domingo, 30 de mayo de 2010

Caída libre II

El moscardón imaginario XXXI

He vuelto a la radio. Tengo una columna semanal sobre libros en uno de los mejores programas de la mañana:
Fuera de agenda. Hablo mal y bien los martes a las 9.45 en FM Palermo (93.9). Jairo y Alejandro me fuerzan a lo que mis costumbres disipadas entienden por madrugar. Por eso, la voz aguardentosa. Quién desee escuchar el comentario del ultimo ensayo de Joseph Stiglitz, puede pinchar aquí.

G.B.

sábado, 29 de mayo de 2010

Caída libre

Joseph E. Stiglitz
Taurus, 423 páginas. Ensayo de Economía.

Con ceño adusto, este libro convincente examina la crisis que desde hace dos años tiene en vilo al Primer Mundo, y extrae valiosas enseñanzas. Sostiene que en 2008, la economía global -o al menos sus sofisticados mercados financieros- estuvo al borde de la muerte. El gran culpable fue el neoliberalismo (un catecismo desregulador), la avaricia de los banqueros y la decisión de Estados Unidos de vivir por largo tiempo en una nube de fantasías. Se repudia, sin medias tintas, el salvataje de Wall Street que inició George Bush y Barack Obama, confundido, elevó a cotas siderales. Empero, Joseph Stiglitz -premio Nobel de Econom¡a 2001- no predica el socialismo. Es un moralista, un nostálgico y un neokeynesiano que desea regenerar el capitalismo y la ciencia económica, lo que permitirá que todos vivamos un poquito mejor. Afirma que el papel del Estado es el gran tema económico del siglo XXI, pero avisa a su legión de admiradores en la Argentina que una intervención excesiva resulta a la postre nefasta.

Stiglitz pela una cebolla. Va quitando capas de lo que se hizo mal desde la caída del Muro del Berlín con la subsecuente ola boba de triunfalismo americano. En última instancia, el ensayo pretende ser un llamado a la acción y una minucioso cañonazo en cierta batalla de ideas que aún no ha concluido. Como el lector sabe, el economista norteamericano fue uno de los pocos pensadores de fuste que vio venir el tsunami. Con el pecho inflado, intenta ahora martillar los últimos clavos en el ataúd de la creencia reaganiana y fondomonetarista de que los mercados se autorregulan y son ciento por ciento eficientes. Explica de manera muy amena que la clave, siempre, son los incentivos y la asimetría en la información. E insiste en que haber reemplazado el culto a Karl Marx por el de Milton Friedman fue tanto una gran estupidez como una sinvergüenzada que estuvo a punto de hundir a la humanidad en otra era de Depresión Global.
Guillermo Belcore
Publicado en el suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Bueno

PD: Quien desee ampliar el tema puede pinchar aquí.

jueves, 27 de mayo de 2010

Los pichiciegos

Fogwill
Editorial El Ateneo. 253 páginas. Edición 2010. Precio aproximado: 55 pesos.

En caso de duda, opte por los clásicos. El consejo nunca falla. Cada vez que alguien le pregunte “qué puedo leer“, repita la sugerencia como si de una letanía se tratase (siempre y cuando el otro no sea un tarado). Los pichiciegos es ya un clásico de la literatura nacional. Su ingesta en 2010 resulta igual de placentera y reveladora que en los tremendos días de 1982. No ha perdido un gramo de calidad literaria. Hay consenso en que es una de las mejores novelas sobre la Guerra de Malvinas que ha parido la Argentina (1).

Tanto se ha escrito sobre la obra maestra de Fogwill que otra lectura parece, a priori, temeraria y vanidosa. Pero este libro cayó en mis manos y este blog no pretende más que la transmisión de experiencias de lectura, en este caso, muy gozosa. Los pichiciegos son una tribu de colimbas avispados que en plena guerra contra el inglés crearon en las islas una comunidad aislada. El mítico pichi “guarda, aguarda, aguanta“. Sobrevive bajo tierra como el mamífero edentado del que tomó su nombre. Despide olor a vaho de socavón y olor fuerte a ceniza. Roba y almacena, comercia con todos, traiciona a esa entidad platónica y malvada conocida como la Patria, y ajusticia a los miserables de uniforme que condenaron a morir (o a cosas peores) a pibes de 18 años. Una fábula de primera clase.

Alguna gente sostiene que la enorme popularidad de Fogwill deviene sólo de su talento para atrapar la imaginación y satisfacer las demandas simbólicas de una o dos generaciones que se hastiaron de la Argentina. Esto, en un doble sentido: en su carácter de artista maldito, Fogwill desolló lo peor de la Patria, denunció todo lo que debía ser severamente condenado; y en su carácter de artista ’cool’ escribió los cuentos y novelas que todo rebeldejo de Caballito o San Isidro sueña publicar. No es la opinión de este blog. Más importante que la forma en qué se lee un libro, es el libro en sí mismo como fenómeno estético y asocial. Dicho en términos kantianos, aprehender el noúmeno de la obra es una percepción más sofisticada y trascendente, que la mera lectura de los fenómenos que provoca. Un lector no es un sociólogo.

Y el noúmeno estético de Los pichiciegos (de toda la obra de Fogwill, en realidad) es, quizás, la construcción lingüística, empezando claro por su inigualable capacidad para apresar “lo que se habla”, es decir, las maneras de conversar.

Voy a trascribir un párrafo rendondito para que se aprecie la sabrosa claridad del estilo. Obsérvese la última frase tan deliciosamente argentina:

“Pero pelear, pelear, en realidad nadie sabía. El Ejército toma soldados buenos, les enseña más o menos a tirar, a correr, a limpiar el equipo, y con suerte les enseña a clavar bien la bayoneta, y viene la guerra y te enteras de qué se pelea de noche, con radios, radar, miras infrarrojas y en el oscuro y que lo único que vos saber hacer bien, que es correr, no se puede llevar a la práctica porque atrás tuyo, los de tu propio regimiento habían estado colocando minas a medida que avanzabas. Y las minas son lo peor que hay”.

La novela va encadenando, pues, con pericia una retahíla de espléndidos objetos verbales. De esa red obtiene toda su potencia. Lo explica el propio Fogwill en uno de sus mejores cuentos: “enchufar palabras de un léxico legítimo, pero inesperado en el contexto del relato. Ese uso eruptivo y exagerado del giro coloquial distorsiona toda alusión realista, creando un clima de alteración mayor…” Los pichiciegos explota los bolazos de la guerra, el poder hipnótico de una buena historia, la belleza de la oralidad y de las descripciones expertas (vb., la oveja carneada en seco por una mina), la construcción del mito oral, los discursos del poder. Resalta la fascinación de escribir y saber (“nada se puede saber bien“), la importancia de hallar la palabra correcta en cada circunstancia. Demuestra un gran dominio de la metáfora y la adjetivación (“la luna finita“). Se detiene en la magia de la palabra “mamá”. Aplica la técnica hemigwayana del iceberg en los diálogos, filosos como una cimitarra. La idea de fondo -me parece- es que, al fin y cabo, somos lo que decimos, como sostienen los lacanianos y Wittgenstein teorizó. Lo que es mucho decir.

Se incluyó también una buena ración de cosas inexplicables, aunque no creo que el libro pueda ubicarse en el estante del realismo mágico. Cruza, de tanto en tanto, alguna intuición genial, como la de la página ciento sesenta y seis. No somos nosotros los que actuamos en una situación límite, sino nuestro pánico: “es el miedo el que está atrás mandándote, cambiándote”. La definición, obviamente, puede aplicarse también para la sociedad en su conjunto. Ericz, un amigo de este blog, ha notado otra virtud literaria de Fogwill: tiene un extraordinario conocimiento de sus personajes. Detrás de todos estos procedimientos hay, obviamente, una formidable inteligencia y un espíritu libre, dos de los materiales que exige la elaboración de todo gran libro, de un clásico, bah.

Fogwill avisa en el prólogo que, por cuestiones biológicas, ésta debe considerarse la versión definitiva de la obra. La de El Ateneo es, por ende, la versión más recomendable.
Guillermo Belcore

Calificación: Excelente

PD: Hace una semana escribí otro ditirambo a Fogwill en Eterna Cadencia. La tesis es la misma: el esplendor lingüístico es lo que hace grande al autor de Vivir afuera. Sugiero prestar atención a la demoledora réplica de Omar Genovese. Cuando uno se encuentra con tamaño nivel argumentativo, tanta amabilidad en el tono y semejante riqueza en la expresión, no puede concluirse otra cosa que el que ha errado el camino es uno. Ojalá, me refutarán aquí con tanta altura. Por lo general, tontos escudados tras el anonimato me han tachado de de gil, puto, cacofónico, viejo gagá. especulador, sinvergüenza, lector de pacotilla, e incluso cosas peores.

(1) Para mí, la otra gran obra argentina sobre Malvinas es Partes de Guerra de Graciela Speranza y Fernando Cittadini. En cambio, nunca pude terminar "Las islas" de Carlos Gamerro.

martes, 25 de mayo de 2010

Carta de Macedonio

En el día de la Patria, recibí una hermosa sorpresa. Me escribió Macedonio Fernández. Fue un email, en realidad. El ya no escribe cartas manuscritas pues, como le explicó una vez a Jorge Luis, muchas no llegan, porque omite el sobre o las señas o el texto. “Esto me trae tan fastidiado que rogaría que se viniera a leer mi correspondencia en casa”, confesó al amigo.

Macedonio quiere pedirme que demande a los editores rescatar su obra del injusto olvido. Y que lo hagan con amor. Gasten unos mangos, che, e incluyan en el volumen un prólogo erudito y los debidos comentarios. Qué mejor homenaje para el Bicentenario, que honrar lo más exquisito de nuestro acervo cultural. De paso, Macedonio, genio y figura, aprovecha y me adjunta su Carta a los críticos, una noble bofetada que hace unos cuantas décadas infligió a la estirpe más arrogante de los escribidores. Me ha autorizado a divulgarla:

Soy el uno que los comprendió, el primero que aferró vuestra definición esencial: son los eternos esperadores de la Perfección y los cotidianamente reducidos a elogiadores de la encuadernación, obligados por el frustrarse uno tras otro, día a día, del poema, la novela, el libro; son los únicos que aman y conciben la Perfección; los escritores nada de esto, publicadores de borradores, libros de apuro, de oportunidad, de rumbeo; la Perfección vendrá algún día en un libro, tal como con razón la esperaban y concebían; hasta ahora no se ha visto Perfección sino en la gracia y poder moral de algunos hombres y mujeres que todos llegamos a conocer alguna vez y que nunca arribarán a la publicidad histórica ni cotidiana”.

“Pero está bien en esperar y estoy seguro de que en el día en que aparezca en Libro la aplaudirán todos unánimes, inmensamente agradecidos”.

“Los escritores, los que no acabamos de entender que hace tiempo debiéramos habernos atenido a la actitud de críticos sabiendo qué terrible fatiga es construir un libro en estrictez de arte y qué mínima la posibilidad de acertar, no sólo sufrimos sino que nos marchitamos pues no hacemos el Libro y en espera de hacerlo perdemos la simpatía de esperar encontrarla en las tentativos de otros”.

“Yo no encontré una ejecución hábil de mi propia teoría artística. Mi novela es fallida pero quisiera se me reconociera ser el primero que ha tentado usar el prodigioso instrumento de conmoción conciencial que es el personaje de novela en su verdadera eficiencia y virtud: la de conmoción total de la conciencia del lector, y no la de ocupación trivial de la conciencia en un tópico particular, efímero, precario, de ella, y que con esto y algunos otros pensamientos que van formulados en el conjunto del libro en camino, hago más llegadora esa Perfección que ustedes esperan, y, ejemplificando algo también, una severa doctrina del arte literario”.
“Si me equivoco, no seré el primero ni el último. Pueden sentenciarlo con todo rigor”.

“Yo bien comprendo que mi obra los dejará esperando la Perfección, quizá más agudamente. Si más agudamente, mi libro sirvió”.

“Soy el alguno que adivino que saben lo que no es la Perfección”.
M.F.

sábado, 22 de mayo de 2010

La belleza inútil

Guy de Maupassant
Ediorial Diada, 188 páginas. Cuentos. Edición 2010

En 1880, el grupo Medán, liderado por el brioso Emile Zola, organizó una velada para reflexionar sobre la infame guerra franco prusiana. Se estableció que el último en leer su trabajo fuese un tal René Albert Guy de Maupassant, discípulo de Flaubert, que hasta allí no había publicado nada especial. Pero el relato Bola de sebo causó una conmoción. El joven normando fue ovacionado y ungido como maestro. Maupassant empezaba a transformarse en el narrador de moda en Francia, la más literaria de las naciones.

Un siglo después, la lectura de ese cuento realista sigue provocando un placer sublime. Es una obra maestra en su género y, acaso, la más eficaz reprobación que se haya escrito sobre aquella figura platónica llamada burgués, que designa a "los representantes de la sociedad serena y fuerte, personas distinguidas y sensatas, que veneran la religión y los principios''. La hipocresía, como se sabe, es una de sus señas de identidad. Es gente que piensa con el estómago, diría el buen Flaubert. Vaya, por ejemplo, a las confiterías más caretas de Alto Palermo y los verá a raudales.

Siempre es ocasión propicia para retornar a los clásicos. Esta oportuna reimpresión incluye Bola de sebo y otros nueve cuentos que le van a la zaga, pero no tan lejos. La prosa es precisa, tan sobria como exagerada, depende del momento. Hay un mequetrefe que comete la imprudencia de llevar a casa una mano disecada. Hay un niño robado por saltimbanquis. Hay un hombre que enloquece tras leer a Montesquieu. Hay tres o cuatros relatos sombríos que anticipan la prematura muerte de Maupassant. Los textos delatan, en efecto, que había perdido la fe en Dios y en el mundo y que tenía pánico a envejecer. A los 42 años, el exitoso hombre de letras y gran seductor intentó tres veces cortarse la garganta con una navaja. Murió dieciocho meses después en un manicomio. Decía Quiroga que en los cuentos de Kipling, Poe, Chejov y Maupassant debemos confiar como en Dios.
Guillermo Belcore
Una versión más corta de este comentario fue publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa

Calificación: Muy bueno

PD: Ser lector y no haber leído Bola de sebo es una contradicción grave.

La otra campana: En la primera mitad del siglo XX, un estudioso compiló opiniones notables sobre Maupassant. Louis-Ferdinand Celine, ese genial canalla, hizo picadillo al autor de Bola de sebo. Copio y pego:

"Las letras americanas tienen un retraso aproximado de 50 años con respecto a las letras europeas, que han padecido, desde hace medio siglo, su enfermedad naturalista. Maupassant no ofrece para nosotros, actualmente, ningún interés. Todo ha sido dicho, hasta la saciedad, en tesis, cursos o controversias, sobre el vivaracho novelista. Creo, evidentemente, que los novelistas americanos, están aún a la cola de Maupassant. Eso les pasará. Maupassant ha sido el inspirador «refinado», «sensible», «peripuesto», del que usan y abusan todos los periodistas actuales del mundo entero. En cuanto al fondo, es nulo, como todo lo que es sistemáticamente «objetivo». Todo nos debe alejar de Maupassant. El camino que seguía, como todos los naturalistas, conduce a la mecánica, a las fábricas Ford, al cine - ¡Falsa Ruta!"

jueves, 20 de mayo de 2010

Descubrimientos II

Moscardón imaginario XXX

No estoy satisfecho con la entrada anterior. Me parece que no refleja cabalmente el fulgor poético del libro. Para subsanarlo, voy a reproducir un fragmento de Descubrimientos, el pasaje que más me ha conmovido espiritual y estéticamente. La inquieta Clarice Lispector, una escritora de primera categoría que aún no he frecuentado como debería, publicó el 7 de octubre de 1967 esta hermosa 'Plegaria por un sacerdote'.

"Una noche balbuceé una plegaria por un sacerdote que tiene miedo de morir y tiene vergüenza de tener miedo. Le dije un poco a Dios, con algún pudor: alivia el alma del Padre X..., haz que sienta Tu mano en la suya, haz que sienta que la muerte no existe porque en verdad ya estamos en la eternidad, haz que sienta que amar es no morir, que la entrega de sí mismo no significa la muerte, haz que sienta una alegría modesta y diaria, haz que no Te indague demasiado, porque la respuesta sería tan misteriosa como la pregunta, haz que se acuerde de que tampoco hay explicación de por qué un hijo quiere el beso de su madre y aun así lo quiere y aun así el beso de la madre es perfecto; haz que reciba el mundo sin miedo, pues fuimos creados para este mundo incomprensible y nosotros mismos somos incomprensibles, entonces hay una conexión entre este misterio del mundo y el nuestro, pero esta conexión no es clara para nosotros cuando queremos entenderla; bendícelo para que viva con alegría el pan que come, el sueño que duerme, haz que tenga caridad por sí mismo, pues si no, no podrá sentir que Dios lo amó, haz que pierda el pudor de desear que en la hora de su muerte tenga una mano humana para apretar la suya, amén".

¡Qué belleza! Con estas hebras de oro y plata se urdió el volumen que nos acerca Adriana Hidalgo Editora. La plegaria es ubérrima, pero me quedó hoy en esta mañana de viernes triste y fría en Buenos Aires (el Bicentenario no me genera la menor alegría) con un hallazgo de Clarice: el beso de la madre es perfecto. Por lo general, uno lo descubre cuando la vida se lo ha arrebatado.
G.B.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Descubrimientos

Clarice Lispector
Adriana Hidalgo Editora. Recopilación de artículos periodísticos, 297 páginas

En el lugar menos pensado. Incluso en una columna que aparece los sábados en un diario serio, y que no desmenuza problemas sociales, puede brotar el arte, como estalla la flor rara y fragante en la monótona espesura. He aquí el caso. El libro encierra textos breves que Clarice Lispector (1920-1977) escribió durante seis años para el Jornal do Brasil. Se trata de literatura de primera categoría. La delicadeza en la forma y el contenido, la intuición, la espiritualidad son sus herramientas favoritas. Hay un latido poético que deslumbra.

Lispector medita sobre lo que le viene en gana, con un toque de aparente ingenuidad. Habla de cosas muy profundas aunque no parezca. "El arte no es inocencia, es volverse inocente'', sentencia. Transmite no sólo asombro ante el misterio de lo creado, sino también júbilo por vivir sin enormes preocupaciones, por ser mujer y madre, por escribir ("esa maldición que salva''), por ser brasileña. Pero no se oyen las rotundas carcajadas del idiota, sino una mansa alegría. Hay en la inquieta Clarice una voluntad dolorosa y feliz de acercar lo más posible las palabras al sentimiento. Si existe una tensión en su escritura (como gustan rastrear en la árida academia), es la tensión frente a lo inefable.

La diversidad es otra de sus señas. El vaivén temático va desde el Vietcong hasta las ventajas de ser un bobo. ("Si Cristo hubiese sido astuto no habría muerto en la cruz''). El lector se deleitará con cuentos, ejercicios literarios, impresiones de primera mano, divagaciones, filosofía profunda, poemas en prosa. Hay una entrevista relámpago a Pablo Neruda. Hay una plegaria emocionante elevada en nombre de un sacerdote moribundo. Hay más de cien breverías seductoras, pues son el fruto de un talento singular. Como establece Clarice, "artista es quien transforma las cosas para darle una realidad mayor''.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa, el último domingo

Calificación: Muy bueno

PD: Diarismo de excelente calidad, como Borges o como Arlt, en su momento.

sábado, 15 de mayo de 2010

Ultimo round

Julio Cortázar
Editorial RM. 220 páginas. Edición 2010

Así como el adolescente adinerado abraza una rebeldía superflua, se arruina el aspecto, y se camufla con ropas que emulan la indigencia, Julio Cortázar construyó a fines de los sesenta una nueva identidad transgresora. Aupado por el éxito de Rayuela, el genial literato mutó su figura pública en intelectual comprometido con las luchas y los regímenes de izquierda y en creador infantiloide y juguetón que quiebra tabúes y compone en estado de trance. Esa estrategia de autofiguración -cuya palabra clave fue cronopio- se plasmó en dos libros-almanaque, o polilibros, o libros de uso variable, uno de los cuales acaba de reimprimirse en China por encargo de una editorial mexicana.

Ultimo round es un libro-objeto muy hermoso. Contiene, en realidad, dos volúmenes en uno (planta alta y planta baja), adornados con dibujos y fotografías. Su índole fragmentaria permite que pueda iniciarse la lectura en cualquier punto. Trae misceláneas; cuentos y escritos autobiográficos; poemas buenos, muy malos o que descaradamente imitan a Borges; citas virtuosas o irrelevantes; homenajes a un gato y a franceses de moda; mofas y parodias sin encanto alguno; un ensayo sobre el cuento breve (lo mejor de todo); dos reflexiones totalmente desactualizadas sobre el estado del intelectual latinoamericano y sobre el subdesarrollo de la narrativa erótica al sur del Río Bravo.

La prosa torrencial o coloquial de Cortázar es placentera. Las rupturas narrativas y los jueguitos de palabras, en cambio, aburren, pues tienen un aire de artificio banal. El contenido, a grandes trazos, está regido por la intrascendencia y por la sensiblería; además, por un narcisismo inane. Mi pecado dice yo, apostilló alguna vez Simone Weill. En literatura también, añade este blog. Cuando el objeto-libro se convierte en una pose, en una escenificación como la que encontramos aquí, el objeto-libro causa fastidio.
Guillermo Belcore
Publicado en el Suplemento de Cultura del diario La Prensa.

Calificación: Regular

PD: No es un libro barato y eso que lo imprimieron en la omnipresente China, para pánico de nuestra querida industria editorial

La otra campana: Para mí, esta obra sesentista es bella pero tonta, como cierta estirpe de personas. Empero, un colega de Perfil la calificó de “absolutamente excitante y embriagadora”.

jueves, 13 de mayo de 2010

El teatro de la memoria

Leonardo Sciascia
Tusquets, No ficción, 112 líneas. Edición 2010.

En el transcurso de cuatro décadas, Leonardo Sciascia (Racalmuto 1921-1989) publicó un libro por año. Fue el Voltaire de la Italia moderna, la conciencia irreprochable. Con un inconfundible estilo seco, eficaz, esencial, rítmico, irónico, cultísimo, no ha escrito nada que no tuviese también el objetivo de luchar contra injusticias o vejaciones, contra imposturas o cierto conformismo, describió el gran periodista Onofrio Pirrota. Llega ahora al español una nouvelle de 1981 que reconstruye una disputa judicial que apasionó a la sociedad italiana durante la era fascista y que Pirandello enjuició en su obra de teatro Como tu me quieras. Bienvenidos al famoso caso Bruneri-Canella.

Sobrevive en el habla de algunos italianos la expresión “el desmemoriado de Collegno” que se aplica en broma, y sin conocer su origen, a las personas despistadas u olvidadizas. Collegno es un manicomio que en 1926 hospedó a un pillo que simulaba amnesia y enajenación después de ser sorprendido robando en un cementerio judío. Un año después, se publico su foto en el diario de mayor circulación bajo el título: ¿Quién lo conoce? Y, ¡oh sorpresa!, familia y allegados identificaron al catedrático Giullo Canella, desaparecido durante la Primera Guerra Mundial. Jubiló generalizado, pero poco después pruebas irrebatibles, como las huellas digitales, demostraron que se trataba de Mario Bruneri, un conocido impostor, tipógrafo turinés, condenado varias veces por robo y prófugo de la Justicia. ¿Punto final? No, la señora Canella se negó, contra toda evidencia, a dejar de creer. Usó su riqueza y sus influencias para impulsar un juicio larguísimo y enmarañado que dividió a la península.

Se crearon dos bandos irreconciliables: los brunerianos y los canellianos. Pero la verdad -sostiene Sciascia- sólo la dice la literatura, sobre todo en un país “que proclama ser cuna del derecho y es en verdad su tumba“. El único veredicto inapelable lo pronunció Pirandello en una suerte de homenaje a la pobre señora Canella: “de nada sirven pruebas en contra cuando se quiere creer”.
Guillermo Belcore

Calificación: Bueno

PD: Aquel interlector que guste explorar mi larga afición por el gran Sciascia puede pinchar aquí o aquí. También he escrito un panegírico en Eterna Cadencia.

martes, 11 de mayo de 2010

De qué está hecho lo que llamamos literatura

"Uno puede hablar hasta cansarse de escritores y de libros, pero la verdad es que existe un lugar en el espíritu -la tierra de la memoria colectiva y de los mitos poéticos- donde un mosquetero, un dios crucificado, una inverosímil pareja de caballeros andantes a destiempo, un príncipe malayo, un rey que se acuesta con su madre, un gaucho que paya con un negro, un poeta que baja al Infierno o un perro de trineo tienen la misma dignidad. De esos símbolos y de unos pocos más, está hecho lo que llamamos literatura".
Abelardo Castillo (de Desconsideraciones, Seix Barral)

PD: Ya hablaré en unos días de esta magnífica colección de reflexiones literarias que Abelardo Castillo, nuestro cuentista canónico, acaba de publicar en la Argentina. En tanto, me voy corriendo a incluirla entre los Recomendados 2010.

lunes, 10 de mayo de 2010

Tierra desacostumbrada

Jhumpa Lahiri
Cuentos, 348 páginas. Edición 2010. Editorial Salamandra

Hace dos años, se le escapó una necedad a Horacio Engdahl, crítico literario y secretario permanente de la Academia Sueca. A su juicio (al parecer, compartido por otros mandarines de Estocolmo), es "imposible que la literatura estadounidense compita con la europea" por el Premio Nobel porque los autores norteamericanos "no son el centro del mundo literario. Se encerraron como en una isla y ceden a la presión de la cultura masiva en sus libros''.

Tal disparate no sólo comete una flagrante injusticia con eminencias como Thomas Pynchon, Philip Roth o Don De Lillo. También delata crasa ignorancia ante uno de los brazos más fecundos de la caudalosa corriente americana: la llamada literatura de inmigración. Esa subespecie, que aborda de una manera suntuosa las glorias y los fiascos del beso entre culturas y la pugna intergeneracional, ha encontrado otra pluma magnífica. Su nombre es Jhumpa Lahiri (1967). Nació en Londres, de padres bengalíes y a los tres años se asentó en Rhode Island. Ya escribió tres libros: una novela y dos volúmenes de relatos que atraparon la imaginación tanto de la crítica como del público. El último acaba de llegar a la Argentina. Tierra desacostumbrada fue un éxito de ventas y The New York Times lo eligió Mejor Libro del Año 2008. La señora Lahiri puede ser comparada con Alice Munro; ambas autoras sólo explotan asuntos cruciales: el amor, el parentesco, el trabajo, la identidad, el sentido de vida, la muerte. Se asemejan también en otro punto: esculpen cuentos largos tan admirables que nos hacen olvidar para qué el hombre había inventado la novela.

Cinco más uno
Tierra desacostumbrada encierra cinco cuentos y una nouvelle extraordinaria y melancólica. La preocupación estil¡stica es constante. Estamos ante una artista capaz de elevar al Parnaso hasta la mera descripción de un acto sexual (página 139). Lahiri narra con una prosa minuciosa, elegante, rica en inferencias y recursos novelescos como el preámbulo, el desarrollo o el circunloquio. Demuestra gran talento para encontrar el adjetivo justo. Pero, quizás, la mayor virtud de la escritura radica en su capacidad para suscitar emociones. Cada una de las historias del libro provoca ternura, ansiedad, turbación, pesadumbre o bien nostalgia. "Es dif¡cil pensar en algún otro escritor contemporáneo que sea capaz de dar tanta dignidad a sus personajes", notó un comentarista de The Times. La escena de la ama de casa en su jard¡n, desairada por un amor prohibido, intentando reunir la valent¡a necesaria para encender un fósforo y acercarlo a su sarí empapado en querosén, es un ejemplo cabal de la potencia dramática del libro.

Esto no significa que se trate de una literatura ñoña o sensiblera. La autora tiene plena conciencia de la complejidad de los sentimientos. Como todo lector inteligente sabe, el maniqueísmo estropea la literatura y es raro en las relaciones maritales, fraternales e incluso entre padres e hijos. Las creaturas de Lahiri -como la señora Sudha- suelen tener "una abrumadora sensación de pesar aunque no saben exactamente por qué''. No son felices ni infelices, tal como ocurre con la mayoría de nosotros. Hablando de Sudha, ese trepidante relato en el que una familia debe lidiar con el alcoholismo de uno de sus vástagos es una de las cimas del libro. Al parecer, en la exitosa comunidad india de Occidente nada resulta más demoledor y paralizante que el fracaso de un hijo. Todos deben contribuir al inmenso c¡rculo de logros que están obteniendo por todo Estados Unidos e Inglaterra muchos bengalíes como cirujanos, abogados y científicos o autores de artículos de primera plana del Washington Post.

¿Desarraigo?
El título del volumen evoca una cita de Nathaniel Hawthorne: "la naturaleza humana no dará fruto, al igual que la papa, si se planta una y otra vez durante demasiadas generaciones en la misma tierra agotada. Mis hijos han tenido otros lugares de nacimiento y, hasta donde alcance mi control sobre su fortuna, echarán raíces en tierra desacostumbrada''.

En efecto, los personajes del libro son inmigrantes indios que se han trasplantado para prosperar en las ciudades del noreste de Estados Unidos, miembros de clase media acomodada y cosmopolita, exitosos en tareas intelectuales, al frente de la empresa -no sin dificultades- de los matrimonios mixtos. Dejaron atrás el calor y el desorden, pero también los casamientos concertados.

Los lectores argentinos encontrarán un aire de familia en los hogares indios que retrata Lahiri. Las comidas, por caso, ocupan un lugar crucial como vínculo afectivo y lugar privilegiado para conservar la tradiciones. No resulta fácil desembarazarse de la influencia de los padres; algunas señoras, por ejemplo, consideran la idea de que un niño duerma solo en su habitación una crueldad típica de los norteamericanos. Es decir, hay una exuberancia afectiva que cualquier latino reconocería como propia.

La señora Lahiri está familiarizada con nuestro idioma. Contrajo matrimonio con un periodista guatemalteco, Alberto Vourvoulias-Bush, director del diario en español con más tirada de Nueva York. A su primer hijo lo llamaron Octavio. Maravillas del melting pot, ese caldero de costumbres, ideas y sueños, donde según se ve, se cuece la mejor literatura estadounidense.
Guillermo Belcore
Este artículo abrió el Suplemento de Cultura del diario La Prensa el domingo pasado.

Calificación: Excelente

sábado, 8 de mayo de 2010

El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas

Haruki Murakami
Tusquets. Novela, 484 páginas

Básicamente, Haruki Murakami (Kioto, 1949) sostiene que una aproximación ecléctica a las cosas nos acerca más a comprender su esencia que una mirada ortodoxa. El universo es un compendio infinito de posibilidades. En algún lugar desconocido -u olvidado- existe el puente que une con el meollo de la vida. Cada alma debe hallar por sí misma lo que Mario Levrero, otro perspicaz, llamaba la experiencia luminosa. Tal planteo -que bordea tanto lo sublime como lo ridículo- desarrolla esta rara novela que data de 1985.

Como todo verdadero genio, Murakami se nutre de todo lo que existe. Desde Borges y Lewis Carroll hasta Nike, la música pop y el whisky. En un ambicioso pastiche combina lo real y lo imaginario en porciones similares. Es un juego que algunos denominan posmoderno, otros naif y que, lógicamente, no seduce a toda clase de lectores. Nada tiene que añadir a los amantes del orden, la seriedad y la escritura literal. Es decir, a aquéllos lectores que creen que la simetría es el único arte perfecto, como sostenía Clarice Lispector. Cuestión de gustos, en última instancia. Pero sólo un necio podría discutir el hecho de que el vate japonés es uno de los escritores más originales y talentosos del último cuarto de siglo. Tiene una prosa hermosa de leer, ligera y cantarina.

En esta ocasión, narra dos historias paralelas que van ensamblándose con delicadeza. Los capítulos impares relatan las aventuras de un calculador al que implantaron algo en el cerebro, para usarlo como arma en una feroz guerra por la información entre corporaciones. Tropieza con un científico estrafalario, una chica rellenita que sólo viste de rosa, una nauseabunda civilización subterránea y una pareja insólita de matones. Los capítulos pares transcurren en una ciudad fantástica donde un “lector de sueños” trata de conservar el ego y la cordura, e intenta salvar la vida de su sombra.

El libro fue urdido con pesadillas, símbolos y analogías. Las aventuras y las opiniones no escasean. Propone un vago anarquismo. Blande la redundancia, el didactismo, el goteo de referencias culturales, el amor por el detalle, incluso por el pormenor intrascendente. Un Murakami auténtico.
Guillermo Belcore
Publicado en el suplemento de Cutura del diario La Prensa

Calificación: Muy bueno

La otra campana: P.Z., un lector competente y voraz y un gran entrevistador, ha llegado a la conclusión de que a quienes les gusta Murakami es porque les gusta Murakami, aunque admite que la novela lo mantuvo aferrado de las solapas hasta el final, una de las señas de identidad de la buena literatura, tal como le recordó Gabrielaa.

Déjeme decirle, querido P.Z., que me he aficionado a Murakami porque es un gran contador de historias, un excelente constructor de personajes estrafalarios, porque tiene un estilo personalísimo y muy original, porque difuma con delicadeza la línea entre ficción y realidad, porque reflexiona sobre los asuntos más profundos de la existencia como el sexo, el sentido de vida, el trabajo, la muerte. También porque es tan japonés como universal. Por último, me encantan los escritores que, como decía Cortazar, entornan la puerta del zaguán para que podamos atisbar el prado donde pastan los unicornios.

PD: Sugiero combinar la lectura de este libro con esta vieja gloria ochentosa y bolichera de la mediocre banda Alphaville. ¡Ah, aquellos años felices y despreocupados!

lunes, 3 de mayo de 2010

La premisa III

"No creo que solamente deba escribir lo que sé, sino también lo otro"
Felisberto Hernández

Vía 'Ultimo round' de Julio Cortázar, un hermoso objeto-libro cuyo contenido está gobernado por la banalidad, la intrascendencia y el narcisismo más exacerbado. Ya hablaré de él. Una curiosidad: el pastiche fue impreso en China. La aplanadora de empleos occidentales ha llegado a la industria editorial.

domingo, 2 de mayo de 2010

Aurora boreal

Asa Larsson
Seix Barral. Novela policial, 383 páginas.

En verdad, uno sólo le suele prestar atención a lo desconocido, lo raro. Y muy pocos lugares del mundo procesan hoy los conflictos de manera más distinta a la desaforada Argentina que la ecuánime Suecia. En la patria del vikingo, se respetan los derechos constitucionales, la sociedad abomina de la evasión fiscal, los policías son decentes y al funcionario abusón se le pueden parar los pies amenazándolo con una denuncia ante el defensor del pueblo o con un chisme a la prensa. Por la extravagancia y, claro, por una mínima calidad narrativa, la novela negra de Escandinavia se puso de moda. Después de Henning Mankell y Stieg Larsson, llega al español, Asa Elena Larsson (1966), elegante y amena feminista.

La ’story’ transcurre más allá del Círculo Polar Ártico, en la ciudad minera de Kiruna. Los de Estocolmo hablan de la Laponia sueca como de “allá arriba”. Los lugareños sostienen que cuando el termómetro marca quince grados bajo cero “no hace tanto frío”. Hay seis mil lagos en el Municipio y los cielos tienen auroras boreales como serpientes, noches eternas (entre el 13 de diciembre y el cinco de enero) y sol de medianoche (30 de mayo al 15 de julio). Se cultivan setas a quinientos metros de profundidad. De sólo pensarlo, da escalofríos.

El meollo en la primera novela (2003) de la señora Larsson es el asesinato ritual de un profeta evangelista sobre la alfombra de la más influyente iglesia citadina. Su hermana Sanna -algo majareta- se convierte en la principal sospechosa. Pide auxilio a una amiga de la infancia: la abogada tributarista Rebecka Martinsson, quien sólo cuenta con la buena voluntad de una detective embarazada para descifrar una maraña sórdida de sexo, dinero y familia. La urdimbre es verosímil (usa mucha información de primera mano) y la intriga está bien dosificada. Más importante que la acción (la trama ocupa sólo siete días), es la psicología de los personajes. La prosa no es nada del otro mundo, pero como entretenimiento de género resulta francamente exótico.
Guillermo Belcore
Publicado hoy en los suplementos de Cultura de La Prensa y La Capital de Mar del Plata.

Calificación: bueno

PD: Insisto en un punto: es un buen entretenimiento, no ficción de calidad.