Gilbert Keith Chesterton
Claridad. Cuentos policiales, 205 páginas.
“Lo que más tememos -dijo el sacerdote en voz baja- es un laberinto sin centro. Esa es la razón por la cual el ateísmo no es más que una pesadilla”.
G.K. Chesterton
Las parábolas más claras y hermosas que la humanidad ha concebido no se hallan sólo en el Nuevo Testamento. Honran la literatura inglesa unas cincuenta de estas composiciones moralizantes, aunque servidas en formato de cuento policial. Son los casos del padre Brown, la sublime creación de G. K. Chesterton (1874-1936), uno de esos artistas que -como diría Borges, su gran admirador- las generaciones no se resignarán jamás a olvidar.
Se ha llamado a Chesterton el “príncipe de la paradoja”. Escribió ochenta libros, cientos de poemas y relatos breves, y más de cuatro mil ensayos. Fue un polemista formidable con una personalidad exuberante; sus ideas eran tan rotundas como su figura (medía 1,93 metro y pesaba cerca de ciento treinta kilogramos, solía llevar encima un estoque y/o una pistola cargada). Es notable que aun hoy un pensador que consideraba casi todo lo moderno como una calamidad y que encontró en la Iglesia Católica (¡la Iglesia preconciliar!) el culmen del sentido común pueda resultar tan interesante. Quizás porque sus escritos fueron tan ingeniosos y humorísticos que sus lectores no pueden tomarlo en serio. Como sea, se trata de un escritor de primera categoría.
El sello Claridad reimprimió doce cuentos excelentes de la saga del padre Brown, encarnación de todo lo que es sencillo e inofensivo que va por el mundo lidiando con su enorme paraguas y resolviendo entuertos merced a su profunda comprensión del alma. Todos los textos son teatrales. Ninguno carece de finura, profundidad filosófica y elegancia expresiva. El mensaje es siempre el mismo: detrás de cada crimen, locura e inequidad se encuentra el orgullo, el pecado favorito de Satán. Chesterton amó al hombre corriente; y fueron objeto de su desprecio el plutócrata, el ambicioso, el gran héroe nacional, el mundano, el cínico y el idólatra. Fue el más raro y encantador de los reaccionarios. Una bellísima tonalidad.
Guillermo Belcore
Calificación: Muy bueno
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