domingo, 5 de diciembre de 2021

Notas al pie




En la página veintiséis de su última novela, Alejandro Dolina (Morse, 1944) medita sobre el primer principio de Hipócrates (Ars longa, vita brevis):

"¿Cuánto se tarda en leer un libro? ¿Cuánto esfuerzo demanda hacer un trabajo de crítica acerca de algo que no forma parte de nuestros intereses? Leer un libro es no leer otro. Los lectores no inmortales podrán acceder al cabo de su vida a un número limitado de obras. Eso debería ser una advertencia para que uno elija bien. Leer El caso nueve dedos de la colección Rastros es -tal vez- no leer El retrato de Dorian Grey".

Un párrafo impecable, ¿no? Pero nos fuerza a preguntarnos: ¿Para quién es Notas al pie (Planeta, 468 páginas)? ¿Por qué deberíamos leer o pasar por alto la novela más reciente del señor Dolina?

Por supuesto, es un producto absolutamente recomendable para la legión de admiradores del demiurgo del Angel Gris. Desde los adorables cuentos que publicaba en la revista Humor allá por los ochenta, el señor Dolina no se ha movido un centímetro hacia arriba o hacia abajo. A los setenta y siete años, ofrece la misma singular ensalada de erudición bien y mal digerida, filosofía en clave atorrante, cierto tono engolado, coloquialismo, humor del absurdo, prodigios al por mayor, guiños a sus amistades. ¿Es esto Alta Literatura? Lo cierto es que uno lo lee y no puede quitarse de la cabeza la voz del showman de La venganza será terrible, su legendario programa de radio.

Es posible que el Dolina literato se autodescriba en la página dieciseis:

"...Morozov tenía dificultades para escribir y sólo podía construir fragmentos. Alrededor de esa imposibilidad fue desarrollando una ética y una estética de la sinécdoque y por cierto que los resultados fueron muy superiores a los que cabría esperar de sus obras terminadas... Morozov nunca escribió una obra extensa. Sus libros tienden más bien a reunir textos provenientes de momentos y propósitos distintos. Cada tanto, con la inspiración jadeante llegaba al final de un cuento. Sus obras de teatro, que nunca fracasaban, contaban siempre con un coautor, visible u oculto..."

Los que no pertenecen a la extensa feligresía doliniana encontrarán básicamente un libro que se torna tedioso, aunque con algunos fragmentos muy buenos. El autor juega a ser el Borges de Historia universal de la infamia, pero no le da la talla. Abundan las cacofonías y se inflige al lector de fuste una interminable retahíla de anécdotas extravagantes, la mayoría flojas.

La carpintería no es complicada. Se trata de la reproducción de los textos póstumos del escritor Vidal Morozov, comentados por su discípulo Franco De Robertis, quien, precisamente, no muestra la minuciosa devoción que James Boswell tributaba al doctor Samuel Johnson.

A los cuentos de Morozov y los comentarios al pie de De Robertis se añaden "Papeles Sueltos" y trozos de "la película de Laslo Martok con textos de Morozov", en la que intervienen alumnos de la escuela San Ginés (¿el compañero ex ministro?). Nada especial.

La clave artística del señor Dolina es la llamada fe poética (quizás también de sus convicciones ideológicas). Recorren el libros íncubos, magos, alfombras voladores, sillas del olvido, sabios chinos, ciudades semovientes como La Plata que casi choca con Buenos Aires y termina perdiéndose en el océano. La acumulación caótica busca, naturalmente, provocar asombro. Comparte escenario con amores contrariados, otra especialidad de la casa.

VIRTUD SUPREMA

La voluntad de creer es, en efecto, la virtud suprema para el señor Dolina. Podría decirse que la suspensión de la incredulidad (dentro de ciertos límites de la verosimilitud) es pertinente en el terreno de la literatura, pero en la vida real -sobre todo en el ámbito de la política- creer contra toda evidencia ha llevado a la Argentina al fondo de la abyección.

Volvamos a Hipócrates. Notas al pie también podría recomendarse al lector primerizo, adolescente incluso. El lector experimentado, el buscador de densidades formales y temáticas, se verá defraudado, le resultará arduo llegar al punto final. Y como dice el maestro Dolina, leer un libro mediocre es no leer una novela excelente.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento Cultura de La Prensa

Calificación: Regular

1 comentario:

Unknown dijo...

Hace unos años quise leer las Crónicas del Angel Gris y no llegue ni a la mitad, me resultó soporifero, al menos para mi esa extraña mezcla de querer jugar a ser Borges (sin dar la talla) con esa filosofia rea y callejera no termina de cuajar....