lunes, 27 de noviembre de 2017

Motivo de ruptura

Por Harlan Coben


RBA. 444 páginas. Novela policial. Edición 2017


Como un cóctel, un platillo tradicional o la fórmula de un explosivo, la buena novela policial consiste en el delicado equilibrio entre ingredientes. Debe tener una pizca de crítica social, sin caer en el panfleto. Villanos que atrapen la imaginación. Un investigador competente, es decir un ingenioso hombre de las calles o del laboratorio que sepa todo lo que hay que saber sobre la naturaleza humana y la policía. Una o dos vampiresas nunca vienen mal. Uno o dos asesinatos resultan imprescindibles. Suspenso, bien dosificado. La trama colorida pero debe estar escrita con cierto espíritu de desapego, pues -como estableció Raymond Chandler- "de lo contrario nadie, salvo un psicópata, querría escribirla o leerla". Y en la variante estadounidenses, es ley bañar todo el relato detectivesco con ese tono inconfundible que deviene del sentido del ritmo, de los diálogos agudos (cada réplica debe ser certera como el balazo de un francotirador), de la ironía filosa, el pesimismo y del símil o la metáfora exagerada. Por ejemplo, si aparecen hampones, "uno de ellos es tan grande como un país del Tercer Mundo".

La mayoría de estas cualidades están presentes en la primera novela negra de la saga Myron Bolitar. El multipremiado y respetado por la crítica hacedor de bestsellers Harlan Coben (Nueva Jersey, 1962) la entregó a la imprenta hace veinte años. El sello RBA reimprimió Motivo de ruptura y ojala distribuya en la Argentina el resto de la serie. Es una vuelta de tuerca interesante.

Myron Bolitar -ex agente secreto del FBI, ex jugador del básquetbol, abogado de Harvard- se gana la vida como representante de figuras deportivas. Atisbamos un mundillo fascinante, corrompido y sin ética como el peronismo bonaerense o el santacruceño, infiltrado por las mafias, con tiburones implacables cuando se trata de rascar un dólar a costillas del crack.

Las tribulaciones familiares, sexuales, laborales de sus clientes obligan a Bolitar a actuar como detective y componedor de entuertos. Nuestro héroe tiene principios, es un bienhechor. Su socio se llama Windsor Horne Loockwood III, quintaesencia del patriciado de Nueva Inglaterra. Se encarga de las cuestiones financieras y de liquidar a los indeseables. Es un psicópata con rostro adorable.

En Motivo de ruptura, Bolitar representa a una estrella en ascenso del fútbol americano, un chico de Kansas, tímido y modesto. El epítome del buen deportista. Su novia, Kathy Culver, desapareció hace unos años; se supone que fue asesinada. Ahora parece que volvió de la muerte. Publicaron su foto en una revista pornográfica; aparecen sobres con su letra. Para peor, Kathy es hermana de la despampanante escritora Jessica Culver, ex novia de Bolitar. La trama es adictiva, pero verosímil.

El pecado de la novela es la sobreactuación. Bolitar, que a los treinta y un años, sigue viviendo con sus padres, sobreactúa en cuestiones sentimentales. La cursilería asoma su feo rostro. Es de suponer que el escritor jerseíta ha ido corrigiendo el defecto con el correr del tiempo. Ya va por el tomo diez de la saga. Quien esto escribe se ofrece para comprobar la evolución. Da ganas de seguir leyendo a Harlan Coben.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Bueno


lunes, 20 de noviembre de 2017

Una pizca de maldad

Por Guillermo Belcore

Las pocas novelas de China que llegan a la Argentina permiten colegir que en las antípodas cunde el malhumor existencial entre aquellos intelectuales que se han dedicado al cultivo de las bellas letras. Es extraño, lo mismo ocurría en Estados Unidos a fines del siglo XIX cuando la nación comenzaba a transformarse en una gran potencia económica, en un nuevo actor global.

Esa enemistad al orden establecido (una plutocracia), es en ambos casos más social que político, en el caso de los chinos, quizás, porque la odiosa censura del Partido Comunista aprieta como la peor camisa de fuerza. Cualquier generación iconoclasta ve aridez, esnobismo y simple insensibilidad por doquier. Por lo general, la insatisfacción de los modernos se manifiesta, en última instancia, contra lo moderno en sí. Además, suelen mostrarse irritados no porque el país -la época- sea socialmente injusto (que lo es), sino porque es espiritualmente vacío.

Una versión particularmente radical del malestar chino con la modernización acelerada y sin alma acaba de llegar a la Argentina. Con el apoyo del aparato estatal chino, el sello Adriana Hidalgo Editora, especializado en exquisiteces, publicó una novela extraordinaria, más psicológica que policial, que parece hija de convulsiones como la I Guerra Mundial o de pesimismos disolventes como los que ha establecido Cioran. Un tal Ah Yi (Ruichang, 1976) la entregó a la imprenta en 2012.

Una pizca de maldad (182 páginas) narra, básicamente, un asesinato por aburrimiento. "Porque no encontraba manera de llenar un vacío y solamente por eso, una persona decidió jugar al gato y al ratón, y mató a otra persona". Tremendo, ¿no? Pasa todos los días, sobre todo en el sector de la sociedad afortunado, pues el que lucha por el sustento cuando mata lo hace por razones más lógicas como los celos, la envidia o la codicia.

La novela está compuesta en primera persona. Oímos la voz del criminal desde la cárcel, desde el corredor de la muerte. Evoca paso a paso su historial delictivo un jovencito proveniente de una familia, si no acomodada, con algunos privilegios, pues pertenece a la nomenklatura roja. En Oriente u Occidente, al parecer, ocurre lo mismo: estás dentro o fuera del sistema.

UN INADAPTADO


El protagonista vivía con sus tíos. Así se describe:

"...la abulia, el tedio, la pereza y la crueldad con que los años habían formado parte de mi personalidad se habían grabado en mi rostro e intimidaban a todo aquel que me observaba...".

Es más que una adolescencia mal llevada. El inadaptado cree que nada tiene sentido y que no existe asunto que lo conecte con el mundo. Piensa como Zarathustra:

 "...entendí la razón por la que tantas personas se dedican a la caridad. Como si fuera una especie de Dios, el afecto y la autoridad parecían emanar de cada uno de mis gestos...".

Con un ardid, el chico cita a una compañera de colegio (acababan de graduarse) a la casa de sus tíos. La cose a puñaladas y arroja el cadáver, boca abajo, dentro de un lavarropas. Huye de la ciudad. Tiene dinero, le había robado a la tías unas monedas tan antiguas como valiosas. Con casi veinte mil yuanes en la faltriquera, divaga de un lado a otro, la policía le pisa los talones, se había convertido en un caso famoso. En todos lados tropieza con la maldad, la estupidez y el materialismo agobiante. Mientras corre siente que la vida se convierte en algo compacto, simple y lleno de tensión, por eso cuando las autoridades y el periodismo pierden interés en él, nuestro antihéroe primero quiere suicidarse y luego se entrega. En prisión gana respeto con una brutal agresión. En los tribunales, malogra un intento de su madre de que le permuten la pena de muerte. China está obsesionada con el asesino sin móvil: se exasperan por entender por qué la mató.

Una espantosa sensación de tedio no es una excusa válida. Ha llegado el momento de dedicarle un párrafo al autor. Ah Yi es el seudónimo de Ai Guozhu. Antes de dedicarse al periodismo y a la literatura, fue agente de la policía. Ejerció cinco años en un pequeño pueblo de provincia ¡Ah, la experiencia como fuente de conocimiento! ¡La buena y vieja experiencia de John Locke y David Hume! Ese saber elemental y profundo que en la Argentina llamamos calle le permite a Gouzhu tallar unas notables escenas de incompetencia policial, roñosería carcelaria y deshonestidad judicial.

La siempre atractiva figura del cínico no es la única virtud que lleva en volandas al libro. La prosa es sutil, elude con elegancia las trampas del costumbrismo. La chinesidad aflora con delicadeza en alguna metáfora, en expresiones aisladas. Los comentarios suenan siempre inteligentes. El telón de fondo esta teñido por el feísmo; los personajes son casi todos personas deleznables, incluso los niños. Paladas y más paladas de realismo sórdido. La China en franco desarrollo parece una distopía de Philip Dick con muchedumbres opresivas allí donde une pise y un Estado policial que te obliga a exhibir el documento si quieres usar Internet en un cibercafé.

Como pieza artística, Una pizca de maldad es sobresaliente, en forma y fondo. Se entiende por qué Beijing ha querido promocionarla incluso al otro lado del planeta. El genio literario es un don rarísimo, aflora donde uno menos se lo espera; en última instancia no depende de talleres literarios o estudios universitarios. También un ex agente de policía de provincias puede escribir una de las mejores novelas del año.
Publicado en el Suplemento de Cultura de La Prensa.



Calificación: Muy bueno

lunes, 13 de noviembre de 2017

Personajes desesperados

El amoroso tesón del escritor Jonathan Franzen permitió la reimpresión en 1999 de esta novela perdida, que había sido entregada a la imprenta por primera vez en 1970. En el prólogo, a modo de ditirambo, Franzen sentencia que Paula Fox (Nueva York, 1923-2017) supera a sus contemporáneos John Updike, Philip Roth y Saúl Bellow. Cuestión de gustos, en todo caso.

Lo que este blog puede asegurar, sin sombra de duda, es que la obra maestra de Fox subyuga por su potencia dramática (por momentos es teatro puro), por su negativa a ofrecer las respuestas fáciles de la ideología o la literatura de supermercado, y por la calidad de su prosa, propicia para abandonarse al goce de la lectura.

La trama de Personajes desesperados (El Aleph, 175 páginas, Barcelona, edición 2005) es concisa, va al grano desde la primera página. El idílico universo de un matrimonio culto, próspero, moderado y sin hijos empieza a desintegrarse cuando se superponen -cual conjunción cósmica- dos desgracias. Sophie es mordida en la mano por un gato roñoso del que se había encariñado, mientras que su marido Otto se distancia, después de largos años, de su amigo y socio en el estudio jurídico. Se suceden desastres, casi con el mismo vértigo que recrea Martin Scorsese en el memorable film Después de hora. La acción abarca apenas un fin de semana en invierno.

Conjetura Franzen, en vena freudiana, que el horror contenido de Sophie es el motor del libro. Discrepo. Me parece que el drama de la atractiva cuarentona no sería fruto de una neurosis individual, sino que empalma con la angustia de una comunidad burguesa, más espiritual que económica, cuando ve todo a su alrededor resquebrajarse, sumirse en la degradación. La vida contemporánea está infectada de rabia y los desechos nos amenazan. En cualquier momento, te pueden ocurrir cosas malas que arruinarán tu existencia. 

Paula Fox murió el 2 de marzo pasado, a los 93 años. Ha escrito casi treinta libros para niños, seis novelas para adultos y un libro de memorias que evoca una vida atribulada (la abandonaron sus padres al nacer). En su obituario, alguien la comparó con Chejov. The Nation la describió como "una de nuestras novelistas contemporáneas más inteligentes (y menos apreciadas)". Marlon Brando era su amigo, y Courtney Love es su nieta. El lector curioso y hedonista no debería pasar por alto Personajes desesperados.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno  

martes, 7 de noviembre de 2017

La obra maestra de Paul Auster

Las casi mil páginas de ‘4321’ fueron compuestas en clave tolstoiana, pero con singular arquitectura. Descomunal fresco de la cultura, la política, los deportes y las costumbres de los años cincuenta y sesenta, la decimoséptima novela del narrador estadounidense sorprendió a la crítica. Un mismo protagonista en cuatro universos paralelos.

Por Guillermo Belcore







Asoma la clave en la página treinta y nueve. Se reproduce una lista de clásicos que la estirada Mildred recomienda a su hermana Rose. Madame Bovary, David Copperfield, Luz de agosto, Middlemarch y muchos más. "De todos los autores que descubrió durante su confinamiento, fue Tolstoi el que más le agradó, el colosal Tolstoi que entendía la vida toda, pensaba Rose". 

He aquí, justamente, el modelo artístico que inspira el libro más reciente y ambicioso de Paul Auster que acaba de llegar a la Argentina, unos meses después de ser publicado en Nueva York. Una lograda novela oceánica, tolstoiana, que intenta encerrar y entender la vida toda, y que -como corresponde- vincula la existencia individual con el devenir de una gran nación. A los setenta años, el literato estadounidense encontró en su alma la fuerza, la inspiración y el talento para redondear, por fin, su obra maestra, aunque de no fácil lectura. Si la posteridad lo juzga por 4321 (Seix Barral, 957 páginas) llegará a la conclusión de que Auster fue uno de los grandes literatos de su tiempo. Como Tolstoi.

La publicación de 4321 puede encuadrarse en una tendencia estupenda que ha ganado terreno en la literatura estadounidense de este siglo, tanto por razones de estilo como comerciales (un bestseller tiene que ser "una maratoniana orgía lectora"): los literatos consagrados y las nuevas estrellas vuelven la vista hacia el siglo XIX; Dickens y el forjador de Guerra y paz están de nuevo en boga. Irving, Franzen, Proulx, Ford e incluso Thomas Pynchon, el más brillante de la clase, encarnan esa apuesta. Auster se suma a la corriente con un lujoso trasatlántico. Faltan dos meses para que concluya 2017: este blog arriesga la hipótesis de que se trata de la Novela del Año.

EL BUEN ARCHIE

 

El mamotreto pues se consagra a narrar la niñez y juventud de Archibald Isaac Ferguson, nacido en Newark en 1947, tercera generación de judíos norteamericanos. La primera impresión es que se trata de una novela de inmigración a lo Isaac Bashevis Singer o Henry Roth, pero esperen un momento... hay algo extraño en la trama. Borges aparece en escena. ¡Es el jardín de los senderos que se bifurcan! Conocemos cuatro Ferguson en realidad, cada uno vive en un universo diferente, a partir de confactuales, que no conviene revelar para no estropear la agradable sorpresa. Los capítulos se reparten en cuatro grupos: 1.1, 1.2, 1.3, 1.4; 2.1, 2.2, 2.3, 2.4; 3.1., 3.2, etc. Digamos sólo, a modo de ejemplo, que si en una de las líneas del tiempo, Archie es propenso a los accidentes y no le sobra el dinero; en la otra su padre, Stanley Ferguson, se convierte en el rey de los electrodomésticos de las periferia de New Jersey.

El juego de los mundos paralelos demanda una lectura concienzuda, pues los personajes van interpretando papeles con ligeras o profundas diferencias en distintos escenarios. El novelón, si bien se atiene al orden cronológico desde la concepción hasta los veintipocos años de Archie, encierra en realidad cuatro novelas cortas. ¿Existe aquí la posibilidad de dos formas de lectura como las que propone Julio Cortázar en Rayuela? Resulta seductora la idea. Por un lado, la convencional. Por el otro, agotar cada una de las líneas del tiempo (1.1, 2.1, 3.1, 4.1, 5.1, etc) antes de pasar a la otra.

Por cierto, la singular arquitectura narrativa obliga a meditar sobre un interrogante filosófico: ¿somos el mero producto de nuestras circunstancias, una mera hoja a merced de las tormentas, o hay un yo irreductible, un núcleo individual recalcitrante inmune a las presiones del entorno, la famosa mónada de Leibniz, como sugiere el propio Auster? Planteado de una forma más moderna, ¿contexto o genes están en el timón de la personalidad? Fascinante, ¿verdad? "Somos fuerzas", la gran máxima nietzscheana podría ser la clave de lo humano.

UN CATALOGO

 

Si todas las novelas son, a su manera, autobiográficas, a 4321 se le ven las costuras. Además de colosal fresco de la cultura, el deporte, la política y las costumbres de los años cincuenta y sesenta en Nueva York y sus aledaños neojerseítas, el libro conforma una suerte de catálogo obeso de las obsesiones y preferencias que ha venido infligiendo Paul Auster a sus lectores en los últimos treinta y cinco años, desde Laurel y Hardy hasta el béisbol, "el juego más tonto jamás inventado", según la precisa definición de Anne-Marie Dumartin, noviecita fugaz de Archie Primero. Los que atañen al béisbol y al básquet son, quizás, los momentos aburridos que toda novela oceánica contiene.

Del estilo hay que destacar dos cosas. En primer lugar, la eficaz combinación entre ligereza y densidad. En segundo término, la destreza de Auster para la frase larga, aquéllas con varias subordinadas, retorcidas serpientes que van desplegándose primorosamente hasta ocupar un párrafo entero ("Se siente su belleza como se siente la fiebre o un puñetazo en la barbilla"). Muchas, en efecto, rozan la perfección.

"En los anales de los logros humanos nada supera al placer de escribir una buena frase, en especial si empieza siendo mala y va mejorando gradualmente a medida que la escribe cuatro veces", declara un alter ego de Auster.

El novelón relumbra además por su profundidad psicológica en el gran escenario de la lucha por la vida. El acabado de los personajes es magistral, con decenas de caracteres muy interesantes, como el de Amy Schneiderman, el gran amor de los diferentes Archies, nieta de un antiguo jefe de Rose Ferguson, la mamá de nuestro héroe. Aquí y allá, aparecen indagaciones teológicas, existenciales, literarias, y también pinceladas de erotismo de alto octanaje (el despertar sexual es uno de los grandes temas, entre otras formas de aprendizaje), erotismo gay sobre todo. ¿Dijimos que se trata de una novela hedonista?

Así las cosas, el texto es memorable por su dimensión pantagruélica (decenas de miles de palabras), por su andamiaje original y formidable con un mismo ser humano en cuatro universos paralelos y por su filosofía de andar por casa. La intención de Paul Auster, queda en evidencia, fue forjar un clásico, una obra que va a quedar, en clave realista pero innovadora.

"Combinar lo extraño con lo familiar... observar el mundo tan detenidamente como el más entregado realista y sin embargo crear la forma de ver la realidad a través de un prisma diferente, ligeramente deformante, porque leer libros sólo centrados en lo familiar inevitablemente muestra cosas que ya conoces y leer libros únicamente centrados en lo extraño muestra cosas que no quieres conocer", se explica el literato en la página quinientos nueve.

Establece, además, una verdad diamantina: "Leer novelas es uno de los placeres fundamentales que la vida ofrece". Lo sentimos por los pobres diablos que tienen que escribirlas.
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa


Calificación: Excelente