domingo, 31 de marzo de 2019

A sangre y fuego. De la guerra civil europea (1914-1945)

Es posible que una de las causas de la virulencia de la vida política argentina -cuya expresión más enloquecida se encuentra en las redes sociales- sea que la mayor parte de la dirigencia y militancia del llamado campo popular se inspira en tres pensadores: Carl Schmitt, Antonio Gramsci y León Trotsky. Tres arquetipos de lo que algunos estudiosos denominan Era de la Guerra Civil Europea (1914-1945).

No importa la idea en sí sino lo que provoca en nosotros, escribió Nietzsche. Y lo que provoca ese corpus teórico proveniente de un período extremo y específico de la Historia moderna es la convicción de que el combate político no es otra cosa que la guerra por otros medios. 

Es lógico que tal disparate lo defendieran en Europa intelectuales comprometidos -“en situación“, diría Sartre- durante la II Guerra de los Treinta Años (ya volveremos con este concepto). ¿Pero a comienzos del siglo XXI? Es una deriva ideológica peligrosa y antiliberal, que polariza el campo de la acción pública. Lo vemos todos los días. En Argentina o en cualquier parte de Occidente.

Por ejemplo, en esa visión schmittiana que entiende que el político debe ser “el dominador del conflicto amigo-enemigo” que ha caracterizado la praxis kirchnerista dentro o fuera del poder (la famosa grieta, exacerbada). O en la noción gramsciana de las izquierdas en general de que la conquista de la hegemonía cultural en el seno de la sociedad civil (guerra de posiciones) precede a la toma del poder (guerra de movimientos). En el trotskismo, por cierto, es más claro que aún hoy se piensa al Estado como un instrumento de guerra (de clases).

Los tres pensadores de la guerra civil que aquí mencionamos se encuentran prolijamente examinados en un ensayo de historia publicado a fines de la década pasada: ’A sangre y fuego. De la guerra civil europea’ (Prometeo libros, 295 páginas, edición 2009), del historiador italiano Enzo Traverso (1957, Novi), docente en Francia desde hace más de veinte años.

En su libro, Traverso -hijo de un alcalde comunista y en su momento militante de una alocada organización extremista de Italia conocida como Potere Operaio- defiende un concepto ya trabajado por eruditos de mayor talla como Ernst Nolte o Francois Füret: que la I y II Guerra Mundial (y todo lo que ocurrió entre ellas) deben ser examinadas como un único conflicto en el Viejo Continente, que fue una verdadera guerra civil e incluso una guerra contra los civiles. Por eso hablamos de la II Guerra de los Treinta Años (la primera ocurrió en el siglo XVII y gatilló la creación del Estado moderno, absolutamente soberano, ¡qué antigüedad!).

La perspectiva histórica del profesor de la Universidad de Picardía es marxista. Sostiene que es un error considerar a la democracia liberal como si tratara de normas y valores atemporales. Es otro producto histórico (por lo que tendría en su seno una fecha de defunción oculta). Asimismo defiende que “civilización y barbarie no son términos antinómicos sino dos aspectos indisociables de un mismo proceso histórico, portador al mismo tiempo de instancias emancipadoras y de tendencias destructivas” (buen truco para justificar la barbaries comunistoides).

Traverso también se esfuerza en reivindicar a los partisanos y al movimiento antifascista de ochenta años atrás. Encontramos en la obra un capítulo esclarecedor sobre la posibilidad de la amnistía ante crímenes aberrantes. Hay, además, un interesante recorrido por la cultura de la época pero resultante frustrante que sea a vuelo de pájaro. A Martin Heidegger, por ejemplo, se lo despacha en un párrafo que nos advierte que debe ser releído “a la luz de la cesura histórica provocada por la Gran Guerra”. Uno se queda con hambre.

VIGENTES


Pero volvemos al principio: lo más firme del libro es que induce a meditar sobre un tema que vale la pena: la vigencia de “los pensadores de la guerra civil”, vía un sistema educativo absolutamente sesgado y una competencia política sin ningún escrúpulo (de los Kirchner a Donald Trump) que aviva el resentimiento y es capaz de transformar la angustia provocada por una crisis económica en odio hacia el enemigo político. Una de las consecuencia es que muchas almas simples se abandonan “al goce de la agresión”, por ahora con un garrote verbal.

Es necesario preguntarse: ¿Qué deberíamos oponer a los cachorros de tigre (y a los felinos decrépitos) que en se inspiran en la escolástica revolucionaria? 

Al decisionismo de Schmitt que cree que el líder carismático está por encima de las leyes -y puede por ejemplo montar una fenomenal red de corrupción sobre la obra pública para perpetuarse en el poder-, se le debería oponer la República. 

Al gramsciano y al trotskista que considera que incluso la moral tiene un carácter de clase o está por debajo de la político, levantar una muralla de principios humanistas o valores religiosos. Como escribió Víctor Serge (un bolchevique desencantado), “fusilar rehenes no cobra una significación diferente según la orden sea dada por Stalin, por Trotsky o por la burguesía”. 

Nuestra obligación ciudadana, en conclusión, sería resistir a todas las fuerzas que quieren usar la legalidad para destruirla. Como el chavismo.
Guillermo Belcore

domingo, 24 de marzo de 2019

Matar, según Saer

El Diccionario de Asterión XIX

Matar: Verbo trans:

Desmoronar a una persona, despojarlo de su afición a respirar y de cada uno de los posibles entremezclados de su porvenir.


Juan José Saer
'Papeles de trabajo'



Pinche aquí: 
 https://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2012/06/papeles-de-trabajo-borradores-ineditos.html

martes, 19 de marzo de 2019

El planeta de Mr. Sammler

El lector de Saúl Bellow (1915-2005) sabe qué va a encontrar en cada de una de sus novelas. Una masa sólida de inteligentes puntos de vista; neurosis sexual; personajes rotundos, encantadores por sus defectos y porque tienen algo mal en la cabeza; y sobre todo un sano conservadurismo que confirma -por si hiciera falta- que los escritores más interesantes son aquellos que dan la contraria a su tiempo, que contradicen las ideologías dominantes, que encarnan hoy lo que llamamos incorrección política.

Después del éxito fenomenal de Herzog, Bellow se tomó seis años para publicar su siguiente novela, que también fue recibida con una ovación por el público y la crítica en 1970. El planeta de Mr. Sammler (Emecé, 297 páginas, edición 1977) obtuvo el National Book Award y aún hoy es un placer edificante su lectura. Encontramos filípicas tan convincentes como esclarecedoras contra el relativismo moral y la revolución de la contracultura. Vale decir, el mensaje no han perdido un gramo de vigencia.

Oímos pues la voz colmada de sabiduría del señor Arthur Sammler, judío polaco, cíclope de setenta años, aristócrata venido a menos (la suya, como la de Bellow es un aristocracia del espíritu), sobreviviente del Holocausto, ex periodista, estudioso, libresco (“los mejores escritores lo entrenaron para distraerse con percepciones“), sacerdote, juez y confidente de su alocada hija, de sus dos sensuales sobrinas y del sobrino benefactor que lo rescató de las ruinas de Europa y ahora se está muriendo.

Con sus finuras del Viejo Mundo, Mr. Sammler es una isla meditabunda en la isla de Manhattan. Estamos en la Nueva York decadente de fines de los sesenta, justo cuando el hombre se dispone a pisar la luna. Esa “perla blanca y corroída” es uno de los subtemas fascinantes de este libro. La hija de nuestro héroe le roba un manuscrito sobre la conquista lunar al biólogo indio Golinda Lal para que el anciano pueda concluir su obra, en forma de dialogos reveladores, sobre su viejo amigo H.G. Wells. Hay muchos tarambanas en esta novela. Incluso un fetichista que se moja los pantalones rozando con la punta de los dedos los brazos oscuros y regordetes de desconocidas.

Estamos también en lo que nuestro vicario de insensatos llama la “era del fin de la influencia del puritanismo“. Al Señor Minuciosamente Observador no le gusta lo que ve. Rateros impunes, sostenido por buenistas (“aprendieron a practicar el bien como si fuera un vicio”) que consideran al criminal como héroe social. Una locura sexual abruma al mundo moderno. Las explicaciones de los intelectuales son un peligro y una desgracia (1). El feminismo exacerbado, una falta de respeto hacia la misma mujer que lo proclama. ¿Suena familiar?


NUESTROS ENEMIGOS


Mr. Sammler ha arribado a una conclusión terrible, que aún hoy tiene validez. Transcribo un párrafo grandioso que atesora la página 38:


“El peor enemigo de la civilización resultaron ser sus intelectuales favoritos, que la atacan en sus peores momentos, en nombre de la revolución proletaria, en nombre de la razón y en nombre de la irracionalidad, en nombre de la profundidad visceral, en nombre del sexo, en nombre la libertad perfecta e instantánea. Pues ello viene a suponer una ilimitada demanda: insaciabilidad, rechazo de la criatura condenada (ya que la muerte es segura y definitiva) a marcharse insatisfecha de este mundo. Por eso, cada individuo presenta una cuenta completa de peticiones y quejas. No negociable. Sin admitir que en ningún departamento humano hubiera escasez de aprovisionamiento”.

Es francamente inteligente el procedimiento de Bellow: enjuiciar y condenar a la cultura posmoderna desde la perspectiva de un hombre al que los SS reventaron un ojo con un culatazo, arrojaron a una fosa común y obligaron a ser guerrillero en los bosques de Zamosth (allí descubrió que matar también puede ser un éxtasis). Mr. Sammler es uno de los condenados que resistió todo y que no puede sino sentir desdén hacia el espectáculo de la cruel disolución social. Muchas prácticas de esa comedia, observada con sentido histórico, le resulta repugnantes. Es cierto que existen demasiados imbéciles con un alto coeficiente de inteligencia alrededor nuestro.

Es lógico, por otro lado, que un hijo de judíos europeos -si es que es perspicaz- propugne una refrescante visión reaccionaria (2). Cuando colapsa la civilización y se derrumba el mundo conocido, la tribu concreta de Mr. Bellow y Mr. Sammler ha descubierto con pavor que no sobreviene el Eden. Sobrevienen Hitler y Stalin.

De todos modos, tenemos que decir que el meollo de la novela es la locura. ¿Somos una especie demente? La locura individual y la del hombre-masa. La chifladura de la ciudad de Nueva York, la de la civilización contemporánea, con su fiebre de originalidad (3), y la de los que luchan por destruirla para vengar sus decepciones personales. Mr. Sammler -un tuerto que es rey en el país de los ciegos- concluye que la santidad consiste nada más que en elevarse sobre ese nivel colectivo de locura. Aun hoy es así. ¿Quién puede desmentirlo?

Insistimos, los monólogos interiores de Mr. Sammler y sus chapoteos filosóficos en los que suelta opiniones históricas, planetarias y universales son dignos de ser leídas. Se dedican treinta páginas (¡treinta!) a un diálogo erudito con el doctor Lal. Tropezamos con escenas francamente cómicas. Podemos decir (con palabras de Saúl Bellow) que el Premio Nobel de Literatura 1976 hizo con la vida corriente del urbanita lo que Einstein hizo con la materia: descubrió su energía, reveló su radiación.
Guillermo Belcore


Calificación: Excelente


(1) "El intelectual se ha convertido en una criatura explicativa. Las raíces de esto, las causas de aquello otro, la fuente de los acontecimientos, la historia, la estructura, los porqués. En la mayor parte entran por un oído y salen por el otro. El alma quiere lo que buenamente quiere".
(2) “Un ser humano que se valore a sí mismo por los motivos adecuados tiene y restaura el orden y la autoridad”.
(3) “Una vida interesante es la suprema aspiración de los estúpidos”.

PD: En este blog se elogian otras tres novelas de Bellow:
1 -https://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2016/02/ravelstein.html
2 - https://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2018/07/la-verdadera.html
3 - https://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2018/10/el-robo.html

lunes, 18 de marzo de 2019

La muerte del comendador II

Vivir en la conformidad es vivir sin sobresaltos. Búsquese un empleo con ingresos fijos y suficientes, y en el que se limite a mover la mano o el intelecto de manera casi automática. Es decir, no se relacione con cosas difíciles de entender como las ideas abstractas o las metáforas (una metáfora doble puede resultar letal, incluso) o se meterá en problemas.
Es la conclusión a la que ha arribado, después de casi un año de peripecias insólitas, el protagonista de la novela más reciente de Haruki Murakami (Kioto, 1949). Vivía tranquilo como pintor de retratos al uso hasta que su esposa, sin preámbulos, lo abandonó. Después de vagar por Japón, se estableció en una casa vacía en las montañas cerca de Odawara, propiedad de un artista plástico de la vieja escuela, famoso y con demencia senil, el padre de un amigo. 
En un desván, el amable hombre de 36 años encontró una obra maestra: La muerte del comendador. Sacar a la luz ese cuadro tan perfecto como ominoso -al parecer evoca hechos terribles ocurridos bajo la bota del nacionalsocialismo- rasga la realidad, abre una trampilla al mundo de los espíritus. El retratista, además, termina implicado en las complejas circunstancias personales de un hombre rico y enigmático que vive al otro lado del valle.
Estas líneas comentan pues la segunda parte de La muerte del comendador (Tusquets, 494 páginas), primera producción de largo aliento del vate japonés desde la ambiciosa 1Q84 (pinche aquí), que data de 2011. Confirmamos la hipótesis enunciada en este blog en noviembre pasado tras la lectura del primer tomo: la décimocuarta novela de Murakami no está a la altura de sus mejores creaciones. Por momentos, incluso, resulta aburrida, monótona, redundante. Y comete el pecado imperdonable de malograr un escenario muy prometedor: un viaje subterráneo al país de las metáforas (o al mundo de la relatividad) para rescatar a la niña María Akikawa. Si Alicia en el país de las maravillas era el modelo de este libro, el fracaso es evidente.
De los dos tomos, lo mejor que puede decirse es que la legión de fans de Murakami no se verán defraudados. Contienen todos los ingredientes que lo han hecho famoso. En primer lugar, una prosa cristalina que fluye con una naturalidad envidiable, y con un manejo virtuoso del símil. Segundo, personajes exóticos. Tercero, la explotación literaria de una certeza filosófica: "en esta vida hay muchas cosas que no se pueden explicar en forma racional y también hay muchas otras que ni siquiera merecen una explicación. Sobre todo si al hacerlo se pierde una parte importante".
También desfilan casi todos los fetiches del universo murakamiano. Si a Borges le encantaban los espejos y los laberintos, entre otras fruslerías; al novelista japonés le atraen los pozos como los de los aljibes, los gatos, la música culta, los pechos femeninos ("aunque sólo fuera desde una perspectiva estética"), las manufacturas vintage, las presencias sobrenaturales, los homúnculos, las sectas y las historias enrevesadas.
Finalmente, hay que decir una vez más que Murakami -quizás como ningún otro escritor contemporáneo- ha logrado reconstruir el realismo mágico. Después de los pueriles excesos de Isabel Allende, por citar el caso más conocido, lo creíamos muerto y enterrado en América latina. No esperábamos que en las antípodas un tipo que atendía un bar y que llegó casi por casualidad a la literatura le diera al procedimiento garcimarqueano tan interesante giro.
Murakami es, al fin y al cabo, el creador del llamado universo tubifex: ¿Qué es esto? Un cosmos muy parecido al nuestro pero con una lógica distinta donde, por ejemplo, las ideas tienen vida propia, en algún momento se liberan de sus creadores y se lanzan a andar para influir sobre los seres humanos. Las ideas y las metáforas pueden adoptar cualquier forma, pero en el libro que aquí comentamos adoptan la de los personajes del cuadro del comendador. Miden sesenta centímetros de alto, algunas personas pueden verlas y conversar con ellas y otras no.

SIN CLIMAX

Como se dijo más arriba, difícilmente La muerte del comendador defraude a la grey murakamiana. ¿Pero qué pasa con el resto? Hasta cierto punto, la trama funciona bien como novela de fantasmas y hay interesantes referencias al arte de componer cuadros. El problema es que nunca se alcanza el clímax (la analogía sexual es válida). La acción es defectuosa por escasa o lenta, estropea el núcleo incandescente que ya mencionamos: cuando el pintor debe cumplir una serie de pruebas fantásticas para liberar a la pequeña Marie.
Resumiendo, la obra tiene una composición precisa y una técnica inmejorable. Los personajes son muy realistas, persuasivos, pero la urdimbre no logra atraparte de las solapas con la fuerza suficiente. Dice George Steiner que las mejoras novelas (las únicas que valen la pena leer en realidad) son aquellas que en un sofocante vagón de tercera clase le permite a un pasajero abstraerse de la realidad. No es este el caso.
Guillermo Belcore
Calificación: Regular
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

domingo, 10 de marzo de 2019

The Expanse III

Serie de televisión basada en los libros de James S. A. Corey.
Origen: Estados Unidos. Temporadas: 3. Episodios: 36. Guion: Daniel Abraham, Mark Fergus, Ty Franck, Hawk Ostby. 
Música: Clinton Shorter. 
Protagonistas: Steven Strait, Thomas Jane, Dominique Tipper, Wes Chatham, Cas Anvar, Frankie Adams, Shohreh Aghdashloo. 
Emiten: SyFy y Amazon Prime.

Algunos críticos se han arriesgado a decir que las tres temporadas de The Expanse conforman la mejor serie de ciencia ficción espacial desde Battlestar Galáctica. Esta columna dobla la apuesta: es la mejor desde Deep Space IX, la joya de la saga Star Trek. Por la complejidad del argumento, la cuidada manufactura, las bellas imágenes, la oda a la amistad entre cuatro proscriptos, la verosimilitud de una historia que imagina un siglo XXIII peor en muchos aspectos que nuestro presente.
La serie, emitida por SiFy (búsquela hoy en Amazon Prime), se basa en los libros de Daniel Abraham y Ty Franck (firmados con el seudónimo James S. A. Corey). Imaginan los escritores que dentro de doscientos años, una humanidad mestiza habrá colonizado el Sistema Solar, sin haber superado la sobreexplotación de recursos naturales, el discriminación racial, la carrera armamentista y el fanatismo. Seguirán siendo una plaga los políticos demagogos, los contratistas militares y los periodistas. Más simpáticos son los mormones, que encargan la construcción de una supernave para evangelizar la galaxia.
Así las cosas, en el 2300 y monedas se han consolidado tres Estados en el sistema solar. La Tierra, gobernada por Naciones Unidas; Marte, una sociedad militarizada que tiene algo de Israel, de la URSS y de Esparta; y un rejunte de los habitantes de asteroides y planetas exteriores (capital Ceres). Los despreciados cinturinos, con sus raros acentos y su propia jerga, buscan respeto de los dos poderes establecidos. Sus cuerpos han comenzado a cambiar, la menor gravedad los hace altos y espigados (su columna vertebral se suelda de otra manera) y ya no pueden vivir sobre la Tierra. Se los llama, no sin desdén, Los flacos.
LA PROTOMOLECULA
En los tres Estados operan personas inescrupulosas que pugnan por desarrollar armas de destrucción masiva usando como materia prima una protomolécula de origen alienígena, que ha causado masacres y casi la destrucción de la Tierra. Es el principal hilo narrativo de la serie.
Y en medio de todo esta ambición desaforada y locura cósmica de políticos, militares y antiguos terroristas, actúan los tripulantes de la corbeta ligera La Rocinante (la alusión literaria es sagaz) que intentan arreglar entuertos. Son cuatro héroes: el atormentado capitán James Holden (Steven Strait), santo patrono de las causas perdidas; el piloto marciano Alex Kamal (Cas Anvar); la ingeniera cinturina Naomi Nagata (Dominique Tipper); y el mecánico y mercenario Amos Burton (Wes Chatham), sobreviviente de los guetos de Baltimore. Todos tienen heridas profundas en el alma, pero se convierten en una suerte de familia; es una de las glorias de la serie. 
A ellos se suman en el tercer año de peripecias espaciales el botánico Prax que intentará rescatar a su hija (en una luna de Júpiter, Io, un Menguele, contratado por un millonario experimenta la protomolécula en el cuerpo de niños); y Roberta Draper, infante de marina de Marte que decidió desertar para proteger a la subsecretaria de la ONU, Crisjen Avasarala, y así frenar el derramamiento de sangre. También se unirá al equipo, pero al final, la pastora Anna Volovodov, conciencia moral de la humanidad.
La tercera temporada consta pues de dos hemisferios. En el primero, asistimos fascinados a una guerra entre Naciones Unidas y Marte (cae un misil nuclear en Goiás, dos millones de muertos y lluvia radiactiva sobre la Amazonia). En el segundo, avanzamos hacia una suerte de Primer Contacto. La protomolécula crea cerca de Urano un anillo que contiene restos de una avanzada civilización. Terrícolas, marcianos y centurinos envían naves para investigar y sacar ventaja. Reaparece el detective Joe Miller, con su sombrerito vintage, incluso. Fascinante, ¿no?
HOMO SPACIUS
Además del delicado suspenso, se ha elogiado la minuciosa atención a los detalles en The Expanse. No es una serie de brocha gruesa. Los escenarios fueron delineados con pinceles de marta. Los viajes por el espacio no son elegantes e inocuos a velocidad warp, sino que las fuerzas G y la inercia pueden matarte si no tomas precauciones. 
De fondo, hay una reflexión muy interesante sobre el nuevo homus spacius que tiene mucho del marino de nuestra era. Entre las naves interplanetarias, encontramos cruceros de batalla, destructores, lanchas rápidas y esquifes. Y piratas y viejos lobos de mar, con sus canciones nostálgicas y sus relatos de parrandas en bares y burdeles.
Otro envidiable prodigio tecnológico es la armadura de combate de los infantes de marina de Marte, una versión realista de Iroman. Es una de las fortalezas de la dura sargento Bobbie Drapper, interpretada por la neocelándesa de origen samoano Frankie Adams, acaso la mujer más hermosa de todo el universo de series. Una mala: dentro de doscientos años, la humanidad aún seguirá dependiendo de los teléfonos celulares.
En julio de 2018, Sify anunció que la tercera temporada sería la última. Este año, gracias al cielo, Amazon compró los derechos para filmar una cuarta. Dicen que a su CEO, Jeff Bezos, le encanta la serie, pero que nadie concluya que se trata del mero capricho del hombre más rico del mundo. El producto televisivo cuenta en todo el mundo con una legión de admiradores que, incluso han creado una enciclopedia digital (expanse.fandom.com) para no perderse en tan magnífico laberinto.
Así que, amigos y amigas, ajústense el cinturón que partimos hacia Saturno en busca de La Rocinante. El final de la tercera temporada está cargado de deliciosas posibilidades. Vamos hacia donde el hombre nunca ha llegado.

Calificación: Excelente


PD: Hace tres años, este blog le daba la bienvenida a la serie. Pincha aquí: http://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2016/12/the-expanse.html

lunes, 4 de marzo de 2019

Una casa para el señor Biswas

La vida es sólo una serie de esperanzas.

 V.S. Naipaul

Tres factores explican el progreso de la humanidad, ha enseñado Don Armando Ribas, prócer del liberalismo argentino: el respeto a la propiedad privada, la limitación del poder político y el derecho de cada ciudadano a alcanzar su propia felicidad. Veamos el primero. Es obvio que sin una casa donde volver todas las tardes, el hombre o la mujer no pueden alcanzar la plenitud del ser. El rigor del clima, el hacinamiento, la precariedad extrema, el descanso insuficiente son enemigos del desarrollo personal.

Este principio filosófico y político ha alcanzado encarnadura literaria en una de las mejores novelas del siglo XX. Aquí, venimos a recomendar, a viva voz, Una casa para el señor Biswas (Los libros del mirasol, 528 páginas, edición 1965).

Vidiadhar Surajprasad Naipaul (1932-2018) la entregó a la imprenta por primera vez en 1961, cuando aún era pobre como una rata. Nacido en la actual Trinidad y Tobago, nieto de inmigrantes venidos desde la India (su familia integraba la privilegiada casta de brahmanes), había conseguido una de las cuatro becas que el Imperio Británico ofrecía para estudiar arte en Oxford. La novela lo consagró, le abrió el camino hacia el Premio Nobel de Literatura de 2001.

Forzando el concepto podría ubicarse la obra en el boom sudamericano de los sesenta. Fulgor tropical no le falta; ambientes de fealdad y exuberancia narrativa, tampoco. Pero Inglaterra la reclama para su acervo. Un crítico de Londres escribió: "Naipaul es el heredero más talentoso de la comedia dickensiana". Antes de odiarlo por razones políticas, el poeta Derek Walcott, otro Premio Nobel caribeño, sentenció: "Sir Vidia es nuestro mejor escritor de la oración en inglés".

Ha llegado pues el momento de elogiar la trama. Se trata, en última instancia, de una magistral exploración de la alienación individual (el señor Biswas) y colectiva (los indios de la diáspora). Ingresamos en el nuevo mundo del hinduismo ortodoxo injertado en una pequeña colonia insular de la Gran Bretaña, no lejos de las costas de Venezuela. Miles de indios llegaron para para partirse la espalda en las plantaciones de caña de azúcar (los brahmanes para dirigirlas). Algunos prosperaron (en Trinidad hay petróleo y hubo una base estadounidense); los más se incorporaron en el ejército de los trabajadores pobres. Viajamos a la primera mitad del siglo XX.

Se ha establecido que el señor Biswas es el propio padre de Naipaul, evocado en versión libre. Es también uno de los personajes indelebles de la literatura universal. Una vida llena de peripecias domésticas (el libro rebosa de anécdotas, es uno de los atractivos), de la vida rural a Puerto España, la capital. Periodista de profesión, casado, cuatro hijos (el segundo, Anand vendría a ser Sir Vidia), lector de Epicteto y Marco Aurelio, como consuelo, víctima de la tiránica familia de su esposa. El señor Biswas tenía muy mala salud, al punto que murió a los 46 años, sin un penique en el bolsillo pero propietario de la casa que había soñado, aunque hipotecada y completamente defectuosa.

Naipaul narra las vicisitudes del protagonista con un procedimiento dickensiano que se menciona al pasar en la página 328: en las grotescas circunstancias de la vida del señor Biswas todo lo que lo hace sufrir es puesto en ridículo y minimizado. Eso de escoger como sujeto de amoroso escrutinio a un joven pobre que lucha por salir adelante es también un clásico de la tradición literaria británica.

EL NOMBRE DE ALEJANDRO


La indagación colectiva -como se dijo- atañe al hinduismo clásico, pero fuera de la India. Una sociedad petrificada en la lava de las injusticias y los prejuicios. Con hábitos y un sistema de castas de más de mil años pero que confía plenamente en la educación de los chicos como factor de ascenso social. Una comunidad aficionada a la tragedia, cuyas mujeres siguen asustando a sus hijos por la noche con el nombre de Alejandro. Que considera a ser barbero como una profesión inmemorialmente deshonrosa; aunque el pescador de cangrejos es el más bajo entre los bajos. Que confiere dignidad a las esposas apaleadas por sus maridos, pero cuyas familias numerosas se articulan en torno a una matriarca. De ese infierno de casas clamorosas y sobrepobladas quiso huir el señor Biswas hacia la paz de su propia vivienda. Rema en tu propia canoa, era su lema subversivo. Un verdadero trastornador de rutinas, para escarnio de su esposa Shama.

Algunas palabritas más sobre el estilo y la ideología. La obra impresiona por su fluidez y unidad. Los personajes son rotundos y las anécdotas, siempre interesantes. Hay párrafos memorables, líricos en su simplicidad. El uso de la ironía es formidable; y la gama humorística, enorme. Es decir, forma y fondo son parejos en excelencia. Todo el mundo coincide en que el cuarto libro que escribió Sir Vidia es el mejor de su repertorio.

El contexto es una plácida ocupación colonial, bajo el sol ardiente y la lluvia intensa, que se va deshilachando, sin violencias. Pasa la Segunda Guerra Mundial, pero en puntitas de pie. El pueblo colonizado no es simpático, ni siquiera agradable. Esta es una de las razones por las que la izquierda odiaba a Naipaul. Edward Said lo llamó "proveedor de estereotipos".

Si aceptamos que Anand es Sir Vidia, así explica el novelista su propio temperamento misántropo, que tantos enemigos le había granjeado: 

"...Su sentido de la sátira lo mantenía alejado. Al principio esto sólo fue una postura, una imitación de su padre. Pero la sátira condujo al desprecio... y el desprecio rápido, profundo, incluyente, se convirtió en parte de su naturaleza. Todo ello provocó insuficiencias, una aguda conciencia de sí mismo y una perdurable soledad. Pero lo tornó inexpugnable".

La edición que aquí comentamos fue traducida por Floreal Mazía. Realmente, esta suerte de sabio de Villa Crespo hizo un trabajo magnífico. Trate de conseguirla.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Excelente