sábado, 27 de julio de 2019

Caballos lentos

En la jerga de los servicios de inteligencia británicos, se denominan "caballos lentos" a los agentes caídos en desgracia. A los que metieron la pata hasta el cuadril. Como el caballero Min Harper, que extravió un sobre con información confidencial en la estación del ferrocarril y ese material fue entregado por una ciudadana indignada a la BBC.
Con el propósito de que esos los pesos muertos se aburran y abandonen el barco sin escándalo, el MI5 los confina a una mazmorra administrativa conocida como la Casa de la Ciénaga. Quien entra allí no pierde la esperanza de volver a la acción, pero eso nunca ha ocurrido.
Al frente de las oficinas de castigo se encuentra el legendario Jackson Lamb, una bala perdida que soltó amarras por su propia voluntad después de un largo servicio tras la Cortina de Hierro.
Obeso, desalineado, desagradable en todo sentido (incluso el olfativo), Lamb tiene, no obstante, una mente filosa como el bat"leth klingon. Es el antihéroe de las novelas del prolífico escritor Mick Herron (Newcastle, 1968), quien describe a su criatura como "la viva imagen de Falstaff". Aquí venimos a recomendar la opera prima de la saga Lamb. Caballos lentos (Salamandra, 380 páginas) fue entregada a la imprenta por primera vez en 2010. Acaba de llegar a la Argentina.
EL SECUESTRO
El libro es una agradable sorpresa, dado que resulta muy difícil encontrar una novela de espionaje competente, fuera de los clásicos del subgénero. Es decir, una novela con personajes rotundos, que atrape hasta la última página, tenga un mínimo de verosimilitud y que corra, en parte, los cortinados que nos ocultan un submundo sórdido y clandestino.
Olvídese del agente 007, aquí no encontrará nada con glamour o encanto, ni siquiera un pub que sirva una comida decente. Los escenarios son banales y nauseabundos, como corresponde a una burocracia envenenada por las rivalidades que debe luchar contra los enemigos de la democracia y la paz, y contra toda la ingratitud del hombre de la calle.
El tono de la prosa es de novela policial, con humor negro y dosis de ironía. Con muy buen tino, Herron se demora en plantear el núcleo incandescente del libro. En las primeras cien páginas, describe una galería de espías fracasados, condenados a un miserable trabajo de oficina. En esa tropilla, se destaca River Cartwright, nieto de una gloria del servicio secreto. La caída en el abismo de River es uno de los enigmas del libro.
El entuerto principal es el secuestro en Leeds de un joven de origen paquistaní. Tres chiflados prometen decapitarlo en publico, es decir, vía Internet en el horario de mayor audiencia. Los desesperados de la Casa de la Ciénaga tienen la posibilidad de redimirse resolviendo el caso, pues se vincula con un periodista venido a menos que estaban investigando (otro perdedor). La acción, en el último tramo del libro, no da respiro. No puede decirse una palabra más sin arruinar el efecto sorpresa.
Lo que sí puede revelarse es que Herron plantea a sus lectores que la guerra contra el terror islámico -una necesidad de nuestro tiempo con mala reputación (a menudo injusta)- suele derivar en círculos viciosos, pues las líneas del frente son sinuosas y los agentes, meras piezas en un tablero. Para colmo, los jefes del MI5 -esa bola de culebras- pueden volverse locos y después necesitan "taparse el culo": ..."las normas de Londres proceden de Westminster y en su versión resumida rezan así: "Siempre paga alguien; asegúrate de no ser tu".
La trama -cómo no- tiene algo (malo) que decir de la derecha británica, no sólo de esos energúmenos neofascistas que se la pasan soltando espuma por la boca, sino también del soporte intelectual del Brexit. En 2010 ya se veía venir el torbellino: 
"...la corriente está cambiando de sentido. Las personas decentes están hartas de que los zumbados izquierdosos de Bruselas las usen como rehenes, y cuando antes tomemos el control sobre nuestro futuro, de nuestras fronteras...", declama un político muy parecido a Boris Johnson.
Sin embargo, la corrección política nunca llega a estropear una trama, perlada de diálogos acerados (casi lo logra el calé madrileño de la traducción). Esperamos con ansiedad los otros cuatro libros de la saga Jackson Lamb. Tiene Herron el don de la originalidad. ¡Ah!, y al parecer, la Casa de la Ciénaga ya no es una vía muerta.
Guillermo Belcore

Calificaciön: Bueno

sábado, 20 de julio de 2019

Dark, la serie

En su séptimo viaje interestelar, el inolvidable Ijon Tichy se ve atrapado en un lazo temporal. Es decir, "la inflexión de la dirección del fluir del tiempo dentro del área de los campos gravitatorios de tremenda fuerza, que pueden provocar incluso un cambio de la dirección tan radical que ocurre lo que se llama duplicación del presente". Como consecuencia, la nave del cosmonauta se abarrota de otras versiones temporales de su yo: el de ayer, el de mañana, el del jueves, el del mes próximo y hasta hay uno del año que viene. Se desata una lucha asesina por los escasos recursos  hasta que dos niños (los Tichy de la infancia) logran reparar el cohete.

Esa maravillosa y divertida imaginería de Stanislaw Lem (1) aparece en una de las series del momento que ha producido la industriosa Netflix: la adictiva Dark, tiene la precisión de una maquinaria alemana y la espléndida pesadez de la filosofía germana. Cuatro familias (los Nielsen, Kahnwald, Tiedemann y Doppler) en tres generaciones deben lidiar con viajeros en el tiempo, desaparición de niños y adultos y las versiones del futuro de alguno de sus integrantes.

La primera temporada se emitió en 2017; la segunda este año. Nos llevan al boscoso caserío de Winden, acaso en Baviera. En una planta nuclear han descubierto una sustancia elemental (el éter, la materia negra o el bosón de Higgs) que abre un agujero de gusano que permite viajar a en el tiempo; en un principio, respetando los límites de los treinta y tres años cuando el sol y la luna se alinean y se produce un cambio de ciclo. Es decir, desde 2019 a 1986, 1953, 1920 o 2052.

Hay dos bandos en pugna: la secta Sic Mundis Creatus Est intenta provocar (o confirmar) el Apocalipsis que ocurrirá -agéndelo- el 27 de junio en 2020. El falso sacerdote Noah y el desfigurado Adam (a primera vista parece Cara Roja del Capitán América) ofician de villanos y asesinos de estos Illuminati.

El otro equipo, el de los benignos viajeros en el tiempo, trata de evitar el Armagedón rastreando el hecho primordial que desata un bucle fatal. Pero en Dark no podemos estar seguros de nada; el guión se destaca por su magnífica y oscura complejidad (con muchas pistas falsas). Como bien estableció Kipling, la mejor manera de narrar una historia es como si no se entendiera del todo.

LAS PARADOJAS

Nos deslumbra la serie, además, con sus paradojas. Por ejemplo, Claudia Tiedemann viaja al pasado con una máquina del tiempo (de estética vintage) para enseñarle al inventor del artefacto a concluirla. Se entera en el futuro de la muerte de un familiar cercano; tratar de impedirla en el presente pero termina provocándola. ¿Es que el tiempo y el destino tienen rigor de acero? La ambiciosa trama, como se ve, reflexiona sobre uno de los enigmas de la existencia.

Otro de los agrados del guión son las distintas versiones del yo. Hay cuatro Jonas Kahnwald, por ejemplo. Tres tienen buen corazón, sufren por amor y las inclemencias del tiempo. Es lógico. Al comentar a Heráclito de Efeso, Borges ha establecido que, en realidad, nosotros somos el río, que nunca es el mismo:

"...el hombre de ayer no es el hombre de hoy y el de hoy no será el de mañana. Cambiamos incesantemente..."

Habrá tercera temporada de Dark, que -por otra parte- algo debe en sus exasperados planos-pecho al expresionismo alemán (los sentimientos son el principal motor de los personajes bondadosos, por cierto). Para justificar la prolongación de la serie, en el último capítulo dejan entrar a Blanqui, La trama celeste de Bioy y la serie Fringe. Puede que sea un déficit de invención.
Guillermo Belcore

Calificación: Buena

(1) Diario de las estrellas, Stanislaw Lem, Edhasa Nebulae, edición 2003.

domingo, 14 de julio de 2019

Manhattan Beach

Un comentarista de la revista Time sentenció: "Jennifer Egan es la mejor novelista norteamericana actual". Quien aquí escribe opina que si alguien merece ese cetro, ese alguien es la señora Joyce Carol Oates. No obstante, la más reciente novela de Egan confirma que se trata de una artista del pelotón de elite.
En efecto, Manhattan Beach (Salamandra, 477 páginas) combina claridad en la forma, elegancia en las palabras y una historia muy interesante con giros que causan pasmo. Se nota que es el fruto de más de una década de reflexión y trabajo. Para hilvanar una excelente reconstrucción histórica, Jennifer Egan (Chicago, 1962) entrevistó y recibió consejo de decenas de personas, leyó muchos libros y publicaciones de época; contó incluso con la asistencia de tres becarios. Que aprendan los plumíferos argentinos que piensan que la literatura es noventa por ciento inspiración y diez por ciento esfuerzo (si no tienes el don, es exactamente lo contrario).
El libro nos lleva, primero, a la década del treinta, en plena Gran Depresión. Viajamos a la Nueva York costera. La protagonista se llama Anne Kerrigan. Nos la presentan a los once años de edad, acompaña a su padre Eddie en sus tareas como lacayo de John Dunellen, un líder sindical, amigo de la infancia, el corrupto Rey de los muelles. Anne tiene una hermana minusválida. No demora la trama en saltar a la Segunda Guerra Mundial.
La señorita Kerrigan trabaja en los astilleros de Brooklyn, los más grandes de Estados Unidos, por entonces. Mide piezas pequeñas que luego irán en los buques de guerra. Tiene un vacío en el alma: su padre abandonó a la familia cuando ella tenía catorce años (es el misterio del libro, nunca dejará de buscarlo). Por una milagrosa coincidencia, la heroína se relaciona con el gangster Dexter Styles, que regentea clubes nocturnos y está emparentado matrimonialmente con una familia con pedigrí, lo que le ha conseguido cierta honorabilidad, a pesar de su mandíbula a lo Dick Tracy y sus mafiosos italianos. Lo más importante de todo -en términos literarios- es que el príncipe del mundo de los sombras había conocido a Anne cuando era pequeña. Tenía tratos con su padre.
HILOS NARRATIVOS
Hay otros tres hilos narrativos. Anne quiere ser la primera buceadora en las aguas marrón verdosas de la bahía de Wallabout, lo que la enfrenta a los prejuicios de la Armada y de su época, y a un traje de inmersión que pesa más de noventa kilos. El segundo, son los negocios -siempre en ambos lados de la ley- del señor Styles; sus intereses basculan entre los dos núcleos de poder de la novela: su suegro, el banquero WASP y almirante retirado Arthur Berringer; y el misterioso señor Q, nonagenario capo de la mafia neoyorquina. Las dos caras de una misma moneda: el establishment.
En 1942, Berringer pronostica:
"Veo este país alcanzando cotas a la que ningún país ha llegado jamás; ni los romanos, ni Carlomagno, ni Gengis Khan, ni los Tártaros, ni la Francia napoleónica. Nuestro dominio no será fruto de subyugar a los pueblos: saldremos de esta guerra victoriosos e indemnes y nos convertiremos en los banqueros del mundo. Exportaremos nuestros sueños, nuestro idioma, nuestra cultura, nuestra forma de vida. Y todo esto resultará irresistible". 
El tercer hilo es el destino de Eddie Kerrigan, del que no puede decirse una palabra más sin estropear el efecto sorpresa. 
¿Quién es el mar?... Quien lo mira lo ve por vez primera, siempre. Con el asombro que las cosas elementales dejan..., escribió Borges en un poema sublime. La misma fascinación inspira el fulgor poético de Manhattan Beach. El mar, ""tan extraño y tan violento y hermoso"", es una presencia constante en un texto que nunca se va a pique.
En la página 247 leemos:
"Cuando finalmente sus ojos se acostumbraron, había levantado la vista y contemplado el mar como si fuera algo nuevo por completo: una extensión infinita e hipnótica que podía parecer que estaba cubierta de escamas, de cera, de plata repujada o de piel arrugada. Tenía una estructura y unas capas que no se distinguían desde tierra".
Pero no se trata solo de lirismo, de metáforas, del deleite por las expresiones que proceden de la marinería. Las olas mecen el argumento. Después de fatigar la costa marítima de Nueva York, Egan nos lleva a San Francisco para narrarnos una travesía tan fascinante como peligrosa por dos océanos. El Elizabeth Seaman lleva armas a los rusos. En las profundidades acechan los submarinos alemanes, pero la estrafalaria tripulación -como lo son todas- no se queja. "Nada contenta a los hombres excepto el límite extremo de la tierra", escribió Melville.
Hay que destacar que, quizás, ni siquera Conrad hubiera sido capaz de narrar un naufragio de un gran carguero en alta mar con la precisión de la señora Egan. Pero las aventuras por la costa, sobre el lecho del mar y en el Océano Indico no son el único punto sobresaliente del libro. Los abismos de los sentimientos -en particular, la siempre intensa relación padre-hija- son explorados, con una destreza admirable, por la capitana Egan.
Hija de un policía irlandés borrachín que también abandonó a su familia, la autora indaga, además, esa peculiar subcultura de Estados Unidos forjada por los inmigrantes de la tercera isla más grande de Europa. El hampón Dexter Styles concluye que los irlandeses no son de fiar:
"...no se trataba tanto de hipocresía como de una debilidad innata cuyo origen estaba en el alcohol o en lo que los empujaba a beber. Valía la pena contar con un irlandés para fabular o hacer planes, pero al final se necesitaba un espagueti, un judío o un polaco para hacerse realidad...".
Justamente, otra colmena humana que la escritora describe con buena pluma es la del hampa neoyorquina. Un submundo con sus propias reglas, tan rígidas como la del viejo Catecismo. Verbigracia: Un hombre firma su sentencia de muerte si se atreve a incordiar -sin aviso previo- a un capo en su hogar un domingo a la tarde. "Se lo lleva a dar una vuelta", según el eufemismo al uso.
Por cierto, la Cosa Nostra del Nuevo Mundo sólo le teme a una sola cosa: al arácnido apetito del fisco, "la mafia a la que ninguna mafia puede derrotar".
LA QUINTA
Manhattan Beach es la quinta novela de Egan y la primera desde que ganara el Pulitzer de ficción en 2011 con la postmoderna El tiempo es un canalla.
Lo que deja en claro es que la dama conserva su plenitud artística. La crítica ha destacado el giro estilístico desde lo experimental hacia una estructura narrativa clásica. En los dos terrenos brilla Egan, se ha dicho. El The New York Times, incluso, pidió incorporar la obra que aquí elogiamos al "canon de las historias de Nueva York". Será justicia. Es una magnífica novela oceánica.
Guillermo Belcore
Calificación: Muy bueno