes, 1 de diciembre de 2009

Flojera

Moscardón imaginario XXI

"Hoy día, en un mundo de mentes contaminadas por la televisión o Internet, no es raro leer que algún crítico declare, con aparente orgullo, que él, ella, es incapaz de leer Guerra y paz porque es largo o Ulises porque es complicado"
Doris Lessing (Persia, 1919, extractado de Alfred y Emily, editorial Lumen)

PD: La alianza entre perezosos (lectores, escritores, periodistas y editores) nos condena al bombardeo de textos hiperbreves, novelitas ligeras, desaparición de la story, escrituras regidas por la ley del mínimo esfuerzo. Junto a la extraordinaria y sensata Lessing, quisiera fundar un movimiento de resistencia. Al rescate de la espléndida novela oceánica, la emperatriz de la Gran Literatura.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Pizcas de paraíso

F. Scott y Zelda Fitzgerald
RBA. Colección de cuentos, 399 páginas. Edición: 2009

García Márquez estableció que hay dos tipos de mujeres: las que brillan con luz propia y las que no. Con las escrituras ocurre lo mismo. La de Francis Scott Fitzgerald (1896-1940) resplandece como el sol. Tres duendes cincelaron su prosa: sarcasmo, ingenio y encanto. Por largo tiempo, se lo consideró injustamente como un mero artefacto de la era del Jazz. Hoy, la crítica se ha percatado de que se trata de literatura de altísima calidad, sin sonidos desafinados. En verdad, la delicadeza y elegancia de Scott, obran como bálsamo para el lector actual, tan maltratado por esa mediocracia que proclama a los cuatro vientos que escribir mal o retorcido es motivo de orgullo. Todos las cualidades narrativas de El gran Gatsby dicen presente en esta colección de textos breves. Incluye once relatos que Scott vendió a las mejores revistas y diez cuentos que su esposa Zelda publicó aquí y allá. Fueron -según la afortunada definición del periodista Ring Lardner- “el príncipe y la princesa de su generación”.

La British Encyclopedia destaca la “imaginación intensamente romántica” de Fitzgerald. Hay aquí, en efecto, amor, desengaños y traiciones. Los contrastes (tensiones dirían en Puan) colorean las páginas: americanos vs. europeos; citadinos vs. palurdos del Medio Oeste o el Sur; aristócratas vs. filisteos. El humor inteligente es un personaje usual. La crítica social se deja ver con frecuencia. Los finales suelen ser artificiosamente felices para cumplir con los requisitos del género revisteril.

El volumen contiene pues algunos de los mejores relatos que escribió Norteamerica. En Los nadadores, un virginiano burla a una taimada jovencita de la Provence y a su pelmazo millonario. Otro personaje delicioso es Corcoran, sólo sabe cómo gastar el dinero. En La danza hay racismo a raudales y una noche sureña que se hace añicos. ¡Qué hermosa pareja! desnuda el fracaso matrimonial de Scott y Zelda (las parejas no deben ser competitivas). El último beso es una triste historia de Hollywood.
Guillermo Belcore
Publicado en los suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata el domingo 30 de noviembre

Calificación: Muy bueno

PD: Scott y Zelda hablan siempre de dinero. Se nota que es un tema que les preocupaba.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Cien días

Lukas Bärfuss
Adriana Hidalgo. Novela, 262 páginas. Edición 2009.

Hace quince años, las puertas del infierno se abrieron de par en par en un diminuto país africano. Casi un millón de habitantes de Rwanda fueron masacrados ante el estupor o la indiferencia del mundo. La diabólica palabra genocidio volvió a escena. Esta novela retrata esa tragedia y señala con el dedo a los responsables sin perder un ápice de calidad literaria. Es de la estirpe de los libros imprescindibles.

La solapa nos informa que el suizo Lukas Bärfuss (Thun 1971) es uno de los dramaturgos más exitosos en lengua alemana. Su primera novela demuestra también que es un excelente narrador. Trabaja con párrafos largos, de esmerada complexión. Emplea como materia prima hechos históricos que están acreditados y personajes ficticios. Se las arregla para evitar las emboscadas del estereotipo y el maniqueísmo. Tiene habilidad, incluso, para tallar un erotismo razonado, de tranquila belleza.

El protagonista se llama David Hohl. Es un hombre quebrado. Relata a un amigo los cien días de pesadilla que vivió en la Casa Amsar de Kigali. Justamente él, que no parecía destinado a vivir nada que saliera de las catástrofes ordinarias, como un mal divorcio o una enfermedad grave, y esto como mucho. Pero este joven de buena conciencia, miembro de una organización humanitaria de Suiza, se enamoró de una mujer de piel color canela y cejas arqueadas como claves de Fa; se enamoró del sexo desenfrenado. Y se quedó en Rwanda cuando comenzaron las matanzas étnicas y todos los demás europeos huyeron como ratas.
Libros como Cien días corroboran que la literatura conserva una misión imprescindible: transformar la Historia en arte, empresa cuyo inmenso valor es tanto estético como didáctico. Es lo más cercano a una función moral. Nada mejor que una novela para inducirnos a meditar sobre el corazón de las tinieblas.
Guillermo Belcore
Publicado en los suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata. el domingo 22 de noviembre.

Calificación: Muy bueno.

PD: Me hubiera encantando conservar este libro. Pero fui víctima de un atraco en uno de mis lugares favoritos: el Café de la Poesía (Bolivar y Chile). Estaba sentado en una mesita en la calle, pues mi amigo Fernando fuma. Un granuja habilísimo me pignoró el maletín que dejé junto a mi pierna, ¡sin que me diera cuenta de nada! Perdí un teléfono celular antediluviano, las llaves de mi casa, “Cien días”, mi cuaderno de notas y el monedero. Pudo haber sido peor. Afortunadamente ya había terminado la novela, pero igual estoy rabioso. En la Comisaría me advirtieron que en el barrio de San Telmo convergen ladrones de toda la Argentina e incluso de países vecinos. Esquilman a los turistas descuidados (como la hija de Bush) y a los porteños bobos como yo.