viernes, 19 de noviembre de 2021

Todo verdor perecerá


Hay libros que se devoran como un plato suculento, casi sin respirar. Hay otros que deben paladearse como el buen vino. Estos, más difíciles, exigen saborear párrafo por párrafo... ¡qué digo!, línea por línea para entender las ideas del autor y disfrutar los inagotables recursos de la poética que pone en juego.


A esta última categoría -la de los obras exigentes y ambiciosas- pertenece una novela que Eduardo Mallea (1903-1982) entregó a la imprenta cuando las hordas hitlerianas irrumpían en la Unión Soviética. Todo verdor perecerá (Espasa-Calpe Argentina, 175 líneas, edición 1945) es un texto muy denso en el buen y en el mal sentido del término. 


Fue compuesta para lectores que cultivan la paciencia, que gozan de la exuberancia verbal y de los conceptos alambicados, que leen con un lápiz en la mano, que no les desagrada volver atrás constantemente para releer y que soportan con entereza los pasajes tediosos. Sólo si usted fue hecho con esa madera noble llegará sin prisas al final (decepcionante) de la novela.­


Quiero decir, no es un libro para todos. A un tal Jorge Luis Borges no le agradó. Parafraseaba el título. "Todo lector perecerá'', bromeaba. Stefan Zweig, en cambio, cubrió al texto de elogios, pero esto debe tomarse con pinzas. Mallea dirigió el Suplemento Literario de La Nación entre 1931 y 1955 y había contratado como colaborador al pobre y errante Zweig.


EL TORMENTO DE JOB­


­Narra Mallea el calvario de Agata Reba, con un empaque literario similar al de un Emile Zola o un Thomas Hardy. Se la ha definido como "novela naturalista'', "novela psicológica'', "novela metafísica'' y "novela sombría''. Es decir, he aquí un estilo decimonónico tardío, embebido en filosofía existencialista (Kierkegaard sobre todo) y en ese pesimismo abrumador que tan bien esgrimía Juan Carlos Onetti. Aquí no encontrará el lector desahogos sentimentales. Son todas pálidas, diría un chico, hasta la última página.


Agata es hija de un mediocre médico de provincias, nacido en Suiza y afincado en el rústico puerto de Ingeniero White, a un tiro de piedra de Bahía Blanca, ciudad natal de Mallea. La vida condenó a la chica a la soledad. No conoció amor de madre. "Creció sin creencia, dura, hermética, huraña como un cachorro en despoblado''. Luego fue mal querida por su marido Nicanor Cruz, El amargao para más señas, y después (en la II parte) será abadonada por el abogado Sotero, su amante, el Hombre Instante , un sinvergüenza que cultiva la `teoría de la vida urgente'. Todos los días de la mujer parecen "como un único día largo de frío''.­


La trama nos lleva, como dijimos, al sudoeste de la provincia de Buenos Aires. Los escenarios son White más una floreciente Bahía Blanca, más la sierra arenosa de los alrededores donde Nicanor y Agata se establecen, arruinados en todo sentido. La naturaleza aquí es una fuerza hostil. Sequías implacables estragan cosechas, esperanzas de prosperidad y matrimonios. Estamos en la primera mitad del siglo XX. Los personajes sufren maldiciones bíblicas. Padecen como Job.


Los personajes, bien tallados, exhalan fracaso. Casi todos. Mallea trae recuerdos sureños (el del infame malón por ejemplo) y algunas hermosas metáforas coloridas. Define a la Ema de Volpe, mujer de la vida, como una "rosarina condenada a la locuacidad como la raya de puerto al anzuelo fortuito''. Dice que algo es siniestro "como usurero en años de ruina''. O "irrisorio y sarcástico como la confitura que le traen al moribundo''.


Pero el procedimiento más significativo del libro es el uso que hace de su heroína trágica para la meditación filosófica. Transcribimos algunos pensamientos:­


* "Siendo la felicidad el estado más alto de la plenitud es también el que más se parece al balbuceo''.­


* "Si estamos hechos de multitud, ¿por qué somos tan poco soluciones?''.­


* "Somos animales frágiles, nuestra más terrible ilusión es creernos angeles andantes. De pronto estalla una arteria y somos una piltrafa''.­


* "Al fin, acabámos pareciéndonos a lo que odiamos''.­


* "La soledad sirve sólo si no hemos sentido lo que hay de mejor''.­


* "Las palabras no están hechas para entendernos, están hechas para que nos comentemos''.­


* "¿Será posible que todo sea en este mundo discordia, mal prevenimiento, cansancio del amor?... Feroces caídas, fuegos y las mil formas reptantes del resentimiento... Que el corazón humano no se aclimate en la unión nunca, nunca, nunca...''

Guillermo Belcore

Calificación: Regular 

domingo, 14 de noviembre de 2021

Atlas de micronaciones


El Principado de Sealand fue fundado en 1967 por el aventurero británico Paddy Roy Bates. Se asienta sobre el Mar de Norte no lejos de la Gran Bretaña, tiene una superficie de quinientos cincuenta metros cuadrados y cinco habitantes permanentes. El príncipe Michael I es la máxima autoridad y su historia ostenta un golpe de Estado y un gobierno rebelde en el exilio. Sí, un coup d"Etat con una población que equivale a un equipo de basquet. Las micronaciones dicen mucho -o, mejor dicho, nos dicen todo- sobre la naturaleza humana.


Decenas de parajes diminutos y fascinantes como Sealand se describen en el Atlas de micronaciones, recopilación del periodista, crítico y escritor italiano Graziano Graziani. Fue publicado por primera vez en 2015; el sello Ediciones Godot, lo trae a la Argentina con la impecable traducción de Guillermo Piro. Es, por encima de todo, un libro muy divertido. Atesora historias de países minúsculos que -como destaca el prólogo- "aunque parecen inventados son rigurosamente verdaderos". La mayoría, ¡cómo no! están en Europa, la tierra de lo que los españoles llaman "nacionalismo de campanario".


Las motivaciones de esos hombres y mujeres que han protagonizado epopeyas en miniatura son variadas. No se trata solamente de la "búsqueda irreductible y a veces, surrealista de autonomía e independencia". También interviene el esnobismo, el sentido del humor, la chifladura y el afán de lucro, que siempre será legítimo cuando no cause daños. El lector del Atlas de Graziani se sorprenderá por el ingenio del ser humano para convertir su terruño en una meca del turismo. Ese esfuerzo titánico, quizás, sólo puede ser comparado con los descomunales trabajos que suele emprender un varón para seducir a una dama.


El volumen deja una enseñanza a los políticos: si no permiten que la tarea de los artistas siga su curso hay peligro de secesión. Ahí están las esculturas del Principado de Ladonia en Suecia y las casas esféricas de la República de Kugelmugel en Austria para atestiguarlo. Una parte del Atlas se ocupa, en efecto, de los microestados surgidos de la imaginación de un artista. Lisbekistán es muy tentador. Su moneda es el pezón (el valor está vinculado al precio de un paquete de cigarrillos Marlboro); el segundo lema de la nación de la princesa Liz resulta estimulante: "Optimismo en tiempo de crisis".


De las ideas de Graziani puede decirse que, como a todo progresista, se le escapan algunas tonterías. Por ejemplo, cuando evoca aquella locura decimonónica del patán francés Orélie Antoine de Tounens que aspiraba a crear a ambos de la cordillera patagónica el Reino de Araucanía (o Nueva Francia), denuncia "las políticas expansionistas de Chile y la Argentina en detrimento de los pueblos mapuches". Unas páginas más adelante reprueba la desintegración de Yugoslavia. Cree que los Balcanes degeneraron del "ideal socialista a la pesadilla del nacionalismo".


En fin. Son pequeñas máculas que no estropean la belleza del tema y el permanente humor de estas anomalías geopolíticas. El libro está repleto de perlas, como la Constitución de la República de Uzupis. Desde una barriada liberada y chic de Vilna (Lituania) proclama en su artículo tres que todos sus ciudadanos "tienen derecho a equivocarse". El artículo trece estipula que "un gato no está obligado a amar a su dueño pero lo debe ayudar en sus momentos difíciles".


HOMBRE-REPUBLICA


Quizás el capítulo que toque más de cerca a los argentinos sea el que detalla la República de los Piani Sottani, fundada en 1950 por un campesino de Lucania (la actual Basilicata), quien pasó a la posteridad como el "hombre-república". Nos interpela porque se trata de un corajudo que declaró la independencia de Italia, harto de la inepcia estatal y de que sin contar con una recomendación apropiada le resultara imposible progresar. Página doscientos cuarenta:

"La burocracia es un laberinto imposible y contradictorio donde quien entra da vueltas eternamente, entre leyes y reglamentos, sin esperanza alguna de encontrar la salida, escribió el patriarca de Grassano".


Es una historia no sólo conmovedora, sino también didáctica. Los argentinos deberíamos adoptar al pie de la letra una de las premisas de Don Michele Mulieri: El verdadero patriota es el que lucha contra la burocracia, no quien se aprovecha de la política para hacer sus propios negocios.

Guillermo Belcore

Publicado en el Suplemento Cultura del diario La Prensa.


Calificación: Bueno

miércoles, 3 de noviembre de 2021

Las partículas elementales


 Todos los grandes escritores son reaccionarios: Balzac, Flaubert, Baudeleire, Dostoievsky, escribió Michel Houllebecq. Uno podría agregar muchos nombres a la lista como Borges, Nabokov, Thomas Mann, Chesterton, Vargas Llosa o Celine y advertir sobre algunas excepciones como Thomas Pynchon, pero el asunto de este artículo es destacar el exito tanto artístico como comercial de Houllebecq al transitar el sendero fecundo del conservadorismo, ya sea por afinidad ideológica, estrategia promocional o resentimiento del feo. Nada menos importante en literatura que las motivaciones de un autor.

La segunda novela que Houllebecq entregó a la imprenta es un magnífico manifiesto reaccionario. Las partículas elementales (Anagrama, 273 páginas) sostiene, en efecto, que ninguna sociedad es viable sin el eje federador de una religión, abomina de la visión hedonista de la vida y plantea que el concepto de libertad individual no puede servir de base a ningún progreso humano. En el fondo de la nausea contemporánea -remarca- brillan sólo un par de chispas, el amor conyugal y la familia. Y las mujeres siempre son mejores que los hombres.

La novela fue publicada por primera vez en 1998 y aún tiene mucho que decirnos, pues está empapada en Alta Filosofía. Narra la vida del científico Michel Djerzinski, artífice de la "tercera mutación metáfisca'', que supuestamente se producirá durante este siglo cuando se apliquen a la genética principios de la física cuántica.

Por "mutación metafísica'' debemos entender una "transición radical y global de la visión del mundo adoptada por la mayoría de los seres humanos''. La primera fue el cristianismo; la segunda, la aparición de la ciencia moderna hace 500 años que degeneró en el racionalismo individualista. El libro pretende ser un panfleto erudito que denuncia "el suicidio de Occidente'', un testimonio de su decadencia moral y social. Al final del texto, veremos que quizás todo se trate de un juego metalingüístico de la trama, pero no importa: antes de eso encontramos un torrente de ideas -como campanazos- que atrapan toda nuestra atención. ¡Un escritor que cita a Kant!­

El segundo carácter rotundo del libro es el hermanastro del biólogo, un tal Bruno que se gana la vida como profesor de literatura moderna. Si la vocación de Michael D. es contribuir al progreso del conocimiento, la meta principal en la vida de su medio hermano es la cacería sexual, lo seguimos a campamentos nudistas y clubes de swinggers. Ambos personajes, no obstante, están anestesiados para el amor. Tienen una parte del alma amputada. A Houllebecq le interesa retratar los desastres que provoca tanto en las personas como en la sociedad "el consumo libidinal de masas de origen norteamericano''. Los hippies -dispara- "representan el mal, trajeron el mal''. Cuando una madre o un padre asumen ese estilo de vida los resultados son devastadores para los hijos.

Oigamos su vozarrón jupiterino: "la liberación sexual no ha sido la culminación de un sueño comunitario sino más bien se trató de un nuevo escalón en la progresiva escalada del individualismo que provocó la destrucción del último islote de comunismo primitivo en el seno de la sociedad liberal: la familia, el último tabique que separa al individuo del mercado''.

UNA TRADICION­

­Atento a una profunda tradición de la literatura francesa que consiste en elevar al artista a la categoría de pensador de la evolución (o la descomposición) social, Houllebecq juega magistralmente al sociólogo, al antropólogo, el economista y al filósofo. A veces al voleo y a menudo no tiene razón. Arroja, por así decirlo, al niño por el desagüe en lugar de desahacerse sólo del agua sucia. ­

La opinión de este blog es que, más allá del "vacío existencial en muchos días, del consumismo desaforado, de la exarcebación del deseo en proporciones inauditas que devora a tantas almas desorientadas'', Occidente -como expresión histórica de la democracia liberal- sigue siendo la mejor opción disponible para la humanidad en su conjunto. Fukuyama dio en el blanco hace treinta años en El fin de la historia.

Puede que el malestar europeo que se expresa en novelas como Las partículas elementales parezca a un lector criollo algo esnob. En medio de una vida desordenada, con tantas urgencias, la melancolía de los pueblos prósperos difícilmente nos conmueva. Pero admitamos que los atribulados habitantes de países en desarrollo tenemos problemas comunes con los ciudadanos del Primer Mundo. Sabemos de que habla Houllebecq cuando denuncia que "la violencia física -la manifestación más perfecta del indiviadualismo- reapareció en nuestras calles por la tendencia a la atomización social''.

Pucha, la Argentina tiene muchos vicios del Primer Mundo pero pocas de sus virtudes.

"Ya no estamos en tiempos de Celine, ya nadie escribe lo que se le da la gana sobre ciertos temas'', se lee en otro pasaje afortunado de Las partículas elementalesuna novela espléndida, con una prosa cristalina, cargada de conceptos y términos científicos. Afortunadamente, queda un puñado de talentosos como Houllebecq que, con la lucidez de los depresivos, desafía la peste de la corrección política, otro síntoma de nuestra decadencia cultural.­

Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno