domingo, 31 de enero de 2016

La invocación y otras historias

"La excesiva preocupación por uno mismo vuelve loco a cualquiera".
M. John Harrison

“Es posible que el verdadero patrón de la vida no sea en absoluto evidente, sino que aceche debajo de la superficie de las cosas, semiescondido y sólo visible en ciertas condiciones excepcionales, y aun entonces sólo para el ojo entrenado“. La cita proviene de uno de los cuentos de Michael John Harrison (Rugby, 1945) que un sello local trajo a la Argentina para gozo de los cazadores de especies exóticas. Cuestionar los esquemas obvios del universo es una creencia que, por cierto, comparten los buenos escritores de ciencia ficción con los marxistas dogmáticos, los chiflados de las conspiraciones y algunos populistas influyentes de la Argentina.

Ese patrón borroso se manifiesta, por ejemplo, en la capacidad de un tal Lyall para producir entropía a su alrededor. ‘Cuesta abajo’ es el reino de la incidencia fortuita. Todo lo que toca la ira de este pobre diablo se desmorona, incluso un milenario sistema político o una antiquísima formación geológica. Sí. Hay ecos de las aventuras en Mulder y Scully en un relato inquietante, como casi todos los de ‘Las invocaciones y otras historias’ (Edhasa, 275 páginas).

Las curiosas tergiversaciones del mundo son la sal de una recopilación que recuerda también a Santiago Dabove: hay una mujer que se convierte en pájaro pues la biología molecular ha logrado insertar cromosomas aviarios dentro de las células cutáneas humanas (ten cuidado con lo que deseas, lector). Harrison, un narrador peculiar, revela en parte y de manera oblicua lo fantástico. Es éste el libro de las parejas misteriosas y de las obsesiones más raras aun. Aparecen ingleses insólitos, no pueden afrontar la madurez sin algún tipo de compañía.

En lo que al estilo se refiere, los textos son desparejos. No todos están bien escritos, pero se nota la ambición artística para elevar un género que solía ser visto como menor por los críticos tiquismiquis. De vez en cuando da la impresión de que Harrison es un gran adjetivador. De vez en cuando, aparecen crípticos y punzantes comentarios al margen. Y de tanto en tanto, seduce cierta poética de la degradación. El autor recrea caracteres ardientes como un niño afiebrado, con hiperestesia. O bien cultiva el miserabilísimo: personajes en proceso de descomposición avanzada o bien en estado de degradación absoluta, como ese escritor de cuarta categoría que en ‘La invocación’ se somete a un sórdido ritual para liberarse. Inglaterra la fea, otra novedad. Llegamos a lugares indescriptiblemente tristes, cubiertos de una capa grasosa de desesperanza y vejez. Es lógico, al fin y al cabo, si se piensa que el autor proviene de una gran nación decrépita, que ha dilapidado un imperio mundial.

No puede dejar de elogiarse también ‘Egnaro‘, la crónica de una obsesión destructiva (¿no lo son todas?). El capitán Ahab es aquí un vendedor de historietas que contagia su peste a un contador. Seres grises. ¿Qué es ‘Egnaro‘? "Es una país o una ciudad donde nunca estuviste; es un idioma desconocido. Al mismo tiempo es como ser cornudo o que se trame algo en su contra. Es parte del universo de hechos que nunca se revelarán del todo: una conspiración cuyo esbozo más básico, una vez visible, te irritará por siempre", leemos al comenzar el cuento que Harrison quiere que sea leído como metáfora de las mitologías occidentales (¡el maravilloso mundo de las grandes empresas!).

‘El gran dios Pan‘ es digno de mención también tanto por lo que muestra por lo que oculta. Los personajes (otro rasgo destacado del conjunto) se imponen sobre la imprecisa trama. Hay un oscuro rito que trajo consecuencias terribles a cuatro personas. Hay figuras alucinatorias en un pasadizo frente a la cocina. Hay una silueta perseguidora que no es un chico ni un enano, sino un poco las dos cosas con los ojos y el andar de un mono grande.

Pornografía y ciencia ficción son similares, conjetura el escritor. Las dos te proporcionan consuelo y sueños. Las dos te pudren el cerebro. Se revela otro dato importante: en el baño del Merrie England Café hay un espejo que comunica con un universo paralelo, que, sin embargo, retuerce de arcadas a los de este lado.
El volumen incluye un bonus track: esbozos de magníficas críticas literarias. La selección del crítico Matías Serra Bradford cumple su cometido, deja a uno con hambre de seguir leyendo al multipremiado M. John Harrison. Quien este escribe va ahora en procura de la novela Light, viaje extravagante a las estrellas.
Guillermo Belcore
 Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Bueno

martes, 26 de enero de 2016

Morir por pensar

"El pensamiento no es una opinión. Un sólo pensamiento puede ser verdadero contra 80 mil opiniones que concuerdan".
Milindapanha

Ilustres disciplinas se besan, copulan, se funden en el noveno volumen de Ultimo reino, la prestigiosa saga híbrida de Pascal Quignard (Verneul-sur-Avre, 1948) que el sello El  cuenco de Plata trajo a la Argentina. El filósofo cultiva la filología. Se regodea en el origen de las palabras (etimología), interpreta el papel de sociólogo e historiador, ensaya una genealogía de la curiosidad intelectual. El retórico juega a ser psicólogo. Todo en torno a un hecho misterioso, mágico,  diferenciador: el acto de pensar.

Treinta y seis capítulos cortos enriquecidos con el saber clásico examinan pues en profundidad la noesis (operación de pensar) y el noema (contenido de pensar). Quignard encuentra las ligazones más insólitas; entrelaza nociones y experiencias, traza parangones entre la voluptuosidad de la meditación y las de la cacería (pensar es olfatear la cosa nueva que surge en el aire circundante) y la excitación genital. El movimiento de pensar, escribió Lucrecio, es la alegría de naturaleza sexual (voluptas), acompañado de temblores que tienen algo de divino (horror).

Hay pasajes sublimes (sub-lime, lo más alto de la montaña antes del alba) como aquellos que narran la muerte de Socrates, el juicio a Apuleyo o la presencia de un daimon (se llamaría silfo) en nuestro bajo vientre,  junto al escroto, que extiende las imágenes que propician las fantasías masturbatorias (la petit morte que deviene de la punta de los dedos también es un producto del acto de pensar).

Hay, asimismo, como en toda meditación francesa párrafos oscuros,  aunque bellamente escritos,  meros juegos de palabras. Francia adora el calembour. No obstante,  tarde o temprano uno termina añorando un sorbo de claridad anglosajona. El éxtasis de la comprensión, al fin y al cabo,  es tan formidable como el éxtasis del lenguaje.

Quignard te advierte: pensar es tan placentero como riesgoso. El que piensa traiciona. Y esta librado a su suerte:

"El que piensa esta en paraíso. De eso no hay duda alguna. Pero en el paraíso está completamente sólo, desnudo, temblando con los dos pies mojados"

En el mejor de los casos, se trata de encontrar un modus vivendi entre pertenencia y extravío; en hallar una casa entre nacionalismo y errancia, conjetura el autor al final del libro. Pero no te hagas ilusiones. Pensar es "a riesgo de perder la estima de los suyos, a riesgo de abandonar el aroma humano, a riesgo de ser expulsado de su ciudad, de ser excomulgado, a morir en la soledad de una pieza de hostería". Pensar se torna una moral. Supone compartir el destino de Baruch Spinoza.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno


PD: Llegue a esta obra inspiradora gracias al consejo de una cultísima amiga de Twitter: @Queirosiana. Me lo prescribió como antídoto a mi decrépita anglofilia. He aquí pues la mejor recomedación de 2015.

domingo, 17 de enero de 2016

La herencia de la Madre

No parece descabellado pensar que, a esta altura, la familia infeliz ha degenerado en tópico literario. El lugar común, no obstante, tiene una condición misteriosa: cuando resulta atractivo permite descubrir a los buenos escritores. En efecto, el camino trillado florece en manos competentes, acaso porque llega el hueso de la condición humana. Recibir amor de los padres es una necesidad primordial, eterna; su carencia es una fuente constante de infelicidad en cualquier cultura.

Minae Mizumura (Tokio, 1951) explora el tema manido, según los patrones clásicos. Vuelve a comienzos del siglo XX, incluso. La herencia de la madre (Adriana Hildalgo editora, 453 páginas) fue publicada por primera vez por entregas, en uno de los diarios de mayor tirada de un Japón cuya ultramodernidad no quiere renunciar a la letra impresa que nos permite soñar. Como libro, es magnífico. Conmovedor y entretenido, desarrolla una historia que obliga a reflexionar sobre asuntos tan trascendentes como la crueldad de prolongar por medios artificiales la agonía de un ser querido, cuando ese cuerpo martirizado ya ha perdido, prácticamente, toda su dignidad. Qué tema, ¿no?

Los Katsura


La protagonista de la novela se llama Mitsuki Katsura, sufrida hija menor, casada con un hombre infiel, martirizada por su madre. Cargó toda su vida con el peso de la injusticia, pero como suele suceder con las personas con un gran sentido de la ética, siempre consideró que no tenía derecho a sentirse infeliz, a pesar de que las dos personas más importantes de su existencia son ponzoñosas, con un monstruoso egocentrismo. Las responsabilidades agobian a la mujer. Se siente una cincuentona miserable a punto de ser abandonada por una mujer joven. Su marido Tetsuo es un snob al que sólo le preocupa el ascenso social y las conquistas eróticas. La realidad no ha coincidido con los sueños de Mitsuki. Nunca se sintió amada como deseaba. Aunque no le ha faltado nada (incluso estudió en París), quedó atrapada en los hilos viscosos de la infelicidad.

La obra se divide en dos partes. En la primera, asistimos a la larga y dramática agonía de Madame Noriko, la inolvidable madre de Mitsuki. Una mujer con una energía arrolladora, que sometió a sus dos hijas a un trato tan asfixiante como desigual. Abandonó al marido enfermo por un hombre casado y más joven. Como Madame Bovary (ya volveremos sobre este punto), confundió las novelas con la vida real. Las hijas fueron sólo medios para cumplir sus sueños. Y hasta el último aliento, siguió incordiándolas. "Desde el fondo del corazón quise gritar: "Mamá cuándo te vas a morir", recuerda Mitsuki. Qué frase, ¿no? 

La muerte puede no ser algo rápido y sencillo, nos advierte la narradora. Sin embargo, llega, es inevitable. Justamente, la escena crucial del libro es el día en que se apaga la señora Noriko, entre tubos, médicos y enfermeras. Se nos hace un nudo en la garganta. Se nos fuerza a meditar sobre el hecho terrible de que, demasiado a menudo, la muerte de un ser querido es una forma de recuperar la libertad.

La segunda parte -también enriquecida con el recurso del flashback- transcurre en la localidad de Hakone frente al apacible lago Ashinoko. Mitsuki se recluye en un hotel para considerar su relación con Tetsuo. El fantasma de la madre la atormenta. Como otros huéspedes de estadía prologada, la señora es discretamente vigilada por el personal. Se la considera candidata al suicidio.

Japonesidad

La herencia de la madre es la segunda novela de Mizumura que el sello Adriana Hidalgo trae a la Argentina. La primera -Una novela real- es una verdadera obra maestra, que ha sido comparada incluso con Cumbres borrascosas. Hace siete años, este Suplemento recomendaba su lectura con toda convicción.

La prosa de Mizumura es un bálsamo. Suave, delicada, sin estridencias. Incluso agradable al tacto. El texto no carece de sentido poético y se enaltece con referencias clásicas tanto del Japón como de Occidente. A la autora, por cierto, le preocupa que la identidad nipona se haya diluido en ese magma chirle y omnipresente llamado ‘globalización’, por eso se esfuerza por rescatar tradiciones, como el uso del kimono. No obstante, como todo gran artista (especialmente aquéllos que han vivido en el extranjero), Mizumura tiene un espíritu cosmopolita. Le disgusta que en Extremo Oriente se rechacen otras culturas.

La japonesidad es otro valor añadido. Cuando la influencia cultural es poderosa (piénsese en Irlanda o en México, por ejemplo), el entorno cumple en el artista un papel similar a las influencias literarias. Encontramos aquí familias conectadas con sus ancestros, el peso de las convenciones sociales, especialmente la carga de ser mujer en una sociedad que muy lentamente se va desprendiendo de sus escamas falocéntricas. Una curiosidad encantadora: nipones de cierta edad tachan a los besos y caricias de “efusividad a la usanza occidental”.

Hay un juego metaliterario muy interesante. El folletín reflexiona sobre sí mismo. La propia Mitsuki llega a la conclusión de que le debe la vida a una novela por entregas, pues su abuela -una geisha comprada para el matrimonio por un potentado- abandonó a su marido por un hombre veinticuatro años más joven a causa de la tempestad que provocó en su alma la lectura de Demonio dorado, publicada en el diario Yumiuri. La abuela y la madre de la protagonista sufrieron de bovarismo (por Madame Bovary), es decir, confundían la realidad con la ficción. Es difícil culparlas. Desde el Quijote en adelante, la humanidad ha descubierto una verdad terrible: el mundo real parece insignificante comparado con el universo de las novelas.
Guillermo Belcore
 Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa. 
Calificación: Muy bueno 

sábado, 9 de enero de 2016

Ven desde los campos, padre

Es verdad que sobre los labrados muebles de las torres de marfil -pienso en Borges- se ha escrito magnífica poesía. Pero tengo la impresión de que la lírica desgarradora se fragua sólo en el fango de la vida, es decir que proviene de la sangre, el sudor o las lágrimas. Walt Whitman es un caso rotundo. Este hombre sencillo, de origen humilde y enorme corazón, escribió muchísimo mientras asistía -como voluntario- a los heridos de la Guerra de Secesión en los hospitales yankees. Vio en qué puede convertir a un ser humano la metralla y la pólvora y sintió la necesidad, visceral, de dejar testimonio. Entre ellos, el poema ‘Ven desde los campos padre’ (publicado en la colección Redobles de tambor) uno de los textos más conmovedores sobre los efectos prácticos de la guerra que he me ha tocado en suerte leer. Tropecé con él en un ensayo de John Keegan (pinche aquí) y se me ocurrió que no puedo dejar de compartirlo con los amigos de este blog.   


Ven desde los campos, padre


Por Walt Whitman

Ven desde los campos, padre; ha llegado una carta de nuestro hijo Pete;
Y ven hasta la puerta, madre -llego una carta de tu hijo querido.

He aquí que es otoño;
He aquí que los árboles, más hondamente verdes, más amarillos y rojos,
Orean y embellecen las aldeas de Ohio, agitando sus hojas al viento moderado;
Donde cuelgan en los huertos las manzanas maduras y las uvas en los viñedos emparrados;
(¿Puedes sentir el olor de las uvas en las viñas?
¿Puedes oler el trigo sarraceno, donde zumbaban hace poco las abejas?).

Sobre todo, he aquí el cielo, tan calmo, tan transparente tras la lluvia y con nubes maravillosas;
Debajo, también, todo en calma, todo vital y hermoso -y la granja prospera.

Allá en los campos todo va prosperando;
Pero ahora desde los campos ven, padre -acude a la llamada de la hija;
Y ven hasta la entrada, madre -hasta la puerta ven enseguida.
Tan rápido como puede, viene -un mal presagio- con pasos temblorosos;
No se detiene a alisarse el pelo, ni a ajustarse la cofia.

Ahora deprisa el sobre,
Oh está no es la letra de nuestro hijo, sin embargo su nombre aquí aparece;
Oh una mano extraña escribe por nuestro hijo querido -¡oh el alma asolada de la madre!
Todo flota delante de sus ojos -entre relámpagos negros- sólo acierta a oír las palabras esenciales;
Oraciones truncas -herida de bala en el pecho, escaramuza de caballería, llevado al hospital,
De momento débil, pero pronto estará mejor.

Ah, ahora, la única figura para mí,
En todo el populoso y rico Ohío, con todas sus ciudades y granjas,
Con rostro enfermizamente pálido, y la cabeza torpe, muy mareada,
Se apoya en la jamba de una puerta.

No te aflijas, madre querida, (dice entre sollozos la hija recién crecida;
Las hermanitas se abrazan en torno, mudas y consternadas;)
Mira, madre muy querida, la carta dice que Pete pronto estará mejor.

Ay, pobre muchacho, nunca estará mejor (y acaso tampoco necesitará estar mejor, alma valiente y sencilla)
Mientras ellos están parados ante la puerta, él ya está muerto;
El único hijo está muerto.

Pero la madre necesita estar mejor;
Con extrema delgadez, vestida ahora de negro;
No prueba por el día bocado -y por la noche duerme entre sobresaltos, despertándose a menudo,
Despertándose a medianoche, llorando, anhelando con un único y hondo anhelo,
Oh poder retirarse sin que nadie lo note -escaparse silenciosa y retirarse de la vida,
Para seguir, para buscar, para estar con su querido hijo muerto.

........


Come Up from the Fields Father


Come up from the fields father, here’s a letter from our Pete,
And come to the front door mother, here’s a letter from thy dear son.

Lo, ’tis autumn,
Lo, where the trees, deeper green, yellower and redder,
Cool and sweeten Ohio’s villages with leaves fluttering in the moderate wind,
Where apples ripe in the orchards hang and grapes on the trellis’d vines,   
(Smell you the smell of the grapes on the vines?
Smell you the buckwheat where the bees were lately buzzing?)

Above all, lo, the sky so calm, so transparent after the rain, and with wondrous clouds,   
Below too, all calm, all vital and beautiful, and the farm prospers well.

Down in the fields all prospers well,
But now from the fields come father, come at the daughter’s call,
And come to the entry mother, to the front door come right away.

Fast as she can she hurries, something ominous, her steps trembling,
She does not tarry to smooth her hair nor adjust her cap.

Open the envelope quickly,   
O this is not our son’s writing, yet his name is sign’d,
O a strange hand writes for our dear son, O stricken mother’s soul!
All swims before her eyes, flashes with black, she catches the main words only,
Sentences broken, gunshot wound in the breast, cavalry skirmish, taken to hospital,
At present low, but will soon be better.

Ah now the single figure to me,
Amid all teeming and wealthy Ohio with all its cities and farms,
Sickly white in the face and dull in the head, very faint,
By the jamb of a door leans.

Grieve not so, dear mother, (the just-grown daughter speaks through her sobs,
The little sisters huddle around speechless and dismay’d,)
See, dearest mother, the letter says Pete will soon be better.
Alas poor boy, he will never be better, (nor may-be needs to be better, that brave and simple soul,)
While they stand at home at the door he is dead already,
The only son is dead.

But the mother needs to be better,
She with thin form presently drest in black,
By day her meals untouch’d, then at night fitfully sleeping, often waking,
In the midnight waking, weeping, longing with one deep longing,   
O that she might withdraw unnoticed, silent from life escape and withdraw,

To follow, to seek, to be with her dear dead son.


domingo, 3 de enero de 2016

Don Camaleón va a la guerra

Hay que dejar la vanidad a los que no tienen otra cosa que exhibir, escribió Balzac. La frase es rigurosamente cierta para el caso de los faisanes dorados que han estragado las redes sociales y la narrativa argentina, pero no se aplica al Gran Camaleón italiano de la primera mitad del siglo XX. En efecto, la altivez es otro valor añadido a la producción periodística y literaria de Don Curzio Malaparte (1898-1957). Hasta resultan cómicas las mentiras que solía proferir para figurar y darse importancia. 

Queda evidente el concepto en una obra capital del escritor toscano que el sello Tusquets trajo a la Argentina: ‘El Volga nace en Europa’ (366 páginas), recopilación de crónicas que Malaparte escribió entre 1941 y 1943 desde el frente oriental. Por cierto, su verdadero nombre era Kurt Erich Suckert, pero cuando las musas lo convocaron eligió un seudónimo campanudo con el fin de evocar a Napoleón Bonaparte.

El libro tuvo tres versiones. Los artículos originales publicados en el ‘Corriere della Sera’; la edición de 1943 que fue la base de las primeras traducciones; y la definitiva de 1951. Sobrevivió a tres censuras. La de los nazis en la primera línea de batalla; la del régimen de Mussolini, en casa; y la del propio Curzio que después de la II Guerra quiso que lo reconocieran como una suerte de mártir del antifascismo y para ello retocó los textos, según descubrió su biógrafo Mauricio Serra (’Malaparte, vidas y leyendas‘, Tusquets, edición XX, pinche aquí). Tuvo suerte el cachafaz. Los bombardeos aliados habían pulverizado los archivos del ’Corriere’ y el almacén del editor Bompianti, donde yacía casi toda la primera edición, aún no distribuida.

Nos queda pues esta versión con un prólogo sublime, en el que Malaparte, genio y figura, llega a afirmar que el suyo fue el único juicio objetivo de un corresponsal de guerra sobre la agresión alemana a Rusia. También concluye que sólo puede comprender a la Unión Soviética quien carezca de prejuicios burgueses. Como él, por supuesto.


TECNICA OBRERA


La obra se divide en tres partes. La primera nos lleva a la alborada de la ’Operación Barbarroja’. A bordo de un enclenque Ford V8, Malaparte y su colega Lino Pellegrini irrumpen en tierra bolchevique desde Rumania. Siguen a una columna acorazada del XI Ejército del general Eugen Von Schobert por las llanuras polvorientas de la Besarabia (hoy Moldavia) y de Ucrania. Kiev es el objetivo. A nuestro experimentado héroe, siempre ataviado con su uniforme de capitán del 5to Regimiento de Alpinos, lo deslumbra el carácter técnico-industrial de la guerra moderna. Es como si las líneas de producción del Rühr, con sus acerías y metalúrgicas, se hubieran lanzado a marchar por los interminables trigales. Elogia al eficaz soldado-obrero (de los dos bandos). “¡Schnell!, ¡schnell!” es la consigna de todas las batallas alemanas y el secreto de su éxito. Malaparte era, por encima de cualquier consideración ideológica y moral, un observador inteligente y un espíritu libre. Lo corroboran sus libros.

En el segundo tramo de ’El Volga nace en Europa’ hay un cambio drástico de paisaje. Estamos cerca del Círculo Polar Artico, en el itsmo de Carelia. Malaparte retrata el asedio de Leningrado, visto desde la frontera de Finlandia, el más honorable de los aliados de Hitler. Hay capítulos gloriosos, como aquél titulado ’La sangre obrera’ que intenta desentrañar al ’homo sovieticus’, junto a Rusia (con su increíble capacidad de sufrir), las dos grandes obsesiones malaparteanas. Su delicada ambigüedad -otra de las virtudes de la prosa- permitió que en su día fuera leído por comunistas italianos, en el momento más desesperante de la guerra, como una señal, como el preludio del inexorable triunfo de Moscú sobre las bestias de Hitler (después de 1945, Malaparte inventó que lo había arrestado la Gestapo por su derrotismo y sus simpatías por el Ejército Rojo).

Véase la calidad de la escritura:


“El ejemplar humano creado por el comunismo siempre me ha llamado la atención. Lo que más me sorprende en Rusia no son sus logros sociales y técnicos, los aspectos externos de la sociedad colectiva, sino los aspectos internos, íntimos, el tipo de hombre, la ‘máquina humana’ que han creado veinte años de disciplina marxista, de stajanovismo, de rigor leninista. Me sorprende la violencia moral de los comunistas, su abstracción, su indiferencia al dolor y a la muerte”.

ALTO PERIODISMO

Lo más importante que el lector debe saber es que se trata de Alto Periodismo, una especie que, como lo prueba el último Premio Nóbel, roza la mejor literatura. “Con su parte inevitable de invención, es gran periodismo en el que el detalle nos permite ver el conjunto y la predilección por los insólito y lo tremendo no traiciona al realismo de la crónica”, juzgó Mauricio Serra.

 La fuerza de la composición de Malaparte no proviene sólo de su líbido narcisista, sino también del asombro. “Sólo la dimensión titánica del conflicto lo sacude y da impulso a toda la gama de su sensibilidad de escritor”, destaca el biógrafo. Otra cualidad: el italiano demuestra su capacidad para, en sus propias palabras, “abrir una ventana en el muro ciego y compacto de la guerra y mirar por ella el paisaje secreto que cada cual lleva dentro, un mundo sereno y puro”. Verbigracia: la visita a la casa-museo-tumba del gran pintor ruso Iliá Yemímovich Repin. 

El hecho sorprendente de que haya belleza incluso en las fauces del infierno también sorprendió a Henry Miller. En una carta que le envió a Malaparte, fechada el 28 de junio de 1948, el escritor estadounidense cubre de elogios al libro. “No conozco a ningún corresponsal que escriba en inglés que tenga su mirada poética”, establece. Y agrega: “Me ha recordado usted a Koestler, siempre en busca de experiencias que confirmen sus intuiciones. El escritor triunfa siempre sobre el pensador o el teórico”. Totalmente de acuerdo.

Cierra el tomo, la novela mediocre (prescindible, bah) ‘El sol está ciego’, en la que Malaparte plasma sus experiencias en la leve guerra alpina entre Italia y Francia de 1940.
Guillermo Belcore
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Bueno


PD: En este blog se ha recomendado otra obra esencial de Malaparte: 

viernes, 1 de enero de 2016

El sonámbulo amateur

José Luiz Passos

Edhasa. Novela, 263 páginas

A tenor de lo publicado en los diarios brasileños, José Luiz Passos (Catende, 1971) es una de las nuevas estrellas de las letras portuguesas. Estudioso de Machado de Assis, hace 18 años que Passos vive en Estados Unidos; es profesor de literatura brasileña y portuguesa en la Universidad de California en Berkeley. El sonámbulo amateu fue publicada en 2012 y desde entonces la novela conquistó tres premios literarios y el unánime aplauso de la crítica.

La historia tiene apariencia de memorias. Cuatro cuadernos y una carta final escritos como terapia por Jurandir, empleado de una tejeduría decadente que sufre un ataque de locura durante un viaje a Recife. Jurandir esta casado con Heloísa, su novia de la adolescencia, y es amante de Minie, una joven compañera de trabajo. Pero el hecho que definió su vida fue una tragedia; perdió a su hijo André a causa de un accidente en moto. Jurandir concluye en un loquero. Sus desvaríos son un chorro monótono.

El pernambucano Passos elude el llamado Nuevo regionalismo; y con la misma elegancia introduce lo político en el texto. La prosa es fría, demasiado pulcra quizás, pero con destellos de esa lucidez que proviene del cinismo y que delata la inteligencia de un narrador ("¿El amor es o no producto de la estupidez continua?'', nos enrostra por ejemplo). Esa perspicacia sobre la condición humana es lo mejor de una trama con larguísimos momentos de tedio.

Nota al pie. Por alguna razón los escritores suelen creer que la invención o transcripción de un sueño es un procedimiento que los lectores agradecen. Antes bien, es un ripio, una poesía pobre, un déficit creativo que en el noventa y nueve por ciento de los casos provoca fastidio o sopor. El profesor Passos ha hecho aquí una apuesta estratégica por lo onírico. No se aparta un palmo de la regla general. Abruman los sueños de Jurandir.

Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura de La Prensa

CALIFICACION: Regular