sábado, 16 de febrero de 2019

La sociedad de los soñadores involuntarios

De Angola sólo tuvimos noticias los argentinos por el delirante viaje de negocios de la anterior presidenta y su agresivo secretario de Comercio. Fue en 2012, otra época. Casi siete años después, llega del país lusófono una novedad agradable: la novela más reciente de una gloria de la llamada nueva literatura africana, José Eduardo Agualusa (Huambo, 1960), gracias al aporte del Instituto Camoes de Cooperación y Lenguaje de Portugal y del buen criterio de un sello argentino.

La sociedad de los soñadores involuntarios (286 páginas, Edhasa) explora y explota uno de los misterios de la humanidad. "¿Sabes que una persona a lo largo de su vida pasa, en promedio, seis años soñando?", nos preguntan en la página ochenta y dos. "Soñar es ensayar la realidad en el confort de nuestra cama", se establece en la ciento veinticuatro.

La urdimbre de la novela se entreteje con cuatro personajes que mantienen una relación inusual con las fantasías que pueblan nuestro estado de reposo. Uno de los narradores es el periodista Daniel Benchemol (alter ego del autor), un miembro de la República de los Intelectuales que tiene sueños muy detallados. Sueña con la vida entera de personas reales, incluso de aquellas que nunca ha visto personalmente como Muamar Kadafi. Y mantiene con ellas conversaciones que no es común que ocurran en sueños.

La otra voz que oímos (en forma de diario) es un hotelero llamado Hossi Kaley, al que un rayo le borró la memoria, lo que fue una bendición pues durante la guerra civil perpetró un montón de atrocidades. Vestido con una chaqueta de seda morada, el señor Kaley se aparece en los sueños de otras personas que duermen cerca de él. Por un tiempo, la inteligencia cubana se interesó en su aptitud, acaso para desarrollar una especie de arma psíquica.

Daniel se enamora de la artista plástica Moira Fernández, quien se ha dedicado a representar sus propios sueños y los sueños de otros en fotografías y telas. El neurocientífico brasileño Helio de Castro es el cuarto en discordia. Ha perfeccionado una máquina para filmar sueños. El artificio, al parecer, funciona.

¿Existe la precognición en el acto de dormir? Es decir, ¿soñamos algo que nos va a ocurrir? En la página ciento ochenta y ocho, Agualusa ofrece una teoría que por ahora llamaremos fantástica:

"El tiempo es una dimensión, como el largo, el ancho o la altura. Así que no tiene sentido decir que el tiempo pasa. No pasa. Está. Sólo podemos viajar a lo largo de él en una única dirección -la dirección de la entropía, de la destrucción- pero no significa que se agote. Significa sólo que estamos avanzando. De este modo, tal vez sea posible que nos acordemos de eventos futuros, muy importantes o muy traumáticos. Puede ser que nos vengan a la mente, a veces, recuerdos rápidos de personas que no conocemos pero que marcarán profundamente nuestra vida".

REALISMO MAGICO

Es notable que si en América latina el realismo mágico, por fortuna, está muerto y enterrado (ya dio lo mejor de sí e Isabel Allende lo convirtió en caricatura) en otras dos regiones del mundo, al menos, le quedan algunas flechas filosas en el carcaj. Una de ellas es Japón con el notable Haruki Murakami; la otra el Africa negra donde literatos como Agualusa nos persuaden de que se puede morir dos veces en la vida o que una noche exaltada todo un pueblo puede soñar con la misma persona (en el fondo es una alegoría política).

Básicamente, Agualusa persigue dos objetivos en su décimoquinta novela: entretener y denunciar. Para cumplir la primera misión narra una historia extraña tras otra, no sin un dejo de poesía (demuestra un hábil dominio de la metáfora, por cierto). Nótese el lirismo de este fragmento paradigmático:

"Pequeñas olas, una después de otra, bordaban finos encajes de espuma. Los acantilados crecían detrás de mí. Encima de los acantilados crecían los cactus como altas catedrales de espinas y, más allá, el rápido incendio del cielo. Entré en el agua y nadé con brazadas lentas. Hay quien nada por puro placer. Hay quien nada para mantener la forma. Yo nado para pensar mejor. Recuerdo un verso de la poetisa mozambiqueña Glória de Sant"Anna: "Dentro del agua yo soy exacta". 


LOS CUBANOS 

Si el escritor hace referencia a la política, el comentario debe hablar de política, sostiene ese crítico excelente llamado Ignacio Echaverría. Agualusa se dirige a la historia de Angola con propósitos esclarecedores. Siente la urgencia de decirle al mundo que la descolonización de ese turbulento dominio de Portugal fue un desastre: desencadenó una guerra civil y arribaron entonces los peones más diligentes de la Unión Soviética en el Tercer Mundo: los cubanos.

Hasta 50 mil soldados envió el desquiciado de Fidel Castro para guerrear contra la facción que apoyaban los sudafricanos, en nombre de un internacionalismo proletario, que fue una farsa como tantas etiquetas del estalinismo del trópico. El marxismo cuartelero dejó un régimen de partido único, policía política y corrupción generalizada. "En Cuba, como en Angola, cualquier excusa es buena para arrestar a una persona", nos advierte Agualusa. Y escuchen esto también:

"Cansado y con hambre, cualquier hombre es peligroso, aún más si es un operador de la inteligencia militar cubana".

Y qué deben hacer pues las conciencias sanas ante una dictadura comunista, que fue mutando en mafia populista, tan indecente como las que arruinaron a Latinoamérica. Resistencia pacífica; no tener miedo al presidente vitalicio que manda a matar a un periodista aquí, un disidente allá con el esfuerzo cansado de quien cumple una obligación. 

En la segunda parte de la novela, la hija de Daniel, junto a otros seis jóvenes corajudos (los siete magníficos), osan protestar frente a las barbas mismas del jefe de Estado. Naturalmente, la humillación no puede ser perdonada: los encarcelan y los enjuician con cargos desmesurados. Karinguiri, la chica, y sus compañeros comienzan una huelga de hambre que galvaniza a los descontentos de Angola y recibe el máximo interés de los medios de comunicación extranjeros.

Llegamos así al núcleo incandescente del libro: La sociedad de los soñadores involuntarios es, al fin y al cabo, un suntuoso manifiesto político.

Por la boca del señor Kaley, el hotelero, se esboza una estrategia alternativa ante la opresión: "El pacifismo, hermano, es como las sirenas: no respira fuera del mar de la fantasía, no se lleva bien con la realidad. Mucho menos con nuestra realidad, tan cruel. Angola no es para los mansos".

Los hechos le darán la razón a... No, no podemos devalar el final trepidante. Descúbralo, usted mismo. La novela vale la pena.
Guillermo Belcore

Calificación: Bueno

lunes, 4 de febrero de 2019

Black Earth Rising

POR GUILLERMO BELCORE

Entre las cien alianzas que Netflix ha forjado en el mundo, acaso la que produce los mejores frutos es aquella que mantiene con la BBC. Black Earth Rising es otra prueba de ello. Sus ocho capítulos de una hora cada uno combinan, con un virtuosismo inusual para la producción industrial de series, actuaciones magníficas y una trama cautivante que revisa el peor genocidio de nuestro tiempo, el de la minoría tutsi en Ruanda y las consecuencias funestas que ha generado. 

 Como se recordará, el holocausto africano ocurrió en 1994. Fueron cien días infernales. Milicias de la mayoría hutu -azuzadas por el gobierno de entonces- asesinaron a unas 800.000 personas, casi todos a golpes de machete. Aun hoy se está persiguiendo y juzgando a los responsables.

  Actuaciones magníficas, dijimos. El de los protagonistas, sobre todo. Por un lado, el experimentado John Goldman como el abogado Michael Ennis, uno de los arietes de la Corte Penal Internacional, que juzga a los criminales de lesa humanidad. Su interpretación sólo puede ser calificada de majestuosa. No le va a la zaga, Michaela Coel como la irascible Kate Ashby. Su papel es conmovedor, siempre al filo del peligro mortal: una letrada de 28 años, sobreviviente de las matanzas (adoptada de niña por otra abogada prestigiosa de Gran Bretaña), que enfrenta -además de su propio pasado horroroso- a implacables juegos de poder y giros retorcidos. Con balas, armas blancas y veneno, inclusive. 

El talento, enorme, que mueve los hilos del conjunto es el inglés Hugo Blick, productor ejecutivo, autor del guión y director. También actúa. Es Blake Gaines, abogado tipo rottweiler que asume la defensa de Patrice Ganimana, uno de los ideólogos del exterminio tutsi. Algunos comentaristas han conjeturado que Black Earth Rising es la cima en la carrera del prestigioso Blick. 

DOS MITADES

El thriller se desarrolla en dos hemisferios interconectados. En el primero, se enjuicia, por fin, a la Operación Turquesa, es decir la polémica intervención de Francia en Ruanda, intentando tanto rescatar a sus ciudadanos del averno como borrar las huellas de su respaldo al gobierno genocida de Kigali. Esa sí, que no la esperábamos: la pérfida Marianne, escrutada con ojos ingleses. Pero nadie es inocente en el gran juego de poker de las potencias occidentales para acumular fichas de Africa: Tamara Tunie (¿recuerdan a la patóloga de Ley & Orden Víctimas Especiales?) es la apasionada Eunice Clayton, subsecretaria de Asuntos Africanos del Departamento de Estado, que tiene su propia agenda para gobernar el diminuto país de Africa oriental. Una de las preguntas fundamentales que plantea el drama es el siguiente: ¿Dónde están hoy los límites entre la intervención humanitaria y el colonialismo posmoderno?

 La segunda parte se concentra en el intento del gobierno ruandés para conseguir que Gran Bretaña le entregue al criminal Ganimana, que -como Augusto Pinochet en su momento- cometió el error de irse a tratar un cáncer a Londres. El telón de fondo es una suerte de tragedia shakespereana: una hermana de crianza de la presidenta de Ruanda intenta desplazarla. El caso Ganimana es la carta de triunfo que intentan conseguir los dos bandos. Viejos secretos salen a la luz. Todo el mundo tiene bajezas que ocultar, y se juega sucio. El regreso de Kate a su tierra natal, junto a un guardaespaldas que aporta la inevitable historia romántica, deja un nudo en la garganta. 

 Así llegamos al final, mientras el destino nacional se entremezcla con el de los personajes y la trama da un vuelco impresionante. Hay que destacar que la ironía perla los diálogos (muy literarios), lo cual siempre es un valor añadido en una novela o en una serie. Black Earth Rising obtuvo un 79 % de votos positivos en la página web Rotten Tomatoes. Resulta evidente que un argumento tan complejo, tan rico en matices, tan profundo en sus indagaciones geopolíticas, éticas y en sus relaciones interpersonales, puede que no sea para todos. Sólo para los consumidores de excelencia. Afortunadamente, trascendió que el coloso Netflix ha decidido hacer del thriller político británico una de sus especialidades.

FICHA TECNICA

Black Earth Rising (Reino Unido, 2018).

Dirección y guión: Hugo Blick.

Música: Martin Phipps.

Fotografía: Hubert Taczanowski.

Actores: Michaela Coel, John Goodman, Tamara Tunie, Jonathan Burteaux, Aure Atika, Abena Ayivor, Richard Dixon, Emmanuel Berthelot, Martin Bassindale, Corrinne Bougaard, Malou Coindreau, Norma Dumezweni.

Emitida por BBC, Netflix.