miércoles, 24 de febrero de 2010

George Steiner en The New Yorker

George Steiner
Fondo de Cultura Económica. 402 páginas. Ensayo de literatura y arte. Edición 2009.

“Es posible que la erudición de primerísimo orden sea tan rara como el arte o la poesía excelsos. Algunas de las dotes y cualidades que exige son obvios: una extraordinaria concentración, una memoria capaz pero minuciosamente precisa, finura y una especie de piadoso escepticismo en el manejo de testimonios y fuentes, claridad de presentación. Otros requisitos son más escasos y más difíciles de definir. El erudito verdaderamente grande tiene nariz de perro trufero para el documento oculto pero clave, para la concatenación de circunstancias aparentemente dispares. Vislumbra la carta robada cuando otros se quedan mirando el papel de la pared. Como un zahorí, capta la significativas profundidades que hay debajo de la superficie ya hace tiempo trillada. Detecta la grieta en el cristal, la nota falsa en el archivo, la encubierta presión de lo que ha sido falseado o silenciado. Se adhiere obstinadamente a lo que Blake llamaba “la santidad del detalle mínimo”, pero despliega a partir de él la inferencia generalizadora, que puede alterar el entero paisaje de nuestras percepciones históricas, literarias y sociales”.

Hasta aquí, George Steiner (París, 1929) festeja la erudición rara y vivificadora de Gershom Scholem. Pero el párrafo describe también a la perfección las cualidades espirituales y estilísticas del propio Steiner (1929), acaso el mejor crítico literario vivo. El Fondo de Cultura Económica rescató dieciocho artículos de un maestro de lecturas que, como pocos, representó al sabio por excelencia, al luchador en minoría, y ese genio centroeuropeo y judío que en tan gran medida ha determinado la cultura moderna. Los textos son magníficos. Retratan veinte años de trabajo fecundo en el periodismo norteamericano. Desmenuzan a Solzhenitsin, a Celine, a Grahan Greene, a Cioran, a Orwell, a Beckett y a Brecht. Con un minucioso talante rabínico, explican a Simone Weil, Bertrand Russell, Lévi-Strauss, Arthur Koestler y Noam Chomsky. Abordan a dos canallas eminentes del siglo XX: Anthony Blunt y Albert Speer. Rescatan de las fauces del olvido a Salvatore Satta, a Karl Kraus y a Elías Canetti. Quizás, el ensayo sobre Jorge Luis Borges (escrito en 1970) sea el más flojo de todos, en el sentido de que no aporta nada que ya no sepamos. Se equivoca, incluso, al describirlo como “el más original de los escritores angloestadounidenses”. Borges es intensamente argentino, ¡caray!. Otra equivocación es rebajar a Bioy Casares a la categoría de “estrecho colaborador” de J.L.B.

Pero siempre es una fiesta leer a Steiner. Es una escritura que provoca oleadas de júbilo, por la belleza de su estilo. Uno puedo sentir el peso físico y místico de los libros que lo han formado. Al fin y al cabo -como dice el propio Steiner- “escribir mal es un síntoma de erudición deficiente”. En esta recopilación, la finura de su antenas no se limita al arte, se extiende incluso a la política. Este diapasón de la conciencia lo escribió en 1978, cuando desde Sábato al Partido Comunista elogiaban aún al general Videla: “… la ubicuidad en Uruguay y Argentina de un grado de tortura y terror que iguala a cuanto se conoce de los matones de Stalin y la Gestapo”. Desde todo punto de vista, por ende, se trata de un libro muy recomendable.
Guillermo Belcore

Calificación: Excelente

PD: ¿Hace falta repetirlo? Este blog ha tomado como ideal a George Steiner, sobre todo en dos puntos: la crítica literaria es producto de una deuda de amor y el estilo es la única herramienta de que dispone el crítico para persuadir con sus razones.

domingo, 21 de febrero de 2010

En tierras bajas

Herta Müller
Punto de lectura. Cuentos, 191 páginas

El año pasado, la Academia Sueca proclamó a los cuatro vientos que Herta Müller (Nitzkydorf, 1953) es otro caso ejemplar de literatura comprometida. Honró “la concentración de poesía y la franqueza de la prosa” de una señora corajuda a quien se reconoce como la gran cronista de las desdichas de la minoría alemana (los suabos) en la distopía de Ceaucescu. En tierras bajas es su primer libro. Fue concluido en 1982, censurado por la tiranía bolchevique y enviado de contrabando a Alemania occidental, donde se lo acogió con entusiasmo. Contiene quince relatos y sus claves son la concisión, la amargura y la sordidez. La manufactura, empero, es defectuosa. Fue elaborada con un estilo tan rudimentario que sólo puede compararse con algunos escritos de la Joven Guardia argentina. Es un producto indigno de un Premio Nobel, si es que este devaluado galardón aún significa algo.

La señora Müller sorprende aquí por su notoria torpeza para articular una historia. Los relatos son la mera acumulación de estampas de la nauseabunda vida cotidiana en la Rumania de posguerra. Se trata de “ficción autobiográfica”. La autora salda cuentas con su padre, homicida al servicio de las Waffen SS y con su madre, esclavizada durante cinco años por los comunistas en Ucrania. Describe con precisión la brutalidad y roñosería de la vida campesina, desde la perspectiva costumbrista, mágica u onírica de una niña. La sintaxis abruma por su pobreza: interminables frases cortitas y nerviosas ponen a prueba la paciencia del lector. Hay sí, de tanto en tanto, algún fulgor lírico. De esta calaña: “Las ortigas fustigan el pueblo con sus sombras llovedizas. Rozan las manos con su fuego, dejando unas mordeduras rojizas y turgentes cuyas lenguas lamen la sangre y duelen en las redes venenosas de la mano”.

Sólo un necio podría descalificar a un artista por su obra primeriza. Pero no es éste, seguramente, el mejor libro para trabar contacto con Herta Müller.
Guillermo Belcore
Publicado hoy en los Suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata.

Calificación: Regular

PD: Hay un ocurrente artículo en El País de Madrid que parodia con absoluta precisión el estilo de Müller, por momentos insoportable.

viernes, 19 de febrero de 2010

Glasgow 5/15

Isabel de Gracia
Editorial El Ateneo. Novela, 255 páginas. Precio aproximado: 50 pesos

Isabel de Gracia (Junín, 1963) vive en La Plata. Es abogada y fotógrafa. Obtuvo el Premio Letra Sur 2009 con su primera novela, la que se gestó en el taller de Leopoldo Brizuela, según admite. Ganó cincuenta mil pesos. El título alude a una escala médica usada para medir el nivel de conciencia de una persona. Se narra, justamente, los esfuerzos de una joven por averiguar qué le ha ocurrido en realidad a su hermana comatosa, quien apareció en el medio de la nada, casi congelada, medio cuerpo sumergido en una laguna. Una es mandadera en bicicleta; la otra restauradora de lapiceras caras.

Ya hemos advertido que la fragmentación de un libro en capítulos diminutos es una verdadera plaga. Aquí tenemos setenta y ocho en menos de doscientos cincuenta páginas, con una letra cuyo cuerpo es mayor a lo normal. Es probable que sea una estratagema para no fastidiar al jurado, pero el desagradable regusto a poco nos acompaña desde la primera a la última página. Literatura concentrada, lenguaje reticente, dirán los que defienden lo irrisorio o lo rudimentario (los gorriones argentinos se alimentan con miguitas de pan). Otro defecto de la obra son sus altibajos, lo que en economía se denomina el efecto serrucho. Episodios insustanciales contrastan con la potencia dramática del capítulo treinta seis, donde se confiesa un asesinato por piedad. Allí se forjó una frase estupenda: “La verdad es que yo creí que todo el amor del mundo me iba a alejar de todo el dolor del mundo”. También me encantó el número veinticuatro, aunque al final la autora confiesa que la historia fue saqueda a Javier Marías.

Cuatro virtudes deben elogiarse: la habilidad del ensamblaje, la claridad de la prosa, el suspenso tenue y el tinte fantasmal del paisaje platense. Dudosos son, en cambio, los esbozos de una metafísica de la historia clínica y una ética del procedimiento penitenciario. La sensiblería y la moralina arruinan varias páginas. El misterio se resuelve con un ardid que irrita a los amantes del género policial: la sorpresiva irrupción de un personaje desconocido. En síntesis, la novela es un esfuerzo desparejo pero muy digno (típica escritura primeriza) que insinúa que la autora escribirá libros mejores.
Guillermo Belcore
Este comentario se publicará con ligeras variaciones en el suplemento de Cultura del diario La Prensa del próximo domingo.

Calificación: Regular

lunes, 15 de febrero de 2010

¿Para qué diantres sirve el Premio Nobel?



















Diario de un lector apasionado XIII

Las comparaciones, dicen, son odiosas. Pero resultan útiles, añado yo. He recibido dos libros para comentar. Cuentos completos de Vladimir Nabokov y En tierras bajas de Herta Müller, también una recopilación de relatos y textos breves. Müller recibió el año pasado el Premio Nobel de Literatura, Nabokov jamás obtuvo el galardón. En 1974, el ruso fue derrotado en la votación final junto a Graham Greene por dos escritores suecos, quienes también fueron jurados del Nobel. ¿Alguien alguna vez oyó hablar de la destreza literaria de Eyvind Johnson y Harry Martinson?

El libro de Nabokov tiene más de ochocientas páginas y atesora sesenta y cinco cuentos. Habría que venderlo envuelto en papel celofán, sobre un cojín de terciopelo rojo, dentro de una caja de caoba con los herrajes en oro. Es una magnífica alhaja. He leído, hasta el día de hoy, quince cuentos, publicados antes de 1928. ¿Cómo es posible que un veintiañero escribiera tan pero tan bien, con tanta solvencia y riqueza expresiva?, me pregunto asombrado. El joven Vladimir era un aristócrata caído en desgracia, refugiado en Berlin que se ganaba la vida vendiendo su escritura a revistas de exiliados rusos de lugares tan exóticos como Riga. Hace unos días conversaba con Omar Genovese y Patricio Zunini sobre el tema. ¿A qué edad una persona debe dedicarse a escribir seriamente? ¿Qué bagaje cultural o existencial debe llevar sobre la espalda? Bueno, este libro extraordinario demuestra que es imposible una definición categórica. El genio no tiene edad.

La señora Müller, ¡ay!, me ha defraudado. Está muy bien que se denuncie en molde de ficción autobiográfica la tiranía roja de Ceausescu, pero su prosa es tan rudimentaria que, a decir verdad, sólo puedo compararla con algunos autores de La Joven Guardia argentina. Quintín ya nos había advertido de sus defectos, pero bueno quise tener una opinión de primera mano sobre la campeona de la minoría alemana de Rumania (los suabos). Tengo la sospecha de que la Academia Sueca, una vez más, ha premiado la militancia política o social por encima de las dotes artísticas. Borges, al fin y al cabo, nunca recibió el Nobel supuestamente por haber elogiado a Pinochet, aunque García Márquez sí lo mereció, a pesar de su ciega amistad con Fidel Castro.

Es el segundo fiasco consecutivo, amigos y amigas. Jean-Marie Le Clézio (Nobel 2008) también me había resultado superficial y aburrido. De los premiados de este siglo, sólo pongo las manos en el fuego por Doris Lessing, Orman Pamuk y John Maxwell Coetzee. Son auténticos escritores, estoy seguro de que perdurarán. ¿Para que sirve el Premio Nobel de Literarura?, me digo en esta mañana templada pero húmeda de Buenos Aires, mientras me dispongo a releer La Veneciana, espléndido cuento de Nabokov. Transcribo un párrafo para mostrar la belleza y la inteligencia del estilo:

“El rasgo distintivo de todo lo existente es su monotonía. Compartimos la comida a unas horas pretedeterminadas porque los planetas, como trenes que nunca se retrasaran, salen y llegan a una hora determinada. El hombre medio no puede imaginarse la vida sin un horario tan estrictamente establecido. Pero una mente traviesa y sacrílega se divertiría mucho imaginándose la existencia de la gente en el caso de que el día durara diez horas hoy, ochenta y cinco mañana, y pasado mañana sólo unos minutos. A priori se puede decir que, en Inglaterra, semejante incertidumbre se traduciría en primer lugar en una extraordinaria proliferación de apuestas y otras diversas formas y combinaciones de juego. Los planetas se convertirían en caballos de carreras, y ¡qué entusiasmo el producido por el alazán Marte en la tirada final de su carrera cuando se aprestara a acometer la última valla celestial! Los astrónomos asumirían las funciones de corredores de apuestas, el dios Apolo sería pintado con los llameantes colores de una gorra de jockey y el mundo se volvería felizmente loco”.

Yo postulo aquí, en esta modesta trinchera que lucha contra la mediocridad literaria con uñas y dientes, que la publicación de los Cuentos Completos de Nabokov es, para los hispanohablantes, un acontecimiento cultural más importante que el Premio Nobel de Literatura 2010.
Guillermo Belcore

sábado, 13 de febrero de 2010

El demonio y la señorita Prym

Paulo Coelho
Planeta. Novela, 191 páginas.

Hace más de un siglo, Mark Twain escribió El hombre que corrompió Hadleyburg, un cuento formidable. Diez años atrás, Paulo Coelho (Río de Janeiro, 1947) se apropió del argumento y lo distorsionó a golpes de moralina y mensajes edificantes sobre el yunque de la New Age. El sello Planeta creyó oportuno reimprimirlo para gozo de la multitudinaria grey de Coelho.

El libro narra la irrupción del Mal en el caserío de Viscos, doscientos ochenta y un habitantes, sin niños ni perspectivas frescas para los jóvenes. Un fabricante de armas que ha sufrido una pérdida irreparable usa al poblado como conejillo de indias para encontrar una respuesta que los libros y los filósofos confunden. Quiere saber si el ser humano es, en esencia, bueno o malo. Un demonio lo asesora. El magnate ofrece diez lingotes de oro a quien cometa un homicidio antes de que transcurra una semana. Chantal Prym, la camarera del único bar, es su instrumento. El alma de la chica -nos dice el autor- se debate en una lucha sin cuartel por aventuras, sueño, miedo y poder. Una anciana sabia, que suele hablar con el marido muerto, viene en auxilio de la comunidad.

La novela aplica un solo procedimiento: las historias dentro de la historia. Todo se subordina a la moraleja y a la simplicidad. Los parlamentos son inverosímiles, la trama aburrida, las ñoñerías y el kitsch mandan. La escritura se convierte, a menudo, en un sistema de citas, pero con la profundidad de un dedal. Verbigracia: “existen dos cosas que impiden que una persona realice sus sueños: creer que son imposibles o que, gracias a un repentino vuelco de la rueda del destino, vean que se transforman en algo posible cuando menos lo esperaban”.

¡Qué misterio! ¿Qué contienen estos libros que cautivan a tanta gente? Paulo Coelho, dicen, ha vendido más de cien millones de ejemplares.
Guillermo Belcore
Este comentario se publicará mañana en el Suplemento de Cultura de La Prensa.

Calificación: Malo

PD: Bueno, señor Coelho aquí nos despedimos, ojala que para siempre. Usted no me necesita. Venderá toneladas de libros, a pesar de mi desdén de pulga arrogante. Su fortuna, bien ganada, seguirá multiplicándose. Haber leído dos de sus novelas me ha permitido confirmar una intuición negativa sobre la escritura que comercia. Ya puedo hablar sobre usted, caballero, con cierto fundamento. Pero me pregunto también -siempre me lo pregunto- si no seré un envarado sin remedio con prejuicios que me impiden disfrutar otra clase de literatura. ¿Millones de hombres y mujeres que aman a Coelho en todo el mundo están fatalmente equivocados? ¿Es una clásica cuestión de opiniones? Uf... qué difícil.

miércoles, 10 de febrero de 2010

La bruja de Portobello

Paulo Coelho
Planeta. Novela 291 páginas. Edición 2007.

Paulo Coelho (Río de Janeiro, 1947) ha vendido, según se dice, cerca de cien millones de copias en sesenta y dos idiomas. Francia, la nación más literaria del planeta, le concedió la Legión de Honor. Batió el récord de autógrafos firmados y figuras de la talla de Madonna o Julia Roberts lo consideran su autor de cabecera. Millares de personas lo adoran, juran que les ha aliviado la desdicha. Desde 2002 ocupa el asiento número 21 de la Academia Brasileña de Letras. Es obvio que se trata de un fenómeno de nuestro tiempo. Sin embargo, en términos estrictamente literarios este libro (¿es novela o manual de autoayuda?) me ha hecho rechinar los dientes por su simpleza, cursilería, paternalismo y pobreza expresiva.

La bruja de Portobello es Athena, una hija de gitanos adoptada por una próspera familia maronita del Líbano. La guerra civil los destierra a Londres; la muchacha, que goza del don de la precognición y la visión mística, se empeña en ser madre a los diecinueve años. El matrimonio a las apuradas se deshace y se lanza a una azarosa búsqueda espiritual, desde los desiertos de Arabia hasta la Transilvania. De regreso en Londres, atrae la atención de la prensa sensacionalista y de los intolerantes. Pero de pronto desaparece. Circula la versión de que la sacerdotisa -“una mujer del siglo XXII“- buscaba la muerte; su misión ya había sido cumplida.

Coelho intenta una audacia formal: narrar la vida de la protagonista desde el punto de vista de las personas que la conocieron. No se puede, por desgracia, hablar de una novela coral. El tono melifluo y monocorde no varía de un personaje a otro. El brasileño, que asegura haber sido influido por Borges, William Blake y Henry Miller, debería haberse instruido, por ejemplo, con La piedra lunar de Wilkie Collins, un modelo de articulación feliz de distintas voces.

De todos modos, en este tipo de libritos el análisis de la destreza narrativa resulta a la postre lo menos importante. Son libros de ideas y ellas son las que merecen ser desmenuzadas.

ENERGIA FEMENINA
Atento a ese dogma de Hollywood que postula que “una buena historia debería poder resumirse en una frase“, Coelho sentenció que este libro trata sobre “el despertar de la energía femenina en el hombre y la mujer“.

Cocinó un guiso desabrido con los ingredientes que lo han hecho famoso y que encarnan la quintaesencia de lo que conocemos como New Age: todos poseemos una fuerza desconocida en nuestro interior, hay una segunda naturaleza mágica en las cosas, basta con cambiar de actitud para acceder a un plano diferente de la realidad, nada debería ser sufrimiento.

As¡, con una prolija y provechosa ambigüedad elabora una suerte de religión, en el sentido etimológico del término: re-liga a sus millones de discípulos en la adoración del Universo y el culto de la Gran Madre (puede o no ser la Virgen Mar¡a o, mejor, el lado femenino de Dios). Ella “estará siempre con nosotros, en tanto hagamos las tareas con alegr¡a“.

Hay que reconocer que Coelho se las apaña para conectar con toda clase de lectores. A los jóvenes los complace sustentando que el baile permite caer en trance, alcanzar el éxtasis. Los hombres de negocios gozarán el capítulo dedicado a desarrollar la productividad. Se halaga al Islam, al mismo tiempo que se dispara contra un blanco fácil: hace tiempo que a Jesucristo no se le permitiría ingresar en los templos católicos. Hay también un bálsamo para las madres separadas, los divorciados, las típicas amas de casa insatisfechas, las atormentadas por las dietas. En la página 112, se explica cómo actuar ante un niño pidiendo limosna: cómprele un sanguchito, no le dé monedas; gánese el odio del adulto que lucra con la miseria.

Semejante obsesión por ser instructivo causa fastidio. Oscar Wilde sugería huir de los libros que buscan transmitir un mensaje. George Moore consideraba que las ideas son la maldición de la literatura moderna. Sin llegar a tales extremos, sostenemos aquí que en La bruja de Portobello hay un insoportable regusto a producto manufacturado en serie que persiste hasta el final. El libro, empero, es casi bueno cuando narra y no pontifica.
Guillermo Belcore

Calificación: Malo

PD: Quise tener una visión de primera mano sobre Paulo Coelho, para poder discutir con fundamento en ciertas tertulias. Leí a las apuradas dos novelas. No me gustaron en absoluto. Añadí entonces al brasileño a la lista de autores que no frecuentaré nunca más en lo que me quede de vida, excepto si alguien me contratare para comentarlo. En unos días, después de que salga publicada en La Prensa, subo la segunda reseña.

lunes, 8 de febrero de 2010

El progreso del amor

Alice Munro
RBA - Cuentos, 395 páginas. Edición 2009

Vamos a ver. ¿Qué diantres espera la Academia Sueca para honrar a Alice Munro (Ontario 1931)? La Chejov canadiense es una artista de primera categoría. En este libro extraordinario, publicado por primera vez en 1986, demuestra tres cosas, por lo menos: que el buen cuento tolera la digresión y hasta el transcurso de tres generaciones; que las oraciones cortas y la prosa transparente y justa son muy eficaces; que de los sentimientos de la gente corriente puede extraerse complejidad y profundidad literaria.

El volumen contiene once relatos largos, todos sobresalientes. Van al corazón de la existencia: tratan sobre el amor, la senectud, la familia, la superación personal, la libertad del espíritu y los cambios sociales. Están ambientados en las urbes y las granjas del sur del Canadá angloparlante, allí donde la nieve suele cubrir los campos “como esculpida, deslumbrante, eterna como el mármol”. El tono de la narración es de suave nostalgia: las historias están amasadas con recuerdos, escenas entrañables, riquísimas sensaciones. No falta el humor.

Munro aplica un procedimiento estupendo. Cada cuento tiene un nucleo incandescente desde el que fluye la narración. Se trata de un acontecimiento inusual pero no imposible, una ruptura de la placidez literaria que nos asalta por sorpresa: una niña se salva por milagro de ahogarse en una piscina a pleno sol; una adolescente esquimal viaja en avión a Hawaii con un hombre maduro que no es su padre; el señor Weeble asesina a su esposa y se vuela la tapa de los sesos; la abuela de la narradora intenta colgarse de una viga; dos campesinos abusan y rescatan a una esclava de aspecto raro.

“Mi escritura es autobiográfica en la forma pero no de hecho”, ha explicado Munro. ¿Qué significa esto? Que la urdimbre da siempre una impresión de sinceridad sin caer en el exhibicionismo de la inane literatura del yo. Esta dama debería ser lectura obligatoria en los cien mil talleres literarios y los cursos de composición creativa.
Guillermo Belcore

Calificación: Excelente

sábado, 6 de febrero de 2010

La biblioteca ideal

Matías Serra Bradford
La Bestia Equilatera. 413 páginas. Edición 2009.

Un hombre deambula por una planicie. El paisaje es obvio, tedioso, cacofónico. El andarín se siente tentado a abandonar, algo decepcionado pues la excursión parecía prometedora. Descubre, empero, gemas raras y flores intensas de vez en cuando. Esas gotas de excelencia le permiten arribar al final.

El párrafo anterior describe la experiencia de lectura de La biblioteca ideal. Matías Serra Bradford, un intelectual de probada inteligencia para la traducción y el articulismo, ha intentado una taxonomía minuciosa del señor lector. Detalló manías, estrategias y supersticiones. Empleó un procedimiento singular: astilló los párrafos en bloquecitos independientes, como si se tratase de entradas a un diario o de una colección de aforismos. El lector que escribe no puede ser sino fragmentario, sentencia en la página trescientos dieciocho. También inventó cuatro personajes (bibliófilos, claro) que unen el conjunto.

Quizás, el problema con esta ingeniosa apuesta es que ha equivocado su camino; no debió ser ficción: Serra Bradford persiguió el lirismo pero su prosa carece de fulgor poético. Abusa del amontonamiento y la adicción, e incluso de las comillas. Tampoco transmite sabiduría, excepto cuando trae una cita. Uno tropieza con expresiones feas como ésta: “la tarde extrañada por la luz surte efectos barrocos en los circuitos cerebrales”.

¿Dónde radica entonces la erótica de la obra? En ciertas anécdotas, glosas y ocurrencias (“lectores de esnobismo supremo son los que declaran que Shakespeare no les gusta, pero que sí les interesa la era isabelina“). También en el agrado de la identificación. El libro nos retrata y nos explica, en tanto lectores voraces y hedónicos, obligados a contender con el gremio de los libreros, y a frecuentar la ceremonia del café en busca de lugares propicios para nuestro vicio.

En el final se comete perjurio. El libro que ha recibido el diario donde trabajo vino defectuoso: le faltan más de diez páginas. ¡Que ironía! Justo en una obra que rinde amoroso homenaje a la pasión de la lectura.
Guillermo Belcore
Esta reseña se publicará mañana en el suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: regular

PD: Damián Tabarovsky encontró cualidades que a mí se me han pasado por alto, en la edición del domingo pasado de Perfil, donde Serra Bradford casualmente escribe un artículo sobre Salinger.

PS del 24-02: Patricio Zunini entrevistó al autor del libro.

jueves, 4 de febrero de 2010

Los corruptos son más interesantes

Diario de un lector apasionado XII

Estoy leyendo, por encargo, una novela premiada. Isabel de Gracia ganó el Premio Letra Sur 2009 (cincuenta mil pesos más fama) con Glasgow 5/15. Otro día hablaré de sus cualidades, quiero detenerme hoy en la página ciento cuarenta y tres, que me obligó a meditar acerca de una superstición de los escritores.

La narradora-protagonista es una mandadera en bicicleta que se empeña en descubrir qué le ocurrió a su hermana comatosa. Hay un leve y agradable misterio. Vemos a la mujer llegar a la casilla del cuidador de un parque espectral. Coloca sus bártulos sobre una mesa y separa una caja con medicamentos, un sobre con dinero y una bolsa con un expediente judicial. Recorta un cuarto de cada pastilla, arranca tres fojas del documento y deja la plata intacta. La chica es una suerte de Robin Hood, regala los remedios a los necesitados y con las fojas robadas (la autora) bosqueja una ética del procedimiento judicial. El dinero ajeno no le interesa a la mandadera. ¿Para qué lo separó entonces? Para demostrarnos, sin sombra de duda, que es un dechado de virtudes. Qué lástima.

Borges, quién si no, ha notado que un cobarde siempre es más cautivante que un valiente. Lord Jim, por consiguiente, es superior al Martín Fierro. Si la chica de Glasgow 5/15 hubiera rapiñado unos billetes, toda nuestra visión sobre el personaje habría cambiado. Seguramente, la novela sería mejor. Pero la señora De Gracia participa del fetichismo de la moralidad artística. Injerta al texto su afán de justicia. Cree, como la Iglesia medieval, que el libro debe ser edificante. En la página ciento setenta y cuatro, inflige al lector una ñoña plegaria laica: “No puedo dormir. Recuerdos de cuando me burle de alguien, sin darme cuenta de quién era o de dónde venía esa persona. Cuando no supe contestar y me humillaron. Cuando participé de campañas y dejé que me manipularan (sic). O cuando monté una puesta en escena para hacer el amor o impresionar a los demás. Cuando usé engaños o estrategias para conseguir lo que quería. Las veces que me acusaron o acusé injustamente”. ¿Conocen ustedes a algún argentino que no haya podido dormir por haberse sumado a una campaña periodística? Sonamos. La cruzada K. contra los monopolios informativos ha llegado a las bellas letras.

Me parece que la persona íntegra sólo es interesante, en términos literarios, por contraste; es decir, actuando en un ambiente absolutamente putrefacto. La gema que brilla en un fango nauseabundo. Siempre me ha intrigado -en la vida y en la ficción- esa maravilla del universo que es una conciencia que corre graves riesgos por decir “no” al poder o a la vileza. Pero en un entorno común y corriente, sólo nos despiertan curiosidad las conductas viciosas, perversas, egoístas, autodestructivas, como las obsesiones con las nínfulas del profesor Humbert. La moralina -ésta es mi hipótesis- es un feo ripio narrativo. Obviamente, se trata de un juicio estético.
Guillermo Belcore

PD: No está mal que la novela transmita ideas, de hecho esa es una de sus misiones primordiales. Pero los procedimientos indirectos, no me cansaré de decirlo, siempre son más eficaces.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Rusia de Lenin a Putin

Autores varios
Capital intelectual. Ensayo de política internacional, 233 páginas. Precio aproximado: 65 pesos.

La cita es famosa. Sir Winston Churchill estableció que Rusia es “una adivinanza envuelta en un misterio dentro de un enigma“. Por eso siempre será oportuno el texto esclarecedor que provenga de una mente que se ha consagrado a meditar sobre ese pueblo formidable. En especial ahora, cuando tantos ineptos se sienten con derecho a decir unas palabras (y hasta escribir libros) sobre dos de los grandes temas contemporáneos: la Revolución Bolchevique y el Imperio Soviético.

Le Monde diplomatique, bastión de la izquierda contumaz y la resistencia a Estados Unidos, recopiló artículos sobre “uno de los extremos en la era de los extremos” y acerca de su derrotero desde 1991 hacia un sistema vagamente similar a la democracia. Algunos textos se firmaron anteayer; otros proceden de cuarenta años atrás. Algunos análisis son impecables como el del historiador Moshe Lewin. Otros tienden a la superficialidad del eslogan como el de la profesora Annie Lacroix-Riz, que dibuja a un Stalin víctima de las circunstancias. Con el Padrecito de los pueblos ocurre lo mismo que con Hitler o Tamerlán: cualquier intento de minimizar su crueldad sin límites, sus crímenes espeluznantes, provoca un feo malestar. Pero el volumen, en conjunto, es bastante equilibrado y sensato.

El lector hallará dos gemas: una reflexión del filósofo Henri Lefébvre sobre el carácter dogmático del leninismo, que confirma que el socialismo emancipador fue una de las primeras víctimas de las mazmorras de Lubyanka. Y un bosquejo de Marc Ferro sobre las leyes de la geografía y los extraños retornos en la historia. En cuanto al hoy, el libro es ambiguo. Vladímir Putin era una necesidad pero su “democracia manipulada” está condenada a transformarse o explotar.
Guillermo Belcore
Publicado el domingo pasado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Bueno

lunes, 1 de febrero de 2010

Fantasmas


Eduardo Berti, compilador
Adriana Hidalgo. Cuentos, 540 páginas

El hecho más curioso no es su aparición, sino lo contrario. Kipling sugiere tomar notas siempre que se tropieza con uno. Influyen en nosotros, según Dickens, mediante leyes que aún no logramos comprender. Vienen del Más Allá por miles de razones, no sólo para cobrar venganza. Boccacio evoca un espectro que persuadió a las mujeres de Rávena de ser más obsequiosas con los placeres de los hombres. Hubo un monje fantasma en China que advertía sobre los riesgos de suicidarse sin un razón valedera. Otro se escapó del Otro Lado un par de horas -relata el Marques de Sade- para revelarle a su querida dónde estaban ocultas las monedas de oro. Una extraordinaria colección de ánimas pueblan este libro delicioso al que sólo podemos reprocharle que no haya llegada hasta la actualidad, seguramente para eludir el derecho de autor.

El escritor Eduardo Berti, una vez más, hizo un trabajo formidable. Compiló, tradujo, engarzó el prólogo y una breve introducción en cada uno de los treinta y nueve cuentos. El volumen va desde Plinio el Joven hasta Chesterton, pero dos tercios contienen la pesada maquinaria del siglo XIX, pues el gótico y el romanticismo -Berti dixit- marcan la edad de oro del cuento de fantasmas.

Hay piezas magistrales. La de Saki por caso, cuya resolución en una frase es impecable. Hay curiosidades procedentes del Lejano Oriente. Hay un solo argentino: el relato grotesco de Horacio Quiroga que delata a un par de fantasmas enamorados que erraban por el cine Gran Splendid (¿estarán aún en la librería El Ateneo?, debo consultarlo). La obra, en conjunto, tiene un valor añadido al de propiciar el simple goce de la lectura. Es una ventana al jardín de los notables. Invita al lector curioso a seguir las pisadas de Anatole France o de Henry James, o de otros nombres menos conocidos como M.R. James o Ji Yun.
Guillermo Belcore
Publicado ayer el el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Bueno

PD: La mejor novela de fantasmas que leí en mi vida fue escrita por Joe Hill, nada menos que el hijo de Stephen King. Puedes leer mi reseña en
¿Alguien se anima a recomendar otra?