domingo, 4 de junio de 2023

Dune

 


Dios creo el planeta Arrakis para templar a los fieles.”

Máxima de los Fremen


 Acaba de anunciar Warner Bros que el 3 de noviembre estrenará Dune II, versión cinematográfica de una de las mejores novelas del siglo XX. En la primera película, el director Denis Villeneuve nos deleitaba con imágenes impactantes del Planeta del Desierto y con una trama bastante fiel al texto de Frank Herbert (1920-1986). La segunda parte debe narrar, pues, la rebelión de Arrakis contra el odioso emperador Shaddam IV.


Aquí, venimos a recomendar Dune, el libro (Ramdon Mondadori De Bolsillo, 703 páginas). Fue publicado por primera vez en 1965. Recibió dos de los premios más importantes del género, el Hugo y el Nebula. Es una de las obras de ficción científica más vendidas en el Occidente próspero; inspiró una saga, dos películas (la primera versión de David Lynch es casi cómica), videojuegos, canciones, historietas, otras escrituras. Se la considera “la primera gran novela ecológica a escala planetaria de la historia". El señor Herbert se la dedicó, de hecho, a los ecólogos de las superficies áridas.


La historia ocurre en un futuro remoto. Para ser exactos, diez mil años después de que la Yijab Butleriana eliminara todos los robots, computadoras y máquinas pensantes. La humanidad se ha diseminado por la galaxia y más allá. La civilización se sostiene en un trípode (la más inestable de todas las estructuras) de tipo feudal. La Casa Imperial, en equilibrio con las aristocráticas Casas Federadas del Lansdraad; y entre estos dos la Cofradía, un gremio que tiene el monopolio de los transportes interestelares.


El universo conocido bulle de conjuras políticas, al punto que el Detector de Venenos es un pilar de la vida doméstica. El emperador Shaddam IV recela especialmente de la Casa de Atreides. Le hace un regalo deletéreo y fatal al Duque Leto, señor de Caladán: el infernal Arrakis (también conocido como Dune), de donde proviene la melange, una especia con olor a canela denso y penetrante, esencial para los viajes por el cosmos. La droga, en efecto, permite a los Navegantes plegar el espacio sin usar máquinas, con la sola fuerza de sus cerebros. Estamos en una era fascinante en que los humanos han desarrollado superpoderes mentales, al servicio del bien y del mal. Los Mentats, otro ejemplo, son adiestrados para alcanzar las cotas máximas de la lógica (¿se habrá inspirado Start Trek en el señor Herbert para idear a los vulcanos?).


Como si no faltaran intrigas, hay una secta de mujeres -las Bene Gesserit- que conspira entre las sombras, manipulando hombres poderosos y multitudes, creando mitos religiosos, para imponer un programa de selección genética. La Dama Jessica, concubina-esposa del Duque Leto, pertenece a la organización; un gremio de brujas, gritan sus adversarios.


Jessica es la madre de Paul Atreides, heredero del feudo. El muchacho de catorce años tiene el don de la prescencia, puede ver el rebullir de posibilidades, las grandes corrientes del futuro, el jardín de senderos que se bifurcan.


El núcleo incandescente del libro son los trabajos de Paul Atreides para vengar a su padre y recuperar el control del arenoso planeta, como profeta y líder militar de los Fremen, el elusivo pueblo del desierto. El duque Leto ha sido víctima de una traición de su círculo íntimo, que -con un pavoroso derramamiento de sangre- devolvió Arrakis a sus anteriores administradores, la brutal Casa Harkonnen. El emperador así lo ha querido.


EL DEMIURGO


Vemos pues que el señor Herbert aplica una de las fórmulas más exitosas de la narración fantástica de los últimos sesenta años: la combinación entre estructuras medievales y tecnologías del futuro. Esto es sólo la cáscara. La pulpa, el gran mérito del escritor estadounidense, es haber inventado una una singularísima estructura ecológica en el tercer planeta del sistema Canopus, y, como consecuencia de ello, el surgimiento de una civilización, con sus propias ideas, creencias y tecnologías; una cultura entera adiestrada como un orden militar, por la tremenda necesidad ambiental. "Todo se subordina a la supervivencia de la tribu", repiten los fremen, hombres y mujeres de cuerpos resecos y ojos totalmente azules, sin el menor blanco en ellos, por el consumo de la melange. El autor, al parecer, se inspiró en los bereberes del Sahara.


Arrakis es un planeta sin lluvias, mares, ríos ni lagos. Durante el día, la temperatura supera los 60 grados. Se desatan tormentas jupiterinas a lo largo de 6.000 kilómetros, con vientos de más de 700 km. por hora. Los fremen usan destitrajes que reciclan la transpiración y la orina. Viven bajo tierra. Cabalgan los colosales gusanos de la arena, cuyas bocas tienen hasta ochenta metros de diámetro. Fabrican con los dientes de la criatura las hojas de sus cuchillos sagrados. El valor supremo del lugar es el agua, entremezclada con simbolismos y ritos. Se aprovecha, incluso, la de los cadáveres, cuando aún están calientes. He aquí un pueblo que, como los árabes antes de Mahoma, esperaba un Mesías. Lo encontraron en Paul Atreides, que cumplió con toda la panoplia profética.


Dune, el libro, es rico y retorcido no sólo en sucesos. Hay reflexiones muy interesantes sobre el poder, el arte de la conducción de los hombres y la construcción de los mitos. Hay un sabroso sincretismo religioso. El argumento ha sido narrado como un estudio de la vida de Muad'Dib (el nombre arrakiño de Paul Atreides) escrito por la princesa Irulán, la hija del emperador. Incluye apéndices y un diccionario. Sólo lo exhaustivo es interesante, estableció, con razón, Thomas Mann.


El demiurgo Herbert gastó seis años enteros de su vida para concluir su obra magna, prolongada después con cinco secuelas, pero ya entonces era famoso y adinerado. Pudo investigar minuciosamente y luego componer Dune sin un trabajo regular porque su esposa lo mantuvo a él y a sus dos hijos durante la primera mitad de la década del sesenta como escritora publicitaria. Pero no sólo pagaba las cuentas; también comentaba y editaba el trabajo de su esposo. Que este párrafo sirva de homenaje también para la señora Beverly Ann Stuart, pues sin ella, no tendríamos esta magnífica novela.

Guillermo Belcore

Publicado en el Suplemento Cultura de La Prensa


Calificación: Excelente

2 comentarios:

José A. García dijo...

Este es uno de esos "monumentos" de la ciencia ficción al que todavía no me he rendido. Tal vez algún día, cuando el recuerdo de las aburridas adaptaciones quede en el olvido.

Gracias por la reseña.

Saludos,
J.

Anónimo dijo...

¡Qué interesante!
Cuando pone "Excelente", tiemblo de urgencia por leerlo. ¡Gracias por las reseñas!
A propósito: ¿Ha leído el libro Sukkwan island, de David Vann?
Es un libro que me impactó muchísimo, y quisiera conocer su opinión.
Abrazo.