martes, 28 de enero de 2014

¿Lo leíste?

Silvia Hopenhayn

Alfaguara. Recopilación de artículos periodísticos, 225 páginas


Un prestigioso sello editorial ha creído oportuno publicar las amables columnas de Silvia Hopenhayn en La Nación. “Cada semana me zambullo en un libro en busca de algún pez dorado”, explica en el prólogo. Esta muy bien para el diario, son hojas de ruta ideales para aquella especie de lector que cada fin de año pregunta, no sin ansiedad, “oiga, qué novela puedo llevarme de vacaciones“. ¿Y para un libro? No, un libro debería ser otra cosa. Nunca me cansare de decirlo: la más sublime creación humana debe apuntar más alto, forjarse con materiales más nobles, más originales.

En lo que al estilo se refiere, hay un saludable intento de la autora de unir experiencias cotidianas del lector distraído con el arte de la palabra escrita, aunque no siempre bien logrado, como cuando compara los procedimientos heterodoxos de César Aira con las banales compras en un supermercado chino (“en la caja no sabemos lo que nos aguarda”, exagera). La prosa es funcional al diarismo, en la era de las masas: hasta el más negado puede entender de qué se está hablando. Es un mérito. No cabe duda de que la señora Hopenhayn es una buena periodista. Su consigna parece ser la que rige el noventa por ciento (y acaso me quedo corto) de los suplementos culturales en la Argentina: hablar bien, o demasiado bien, del objeto de reflexión.

El contenido es tipo cajón de sastre (democrático). Iguala los monólogos de Andrés Neuman con los palacios verbales de Guimaraes Rosa. ¿Hace falta decir algo más? Sí, porque ¿Lo leíste? no carece de virtudes. Sin demasiado vuelo, es verdad, pero la autora ensaya la mejor critica literaria, la que hoy por hoy resulta -para quien esto escribe- más interesante de leer: la escritura se concentra en transmitir experiencias de lectura, aunque aquí, ¡ay!, son toditas sospechosamente gozosas.

Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Regular 


PD: De gustibus non est disputandum, de acuerdo. Pero cómo se puede elogiar de una manera tan entusiasta la novela de Jeanmaire que premió Clarín. Lo siento yo no pude terminarla.

miércoles, 22 de enero de 2014

Anuncio una casa donde ya no quiero vivi

Bohumil Hrabal

El Aleph. 127 páginas. Cuentos. Edición 2006.


La insoportable levedad del ser comienza con una persuasiva interpretación del mito del eterno retorno. Milan Kundera entiende que Nietszche ha querido decirnos “per negatio-nem, que una vida que desaparece de una vez para siempre, que no retorna, es como una sombra, carece de peso, está muerta de antemano y, si ha sido horrorosa, bella, elevada, ese horror, esa elevación o esa belleza nada significan. No es necesario que los tengamos en cuenta, igual que una guerra entre dos Estados africanos en el siglo catorce que no cambió en nada la faz de la tierra, aunque en ella murieran, en medio de indecibles padecimientos, trescientos mil negros. ¿Cambia en algo la guerra entre dos Estados africanos si se repite incontables veces en un eterno retorno? Cambia: se convierte en un bloque que sobresale y perdura, y su estupidez será irreparable“.

Estupidez irreparable, aquí me quiero detener. Es lo que primero que me vino a la mente leyendo este puñado de historias defectuosas ambientadas en el llamado socialismo real que el Ejército Rojo le infligió a punta de bayoneta a la amable Checoslovaquia después de la II Guerra. Kundera añade en la primera página de su hermosa novela:

“Si la Revolución francesa tuviera que repetirse eternamente, la historiografía francesa estaría menos orgullosa de Robespierre. Pero dado que habla de algo que ya no volverá a ocurrir, los años sangrientos se convierten en meras palabras, en teorías, en discusiones, se vuelven más ligeros que una pluma, no dan miedo. Hay una diferencia infinita entre el Robespierre que apareció sólo una vez en la historia y un Robespierre que volviera eternamente a cortarle la cabeza a los franceses“.

Es verdad, la idea de fugacidad -incluso hoy en día- absuelve. En cambio, la pesada perspectiva nietzscheana obliga a condenar sin paliativos, por ejemplo, la encarnación del marxismo en la Historia, con su concomitante aplicación de trabajos forzados para reeducar a la burguesía. ¡Qué payasada cruel! Imagínense si estuviera sellado su regreso. “Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz. La imagen es terrible. En el mundo del eterno retorno descansa sobre cada gesto el peso de una insoportable responsabilidad. Ese es el motivo por el cual Nietzsche
llamó a la idea del eterno retorno la carga más pesada (das schwerste Gewicht)”, redondea Kundera. 

Picada mi curiosidad por un libro excéntrico de Mario Bellatin (pinche aquí) y aconsejado de la conveniencia de explorar su obra por la Guía de las letras y autores contemporáneos de Oxford, llegue a Bohumil Hrabal (Brno 1914-1977), a quien la contratapa de este libro define como “el más importante escritor checo de la posguerra”. Tengo mis dudas, no obstante. Muy poco llegó de él a nuestro idioma; su obra más conocida es Trenes rigurosamente vigilados porque saltó al cine y obtuvo un Oscar. El doctor en derecho Hrabal, aunque se ganaba la vida como obrero en la siderúrgica de Kladno, comenzó a publicar después de los cincuenta y fue otra de las víctimas ilustres del estalinismo centroeuropeo.

 El volumen que aquí se comenta se obtuvo en Mercado Libre (90 pesos, nuevo) y encierra siete cuentos de despareja ejecución. Dan la impresión de ser el producto malogrado de un autor que aún no encontró su mejor voz, pero que tiene el don. Queda claro, además, que Hrabal también tanteaba el terreno, en lo que a los temas se refiere. No estaba seguro de qué podía criticar y qué no del paraíso de los trabajadores. Tres años después de la publicación de este libro, los tanques rusos -esos puntuales inquisidores de heterodoxias- cortaban de cuajo la discusión artística. Era el fin de la Primavera de Praga (Hrabal fua acallado durante siete años). Puede que el valor literario de los relatos sea discutible, pero me parece indudable su importancia histórica.

Abre la recopilación un rotundo escupitajo al rostro del realismo socialista. Como su nombre lo indica, Kafkianas es homenaje al escritor canónico, tallado en clave de disparate. El hilo del sentido se nos pierde, pero se escucha una música. Vienen luego una serie de textos que narran la experiencia del autor en una empresa siderúrgica. La figura de los obreros voluntarios, de la reeducación política por medio del trabajo forzado, de las mujeres recluidas contra su voluntad resultan conmovedoras. Con torpeza, Hrabal ensaya una quimera: la poética de los hornos de fundición y de los parques de chatarra. En la página setenta, tropezamos con el título: la casa donde ya no quiere vivir es, obviamente, el régimen comunista. Aparecen esperpentos. Se satiriza a esas completas nulidades que cualquier despotismo aúpa para cubrir el cargo de, por ejemplo, Voluntario Civil para el Orden Público (jefes de manzana, los llamo el peronismo) o para escribir poemas de semejante ralea: “Olvidó la hija del minero su origen proletario y se dejó vencer por las tentaciones de Eros”.

A pesar de que el estilo del checo (o la ausencia de) me ha hecho rechinar los dientes, el balance es positivo. Escritores como éste nos ponen en guardia: esta estupidez irreparable es lo que les espera con el retorno de Marx. Tomara lleguen al castellano las mejores novelas de Bohumil Hrabal.
Guillermo Belcore


Calificación: Bueno


martes, 21 de enero de 2014

Gallinas de madera

Mario Bellatin
Narrativa Sexto Piso. 147 páginas. Edición 2013

"Un escritor debe ir tan lejos como su locura le permita".
M. Bellatin

Salvo honrosas excepciones (como César Aira), la literatura argentina del siglo XXI se ha degradado hasta el punto de prescindir de esa impronta universalista que caracterizó a los mejores narradores de los últimos cien años y que Borges había elevado al Parnaso. Una lástima. Las influencias ahora son mucho más modestas. Por fortuna, los mexicanos parece que han tomado la posta. Mario Bellatin, por ejemplo.
 

Gallinas de madera se organiza en dos partes que rinden tributo, en forma y fondo, a eminentes escritores europeos. Se trata de autobiografía ficticia, o parcial al menos. En el primer texto, el alter ego de Bellatin se sienta en una banca de la berlinesa Alexanderplatz con una dosis de LSD en la lengua y se entrega a reflexionar sobre vida y obra del checo Bohumil Hrabal, la nueva relación que debemos establecer con los animales, la relación hegeliana entre el amo y el esclavo, su propia locura. Es un flujo de conciencia circular, maniático, divertido. El segundo texto narra una relación de amistad entre un Bellatin improbable y Alain Robbe-Grillete (aunque ambos se frecuentaron en la vida real). Lúcidas reflexiones sobre el arte de escribir enriquecen un relato que no tiene ni un solo punto y aparte, en contraste con el primero donde cada párrafo consiste en una única oración.

La experimentación es, en rigor, la virtud primordial de una obra que podría definirse como novela si es que se entiende a ésta como el supremo espíritu de cambio. La lectura nunca deja de ser placentera e inspiradora, tanto por la inteligencia que rige el conjunto como por la música que se desprende de una prosa, tan pulcra como original. Mario Bellatin, por cierto, no hace ninguna concesión al volkisch de moda. Incluso, usando palabras de Robbe-Grillet, denuncia un rasgo suicida de los jóvenes artistas: pretenden ganarse el sustento con la literatura. ¡Ah!, y se trata siempre de escribir en contra de los padres.

Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Muy bueno


PD: Este sello me encanta. Sólo le he leído obras magníficas.

sábado, 18 de enero de 2014

El francotirador paciente

Arturo Pérez Reverte

Novela. Alfaguara, 303 páginas. Edición 2013.

En esta novela se plantea una hipótesis seductora. Quizás el arte por excelencia de la modernidad licuada sea el grafiti. Fugaz, tribal y ácrata, esta suerte de actuación callejera con alardes de autenticidad expresa, de manera exacerbada, el espíritu de una época donde todos los antiguos valores burgueses se han derretido. Como cualquier otro producto postmoderno, el grafiti hoy está ahí y mañana no; y añade un grito solipsista a lo ya creado, con un punto de violencia, incluso. Los grafiteros más radicales dicen que en realidad lo que ellos hacen es guerrilla urbana.

Arturo Pérez Reverte (Cartagena, 1951) imagina un legendario grafitero llamado Sniper, cuya verdadera identidad nadie conoce pero que tiene legiones de discípulos (fanáticos) por toda Europa. Tan ilustre vándalo nació en España (Pérez Reverte es un patriota); el establishment cultural sueña con domesticarlo para subastar sus obras por un dineral. Nadie sabe donde se oculta. Contratada por una poderosa editorial, sale a cazarlo por Madrid, Lisboa, Verona y Nápoles una chica dura, capaz de moler a golpes a una asesina profesional que un magnate español había enviado para liquidar a Sniper, a quien culpa por la muerte de su hijo. Resumiendo, tenemos aquí una novela que hace guiños a la tradición antisistema pero cuyos personajes son figurines absolutamente convencionales. No es el único defecto, por desgracia.


Recordando la magnífica saga del Capitán Alatriste y las trepidantes novelas de guerra (como Trafalgar), uno esta tentado a pensar que la producción de Pérez Reverte viene en caída libre. Está perfecto que apueste a retratar una sección excéntrica de la colmena humana, pero la tendencia al estereotipo, la corrección política, la obsesión por decirlo todo y la prosa árida o grandilocuente terminan ajando una excelente idea. Al libro le faltó audacia; al menos le podría haber añadido giros argumentales (a lo John Irving) que nos mantenga tensos hasta la última página. Sólo el final es interesante. El tedio, pecado imperdonable en literatura, asoma su feo hocico más de una vez.

Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Regular

domingo, 12 de enero de 2014

Figuraciones mías

Fernando Savater

Ariel. Recopilación de artículos periódicos, 143 páginas


Tiene una obsesión la industria cultural. Convertir lo que ha nacido para ser breve y fugaz en libro, que, por definición y naturaleza, tiende a ser un objeto perdurable. Por eso, el noventa y cinco por ciento -y puede que nos quedemos cortos- de las recopilaciones de artículos periodísticos es deleznable. Por fortuna, en el fragmento restante se encuentra este volumen que atesora reflexiones de Fernando Savater, uno de los pensadores más lúcidos, astutos e estimulantes. 

¿Qué hace que esta obra sea digna de ser leída?, se preguntará usted. Obvie unos poquísimos calditos de pollo, las histéricas diatribas contra la piratería cultural y las fotografías de Savater (quemadas o ridículas) y se encontrará con una formidable herramienta pedagógica para enriquecer su perspectiva. La ética de una ciudadanía caopolita que propone el español refresca y sacia como un vaso de agua helada en el verano porteño. La patria de un hombre razonable, se dice, es el mundo. 

Con modestia y responsabilidad (virtudes primordiales del articulista), Savater brilla también como maestro de lecturas. Traza un itinerario. El alemán Odo Marquard es su filósofo favorito. Invita a seguir a Cioran, Diderot, Pío Baroja y Virginia Woolf. Bradbury y Gidé son otros dos mojones en una vasta formación que no desdeña el género fantástico, pues “que sería de nosotros sin el auxilio de lo que no existe”, como decía Valery. Por cierto, el filósofo es -como Steiner- otro virtuoso de la cita. 

El libro incluye textos esclarecedores acerca de la educación, el trato con los jóvenes y la memoria colectiva, ese combustible tan peligroso que manipulan los nac & pop de todo el planeta. Justísima es la definición savateriana de libertad: 

“Facultad social del ciudadano para hacer lo que le parezca más conveniente por las razones subjetivas que sean: interés, placer, devoción, vanidad, etc. Naturalmente la sociedad tiene el derecho y el deber de poner límites a esa libertad cuando su ejercicio comporta daños o peligros objetivos para otros (inseguridad, lesiones, difamación, destrucción de bienes, expolio laboral, etc”). 

 Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Bueno

martes, 7 de enero de 2014

El oficio del editor

“El libro es la fuente que alimenta tu sensibilidad, hace que descubras a ti mismo y que descubras mundos”.
J. Salinas

Por Guillermo Belcore

Había una época en que el editor tenía básicamente una motivación más desinteresada, mezcla de responsabilidad social, cultural y política. Se preocupaba, claro está, de no perder dinero pero no pensaba tanto en amasar fortunas vendiendo libros. Mostraba el coraje suficiente para publicar obras que uno sabe que van a vender poco. Eso se terminó, según la palabra autorizada de un paladín del oficio. Ahora la edición es una empresa como cualquier otra. El factor dominante es el económico.

Es obvio que la prioridad de lo comercial sobre lo cultural tiene consecuencias. Condiciona, en primer lugar, el tipo de escritura. Cunde una especie de mediocridad vendible, un tono monocorde de la literatura en general. Es muy probable que hoy Joyce y Proust se vieran en figurillas para encontrar editores (bueno, en todo caso necesitarían un agente literario muy insistente). “Un libro que tiene un gran valor artístico y no se presta a la mercadotecnia puede pasar absolutamente inadvertido”, sentencia el gran editor Jaime Salinas (1925-2011).

Lo dijo en 1996, pero la sentencia pudo haberse escuchado esta semana y quién se animaría a refutarla. Forma parte de una fascinante conversación que el hijo del poeta Pedro Salinas mantuvo con el periodista Juan Cruz y que Alfaguara, “para empezar a festejar” sus cincuenta años ha decidido publicar ahora. Por primera vez. Es que el objeto libro tiene una historia que contar. ¡Se había extraviado el original! El oficio de editor se titula, pues, un volumen que apela al sobrio diseño morado y gris que imaginó hace décadas Enric Satué para una fructífera colección.

El libro ubica a Jaime Salinas, el de la limpísima calva y nariz un poco ganchuda, a una altura apenas inferior a Antoine Gallimard. Un editor comparable a Jorge Herralde o Beatriz de Moura. Un maestro de editores, incluso. “Uno de esos hombres que se dan poco en España y si se dan son malgastados”, explica Javier Marías en la semblanza que cierra la obra. Además de su labor fundamental junto a Carlos Barral, Salinas estuvo al frente de la primera colección de bolsillo influyente de España, la de Alianza. Luego saltó a Alfaguara. La elevó a los primeros planos y la puso al borde de la quiebra (Salinas perdió todo su dinero), hasta que fue comprada por el Grupo Santillana. Con Felipe González en la Moncloa fue Director General de Bibliotecas. Amigo de Juan Benet y Juan García Hortelano, conoció a casi todos los grandes escritores del siglo. Su pareja por cincuenta años, Gudbergur Bergsson (quien autorizó finalmente la publicación de este volumen) fue quien organizó el ansiado viaje de Jorge Luis Borges a Islandia.

Noble oficio


La entrevista -no podía ser de otra forma- fue magníficamente editada. Juan Cruz sabe preguntar, hay que reconocerlo. En la primera parte (la más interesante), Salinas habla de su noble oficio y detalla una transformación histórica: “Desde el momento en que debe ser algo para las masas, la cultura cambia, no digo que degenere, pero cambia“, sostiene. El editor unipersonal se ha convertido en un ejecutivo de gran, mediana o pequeña empresa. Gobierna la diosa Fortuna. Se pretende ganar dinero con TODOS los libros que se publican. “El escritor ya no tiene nada que ver con los que yo conocí en mi tierna infancia, los amigos de mi padre, ni los que fui conociendo después como editor. Uno de los temas de conversación favoritos del escritor de hoy es hablar de sus computadoras, de sus tiradas, de cuántos ejemplares ha vendido, de si esta o no en la lista de los más vendidos, de si ha sido traducido y a cuántas lenguas. Antes hablaban de tonterías o de política o de mujeres o de hombres o de literatura”, evoca.

El enfoque mercantilista y financiero en las editoriales y el rebajamiento del libro a producto de consumo y como tal a producto de moda, trae -según Salinas- consecuencias catastróficas (palabra tremenda que usa con demasiada ligereza). Como se dijo al comienzo de esta nota, el estatus quo cultural, una suerte de censura indirecta, podría estar bloqueando la irrupción del genio y la experimentación. ¿En verdad, los lectores de raza no estamos perdiendo a los Faulkner o los Musil del siglo XXI? ¿Con las novelas ocurre lo mismo que con el rock, lo nuevo es de segunda categoría, sólo siguen brillando los nombres consagrados? Si uno mira hoy la paupérrima producción literaria argentina, no cabe sino darle la razón a Salinas. Se publica demasiado pronto, hay una altísima cantidad de libros a los que, claramente, les falta horas de horno (y esfuerzo). Apelando a la famosa humorada de Aira (o de Lamborghini), los escritores de la Patria prefieren primero publicar para después dedicarse a escribir.

Por fortuna, podría respondérsele a Salinas en 2013, los Estados vienen trabajando activamente para promocionar su producción literaria (con fines de propaganda nacional), financiando traducciones, becando a escritores, creando mercado para libros difíciles. Y está también el fenómeno de las pequeñas editoriales boutique (el caso argentino es paradigmático) que satisfacen a esa minoría civilizada que es la que siempre ha impulsado el progreso artístico. Pero la mecánica de la cultura dominante sigue siendo la misma que denunciaba el sagaz maestro de editores.


La crítica


De ahí que uno pueda colegir que el papel formativo y orientativo de la crítica literaria resulta hoy más indispensable que nunca. “Si se postula como política, la crítica tiene como función esencial defender el arte verdadero frente a la industria cultural”, postulaba hace unos años el escritor cordobés Roberto Giaccaglia en su notable Crítica creación. A Salinas lo asustaba “el tono triunfalista de la crítica literaria actual”. El amiguismo y la cobardía han sofocado el “análisis de estilos, de influencias y referencias“. Nadie quiere hacerse enemigos.

“La crítica honesta suele ser terriblemente cruel y puede acabar con un libro con una frase“, decía Salinas. “No obstante, es prácticamente imposible leer hoy en un diario una crítica negativa. Hay muy pocos críticos que tengan el valor de escribir una crítica demoledora; si no les gusta el libro se limitan a contar el argumento“. Esto no hace sino que reforzar un estado de las cosas que se caracteriza por la endogamia, la cultura convertida en espectáculo, y la sumisión de los autores a moldes preestablecidos para hacer la manufactura vendible, como por ejemplo ‘conviene que un libro tenga tal número de páginas en función de equis pliegos‘. “Existe aquí sólo la alegría del dinero“, se quejaba el maestro Salinas con toda la lucidez que sólo puede proporcionar el pesimismo.

Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

sábado, 4 de enero de 2014

El lago

Banana Yoshimoto

Tusquets. Novela, 182 páginas. Edición 2013



“…unicamente el vuelo de un pequeño corazón puede colorear el mundo”…

En algún punto entre la ficción de calidad y la literatura de supermercado se encuentra la producción de Banana Yoshimoto (Tokio, 1964). Ubíquela usted donde le plazca. En esta novela, publicada en 2005, se percibe con toda nitidez ese desalentador vaivén entre, por ejemplo, la profundad psicológica de los personajes y la pulsión de fastidiar al lector con sabiduría de pacotilla. Abundan -¡oh Dios!- las máximas de sobrecito de azúcar, tipo “en nuestra vida cotidiana vemos sólo lo que queremos ver”. Y las pseudorientales: “Un te bueno posee el suficiente poder de persuasión para cambiar a las personas”.

No obstante las ñoñerías y la prosa plana y casi desértica, el libro se va tornando entretenido con el correr de las páginas porque narra una historia de amor interesante. Vemos el proceso de enamoramiento entre dos personas excéntricas. La joven muralista Chihiro y el estudiante de genética, Nakajima. Se conocieron mirando por la ventana. Un universo entró en contacto con otro universo, puede que eso sea el amor.

Ella es la hija natural de la propietaria de lo que en mi barrio llamamos piringundín, en una pequeña urbe provinciana “donde cualquier bobada desata un río de habladurías”. El fue secuestrado de niño por una secta (problema urgente en el Japón de hoy) y, aunque logró escaparse después de unos años, le han quedado cicatrices muy dolorosas en el alma. Lo aterran las multitudes, la desnudez aunque inocente, el deleite del sexo. Su mundo siempre está teñido de negro. Con la ayuda de una pitonisa, Chihiro le enseñará a curar las heridas. Son concientes de que “forman una pareja tan débil que se diría que estábamos andando por encima de una capa de hielo y que, en cualquier momento, uno de los dos caería y arrastraría al otro”.

Contiene la novela otro agrado: atmósferas bien retratadas: “…en el aire flotaba la dulce languidez que sigue el sexo. Y esa languidez les confería a ambos un aire tierno y cansado. Yo, como niña, contemplaba esa atmósfera desde la cama y la encontraba maravillosa…”.

Guillermo Belcore

Calificación: Regular


PD: Los japoneses son un pueblo increíble. Celebran la ingesta de tofu hervido en caldo de algas konbu. ¡Puaj!


PD II: En este blog se comentan otras obras de Banana:
  1. http://labibliotecadeasterion.blogspot.com.ar/2011/11/recuerdos-de-un-callejon-sin-salida.html
  2. http://labibliotecadeasterion.blogspot.com.ar/2008/06/tsugumi.html