viernes, 26 de noviembre de 2010

El Club de París

Steve Berry
Mosaico. Novela, 523 páginas. Edición 2010.

El Club de París no es sólo ese grupo de naciones ricas -hoy en graves dificultades- al que la Argentina les debe siete mil millones de dólares. También es una cofradía de potentados que se ha propuesto controlar el planeta a través de la manipulación de los mercados financieros, según la última novela del abogado Steve Berry (Atlanta, 1955).


El libro pertenece a la estirpe de los best sellers, conocidos, asimismo, como literatura de supermercado. Es una especie adocenada que tiene ver con el arte tanto como la comida chatarra con la alta gastronomía. Es sólo recomendable para las personas a las cuales no les interesan un rábano las densidades temáticas o estéticas; y en este caso, ni siquiera eso. Las escenas de acción y los diálogos son paupérrimos. El Club de París ha recibido elogios de Dan Brown, pero por halagar su vanidad: se copian descaradamente procedimientos de El Código Da Vinci.

El agente retirado Cotton Malone se ve involucrado en una guerra de tres frentes contra magnates inescrupulosos. Denunciadores de Internet, un multimillonario probo de Dinamarca y el gobierno estadounidense se empeñan en destruir al informal Club de París, antes de que cometan más tropelías (quieren ser como los Rothschild). El cambio de escenarios es vertiginoso. Hay ocultismo, códigos secretos, personajes siniestros y un tesoro fabuloso que descubrir: el oro de Napoleón. El Gran Corso, justamente, es otro de los nudos del relato. El autor, por desgracia, no hace otra cosa que reciclar esos datos elementales (aunque útiles) que contiene la Wikipedia.


Los antiguos decían que no hay libro tan malo que no contenga algo bueno. En esta ocasión, se destaca cierto talento para introducir de manera oblicua una buena cantidad de alocadas teorías conspirativas que hacen las delicias de muchísimos norteamericanos y de los tontos de medio planeta.

Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Malo.

PD:
Una pérdida de tiempo.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Doberman

Gustavo Ferreyra
Emecé. Novela, 217 páginas. Edición 2010. Precio aproximado: 60 pesos.

“Si uno se calla y es demasiado prudente y considerado enseguida se olvidan de vos. No te temen y te olvidan. Hay que generar un poquito de miedo en los otros… hay que ladrar. Hay que ser medio perro, si no… En lo posible ser un dóberman”
Gustavo Ferreyra

Este libro permite extraer una enseñanza. Uno nunca debe perder la fe en el arte. Incluso en el pervertido mundo de los certámenes literarios hay posibilidad de que surja una obra extraordinaria que, justamente, devuelva al galardón su función primordial: señalar lo excelso. Digámoslo de entrada: Dóberman, Premio Emecé 2010, es una novela original por donde se la mire, con exuberancia verbal y dominio de la metáfora, que destila sabiduría (aunque con cuentagotas) y cumple, con elegancia, la función de crítica social. A mí, con esto me basta.

La trama discurre en dos planos, el de la protorrealidad y el del delirio. En el primero, Joaquín Riste, neurótico chofer de la Cancillería, es reclutado por su jefe para realizar una nebulosa misión de espionaje en Polonia, al servicio de los norteamericanos. Corre el año 1994; la escritura es implacable con el menemismo. En el universo de la fantasía, Joaquín se consuela creyendo que pertenece a la raza dominante de los perros dóberman, a quienes los topos, conejos y humanos deben rendir pleitesía. Es un showman famoso que sufre un colapso nervioso y le terminan amputando una pierna, como al Riste verdadero.

El nombre del profesor y sociólogo Gustavo Ferreyra (1963) circula con admiración en los mentideros de Buenos Aires que presumen de su cultura. Su séptima novela corrobora que es un escritor para tener en cuenta. No se trata de un gran estilista, pero emplea una prosa bastante bien esculpida que alterna el párrafo macizo, abundante y barroco (incluso cacofónico) con el diálogo vivaz. Los personajes son siempre interesantes por sus patetismo. El libro tiene indudables reminiscencias centroeuropeas (¿Kafka?) incluso en los pasajes tediosos, pero es ciento por ciento porteño por cuatro razones: esboza una teoría sobre todo, emplea un tonito socarrón, tiende a lo paródico, tiene tendencia a acuñar sentencia. El efecto resulta por lo general agradable porque da la impresión de que -he aquí la clave del asunto- hay una prodigiosa inteligencia en la sala de mando.

Guillermo Belcore
Una versión más corta y purgada de la molesta primera persona blogueril fue publicada hoy en el Suplemento de Cultura de La Prensa

Calificación: Muy bueno

PD: Estoy satisfecho. Al fin una novela argentina que, por primera vez en el año, no sólo me atrapó hasta final, sino que merece admiración. Me encanta repetirme, he escrito sobre sus virtudes en otro blog y la he elogiado en un programa de radio, donde la pifiaron con el nombre. No obstante, es verdad lo que me advirtió un amigo: a veces el entusiasmo me hace perder el sentido de las proporciones, pero bueno… qué más queremos todos que la literatura nacional -tan alicaída últimamente- nos regale obras memorables.

PD: Obviamente, la banda sonora para este libro la hizo la Bersuit. Perro amor explota es un gran tema. Obsérvese la poética:

"En un país de mudos se escucha un gran silencio
no se percibe que algo va a pasar
se esconde lo sublime detrás de un nuevo engendro
que derrama baba sobre la ciudad
adrenalina desalmada
abre grietas hondas
nada recicla esta contención
el choque no se puede evitar".

"Está tan contenido que se hace invisible
y es lava hirviendo abajo de tu hogar
jadea de alegría apenas huele sangre
y no se conforma con alucinar".

"Muy lejos del mar
se enciende otra sal
y crece en sus ojos
como un destello que no te deja dormir".

"Hambre de perro fiero
oliendo tu dulzura
y cuando esta caliente
muerde la yugular
mata porque quiere vivir
pero no sabe como
no quiere ser feliz
ni quiere descansar".

"Mira adónde dejas la basura
que el amor explota
nadie esta a salvo de la locura
perro amor te toca".


miércoles, 17 de noviembre de 2010

Dos series

Fringe y L&O Los Angeles

El universo de las series de televisión es casi tan cautivante como el de literatura. Aunque quizás se trate del mismo prodigio que se expresa en formatos diferentes. De hecho, es sabido que los guionistas y productores aplican hoy procedimientos de las bellas letras. Pero, básicamente, despliegan con admirable destreza dos elementos tradicionales de la narración escrita que algunos fatuos adoradores de la ultraoriginalidad sostienen (mienten) que ya no son necesarios en un buen libro: cuentan historias seductoras y construyen personajes memorables.

El lector de este blog sabe que soy un entusiasta de estos artificios hebdomadarios que provienen del Primer Mundo. Hoy me gustaría recomendar dos. La primera serie es de ciencia ficción y ya ha sido prolijamente elogiada por La Biblioteca de Asterión. Fringe, la flamante maravilla de J.J. Abrams, me tiene aferrado de las solapas. Relata en
su tercera temporada una guerra abierta entre mundos paralelos. Tal como imaginó Adolfo Bioy Casares en el cuento La trama celeste (1948), se nos dice que existen infinitos mundos idénticos al nuestro, infinitos mundos ligeramente variados, infinitos mundos diferentes, cercanos pero inabordables, salvo por accidente. Si no me equivoco, Demócrito de Abdera fue el primero en meditar sobre la quimera. En el siglo XIX, el socialista revolucionario Louis Auguste Blanqui revivió la fantasía, que a la larga terminó inspirando a Bioy y que ahora una ingeniosa serie norteamericana explora. En cada uno de esos mundos, hay un Belcore que ha tomado otras decisiones. En uno es sacerdote, no se ha casado; en otro sí se caso, pero no se ha separado, se dedica a la política; en el tercer planeta alterno murió en una bacanal; en el cuarto, es hincha de Boca o River (pobre tipo) y se fue a vivir al extranjero. En cada encrucijada que nos interpela, hay un yo alternativo que elige el otro sendero. Fascinante, ¿verdad?

Fringe plantea que el científico Walter Bishop, un genio comparable a Einstein, causa un devastador enfrentamiento interplanetario, al traer a nuestra Tierra a un Peter Bishop paralelo, con el fin egoísta de reemplazar a su hijito muerto. Esto provoca espantosas perturbaciones físicas del otro lado. La venganza, obviamente, será terrible. Peor aun, todo indica que la supervivencia del otro lado depende de la destrucción del nuestro. Ellos, al parecer, provocaron el tsunami en Asia de 2004 y otras calamidades semejantes y han infiltrado en las altas esferas de la política y la economía a ‘los cambiantes’, mitad humanos, mitad máquinas. Sugiero a quien desee disfrutar de tan loca imaginería comenzar con el capítulo uno de la primera temporada. Caso contrario, no entenderá un pito.

El viento y el mar
La segunda serie que quisiera recomendar es la penúltima versión de esa espléndida franquicia ideada por Dick Wolf que, al parecer, puede ser exprimida con éxito hasta la última gota. Me refiero a la serie Law & Order. La versión original, ambientada en Nueva York, acaba de dar sus últimas hurras, después de veinte años de buenos servicios al televidente. Está bien, ya había perdido el toque mágico. L&O Criminal Intent tambalea tras concluir la novena temporada (nunca logró atraparme). Sigue en pie, dignamente, L&O Special Victims Unit con la bellísima Mariska Hargitay (once temporadas); y se afianza L&O United Kingdom. Aparece ahora… L&O Los Angeles.

Serán las playas y el mar, será el toque latino o el desierto y el sol, será la encantadora frivolidad de Hollywood y Beverly Hills, o bien el talento de los libretistas, pero L&O Los Angeles tiene un glamour y brillo del que carecen sus hermanas. El método narrativo, eso sí, es el de siempre: la primera mitad relata la investigación policial; la segunda, el proceso en la Justicia. Es decir, policías y fiscales son los protagonistas, interactuando en parejas disonantes como lo hacían El Quijote y Sancho, o Batman y Robin. Se apuesta fuerte con los argumentos: una bella chica embarazada (el padre de la criatura es un influyente congresista de derechas) es arrollada por un misterioso automóvil. Americanos WASP (blancos, anglosajones y protestantes) se convierten en esbirros de Bin Laden. Un sangriento homicidio revela que el mundo de los surfistas también tiene un costado sórdido. El sistema legal estadounidense es capaz de arruinarle la vida a una madre inocente.

La temática se nutre en la realidad, pero la retórica rinde homenaje a la mejor literatura. Tal como ocurre con Doctor House, los diálogos son magníficos. De acuerdo, nadie habla así, pero qué gusto da escuchar siempre una réplica ingeniosa, una aguda observación sociológica, un discurso que examina el meollo de la vida, el sarcasmo y la ironía. Por cierto, esa excelencia expresiva es otra de las glorias de las novelas policiales de Raymond Chandler.

Fringe y L&O Los Angeles me permiten relajarme y ser feliz cuando regreso del diario cerca de la medianoche. ¿Alguien puede sugerirme alguna otra serie?
Guillermo Belcore

sábado, 13 de noviembre de 2010

Karada

Michitaro Tada
Adriana Hidalgo Editora. Ensayo, 373 páginas. Edición 2010

Japón, la cima de los buenos modales y la etiqueta, es un país raro. Hacer referencia al culo no acarrea las connotaciones vergonzosas o eróticas que tiene en Occidente; por tal razón, un crítico de arte venerable como Michitaro Tada (1924-1997) puede -sin escandalizar siquiera a una niña- dedicarle una cuidadosa y relajada atención a la estética y a los detalles folclóricos y autóctonos del "honorable trasero". Sobre las posaderas y otras amenas curiosidades discurre este extraordinario ensayo, que combina saber académico y apertura mental, y abreva en varias fuentes: antropología, historia, geografía, cultura popular y filología, por mencionar sólo cinco.

Karada significa cuerpo en japonés. Tada, en efecto, explora con erudición y lucidez los significados en la cultura japonesa de las distintas partes del cuerpo. Desde la cabeza hasta los pies, pasando por el vientre, el ombligo, la cadera y la pelvis. El libro es encantador, delicado y tiene profundidad filosófica en buena parte de su recorrido. Obsérvese la belleza de los temas: "el talento especial de la mujer para sentarse al estilo del milano negro", "las pantuflas japonesas son realmente una cosa extraña", "el enérgico sonido del chorro del inodoro", "la pena en la punta de los dedos".

La edición merece elogios. Trae abundantes notas a pie de página y un prólogo excelente. Otro juego interesante es la comparación de las sensibilidades de los pueblos. La escritura de Tada es fiel a ese rasgo primordial de las letras japonesas: encontrar divinidad (es decir el sentido más hondo de la existencia) en las cosas ínfimas que nos rodean, en los detalles que son por lo general obviados y desdeñados. ¿Sabe usted por qué el japonés tradicional toca sólo dos veces a la puerta, y considera sagrado el cuarto de baño?
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Muy bueno

PD:
Quién desee escuchar (no leer) algo más sobre el libro puede picar aquí.

martes, 9 de noviembre de 2010

Apostoloff

Sibylle Lewitscharoff
Adriana Hidalgo Editora, 358 páginas, novela. Edición 2010. Precio aproximado: 80 pesos

Ser rico -dicen los chinos- es fracasar en la vida. La tristeza del magnate Alexander Tabakoff lo atestigua. Como compensación, financia una empresa delirante: desentierra a sus camaradas búlgaros de la diáspora, traslada por medio Europa los restos en un cortejo funerario de lujo, y les organiza funerales principescos en Sofía para asegurarles el eterno descanso. Este es uno de los dos hilos narrativos de Apostoloff. El otro involucra el retorno a la patria ancestral de dos señoras nacidas en Alemania. Fueron sobornadas para formar parte de la caravana de limusinas negras de Tabakoff. Son las hijas de Kristo, el respetado ginecólogo búlgaro que un buen día se ahorcó en el baño de su casita burguesa de Suabia. Obviamente, les dejó a las chicas el alma en carne viva.

La novela es interesante porque combina geografía e historia, y retrata una familia infeliz. Corrobora que una buena porción de la literatura alemana proviene hoy, -como en Estados Unidos- de la inmigración. Sibylle Lewitscharoff, naturalmente, tiene ascendencia búlgara. Vivió en la Argentina; Gardel aparece en la trama. Sabe usar la técnica del flashback y sabe atrapar la belleza fugaz: "hay momentos en que el mundo simplemente es bello''; "hay sitios que invitan al hombre a transformarse'', reflexiona.

El lector podrá formarse una idea de la claridad del estilo con este pasaje delicioso que prueba que las ciudades búlgares son, un sentido, similares a las de Argentina y las de casi todo el mundo:

"Como ahora la nueva generación que acaba de romper el cascarón, la generación del dinero, está convencida de que las mujeres de más de treinta perjudican el negocio, contratan a bonitas y jovencísimas camareras de temporada veraniega que van cargando los platos sobre zapatos de tacones altos. Tienen un aspecto vicioso, aunque son muchachas que trabajan a brazo partido: bocas de un rojo febril, uñas cuadradas pintadas con esmalte glíter; la falda le llega, y eso si está parada derecha, a sólo dos centímetros de que se le comience a ver la bombacha. Otra especialidad de las camareras: en general de las búlgaras: les encanta el perfume. Así huele mi ensaladita, lo que normalmente debería ser algo neutro, huele como si hubiese pasado la noche en una perfumería''.

La historia es narrada por una de los dos hijas del suicida, la menos sociable. Le encanta echar pestes, es una cascarrabias de pacotilla. A través de sus ojos, percibimos lo que el comunismo le hizo a Bulgaria. Cincuenta años de brutalidad calculada corrompieron moral y materialmente a un país entero. Todo da "una sensación enmohecida de ruina y decadencia''. Quizás nadie haya sido capaz de generar tanta fealdad como el leninismo de hormigón. Vean si no en Shumen el pretencioso monumento a la patria

Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Bueno

viernes, 5 de noviembre de 2010

La sangre y la infamia

Miguel Wiñazki
El Ateneo. Novela, 198 páginas. Edición 2010. Precio aproximado: 50 pesos

Como si de una tragedia griega se tratase, en la Avellaneda brava un padre ordenó liquidar a su hijo simbólico porque había comenzado a hacerle sombra. El caudillo Barcelo se deshizo de su matón indispensable, Ruggierito, un asesino bienhechor, un tipo que pensaba todo el tiempo, según Miguel Wiñazki (1956). En la provincia de Buenos Aires de Manuel Fresco las prostitutas generaban pingües negocios en las colonias deportivas de los chicos. Se organizaban partuzas en el cine Royal.

El tema de la novela, como se ve, es fascinante, pero el autor incurrió en ese vicio que casi ha destruido la novelística argentina contemporánea: la falta de ambición. Ya Ortega y Gasset notaba que los argentinos desean ser escritores, pero no quieren sentarse a escribir libros. Es decir, cunde la ley del mínimo esfuerzo. En este caso, en lugar de, por ejemplo, sorprender a los lectores con un mural impresionante de una época infame, se cosieron unos pocos retazos de los cuatro personajes principales de los años treinta, todo salpimentado con un erotismo que hace hincapié en la masturbación adolescente. Incluso se han empleado trucos tipográficos para engordar el volumen, como el doble espacio entre los párrafos.

El procedimiento axial es el pastiche, otra dudosa moda
. Los veintiocho capitulitos yuxtaponen materiales diversos como el relato erótico o policial, el manual de historia, el documento público, la declamación o los poemas (lamentables). Hay una saludable intención de atesorar el habla popular, pero el goteo de frases y las metáforas defectuosas (“el Riachuelo serpentea como una anaconda podrida“; “voy hacia la oscuridad Argentina en este camioncito chirriante”) le juegan en contra. En cuanto al estilo, pues, no hay nada memorable. No obstante, en tren de encontrar virtudes, podría decirse que el libro resultará instructivo para los lectores interesados en aquél pasado. Una novela pedagógica, entonces.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura de La Prensa.

Calificación: Regular