domingo, 30 de diciembre de 2012

Sostiene Pereira

Antonio Tabucchi

Anagrama. Novela, 182 páginas. Edición 1995

Sostiene este blog que refugiarse en un clásico mientras afuera diluvia mediocridad es la decisión más inteligente. Hasta que el adocenamiento escampe, tenemos los libros usados, las reimpresiones, aquellas novelas que se han ganado un lugar irremplazable en los nobles anaqueles ubicados en el fondo de las librerías comerciales. Sostiene Pereyra es una de esas joyas talismánicas que contrastan con (y nos protegen de) la vulgaridad circundante.

Sostiene Mario Vargas Llosa que Antonio Tabucchi (1943-2012) escribió una “perfecta fábula de la libertad y una de las pocas novelas morales laicas del siglo XX que perdurarán”. Es verdad, el contenido es trascendente, pero la forma no le va a la zaga. La belleza de la prosa (límpida y austera como agua de manantial), la erudición clásica, los recursos retóricos, la acertada composición de los personajes (todos de carne y hueso), la sucesión de intensas escenas dramáticas redondean una obra que nada cuesta definir como perfecta, si la perfección en lugar de un ideal fuese un objetivo al alcance de la mano. En todo caso, se trata de una novela imposible de olvidar, de aquellas que piden a gritos relectura. Y consagratoria para el autor, para el querido profesor de Siena, acaso el italiano que mejor conocía al poeta Pessoa.

Sostiene el gran crítico español Ignacio Echeverría que si el libro habla de política, la crítica debe, indefectiblemente, hablar de política. Recojo el guante; creo haber dejado sentado ya la excelencia estética de la obra (a mí, como ustedes saben, me interesa casi siempre hablar de eficacia estética, cuestión de gustos). La novela nos lleva al Portugal de 1938, gobernado por una brutal dictadura derechista, aliada de Franco y simpatizante de Mussolini y la Alemania nazi. Lisboa apesta a muerte; toda Europa, en rigor, despide ese hedor nauseabundo. Nuestro héroe es el señor Pereira. Obeso, gris, entrado en años, sufre del corazón. Vive solo; le habla al retrato de su esposa muerta. Trabaja como editor de la página de cultura de un diario amigo del Estado corporativista; nunca se metió en política, traduce cuentos franceses del siglo XIX. Contrata a un chico para que haga necrológicas anticipadas, pero son impublicables por el sesgo izquierdista. El muchacho es un disidente, un “pobre romántico sin futuro”, y va convirtiéndose en el hijo que el señor Pereira nunca tuvo. Ante la maldad pura y dura, con el ropaje del terrorismo de Estado, el amable y dulce periodista se ve obligado a comprometerse. Una elección machaza.

Sostenía Sartre que hay un hecho relevante en nuestra vida, uno solo, que nos salva o nos condena. Ante el abismo demostramos de qué madera, en realidad, estamos fabricados. Obramos en condición de libertad, acaso por única vez en lo que nos toca de existencia. Bueno, el señor Pereira enfrenta a la tiranía salazarista con la frente bien alta y los principios firmes. Sostiene la novela de Tabucchi una probabilidad herética (desde el punto de vista del cristianismo) y convincente: hay en nuestro interior una confederación de almas, somos legión de personalidades. Un yo hegemónico las gobierna, pero no siempre es el mismo. Es nuestra obligación ir mutando el yo, conforme a las exigencias de la ética. Interesante. Pero me gustaría plantear una objeción a la moral de los principios.

Sostengo que el amigo o la amiga que aún no haya conocido a esta obra maestra, es mejor que se levante ahora y se vaya. Voy a revelar el desenlace, mejor dicho voy a plantear un final alternativo. Se nos dice que, mediante un ardid, Pereira logra burlar la férrea censura del régimen: publica en el diario donde trabaja la crónica indignada del homicidio de su protegido Monteiro Rossi. Y parte para el exilio. Ha realizado su Gran Acto y todos nos sentimos reconfortados por su coraje cívico. Cumplió con su obligación. El periodista tiene el deber de buscar y divulgar la verdad. Noticia ( es la mejor definición que conozco) consiste en todo aquello que el poder prefiere que se ignore.

Pero Tabucchi pudo haber alargado la resolución de la novela. Pudo haber narrado las consecuencias en Lisboa de la intrepidez del señor Pereira. Furioso, el régimen malvado de Antonio de Oliveira Salazar dispone el cierre del diario. Cien familias se hunden en la indigencia. No es tan grave, dirán algunos, un medio colaboracionista no merece sino fenecer. Está bien. Avancemos un paso más. La policía secreta secuestra al jefe de taller que permitió la publicación del volcánico artículo (engañado por Pereira). Después de torturarlo con saña durante días, el pobre hombre delata a gente vagamente izquierdista que conoce o escucho nombrar. El Gran Acto en Libertad del Periodista que se refugió en Francia se salda con cinco muertos. ¿Obró bien, al fin y al cabo? ¿La resistencia a la opresión política es un deber supremo? Juro que no lo sé, pero me siento tentado de reivindicar lo que Weber llamaba la moral de la responsabilidad. “La historia es una bestia que no se puede domesticar“, sentencia esta novela extraordinaria.

Entre otras maldades, el 2012 se nos ha llevado a Antonio Tabucchi. Nos ha dejado un legado inagotable.

Guillermo Belcore

Calificación: Excelente


PD: La relectura y el comentario de ciertos clásicos ha sido uno de los objetivos que, felizmente, he podido cumplir en 2012. Ultima reseña del año. Que las diosas Dicha y Prosperidad besen los labios de los amigos y amigas de este blog. Que 2013 nos traiga a todos gozosas novelas y sublimes cuentos y poesías.

sábado, 22 de diciembre de 2012

Mala indole

Javier Marías

Alfaguara. Cuentos. 433 páginas. Edición 2012


Siempre es saludable que se publique la creación secundaria de un autor esencial; en esta ocasión, el más relevante, quizás, de la literatura española de hoy. Javier Marías (Madrid, 1951) ha demostrado ser un gran fondista (su trilogía Tu rostro mañana es magnífica) , pero en las distancias cortas no desentona: sus cuentos, incluso los escritos por encargo, concentran aquellas virtudes que caracterizan las novelas: elegancia en la expresión, maestría en la digresión y el giro argumental, considerable cultura, inteligencia en la construcción de personajes y tramas. Por momentos Marías da la impresión de hacer literatura inglesa en español.

El libro contiene todos los relatos breves del autor. El material se divide en dos categorías: “cuentos aceptados” y “cuentos aceptables“. Se elogiarán sólo los primeros, pues los “aceptables” adolecen de inexperiencia. Como en Faulkner o en Juan Benet (una de sus grandes influencias), en Javier Marías importa más la exquisita voz del narrador -sobre todo en primera persona- que la historia propiamente dicha, aunque no escasean los argumentos francamente atractivos. Es el caso de ‘Sangre de lanza’, un cuento policial de cuarenta y cinco páginas en el que se investiga la muerte de un amigo de la infancia, ensartado con una lanza africana. ‘Mala índole’, que reconstruye la personalidad y el entorno de Elvis Presley, es otra de las cimas.

Hay también aquí dos cuentos de fantasmas (se percibe la autoridad de Henry James), uno futbolero y otro con sexo, un repaso del tema del doble, y la singular confirmación de la tesis que había expuesto Borges en ‘Pierre Menard, autor del Quijote’. Pero por encima de todo, hay una distinguida galería de gente torcida: escritores fracasados, un abogado infame y seboso que filma obsesivamente a su bella y joven enamorada a la que tarde o temprano deberá matar, un guardaespaldas y un médico que degeneran en homicidas, mafiosos y asesinos a sueldo. La erótica del relato suele provenir del contraste entre estos temibles seres excepcionales y un hombre común y corriente, tan civilizado y decente como podemos ser usted o yo.

Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Bueno

sábado, 15 de diciembre de 2012

Federico en su balcón

Carlos Fuentes

Alfaguara. Novela, 304 páginas. Edición 2012


Carlos Fuentes (1928-2012) sostenía que los libros de un autor copioso son como los hijos. Uno los quiere a todos, hombre, pero no todos te salen buenos. Los hay mediocres, bien intencionados pero frustrantes, decididamente malos. Federico en su balcón pertenece a la estirpe de los fallidos. La idea primogenia no era mala: revivirlo a Federico Nietzsche, ese enigma envuelto en un misterio, para que examine lo que irrumpió después de su partida. Pero se sabe que el infierno está empedrado de buenas intenciones.

La arquitectura de la novela es sencilla, teatral incluso. Dos hombres conversan en un balcón y, a medida de que la memoria actúa, van apareciendo los personajes. Una variopinta colección de caricaturas que luchan por el poder político, familiar o sexual. Ocurren asesinatos siniestros. Ocurre una Revolución en un país improbable que tiene tanto de México como de Portugal. Todo es pretexto para que Nietzsche opine, o mejor dicho para que Carlos Fuentes sentencie pues se nos ofrece una versión lavada y posmoderna de aquel filósofo atormentado y vehemente, tan difícil de aprehender incluso hoy. Los diálogos, que al parecer desean obrar por sustracción, resultan en casi todos los casos insustanciales. Hay muchas escenas inverosímiles. Los caracteres fueron inspirados en una rancia ideología.

La novela era uno de los dos libros que el autor tenía en la imprenta cuando lo sorprendió la Parca en mayo de este año. Dice Sergio Ramírez en la contratapa que “es el testamento literario de Carlos Fuentes, una lección definitiva sobre lo que fue y seguirá siendo como escritor”. Es verdad, en un sentido. Se percibe aquí con toda claridad ese desafortunado vaivén entre genialidad y adocenamiento que caracterizó a su vastísima obra (la medianía es consustancial a lo desmesurado). A Fuentes, lo extrañamos por Artemio Cruz, por ciertas páginas ensayísticas, o por Todas las familias felices. Podemos prescindir, pues, del Federico tibio y descafeinado.

Guillermo Belcore

Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Regular

domingo, 9 de diciembre de 2012

Antigua luz

John Banville

Alfaguara. Novela, 295 páginas. Edición 2012


Nadie escribe mejor que John Banville. Podría decirse que se trata del Borges de nuestro tiempo. Sí, lo sé. Afirmaciones rotundas como éstas, tan difíciles de refutar como de sostener, son irresponsables. Pero entiéndase bien, acabo de concluir esta novela y aún me encuentro bajo el encanto de un estilo sublime que -como quería De Quincey- representa la encarnación de un espíritu superior. El literato nacido en Wexford, Irlanda (1945), es un demiurgo formidable que describe, retrata, medita y hace poesía con objetos y situaciones corrientes de una manera tan exquisita que, sinceramente, reconforta el alma.

Véase, por ejemplo, los maravillosos circunloquios con que reemplaza a las palabras cochinas. El orgasmo (‘polvo’ según el guarango bonaerense) es para Banville “el conocido grito final de triunfo y salvaje alivio”. Obsérvese su extraordinario dominio de la metáfora y especialmente del símil y la prosopopeya, usando materiales de las Sagradas Escrituras, el arte, las mitologías clásicas o bien la naturaleza. Hay en este libro dos personajes “tan avergonzados como Adán y Eva en el jardín tras comer la manzana”. Otro lanza “miradas de Gorgona” o “tiene un teléfono injertado en la mano como la lira de Orfeo”. Hay un señor construido “según el patrón de un búfalo” y las pestañas de Billy, nítidamente dibujadas, “recuerdan ese pincel especial que utilizan los miniaturistas, ese único filamento de pelo de marta”. El irlandés es un escritor cultísimo capaz de evocar a Rubens, a Ingres o a las delicadas figuritas de Meissen. Y además tiene otra virtud, aunque sospecho que se trata en el fondo de un rasgo típico de la irlandidad: en él la Biblia católica y el Magisterio de la Iglesia es una influencia vivificante (¡qué agradable es leer que alguien sienta culpa por sus actos!).

Uno puede deleitarse, además, con el amor de Banville por el vocablo raro y escogido (cauro, gubia, falordia, obduración, fetor, tumido) que, lejos de sonar como un artificio inepto, da la sensación, siempre, de ser piedras preciosas que van decorando párrafos excelentes. Disfrútese, finalmente (aunque de ninguna manera está todo dicho), con la sabiduría del artista. Banville es uno de esos chicos listos que siempre tiene algo inteligente que decir sobre los asuntos más variados, por ejemplo, el atisbo de la carne en el varón, la otredad (el inconmensurable no-yo), el mito de la ninfomanía o los verdaderos vagabundos.

Algo hay que decir del qué en esta reseña. Antigua luz dibuja una consternada evocación de un amor adolescente. Alex Cleave, un actor de teatro que ya pinta canas, se había enamorado cuando era un muchachito de la madre de su mejor amigo, una matrona de pueblo con un “culo maravillosamente túrgido”. No fue un amor platónico. Es esta la historia de un chico retozón de quince años y su Lady Venus de treinta y cinco que osaron desafiar las iras del Estado, la Iglesia y sus familias. La gran fornicación duró un verano a lo sumo. Finalmente, la señora Gray, su marido y su prole pusieron pies en polvorosa, aunque una de las claves de la trama son las veleidades de Madame Memoria, esa sutil fingidora. Hábilmente el hilo principal se va enredando con las subhistorias, como la trágica muerte de la única hija de Alex Cleave o la película para la que es contratado como partenaire de una estrella de Hollywood que se las trae. El final es conmovedor.

Banville corrobora un dictum que me ha obsesionado toda mi vida: el erotismo es básicamente una cuestión de palabras (por eso la pornografía pura y dura es tan aburrida). He afirmado al comenzar que es el Borges de nuestro tiempo, pero lo corrijo. Ciertos pasajes perfectos de esta novela, con su gran sentido de lo dramático bellamente expresado, permiten inferir que en ese cuerpo de Dublin suele reencarnarse Shakespeare.

Guillermo Belcore

Calificación: Excelente


PD: El líbro del año, sin duda.

PD II: He notado una sola mácula en el texto. No me convenció el personaje Fedrigo Sorrán, un argentino que bebe vino tinto en un hotel de la Liguria a altas horas de la noche. Desde el nombre resulta, sin duda, inverosímil, aunque no sería descabellado interpretarlo como un espectro. Un fantasma shakespeareano que la habla al atribulado protagonista.

sábado, 8 de diciembre de 2012

El insólito peregrinaje de Harold Fry


Rachel Joyce

Salamandra. 333 páginas. Novela, edición 2012


Una persona normal y corriente debe intentar, una vez en la vida, hacer algo extraordinario, aunque no pueda explicarlo de un modo racional. Lo que el mundo necesita es menos lógica y más fe. Tenemos que aprender a soltar amarras. Debes desprenderte de las cosas que crees imprescindibles, como la tarjeta de crédito. Enfrenta a tus flaquezas y supéralas.

Pamplinas como éstas, típicas de los manuales de autoayuda, propone la primera novela de la actriz y dramaturga Rachel Joyce, obra muy celebrada por la crítica y éxito de ventas en la vieja Inglaterra. Para quien esto comenta, no existe nada más insustancial que la sabiduría de pacotilla, pero puede que alguien se sienta reconfortado con la simplicidad; hay de todo en la viña del Señor. Puede incluso que el melodrama, las ñoñerías, la irrealidad que bascula entre lo inane y lo delicioso, las descripciones sosas no les resulten exasperantes a algunas almas candidas. El libro, por cierto, es ideal para las personas que escapan de las densidades temáticas o estilísticas y que buscan una historia francamente divertida con algunas cucharadas nutricias de sátira y denuncia social.

El jubilado Harold Fry, solemne y aburrido como sólo un inglés puede serlo, recibe una carta de despedida de una ex compañera de trabajo, con quien había establecido cierta amistad hace veinte años. Queda estupefacto: la mujer tiene cáncer, agoniza a mil kilómetros de distancia. Ante la mirada desdeñosa de su esposa Maureen, el hombre de sesenta y cinco años sale a enviarle una respuesta pero pasa de largo de los buzones y oficinas de correo. Decide ir a ver a Queene, caminando con lo puesto de una punta a la otra del país. El peregrinaje es un viaje de revelaciones, de autodescubrimiento, de crecimiento espiritual y degradación física, en el que va reconciliándose con su terrible pasado. Harold conoce a decenas de personas desesperadas como él; se convierte en una efímera celebridad nacional. Hay un escalofriante giro en el último tramo. Dicha sorpresa es lo mejor de una novela que si bien predica la ruptura y la originalidad, resulta abrumadoramente convencional en el planteo y la forma.

Guillermo Belcore
Publicada en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Regular

miércoles, 5 de diciembre de 2012

La vida tal cual es

Nelson Rodríguez

Adriana Hidalgo. Cuentos, 434 páginas. Edición 2012

 ­¡Qué absurdo! Tuvieron que pasar siete décadas hasta llegar por fin al castellano el escritor brasileño más leído de los años cincuenta. Da bronca pensarlo. La Argentina, siempre pendiente de la última bugiganga parisina, ha vivido de espaldas a una gran cultura, vecina para colmo. En esta colección de relatos costumbristas, Nelson Rodríguez (1912-1980) se alza como una suerte de Roberto Arlt del corazón y del bajo vientre, por ende mucho más interesante. Arroja una sonda a las profundidades del alma humana. Desmenuza los fenómenos de los celos, la infidelidad, las pasiones que esclavizan el alma, la ostentación social, la falta de escrúpulos.

  El traductor Cristian De Nápoli recuerda en el prólogo que Rodrígues fue tachado, en su momento, de pérfido instrumento de la conjura comunista mundial. Se dijo de su literatura que era "obscena, tétrica y encandalosa". Todo eso porque eligió narrar desde la perspectiva más inteligente, la del escepticismo amargo. Las cincuenta historias de este libro, provenientes de una Río de Janeiro palpitante, redondean conclusiones tremendas: tiene su gracia acostarse con la mujer de otro; hay una predestinación firme e irresistible hacia el mal; suegra y nuera viviendo juntas es para lío; en materia de amor cualquier hombre es un canalla; a ninguna mujer puede gustarle el mismo hombre durante más de dos años (es curioso, gente, el filósofo Andrés Compte-Sponville también cifra en dos años la duración aproximada del eros).

  La tesis fundamental del volumen, para resumir, es que no hay razonamiento que valga contra una pasión. La prosa de Rodrigues es facilísima, aunque no rudimentaria. Se lee con atención y avidez, "como un oyente de radioteatro'', diría este brasileño eminente que anticipó un fenómeno de dimensiones cataclísmicas: la novela de la noche de la Red O Globo.

Guillermo Belcore
Publicado el domingo pasado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Muy bueno.