domingo, 27 de marzo de 2011

Detroit 187

Leo en el Censo 2010 de Estados Unidos un dato interesante. Entre los cincuenta distritos, hubo uno solo donde se produjo una reducción neta de la cantidad de habitantes durante la última década. 
El despoblamiento de Michigan está relacionado, naturalmente, con la desintegración de uno de los símbolos del poder estadounidense, la industria automotriz. La deriva de Ford, General Motor y Chrysler (y de sus proveedores) ha devastado especialmente a la capital del estado, Detroit, acaso la más tercermundista de las urbes al norte del Río Bravo. 

Allí, la actual recesión se ha convertido en una depresión pura y dura. El desempleo galopa al 20 por ciento, uno de cada tres ciudadanos es pobre, se venden casas a 5.000 dólares en barrios fantasmas, atormentados por las drogas y la violencia. Detroit es conocida hoy como “la ciudad de los asesinatos”. La burguesía blanca ha huido hace tiempo; la corrupción política no es desconocida y el teatro municipal se ha convertido en estacionamiento. Qué mejor escenario para ambientar una serie policial, en clave de realismo sórdido como The Wire, ¿no es cierto? 

Bueno, ya lo han hecho. Hoy vengo a elogiar Detroit 187, mi nuevo juguete nocturno. ¡Qué reflejos exhibe la industria cultural americana! Es el hígado de la nación, sirve para digerir lo peor. Ahora, la cadena ABC retrata la decadencia de una gran ciudad con la excelencia técnica y la fidelidad al tópico que caracteriza a uno de los formatos narrativos más proteicos y eficaces de nuestra era. 

El teledrama involucra la División Homicidios de la policía local. “Somos la última línea de montaje de Detroit”, se ufana el detective Louis Fitch, protagonizado por una estrella en ascenso de nariz prominente, Michael Imperioli (¿recuerdan a Christopher Moltisanti, el sobrino de Tony Soprano?). Fitch es brillante, misterioso y acomplejado a lo Dr. House, pero tiene empatía con las víctimas. Si debe reprobar a un compañero usa el teléfono celular aunque estén en la misma habitación. 

El personaje más fascinante, empero, es la propia ciudad. Los casos son atractivos y verosímiles; los caracteres, nítidos; la música, poderosa (saca provecho a Motown, otra de las viejas glorias de la ciudad). El telón de fondo recuerda al conurbano bonaerense -mi fatherland-, otra colmena humana que ha conocido mejores tiempos, envilecida también por el odio, la ira y la codicia. 

La serie tiene incluso un toque paródico muy estimulante. El recurso del falso documental y la cámara flotante le agrega vértigo y agilidad. Después de disfrutar cinco capítulos, me atrevo a recomendarlo con toda convicción, se trata de un entretenimiento ideal para el aficionado a la novela negra. Por cierto, me apunto en la libreta averiguar mañana cómo ha procesado la literatura estadounidense el sangriento ocaso de Detroit. 

Guillermo Belcore 

  PD: Insisto, hay crímenes que parecen sacados de las páginas policiales de los diarios de la Argentina. Aquí, amigos, está el trailer.

martes, 22 de marzo de 2011

Matrioska

Gilda Manso
Malas palabras. Cuentos, 152 páginas

“Los humanos prefieren lo sugerente a lo evidente, en especial los humanos que se introducen en el habitáculo de una adivina“.
Gilda Manso

El presente volumen integra una edición limitada de trescientos ejemplares. Trae fotos de la autora en la tapa, contratapa, retiración de tapa y retiración de contratapa. ¿Egocentrismo? No, una joven promesa de la literatura nacional que intenta darse a conocer. Realmente, no necesita el artificio. El libro vale por sí mismo, ha sido forjado con breverías muy seductoras.

Gilda Manso (Buenos Aires, 1983) exhibe una imaginación prolífica y sutil. Tiene un dejo de Cortazar y, en tren de buscar parecidos, uno podría citar también a Samanta Schweblin. ¿Influencia o espíritu de la época? Manso trabaja con esmero la alegoría, la elipsis, el simbolismo, la fábula y la literatura fantástica. De la prosa puede decirse que aún no ha alcanzado su mejor momento pero da la impresión que no tardará en hacerlo. Usa correctamente los registros del habla popular.

Matrioska incluye cuentos, minicuentos y microcuentos. Muy poquitos resultan pueriles; la mayoría son tan suaves que hasta un niño puede disfrutarlos. Los obvios pueden contarse con los dedos de la mano. Abundan aquellos que nos sorprenden con el giro del último renglón o con la inversión del sentido. Hay decenas de ocurrencias. Se nos revela que los coleccionistas son seres siniestros, que la metamorfosis es la expresión suprema de la rebelión contra la violencia, que quizás la Tierra sea el infierno que nos han deparado, que los marcianos gustan del sexo sin protección. Resulta que el Edén tiene una entrada en el escote de Mónica.

A modo de ejemplo de ingeniosidad, se resume un argumento: un perro ladra en la ventana de un hombre a las cinco menos cuarto de la mañana, todos los santos días. El fulano siente una rabia infinita; podría convertirse en homicida otra vez, como hace treinta años cuando liquidó a un pibe. Una noche se hartó. Cuando el chucho comenzó a ladrar, irrumpió en la vereda con su nueve milímetros. No había nadie.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Bueno

domingo, 20 de marzo de 2011

Autobiografía de Irene

Silvina Ocampo
Lumen. Cuentos, 189 páginas.

“No hay distinción en la faz de nuestras experiencias; algunas son vívidas, otras opacas; algunas agradables, otras son una agonía para el recuerdo; pero no hay cómo saber cuáles fueron sueños y cuáles realidad”.
Silvina Ocampo

Sostiene el indispensable Diccionario de Autores Latinoamericanos de César Aira que Silvina Ocampo (1903-1993) fue una de las mejores y más originales cuentistas del castellano. Esta feliz reimpresión confirma la sentencia. La hermana menor de Victoria -la mujer de Adolfo Bioy Casares- tenía una imaginación extraordinaria, una inteligencia prodigiosa y un estilo depuradísimo que rinde tributo a Jorge Luis Borges a través del léxico, de ciertas expresiones, del cultivo de la paradoja, del recurso de la fuente apócrifa o la cita erudita y de la evanescencia de los límites entre sueño y realidad. Acaso Silvina ansiaba secretamente en 1946 la aprobación artística del autor de El Alep.

El volumen, de muy grata lectura, incluye una nouvelle memorable. Los impostores rescribe el misterio del desdoblamiento del yo, en clave de literatura pampeana. Un oportuna nota al texto nos anoticia de su deuda con Le Voyageur sur la terre (1927) de Julian Green. Está tan bien escrito que en un momento el lector se pierde en la espesura y ya no puede estar seguro de lo que es existencia y de lo que es alucinación. El texto capturó la atención de varias cineastas; se incluye un argumento cinematográfico que Silvina preparó para Leopoldo Torre Nilson.

Pero no es la única lindeza del libro. La autobiografía de Irene concibe a una mujer que es el reverso de Funes, el memorioso. Ve el futuro (nada nunca le es nuevo) pero es incapaz de atesorar recuerdos. Recobra esa facultad el día de su muerte. La red, cuento que también ha sido filmado, da cuenta de la venganza de una mariposa, convertida en un pequeño monstruo espectral con espantosa cara humana. ¿O acaso todo era fruto de la imaginación calenturienta de la señorita Keng-su? En Fragmentos del libro invisible, el lirismo de Silvina imagina cómo es en verdad el paraíso. En Epitafio romano ofrece tres finales a la carta para la celosa venganza de un patricio. El misterio, la belleza, la locura y la erudición rigen cada uno de los textos.

Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Muy bueno

PD: Dice también la magnífica enciclopedia aireana de Silvina Ocampo que “aunque vivió rodeada de escritores (su marido Adolfo Bioy Casares, Borges, Bianco, Wilcock, su hermana Victoria) no hay influencia de ninguno de ellos en su obra”. Me parece que la definición no es correcta. Insisto, la influencia de Borges es notoria en la prosa de Silvina. Obsérvese el estilo de este párrafo cristalino:

“Oscuros cipreses, un puente de madera al pie del monte Aventino, el cielo más azul sobre las aguas del Tíber, desconocidas casas plebeyas (sin la redención de los patios), organizaban, perfeccionaban, el atormentado secreto de un caballero romano”.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Psicosis II

Robert Bloch
La factoría de ideas. Novela, 278 páginas. Edición 2010

Segundas partes nunca fueron buenas, dice la sabiduría popular (con la excepción notable de las sagas de El Padrino y de Star Trek). Por sugerencia de su agente, el señor Robert Bloch (1917-1994) escribió en el invierno de su vida la secuela del libro que le había otorgado fama después de que un tal Alfred Hitchcock pusiera sus sabios dedos sobre él. Bloch tuvo una larga y fecunda carrera como autor de obras de terror y ciencia ficción en la respetabilísima clase B, y como guionista del cine y la televisión. Fue colaborador, incluso, del maestro H. P. Lovecraft. ¿Qué necesidad tenía entonces de agregar una novela mediocre a las atestados anaqueles de la literatura universal?, me pregunto a treinta años de distancia. El libro, no obstante, se vendió bastante bien en 1982.

Debe aclararse a los cinéfilos que la trama nada tiene que ver con la película homónima. Aquí, el señor Bloch imagina que, después de largos años de inútil terapia, Norman Bates huye del neuropsiquiátrico donde fue confinado por la ley disfrazado de monja. En las primeras noventa páginas, comete, al parecer, cinco homicidios. Se las arregla para hacerle crear a las necias autoridades que está muerto, pero el doctor Adam Claiborne -el bueno de la película, perdón del libro- lo persigue hasta Hollywood donde se está filmando la historia de la vida de Bates.

La novela tiene el leve encanto y las férreas limitaciones del tópico, fue confeccionada con decenas de retazos de lugares comunes. No se priva del melodrama ni del parlamento declamatorio. Ofrece una psicología de pacotilla y apela al estereotipo: en el mismo saco encierra al productor ambicioso y casi en la ruina, al escritor neurótico, al psiquiatra bocazas, la rubia tontuela, al loco del director y a su actor fetiche de capa caída. Lo mejor de todo es que incluye información de primera mano sobre el mundo de las películas, incluso las porno. Puede que resulte de interés para aquellos lectores aficionados a los entretenimientos simples, la prosa de bajo vuelo, los filmes de escaso presupuesto, el fútbol del ascenso. La historia no deja de ser atrapante, pero por momentos (sólo por momentos); con un final a lo Agatha Christie. Un digno e innecesario representante del kitsch.
Guillermo Belcore

Calificación: Regular

PD: He tropezado con un dato interesante. Robert Bloch fue el autor de los episodios What are little girls made of? (1966), Catspaw (1967), Wolf in the fold (1967) de la versión original de Viaje a las estrellas, la del capitán Kirk. Esta noche los veré en Series Yonkis.

sábado, 5 de marzo de 2011

Leyendas de pasión

Jim Harrison
Del Nuevo Extremo. 286 páginas. Edición 2010.


“Ninguno sabe cuándo está vencido. Perder una mujer no es estar vencido, es simplemente perder una mujer. Le pasa a todo el mundo”.
Jim Harrison

Este libro, publicado por primera vez en 1978, contiene tres novelas cortas, dos de ellas magníficas, las cuales fueron llevadas al cine y dieron fama a un autor que, en realidad, merecía ser conocido por sus cualidades literarias. Pero el personaje Jim Harrison (Michigan 1937) es tan cautivante como su obra. Es un sibarita legendario (ha tenido el físico de un luchador de sumo y los bigotes de Pancho Villa) que escribió poemas, ensayos, novelas y cuentos, sin embargo se considera a sí mismo un poeta en primerísimo lugar. Ganó mucho dinero escribiendo guiones para Hollywood y lo gasto en comilonas. Se ha comparado a su narrativa con la de Conrad y la de Hemingway, aunque en Leyendas de pasión la prosa rinde un sentido homenaje a Gabriel García Márquez. Esta bien. Como señala la “teoría de las influencias” toda libro trascendente lee a uno o más textos precursores, aunque de manera errónea.

La primera nouvelle se titula ‘Venganza‘. Cochran, un piloto de guerra retirado, se enamora perdidamente de la esposa de un magnate de las drogas mexicano, circunstancia que nunca es recomendable para la salud. En el segundo texto, un tiburón de los negocios sufre la crisis de los cuarenta. ¿Y si todo lo que he hecho en mi vida hubiera sido un completo error?, se pregunta, ¿Nos está realmente permitido comenzar de nuevo?, se nos plantea. Finalmente, en ’Leyendas de otoño’, aparece uno de los personajes más fascinantes de la literatura moderna: Tristán Ludlow, el último de los proscriptos de Montana. Un editor sentenció que si la novelita hubiera tenido cuatrocientas páginas más, Harrison hubiera ganado una fortuna. Harrison le respondió que la novela se alarga en la mente de los lectores.

El estilo de Jim Harrison es sobresaliente. Pertenece al linaje de los escritores de la palabra justa, la expresión elegante, el giro cómplice. Seduce la voz en off del narrador. Tiene tendencia a acuñar sentencias inteligentes, como ésta: “la vida es sólo lo que uno hace cada día”. O mejor: “el lenguaje es un instrumento del corazón, no algo con que aporrear a la gente”. Las tres historias comercian con el melodrama y la novela de aventuras, y salen airosas del trance. Los personajes resultan siempre interesantes porque persiguen algo que el dinero no puede comprar. Estamos, pues, ante un libro muy recomendable.
Guillermo Belcore


PD: Puede leerse una magnífica entrevista a Harrison en The Paris Review. Pinche aquí.

PD II: ¿Soy muy obvio si postulo que la banda sonido de Venganza es este tema conmovedor de Percy Sledge?

miércoles, 2 de marzo de 2011

La lechuza y Silvina Ocampo

Las agencias de noticias informan hoy que la lechuza que fue pateada -porque se le dio la gana- por el defensor panameño Luis Moreno, del Deportivo Pereira, durante un partido de la liga colombiana entre su equipo y el Atlético Junior, murió, tras entrar en estado de shock. Moreno, a quien supongo bien alimentado, perpetró un crimen ante los ojos de la Naturaleza que ningún mamífero con el estómago lleno se animaría a consumar. No significa que los animales sean mejores que nosotros (¿o sí?), quiere decir que el ser humano es un bípedo defectuoso, malévolo y peligrosísimo, a pesar de las consoladoras fantasías de los roussonianos.

Acabo de leer un párrafo magnífico de Silvina Ocampo que puede que venga a cuento. Ya hablaré más adelante de las cualidades literarias de Autobiografía de Irene, una recopilación de relatos breves que data de 1946. Me gustaría, mientras tanto, compartir este ecologismo de espléndida retórica:


“¿No la oyen ustedes? Las flores y todos los elementos que componen la naturaleza tienen voces sutiles. El espacio está tejido por estas voces. El silencio jamás es absoluto. En las noches más profundas oímos siempre un murmullo lejano, revelador de una suma de infinitesimales voces: todos los pensamientos que se formulan en el mundo vibran en esas voces. En una piedra podemos oír, si escuchamos con atención, el trayecto del tiempo; en el ruido de la lluvia podemos oír a las mujeres de la antigüedad elaborar secretos; en el estruendo de las olas que se elevan en los mares podemos oír la aclaración de algunos hechos históricos; ciertas alondras nos traen anuncios del futuro más próximo. Si ustedes no se dignan oír estas voces, ¿cómo podría un dios oír las vuestras?”.
Silvina Ocampo

martes, 1 de marzo de 2011

Escrituras mínimas

Diario de un lector apasionado XIX

Ciudad de Buenos Aires, Gurruchaga 1450, 1.30 PM

Estoy en Baraka, uno de mis lugares favoritos, sobre todo por la magnífica panera, la atención esmerada y la delicadeza de no cobrar cubierto. Estoy sentado junto a un luminosa ventana, afuera el calor del mediodía se encuentra en todo su apogeo. Me traen un café con leche y un sándwich de salmón ahumado, queso brie y rúcula. ¡Qué delicia!

He estado meditando, sin alcanzar ninguna conclusión, respecto a la conveniencia de incluir en esta bitácora las experiencias de lecturas fallidas. Son demasiados, a lo largo del año, los libros que empiezo, henchido de jugosas expectativas, y luego no consigo llegar al final. Qué digo, no logro pasar de la página cincuenta, la frontera que suelo fijar para la seducción narrativa. ¿Deberé mencionarlos? Como advertencia, digo. ¿Hay alguien que pueda interesarse por el desencanto de un tiquismiquis arrogante? Apuesto a que no.

La reflexión emerge después de abordar una novelita argentina, ganadora de un certamen literario, que entre otros elementos objetables supone que el procedimiento de generar asco en el lector debe ser la espina dorsal de la trama. No diré más, quizás la culpa sea de mi estómago delicado, pero añadiré que con la obra en cuestión alcancé muy pronto el punto en que siento que estoy perdiendo el tiempo. Y una vez que arribo allí, me cuesta horrores seguir leyendo. Para colmo, Silvina Ocampo y Vargas Llosa me están esperando en la mesita de luz.

El libro fallido (desde mi punto de vista) me permitió redondear un concepto que me viene dando vueltas en la cabeza. Hoy, la principal corriente narrativa de la Argentina, la que conquista premios dudosos e interesa a las editoriales grandes, medianas y pequeñas, la más celebrada en los suplementos literarios -que deberían ser el lugar por excelencia de la crítica sin compromisos ni esnobismo- es aquélla que puede definírsela como Escrituras mínimas. Con muy poquita cosa se forja una novelita, una nouvelle, un cuento torpemente alargado. Sus señas de identidad son rotundas: capitulitos cortados sin ton ni son, ausencia de densidades temáticas o estilísticas, personajes fácilmente olvidables, adscripción a una teoría en boga, empaque bienpensante, desesperación por parecer modernos o, incluso, posmodernos. ¿Hace falta repetirlo? Su pecado primordial es la falta de ambición. Consagran la ley del mínimo esfuerzo (y no me refiero, claro está, a las dimensiones). Estoy casi seguro de que este brazo caudaloso no conduce sino a un pantano estéril y vano donde nunca podrá florecer el arte. ¿Cuántas de estas menudencias serán recordadas o reimpresas dentro de treinta o cincuenta años?, me pregunto mirando a dos rubias despampanantes que acaban de entrar. El bueno de Harold Bloom definiría a la modalidad argentina con el mote de “literatura de época”; en el mejor de los casos, un agradable entretenimiento, añadiría desdeñoso.

Yo -como cantaba Calamaro- soy un loco/ que se dio cuenta/ de que el tiempo/ es muy poco. Para mí, las Escrituras mínimas son una absurda manera de dilapidar las escasas horas en las que no estamos trabajando, amando, sufriendo o descansando. Es mentira que no se escriban hoy en día grandes novelas, cuentos extraordinarios, ensayos esclarecedores (además siempre tendremos las espléndidas reimpresiones). No es verdad que no existan las jerarquías literarias. La llama de la Alta Literatura sigue convocando.
Guillermo Belcore