Por Thérese Delpech.
Editorial El Ateneo. Ensayo de 315 páginas, publicado en 2006. Precio aproximado: 33 pesos.
He aquí uno de los mejores ensayos sobre el desorden internacional. Desmenuza con la perspectiva adecuada asuntos políticos, diplomáticos, sociológicos e incluso de conciencia moral. Pero acaso lo más interesante es que sus impecables diagnósticos explican también nuestras desdichas. Cuando la autora postula que “la envidia y el resentimiento ya no tiene válvula de escape en ninguna sociedad”, uno no puede dejar de pensar en la brutal delincuencia vernácula. Cuando explica que “la dinámica de la pasión igualitaria es un factor de perturbación global” parece que describiera a los piqueteros. Y al profetizar que veremos una y otra vez -como diría Balzac- “revoluciones desordenadas, furiosas, impotentes que destruyen todo sin producir nada'” es claro que alude al “que se vayan todos” del aciago 2001.
Por esta obra, Thérese Delpech ganó en Francia el premio Fémina 2005. Licenciada en filosofía, es una de las voces más respetadas en el pensamiento estratégico europeo. Ocupó distintos cargos en organismos internacionales, incluso fue miembro de un comité que se encargaba de vigilar a Saddam Hussein. Se especializa en cuestiones nucleares y de seguridad colectiva.
El libro, de prosa tan elegante como clara, recuerda que somos los desafortunados herederos del siglo XX. El mundo en su conjunto se ha salvajizado. Sólo los crímenes más horribles captan nuestra atención. Uno de los principales signos de ese desorden interior es el escepticismo sobre la capacidad del espíritu para transformar las cosas. Delpech traza parangones con 1905. Estamos en vísperas de algo grande. La historia nos ha enseñado que catastrofes, caracterizadas por una violencia increíble, pueden suceder sin aviso a la época más bella.
Editorial El Ateneo. Ensayo de 315 páginas, publicado en 2006. Precio aproximado: 33 pesos.
He aquí uno de los mejores ensayos sobre el desorden internacional. Desmenuza con la perspectiva adecuada asuntos políticos, diplomáticos, sociológicos e incluso de conciencia moral. Pero acaso lo más interesante es que sus impecables diagnósticos explican también nuestras desdichas. Cuando la autora postula que “la envidia y el resentimiento ya no tiene válvula de escape en ninguna sociedad”, uno no puede dejar de pensar en la brutal delincuencia vernácula. Cuando explica que “la dinámica de la pasión igualitaria es un factor de perturbación global” parece que describiera a los piqueteros. Y al profetizar que veremos una y otra vez -como diría Balzac- “revoluciones desordenadas, furiosas, impotentes que destruyen todo sin producir nada'” es claro que alude al “que se vayan todos” del aciago 2001.
Por esta obra, Thérese Delpech ganó en Francia el premio Fémina 2005. Licenciada en filosofía, es una de las voces más respetadas en el pensamiento estratégico europeo. Ocupó distintos cargos en organismos internacionales, incluso fue miembro de un comité que se encargaba de vigilar a Saddam Hussein. Se especializa en cuestiones nucleares y de seguridad colectiva.
El libro, de prosa tan elegante como clara, recuerda que somos los desafortunados herederos del siglo XX. El mundo en su conjunto se ha salvajizado. Sólo los crímenes más horribles captan nuestra atención. Uno de los principales signos de ese desorden interior es el escepticismo sobre la capacidad del espíritu para transformar las cosas. Delpech traza parangones con 1905. Estamos en vísperas de algo grande. La historia nos ha enseñado que catastrofes, caracterizadas por una violencia increíble, pueden suceder sin aviso a la época más bella.
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