lunes, 19 de diciembre de 2022

Tres novelas familiares

 


Uruguay no ha perdido la capacidad de sorprender. Es la tierra de narradores raros -aunque escasos-; es la tierra de Felisberto, Onetti y Levrero. Añadimos a nuestra cartografía -siempre provisional e incompleta- a la señora Ana Grynbaum. Se ha publicado en Buenos Aires un volumen que encierra tres de sus novelas. De esta singular y desafiante escritura -no sin belleza e inteligencia- hablaremos a continuación.


Primero, el contexto. Grynbaum fundó en Montevideo el sello editorial Los libros del inquisidor, junto a su marido Ercole Lisardi, también escritor. Explicó la emprendedora a la agencia Telam que su propósito es corregir un defecto de nuestra época: "La literatura erótica de calidad y profunda, sin facilismo ni lugares comunes, no abunda, en la literatura en español... el discurso del sexo se ha pasteurizado".


¿Porno literario a esta altura del partido? Sí. Entiende Grynbaum que se limita el arte (y la vida) por un recalcitrante "maremágnum de tabúes". Sin embargo, la tríada que se imprimió en la Argentina es interesante y recomendable no porque despliega Alto Erotismo, sino por sus ideas (filosóficas, psicológicas e históricas), por los argumentos que desarrolla, y por la potencia estética de su estilo. Aunque de tonos muy intensos, el sexo no es un único color en la trama, como ocurre siempre en la buena literatura. Al fin y al cabo, las tres obras, con sus heroínas resilientes, concluyen redondeando un mensaje bastante convencional. Sólo el amor salvará al mundo.


Tres novelas familiares (469 páginas, edición 2022) incluye pues los siguiente títulos: El hombre que pudo haber sido, La conquista del deseo y Un asiento demasiado confortable.


En la primera nouvelle, un antropólogo israelí (Iaír) llega a Montevideo para estudiar a los judíos nacidos en Europa que todavía viven en la capital uruguaya, pero cae en una casa de pesadilla. La segunda nos lleva de la mano a la iniciación en el placer de una jovencita (Iara) en los opresivos años ochenta. En la última, una mosquita muerta (Leila) se evade del calvario familiar en el sillón que un vejete repulsivo -""verdadero artista de la succión genital femenina""- esconde en la trastienda de su cuchitril.


EL DECALOGO DE G.


El lector encontrará en el volumen diez elementos destacados, por lo menos:


1) En alguna medida, las tres son novelas de formación (bildungsroman), relatos de iniciación, formación o aprendizaje. Narradas en forma de evocación, van desde los deseos insatisfechos hacia la autorrealización. "Uno tiene la obligación de darse las oportunidades de vivir, de hacer las cosas que podrían eventualmente generar la felicidad o algo emparentado con ella...", se establece en la página sesenta y seis.


2) Personajes sin atributos remarcables, sujetos a la maldición de la infelicidad, pero que se las arreglan para salir adelante.


3) Reflexiones sobre los retorcidos senderos del deseo. La dependencia del goce, que incluso engancha a algunas personas libidinalmente a un estilo maldito de hacer las cosas mal, o al ejercicio de la maldad, como la madre de Leila (¿es éste el libro de las madres crueles?).


4) Podredumbre doméstica. La urdimbre describe atmósferas malsanas en el hogar, donde también ocurre la indignidad, la deshumanización del ser humano. Como la que han construido, Bernardo y Clara -anfitriones de Iaír-, "37 años de vida matrimonial: se revolcaban en el goce del mutuo maltrato como los cerdos en el barro". Así, Grynbaum nos advierte que "la novela familiar se ha convertido en una serie criminal con toques de humor sádico".


5) El cultivo del feísmo nacional. Montevideo es gélida, gris, anodina, maloliente. Uruguay, el "País de todos los quietismos". Grynbaum declara su fastidio, su desesperación, por el país que pudo haber sido, las promesa batllista incumplida, el progreso abortado... Y uno que pensaba que los argentinos somos los campeones mundiales de las oportunidades perdidas.


6) El libro cavila sobre la condición judía; especialmente sobre el peso abrumador de ser sobreviviente del horror nazi en un tranquilo arrabal de Sudamérica.


7) Estudio de la mente humana. Grynbaum es psicóloga también y -¡ay!- hace hablar a algunos de sus personajes como si hubieran estudiado durante años a Freud y a Adler. La jerga profesional se convierte en un ripio. Verbigracia: "La fascinación es una forma del deseo congelado".


8) Pornografía. El texto es rico en palabras puercas e incluye escenas revulsivas. Somete a escrutinio neurótico, por caso, la obsesión con una lengua camélida de la pobre Leila, ""una marioneta en disputa por las fuerzas opuestas de la fascinación y la repugnancia"...


9) Denuncia del sistema de salud, sus estrategias comerciales y su deshumanización del paciente. Llega a compararlo la autora con los campos de concentración hitlerianos por reducir a un número a las personas.


10) El mensaje y la ideología. Nuestros vecinos, al parecer, no han podido superar el galeanismo, enfermedad infantil de la literatura hispanoamericana. Grynbaum abomina, una y otra vez, del mundo pequeñísimo burgués,. Vivir acumulando cosas y venerarlas como ídolos es ruin, los shoppings son horribles, fruslerías de ese tipo.


Pero a la autora le interesa, principalmente, brindar otro mensaje existencial: "En la vida lo esencial es realizarse", leemos. Podría suponerse que hay una sentencia de Nietzsche que le gustaría grabar en piedra: "Conviértete en lo que eres". 


Es razonable la consigna de violar las puertas de la ley (que por supuesto están sin llave) para muchachas buenas oprimidas por la rigidez familiar y social, pero a cualquier comunidad le resultaría problemático si todos nuestros semejantes la llevan a la práctica hasta sus últimas consecuencias. 

Guillermo Belcore

Publicado en el Suplemento Cultura de La Prensa.


Calificación: Bueno

sábado, 3 de diciembre de 2022

El pintadedos


Santa Fe de la Vera Cruz encierra un secreto. Un secreto que, afortunadamente, está saliendo a la luz. Es el hogar de uno de los mejores escritores vivos; Carlos Catania (1932) se llama. Este blog algo contribuyó para que se reimprimiera en 2013 Las Varonesas, su primera novela (1). Ahora, la Universidad del Litoral y el sello Serapis -con el mecenazgo del gobierno provincial- rescatan la segunda novela de Catania. Bien, por ellos. El pintadedos (404 páginas) es otra obra extraordinaria, ubérrima en forma y contenido; ambiciosa y desmesurada en el mejor sentido de ambos términos, en el sentido que quiere, desde lo particular, abarcar toda la condición humana.


El pintadedos, entregada a la imprenta por primera vez en 1984, va a quedar si es que aún quedan buenos lectores en la Argentina, y en la hispanósfera en general. No nos hacemos muchas ilusiones con los críticos, con los diaristas, en especial. La mayoría no está dispuesta al esfuerzo de la Alta Literatura; son contados con los dedos de la mano los que no fueron cooptados por el esnobismo, la cobardía o el amiguismo. Pero eso es otro asunto.


La trama nos lleva a fines de los setenta. Viajamos a un pueblo de Santa Fe, un enclave de inmigrantes prósperos que el excelente posfacio de Rafael Arce identifica como San Carlos (Departamento Las Colonias). Después de tres décadas, vuelve a su lugar natal Carlitos, el Bizco. Es un técnico de la Policía de Santa Fe, el dactilóscopo, es decir "el pintadedos", el identificador de cadáveres, le pinta los dedos a los muertos. La colonia está alborotada por un maníaco, necesitan ayuda de la Capital.


Carlitos ilumina el pasado con una linterna magma. Andanadas de nostalgia en bruto lo asaltan ("...lo más parecido a un vínculo humano es el lugar de nacimiento..."); posterga la visita a los padres pero se reencuentra con sus amigos de la infancia, el Chilín (ahora comisario), el gordo René (ahora industrial), el Bonzo (ahora...). Mientras tanto, desde Tucumán, una columna del Ejército marcha hacia San Carlos para cazar al último líder de la guerrilla, el Indio.


El sentido del libro se arma de a poco; es uno de sus agrados pero conviene la relectura. Catania reconstruye toda la mísera existencia de Carlitos, incluso su concepción y el parto. "Los Inseparables" se autodefinía la barra de sus años púberes; atesoran un secreto tremendo que deja como alfeñiques a la pandilla de It. El misterio se vincula con Moira, una forastera resentida pero con ancas perfectas que inició a los cuatro chicos en el sexo con orgías memorables. También se retrata al pueblo, sobre el que pesa una maldición aborigen. Todos los personajes son interesantes. El elemento fantástico irrumpe con elegancia encarnado en dos retrasados mentales, el Palomino y la Delfita, Los mogolitos.


AÑOS DE PLOMO


La urdimbre añade otros dos hilos narrativos, con el que Catania quiere aportar una explicación oblicua sobre la guerra sucia y sobre la locura de esos dos demonios que atormentaban a la Argentina en los años de plomo. Por un lado, añade la Interpolación de los Perseguidores, puros diálogos entre un Cabo Mayor y un soldado que integran la Brigada Antisubversiva. Por el otro, las cartas de una Madre de Plaza de Mayo, que nos hunden en los laberintos kafkianos e infernales de la represión ilegal. Si en Las Varonesas teníamos el duelo centroamericano entre El Castor y El Flaco Mendieta, aquí la contienda fundamental la libran un general-filósofo (El Camello) y un Guevara santafesino (el Indio). Dios nos libre de aquellos que vomitan discursos humanistas pero obran como el Maligno, parece ser el mensaje.



Al final del libro, uno llega a otra conclusión: Carlitos, el Pintadedos, es uno de los inolvidables personajes de la novelística argentina. Es el hombre gris que carece de ambiciones y no quiere que le concedan atributos. Un viudo con una hija pequeña que vive para su monótono trabajo. Dice que "aguarda, sin tristeza, el soplo que lo conduzca a la diestra de la nada"... La maestría del escritor hace que nuestro Bartebly, nuestro Akaki Akákievich, sea arrastrado a extremos desconocidos "durante los cuales cree tener en sus manos poderes incontenibles de esperanza y destrucción".


Es enorme la caja de herramientas con la que trabajó Catania. Tejió una trama fascinante en la que ocurren hechos espantosos, incluso repugnantes. Los organizó en una compleja arquitectura narrativa que exornan distintas perspectivas y procedimientos, como el diálogo filoso, el párrafo de varias páginas, la digresión interesante, la indagación psicológica, el informe técnico, el barroquismo, la analepsis, la disquisición filosófica, la sentencia grave, la escena conmovedora y algún otro que se nos escapa.


El profesor Arce define a la literatura oceánica de Catania como un "nihilismo lúcido", o "realismo pesadillesco". Es correcta la descripción. El santafesino es nuestro Celine, sin su ideología demencial. O nuestro Onetti. Sentencia su Pintadedos que "el mundo es un barómetro oscilante, entre la inmundicia y la fe...", en el que tenemos "una ínfima oportunidad de ser dignos, en una existencia que será, en su mayor parte, corrompida por el vacío y la imbecilidad".


Arce tiene razón en otra cosa. Las dos novelas tremendas de Catania -Las varonesas y El pintadedos- no tienen parangón en nuestra literatura nacional. Tiene que quedar, diría Borges.

Guillermo Belcore

Publicado en el Suplemento Cultura de La Prensa


Calificación: Excelente


1) https://labibliotecadeasterion.blogspot.com/2013/03/las-varonesas.html