domingo, 18 de septiembre de 2016

Eres hermosa

La denuncia no es nueva (y no está probado que haya dado en el blanco).  Los villanos son la publicidad y los videojuegos violentos obscenamente realistas. El efecto que provocarían es un deletéreo “exceso artificial de estimulación”. La cultura general lleva mucho tiempo usando despreocupadamente el sexo para atacar el cerebro de los hombres jóvenes (a fin de vender una determinada marca) que la sociedad ya tiene perfectamente aceptado esta práctica diabólica, pontifica un escritor estadounidense de culto. Nuevos artificios añadirían más leña al fuego. Nuestros impulsos animales más primitivos se ven alimentados por ciertos cambios radicales en la tecnología moderna. La adicción a la excitación se ha convertido en una nueva normalidad, nos advierte en su novela más reciente, dedito en alto, Chuck Palahniuk (Pasco, 1962).

A partir de esta sospecha paranoica, el crédito de Portland ha construida una sátira tan potente como grotesca, que va diluyendo su interés con el correr de las páginas, por culpa de los interminables disparates y  descripciones lúbricas. ¡Atención lectores de sensibilidad delicada! Eres hermosa (Random House) contiene, probablemente, la más detalladas descripciones de orgasmos femeninos de la literatura seria de este siglo. Es, de alguna manera, una suerte de Cien sombras de Grey para gente chic. Porque la gente chic adora a Palahniuk. Es un escritor de moda.

Se narra en el libro una conjura de dimensión planetaria. Cornelius Linus Maxwell, el hombre más rico del mundo, provoca una revolución con un vasto surtido de juguetes sexuales para que las mujeres alcancen el paroxismo con una calidad y en una cantidad sin precedentes. El tejido social se rompe en mil pedazos; hay disturbios sociales y millones de historias de agonía orgásmica por doquier. Para la mitad de la población es como Un mundo feliz de Aldous Huxley, pero el soma se consume por las cavidades íntimas.

Maxwell ensaya sus cachivaches tántricos con Penny Harrigan, una buena chica de Nebraska, abogada posfeminista, que persigue un futuro glorioso en Manhattan. Se convierte en novia (es una manera de decir) del magnate por obra de la casualidad y termina convirtiéndose en vengadora de millones de mujeres esclavizadas por un placer enfermizo, entre ellas la jefa de la Casa Blanca, la reina de Inglaterra, la actriz más hermosa del mundo, todo el equipo olímpico de Estados Unidos, la mejor amiga y la propia madre campesina de Penny. Así de desaforada es la imaginación de Palahniuk.

Si bien las leyes de la sátira exigen que se carguen las tintas sobre determinados rasgos negativos, aquí hay excesos de toda índole que estropean una novela cuyo destino, quizás, debió haber sido de cuento largo. Está muy bien, no obstante, la crítica (provinciana) a las costumbres de los neoyorquinos, el repudio (puritano) al lujo ostentoso, el desprecio por las revistas de supermercado (Palahniuk trabaja como periodista independiente) y el aborrecimiento (pequeñoburgués) de la plutocracia. En cuanto al estilo, Palahniuk es una suerte de Vonnegut tardío. No carece de inteligencia, ni escribe mal, pero las densidades estilísticas y temáticas brillan por su ausencia. El humor tiene sus altibajos, va de lo delicadamente irónico a escenas burdas que parecen robadas de la saga ’Porky’s. Quizás el gran problema aquí es que la escritura no sabe sugerir; da la impresión de que el autor no quiso ahorrarnos truculencia alguna. Ser aburrido es decirlo todo, estableció Voltaire. Es la defecto típico de la pornografía. Hablar sin parar y a los gritos. Para usar una metáfora palahniukiana, la novela chirria como los herrajes oxidados de una puerta que se abre para revelar un lugar espantoso.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Regular

PD: Fiel a la premisa políticamente correcta que sostiene que a un autor en boga no se lo critica, El País de Madrid elogia esta sátira fallida: 

domingo, 11 de septiembre de 2016

Las fauces abiertas de la América verde

Así como el Ulises ubicó, con una catedral de palabras, la fisonomía de Dublín en la literatura universal, Pretérito perfecto hizo lo mismo hace más treinta años con nuestra San Miguel de Tucumán. Es increíble que el establishment literario de Buenos Aires haya ignorado una de las mejores novelas oceánicas del siglo XX. 

POR GUILLERMO BELCORE

Puede producirse una gran novela en una época, en un país. Esto no significa que en esa época, en ese país, exista realmente la novela. Para hablar de la novela es menester que haya una novelística, sentenció Alejo Carpentier en Tientos y diferencias. Y eso es precisamente lo que ocurrió en América latina a partir de la segunda mitad del siglo XX. El mundo observó encantado y compró el ‘boom’. Surgió un movimiento, acelerado por una panda de escritores talentosos, empeñados en una labor paralela, semejante o antagónica, con un esfuerzo continuado y una constante experimentación de la técnica. Vargas Llosa, Cortazar, Fuentes, Roa Bastos, Guimaraes Rosa, Carpentier, Donoso inscribieron la fisonomía de sus pueblos (y de sus ciudades) en la literatura universal, olvidándose del tipicismo y costumbrismo, tal como hizo Joyce con Dublín. A la narrativa larga de Latinoamérica le salieron las muelas de juicio.

Este artículo arroja la hipótesis de que el último campanazo de ese proceso genial sonó en San Miguel de Tucumán en 1982, cuando Hugo Foguet (1923-1985) entregó a la imprenta una novela sublime que nada tiene que envidiar en ambición, destreza y exhuberancia en la dicción a las mejores del subcontinente. Suenen las trompetas: la obra maestra de Foguet acaba de ser reimpresa por la Editorial Universitaria Villa María. Hasta donde uno sabe, Buenos Aires ha ignorado olímpicamente a Pretérito Perfecto (Eduvim, 480 páginas), cuya virtud primordial es haber logrado reflejar el Jardín de la República como el Aleph refleja el universo. Es hora de remediarlo.

Antes de reseñar la trama y elogiar la prosa, es menester subrayar que las casi quinientas páginas (con letra apretada) encierran una novela total, desmesurada, grotescamente pretenciosa, cuyo lenguaje -al decir del propio Foguet- es una cosa viva, “más una planta que un animal. De la semilla de la palabra brotan ramas, hojas, tallos finísimos y complicados y extrañas y lujosas flores. El lenguaje sostiene al cosmos y sin la palabra el mundo cesaría”.

Barroquismo feraz


El tucumano Foguet es nuestro Conrad. Egresado de la Escuela Nacional de Náutica, recorrió el mundo como marino. Ese vagabundeo global enriqueció su mejor novela, repleta de alusiones a las filosofías orientales y las religiones de la India, corporizadas en la figura de un extraño gurú-pintor. También es nuestro Faulkner, empeñado en armar la genealogía de una familia prominente a media cuadra del trópico, “donde las almas son otro calicanto de melaza podrida“. Pero en lo que al estilo se refiere, es esencialmente ‘latinoamericano del boom’, por su apuesta formidable por un barroquismo feraz, regido por el desvarío, la curiosidad del intelecto y la sensualidad (hay páginas con un finísimo erotismo, místico incluso).

Se despliega el barroquismo en dos escenarios. El primero es el único rincón habitable de una casona en ruinas, cuyo apogeo data de 1910. Visita el historiador Ramón Furcade a una matrona centenaria en su dormitorio. El alter ego de Foguet hurga en la memoria de Clara Matilde de la Concepción Navarro Páez de Sorensen como “si buceara en una bahía donde hubiera naufragado una flotilla de galeones”. La anciana evoca hazañas y desdichas de cuatro generaciones de los Navarro Sorensen, descendientes de los guerreros de la Independencia y las luchas civiles, quintaesencia de la oligarquía azucarera. Árbol frondoso en un tiempo; hoy venido a menos por carencia de jugos nutritivos. La raza ha ido evolucionando. Del político hacendado liberal, hacedor de imperios, que no lo quitaba el cuerpo a un negociado, pero sin perder las buenas maneras y los ideales progresistas a los ubicuos hombres de negocios, pasando por una abatida rama de poetas románticos y nocturnos, y finalmente desemboca en otra generación perdida de idiotas del estruendo y la iconoclastia. Rebeldes y delirantes.

El “pretérito perfecto” de doña Clara es una crónica de privilegios y esplendor. La platea de su nostalgia es una ciudad “que gesticula en los techos y patios de la Universidad y en los jardines de la Quinta Agronómica y el gobierno militar que responde a esa mímica con la retórica del garrote”. Estamos en 1972, año del ’Tucumanazo’. La imposibilidad de entenderse entre las generaciones, de hablar un mismo idioma es uno de los grandes temas de la novela. Las reflexiones sobre el lenguaje (¿Es la envoltura de las cosas? ¿Es la cosa misma?) son ubicuas y persistentes. ¡Foguet dedicó la novela, entre otros a George Steiner!

Tertulianos


El segundo proscenio del libro es la serie de tertulias a la que asisten bisnietas y otros descendientes de Doña Clara, junto a una pandilla de intelectuales provincianos de lo más divertidos, cultos y elocuentes que escarban en el helenismo, en dos siglos de la cultura francesa, en las ciencias sociales, como el “gallo picotea en el comedero de lata” (Foguet expone un criollismo algo voluntario pero nunca ostentoso, diría Borges). Otros ámbitos del mundo, en efecto, colorean las fascinantes y copiosas conversaciones en caserones, cementerios o en antros, como ’La cueva de la lechuza’, borrachería, comedero y foro de poetas norteños. Nada de la cultura universal resulta ajeno a estos capítulos, procedimiento que es insignia de nuestra mejor producción artística. Por decirlo con una metáfora: las fauces abiertas de la Argentina subtropical (como un caimán al sol) devora, procesa y regurgita todo lo que merodea en sus dominios.

Es increíble, doloroso y revelador (de la ignorancia de nuestro establishment literario) que una novela oceánica tan sustanciosa en filosofía y poética, tan desbordante en ideas y con tantos caracteres poderosos (¡ay!, el comisario Aníbal Molinuevo, un poliedro torturador) haya pasado inadvertida al sur del paralelo veintiocho durante las últimas tres décadas. Hay una potencia estética en la que debe insistirse: la riqueza verbal de Foguet es admirable. Cada párrafo tiene lo suyo. Alguien se pregunta en Pretérito Perfecto si existe un cielo de palabras, un limbo donde esperan juiciosas su resurrección. Si existe, el conjuro para revivir esos vocablos que tienen peso y poder, y ocupan un lugar en el espacio es la escritura de novelas como la que aquí recomendamos encarecidamente. El legítimo estilo del barroco.
Publicado en el Suplemento de Cultura de La Prensa.

Calificación: Excelente 

domingo, 4 de septiembre de 2016

Las aflicciones

Pequeños milagros de la literatura. La belleza suele brotar donde menos se la espera. En un hospital de Filadelfia, por ejemplo. Un hematólogo eminente, nacido en la India y radicado en Estados Unidos, premiado por sus escritos médicos, invoca a los espíritus de Jorge Luis Borges y de Marcel Schwob, y concibe un libro extraordinario. Una verdadera obra de arte. Milagroso, ¿no?

Las aflicciones (La bestia equilátera, ciento cincuenta páginas) merece ser nominado para el rubro Imperdibles 2016. Bellamente narrado, con una prosa pitagórica, justa, tan anglosajona como borgeana en su estilo. Las frases fueron pulidas hasta que refulgen. No sobra una coma. El género, inescrutable. Un ensayo fraudulento o literatura fantástica. La gracia de la ambigua originalidad consagra el primer texto de ficción de Vikram Paralkar (Bombay, 1981). Una encantadora rareza.

Ha imaginado el doctor Paralkar que atesoran en la Biblioteca Central de cierto Imperio una obra portentosa, única sobre la Tierra, en trescientos veintisiete volúmenes, cada uno con su lomo perfecto, sus palabras límpidas y hermosas, con su propia estantería de teca y su mesa de lectura. Máximo, el boticario, es admitido como aprendiz, al servicio de la colosal Encyclopaedia medicinae.

 
Unos pocos capítulos narran la bienvenida que el Maestro Bibliotecario le prodiga a Máximo, como una suerte de introducción a la retahíla de enfermedades que describe la Encyclopaedia. Son tormentos que un Dios enfurecido ha arrojado sobre la humanidad. Por ejemplo: Amnesia inversa. Las fallas de la memoria no afectan al paciente sino a sus semejantes, primero a conocidos lejanos, luego a los vecinos, finalmente una amante despierta horrorizada y furiosa: '¿Quién es este tipo que apareció en mi cama?'. Allí el doliente comprende que ha sido borrado de toda memoria humana. Ni siquiera los galenos que lo tratan son inmunes. Al ser interrogados sobre sus informes, estos facultativos admitieron la letra como propia pero no recordaron haberlos escrito. ­¡Ja!

FICCION MEDICA


En la alfombra voladora de la ficción medica nos transporta, pues, el doctor Paralkar a los años fabulosos de la Edad Media. Las aflicciones no sólo es el fruto delicioso (desopilante por momentos) de una imaginación desbordante, también deviene de la erudición. Comercia con la filosofía, la historia y la antropología, entre otras disciplinas. No teme arriesgar, asimismo, un juicio teológico. Las yuxtaposiciones de cada breve relato son sublimes. Es uno de esos libros que se devoran con fruición.

Los lectores combativos encontrarán, incluso, orientación para interpretar a los hombres de la política que abusan de nuestra paciencia. Verbigraria: no parece aventurado colegir que cierto dictador caribeño hoy decrépito y cierta ex presidenta de los argentinos jaqueada por la Justicia -ambos aficionados a infligir a sus respectivos pueblos agobiantes discursos por cadena nacional- sufren de Aphasia floriloquens. Explica el texto que el mal es difícil de ubicar entre las "noventa y dos categorías de desequilibrios linguísticos conocidos por el hombre, puesto que es la única afasia caracterizada por un extraordinario exceso de discurso''.

También es posible concluir que en la Argentina de los últimos años afloró una terrible plaga. La Encyclopaedia establece que las víctimas de la Pestis divisionis descubren que "sus lealtades se disuelven para ser reemplazadas por otras. Forman sectas cuyas diferencias son tan profundas y agrias que cada persona abandona su hogar para unirse a sus nuevos hermanos. Estas diferencias nunca tienen que ver con la raza, la religión o el linaje; son meras ficciones impuestas por la plaga''. Añadimos nosotros que en nuestra Patria la epidemia se ha bautizado como grieta. Advierte Paralkar que el verdadero horror de la Pestis estriba en que el pueblo ya nunca se libra de sus cicatrices.

Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Muy bueno