V Ley de la Literatura: La capacidad de delirar es una potencia estética.
Harold Bloom, ese genio incomprendido, estableció que la calidad de la novela deriva de la combinación de cinco fuerzas: originalidad, sabiduría, exuberancia en la dicción, poder cognitivo y dominio de la metáfora. George Steiner, en una simplificación brillante, redujo las potencias a sólo dos: poética y filosofía; si tienes ambos talentos, o al menos uno, todas las otras virtudes -incluso la originalidad- vendrán por añadidura. La buena crítica literaria, pues, aquélla que persigue la dimensión estética irreductible ,y no quiere ser confundida con sociología o denuncia ideológica, se apoyará en estas premisas para desentrañar la forma en que un texto suscita un impacto. Este es mi credo, amigos.
Credo que me gustaría ampliar. Leyendo a Alberto Laiseca -el escritor argentino número uno según la autorizada opinión de Omar Genovese- conclui que hay otra energía creadora que delata al artista de fuste: la capacidad de delirar. Tienen ese genio Philip Dick y Stanislaw Lem, César Aira y Sergio Bizzio, por citar cuatro casos conocidos y desmenuzados en este blog. Laiseca, el campeón del realismo delirante, lo despliega con maestría en El jardín de las máquinas parlantes (próximamente la reseña), donde recrea un copioso mundo regido por la magia, en su variante esotérica.
Capacidad de delirar implica, naturalmente, una imaginación prodigiosa. El escritor, como si de un dios gnóstico se tratase, recrea una universo estrafalario, con sus propias leyes (la clave es que sea coherente en el disparate), que atrapa nuestra imaginación. Lo hizo Aira en La Liebre, por ejemplo, con su alocada civilización de indios pampas. Concebir un mundo incluso más absurdo que el nuestro no es moco de pavo. No se trata sólo de exagerar. Los delirantes, magníficos creadores de civilizaciones alternativas, moran en los círculos superiores del Parnaso literario.
Guillermo Belcore
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