lunes, 27 de diciembre de 2021

Encrucijadas


¿Por qué no hay balsaquianos en la Argentina? Tenemos sí algunas novelas oceánicas aisladas como Las Varonesas de Carlos Catania y Pretérito Perfecto de Hugo Fuguet, tenemos a Saer y Laiseca, pero no ha engendrado la Patria un autor que de manera sistemática haya edificado una carrera profesional usando el procedimiento de Tolstoi y de Dickens que consiste en unir destino individual con el devenir de la sociedad. Alguien que, por ejemplo, narre la historia de una familia nacional por ochenta años, abuelos inmigrantes italianos, padres que prosperaron hasta los setenta, un nieto peronista en la universidad y en la guerrilla, el otro liberal en las finanzas, un primo en los Grupos de Tareas. ¿Será porque implica mucho trabajo?


Por fortuna, los amantes de la novela tradicional -un formato que nunca pasará de moda- encontramos al norte del Hemisferio literatos excelentes que nos satisfacen el gusto. Acaba de llegar a la Argentina, el más reciente trabajo de Jonathan Franzen (Western Springs 1959), una ambiciosa reconstrucción de la vida a comienzos de los setenta en un próspero suburbio de Chicago.


Encrucijadas (Salamandra, 630 páginas) es la primera parte de una trilogía. Es, acaso, la más completa, profunda y estimulante creatura de Franzen (mejor que Las correcciones, incluso); bien puede postularse como la novela del año. Uno simplemente puede abandonarse al goce la lectura.


Narra el autor las peripecias de los Hildebrandt. El paterfamilias es el reverendo Russ H., un paleto de Indiana, nacido menonita, que se ha transformado en clérigo progresista en la Primera Iglesia Reformada. Es un pacifista, un promotor de la justicia social, pero ha sufrido una crisis humillante en su trabajo y vive amargado por el hecho de que sólo ha practicado el sexo con su esposa Marion, a quien ya no encuentra deseable. ¡El pastor auxiliar de New Prospect está obsesionado con remediar esa carencia! Incluso al punto de poner en riesgo su carrera y convertirse en un ser despreciable a los ojos de sus hijos mayores. "Que fuera suya (la viuda pícara Frances Cottrell) incluso una sola vez, valdría cualquier precio que Dios le hiciera pagar luego", nos dice el narrador omnisciente.


Marion, la esposa del vicario y "madre sin atributos", tampoco es feliz. Hizo cosas deleznables en su juventud en California, estuvo encerrada en un manicomio y ahora sufre por su exceso de peso. Ha encontrado en el psicoanálisis un sucedáneo de la amistad y del confesionario (la religiosidad de los personajes es una de las claves del libro). Clem, el primogénito, está obsesionado con demostrar mayor valentía e integridad que su padre. Becky, la reina de la escuela secundaria, se convierte en esa clase de chicas que le roban el novio a otra. Perry, consumidor y traficante de drogas, opera a un nivel de racionalidad inaccesible para los demás. Jay es sólo un niño, pero parece el más sano de la familia. Uno no puede sino recordar el dictum de Sigmund Freud en El porvenir de una ilusión: "Piénsese en el contraste estristecedor que existe entre la inteligencia de un chico sano y la debilidad intelectual de un adulto medio''.


El título de la novela tiene un doble sentido. 'Encrucijadas' es un grupo parroquial caracterizado por sus aspavientos emocionales. Russ Hildebrant fue desplazado del timón por pánfilo y jamás se lo perdonó a su joven sucesor, el pastor Rick Ambrose. Estamos en 1971. La idea básica de la comunidad es que "Dios puede encontrarse en las relaciones, no en la liturgia y los rituales y el modo de adorarlo y acercarse a El parte de emular a Jesucristo en la relación con sus discípulos, practicando la honestidad, la  confrontación y el amor incondicional".


Pero también alude el título a las encrucijadas que enfrentan los Hildebrandt a lo largo de su existencia. ¡Los dilemas morales son el núcleo incandescente de la trama! No sólo es una novela magnífica que medita sobre cuestiones teológicas (la existencia del alma, la naturaleza de la bondad, el verdadero mensaje de la Navidad). También reflexiona Franzen sobre la Alta Filosofía de Albert Camus; en particular sobre la necesidad de ejercer la libertad moral. Cuestiona, no obstante, que exista una conciencia unitaria que delibera objetivamente sobre las opciones que encuentra sobre la mesa. Fuerzas oscuras y abismales distorsionan la acción humana.


Sea como sea, nos encontramos en el texto con un infrecuente nivel de espiritualidad y pensamiento elevado. Es una de sus glorias. Cuestiones más pedestres urden un clima de suspenso: ¿yacerá finalmente el torpe pastor Hildebrandt con esa rubia encantadora de los barrios residenciales que le ha sorbido el seso? ¿Qué consecuencias traerá el adulterio? Esas dos simples preguntas atrapan nuestra atención durante cientos de páginas.


Sin ser un gran estilista (aunque encontramos algunas metáforas coloridas), Franzen narra historias con una magnífica soltura. Demuestra además un brillante manejo de la escena y el diálogo. La traducción de Eugenia Vázquez Nacarino es competente, no arruina la erótica de la obra, pero el lector argentino deberá soportar esos feos coloquialismos de la Madre Patria. Uno se entera, por ejemplo, que "...echaron la pota sobre la nieve del jardín trasero..." quiere decir que habían vomitado. ¿Qué podemos hacer? La Argentina es hoy un arrabal pobre de la iberósfera.


Ha establecido Marcel Schwob que el arte del novelista consiste en convertir en interesante la vida de cualquier funambulero. Franzen lo logra con creces en Encrucijadas. Es el mejor sociólogo -al decir de jean Francois Revel-, "aquél que da la impresión de no hacer sociología". Resultan fascinantes pues las andanzas de un menesteroso párroco auxiliar, de su mujer y de sus cuatro hijos. Esperamos con ansias el segundo tomo que se ambientará -según deslizó el autor- en el año 2000. 

Guillermo Belcore

Calificación: Excelente

domingo, 5 de diciembre de 2021

Notas al pie




En la página veintiséis de su última novela, Alejandro Dolina (Morse, 1944) medita sobre el primer principio de Hipócrates (Ars longa, vita brevis):

"¿Cuánto se tarda en leer un libro? ¿Cuánto esfuerzo demanda hacer un trabajo de crítica acerca de algo que no forma parte de nuestros intereses? Leer un libro es no leer otro. Los lectores no inmortales podrán acceder al cabo de su vida a un número limitado de obras. Eso debería ser una advertencia para que uno elija bien. Leer El caso nueve dedos de la colección Rastros es -tal vez- no leer El retrato de Dorian Grey".

Un párrafo impecable, ¿no? Pero nos fuerza a preguntarnos: ¿Para quién es Notas al pie (Planeta, 468 páginas)? ¿Por qué deberíamos leer o pasar por alto la novela más reciente del señor Dolina?

Por supuesto, es un producto absolutamente recomendable para la legión de admiradores del demiurgo del Angel Gris. Desde los adorables cuentos que publicaba en la revista Humor allá por los ochenta, el señor Dolina no se ha movido un centímetro hacia arriba o hacia abajo. A los setenta y siete años, ofrece la misma singular ensalada de erudición bien y mal digerida, filosofía en clave atorrante, cierto tono engolado, coloquialismo, humor del absurdo, prodigios al por mayor, guiños a sus amistades. ¿Es esto Alta Literatura? Lo cierto es que uno lo lee y no puede quitarse de la cabeza la voz del showman de La venganza será terrible, su legendario programa de radio.

Es posible que el Dolina literato se autodescriba en la página dieciseis:

"...Morozov tenía dificultades para escribir y sólo podía construir fragmentos. Alrededor de esa imposibilidad fue desarrollando una ética y una estética de la sinécdoque y por cierto que los resultados fueron muy superiores a los que cabría esperar de sus obras terminadas... Morozov nunca escribió una obra extensa. Sus libros tienden más bien a reunir textos provenientes de momentos y propósitos distintos. Cada tanto, con la inspiración jadeante llegaba al final de un cuento. Sus obras de teatro, que nunca fracasaban, contaban siempre con un coautor, visible u oculto..."

Los que no pertenecen a la extensa feligresía doliniana encontrarán básicamente un libro que se torna tedioso, aunque con algunos fragmentos muy buenos. El autor juega a ser el Borges de Historia universal de la infamia, pero no le da la talla. Abundan las cacofonías y se inflige al lector de fuste una interminable retahíla de anécdotas extravagantes, la mayoría flojas.

La carpintería no es complicada. Se trata de la reproducción de los textos póstumos del escritor Vidal Morozov, comentados por su discípulo Franco De Robertis, quien, precisamente, no muestra la minuciosa devoción que James Boswell tributaba al doctor Samuel Johnson.

A los cuentos de Morozov y los comentarios al pie de De Robertis se añaden "Papeles Sueltos" y trozos de "la película de Laslo Martok con textos de Morozov", en la que intervienen alumnos de la escuela San Ginés (¿el compañero ex ministro?). Nada especial.

La clave artística del señor Dolina es la llamada fe poética (quizás también de sus convicciones ideológicas). Recorren el libros íncubos, magos, alfombras voladores, sillas del olvido, sabios chinos, ciudades semovientes como La Plata que casi choca con Buenos Aires y termina perdiéndose en el océano. La acumulación caótica busca, naturalmente, provocar asombro. Comparte escenario con amores contrariados, otra especialidad de la casa.

VIRTUD SUPREMA

La voluntad de creer es, en efecto, la virtud suprema para el señor Dolina. Podría decirse que la suspensión de la incredulidad (dentro de ciertos límites de la verosimilitud) es pertinente en el terreno de la literatura, pero en la vida real -sobre todo en el ámbito de la política- creer contra toda evidencia ha llevado a la Argentina al fondo de la abyección.

Volvamos a Hipócrates. Notas al pie también podría recomendarse al lector primerizo, adolescente incluso. El lector experimentado, el buscador de densidades formales y temáticas, se verá defraudado, le resultará arduo llegar al punto final. Y como dice el maestro Dolina, leer un libro mediocre es no leer una novela excelente.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento Cultura de La Prensa

Calificación: Regular