Algunas series, con cierta pretensión narrativa, también hacen del desastre inminente el motor de la trama. Por ejemplo, Sneaky Pete de Amazon. U Ozark de Netflix, cuya segunda temporada venimos aquí a recomendar como alivio para la desgastante cuarentena.
Para quien no vieron la primera temporada (más lenta, menos ambiciosa), digamos que la criatura de los señores Bill Dubuque y Mark Williams gira en torno al narcotráfico y la degradación moral que provoca tanto en las personas como en las comunidades. El financista Marty Byrde (Jason Bateman) mueve fondos en Chicago del segundo cartel de las drogas de México, hasta que su socio y amigo comete la idiotez de traicionar a los mafiosos. Marty salva la vida por un pelo, a cambio del compromiso de abrir en una región de veraneo de Missouri (lejos de las miradas del FBI y la DEA, al menos eso creen) una nueva fuente de lavado de dinero.
Se muda pues Marty junto a Wendy (Laura Linney), su esposa infiel y brillante, y a su prole: Charlotte (Sofía Hublitz) y Jonah (Skylar Gaertner) a la región de los lagos de Ozark con cinco millones de dólares en efectivo. Allí debe lidiar con lo que los norteamericanos llaman basura blanca, sureños en estado de delincuencia, como los Byrde, bah, pero menos educados y corteses.
En la segunda temporada (filmada en Atlanta por cuestiones impositivas), vemos los esfuerzos titánicos de los Byrde para construir un casino flotante, a instancias de sus mandantes mexicanos, cuya intermediaria es una despiadada abogada WASP (Janet McTeer). Se asocian con los dos extremos de la pirámide social de los lagos de Missouri. Una jovencita brillante y malhumorada de una familia de perdedores y criminales llamada Ruth Langmore (Julia Garner), se convierte en la mano derecha de Marty, aunque siempre está a un tris de traicionarlo, por la mala influencia de su padre Cade (Trevor Long). Justamente, la relación de amor-odio entre Ruth y Cade es una de las cimas de tensión dramática.
También se asocian con Jakob (Peter Mullan) y Darlene Snell (Lisa Emery), terratenientes con su propio negocio de narcotráfico: cultivan amapola, producen heroína y llegan a un acuerdo precario con los mexicanos. La locura de Darlene es otro factor poderoso de inestabilidad y muerte.
Todo sucio
Con sus tonos azulados y fríos, Ozark recrea con destreza un asfixiante mundo de sordidez a lo House of Card, donde la codicia, la estupidez y la demencia son la norma y todos los estamentos del poder democrático se han corrompido. El sheriff está comprado por los Snell. El empresariado y la política son una cloaca. Charles Wilkes (Darren Goldstein), poderoso hombre de negocios conspira con Wendy para modificar leyes y conseguir un permiso especial del Estado para el casino. Sus intrigas causan el suicidio de un senador, decente. Una excepción a la regla.
Los Byrde también son jaqueados por el FBI, mejor dicho por el agente Roy Petty (Jason Butler Harner), al que sólo le interesa su carrera y es capaz de atormentar a una mujer adicta a las drogas (Jordana Spiro) para conseguir pruebas. Y por la mafia de Kansas City, que -como en la Argentina- anida en el sindicalismo duro. El capo Frank Cosgrove (John Bedford Lloyd) quiere una tajada del pastel. Marty y Wendy están siempre en peligro y, sin perder nunca la compostura y los buenos modales ofician como fixers en un mundo hipócrita y sin escrúpulos (¿Vieron Donovan, es el mismo mecanismo de acción). Todo se arregla en Missouri con dinero o una sutil extorsión.
Otro viejo truco que desarrolla la trama es el siguiente: familia tipo en ambiente disfuncional (¿Recuerdan Los Soprano o Perdidos en el espacio?). Como si no le faltaran problemas y con la ayuda de un casero sabio y agonizante (Harris Yulin), Marty y Wendy deben educar y guiar a un par de adolescentes rebeldes como todos y que deciden dar sus primeros pasos en la carrera delictiva. ¿Por qué no? Si es lo que maman en el hogar y en la sociedad. Hija contestaria; hijo nerd. Los tópicos nunca fallan. Los personajes evolucionan, por fortuna. Wendy se roba la serie, mamá va transformándose en ’macho alfa’ y en asesina; siempre, el fin justifica los medios: salvar a la familia de la venganza narco.
Uno no puede dejar de preguntarse a lo largo de los trepidantes diez capítulos (no hay puntos muertos) dónde está el bien en la sociedad contemporánea que describe Ozark. Aunque los Byrde siempre estén en busca de la redención, nunca la alcanzan. Da la impresión que los justos sufren el destino que Almafuerte describía en sus sonetos imperecederos. Transcribimos un fragmento de nuestro Nietzsche:
“…los que van por el mundo delirantes/
repartiendo el amor a manos llenas,/
caen, bajo el peso de sus obras buenas,/
sucios, enfermos, trágicos, sobrantes/
¡Ah! Nunca quieras remediar entuertos;/
nunca sigas impulsos compasivos;/
ten los garfios del Odio siempre activos/
y los ojos del juez siempre despiertos…/
Y al echarte en la caja de los muertos,/
menosprecia los llantos de los vivos!/
Netflix ya subió la tercera temporada de Ozark, con el casino en funcionamiento, Darlene conspirando y la mafia de Kansas City, furiosa. En unos días, hablaremos de ella.
Guillermo Belcore