Carlos Chernov
Alfaguara. Cuentos, 156 páginas, edición 2007.
Un adicto al llanto casado con una psicótica que le exige castrarse como prueba de amor, un fotógrafo esclavizado al cigarrillo para no soñar con una isla donde degenera en caníbal, los estragos de la lepra, un torero hemofílico, un andinista drogón, un callo en la mano de John Steimbeck. Con estos materiales _y con otros igual de repulsivos_ edifica Carlos Chernov (Buenos Aires, 1953) su última colección de relatos en torno a pasiones perversas o desesperadas. Apelar a la truculencia -como al melodrama o al panfleto- es un recurso legítimo. Hollywood clase B lo hace todo el tiempo. Ahora bien, ¿hay algo más que efusión de sangre e inmundicias? Por supuesto. El estilo de Chernov es atrapante por su inclaudicable legibilidad. Los nueve escritos se leen de un tirón, sin ningún esfuerzo. El tallado de caracteres tampoco es malo, aunque algunos de tan chiflados bordean lo inverosímil. Hay una prostituta bondadosa que planea matar al imbécil del marido para que el hijo no se disguste. El autor explora el mundo por medio de personajes; es decir, en el fondo, es un novelista. Con una o dos excepciones los cuentos nunca alcanzan el círculo perfecto, ese Santo Grial que persigue desde siempre la narración breve. Se hace difícil recomendar un libro con páginas que revuelven el estómago. Chernov, médico psiquiatra y psicoanalista, no es para todos. Es un enemigo de lo sutil. El mejor de todos los cuentos es, acaso, El agujero del anillo, el menos desagradable. Un visitador médico, atormentado por haber sido abandonado por su esposa, conoce en un bar de mala muerte de Monte a una artista de pacotilla, famélica y arruinada. El hombre, obeso y alcohólico, es capaz de poner en peligro a sus hijitas, pero también es capaz de recuperar la ternura.
Guillermo Belcore
Publicado en el suplemento cultural del diario La Prensa
CALIFICACIÓN: Regular
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