Así, nos informa El ministerio de la felicidad suprema (Anagrama, 512 páginas), una novela extraordinaria, voluptuosa, con un claro propósito moral que -según reconoce su autora- se ha escrito bajo la sombra eminente de John Berger.
En 1997, la señora Arundhati Roy (Shillong 1961) había obtenido el Premio Booker con El dios de las pequeñas cosas, a esta altura un clásico de la anglósfera, según dicen. En los siguientes veinte años, la actriz, guionista, intelectual comprometida se dedicó a la militancia ecológica y política y sólo entregó a la imprenta textos de no ficción, que recogían sus luchas vocingleras. En 2017, retornó a la novelística. Y lo hace, a lo grande, con una obra ambiciosa, de andadura no lineal y narración algo desprolija que recuerda al Salman Rushdie de Los versos satánicos.
El centro emocional de la obra son dos mujeres. La primera se llama Anyum y es una fémina atrapada en un cuerpo masculino, cuyas peripecias le permiten a la señora Roy revelar el calvario de ser hermafrodita o transexual (hijra) en Delhi y, de paso cañazo, denunciar el brutal ascenso del ultranacionalismo hindú, aficionado a la limpieza étnica y la cacería religiosa, como en la era de las esvásticas (desfilan en el libro, apenas camufladas, personalidades de la política real).
Designa El ministerio de la felicidad suprema a una pequeña comunidad solidaria edificada por Anyum en un cementerio, que recoge perdedores sin remedio como un intocable, un perro usado para experimentos farmacéuticos, un imán ciego y tolerante, y la coprotagonista del libro, Tilo, enamorada de uno de los ideólogos de la rebelión cachemira (Por cierto, Tilo es de origen siriocristiano de la provincia de Kerala, al igual que la propia madre de la señora Roy).
SANGRE DERRAMADA
"Mientras haya sangre derramada existirá buena literatura", sentencia la señora Roy. En efecto, la indignación que le han provocado los centenares de miles de víctimas a causa de la represión militar en el Valle de lágrimas de Cachemira y en los pogroms perpetrados por la marea de color azafrán del Partido Popular Indio es el motor eficiente de una novela que seduce por la magnitud de los temas que baraja y las historias que relata.
También por sus personajes secundarios. Hay un malvado memorable, el comandante Amrik Singh, La nutria, por su eficacia como depredador. Es un sikh largo como una estaca que lleva un turbante verde oscuro y se especializa en perseguir y eliminar insurgentes sin misericordia en Cachemira, donde la tortura y los centros de detención y exterminio, al parecer, han sido tan comunes como en la Argentina de los setenta. No obstante sus nobles intenciones, por momentos da la impresión de que la señora Roy comulga con un mito contemporáneo: considerar que los crímenes de la guerrilla y el terrorismo son siempre menos graves que aquellos cometidos por los mastines que se dedican a combatirlos. Polémico, ¿no?
VIEJO TRUCO
En lo que al estilo se refiere, la prosa no carece de poética ni de filosofía, aunque -como si de un improvisador se tratase- bascula entre la belleza y la filosofía perspicaz por un lado, y las cursilerías y las obviedades, por el otro. La autora incurre, además, en ese viejo truco postmoderno que consiste en embutir elementos de diferentes procedencias como cartas, manifiestos políticos, artículos periodísticos, informes médicos, microcuentos, entradas en un diario, comunicados de prensa, declaraciones judiciales, entre otras fruslerías. El pastiche se ha usado tantas veces que ya aburre. En cambio, la alternancia entre distintas voces y puntos de vista es muy agradable.
Insistimos, más allá de virtudes y defectos en la forma, el novelón relumbra en su carácter de lección histórica. Siempre resulta atractivo, porque la India -una enormidad con veintidós idiomas oficiales y en fase de modernización despiadada- es una entidad platónica fascinante, donde abundan "la locura épica como la que se puede dar en un lugar como Macondo" y los horrores de naturaleza y dimensiones bíblicas como la fuga de gas tóxico en Bhopal (maldita seas Unión Carbide). Ojo, con idealizar a la gran nación, nos advierte la señora Roy, que compara a su patria con un huevo duro: "...su inocua apariencia esconde en su centro una yema de violencia atroz...".
Cada tanto, ese núcleo de locura y destrucción, "de cuya presencia somos intensa y constantemente conscientes en la India, emerge de repente, vociferando desde las profundidades y se comporta exactamente como se esperaba que lo hiciera. Una vez saciado su apetito, vuelve a ocultarse en su guarida subterránea y queda enterrado bajo la normalidad. Los desquiciados asesinos esconden sus colmillos y regresan a sus tareas cotidianas (funcionarios, sastres, plomeros, carpinteros, tenderos) y la vida vuelve a ser la de antes".
Dios proteja a las minorías de India y el mundo entero.
Guillermo Belcore
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