viernes, 31 de mayo de 2013

Matrimonio

El diccionario de Asterión V

S.C. Práctica antiquísima que surge de la necesidad de llevar una vida ordenada y de integrarse a la sociedad según las normas morales consuetudinarias. La definición pertenece a Thomas Mann, y se halla en Doctor Faustus, una magna novela cuya digestión no es apropiada para lectores con prisas.

II - En una célebre carta que Cicerón escribió desde Roma a su amigo Atico en Grecia, se deja constancia que noventa y nueve de cien matrimonios son infelices, pero “lo malo es que los seres humanos, en nuestra locura, tendemos siempre en convertir en regla la excepción. Cada uno de nosotros se cree excepcional“.
La carta provocó mucho regocijo e hilaridad en la Antigüedad y Edad Media, pero hoy no puede ser divulgada públicamente pues la Modernidad Líquida, tan maravillosamente tolerante en algunos aspectos, en otros parece haber perdido el sentido del humor. Hay no menos de doce versiones de la carta, aunque puede que sea apócrifa. Aquí se toma la que Thornton Wilder reproduce en Los idus de marzo, una de las mejores novelas epistolares de todos los tiempos.

Advierte el elocuente Cicerón de Wilder que “…un hombre puede haber salvado a su país; puede haber dirigido los asuntos de un mundo y adquirido fama inmortal de sabiduría; para su mujer, de todos modos, será sólo un tonto sin cerebro”. Finalmente, el escritor sugiere a su amigo Atico que se consuele con la filosofía y que agradezca a la vejez que nos libra de “la necesidad de los besos, de esos besos que hemos de pagar al elevado precio de todo orden de nuestra vida, y de toda tranquilidad de nuestro espíritu”.

sábado, 25 de mayo de 2013

Sacrificio a Mólek

Asa Larsson

Seix Barral. Novela policial, 414 páginas. Edición 2013


Ojalá un compatriota espabilado invente un día de estos una saga policial en nuestra tierra de frontera. Un investigador de crímenes en la áspera Patagonia (¿por qué no en Comodoro Rivadavia que tiene la tasa de asesinatos más alta de la Argentina?). Hasta que llegue ese momento, disfrutaremos de las ingeniosas creaciones extranjeras, como la de la sueca Asa Larsson. Sus novelas cruzan el Circulo Polar Ártico, nos llevan a Laponia, la tierra del oso, el lobo y el alce. Anochece a las tres de la tarde en invierno; en verano, a la medianoche hay tanta claridad como al mediodía. Hay costumbres exóticas, el clima es rigurosísimo y pululan los hombres y la mujeres duros como el hierro. Como el mineral de hierro que ha enriquecido a la remota ciudad de Kiruna. En más de una oportunidad este blog ha elogiado los libros de la señora Larsson (pinche aquí). Una muy interesante vuelta de tuerca de la infatigable novela negra.

La heroína de la saga se llama Rebecka Martinsson. Trabaja como fiscal del distrito y tiene una notable propensión para atraer golpes, tanto literales como figurados. En esta ocasión resuelve el espantoso homicidio de una abuela, acribillada con una horca de tres puntas, de esas que se usan para levantar el heno. Su nieto de siete años se salva por un pelo. La parca parece haberse ensañado con la familia de la señora muerta. Subyacen cuentas pendientes que se remontan a un siglo atrás.
 

Sacrificio a Mólek evidencia que las composiciones de la señora Larsson han evolucionado. Como novela policial -nada más pero nada menos- es redondita. Los personajes son convincentes, de tres dimensiones, algunos patéticos. Los perros son importantes en la trama, la autora conoce incluso de psicología animal. Hay suspenso, escenas vívidas y crítica social. No comete ese error romántico de idolatrar a la gente del pueblo. Además, maneja bastante bien el procedimiento de los relatos paralelos. Todo ocurre en Suecia, una sociedad organizada de manera antagónica a la Argentina: allí cobrar un subsidio de desempleo del Estado y trabajar en negro al mismo tiempo (o evadir el pago de impuestos) es un grave delito que se paga con años de cárcel.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Bueno

PD: En los agradecimientos se menciona a "mi redactora Rachel Akerstedt". ¿Quién escribió realmente este libro?, me pregunto perplejo.

lunes, 20 de mayo de 2013

Concuspicencia de descubrir

El moscardón imaginario XXXVII


Tengo cuarenta y siete años. Leo desde que tengo memoria (e incluso más allá, me parece) pero aún la Alta Literatura sigue sorprendiéndome, a Dios gracias. En lo que va del año conocí otros dos autores extraordinarios. El primero es el santafesino Carlos Catania. Escribió una de las más extraordinarias novelas oceánicas que ha engendrado la Argentina, tierra muy poco prolífica en esta materia. Se titula Las varonesas y hasta Roberto Bolaño la elogió sin cortapisas. Alguna vez, la errática industria editorial pondrá sus ojos en ella y la reimprimirá. Es una obra maestra, como este blog ha dejado asentado (Pinche aquí y aquí).

Catania no es mi único descubrimiento de 2013. ¡Ah la concupiscencia de descubrir! Saque el lápiz del bolsillo y anote también a Elliot Chaze (1915-1990), otro producto genuino del sur profundo de Estados Unidos, esa cantera de grandes escritores, y una subcultura tremendamente parecida a América latina. La bestia equilátera, uno de mis sellos favoritos, tradujo, sin que se perdiera un gramo de su erótica, Mi ángel tiene alas negras. Es la primera vez que esta obra de Chaze llega al español; perdimos casi sesenta años. Si digo que es una de las mejores novelas policiales que leí en mi vida, creo que no lo hago justicia por completo. Sería conveniente afirmar que es una de las mejores novelas a secas que -loados sean los dioses- me ha tocado en suerte comentar.

La reseña la subiré aquí después de que salga publicada en el diario La Prensa. Hablaré de la excelencia del estilo y de un rasgo distintivo de la prosa de calidad: la intensidad concentrada. Hay en casi todas las páginas de Chaze algo digno de mención. Hay escenas que cortan el aliento. El libro es avaro en páginas, pero rico en belleza, ideas y profundidad psicológica. Las peripecias de una pareja que se asocia para robar un camión blindado son una suerte de reflexión oblicua sobre esos seres que han elegido orientar su vida a la danza al borde de un precipicio. Nosotros -los cobardes, los tranquilos, los irresolutos- observamos a esa raza maldita absolutamente cautivados.

Guillermo Belcore

sábado, 18 de mayo de 2013

Un comunista en calzoncillos

Claudia Piñeiro

Alfaguara. Novela, autobiográfica, 196 páginas. Edición 2010.


La literatura es como el universo: cada elemento tiene un peso específico. Hay páginas con más consistencia y profundidad que un libro entero. Esa es su gloria. Hay novelas, en cambio, que son livianitas como el algodón, superficiales como un charco en la roca, sin filo alguno. Difícilmente, van a trascender. He aquí un caso. Una consagrada escritora de policiales elaboró un cuentito con moraleja, y lo estiró todo lo que pudo. Utilizó como materiales -explica la autora, todo se explica detalladamente como si los lectores fuesen opas- los recuerdos de la infancia y la imaginación. Todo es muy simpático y correcto; nada hay memorable.

Claudia Piñeiro ha tallado un amoroso retrato de su padre, Gumersindo, un idealista gallego que detestaba a los militares. El señor "se creía comunista'', según la palabra autorizada de la esposa. El libro nos lleva a los horribles años setenta, a la infancia y pubertad de la narradora. Estamos en Burzaco, una localidad sureña como cualquier otra del conurbano bonaerense. Las fuerzas vivas -eufemismo para designar lo más rancio de la sociedad- pugnan por el reconocimiento de ser los primeros en haber erigido un monumento a la bandera. Las fuerzan vivas apelan al general Videla. Hay desaparecidos, hay un módico suspenso al final, y un mensaje tipo Paulo Coelho: "la vida es una sucesión de actos miserables interrumpidos por unos pocos y pequeños actos heroicos''.

Seguramente, éste es un libro que la señora Piñeiro se debía a sí misma. Casi todos los narradores que han triunfado tarde o temprano sucumben a la tentación de mirar su propia infancia, que es como mirarse el ombligo. Subyace un problema. Es muy raro que la evocación resulte interesante cuando la familia no es extraordinaria y le pasan las mismas cosas que a cualquier hijo del vecino. Tampoco ayuda la prosa, suave y cordial pero común y silvestre.

Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Regular

martes, 14 de mayo de 2013

Pobre Valerio Catulo

Entre otros efectos nutricios de los libros, hoy quisiera destacar uno que -hasta donde yo sé- no se la ha prestado la debida atención: la Alta Literatura propala la ética cosmopolita que es -a mi juicio- la única que puede defender la persona inteligente y bien intencionada. Todos somos hijos del Caos. Las diferencias de raza, religión, nacionalidad, política y clase social son epidérmicas, detalles que sólo sirven para dividir y sembrar el odio. A todos los seres humanos nos duelen o nos conmueven las mismas cosas. A esa conclusión se arriba con la ingesta de la novela, el cuento o el poema sublime (bien leído). Un creyente podría decir -y yo no voy a desmentirlo- que la conclusión correcta es que la Alta Literatura es esencialmente cristiana: predica, de manera oblicua, que todos somos hijos de Dios. Por eso -a esto quiero llegar- una poesía escrita hace dos milenios puede hoy emocionarnos, como si hubiera sido escrita en la tarde de ayer. Es un monumento imperecedero del intelecto (la metáfora es de Yeats). Su potencia emocional es transhistórica. Dentro de un millón de años seguirá estremeciendo a sus lectores, porque todos somos hijos del Caos.

En esto pensaba después de disfrutar el “refinamiento supremo” del veronés Gayo Valerio Cátulo. Vivió sólo 30 años (¿87-57? antes de Cristo), despreció al dictador Julio César (aunque era amigo de su padre) y produjo una lírica exquisita. Tuvo la mala suerte de enamorarse de una putilla hermosa, casada e infiel a sus amantes. Clodia le entregó sus deleites y luego lo despreció. Le partió el corazón en mil pedazos. Gracias a Dios, porque fruto de ese amor que odia, Catulo escribió un poema magistral. Reproduzco la versión de Ernesto Cardenal, que he encontrado en una recopilación de escritos de Gabriel Zaid (pinche aquí).


Pobre Valerio Cátulo, no te hagas ilusiones
y lo perdido dalo por perdido.
Para ti ya brilló el sol una vez,
cuando corrías detrás de la muchacha
que amé como ninguna otra ha sido amada.
Y hubo entonces, ¿recuerdas? tantos goces
que tu pedías y ella no negaba.
Sí, para ti ya brilló el sol una vez.
Ahora ella no te quiere: tu no quieres tampoco.
Ni sigas a la que te huye, ni estés triste,
sino pórtate valiente, no claudiques.
Adiós muchacha, Cátulo ya no claudica,
ni nunca más te buscará, ni volverá a rogarte.
Pero a ti te pesara cuando nadie te ruege.
¡Me da lástima por ti! Pienso qué días te esperan.
¿Ahora quién te visitará? ¿Para quién serás bella?
¿Ahora a quién amarás? ¿Dirán que eres de quién?
¿A quién vas a besar? ¿A quién le morderás los labios?
Pero tú, ¡valiente! Cátulo. ¡No claudiques!

Cátulo se habla a si mismo. Obsérvese el delicado y eficaz pasaje de la segunda a la primera persona. El desdoblamiento de la conciencia es magnífico. Pero cambié usted, sea hombre o mujer, el nombre Cátulo por el suyo y entenderá porque la Alta Literatura es eterna y cosmopolita.

Guillermo Belcore
 

sábado, 11 de mayo de 2013

Limonov

 Emmanuel Carrère

Anagrama. Biografía novelada. 397 páginas.

Rusia es un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma, decía Sir Winston Churchill. Más que un espacio nacional, se trata de una atrayente y brutal civilización por derecho propio -mitad occidental, mitad oriental- que ha cautivado tanto a eruditos y estadistas, como a literatos. En efecto, desde Norman Mailer a Haruki Murakami son legión los que han aceptado el reto y convirtieron fragmentos de la historia rusa en material literario. En esta venerable tradición se encuadra Limónov, multipremiada obra proveniente de Francia. La más acertada descripción del libro, quizás, la haya acuñado el diario Le Point: Imposible soltarlo.

Cuando el estrépito audiovisual o la falta de compromiso con lo trascendente terminen de ahogar a la ficción literaria, cuando fatalmente se piense que ya no resta nada por inventar, acaso quedarán tallándose sólo joyas como esta: biografías noveladas. Es decir, novelas que reconstruyen la vida de las meteoros -libres y peligrosos- que surcan los cielos de una época y deslumbran a sus semejantes. Existencias novelescas que satisfacen la vieja máxima de Nietzsche: convierte tu vida en una obra de arte. Como la de Roberto Bolaño, Jack Kerouac o Jorge Luis Borges, poemas en sí mismos. Pero también como la de Eduard Limónov, el Johnny Rotten de las letras eslavas.

Emmanuel Carrère (París, 1957) reconstruye las peripecias de un aventurero ruso “magnífico pero capaz de cosas monstruosas“. Un tarambana sexy, astuto, divertido, “que tiene a la vez el aire de un marino de juerga y una estrella de rock”. Un outlaw, un perro rabioso aficionado a la provocación y a la vida heroica, con un aura que se percibe a cien metros de distancia. Limónov, que hoy frisa los setenta años, fue “ vándalo en Ucrania; ídolo del underground soviético; mendigo y después ayuda de cámara de un magnate en Manhattan; escritor de moda en París; soldado perdido en los Balcanes y ahora, en el inmenso desmadre del poscomunismo, viejo jefe carismático de un partido de jóvenes desesperados”. Con esa exorbitante materia prima, trabaja una novela que sigue la estela de A Sangre Fría de Truman Capote.

Nietzscheanos


El gran mérito de la novela documental es que no sólo retrata una personalidad con “el ímpetu vital que solemos encontrar en las obras de Henry Miller”, sino que también explora con relativa sensatez cincuenta años de historia rusa. El anverso y el reverso de la Unión Soviética. La diáspora en Estados Unidos y Europa. Gorbachov y el caos que generó el colapso del imperio comunista. Las matanzas en la antigua Yugoslavia. La democradura de Putin. Un recorrido fascinante (por algo la madre del autor, Hélene Carrère, es académica experta en el país eslavo). Carrère hijo ha alcanzado aquí el estadio más alto de la prosa con ambiciones: la creación oceánica que consigue enlazar un destino individual con el devenir colectivo. Y todo viene, en lo que al estilo se refiere, bastante bien servido. El relato combina retórica elegante, tremendas figuras de la vida real (como Joseph Brodsky o Werner Herzog o Arkán), sintaxis perfecta, erudición, retazos de las propias experiencias de Carrère, profundidad psicológica. Se tiene la impresión, casi siempre, de que hay en el timón de la novela un capitán ingenioso.

Ahora bien, cómo es el Limónov-escritor de culto en París y Moscú. El hombre cuyo principio existencial quema los dedos: “lo único fastidioso es morir siendo un desconocido”. Una curiosidad tronante que aun no ha llegado a la Argentina, capaz de extraer oro de aceptable calidad de sus vivencias en el fango o el palacio. Hacedor de libros “buenos, simples, directos, llenos de vida“, antes de (o durante) sus incursiones en la guerra y la política. Carrere nos obsequia un fragmento, no sin poética, de Diario de un fracasado:

“Vendrán todos. Los vándalos y los tímidos; éstos saben pelear. Los traficantes de drogas y los que reparten los anuncios de burdeles. Los masturbadores, los clientes de las revistas y de los cines pornos. Los solitarios que deambulan por las salas de los museos o consultan en las bibliotecas cristianas y gratuitas. Los que tardan dos horas en tomar a sorbitos sus cafés en McDonald’s y miran tristemente por el ventanal. Los fracasados en el amor, el dinero y el trabajo y los que han tenido la desgracia de nacer en una familia pobre. Los jubilados que hacen cola en el supermercado, en la fila reservada a los que compran menos de cinco artículos. (…) Los homosexuales, unidos de dos en dos. Los adolescentes que se aman. Los pintores, los músicos, los escritores cuyas obras no compra nadie. La grande y aguerrida tribu de los fracasados, losers en inglés, en ruso nieudáchnicki. Vendrán todos, tomarán las armas, ocuparán una ciudad tras otra, destruirán los bancos, las oficinas, las editoriales y yo, Eduard Limonov, iré en la cabeza de la columna, y todos me reconocerían y me amarán“.

Al protofascismo de Limónov, de “la vida tal cual es“, de existencias de primera y de segunda categoría, y de la agitación ultranacionalista, Carrère le opone un sutra de Buda que define como la cumbre de la sabiduría: “el hombre que se considera superior, inferior o igual que otro hombre no comprende la realidad”.

Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Muy Bueno

PD: Quintin, ese crítico formidable, no comparte mi entusiasmo por esta novela. Sus reparos son inteligentes y atinados. Pinche aquí.

domingo, 5 de mayo de 2013

Hacia la boda

John Berger

Alfaguara. Novela, 187 páginas. Edición 2013


Aunque pueden leerse, distraídamente, algunos indicios en el primer capítulo, el lector no se percata hasta la página setenta y tres de qué va realmente el libro: del amor en tiempos del sida. John Berger quiso denunciar décadas atrás (la novela fue publicada por primera vez en 1995) la crueldad y estupidez del hombre de la calle que discrimina a un enfermo; así como la bajeza de quien contagia a sabiendas. El mensaje, como se sabe, es el elemento clave de la vasta producción de Berger, un artista esencial del siglo XX, aunque no de éste; tan discutible como comprometido, casi siempre atrayente.

Un griego invidente, una suerte de Homero, narra el calvario de Ninon, una chica francesa que ha pescado el HIV en un encuentro ocasional en la playa. En una especie de realidad paralela, Gino insiste en casarse con Ninon en un pueblito sobre la desembocadura del Po. El padre de la chica va a la boda desde Francia en motocicleta; su madre, desde Eslovaquia en ómnibus y barco. Son viajes filosóficos. Ambos son el humano ideal de Berger: el Homo Politicus, parco, sabio, militante, uno de esas personas “para quien los gestos manuales merecen más confianza que las palabras“; una especie de fanático bueno, capaz de sacrificarlo todo por la organización de un sindicato o la lucha contra la mentira y la opresión.

No es el mejor libro de Berger, mas se deja leer con placer y provecho. Hay momentos de intensa poética, metáforas vívidas del tipo: “el cielo tiene el color de una venda sobre una herida sangrante”; o “el terreno va perdiendo los repliegues como un mantel alisado por la mano de una anciana”. La prosa, urdida con fragmentos no siempre afortunados, contiene casi todos los tópicos bergerianos: reivindicación del artesanado, saltos temporales, voces del pueblo, naturaleza, pasión por el motociclismo y la danza, exageraciones y moralejas, loas al sexo “tan viejo como el mundo, don de Dios, bálsamo para el dolor, miel para el paladar, promesa eterna, recibimientos suaves como la seda”. Bien dicho. 

Guillermo Belcore

Calificación: Bueno


PD: En este blog, puedes encontrar reseñas entusiastas de otros libros de Berger (pincha aquí y aquí), pero también decepciones (pincha aquí y aquí).

viernes, 3 de mayo de 2013

El libro del primer cuatrimestre

El moscardón imaginario XXXVI

“Construye la estrategia de tu vida, sobre el supuesto de la animosidad del prójimo”.
Eduard Limonov

¿Es muy pronto para elegir el libro del año? Obvio. Este blog quiere señalar entonces la Gran Obra del Primer Cuatrimestre: Limónov de Emmanuel Carrère (editorial Anagrama, 397 páginas) merece largamente la corona de laurel. Nadie que se interese de verdad por la historia contemporánea de la áspera y atrayente Rusia puede ignorarla.

Después de que sea publicada en el diario La Prensa (domingo 11 de mayo), subiré la larga reseña que, gracias a Dios, me han encomendado. Baste por ahora anticipar algunos de los rasgos destacados de este libro cautivante de la primera a la última página. En primer lugar, es un ejemplo palmario de la maravillosa plasticidad de aquella forma literaria, relativamente moderna, que conocemos con el nombre de ‘novela’. Una biografía novelada es también novela. ¿No ficción? Yo creo que no. La imaginación cubre los huecos que deja la falta de información o va seleccionando los datos disponibles, unos en detrimento de otros. La verosimilitud es lo que cuenta en estos casos (¿Qué es la verdad, en todo caso?). Carrère hizo un trabajo formidable para vendernos a Eduard Limónov (foto) un escritor rabioso de segunda línea (y agitador político), cuya vida novelesca -en el sentido nietzscheano- “ha arrostado el riesgo de participar en la historia“. Una existencia aventurera que hace soñar a todos los chicos románticos de veinte años: “Ha querido vivir como un héroe y ha vivido como héroe”. La punkitud en toda su esplendor. Un raro protofascismo (a lo eslavo) que se puso siempre del lado de las minorías, excepto en los Balcanes. Interesante, ¿verdad?

En segundo lugar, el tema de fondo. La Rusia eterna y profunda, latiendo moribunda o vigorosa por debajo del ropaje soviético y postcomunista. Hay decenas de personajes seductores de carne y hueso, protagonistas de la sección Internacionales de los diarios. ¿Quieres nombres? Joseph Brodsky, Radovan Karadzic, Mijail Gorbachev, Vladimir Putin.

Tercero, el estilo. Es un libro bien escrito; la sensatez y perspicacia de Carrère corre pareja a su destreza narrativa. Naturalmente, usa técnicas y triquiñuelas de novelista. Me ha llamado la atención, entre otras cosas, la sintaxis. Hay muchas frases que siento la tentación de definirlas como de "construcción perfectas, si es que la perfección fuese posible en literatura. En resumen, una obra imperdible, si es que te interesan, claro, todas estas cosas fascinantes.

Guillermo Belcore