viernes, 23 de junio de 2017

Bolas

Flor Canosa
Novela, Zona borde, 106 páginas.

La figura del oficinista mediocre es un tópico universal. Quizás, la primera manifestación artística del hombre castrado y gris haya sido un memorable cuento largo de Nikolai Gogol. “Todos crecimos bajo el capote de Gogol”, sentenció alguna vez Dostoievski, en alusión a ese texto canónico de 1842. Desde entonces, Akakiy Akakiyevich Bashmachkin, con ligeras o profundas variaciones, ha poblado todas las literaturas nacionales. En la Argentina del siglo XXI, inspiró dos novelas de desigual ejecución: El encierro de Ojeda de Martín Murphy (pinche aquí), muy bien escrita, armada y resuelta. Y la monocorde y tediosa El oficinista de Guillermo Saccomano (pinche aquí), que ganó en 2010 el premio Seix Barral, lo que corrobora que este tipo de galardones no vale un comino. Bien, el hecho es que en 2017 una escritora de la Patria ha decidido refrescar tan manido personaje.

Flor Canosa (Buenos Aires, 1978) trabajó bajo la sombra de Kafka, nada menos. La teoría de las influencias del indispensable Harold Bloom quedó, una vez más, reivindicada. ¿Qué es esto? Básicamente, que cualquier obra literaria trascendente lee de manera creativa -pero errónea- un texto o textos precursores. Poesías, relatos, novelas, obras de teatro nacen como respuesta a anteriores poesías, relatos, novelas u obras de teatro y esa respuesta no es sólo un amable proceso de transmisión sino también una tremenda lucha entre el genio anterior y el nuevo aspirante al Parnaso. Bolas, digámoslo de entrada, sale airosa del desigual combate.

Imagina Canosa que un oficinista misógino, pelado y de mediana edad se levanta una mañana y descubre que ha perdido sus testículos. La lisura absoluta desde el pene hasta el ojo del culo. No hay nada oculto en la ingle y el abdomen. Ni un rastro. Increíble. Naturalmente, el pobre diablo se sume en la desesperación y el pánico: “El miedo es la sensación de que a partir de ahora algo se terminó para siempre y nada será igual. (…) Miedo es despertarse y no tener pelotas”, clama Federico.

La metáfora esencial del libro es sencilla. Federico nunca tuvo “las pelotas bien puestas”, no es extraño que una mañana de cristal que se hizo añicos las haya perdido. No abundaremos en el punto. La autora -que aún no ha podido desprenderse del vicio de decirlo todo, ni de bajar línea- se encarga de entregarle al lector el paquetito bien atado. Hasta el mas distraído entenderá los simbolismos. No es Kafka. 

Malditos machos


“Toda mi formación como guionista me preparó para poder construir personajes totalmente alejados a lo que soy yo”, ha explicado Canosa en un reportaje. Es cierto, en un aspecto no menor. Evidencia la autora en su segundo libro una destreza admirable para exponer los pliegues de la psicología masculina, esas pequeñas miserias que conforman el universo del hombre mezquino. Desde su relación con el trabajo no creativo hasta el odio amoroso que le suscitan las mujeres dominantes y avinagradas, esa categoría que con fino oído para lo popular Canosa designa como “las conchudas”.

El lenguaje, en efecto, se nutre de las calles, del habla plebeya. Es la porteñidad al palo. He ahí la grandeza y la limitación de una prosa que se enriquece con dos elementos picantes: el humor y la pornografía boca sucia. 

Hay un elemento cuestionable en la parodia. Si por un lado, Canosa construye los personajes masculinos de manera magistral -fruto de la intuición o la observación-, por el otro coloca en boca de Federico sus propias opiniones políticas. Es ridículo que un eunuco de mente obtusa tenga semejante nivel de lucidez (de lo que Canosa considera lucidez, en todo caso). Es un ripio, un injerto al que se le notan las costuras. Manchitas en el papel que desnudan una compulsión, acaso sea la necesidad de complacer al Círculo Púrpura de la comunidad intelectual (¡Ey, amigos, soy uno de ustedes, odio a Clarín y a Macri, hablen bien de mí!). Surgirán alguna vez escritores argentinos que se atrevan a ir -aunque sea un solo paso- más allá de la corrección política. 

Estableció Borges que la indiscutible virtud de Kafka es la invención de situaciones intolerables. La señora Canosa no carece de esa cualidad. El hombre malvado, abusador, sexópata es el infierno de millones de mujeres.
Guillermo Belcore

Calificación: Bueno

lunes, 12 de junio de 2017

Vidas de hotel

Eduardo Berti (compilador)346 páginas. Adriana Hidalgo editora. Cuentos


En los hoteles -es de público conocimiento- ocurren cosas maravillosas. El arte tomó nota y así se han compuesto magníficos relatos breves en torno a las peripecias de viajeros, turistas y amantes. Algunos se incluyeron en una antología que acaba de lanzar al ruedo un sello nacional. En verdad, Eduardo Berti, el compilador, ha realizado un trabajo muy competente, en cuanto a la variedad y excelencia de los casi cuarenta textos que reúne Vidas de Hotel . Uno puede abandonarse sin reservas al goce de la lectura.

A gusto de este consumidor, las gemas más preciadas que atesora el volumen son aquellas que narran tribulaciones burguesas, como las de la desmemoriada señora Stroope que retrata el ingenioso Saki; o el conmovedor juego de apariencias en una arcadia oculta de Broadway que imaginó O. Henry; o las fobias del señor Panard, hombre prudente que le temía a todo a sus alrededor (la invención es de Guy de Maupassant). Hay que destacar también en esa línea "Indecisión" de Francis Scott Fitzgerald, basado en una premisa que sólo un bribón no consideraría escandalosa: "Peor que no tener mujer es tener una sola". El intento de suicidio que perpetra el desdichado Gene (artificio del innovador Stephen Dixon) es otro punto alto del libro.

La destreza de los literatos argentinos, en cambio, muestra altibajos. Ricardo Piglia tuvo una ocurrencia genial pero da la impresión en "Hotel Almagro" que no supo cómo desarrollarla. Tampoco llega a algún lado "En un cuarto de hotel" de Juan José Saer. Realismo soso el del santafesino con una idea tremenda, una sola: a una determinada edad, digamos después de los cincuenta, los hombres nos volvemos transparentes para las mujeres. "La puerta condenada" de Julio Cortázar es todo lo contrario de esos dos productos fallidos. Una ficción memorable y bien escrita, ambientada en Montevideo. También se deja leer la pieza de Pablo De Santis. Trae, incluso, una advertencia de suma utilidad: los edificios con demasiado cinc atraen los recuerdos.

Todo hay que decirlo. La compilación hace trampa tres veces. Dos son atendibles. Considerar a una dacha una variante de hotel para poder incorporar a Antón Chéjov es una licencia insignificante. "El número 13"" de M. R. James había aparecido hace siete años en Fantasmas otra estupenda antología que preparó Berti también para Adriana Hidalgo. Es un pecado menor; al fin y al cabo, la historia del catedrático inglés es placentera y mucha gente seguramente no lo conoce. Ahora bien, transcribir el apunte de una idea de William Somerset Maugham, un párrafo apenas, no es lo que uno espera de una recopilación de alta categoría.

Hay que destacar, no obstante, otro agrado del libro. Cada relato viene precedido por una minibiografía del autor. Es una delicadeza de Berti que el lector curioso no dejará de aprovechar, pues esos tres párrafos dan apetito, obran como un maestro de lectura. Por ejemplo, después de saborear "Hotel de la luna holgazana" uno se siente impelido a salir corriendo a comprar Leyendo a Turgueniev y Mi casa en Umbría las dos nouvelles de William Trevor que Berti recomienda. Exactamente lo mismo pasa con "El tumultoscopio" de Alphonse Allais. Es un cuento desopilante que obliga a seguirle la pista a este francés no muy conocido, ilustre forjador de máximas.
Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno