sábado, 27 de abril de 2013

Leer

Gabriel Zaid

Océano. 260 páginas. Ensayo de literatura y arte. Edición 2012


Los aficionados al sitio www.letraslibres.com sabemos del ingenio y belleza expresiva del ingeniero y polígrafo Gabriel Zaid (Monterrey, 1934). Se ha juzgado oportuno recopilar textos publicados durante veinte años por el poeta y ensayista mexicano que corroboran, entre otras destrezas, su tino para elaborar música sintáctica (juego de reiteraciones, concordancias, contrastes, latigazos y gracia sentenciosa) aunque la colección adolezca de excesos de abstracciones. El Zaid que no le pisa un pie a nadie, no es el Zaid que admiramos: el excelso polemista (Véase en la página setenta y nueve como despelleja a un profesor despistado).

El libro, claro está, no carece de interés. Las reflexiones sobre el arte (al que define, sagazmente, como “la plenitud de la eficacia”), el acto de leer, la naturaleza y la técnica de lo poético pueden parecer algo invertebrados, pero siempre dejan algo. La trasmisión de experiencias de lectura que hace Zaid no dejan de conmover, como cuando evoca a Octavio Paz (“Como un enfermo desangrado se levanta/La luna/Sobre las altas azoteas/Como un borracho cae de bruces/Los perros callejeros/Mondan el hueso de la luna…”). O cuando se rinde, absolutamente deslumbrado, ante un verso de Carlos Pellicer en el que necesita ver una alusión a dos estupendos pechos: “Hay azules que se caen de morados”. Muy, pero muy interesante, es la reflexión sobre por qué hay tan pocos buenos poemas comprometidos.

Zaid es un bicho raro: racionalista pero hedónico, sensible ante la magnificencia de la creación estética. Tiene un razonamiento preciso, matemático diríamos, enriquecido por una vasta erudición literaria. En su rol de hermeneuta es casi tan bueno como el de polemista. Se disfruta el libro. Una perla: el capítulo “Organizados para no leer”, escrito en 1999, describe el mundillo literario del Buenos Aires de 2013.

Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Bueno

lunes, 22 de abril de 2013

Planet

Sergio Bizzio

Sudamerica. Novela. Edición 1998


El planeta Planet es ciento cincuenta veces más grande que la Tierra pero es liso como hoja de papel; carece de espesor, como todos sus habitantes. Hace siglos que los planetenses no tienen un Presidente o un Primer Ministro. Odian a los políticos. Sólo dos personas tienen poder real: los dueños de los dos canales de televisión que compiten ferozmente por la audiencia. Cada canal emite su propia telenovela de diez horas de duración. A los zares de la TV se le ocurrió una idea atrevida: formar un elenco con actores de otros mundos. Comandos intergalácticos llegaron así a la Argentina para secuestrar así a dos estrellas de la pantalla chica (Gustavo Denis y Osvaldo Kapor). Si bien el público los adoró desde un principio, las avivadas de los argentinos desencadenaron una serie de acontecimientos colosales que concluyen con la destrucción del idílico planeta. Así somos los argentinos: estragamos casi todo lo que tocamos.

He aquí el simpático argumento que el polígrafo Sergio Bizzio (Villa Ramallo, 1956) escribió hace unos quince años. Es el segundo libro que le leo a Bizzio (pinche aquí) cuyo propósito -bien logrado por momentos- es mofarse del retonto mundillo de la televisión. El tipo conoce el paño. También recibe justos garrotazos el elusivo concepto de la argentinidad, la que en una aproximación de entrecasa podríamos definir como conjunto de taras profundamente arraigados que han convertido a un país sudamericano en un experto en despilfarrar oportunidades ante la mirada azorada del resto del mundo.
 

Planet (la obra, no el planeta) viene esmaltada con algunos giros desopilantes, no muchas en realidad. Puede que la escritura pretenda ser tanto sátira social como parodia de la literatura fantástica, pero me parece que el estante apropiado para ubicarla es el de las novelas de aventuras. Ciertos pasajes inspirados tienen un aire de los artilugios de Jonathan Swift, pero esa sensación se termina desinflando. Existe un arte y una poética, siempre me ha parecido, en la elección que hace el literato de los nombres de sus creaturas. Hay nombres, diría Borges, que son arquetipos de la cosa, (“En las letras de rosa está la rosa/Y todo el Nilo en la palabra Nilo“). Es quizás el caso de Don Quijote. Hay otros que son metáfora; otros rezuman ingenio de alto o escaso vuelo. Delatan, en todo caso, la calidad del escritor. Bizzio llama a un comandante guerrillero de cotillón Marcos Sábato.  Otros personajes son, literalmente, deliciosos: Cabsha, Vauquita, Bisnike, Bubbaloo, Sugus. Naturalmente, el modesto ardid solo puede entenderlo en un compatriota de nuestra era. Es ésta, justamente, una virtud de la trama: funciona como atento registro del habla de los argentinos.
 

Planet se lee de un tirón, con una sonrisa en los labios o con pavor ante un par de tremendas escenas de tortura. Se disfruta el loco mundo de fantasía que Bizzio ha concebido. No es Alta Literatura, pero está bien para matar el tiempo.
Guillermo Belcore

Calificación: Bueno


PD: En un reportaje (pinche aquí), Bizzio revela que varios amigos se le acercaron en su momento para decirle que Planet era una porquería. Cuestión de gustos. A mí me alegró un fatigoso viaje en ómnibus hasta Foz do Iguazu (¡mil trescientos cincuenta kilómetros desde Buenos Aires!).

PD II: Ericz, factótum de uno de los más interesantes y honestos blogs literarios, reprobó sin paliativos la novela. Sugiero dar una mirada a esto: http://ininteresante.blogspot.com.ar/2007/06/sergio-bizzio-planet.html

sábado, 20 de abril de 2013

Hot sur

Laura Restrepo

Planeta. Novela, 555 páginas. Edición 2013


En algún punto entre la literatura de supermercado y el arte se encuentra esta novela de aventuras y de denuncia. No carece de ambición, por supuesto, incluso ambición política y étnica, pero las ñoñerías, el uso recurrente de lo cursi, la obsesión por el mensaje, y el fracaso (o desinterés) por separar a la autora de sus personajes condenan la obra a la mediocridad. No es para paladares exigentes. El gran novelista, se sabe, es también un demiurgo. Sus creaturas tienen vida propia. Don Quijote no es Don Miguel de Cervantes; ni Madame Bovary es Flaubert. Esa distancia nunca se percibe aquí. Los personajes piensan y hablan, como Doña Laura Restrepo (Bogotá 1950), es decir como una intelectual latinoamericana que hace el numerito del catedrático asqueado por el sistema capitalista, la vida moderna y Estados Unidos en general.

La trama usa la historia de una inmigrante colombiana, injustamente encarcelada por el asesinato de su marido policía y corrupto, para abominar de los horrores del sistema carcelario. Todo preso es político. Una buena conciencia indignada también por el racismo y la xenofobia. El sueño americano se convierte muy a menudo en pesadilla, es el sonsonete. En fin. El manuscrito autobiográfico de María Paz, el diario de su profesor de literatura y un reportaje al papá de éste van desarrollando los hechos. Un melting pot de recursos periodísticos, según la definición de la autora. Cuando la sufrida inmigrante sale de la cárcel se enfrenta a su codicioso cuñado. Crímenes espeluznantes, rituales, se suceden. Se hacen concesiones al gusto popular por el ‘gore’ y las conspiraciones. Dicen que así se venden más libros.

La prosa es transparente y facilona, enriquecida de tanto con alguna metáfora deliciosa, como comparar el juguetón spanglish con el encuentro en la cama de dos amantes inexpertos. El problema con la novela comprometida y maniquea es que no consigue superar los tópicos progresistas. Aburre tanta corrección política.
Guillermo Belcore

Calificación: Regular

PD: En El País de Madrid elogiaron la novela: Vía Crucis del sueño americano

sábado, 6 de abril de 2013

Sobre la educación en un mundo líquido

Zygmunt Bauman

Paidós. Ensayo de filosofía, 151 páginas


Nuestra sociedad de consumo está fundada sobre un insaciable apetito por la novedad, que es el aspecto simbólico de los objetos. A causa de este apetito, que está muy profundamente arraigado y para el cual hemos sido adiestrados de forma muy agresiva, nos hallamos en una situación en la que, de manera constante, se nos incentiva y predispone para actuar de una manera egocéntrica y materialista. Se nos aguijonea, se nos fuerza o se nos embauca con zalamerías para que compremos y gastemos. Para que gastemos lo que tenemos y lo que no tenemos. ¿Cómo liberarnos de la dictadura del mercado? Con alguna clase de genuina revolución cultural, que favorezca cambiar el propio estilo de vida, reemplazándolo con otro regido por la templanza, la moderación y el autodominio.

Gente, “comprar o no comprar” ese el nombre del juego. Posiblemente nadie ha desmenuzado de un modo tan penetrante los mecanismos perversos de la postmodernidad como el filósofo Zygmunt Bauman. El profesor de la Universidad de Leeds, creador del concepto de vida líquida, nos ofrece una convincente explicación de las cosas tremendas que bullen a nuestra alrededor, incluso de la orgía delictiva que atormenta a los países latinoamericanos. Al fin de cuentas, tanto los pibes chorros como las elites corruptas (las dos caras de una misma moneda) no son otra cosa que “consumidores imperfectos y frustrados”, salvajes creyentes de la religión de lo superfluo. Los shoppings son sus templos.

Este volumen, que encierra conversaciones de Bauman con el agudo Ricardo Mazzeo sobre la educación y cien temas más, no sólo resulta instructivo sino también inspirador y apremiante. El catedrático nos propone -al igual que el Papa Francisco- revisar nada menos que nuestra normalidad egoísta e irracional, destinada , como cualquier otro campo minado, a estallar en pedazos.

Guillermo Belcore




Calificación: Muy bueno

PD: Medítese sobre la siguiente idea:

 “La cuestión -y es una cuestión para la que aún no tenemos una respuesta convincente ni empíricamente fundada- es si las alegrías de la convivencia son capaces de reemplazar la persecución de riquezas, el placer de los bienes abastecidos por el mercado y la necesidad de aventajar siempre a los demás”.

miércoles, 3 de abril de 2013

¿Qué hubiera pasado si...?

Rosendo Fraga

Vergara. Edición 2008. Ensayo de historia, 377 páginas

Aun el más pesimista (o ultraliberal) de los historiadores debería reconocer que uno de los hechos más trascendentes y auspiciosos del último cuarto siglo ha sido la creación del Mercosur. El Tratado de Asunción de 1991 puso fin formalmente a las hipótesis bélicas de la mitad de Sudamérica, y eso no es poca cosa, si se recuerdan las terribles guerras del pasado. Insisto: que dos naciones de habla portuguesa y cinco hispanoparlantes hayan acordado la integración es, sin duda, una de las mejores cosas que nos pasó en el tumultuoso siglo XX. Y desde entonces se avanzó muchísimo. Es verdad que todavía no se ha logrado la adhesión plena de Buenos Aires, por culpa básicamente de su tradición librecambista y del paraíso fiscal y financiero que funciona en la city porteña, pero el Mercosur es un actor mundial cada vez más relevante gracias a la poderosa industria paraguaya, cordobesa y paulista, y a la exportación de materias primas desde el Uruguay, el Alto Perú, la República Gaúcha y la República Federativa del Brasil. Chile, por cierto, ha sido uno de los países más beneficiados con el Mercosur. En primer lugar, ha logrado resolver casi de un plumazo los conflictos limítrofes con el diminuto pero pendenciero Buenos Aires y así desmilitarizó sus cuatro provincias de Cuyo. Pero lo que es más importante, el Palacio de La Moneda ha dejado de estar sólo en su sempiterna rivalidad con el Chubut de habla inglesa. Acaso, y esta es una opinión estrictamente personal, no está lejos el día en que los chilenos puedan recuperar sus tierras irredentas, injustamente rapiñadas por el imperialismo británico: Santa Cruz y Tierra del Fuego. Así sea.

Esta ucronía bien pudo ser parte de la realidad. ¿Cómo? Si la corona española no hubiese creado en 1776 -ayer nomás- el Virreinato del Río de la Plata, una brillante decisión política y estratégica, pero una opción entre tantas. Si Carlos III no establecía alrededor de Buenos Aires un núcleo político-militar, de Córdoba para arriba todo sería parte de una nación con el centro en el Alto Perú (una Bolivia ampliada y con salida al Pacífico, seguramente); nuestra Mesopotamia se repartiría entre Uruguay y un Paraguay poderoso que llegaría desde, digamos, la mitad norte de Santa Fe hasta el Mato Grosso brasileño (habría derrotado al Imperio de Pedro en alguna guerra del siglo XIX). Mendoza, San Juan y San Luis (acaso también La Rioja o Neuquén) seguirían bajo la órbita chilena. La Patagonia se la repartirían Chile y los ingleses. Buenos Aires puede que en algún momento haya cristalizado como república independiente, pero merced al respaldo de Londres. Otro “algodón entre cristales”, en palabras del intrigante Lord Posomby. Es decir, sin Virreinato del Río de la Plata no hubiera habido una República Argentina, tal como la conocemos hoy. Así de frágiles y aleatorias son las naciones del planeta.

El autor de esta hipótesis fascinante es el abogado, periodista, analista político y historiador Rosendo Fraga. Ha escrito un libro extraordinario: ‘¿Qué hubiera pasado si…?’. Elaboró nada menos que historia nacional contrafáctica, un juego intelectual rarísimo en español pero bastante común en la anglósfera, acaso porque los eruditos estadounidenses e ingleses creen en serio en el papel de la libertad (y del azar) en los asuntos humanos. Rosendo plantea, pues, en su obra publicada en 2008 quince contrafactuales y desde allí despliega su imaginación, casi siempre sensata y convincente. Doy otro ejemplo: ¿Qué hubiera pasado si Rosas hubiese triunfado en la batalla de Caseros? El autor desmenuza las condiciones políticas, sociales y militares en 1952, se pregunta si la derrota de El Restaurador era inexorable, se contesta que no y detalla las razones. Finalmente describe lo que pudo ser: si en ese punto de inflexión la taba caía de otra manera la Argentina sería diferente. Acaso hoy no tendríamos a Entre Ríos y Corrientes.

En el plano de las ideas, digamos que Rosendo es emersoniano: cree en el papel decisivo de las grandes personalidades (Pedro de Cevallos, José de San Martín, el general Roca, entre otros). Sostiene que la Historia se asemeja a un juego de dados, especialmente en lo que atañe a las batallas y los golpes militares. Arriba a un puñado de conclusiones asombrosas: verbigracia, si al general Paz no le boleaban el caballo en El Tío la Argentina se hubiese ahorrado veinte años de desorganización nacional. Sostiene más adelante que la Argentina pudo haberse ahorrado fácilmente la experiencia del peronismo. E incluso conjetura que Gran Bretaña habría devuelto las Malvinas a la Argentina en la década del noventa si los halcones irresponsables de las Fuerzas Armadas no hubiesen provocado en 1982 esa guerra infame que hoy lamentamos.

En síntesis, un ensayo de agradable y amena lectura, imprescindible para el interesado en la historia argentina, de lectura obligada para las personas con responsabilidades políticas. ¡Ah!, y un pequeño secreto: lo compre en una mesa de saldos de la calle Corrientes. Maravillosa Buenos Aires.

Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno


PD: Tengo muchos vicios inútiles, por ejemplo me encanta jugar a las ucronías. Pinche aquí:
1) La batalla de Nomonhan
2) El mundo según los celtas
3) Los imperios también mueren

lunes, 1 de abril de 2013

Después del terremoto

Haruki Murakami

Tusquets. Cuentos, 190 páginas. Edición 2013. Precio aproximado abril 2013: $ 120.


Un nuevo libro de Haruki Murakami ha arribado a la Argentina y esto es siempre motivo de gozo para quienes admiramos al escritor japonés más popular en Occidente, gran renovador de la novela, candidato por méritos artísticos al Premio Nobel. Tusquets trajo ahora una colección de relatos, publicados por primera vez hace trece años. El terremoto que devastó Kobe en 1995 vertebra los seis cuentos, de una manera sutil o lateral.

El volumen va de menos a más. No tiene la calidad de Sauce viejo, mujer dormida, la otra recopilación de breviarios de Haruki que ha llegado al español, pero son textos genuinamente murakanianos, lo cual nunca es poco. Hay un estilo en juego, inconfundible, personalísimo; un collage delicioso entre el pop, el manga, las referencias clásicas, la autoayuda, la búsqueda del sentido de vida, las tribulaciones de los profesionales o empleados normales y corrientes a más no poder, que una noche como cualquier otra pueden ser convocados por una rana gigante para evitar que un gusano de las profundidades mate a ciento cincuenta mil habitantes de Tokio con un sismo tremendo. ¿Cuento fantástico o el producto de una mente afiebrada, desesperada por escapar de la rutina? Murakami no lo aclara. Al fin y al cabo, “nuestro campo de batalla es el terreno de la imaginación”. Ahí ganamos; ahí perdemos. Claro que nuestra existencia es limitada y, al final siempre acabamos siendo derrotados. No obstante, tal cómo comprendió Hemingway, “el valor definitivo de nuestras vidas no lo decide nuestra manera de ganar sino nuestra forma de perder”. ¡Ah, el bueno de Murakami! Siempre quiere dejar mensaje.

El lector encontrará historias de gente vacía, que siente que su existencia es, en el fondo, un asco. Se conecta así con el noventa y nueve por ciento de los mortales. Hay una doctora, especialista en tiroides, que en unas vacaciones en Tailandia descubre la salvación, de manos de una pitonisa. Hay dos suicidas en la playa (¿o no se matan?). Hay un muchacho que busca a su papá desconocido, aunque la madre le jura que es hijo de Dios. Hay también un cuarentón inexplicablemente abandonado por una mujer mediocre. Así de filosa es la vida.

Guillermo Belcore
Publicado este fin de semana en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Bueno