El socialismo con características chinas ha logrado convertir al Imperio Celeste en una superpotencia global y ha arrancado a millones de personas de la miseria (pobreza que el maoísmo había generado o exacerbado). China ha cambiado y no ha cambiado. El milagro económico tiene sus costados siniestros. Por un lado, la modernización se sustenta en un materialismo despiadado que aplasta a las personas menos competitivas y a ricas tradiciones culturales, y que genera gravísimos problemas ambientales y de salud pública. Por el otro, el modelo totalitario se ha preservado intacto. Machacando a los ciudadanos con la necesidad de mantenerse en el poder por miles de años, el Partido Comunista alega que sólo él puede gobernar China y todo lo que haga está justificado (como los populismos latinoamericanos). Sus intereses están por encima de todo lo demás, incluso del sistema legal ordinario (ídem). Ser funcionario significa tener acceso a todas clases de privilegios. El socialismo con características chinas le teme a una sola cosa: al escándalo en Internet. La segunda fuerza más poderosa para desenmascarar a los corruptos son la esposas y las ernai (amantes) despechadas. El sistema de partido único, con sus bizantinas luchas de poder entre facciones, favorece la venalidad y el cortoplacismo. Los funcionarios viven histéricos porque no saben qué les depara el futuro. Así que se valen de sus cargos para robar y malversar cuánto tengan a mano en el menor tiempo posible. Funcionarios desnudos se denominan aquellos gerifaltes que envían a su mujer y a sus hijos al extranjero, en previsión de su propia fuga. Suman cientos.
Tan preciso mural del Reino del Medio en el siglo XXI no fue compuesto en las páginas de un ensayo político. Es el telón de fondo de una novela policial que aquí venimos a recomendar. Justifica la lectura de El dragón de Shanghai (Tusquets, 335 páginas) y permite -al interesado en el tema- sobrellevar los ripios, como la lentitud de la trama, los diálogos insulsos, el didactismo y el costumbrismo exagerado.
El autor se llama Qui Xiaolong. Nació en Shanghái en 1953, pero reside desde hace casi treinta años en Estados Unidos. Dicta clases en la Universidad de Saint Louis, es traductor y poeta, y ha ganado fama y fortuna con una serie de novelas policiales protagonizadas por el inspector jefe Chen Cao. En su última aventura, Chen se metió, sin saberlo, en un enorme problema con muy ambiciosos dirigentes comunistas.
QUINGGUAN
El inspector Chen, un cuadro del partido con rango de jefe de brigada, es un policía competente y concienzudo, una especie casi en extinción hoy en día. A personas como él, en China se las llama qingguan, es decir, funcionario incorruptible. Como en nuestra Patria, no es un producto del sistema político sino una aberración de éste. Su padre era un erudito confuciano que cayó en desgracia durante la Revolución Cultural por reprobar la quema de libros que había ordenado el emperador Qin Shihuang (¡doscientos años antes de Cristo!). Resulta que Mao admiraba a Qin. Chen es, como su demiurgo, traductor y poeta. Podría decirse que es un intelectual. Como se dijo, se ha metido en dificultades con el régimen. Lo desplazaron del cargo mediante un ardid, el viejo truco del ascenso fraudulento. Alguien muy poderoso le está jugando sucio, le montan una emboscada con prostitutas. Una fiesta de presentación de un libro en el Mundo Celestial -un burdel camuflado de club nocturno- se convierte en una trampa orquestada desde la altas esferas. Lo único que Chen puede hacer es “provocar a la serpiente“. Como si estuviera jugando al go, el inspector y sus amigos hacen jugadas en busca de respuesta.
La atmósfera de paranoia, el suspenso, la trabajosa pesquisa de Chen, el trasfondo político, los hermosos nombres grandilocuentes ("la calle de las Diez Perfecciones", por ejemplo) son lo mejor de una urdimbre que trae una buen surtido de proverbios y algunos pareados clásicos no sin belleza. A la novela, no obstante, se le notan demasiado las costuras (¡un libro con mensaje!, el colmo de horrores, decía Oscar Wilde). Desea Qiu Xiaolong exponer los problemas de una sociedad pervertida por la frenética acumulación de dinero y denunciar la corrupción enraizada en un sistema sin alternancia en el poder. El declive de los teatros de opera de Suzhou también lo angustia. Los malos son aquellos crápulas que los chinos de a pie, antes de escupir en el piso, llaman Bolsillos Llenos, funcionarios, militantes, hombres de negocios, ratas rojas cargadas de dinero gracias a sus lazos con el partido gobernante. Otra inquietante similitud con la Argentina.
Guillermo Belcore
Publicado hoy en el Suplemento de Cultura de La Prensa.
Calificación: Bueno
PD: Quintin aporta aquí una mirada fresca e inteligente sobre la novela de Qui: https://lalectoraprovisoria.wordpress.com/2016/05/25/diario-intermitente-87/#more-26263
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