viernes, 17 de abril de 2020

Rubem Fonseca QEPD

"Lo mejor de la obra de Fonseca es no saber adónde nos va a llevar. Siempre que comienzo un libro suyo es como si sonara el teléfono a medianoche: `Hola, soy yo. No vas a creer lo que está sucediendo'. Su escritura hace milagros, es misteriosa. Cada libro suyo es un viaje que vale la pena: es un viaje de algún modo necesario''.

Esto escribió hace unos años, Thomas Pynchon, el anacoreta más famoso de Estados Unidos y, acaso, el mejor novelista vivo. Que sirva de epitafio para una de las glorias de la literatura latinoamericana. Don Rubem Fonseca ya está en la casa del Señor. Su familia informó que el escritor de 94 años sufrió el miércoles un infarto durante una comida en su departamento de Río Janeiro y alcanzó a ser trasladado por una ambulancia, pero llegó sin vida al hospital Samaritano del barrio de Botafogo.

Se fue uno de los mejores pero nos queda una obra tan copiosa como indispensable. Y, a pesar de su excelencia, marcada por la polémica: el erotismo y la violencia solían colorear sus cuentos, novelas, y guiones cinematográficos (también escribió ensayos breves); al fin y al cabo fue un hijo cabal del Brasil. Hace poco la Gobernación del estado de Rondonia ordenó retirar de las escuelas varios libros de Fonseca -entre otros clásicos de la literatura brasileña- por su "contenido inadecuado'', aunque dio marcha atrás después de la ola de críticas que recibió por so bestias.

Cuentista excepcional


Nacido el 11 de mayo de 1925 en la ciudad de Juiz de Fora, Fonseca ha corrido los cien metros llanos con tanto brío y eficacia como la maratón. En este diario, hemos señalado que debe honrarse al artista mineiro -pero carioca por adopción- como uno de los grandes cuentistas latinoamericanos.

Su prosa tiene el sabor de la experiencia. Antes de dedicarse de lleno a la literatura, se graduó en abogacía, ejerció como penalista, se dedicó a la enseñanza en la Fundación Getúlio Vargas, ingresó a la Policía (llegó a comisario y fue jefe de Relaciones Públicas) y estudió administración de empresas y comunicación en Nueva York y Boston. Tenía aquello que le falta a a los plumíferos de tres al cuarto que vomitan los talleres literarios: calle. Tenía también Fonseca, un finísimo oído para el habla popular, sin concesiones a lo pintoresco. Publicó su primer libro en 1963: Los prisioneros.

Vargas Llosa ha establecido que perteneció a la misma estirpe artística que Manuel Puig o Umberto Eco:

``Es uno de esos escritores contemporáneos que han salido de su biblioteca para hacer literatura de calidad con materiales y recetas hurtados a los géneros de gran consumo popular'', como el cine, la historieta, el folletín o la telenovela".

Es decir, aplicó el pastiche, un procedimiento que la crítica ha rotulado como posmoderno. Nunca ahorró truculencias al lector. Cierto tono naif y el humor inteligente las aliviaron. Practicó la parodia y la aguda crítica social. Fue censurado en los setenta por la dictadura militar.

Se lo considera con justa razón un maestro del realismo sórdido. Narró historias escalofriantes con una pluma seca, a lo Graciliano Ramos. Ese estilo desnudo y objetivo también remite a Hemingway. Inventó al detective privado Paulo Mendes, alias Mandrake, abogado criminalista -promiscuo, crápula y brutal- que protagoniza la novela más aplaudida de Fonseca (A grande arte, 1983). El personaje inspiró la serie Mandrake (2005), producida por HBO y protagonizada por el actor Marcos Palmeira. Agosto, novela histórica que refiere al suicidio de Getulio Vargas, también fue adaptado a la televisión, por la O'Globo en los noventa.

Discreto

Un par de curiosidades: el pudoroso Fonseca odiaba firmar libros y se resistió -a lo César Aira- a concertar entrevistas con la prensa de su país. Salía a caminar con gorra y lentes oscuros por las calles de Leblon. Con buen criterio y voz cavernosa, consideraba que ``se debe leer prescindiendo totalmente del escritor''. No obstante, recibió premios tan importantes como el Juan Rulfo, el Jabuti o el Camoes, considerado el Nobel de la lengua portuguesa.

Don Rubem Fonseca fue lo mejor que puede ser un escritor de talento: un Gran Renovador. Búsquelo, para empezar, en los Cuentos completos que publicó Tusquets hace un par de años, o en Diario de un libertino, o en alguno de los libros que mencionamos más arriba.

Sirvan estas líneas de agradecimiento a Dom Rubem por los buenos momentos que le ha regalado al autor de esta necrológica.
Guillermo Belcore

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