martes, 26 de marzo de 2013

El magnifico capítulo veintitrés

Léase esta ocurrencia:

Todo lo que empieza como comedia acaba como tragedia.
Todo lo que empieza como comedia acaba como tragicomedia.
Todo lo que empieza como comedia acaba indefectiblemente como comedia.
Todo lo que empieza como comedia acaba como ejercicio criptográfico.
Todo lo que empieza como comedia acaba como película de terror.
Lo que empieza como comedia acaba como marcha triunfal, ¿no?
Todo lo que empieza como comedia indefectiblemente acaba como misterio.
Todo lo que empieza como comedia acaba como responso en el vacío.
Todo lo que empieza como comedia acaba como monólogo cómico, pero ya no nos reímos.

Es fruto de un poeta que se hizo novelista -cuenta la leyenda- para poder alimentar a sus hijos. Es la creación de uno de los mejores novelistas que ha engendrado América latina. Es, en realidad, la última frase de cada una de las entradas del formidable capítulo veintitrés de la segunda parte de Los detectives salvajes, obra que piensa en terminos literarios todo el tiempo y que acabo de releer en estado de gracia. ¡Qué gran escritor fue Roberto Bolaño! Por cierto, me han encargado un artículo a diez años de su muerte. Me froto las manos de contento.

Dos tercios de esta novela extraordinaria fueron tallados con el más sabroso perspectivismo. Bolaño construye la biografía de dos poetas vanguardistas engarzando testimonios de decenas de personas que los conocieron a lo largo de dos décadas. Es un procedimiento coral; hablan hombres y mujeres de las más variadas procedencias, algo similar a lo que hizo Wilkie Collins en La piedra lunar. Es un procedimiento tan original como ambicioso, a contramano de las faenas livianitas de nuestro mediocre presente. Bien, en el capítulo veintitrés, el autor desea transmitirnos su visión del estado de la literatura iberoamericana, de la literatura en general, de los patéticos esfuerzos de los plumíferos para trascender. El sabor es delicioso, porque a Bolaño también le resulta ridículo “la gran lucha por el nombre y la gran lucha por el lector de todos estos escritores atrincherados en sus respectivas casetas de amianto“. Oímos así, en la Feria del Libro de Madrid, las voces de críticos y escritores. En la Web pueden leerse los esfuerzos por identificar al personaje de la vida real que inspira cada entrada: Por ejemplo, Iñaki Echevarne, se ha establecido, es el gran Ignacio Echeverría.

Con la ferocidad de un Borges o un Fogwill, Bolaño, que además de todo es un brillante crítico, establece entre otras verdades:

1) Hoy los escritores de Hispanoamérica proceden de familias de clase trabajadora, incluso del lumpen proletariado y “su ejercicio más usual de la escritura es una forma de escalar posiciones en la pirámide social, una forma de asentarse cuidándose mucho de no transgredir nada“. Por eso -añade este blog- cunden la esterilizante corrección política, el progresismo inane, las fórmulas probadas falsamente rupturistas. Los escribidores de hoy “no reniegan de nada, o sólo reniegan de lo que se puede renegar y se cuidan mucho de no crearse enemigos o de escoger éstos entre los más inermes. Las puertas implacablemente se les abran de par en par. Y la literatura va como va“.

2) Un escritor no debe parecer un escritor. Debe parecer un banquero, un hijo de papá que envejece sin demasiados temblores, un profesor de matemáticas, un funcionario de prisiones. Dendriformes. Un escritor debe parecer un articulista de periódico. Debe parecer un enano. Y DEBE sobrevivir (sic). Quieren ser leones, y sólo son gatos capados casados con gatas degolladas.

3) Disciplina y encanto dúctil son las claves para ganar un lugar bajo el sol. Disciplina: escribir cada mañana no menos de seis horas, corregir por las tardes y leer como un poseso por las noches (sobre todo, esas novelitas intrascendentes a la moda de apenas doscientas páginas, agrego yo). Encanto: visitar a los escritores en su residencia o abordarlos en la presentación de sus libros y decirles a cada uno justo aquello que quiere oír. Aquello que quiere oír desesperadamente. Hay que cultivar el huerto de la amistad con los escritores de éxito, de renombre. ¡Hay que citarlos sin descanso!

4) Hay que mostrarse fuerte. El mundo de la literatura es una jungla.

5) Es preceptivo abominar y despacharse a gusto contra las novelistas extranjeros, sobre todo si son norteamericanos, ingleses y franceses.


El diagnóstico no ha perdido un gramo de vigencia. Tiene razón Roberto, así va como va la literatura hispanoamericana. Los que se interesan por la literatura “no se imaginan los infiernos que se esconden debajo de las podridas o impolutas páginas”.

Guillermo Belcore

2 comentarios:

Martín Aguirre Garmendia dijo...

Esperamos esa reseña de 2666. Sí aún no ha tenido tiempo de abordarla le animamos para que lo haga en cuanto pueda. Una Obra Maestra, sin dudas.
saludos.

Ps. Jorge García dijo...

Bravo! Tenía la sensación de infectiblemente haber localizado ese mismo misterio, gracias por tu blog.