martes, 19 de mayo de 2020

Conejo en el recuerdo y otras historias

Conejo en el recuerdo y otras historiasJohn Updike

Tusquets. 316 páginas. Edición 2003.


Este libro, que John Updike (1932-2009) entregó a la imprenta en el año 2000, puede enseñarle al lector inexperto un par de cosas. Primero, que al gran novelista del neorrealismo estadounidense se le daba tan bien los cien metros llanos como la maratón. Quiero decir, también fue un cuentista estupendo. En segundo lugar, podrá inferir que la saga Conejo es uno de los espejos más fidedignos de la burguesía norteamericana. Y por ende, vale la pena agotarla.

Conejo en el recuerdo y otras historias incluye ocho (de un total de doce) cuento muy buenos y una noveleta de 180 páginas, que es una secuela de la vida de Harold Conejo Angstrom, el personaje más famoso del universo updikeano.

Los relatos breves están teñidos de nostalgias, pero no tienen color sepia sino dorado. Aplican la misma fórmula: ‘Por aquel entonces’, 'por aquella época'. Es la América próspera de Eisenhower, cuando la familia tradicional empezaba a disolverse, los divorcios eran raros y los adulterios frecuentes.

Desde la senectud (el libro también redondea una reflexión sobre la adultez postrera) se van hilvanando reminiscencias de orgasmos, criterios de moralidad, costumbres, arquitecturas y paisajes que -¡ay!- nunca más retornarán ante nuestros ojos.

En ’Su Oeuvre’ aparece un viejo tunante, Henry Bech, a quien Updike le dedicó tres libros (este blog elogió uno de ellos: http://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2012/09/un-libro-de-bech.html). El escritor judío ve entre el público de sus conferencias a añosas amantes. Evoca revolcones memorables, como los que ejecutó con una desconocida en otras de las maravillas previas a la dictadura del avión: el tren intercontinental de lujo que unía en tres días Nueva York con Los Angeles.

‘Improvisación de amor en plena guerra fría’ narra las andanzas de Eddie Chester, el banjo que suscita la admiración internacional, embajador cultural en la Unión Soviética porque no pudo rechazar lo que le pedía “algo tan grande y hermoso como era el gobierno estadounidense antes de la Guerra de Vietnam”. 

Muchas historias nos adentran en el territorio favorito de Updike, la laboriosa clase media de origen alemán de Pennsylvannia, precisamente su fatherland. ’Mi padre al borde del descrédito’ es una joya desde el título revelador. También puede recomendarse ’Escenas de los años cincuenta’, que une un ajedrez con Marcel Duchamp en Nueva York, con la delicada salida del armario del narrador del cuento. Con Updike nunca podemos estar seguros donde se ubica el núcleo incandescente del texto.

Conejo satiro


La segunda mitad del volumen -como dijimos- es una noveleta. Harry Angstrom murió hace diez años pero las esquirlas de sus estropicios aún causan daños. Janice, su viuda ahora casada con un viejo enemigo del Conejo, recibe una visita demoledora. Una enfermera de unos 40 años dice ser la hija del sátiro Harry. Se lo confesó su madre en el lecho de muerte.

Bien, he aquí la historia principal: cómo lidian con la novedad Janice, Nelson Angstrom y su padrastro Ronnie Hamilton. 

Estamos de nuevo en la ciudad de Brewer, la Santa María de Updike. Y ahora la que es colocada sobre la mesa de vivisección es la América de Bill Clinton, así como el propio presidente de la Nación, desgastado por el affaire Lewinsky.

El desarrollo de los acontecimientos permite colegir que para el último Updike la familia (en el sentido amplio) es el único refugio posible para los atribulados hombres y mujeres de nuestro tiempo. “Es preciso expresar los lazos de afecto o de lo contrario nada se sostiene”, se establece. Pero en la página 248, advierte el gran escritor:

“…si la sociedad es la prisión, la familia es la celda, sin reducción de la pena por buena conducta. De hecho, la buena conducta tiende a alargar la sentencia”.

Guillermo Belcore

Calificación: Muy bueno      

jueves, 14 de mayo de 2020

'NOS4A2', la serie

En el mundo existen personas súpercreativas que rompen las fronteras entre el pensamiento y la realidad. Los hemos denominado artistas, son "las antenas de la especie'', al decir de Marshall McLuhanUno de los buenos escritores de de nuestro tiempo da un paso más allá. Plantea que los súpercreativos tienen facultades sobrenaturales, pueden crear universos paralelos con la mente, desarrollar la precognición o la teletransportación, o pueden encontrar -al final de un portal- objetos perdidos. Necesitan un cuchillo para rasgar las membranas que separan la realidad de la fantasía, que puede ser una motocicleta, una llave o un par de patines, por ejemplo.
Sobre esta esplendida imaginería, Joe Hill escribió en 2013 la que creemos es su mejor novela: NOS4A2, cuya pronunciación aproximada es `Nosferatu'; sí, el monstruo que ha acariciado la vida eterna merced al consumo de sangre humana (fresca, en lo posible). AMC Networks convirtió el libro en una serie bastante competente.Amazon Prime acaba de subir en la Argentina los diez primeros capítulos, con un año de retraso.
Aclaremos, una vez más, que Joe Hill es un seudónimo de Joseph Hillstrom King (Hermon, Maine, 1972), el segundo hijo de Stephen King. De tal palo, tal astilla. En este blog hemos aplaudidos tres de sus cuatro novelas (1). Hill también escribió cuentos e historietas. Recibió varias distinciones literarias. Colecciona tazas de té. Oficia ahora como productor ejecutivo de la miniserie, creada para la televisión por Jami O'Brien.

El otro lado


Viajamos a Haverhill, Massachusetts, enclave de obreros empobrecidos. Victoria McQueen (la australiana Ashleigh Cummings) es la protagonista. Tiene dieciocho años, enorme talento como dibujante y aspiraciones de ir a la universidad. Su sueño americano es romper el ciclo de frustración, escapar de un ambiente gris, y en especial de una familia en acelerado proceso de descomposición. Hija única de un joven matrimonio, estragado por la violencia. Padre, veterano de guerra, borrachín; madre, resentida empleada doméstica. Uno de los hilos narrativos de la serie, no sin interés, es la relación traumática de Vic con sus progenitores y las diferencias de clase en el capitalismo postmoderno (aquí los adinerados son afroamericanos y los pobres, descendientes de irlandeses) con un ligero toque de romanticismo adolescente.
Vic ha recreado con su mente un viejo puente de madera que fue demolido hace años. Del otro lado, encuentra aquello que estaba buscando con ansiedad, sea a su padre en la casa de la nueva novia o bien a una amiga medium en Iowa. Cada viaje en motocicleta a través del portal le cobra un precio a su salud. Los poderes ultracreativos de la señorita McQueen no tardan en llamar la atención del malvado de esta historia. Un personaje fascinante, un psicópata que ha secuestrado a cientos de niños para absorber su energía vital y transformarlos en pequeños caníbales con dientes de piraña. Confina lo que queda de ellos en Christmasland, la tierra de la eterna Navidad, espeluznante producto de su imaginación.
Este villano se llama Charles Manx (Zachary Quinto), viste y habla como un caballero del siglo XIX, detesta la promiscuidad, y recluta como ayudante a Bing Partridge (el islandés Olafur Darri Olafsson), conserje del colegio secundario de Vic, retrasado mental y parricida.

La varita mágica del señor Manx es un automóvil, un Rolls Royce Wraith de 1938, negro obsidiana y con vida propia. Su tarjeta de presentación, una barra de caramelo. Rapta con su esbirro a una nena en Haverhill y a un sheriff del Medio Oeste que le seguía la pista. Se enamora de Vic porque la cree casta y tienen conexión psíquica, hasta que descubre que se acostó con un noviecito de nombre Craig (otro típico producto de la América cuello azul), a quien raptará para usarlo como alimento de sus niños pervertidos. 
La chica va al rescate junto a la mística bibliotecaria Maggie (la youtuber Jahkara Smith), cuyas fichas de Scrabble esclarecen cualquier interrogante, pero la tarea de aniquilar al señor Manx no es sencilla. Aquí no se trata de exponerlo a la luz del sol o a un crucifijo. La clave es destruir el viejo Rolls Royce asesino. Hay un duelo en las montañas de Colorado y un final abierto. El 21 de junio se estrenará en Estados Unidos la segunda temporada.
Es posible que quienes no hayan leído el libro no disfruten la serie con la misma intensidad. Sería conveniente empezar por la novela de Hill, uno de esos libros -como ya escribimos en este blog hace siete añosque difícilmente uno soltaría de las manos aún cuando nuestra cama se estuviese incendiando. Pero la serie se comprende perfectamente. Las actuaciones son convincentes, la trama interesante (puede que algo lenta para el gusto contemporáneo), con un justo equilibrio entre elementos intelectuales y golpes de efecto (escasos) del terror puro y duro.
Es, en síntesis, un giro inteligente de uno de las mitos más explotados por la cultura de masas, el hombre vampiro. El truco es el de siempre: hacernos creer que en nuestro mundo operan fuerzas de las no tenemos ni idea.
En el capítulo ocho, el viejo Charlie va a contar sus cuitas a su amigo Abe al Bar Parnassus, un lugar demoníaco donde se deja ver  Pennywise, el payaso de It. Es una pena que el intercambio entre estos dos vampiros que se conocen desde hace más de medio siglo sea tan breve.
Guillermo Belcore
Calificación: Buena

lunes, 11 de mayo de 2020

Las Geórgicas

Claude Simon

Seix Barral, Edición 1985, 268 páginas. Traducción: J. Escué Porta.

Aquí está de nuevo, delante de nuestros ojos azorados, acaba de despertarse con su tremenda desmesura y su pesado humor. Viene a cobrar a las gentes, como siempre, un tributo de dolor y muerte (desde Wuhan al Chaco). El nombre del monstruo es Historia:

"...tiempo a la vez estático y desbocado, que gira sobre sí mismo, sin adelantar, con bruscos retrocesos, imprevisibles rodeos, errando sin objeto, arrastrando todo cuanto se halle al alcance de esa especie de remolino.'' 

El remolino de la Historia es, justamente, la protagonista de una extraordinaria novela escrita hace cuarenta años, no muy conocida, que hoy deseamos recomendar para aliviar con buena lectura un confinamiento que no debería haberse eternizado. Hablamos de Las Geórgicas, obra maestra del francés Claude Simon (1913-2004), Premio Nobel de Literatura 1985.

La crítica erudita define a Simon como una de las plumas más relevantes de la llamada Nouveau roman (Nueva novela), la última vanguardia provechosa de Francia, en la opinión del crítico Octavi Marti. Un grupo de intrépidos innovadores -capitaneados por Alain Robbe-Grillet- maquinó prescindir del argumento, los personajes, el tiempo lineal, las tradiciones de ese insuperable artefacto artístico llamado novela. El resultado fue desigual y ha dejado discípulos muy menores, pero también engendró una sublime exhibición de estilo con una gran densidad poética, filosófica e histórica. Nos referimos, claro, a Las Geórgicas.

TRES MOMENTOS CLAVE


Basado en su experiencia personal y en la montaña de papeles que encontró de un antepasado, Claude Simon une (¡incluso dentro de un mismo párrafo!) tres momentos históricos trascendentes: la Revolución Francesa, la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial.

Combina el libro pues -con exquisita maestría- la participación del autor en dos conflictos armados con técnicas de diferentes artes. El literato fue uno de esos jóvenes idealistas que viajaron a España para defender a la República de Francisco Franco. No obstante, en 1937 se topó en Barcelona con la naturaleza criminal del estalinismo. Tres años después, integró un regimiento de caballería en el frente del Mosa (¡jinetes vs. Panzers y Stukas!); fue capturado por los alemanes y confinado a un campo de concentración, pero escapó al poco tiempo. Se afincó en el sur de Francia. Se convirtió en vitivinicultor. Antes de dedicarse de lleno a la literatura, se aficionó a la pintura (estudió con André Lhote) y a la fotografía. En la década del ochenta, aunque tenía dieciséis libros publicados, este caballero rural era poco apreciado en su país. Las Geórgicas fue el fruto de un talento maduro y original, con tendencia a lo autobiográfico. La cumbre de un ciclo vital. La consagración llegó con el Nobel cinco años después.

Como Guimaraes Rosa, Benet y Joyce, ha edificado Claude Simon una catedral de palabras. Hay pasajes de intensa belleza, pero la potencia estética opera fundamentalmente por adición, es decir por la exuberancia verbal de la novela (el barroco nunca pasará de moda, porque como ha establecido Heidegger, el lenguaje es la casa del ser).

El autor despliega dos artilugios que rompen el molde. En primer lugar, un descripcionismo desatado. El propio Simon ha explicado que su intención ha sido llevar el extremo uno de los procedimientos emblemáticos de Balzac. La escritura se abisma en mil descripciones líricas, cargadas de colores, tonos, luces, sombras, sonidos, texturas y olores (por lo general desagradables, es una novela de gente roñosa). Todo se describe de modo fragmentario, desde una bandada de estorninos hasta la trincheras republicanas en el Frente de Aragón. Emplea la sinestesia y la écfrasis como herramientas destacadas.

La otra fórmula novedosa que aplica el autor es la yuxtaposición temporal, a lo Faulkner pero mucho más exigente. La primera de las cinco partes del libro plantea un formidable desafío al lector: saltamos, a veces sin siquiera una advertencia tipográfica, de un tiempo a otro, de las conquistas napoleónicas de Italia, a la desbandada del Ejército francés en mayo de 1940 y de ahí a la Barcelona bajo fuego, luego a una sala de ópera, volvemos a los despachos enloquecidos del Comité de Salvación Pública, y así por sesenta páginas. ¿Quiere decirnos monsieur Simon que la guerra es siempre la misma, que lo seres humanos somos meras hojas de árbol, inermes y trágicos, a merced de esa fuerza de la naturaleza llamada Historia?

El segundo capítulo, más normal, nos lleva al norte de Francia, tres meses antes de que los tanques de Schneller Heinz Guderian irrumpieran por las Ardenas. Vemos a un cuerpo de caballería a quince grados bajo cero. Un ejército de aficionados y de esclavos. Las tropas se alimentan con ``cosas increíblemente infectas (los cuartos de buey congelados diez años atrás en Argentina fechados con un sello violeta en su grasa amarilla, al arroz pegajoso)''. Hay cierta poética en la descripción obsesiva de un frío inimaginable para un sudamericano. El escritor, que estuvo allí, quiere ajustar cuentas con el derrotismo de 1940, la inepcia de los militares y los políticos de París que entregaron el país (y a casi toda Europa) a los nazis.

La tercera parte se ocupa de la familia de Simon. La muerte de la abuela y la iniciación cinematográfica del autor. La subasta de los bienes. Son los herederos de ese coloso de la pequeña nobleza rural (un castillejo y pocas hectáreas) que cambió de bando durante la toma de la Bastilla para convertirse en regicida, diputado de la Montaña, general de artillería de Napoleón, embajador en Nápoles, su Excelencia (y cuyas cartas, informes, hojas de ruta, albaranes de aprovisionamientos, facturas de joyeros, movimientos de tropas, discursos, decretos de la Convención, instrucciones a la administradora Batti, informes sobre inspecciones de baterías, de plazas fuertes, de potencia de fuego enemigas, direcciones al Emperador, relaciones de viajes, consejos para el cultivo de la papa, propuestas de ascensos, de condecoraciones, notas personales, etc. se intercalan a lo largo de todo el libro). Se esboza un misterio familiar de casi doscientos años que se dilucidará en el quinto tramo de la novela dedicado justamente al general republicano.

Es posible que la cuarta parte de Las Geórgicas sea una de las más brillantes manifestaciones de intertextualidad del siglo XX. Retornamos a la Barcelona de la guerra civil dentro de la Guerra Civil Española. Los títeres del ex seminarista con rostro de acero se han abocado a exterminar a otras sectas filosóficas, como el anarquismo y el POUM. Claude Simon lo vio con sus propios ojos. Narra las peripecias de un inglés llamado O:

``...arrojado a (sumido en) algo para lo cual no lo habrán preparado ni los libros ni lo que ha podido aprender por su cuenta en el transcurso de sus años de servicio en la policía, en los miserables barrios del East End, ni durante la época en que se gano la vida fregando platos, o sea un mundo en el que están arraigados desde siempre la violencia, la rapiña y el asesinato, y no de modo más o menos esporádico, más o menos hipócrita, relativamente codificados, sino sin tapujos, sin frenos sin siquiera esas convenciones que distinguen los tramposos pugilatos en medio del barro de simples matanzas entre tribus vecinas, o mejor aún del simple aplastamiento del más débil por el más fuerte...''.

Ese inglés cándido era naturalmente George Orwell. Sí señor, Claude Simon tenía algo que decir (unas cincuenta páginas) sobre un libro famoso, Homenaje a Cataluña.

Es preciso el retrato de los verdugos rojos, vampiros en la noche ("bien alimentados, con sus ojos semejantes a agua sucia, pinta taimada y arrogante ignominia'') y de los más educados y discretos agentes de Stalin, los que mueven los hilos tras las bambalinas, como nuestro Victorio Codovilla. En la página 260, establece que el revolucionario es una "una malformación de la Historia, que la Historia misma se encarga de corregir por sí sola''. Y más adelante reivindica elípticamente la democracia liberal (hoy otra vez en riesgo), donde una persona puede "...dormir, hasta en un mero tugurio, sabiendo que sólo lo sacará de la cama el timbre del despertador y no los culatazos de los fusiles o las pistolas aporreando brutalmente la puerta a la madrugada''...

Para redondear, estamos ante de una las mejores novelas del siglo XX. No es, insistimos, para lectores distraídos o con prisas. Es difícil -pero no inaccesible- porque es excelente. Uno llega a la última página, tarde lo que tarde, convencido de que ha gozado de una inusual experiencia de lectura.
Guillermo Belcore

Calificación: Excelente

domingo, 3 de mayo de 2020

Mandrake. La Biblia y el bastón

Rubem Fonseca
Norma, 195 páginas, edición 1995
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“Nunca te avergüences de tu libido, es la energía fisiológica y síquica asociada a toda actividad humana constructiva; se opone a Tanatos, fuente de todos los impulsos destructivos“. 

¿Es esta una definición filosófica? No, es la meditación interior del sinvergüenza del doctor Mandrake tramando una infidelidad. La creatura de don Rubem Fonseca (Q.E.P.D.) protagoniza dos novelas cortas que el gran narrador brasileño entregó a la imprenta en 2005 y el sello colombiano Norma (lo echamos de menos) reunió dos años más tarde en un volumen que hace muy tolerable un encierro que no debería ser tan prolongado.

Para quien no lo conozca, digamos que el doctor Mandrake es un abogado criminalista de Río de Janeiro que gusta jugar al detective privado. Es un hombre con una misión en la vida: llevar a la cama mujeres hermosas tan asiduamente como pueda. En la ética profesional de este libertino empedernido sobresale una concepción robinhoodiana, sacarle dinero a los poderosos es una buena acción, aun cuando su cliente sea un pilantra. Su socio es el doctor Weksler; su amigo de la infancia el comisario Raúl, el as de la división Homicidios. El vino tinto portugués y los libros son otras pasiones del letrado.

En esta ocasión, Mandrake deberá lidiar, en primer lugar, con una serie de homicidios que ha provocado el hurto de libros valiosísimos, como un incunable de Gutenberg. El Club de los Bibliomaníacos -naturalmente todas personas de buen pasar- es como cualquier secta de fanáticos. El abogado se llevará dos tiros en el cuerpo por esta aventura.

En la segunda parte, se lo trata de incriminar en el homicidio de un cultivador de orquídeas. Alguien le robó de su casa un bastón estoque Swaine (con una lámina de acero incrustada) fabricado en Inglaterra hace doscientos años. Con esa arma mortífera le atravesaron el corazón al señor Helder Frota, cuya esposa es amante de Mandrake (¿dijimos que el estado civil de las damas es para el picapleitos un detalle insignificante?).

Si bien estos dos son los casos principales, las nouvelles se enriquecen con subhistorias que corroboran la habilidad de fixer del abogado. La prosa de Fonseca es sencillísima de leer, lo cual no quiere decir que sea simplona. Viene esmaltada con citas eruditas y sentencias.

Para quien esto escribe, Fonseca era el más importante escritor brasileño de los últimos cincuenta años, un auténtico reformador y no sólo de la novela negra. Fue uno de los grandes cuentistas latinoamericanos. Como todo el mundo sabe, falleció hace quince días por un maldito infarto. Tenía 94 años de edad (1). Este blog intentó contactarse con el doctor Mandrake, pero resultó imposible. Chocamos contra el muro de su secretaria Luma. No obstante, ha trascendido que el abogado criminalista sigue devastado por la pérdida, al punto de que no ha vuelto a sus despacho. Ni siquiera sus bellas mujeres han logrado borrarle las lágrimas.
Guillermo Belcore


Calificación: Buena


(1) http://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2020/04/rubem-fonseca-qepd.html