lunes, 20 de abril de 2020

Ozark, la serie. II temporada.

En El péndulo de Foucault, Umberto Ecco inventa un concepto hermoso (y un vocablo para designarlo): pilocatábasis. Es decir, el arte de salvarse por un pelo. Bien pensado, casi todas los filmes de aventuras estadounidenses se rigen por esa idea fundacional, el héroe se salvará siempre por el canto de una uña (nosotros lo sabemos y renunciamos gustosamente a la incredulidad por un par de horas).

Algunas series, con cierta pretensión narrativa, también hacen del desastre inminente el motor de la trama. Por ejemplo,  Sneaky Pete de Amazon. U Ozark de Netflix, cuya segunda temporada venimos aquí a recomendar como alivio para la desgastante cuarentena.

Para quien no vieron la primera temporada (más lenta, menos ambiciosa), digamos que la criatura de los señores Bill Dubuque y Mark Williams gira en torno al narcotráfico y la degradación moral que provoca tanto en las personas como en las comunidades. El financista Marty Byrde (Jason Bateman) mueve fondos en Chicago del segundo cartel de las drogas de México, hasta que su socio y amigo comete la idiotez de traicionar a los mafiosos. Marty salva la vida por un pelo, a cambio del compromiso de abrir en una región de veraneo de Missouri (lejos de las miradas del FBI y la DEA, al menos eso creen) una nueva fuente de lavado de dinero.

Se muda pues Marty junto a Wendy (Laura Linney), su esposa infiel y brillante, y a su prole: Charlotte (Sofía Hublitz) y Jonah (Skylar Gaertner) a la región de los lagos de Ozark con cinco millones de dólares en efectivo. Allí debe lidiar con lo que los norteamericanos llaman basura blanca, sureños en estado de delincuencia, como los Byrde, bah, pero menos educados y corteses.

En la segunda temporada (filmada en Atlanta por cuestiones impositivas), vemos los esfuerzos titánicos de los Byrde para construir un casino flotante, a instancias de sus mandantes mexicanos, cuya intermediaria es una despiadada abogada WASP (Janet McTeer). Se asocian con los dos extremos de la pirámide social de los lagos de Missouri. Una jovencita brillante y malhumorada de una familia de perdedores y criminales llamada Ruth Langmore (Julia Garner), se convierte en la mano derecha de Marty, aunque siempre está a un tris de traicionarlo, por la mala influencia de su padre Cade (Trevor Long). Justamente, la relación de amor-odio entre Ruth y Cade es una de las cimas de tensión dramática.

También se asocian con Jakob (Peter Mullan) y Darlene Snell (Lisa Emery), terratenientes con su propio negocio de narcotráfico: cultivan amapola, producen heroína y llegan a un acuerdo precario con los mexicanos. La locura de Darlene es otro factor poderoso de inestabilidad y muerte. 

Todo sucio


Con sus tonos azulados y fríos, Ozark recrea con destreza un asfixiante mundo de sordidez a lo House of Card, donde la codicia, la estupidez y la demencia son la norma y todos los estamentos del poder democrático se han corrompido. El sheriff está comprado por los Snell. El empresariado y la política son una cloaca. Charles Wilkes (Darren Goldstein), poderoso hombre de negocios conspira con Wendy para modificar leyes y conseguir un permiso especial del Estado para el casino. Sus intrigas causan el suicidio de un senador, decente. Una excepción a la regla.

Los Byrde también son jaqueados por el FBI, mejor dicho por el agente Roy Petty (Jason Butler Harner), al que sólo le interesa su carrera y es capaz de atormentar a una mujer adicta a las drogas (Jordana Spiro) para conseguir pruebas. Y por la mafia de Kansas City, que -como en la Argentina- anida en el sindicalismo duro. El capo Frank Cosgrove (John Bedford Lloyd) quiere una tajada del pastel. Marty y Wendy están siempre en peligro y, sin perder nunca la compostura y los buenos modales ofician como fixers en un mundo hipócrita y sin escrúpulos (¿Vieron Donovan, es el mismo mecanismo de acción). Todo se arregla en Missouri con dinero o una sutil extorsión.

Otro viejo truco que desarrolla la trama es el siguiente: familia tipo en ambiente disfuncional (¿Recuerdan Los Soprano o Perdidos en el espacio?). Como si no le faltaran problemas y con la ayuda de un casero sabio y agonizante (Harris Yulin), Marty y Wendy deben educar y guiar a un par de adolescentes rebeldes como todos y que deciden dar sus primeros pasos en la carrera delictiva. ¿Por qué no? Si es lo que maman en el hogar y en la sociedad. Hija contestaria; hijo nerd. Los tópicos nunca fallan. Los personajes evolucionan, por fortuna. Wendy se roba la serie, mamá va transformándose en ’macho alfa’ y en asesina; siempre, el fin justifica los medios: salvar a la familia de la venganza narco.   

Uno no puede dejar de preguntarse a lo largo de los trepidantes diez capítulos (no hay puntos muertos) dónde está el bien en la sociedad contemporánea que describe Ozark. Aunque los Byrde siempre estén en busca de la redención, nunca la alcanzan. Da la impresión que los justos sufren el destino que Almafuerte describía en sus sonetos imperecederos. Transcribimos un fragmento de nuestro Nietzsche:

“…los que van por el mundo delirantes/
repartiendo el amor a manos llenas,/
caen, bajo el peso de sus obras buenas,/
sucios, enfermos, trágicos, sobrantes/ 

¡Ah! Nunca quieras remediar entuertos;/
nunca sigas impulsos compasivos;/
ten los garfios del Odio siempre activos/
y los ojos del juez siempre despiertos…/ 

Y al echarte en la caja de los muertos,/
menosprecia los llantos de los vivos!/
  
Netflix ya subió la tercera temporada de Ozark, con el casino en funcionamiento, Darlene conspirando y la mafia de Kansas City, furiosa. En unos días, hablaremos de ella.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy buena




viernes, 17 de abril de 2020

Rubem Fonseca QEPD

"Lo mejor de la obra de Fonseca es no saber adónde nos va a llevar. Siempre que comienzo un libro suyo es como si sonara el teléfono a medianoche: `Hola, soy yo. No vas a creer lo que está sucediendo'. Su escritura hace milagros, es misteriosa. Cada libro suyo es un viaje que vale la pena: es un viaje de algún modo necesario''.

Esto escribió hace unos años, Thomas Pynchon, el anacoreta más famoso de Estados Unidos y, acaso, el mejor novelista vivo. Que sirva de epitafio para una de las glorias de la literatura latinoamericana. Don Rubem Fonseca ya está en la casa del Señor. Su familia informó que el escritor de 94 años sufrió el miércoles un infarto durante una comida en su departamento de Río Janeiro y alcanzó a ser trasladado por una ambulancia, pero llegó sin vida al hospital Samaritano del barrio de Botafogo.

Se fue uno de los mejores pero nos queda una obra tan copiosa como indispensable. Y, a pesar de su excelencia, marcada por la polémica: el erotismo y la violencia solían colorear sus cuentos, novelas, y guiones cinematográficos (también escribió ensayos breves); al fin y al cabo fue un hijo cabal del Brasil. Hace poco la Gobernación del estado de Rondonia ordenó retirar de las escuelas varios libros de Fonseca -entre otros clásicos de la literatura brasileña- por su "contenido inadecuado'', aunque dio marcha atrás después de la ola de críticas que recibió por so bestias.

Cuentista excepcional


Nacido el 11 de mayo de 1925 en la ciudad de Juiz de Fora, Fonseca ha corrido los cien metros llanos con tanto brío y eficacia como la maratón. En este diario, hemos señalado que debe honrarse al artista mineiro -pero carioca por adopción- como uno de los grandes cuentistas latinoamericanos.

Su prosa tiene el sabor de la experiencia. Antes de dedicarse de lleno a la literatura, se graduó en abogacía, ejerció como penalista, se dedicó a la enseñanza en la Fundación Getúlio Vargas, ingresó a la Policía (llegó a comisario y fue jefe de Relaciones Públicas) y estudió administración de empresas y comunicación en Nueva York y Boston. Tenía aquello que le falta a a los plumíferos de tres al cuarto que vomitan los talleres literarios: calle. Tenía también Fonseca, un finísimo oído para el habla popular, sin concesiones a lo pintoresco. Publicó su primer libro en 1963: Los prisioneros.

Vargas Llosa ha establecido que perteneció a la misma estirpe artística que Manuel Puig o Umberto Eco:

``Es uno de esos escritores contemporáneos que han salido de su biblioteca para hacer literatura de calidad con materiales y recetas hurtados a los géneros de gran consumo popular'', como el cine, la historieta, el folletín o la telenovela".

Es decir, aplicó el pastiche, un procedimiento que la crítica ha rotulado como posmoderno. Nunca ahorró truculencias al lector. Cierto tono naif y el humor inteligente las aliviaron. Practicó la parodia y la aguda crítica social. Fue censurado en los setenta por la dictadura militar.

Se lo considera con justa razón un maestro del realismo sórdido. Narró historias escalofriantes con una pluma seca, a lo Graciliano Ramos. Ese estilo desnudo y objetivo también remite a Hemingway. Inventó al detective privado Paulo Mendes, alias Mandrake, abogado criminalista -promiscuo, crápula y brutal- que protagoniza la novela más aplaudida de Fonseca (A grande arte, 1983). El personaje inspiró la serie Mandrake (2005), producida por HBO y protagonizada por el actor Marcos Palmeira. Agosto, novela histórica que refiere al suicidio de Getulio Vargas, también fue adaptado a la televisión, por la O'Globo en los noventa.

Discreto

Un par de curiosidades: el pudoroso Fonseca odiaba firmar libros y se resistió -a lo César Aira- a concertar entrevistas con la prensa de su país. Salía a caminar con gorra y lentes oscuros por las calles de Leblon. Con buen criterio y voz cavernosa, consideraba que ``se debe leer prescindiendo totalmente del escritor''. No obstante, recibió premios tan importantes como el Juan Rulfo, el Jabuti o el Camoes, considerado el Nobel de la lengua portuguesa.

Don Rubem Fonseca fue lo mejor que puede ser un escritor de talento: un Gran Renovador. Búsquelo, para empezar, en los Cuentos completos que publicó Tusquets hace un par de años, o en Diario de un libertino, o en alguno de los libros que mencionamos más arriba.

Sirvan estas líneas de agradecimiento a Dom Rubem por los buenos momentos que le ha regalado al autor de esta necrológica.
Guillermo Belcore

lunes, 6 de abril de 2020

Quijote

En varias direcciones temporarias de Estados Unidos, cuyos nombres no vale la pena mencionar, no ha mucho tiempo que vivía un caballero de los de saco y corbata, palabras anticuadas, pensamientos místicos y adicciones televisivas. Viajante de comercio de origen indio, retirado a la fuerza por su primo rico, enloqueció por culpa de la televisión y comenzó a desear a la gente de la pantalla. A una en particular, Salma R., belleza considerable, la primera actriz india que triunfó en América. Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los setenta años, era de hablar y moverse despacio, seco de carnes, rostro parecido al del actor Frank Langella, apuesto a la manera de viejo chiflado. Quieren decir que tenía el nombre de Ismail Smile o Smile Smile, aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que quiso llamarse Quijote; pero esto importa poco a nuestra reseña; basta que en la narración de sus andanzas no se salga un punto de la verdad.
Uno de los mejores escritores de nuestro tiempo -aunque quizás no tan reconocido- ha inventado un Quijote posmoderno. Así se titula la novela más reciente de Ahmed Salman Rushdie (Mumbai, 1947). El sello Seix Barral la trajo a la Argentina en este fatídico 2020 (527 páginas). Merece largamente leerse, por su ambición, riqueza expresiva, y sentido paródico.
Piense, amable lector, en un caldero en el que burbujean la diáspora india; la cultura baja estadounidense (el motel, el neofascismo, los ricos y famosos, el entretenimiento de masas) y el misticismo oriental (el sufismo y la rara religión del bahaísmo). Más algunas digresiones interesantes, como la deriva de Inglaterra hacia algún lugar no muy amable, la ciberguerra y la epidemia de estupefacientes derivados del opio. 
No sólo Rusdhie es puente entre civilizaciones (entre Occidente y el subcontinente indio y el mundo islámico); sino también es uno de esos artistas que desdibujan las fronteras entre arte y vida. Por momentos, genera incapacidad para distinguir lo inverosímil de lo que no lo es. Fusiona con destreza la visión paranoica y la real. En busca de un concepto conocido, se lo ha catalogado como un adalid del realismo mágico por no haber excluido en su veintena de novelas lo sobrenatural y lo maravilloso. Como el mismo sostiene, el surrealismo o incluso el absurdo constituyen herramientas formidables para describir el presente.
Así, nuestro Ismail Quijote da a luz por partenogénesis a un hijo, con ``la fuerza de su deseo y la amabilidad de las estrellas''. Como Palas Atenea había brotado plenamente formada de la cabeza de Zeus, así nació Sancho del sueño de su padre. Y se lanza a la carretera con el caballero de la triste figura hacia Nueva York en un Chevrolet Cruze; van en busca de una Dulcinea que es estrella de la televisión y adicta a los placeres químicos.
No se topan, claro, con los desalmados yangüeses que molieron a palos a las criaturas de Cervantes, pero también la pasan mal. Algo desagradable les ocurre con una robusta mujer blanca en el lago Capote. Bocas furiosas los persiguen en una cafetería de Oklahoma. A Sancho le dan una paliza tres yuppies en una plaza de Manhattan. Y por un pelo no los matan durante un tiroteo en un pub de Kansas. Es que ambos tienen la piel oscura, pero del tono sospechoso tras el 11-S. La cuestión de la etnicidad en el Estados Unidos de Donald Trump es una de las cuestiones palpitantes de la novela.

La otra epidemia

Otro personaje importante de la trama es el primo R.K. Smile, modelo de médico corrupto, el Reyecito de Atlanta, capital de la próspera América india (75 mil musulmanes indostaníes y 100 mil hindúes). El empresario posa ahora de filántropo, pero ha amasado fortunas fabricando y vendiendo medicamentos adictivos, en particular un spray sublingual de fentanilo (el macho alfa en el país de los opioides) en los límites de la legalidad, atravesando repetidamente las fronteras de la decencia, para, por ejemplo, satisfacer los deseos de la gente muy famosa, subsección muy importante de la economía estadounidense. Hablando sin ambages, es un narcotraficante, pero desde el interior del sistema. Provee, entre otras luminarias, a Salma R., la amada del Quijote.
Rushdie, por cierto, desea que el público conozca las tretas de la industria farmacéutica para multiplicar las ventas. Los corresponsabiliza de las 30.000 muertes anuales en la Unión por adicción a los derivados del opio, otra devastadora epidemia de nuestro tiempo. Es un tema que toca muy de cerca al literato. Su hermana menor murió en 2008 de sobredosis de pastillas, cuando solo tenía 45 años.
El mumbaikar es de los escritores que creen que la buena literatura debe transmitir un mensaje. Así lo establece en la página ciento treinta y nueve: ``¿Cuando invocamos el recuerdo de una obra maestra nos tenemos que preguntar: qué lecciones nos ofrece?''.
El libro, aunque desparejo, es el fruto de un talento maduro. Formas elegantes y conclusiones firmes. ``Quise escribir una novela que sea panorámica y sinóptica al mismo tiempo'', explicó el autor a un periodista del Time of India. Lo ha logrado con creces. Desde la atalaya del progresismo, oteamos buena parte de la sociedad estadounidense y de la cultura contemporánea. "La cultura basura le está estropeando la mente a muchos tontos, tontos viejos como jóvenes, o incluso a la América entera", escribió en la página cuatrocientos setenta y cinco. El siempre ponderable deseo de construir un Aleph.
Estilísticamente hablando, hay párrafos perfectos. Si bien la sátira es el procedimiento dominante, no es el único. Hay un artificio que proviene, acaso, de las Mil y Una Noches. El relato dentro de otro relato. En el capítulo dos se nos presenta a Sam DuChamp, escritor de segunda fila de novelas de espionajes, quien justamente está componiendo la historia del Quijote Smile. También dedica varios capítulos a la hermana de DuChamp, paladín en la defensa de de los derechos de los inmigrantes en Londres. Ingenioso truco.

Gurú pop

Finalmente, algo hay que decir del mensaje primordial del texto. Quizás el propósito del universo sea la creación de un amor perfecto, se conjetura en la página ciento treinta y dos. Sin embargo -se añade más adelante- la cantidad de amor disponible no satisface a todos los buscadores. Millones de solitarios le darían la razón.

El amor como conclusión existencial, como final de todo, pues. Don Quijote Smile se va despojando absolutamente del lastre (conocimiento, escepticismo, la razón, porque el enamoramiento es irracional, antiguas enemistades) en su peregrinar hacia la Amada. Atraviesa los siete valles de la sabiduría.``La vida humana es casi toda infelicidad. El único antídoto a la tristeza humana es el amor'', sentencia Rusdhie, el metafísico pop, en la página doscientos trece. 
La novela nos regala un fragmento hermoso de un poema de Wordswoth:
``ese ánimo

en que la dura y gravosa carga

de este mundo incognoscible

se aligera''.
Amo luego existo, no parece una proposición descabellada, menos en tiempos de virus corona.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy buena

PD: En este blog hemos comentado otras buenas novelas de Rushdie. Pinche aquí: